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El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5)
L. G. Castillo
No ajeno al dolor causado por su existencia, Jeremy se había acostumbrado a las repercusiones de ser el arcángel de la muerte. Pero cuando su deber provoca el odio de una mujer que jamás podrá tener, le persigue un dolor que corta más que la hoja de cualquier espada. Pese a que el Cielo está a punto de entrar en guerra, Jeremy desafía la orden de quedarse junto a sus hermanos y regresa a Kauai con la esperanza de encontrar consuelo en la admiración de sus amigos humanos. Sin embargo, lo que encuentra no tiene nada que ver con lo que esperaba. Las viejas heridas sanan muy lentamente y es difícil que Leilani le perdone por haberles abandonado. Dividido entre las tentadoras promesas y la amenaza de una batalla campal, Jeremy se ve forzado a buscar respuestas donde nunca antes se habría atrevido a hacerlo: en un enemigo de gran poder. ¿Será capaz de resistirse a los cantos de sirena procedentes de la oscuridad? ¿O se verá forzado a observar mientras su amor se convierte en cenizas? El final épico de la serie El ángel roto. No ajeno al dolor causado por su existencia, Jeremy se había acostumbrado a las repercusiones de ser el arcángel de la muerte. Pero cuando su deber provoca el odio de una mujer que jamás podrá tener, le persigue un dolor que corta más que la hoja de cualquier espada. Pese a que el Cielo está a punto de entrar en guerra, Jeremy desafía la orden de quedarse junto a sus hermanos y regresa a Kauai con la esperanza de encontrar consuelo en la admiración de sus amigos humanos. Sin embargo, lo que encuentra no tiene nada que ver con lo que esperaba. Las viejas heridas sanan muy lentamente y es difícil que Leilani le perdone por haberles abandonado. Dividido entre las tentadoras promesas y la amenaza de una batalla campal, Jeremy se ve forzado a buscar respuestas donde nunca antes se habría atrevido a hacerlo: en un enemigo de gran poder. ¿Será capaz de resistirse a los cantos de sirena procedentes de la oscuridad? ¿O se verá forzado a observar mientras su amor se convierte en cenizas?


El Ángel Dorado
“El Ángel Dorado (El ángel roto 5)”
Escrito por L.G. Castillo.
Copyright © 2019 L.G. Castillo.
Todos los derechos reservados.
Traducido por Teresa Cano.
Diseño de portada Mae I Design (http://www.MaeIDesign.com).

Índice
Capítulo 1 (#u5de39e5d-a0f0-57bd-947e-066d803bf8ca)
Capítulo 2 (#u8bf0a803-82a9-5610-8b75-9f6902ba26ba)
Capítulo 3 (#u02657a06-bdc7-505c-8b68-67acd846cdf0)
Capítulo 4 (#ufb3b055f-b674-5af5-9dd8-aa0c48a4a0db)
Capítulo 5 (#u4e1792fd-2584-5bf2-a4ef-9749aa86262c)
Capítulo 6 (#uf0bc23d6-0396-5eb6-8854-b59e59b90df7)
Capítulo 7 (#ue3780bb7-16c9-50bd-b0d4-d78497c17df7)
Capítulo 8 (#litres_trial_promo)
Capítulo 9 (#litres_trial_promo)
Capítulo 10 (#litres_trial_promo)
Capítulo 11 (#litres_trial_promo)
Capítulo 12 (#litres_trial_promo)
Capítulo 13 (#litres_trial_promo)
Capítulo 14 (#litres_trial_promo)
Capítulo 15 (#litres_trial_promo)
Capítulo 16 (#litres_trial_promo)
Capítulo 17 (#litres_trial_promo)
Capítulo 18 (#litres_trial_promo)
Capítulo 19 (#litres_trial_promo)
Capítulo 20 (#litres_trial_promo)
Capítulo 21 (#litres_trial_promo)
Capítulo 22 (#litres_trial_promo)
Capítulo 23 (#litres_trial_promo)
Capítulo 24 (#litres_trial_promo)
Capítulo 25 (#litres_trial_promo)
Capítulo 26 (#litres_trial_promo)
Capítulo 27 (#litres_trial_promo)
Capítulo 28 (#litres_trial_promo)
Capítulo 29 (#litres_trial_promo)
Capítulo 30 (#litres_trial_promo)
Epílogo (#litres_trial_promo)
Libros de L.G. Castillo (#litres_trial_promo)

1
Leilani sintió un tembleque en el ojo derecho. Estaba segurísima de que se le iba a salir de la cuenca en los próximos diez segundos, cinco si Candy no cerraba la boca.
—Mi padre es daltónico o algo así. O sea, ¿en serio? Le dije que lo quería en rosa metalizado. ¿Para qué se molesta en preguntarme el color del Porche Baxter que quiero si luego no me lