Read online book «El Fantasma De Girolamo Riario» author Ivo Ragazzini

El Fantasma De Girolamo Riario
Ivo Ragazzini
A veces el pasado vuelve y cuenta historias. Preparaos para descubrir novedades y secretos del Renacimiento italiano que no siquiera sospechabais. . El libro parte de un hecho que ocurrió realmente en Forlí en 2010, cuando algunas personas contaron en los periódicos locales haber visto un fantasma en el viejo palacio del ayuntamiento que aparecía sin una parte de la cabeza y se lamentaba de alguien y de algo. ¿Pero quién era y qué le había reducido a esa condición? Según el autor, se trataba de Girolamo Riario, capitán general de la Santa Iglesia Romana y primer marido de Catalina Sforza, asesinado hace más de quinientos años en ese palacio por un ajuste de cuentas con Lorenzo el Magnífico y por otros asuntos pendientes entre la Toscana y la Romaña durante el Renacimiento. Escrito a medio camino entre el ensayo y la narración, es un libro que os llevará sin rodeos a redescubrir misterios y trasfondos de una historia que vuelve de un pasado que nadie parece ya recordar.


Ivo Ragazzini
EL FANTASMA DE GIROLAMO RIARIO
Título original: Il Fantasma di Girolamo Riario
Traducido por: Mariano Bas
Un ajuste de cuentas con la conjura de los Pazzi que sigue reapareciendo en la historia.
Preparaos para descubrir secretos del renacimiento italiano que no sospechabais.
«El fantasma de Girolamo Riario»
© 2012 Ivo Ragazzini
Primera edición en formato electrónico de marzo de 2020
(Primera edición en papel 2012 – MJM Edizioni)
Edición en español: Diciembre de 2020
Traducido por: Mariano Bas
Editorial: Tektime – www.traduzionelibri.it

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Prólogo
Esta es la historia de un hombre llamado Girolamo Riario, sobrino, o tal vez hijo ilegítimo, del papa Sixto IV, que gobernó y fue asesinado hace cinco siglos en la ciudad de Forlí, en el norte de Italia, pero que pocos o ninguno parecen recordar ya.
Por tanto, esta historia habla de una conjura que se produjo hace cinco siglos y desde entonces, aunque hayan cambiado muchas cosas, parece que cada cierto tiempo continúa reapareciendo.
Contrariamente a lo que se podría pensar, esta no es una historia nueva, sino una historia antigua olvidada por todos, que cada cierto tiempo reaparece y se repite en el tiempo.
En pocas palabras, parece que, por algún misterioso motivo, estos hechos fluctúan y flotan en el tiempo como algo que no quiere ser olvidado.
Ahora bien, una pregunta que podría plantearse para tratar de entender este tipo de cosas podría ser:
¿Por qué algo acaecido hace muchos siglos continúa flotando en el tiempo?
O bien:
¿Por qué algo parece no querer cesar y pervive en el tiempo?
Bueno, puede haber un par de motivos para comprender estas cosas.
Uno de ellos es que hay muchos pormenores y cosas no bien analizadas sobre esos hechos.
Y el otro es que las cosas poco claras e incompletas parecen tomarse su tiempo y reaparecer con el paso de este.
¿Cuál de estos dos será el verdadero motivo?
A mi juicio, un poco uno y un poco otro: el resto creo que lo descubriréis solos poco a poco al leer el resto de esta historia.
Buen descubrimiento.
El autor
EL FANTASMA DE GIROLAMO RIARIO

Introducción
Hacia finales de agosto de 2010, una persona, mientras se encontraba junto al palacio comunal de Forlí, vio la sombra de una figura bailar sobre los muros exteriores junto a una ventana del primer piso de dicho palacio.
Como era al atardecer, pero todavía había sol, creyó que se trataba de un reflejo sobre los cristales y no le dio mucha importancia.
Pero, unos días después volvió a ver a esa sombra gemir con un profundo tajo en la cabeza, salir de una habitación cercana a la sala de juntas municipal y huir por el pasillo.
Posteriormente algún otro contó, no solo haber visto la misma sombra, sino incluso haberla oído hablar.
En resumen, los testigos dijeron haber visto a un hombre con una parte de la cabeza rota o desaparecida, que hablaba y se lamentaba por querer defender a su señora en peligro y pedía venganza contra quien le había traicionado.
Algunos detalles de estos avistamientos fueron relatados luego el 31 de enero de 2011 en la primera página de los periódicos locales de Forlí y, en realidad, hubo más personas que reconocieron haberlo visto, aunque quisieron permanecer en el anonimato.
En un primer momento, algunos pensaron que se trataba de Jacopo Feo, el segundo marido de Catalina Sforza, pero, para el autor, se trataba de una vieja historia olvidada por todos, que se remontaba a 1488, cuando Riario fue asesinado en el palacio comunal de Forlí, por tres sicarios que lo apuñalaron en el primer piso y luego lo arrojaron a la plaza, algo que muchos historiadores, por algún motivo, parecen haber olvidado o rechazado.
¿Pero, qué se sabe hoy de Riario?
Poco. Actualmente se sabe que de él queda, o mejor está a salvo en el Vaticano, una presunta imagen al haber sido retratado al lado de su tío, el papa Sixto IV, por el pintor Melozzo degli Ambrogi, de Forlí.
Tampoco en Forlí, donde gobernó y fue asesinado, queda casi nada de él, a pesar de que en su época fue el comandante general del ejército pontificio, y pocos saben en realidad aun hoy quién fue realmente, por qué fue asesinado y quiénes fueron los que ordenaron matarlo.
Por otro lado, como veréis más adelante, muchos personajes y detalles de este hecho fueron olvidados y sepultados bajo una especie de damnatio memoriae,
es decir, condenados a desaparecer de la memoria y el recuerdo histórico de las personas.
Pero los recuerdos y la memoria no se consiguen eliminar completamente y, en cuando se mira atentamente, parecen de algún modo reaflorar y reafirmar su presencia, como si protestaran por haber estado apartados durante tanto tiempo.
Y se podría suponer que un hombre con una memoria histórica muy grande podría crear cosas olvidadas que persisten y reaparecen en el tiempo, a las que se podrían llamar fantasmas del pasado, si así lo preferís.
Escrito de manera rápida y general, a medio camino entre el ensayo y la narración, este relato histórico desvela, tal vez por primera vez de modo franco y directo, muchos hechos, lugares y pormenores impensables relacionados con una persona llamada Girolamo Riario, primer marido de Catalina Sforza y sobrino del papa Sixto IV, asesinado hace más de 500 años por una conjura en el palacio comunal de Forlí.
También explica acontecimientos nunca observados o completamente olvidados desde hace mucho tiempo, que prácticamente nadie recuerda ya.
He aquí una lista de algunas cosas que descubriréis en este libro:
¿Se escribió un libro de profecías que anunciaban la muerte de Riario?
¿Quién lo escribió ¿Por cuenta de quién?
¿Era la primera vez que alguien veía el fantasma de Riario?
¿Por qué tenía el fantasma la cabeza rota?
¿Se vio al fantasma bailar sobre el muro exterior del palacio comunal? ¿Por qué?
¿Cuáles fueron los verdaderos instigadores de los sicarios de Riario?
¿Qué había hecho Riario para acabar asesinado?
Lorenzo el Magnífico y su hermano Juliano de Médicis, asesinado diez años antes en Florencia, ¿tuvieron algo que ver con esta historia?
¿Se creó una compañía de sicarios con el objetivo de asesinarlo? ¿Por parte de quién?
¿Por qué Riario solo entraba en una iglesia rodeado por muchos guardias?
¿Qué inscripciones aparecieron sobre las puertas y columnas de las iglesias de Forlí antes de su asesinato?
¿Qué hicieron los sicarios de Riario después de matarlo?
¿Es verdadera o falsa la historia de que Catalina Sforza mostró sus vergüenzas desde las almenas de la fortaleza de Forlí cuando sus enemigos le pidieron que se rindiera? ¿Qué hizo entonces?
Y muchas más cosas que descubriréis y entenderéis vosotros mismos durante la lectura.
Por tanto, os deseo una buena lectura y un buen redescubrimiento de este acontecimiento histórico completamente olvidado.
Y si, después de haber leído este libro, alguien se encuentra por casualidad con el fantasma, estoy seguro de que lo entenderá mucho mejor que antes.

Forlí, otoño de 2010
En una pequeña habitación no muy alejada del centro histórico, un investigador de fenómenos biomagnéticos, o un cazafantasmas si preferís llamarlo así, entrevista a algunos testigos de misteriosos hechos y presencias.
—¿Ha visto por tanto al fantasma, señora? —preguntó el investigador mientras entrevistaba a la señora, que deseaba permanecer en el anonimato.
—¡Sí! Aparece más a menudo al atardecer, o tal vez se vea mejor hacia esa hora —respondió la señora.
—¿Lo ha visto más veces?
—Sí —respondió de nuevo la mujer.
—¿Dónde y cuándo lo ha visto?
—En el palacio comunal de Forlí. Una vez lo vi fuera, en la PiazzaSaffi,
suspendido en el exterior del muro, junto a una ventana del primer piso del palacio —respondió la señora.
—¿Quiere decir que estaba de pie sobre el antepecho de una ventana o sobre una cornisa del muro? —pidió que precisara el investigador.
—No, estaba alejado del muro y parecía suspendido en el vacío.
—¿Tal vez estaba suspendido sobre una cornisa antigua que ya no está en ese muro? —comentó el investigador.
—No lo sé.
—La entiendo, señora. ¿Qué hacía alejado del muro? —continuó el investigador.
—Nada. Solo parecía bailar junto a una ventana —respondió la mujer.
—¿Qué ventana?
—Era la tercera ventana del palacio comunal, contando desde la derecha —respondió la mujer.
—¿Cómo era el fantasma?
—Grisáceo, era una sombra gris y tenía la cabeza abierta y rota por un lado, como si le faltara o lo hubieran cortado una parte de la cabeza.
—No está mal como tarjeta de visita para presentarse a alguien. Imagino que se quedó un poco sorprendida, señora —comentó el investigador.
—Sí, correcto.
—Está bien, señora. ¿Lo ha visto más veces? —preguntó el investigador.
—Sí, varias veces en un pasillo, otra en una sala antigua más grande.
—¿Lo ve cuando está oscuro o hay poca luz? —pregunta el investigador, cada vez más curioso.
—No. Siempre lo he visto al atardecer, pero nunca cuando está completamente oscuro.
—De acuerdo, señora. ¿Qué otras cosas ha visto al respecto?
—Le he oído gemir y decir algo.
—¿Qué decía?
—No le entendí, su voz era muy tenue y débil, igual que su imagen —respondió la mujer.
—Está bien, señora ¿Qué más ha visto?
—Nada más. Eso es todo —respondió la mujer.
—Gracias por sus informaciones, señora. Si es necesario le haré más preguntas —dijo el investigador al tiempo que concluía la entrevista con la señora y se preparaba a entrevistar a otro testigo presente en la habitación.
—¿Y usted cómo llegó a verlo? —preguntó el investigador, dirigiéndose a otro testigo que también decía haber visto al fantasma.
—Supe por unos amigos de esta presencia en el palacio y lo he estado buscando.
—¿Por qué quería buscarlo? —preguntó curioso el investigador.
—Me interesaba verlo.
—¿Y qué vio?
—Más o menos lo que vio la señora, pero con algunos detalles más —respondió el testigo.
—¿Qué es lo que usted vio de más?
—Más bien le oí decir algo —respondió el testigo.
—¿Qué le oyó decir?
—Estaba preocupado por su esposa.
—¿Hablaba directamente con usted?
—Más que otra cosa, se lamentaba ante cualquiera que pudiera escucharlo —respondió el testigo.
—¿Se lamentaba de qué?
—De lo que le habían hecho y quería vengarse contra los traidores y conjurados que le habían atacado—respondió el testigo.
—¿Le dijo quién era su esposa?
—No, pero decía que debía apresurarse a defenderla, porque estaba en peligro en la habitación de al lado.
—¿Así que se preocupaba porque que su mujer estaba en peligro en la habitación contigua? —preguntó el investigador.
—Sí, más o menos se lamentaba de eso y pedía venganza contra los conjurados que habían hecho todo esto —explicó el testigo.
—¿Le dijo el fantasma qué habían hecho?
—No lo dijo, pero sabía bien quiénes eran los conjurados y reclamaba venganza contra ellos —respondió con firmeza el testigo.
—¿Le dijo quiénes eran los sicarios y conjurados?
—Sí. Y sabía quiénes eran los verdaderos instigadores.
—¿Quiénes eran? —preguntó curioso el investigador.
—No se lo voy a decir.
—¿Por qué?
—Es una larga historia y no creo que usted me entienda.
—No es así, pero respeto su parecer. En todo caso, ¿tiene alguna idea de quién podría ser la mujer a la que quería defender? —preguntó el investigador curioso.
—Sí. Era Catalina Sforza, en esa época señora de Imola y de Forlí —respondió el testigo.
—¿Y el fantasma quién sería por tanto? ¿Uno de sus tres maridos?

—Ese fantasma no era uno cualquiera de sus tres maridos, sino Girolamo Riario, primer marido de Catalina Sforza y sobrino del papa Sixto IV,
que fue asesinado en ese palacio hace 500 años por una conjura, mientras Catalina se encerraba y parapetaba en la habitación contigua y pedía ayuda desesperadamente. Es una historia que sigue sin aclararse y misteriosa en bastantes puntos hasta hoy —respondió de golpe el testigo.
El investigador quedó ligeramente sorprendido por algo de lo que acababa de oír y luego preguntó:
—¿Y no podía ser Jacopo Feo? ¿No fue él también marido de Catalina Sforza y murió en una emboscada por un golpe de espada en la cabeza?
—No. Era Riario y fue asesinado en ese palacio. Jacopo Feo fue asesinado en la calle en un lugar muy distante a ese, en mitad de la calle del actual corso Garibaldi, donde en su momento estaba el puente de los Morattini
—respondió el testigo.
—¿Y entonces por qué al fantasma le faltaba parte de la cabeza?
—Porque alguien se la había puesto así — respondió el testigo.
—¿Por qué razón iba a hacer una cosa así? —preguntó el investigador.
—Me parece usted un ingenuo. Puede haber muchos motivos en el mundo para poner así a alguien —respondió sonriendo el testigo.
—Dígalos.
—Ya le he dicho que es una larga historia.
—Intente resumirla —lo apremió el investigador.
—Está bien. Oficialmente Riario fue asesinado por la tarde en la Sala de las Ninfas de ese palacio por tres conjurados a los que consideraba amigos de confianza. Uno de ellos, mientras los demás esperaban fuera, entró con una excusa en aquella sala que ya no existe y lo apuñaló.
»Después de la primera puñalada, Riario cayó al suelo y trató de esconderse detrás de una mesilla, pero enseguida lo alcanzaron y liquidaron los otros dos conjurados, que lo sujetaron y apuñalaron hasta matarlo, mientras Catalina Sforza se parapetaba con unos sirvientes en la habitación de al lado y gritaba pidiendo ayuda.
»Después de cerca de media hora, fue arrojado de mala manera al exterior por la ventana por otros conjurados, que entretanto se habían apoderado del palacio comunal y su cuerpo fue despedazado por otros amotinados que gritaban libertad mientras lo arrastraban por la plaza —respondió el testigo de un tirón.
—Parece una historia muy fea —respondió el investigador, pensando en ella por un momento. Luego, tratando de intuir más o menos cómo pudieron haber pasado las cosas, añadió—: Por tanto, si lo he entendido bien, ¿podría ser que Riario, cuando fue arrojado por la ventana, cayera de cabeza como un peso muerto y se la rompiera?
—No. No he dicho eso ni tampoco me cuadra. Más bien creo que Riario cayó de pie y no de cabeza —explicó el testigo.
—¿Entonces cómo se produjo la fractura de la cabeza?
—Existen muchos modos de romperle al cabeza a alguien —respondió el testigo.
—Entonces, ¿cómo habrían pasado las cosas?
—Hay que conocer un poco otros hechos para entender bien todo.
—¿Y usted los conoce?
—Bastantes sí —respondió el testigo.
—¿Y cómo consiguió saber todas estas cosas? ¿Es que se las contó el fantasma? —preguntó sonriendo un poco el investigador.
—No. Soy hijo del hijo del hijo del hijo de gente de Forlí desde hace muchas generaciones y algo he heredado de ellos —respondió el testigo.
—Vamos… cómo puedo creerle… —El investigador sonrió de nuevo—. ¿Tal vez está intentando ocultarme la realidad?
—No.
—¿Entonces se lo ha contado todo el fantasma? —pregunta el investigador.
—No, él solo ha dicho algunas cosas. Otras, en cambio pasaron después de su muerte y tal vez tampoco él las sepa —explicó el testigo.
—¿Y usted sí las sabe?
—Ya le he dicho que bastantes sí.
—Perdone, pero ¿quién es el fantasma? ¿Usted o él? —preguntó en broma el investigador.
—Él, naturalmente.
—¿Y usted quién es?
—Un ciudadano de este lugar —respondió el testigo.
—¿Y cómo consiguió saber todo esto?
—Lo sé y basta —respondió el testigo, que no parecía querer entrar en detalles.
—¿Tal vez ha leído todo en libros de historia?
—Algunas cosas he tratado de comprobarlas en libros de historia, pero muchas no están escritas en ningún libro de historia —respondió el testigo.
—¿Y entonces cómo las sabe? —insistió el investigador.
—Ya se lo he dicho. Soy hijo del hijo del hijo de gente de estos lugares y he heredado algo…
—Es usted muy curioso. ¿Qué más le ha dicho el fantasma? —preguntó el investigador que cada vez se sentía más envuelto en esta historia.
—Prometía venganza y muerte a quien lo mató y le hizo todo esto.
—¡Usted le preguntó algo?
—Sí.
—Usted también es muy valiente. ¿Qué le preguntó?
—Le pregunté acerca de algunos detalles.
—¿Y qué le dijo?
—No me respondió.
—Espere un momento. ¿Realizó una sesión de espiritismo o algo similar para hacer esas preguntas? —preguntó el investigador, empezando a sospechar que debía haber ocurrido algo por el estilo.
—No, yo no. No soy espiritista —respondió el testigo.
—¿Entonces quiénes las han hecho?
—Muchas personas, por lo que sé, pero no han conseguido nada.
—¿Y por qué no están aquí entonces en su lugar?
—Ha pasado muchísimo tiempo y muchos ya han muerto —respondió el testigo.
—¿Quiénes eran?
—Prefiero no contarle eso tampoco.
—¿Por qué?
—Me temo que no lo entendería.
—Adelante… me lo puede decir con toda tranquilidad. Soy un investigador y he visto muchas cosas a lo largo de mi vida.
—Creo que yo he visto más, pero si eso es lo que quiere… —añadió en testigo.
—Eso quiero.
—Está bien, póngase cómodo, que la historia no es breve —dijo el testigo, mientras se preparaba para contar el resto de la historia.

No era la primera vez que alguien veía el fantasma de Girolamo Riario en el palacio comunal…
—dijo el testigo al investigador. Luego explicó—: Ya en el año 1500 se afirmaba que el lugar donde cayó Riario estaba manchado y sucio para siempre por su sangre y, casi doscientos años después, en torno a 1650, algunos cristianos llegaron a escribirlo.

»En el año 1700 había quienes hablaban del espíritu o alma de Riario y en el 1800 corrían algunas historias de cómo, a partir de su homicidio, su fantasma vagaba en busca de alguien.
»En la segunda mitad del siglo XIX se llegó a la culminación y varios grupos de espiritistas y masones dijeron estar en contacto, no solo con él, sino también con Catalina Sforza
y con algún otro que estuvo en la fortaleza de Ravaldino.

»En pocas palabras, después de su asesinato ocurrido en la Sala de las Ninfas, sala que fue destruida y ya no existe, ese fantasma fue visto más veces y en distintas épocas dando vueltas por el palacio, alguno incluso decía haberlo visto en la fortaleza de Ravaldino. Solo que la mayor parte de la gente prefería olvidarlo o callárselo todo.
»También la tercera ventana del primer piso contando desde la izquierda delante de la fachada del palacio comunal fue considerada maldita por muchos, porque algunos pensaban que fue desde allí desde donde fue arrojado Riario tras su asesinato, bajo una multitud que gritaba y que despedazó su cadáver. Pero esa no era la verdadera ventana desde la que fue arrojado Riario después de su asesinato.
—¿Y desde dónde fue arrojado? —preguntó el investigador.
—Desde otra ventana. Riario fue asesinado en la Sala de las Ninfas, pero luego su cuerpo se trasladó fuera y se llevó a otra sala.
—¿Y entonces cuál fue la ventana desde la que fue arrojado? —le interrumpió el investigador.
—La ventana estaba en la parte opuesta de la fachada del palacio, la tercera ventana contando desde la derecha.
—Pero esa es la ventana donde la mujer ha dicho haber visto bailar al fantasma —dijo estupefacto el investigador.
—Exactamente, esa mujer lo ha visto en esa ventana, solo que en realidad no estaba bailando —respondió sonriendo un poco el testigo.
—¿Entonces qué estaba haciendo?
—Es demasiado pronto para entenderlo, hay muchas otras cosas que debería saber antes —explicó el testigo al investigador.
—Está bien. Entonces, ¿la Sala de las Ninfas es aquella en la que se le vio bailar? —preguntó el investigador.
—No, esa era solo una ventana junto a la cual se trasladó su cadáver después de su muerte. La Sala de las Ninfas la destruyó su esposa Catalina Sforza después de su homicidio y hoy ya no existe.
—¿Y después de cinco siglos usted conoce aún detalles similares?
—A decir verdad, conozco muchos otros.
—Entiendo, continúe entonces —respondió el investigador.
—Volviendo a la ventana desde la que fue arrojado, el punto en que Riario cayó a la plaza permaneció señalado por mucho tiempo y muchas personas en todas las épocas y todos los siglos sabían esto. Solo que hoy pocos o nadie lo recuerda ya. Desde entonces muchas personas en todas las épocas dijeron haber visto su fantasma y alguno haberlo escuchado —explicó el testigo.
—¿Cómo sabe todo esto? —preguntó el investigador.
—Corre demasiado. Ya le he dicho que hay que saber otras cosas —respondió el testigo mientras se preparaba para contar más.

La Romaña hace cinco siglos
Mercado de Faenza a inicios de 1488. Un maestro de esgrima se acerca en medio de la plaza a un campesino adinerado de Forlí, que ha viajado al mercado de Faenza rodeado de amigos, para pedirle que entregue un libro de profecías a un cronista de Forlí

El maestro de esgrima llega delante del campesino y sus amigos y le pide en alta voz:
—Señor, necesito de vos un favor.
—¿Quién sois? —responde el campesino.
—Soy Cesare Scrimidore,

de Faenza y conozco desde hace mucho tiempo a Leone Cobelli,
pintor y cronista de vuestro ayuntamiento de Forlivio.

»Sé que lo conocéis bien y debo entregarle a través de vos una cosa que le debo desde hace mucho tiempo. Ambos os estaremos muy agradecidos por vuestro favor.
—Sí, Conozco bien al cronista Leone Cobelli. Decidme de qué se trata —respondió el campesino.
—Me pidió que le hiciera llegar personalmente este libro que me ha entregado un fraile adivino menor de San Francisco, y, al no tener la posibilidad de ir a Forolivio, os pido a vos, que sois amigo suyo, que se lo entreguéis en mi lugar —dijo el espadachín.
—Está bien. ¿Quién debo decirle que sois? —respondió el campesino.
—Decidle que soy un espadachín de Faenza y que le mando un libro de un fraile astrólogo para que sepa que el destino de vuestro señor y de vuestras tierras ya está predestinado, deseado y escrito en los cielos.
—¿Pero de qué destino celeste escrito estáis hablando, maestro de la espada? —intervino un escribano amigo del campesino.
—Señor, no os pongáis a pelear o discutir conmigo sobre las cosas decididas y queridas desde lo alto de las esferas celestes. Todo está escrito en este libro y no puedo decir nada más
—respondió el espadachín.
—No pretendo pelear ni discutir con vos delante de todos, pero sabed que muchos en Forlí saben bien lo que está ocurriendo en nuestras tierras y al conde Girolamo Riario. Y no necesitan ni de frailes adivinos ni de astrólogos para saber lo que está pasando en nuestra ciudad
—respondió el escribano.
—Estáis hablando de cosas que no conocéis. Debéis saber que este libro fue escrito hace diez años por un astrólogo de estas tierras y cuenta cosas que ya han pasado y otras que todavía tienen que pasar en el gobierno de vuestra ciudad hasta el año 1500.
—¿Y qué? Hay muchas profecías sobre estas tierras dominadas por los enemigos del conde Riario.
—Pues que narra cosas todavía destinadas a pasar, queridas por Dios y la mecánica celeste
— replicó el maestro de esgrima.
—Vos decís que fue escrito hace diez años. Vamos, decidme quién lo ha escrito. ¿Quién es el fraile que os lo ha entregado? —preguntó el escribano.
—Esto no es de vuestra incumbencia.
—Entonces apuesto a que ha sido el astrólogo Girolamo Manfredi,

fraile y astrólogo curandero, emparentado por su nombre con vuestros señores de Faenza, amigos de Florencia y enemigos de los Riario —respondió el escribano.
—Tampoco esto es de vuestra incumbencia, pero ¿qué importaría que fuera así? —respondió el espadachín.
—¿Quién ha pagado entonces a este fraile astrólogo para que haga este libro? Los astrólogos y los horóscopos cuestan bastante y alguien rico debe haberlo pagado —preguntó aún más crítico el escribano.
—Tampoco sé esto, pero no pretendo discutirlo con vos. Pero si intentáis decir que soy un ciurmadore
y queréis averiguar la verdad en una giusta d'arme
, estoy dispuesto a ello —respondió el maestro de esgrima.
—Soy escribano y no pretendo decir que seáis un estafador, ni pretendo pelearme con vos en una justa de armas, solo quiero saber de vos cómo estaban las cosas para tomar nota para mí y mis ciudadanos —El escribano bajó la voz.
—Entonces dejad hacer esto al cronista Leone Cobello y terminemos la conversación, que es mejor así —concluyó el maestro de esgrima con el escribano.
—Vos —ordenó el esgrimista al campesino—, tomad este libro y entregadlo al maestro Leone Cobelloy él sabrá qué hacer. Os agradeceremos todo lo que hagáis.
—Está bien, no nos peleemos por esto —dijo el campesino, tomando el libro y dándose la vuelta para ponerlo en un lugar seguro de su bolsa de viaje—Escuchad, ¿cómo habéis dicho que os llamabais? —preguntó el campesino volviéndose a girar hacia el espadachín, pero este ya se había ido en silencio entre el bullicio del mercado.

—Una vez llegado a Forlí, el campesino entregó al cronista Leone Cobelli el libro y se lo contó todo, pero Cobelli, por mucho que esforzara en recordar quién podía ser el espadachín y ese fraile, dijo no recordar a nadie que le hubiera prometido algo parecido. En todo caso, el cronista Cobelli también era astrólogo y tuvo en gran consideración esas profecías.
»Y en cuanto aparecía en el cielo cualquier señal extraña, escribía que había llegado de Faenza y se había visto encima del convento de los frailes franciscanos —concluyó la explicación de su relato el testigo.
El investigador le había escuchado atentamente y preguntó:
—En pocas palabras, ¿quiere decir que el libro lo escribieron los asesinos de Riario para preparar a la gente de Forlí ante su muerte y hacer creer al pueblo que era alguien destinado a morir?
—Algo parecido, pero mejor planificado. En realidad, se ordenó un libro similar diez años antes en el entorno de Lorenzo de Médicis y este contenía el modo y la manera en que debía morir Riario —respondió el testigo.
—¿Lorenzo de Médicis? ¿Lorenzo el Magnífico? —preguntó sorprendido el investigador.
—Él mismo.
—¿Qué tenía contra Riario? —preguntó el investigador.
—Mucho, para empezar, fue un ajuste de cuentas entre ellos.
—Pero ¿qué me está contando?
—Le cuento que eso es lo que pasó. Todo empezó cuando al papa Sixto IV y a su sobrino Girolamo Riario se les metió en la cabeza tomar Florencia para derrocar a Lorenzo de Médicis y su hermano Juliano.
—¿Y luego?
—Luego no encontraron nada mejor que tratar de asesinarlos juntos durante una misa solemne en la catedral de Florencia, donde dejaron sobre charco de sangre a Juliano de Médicis, mientras Lorenzo el Magnífico conseguía salvarse encerrándose en una sacristía.
—¿Está hablando de la conjura de los Pazzi? —preguntó el investigador.
—Esa misma, y la organizaron Roma y el papa, Riario y sus secuaces durante una misa en la catedral de Florencia —respondió el testigo. Luego añadió—: Las repercusiones, el desprecio y el resentimiento por lo que habían organizado un papa y su sobrino en una iglesia durante una misa pública fueron enormes incluso para esa época. Y la reacción y la venganza de los florentinos y de Lorenzo de Médicis, fue igualmente proporcional a lo que había pasado, hasta el punto de crear una compañía de sicarios o matarifes con el objetivo de hacer una lista de las personas implicadas, para vengarse de los conjurados que habían tomado parte en ese atentado.
—¿Y Riario? —preguntó el investigador.
—Riario encabezaba la lista.
—¿Y qué diferencia había entre una compañía de sicarios y una de matarifes? —preguntó el investigador.
—No mucha. Entonces los sicarios eran considerados asesinos al servicio de alguien, mientras que los matarifes eran vengadores secretos con la misión de ajustar cuentas y vengar las acciones de conjurados y asesinos. Pero, aparte de estos pequeños detalles, ambos hacían más o menos las mismas cosas y actuaban de una manera muy similar —respondió el testigo.
—¿Entonces ese libro de profecías decía la verdad? —preguntó de nuevo el investigador.
—Solo en parte, porque no había nacido como un verdadero libro de profecías propiamente, sino como una especie de broma en versos macabros que escarnecía y narraba el fin que debía haber tenido Riario y la suerte que le aguardaba en Forlí inmediatamente después de su muerte —respondió el testigo.
—¿De dónde venía ese libro?
—En principio venía de Florencia y narraba hechos y cosas que debían pasar a Girolamo Riario y a nuestra ciudad hasta 1500. Pero no eran otra cosa que los planes de venganza y de conquista de Forlí por parte de Florencia, camuflados entre versos y profecías, para vengarse del atentado de los Pazzi de Florencia.
—¿Y ese fraile y ese astrólogo qué tenían que ver?
—Esos versos florentinos los encargaron a algunos frailes de Florencia y alrededores, como propaganda política habitual de la época. Así narraban y hacían saber al vulgo de aquellos lugares el fin que debían dar a los enemigos de Florencia. Después de un poco, también se lo encargaron a un prestigioso y conocido astrólogo de la Romaña, a fin de que leyera en las estrellas y explicara científicamente a todos lo que iban a hacer los sicarios de los Médicis, porque en esa época el vulgo consideraba a la astrología una ciencia.
—Increíble —respondió el investigador.
—No tanto. En realidad, se trataba de la propaganda negra preparatoria habitual, seguida por la política de conquista militar de la época —explicó el testigo.
—¿Y luego qué sucedió?
—Luego, a la vista de que pasaban los años y no ocurría nada de lo que decían la estrellas, alguien ordenó a la Compañía de matarifes que hiciera aquello que estaba también escrito en algún lugar de los cielos, pero que, por diversos motivos, no acababa de pasar en la tierra —explicó el testigo.
—En cuanto a Riario, ¿quién era…? —trató de preguntar el investigador.
—Girolamo Riario era quien había organizado el asesinato de los Médicis por cuenta de su tío, el papa Sixto IV. Y debía tomar el mando de Florencia en lugar de Lorenzo el Magnífico una vez asesinado. Y es por esto por lo que había acabado encabezando la lista de esa compañía de matarifes, o sicarios, si lo prefiere —explicó el testigo.
—Pero ¿por qué razón había tratado Riario de hacer algo así? —preguntó el investigador.
—Por varios motivos. Uno, porque era capitán general de la Iglesia
y el papa le había ordenado tomar Florencia. El otro, porque a él también le interesaba tomar Florencia para unirla a sus señoríos de Imola y Forlí y crear así un gran ducado único, añadiendo también Faenza, entonces aliada de Florencia, que se interponía entre Imola y Forlí. Ese plan fracasó y solo murió Juliano de Médicis, mientras que Lorenzo el Magnífico se salvó del ataque de dos sacerdotes sicarios y el resto pronto lo entenderá a medida que se lo vaya explicando —respondió el testigo.
—Continúe entonces —asintió el investigador.
—Volviendo al libro de la profecía, antes de la muerte de Riario, se encontraron sobre una columna del altar mayor de la iglesia de San Mercuriale de Forlíunas inscripciones misteriosas en griego que aludían a algo, y esto hizo sospechar a algunos.
—¿A qué aludían esos escritos de la iglesia?
—Según muchas personas de la época, aludían a su muerte. Sin embargo, el cronista Leone Cobelli tomó ese libro en verso que le habían entregado, escribió algo titubeante y habló por ahí haciendo también propaganda a los enemigos. Pero algunos sospecharon que era un truco de los conjurados para ocultar el homicidio que estaban preparando y sepultar a Riario bajo una especie de damnatio memoriae
—explicó el testigo.
—¿Qué es una damnatio memoriae? —preguntó el investigador.

Damnatio memoriae La condena a ser olvidado por la historia
—¿Se ha preguntado alguna vez por qué de algunos se saben muchas cosas y hechos, mientras que de otros solo se sabe que existieron o que les pasó algo, pero poco a nada de ellos o de lo que les pasó de verdad? —preguntó el testigo al investigador.
—Sí, pero pienso que se debe al hecho de que el lugar en que vivía o donde sucedió algo no había buenos escritores o cronistas que decidieran escribir los acontecimientos. Y así se acabó perdiendo el recuerdo de algo o de algún personaje —respondió el investigador.
—Podría ser así en unos pocos casos, pero lo ha dicho correctamente al acabar la respuesta: se acaba perdiendo el recuerdo de alguien o de algo.
—Bueno, eso también puede ser por causas diversas —replicó el investigador.
—Sí, es posible. Pero también existen algunas maneras de hacer que esto suceda. Es imposible que ocurra algo en un lugar y que nadie vea que ha pasado algo y se olvide del todo, a menos que alguno se ocupe de que se olvide todo o haga que de alguna manera todos los demás olviden todo —respondió el testigo.
—Le escucho, continúe.
—Al contrario que otros acontecimientos y personajes del pasado, de Riario y sus empresas no queda casi nada, incluida la mayor parte de los documentos oficiales que escribió y firmó. Tampoco los recuerdos, las palabras y las historias que habitualmente se transmiten oralmente parecen ya existir en el caso de Riario, mientras que, por ejemplo, de su esposa, Catalina Sforza, quedan cartas, relatos escritos, palabras y recuerdos que persisten en el tiempo.
—¿Y cuál es la razón?
—Damnatio Memoriae la llamaban los latinos. Era una condena a ser olvidado y eliminado del recuerdo histórico de todos. Una práctica habitual entre romanos y egipcios desde hacía tiempo y que también se usó después de ellos para eliminar a alguien de la historia —explicó el testigo. Luego añadió—: En la práctica, se eliminaban todos los recuerdos y cosas que la persona hubiera hecho en vida. Todos sus escritos, todas las imágenes en las que estuviera retratado, todas sus insignias y cualquier cosa que la recordase. Si se habían acuñado monedas con su nombre e imagen, estaba prohibido usarlas y tenían que entregarse para fundirlas o acuñarlas con otra forma.
»Incluso sus propiedades se demolían hasta los cimientos o se despojaban de cualquier recuerdo y eso es lo que hicieron con Riario. Y también lo que luego hizo Catalina Sforza con los asesinos de Riario: se apoderó y arrasó hasta los cimientos sus casas y propiedades, para que desapareciera todo recuerdo de ellos y se eliminaran y olvidaran también en la historia.
—¿Y dónde están escritas ahora estas cosas? —preguntó el investigador.
—No tengo ni idea de dónde están escritas ahora. Pero puedo decirle dónde estaban escritas entonces.
—Dígamelo.
—El cronista Leone Cobelli escribió algunas en sus crónicas y, si mira su correspondencia original, verá que algunas páginas están arrancadas justo en el punto en que habla de hechos de Caterina y Riario. Y también otro escritor y cronista de Forlí, hoy prácticamente desconocido, Guido Peppo, llamado de la Estrella, tuvo el mismo final y hoy sus escritos ya no existen. Este escribió muchos libros de historia que contaban muchos hechos y crónicas acaecidos en la Romaña, pero todos sus escritos desaparecieron tras su muerte, porque había sido amigo y cronista de Riario y tal vez también por algún otro motivo —explicó el testigo.
—Quién era este Guido Peppo, llamado de la Estrella?
—Un escritor y médico curandero de Forlí, capaz de leer y traducir como pocos el hebreo antiguo y el griego.
—¿Y todo esto se lo susurró un fantasma en los oídos? —preguntó el investigador.
—No, el primero que me lo contó fue mi bisabuelo cuando tenía once años —respondió el testigo.
—¿Su bisabuelo le explicó todas estas cosas cuando tenía once años? —preguntó incrédulo el investigador.
—Aunque le parezca extraño, es así.

¿Quiere explicarme mejor quién es usted y qué le ha pasado?
—preguntó cada vez con mayor curiosidad el investigador.
—Mi apellido es hoy Plaxxxxx y los antepasados de mi familia en los tiempos de Riario eran nobles y favorables al papado, pero entonces teníamos otro apellido y nos llamábamos Paoxxxxx. Teníamos vivienda y negocios en Imola y Forlí por concesión pontificia y luego algunos miembros de mi familia tomaron parte junto a otras familias de Forlí en la conjura contra Riario y fueron considerados traidores, mientras que otros miembros de la familia se mantuvieron fieles.
»Es por eso que mis antepasados se vieron obligados a cambiar el apellido a Plaxxxxx: para diferenciarse de la familia original que no había traicionado la confianza recibida, y siguieron siendo una familia noble. Luego, con el paso de los siglos, pasamos de ser nobles en decadencia a administradores y funcionarios ciudadanos y poco a poco a simples empleados trabajadores de todo tipo aquí, en la Romaña.
—¿Todos aquí? —preguntó el investigador.
—Tal vez le parezca poco, pero le aseguro que ser de una casa sin memoria y caduca es también una condena al olvido —explicó el testigo.
—Podría ser verdad, pero usted ha tratado de recordar y mantener vivas muchas cosas y no me parece un desmemoriado.
—Sí, pero muchos en mi familia se han convertido en eso desde hace mucho. Y podría ser que no baste con que yo recuerde todo para rescatar, redimir y elevar nuestros destinos.
—¿Tiene muchos parientes?
—Tengo muchos parientes. Pero la mayoría tienen un apellido similar al mío y no saben ya quiénes fueron una vez ni que éramos parientes.
—Trate de explicárselo o decírselo de algún modo —dijo el investigador.
—Por favor. La mayoría no sabría ni siquiera de qué hablo y a otros no les interesaría tampoco recordar. Los hombres crean solos sus propias prisiones.
—Tal vez tenga razón —dijo el investigador, tras pensarlo un momento. Luego añadió—: Continúe, por favor.
—Al final del siglo XVIII, un antepasado mío con ideas ilustradas se convirtió en funcionario colaboracionista con los jacobinos del gobierno napoleónico, entonces establecidos en Forlí, y escribió también algunas relaciones e indagaciones sobre nuestra población para su administración.
»Este formaba parte de un grupo masónico esotérico con algunos funcionarios napoleónicos y empezó a estudiar mesmerismo,
que en Francia entonces había enraizado con fuerza.
—Continúe —le animó el investigador.
—Estos solían reunirse de noche con franceses en algunas salas de palacio comunal y trataban de mesmerizar a muchas personas para ver qué había pasado en esos lugares. Mi antepasado ilustrado transcribió asimismo algunas cosas de lo que averiguó durante esos experimentos.
—¿Mesmerizar? ¿La práctica hipnótica descubierta por Anton Mesmer? —preguntó estupefacto el investigador.
—No exactamente. Mesmerizar no era como hipnotizar y adormecer a alguien, sino que equivalía a magnetizar o sintonizar, como diríamos hoy, a una persona con alguien o algo.
—Nunca lo había oído de antes —respondió sorprendido el investigador.
—Depende de por cuánto tiempo entienda antes. Existía en los tiempos de Mozart y hace solo un siglo todavía se oía hablar de esta práctica. Hoy ya no se utiliza, pero entonces se usaba para poner a una persona en comunicación con un lugar o con otra persona.
—Me da escalofríos solo pensarlo. En todo caso, ¿qué pasó? —preguntó el investigador.
—Averiguó que algunas personas mesmerizadas contaron qué había pasado y cómo habían sido algunas cosas en siglos anteriores, mientras otros revivieron detalles de lo que había pasado y lo contaron sin ambages.
—¿Quiénes eran estas personas?
—Algunos eran jacobinos de Forlí favorables al gobierno napoleónico que se estableció por tiempo breve en la ciudad, otros simples ciudadanos y funcionarios, otros eran, por el contrario, militares franceses.
—Continúe.
—Hubo personas que contaron muchos detalles, otras que revivieron cosas pasadas, otros, por el contrario, eran un poco reticentes y estaban asustados y contaron poco o nada —explicó el testigo.
—¿Y su bisabuelo le contó todo esto cuando tenía once años? —preguntó el investigador.
—No. Mi bisabuelo no había nacido aún en esos tiempos, pero supo por su padre lo que había pasado en esos lugares y me contó lo que habían hecho y lo que todavía sabía.
—¿Por tanto, sus descendientes se contaron con el tiempo de padres a hijos lo que sabían y muchas de estas cosas han llegado desde sus antepasados hasta algunos de ustedes? —preguntó el investigador.
—Prácticamente sí.
—Continúe —dijo el investigador.
—Pasado el gobierno napoleónico, mi antepasado jacobino se convirtió en funcionario del ayuntamiento de Forlí y murió asesinado por un presunto hijo ilegítimo en 1830.
»Muchos años después, su nieto se convirtió en guarda de los almacenes comunales que se encontraban entonces en la planta baja del patio del palacio comunal. Y también él, siguiendo los pasos de nuestros antepasados, hizo investigaciones esotéricas con otras personas hacia finales del siglo XIX.
—¿Solo hicieron investigaciones esotéricas o hicieron algo más? —preguntó el investigador.
—Hicieron también otras cosas. Así, entretanto hicieron algunas sesiones espiritistas en la fortaleza de Ravaldino, o sea, la fortaleza de Riario y Catalina Sforza, de la cual tenían las llaves de acceso —respondió el testigo.
—¿Sesiones espiritistas a finales del siglo XIX? —preguntó el investigador.
—De verdad. Ese fue el periodo del máximo esplendor de esas cosas en todo el mundo.
—Es verdad, pero ¿qué paso finalmente con todas esas sesiones de mesmerismo y espiritismo? —preguntó el investigador.
—Sucedió que trataron de llamar a diversos personajes, y no solo a Riario, para que les contaran nuevas cosas y muchos detalles.
—¿A quiénes invocaron?
—A varias personas. Una fue Catalina Sforza, los otros eran ciertos personajes de Forlí. Entre otras cosas, después de aquellas sesiones, en la fortaleza de Ravaldino se manifestaron los espíritus de algunos oficiales franceses y jacobinos italianos que, ochenta años antes, durante el reino napoleónico-jacobino habían realizado sesiones de mesmerismo dentro de esa fortaleza, que usaban entonces como cuartel para los soldados franceses —explicó el testigo.
—¿Quiénes eran?
—Eran militares franceses y algunos funcionarios de Forlí de la época napoleónica. Es un hecho que ochenta años después, cuando llegó la moda del espiritismo, otros ciudadanos, hacia finales del siglo XIX, empezaron a tratar de invocar a personas de todo tipo para descubrir qué había pasado.
—Y estas personas que hicieron las sesiones de espiritismo ochenta años después de la caída de Napoleón, ¿quiénes eran? —preguntó el investigador.
—No le diré los nombres, pero algunos eran ciudadanos de diversos tipos. Otros, exgaribaldinos y republicanos. El guarda del castillo que tomó parte en todo esto era mi antepasado y en 1957, cuando yo tenía once años, mi bisabuelo me contó mucho de lo que entonces supieron y descubrieron.
—¿Y qué descubrieron?
—Muchas cosas sobre Riario y Catalina Sforza —respondió el testigo.
—Está bien. Continúe hablándome de Riario y de Catalina Sforza —pide el investigador cada vez más atento y curioso por el relato de ese testigo.

¿Quién era Girolamo Riario y cómo llegó a la Romaña?
El testigo empieza a narrar:
—Girolamo Riario nació en Savona, su tío era el papa Sixto IV. Así, se convirtió en conde de Imola y Bagnara di Romagna por voluntad de su tío, que le regaló esas tierras.
»Además, Girolamo tenía un hermano, Pietro Riario, quien, también gracias a su tío o, según algunos, su padre,
se convierte muy joven en cardenal y obtiene multitud de cargos eclesiásticos y la dirección de numerosos monasterios.
»Oficialmente, su hermano era cardenal, arzobispo, legado pontificio y muchos otros cargos. Era tan rico como joven y no se llegaba a saber cuántas influencias gestionaba ni cuántos bienes poseía.
»Por dar un ejemplo, con solo veintiséis años sus rentas anuales llegaban a sesenta mil ducados, que por aquel entonces era una cifra enorme.
—Según algunos, también era un poco disoluto y lujurioso, pero yo sería cauto con esto —concluyó el testigo.
—¿Por qué?
—Porque también él fue objeto, junto a Sixto IV, de otra especie de damnatio memoria que consistía en denostarlos. Solo que él y su tío formaban parte de la Iglesia y entonces era más difícil que les atacaran aquellos que se ocupaban de estas cosas.
»Para empezar, le implicaron en ciertos tráficos de influencias políticas y dio en Roma algunas fiestas históricas, que, por coste y trabajo, dejaban a las antiguas romanas a la altura del betún, pero no parece que fuera un atontado disoluto, como algunos quisieron presentarlo. Igual que su hermano y su tío, fue un ferviente protector y observador de la regla franciscana. Murió repentinamente con solo 28 años, algunos dicen que envenenado o por una indigestión causada por sus muchas juergas y sus memorables fiestas que pasaron a la historia, pero más bien parece que enfermó durante un viaje —explicó el testigo.
—Así que, tras la muerte de Pietro Riario, Girolamo heredó también el poder económico y eclesiástico de su hermano, convirtiéndose en administrador y gestor también de los bienes de este, hasta el punto de que la apodaron el «Archipapa», frente al apodo de «Antipapa», que entonces recibían las personas enemigas del papa.
»Probablemente en ese momento Riario se convierte en uno de los hombres más ricos de Italia, pero Girolamo era más prudente y estaba más atento a la gestión de los dineros que su hermano Pietro, hasta el punto de no se permitía banquetes ni placeres, salvo el de la caza.
»Girolamo Riario no tenía vicios, de hecho era de temperamento valiente, pero con un carácter algo reservado y, aunque, como su tío, fue un protector de los franciscanos, era más adecuado para las armas que para la iglesia.
»Así, tres años después de la muerte del cardenal Pietro Riario, el papa Sixto IV se cubrió las espaldas y nombró cardenal al primo de Girolamo, Raffaele Riario, que tenía apenas 17 años.
»Este nuevo cardenal, junto a Girolamo, rehacía una pareja de sobrinos dedicados al servicio de Sixto IV.
»El papa hizo un buen uso de ambos, uno como su mano derecha en las cuestiones diplomáticas y espirituales y el otro en las cuestiones políticas y militares. Así usó a ambos en la lucha por la caída de los Médicis y la conquista de Florencia.
»Florencia era entonces una ciudad muy hermosa y rica, enfrentada a la Iglesia, que veía en los Médicis sus principales enemigos y en los Pazzi, otra familia noble florentina, sus principales aliados.
»Los Médicis se habían hecho muy ricos y nobles gracias a sus bancos de crédito, mientras que los Pazzi eran algo menos ricos, pero más nobles desde hacía siglos y fieles a la Iglesia.
»En particular, los Pazzi se vanagloriaban de descender de Pazzino de Pazzi, un caballero que había participado en la primera cruzada y, con las manos desnudas, había sido el primero en escalar las murallas de Jerusalén, abriendo así el paso a todos los demás para la conquista de la ciudad.
»De vuelta a Florencia, con tres fragmentos de piedra del santo sepulcro, recibió un regalo por su empresa y fue festejado con honores y glorias solemnes por todos los florentinos. Y desde entonces su familia fue considerada noble y al servicio de la Iglesia.
»Estos fueron igualmente los principales aliados del papa Sixto IV para tratar de hacer caer a los Médicis y conquistar Florencia por parte de Riario, con la célebre conjura de los Pazzi
—concluyó su explicación el testigo.

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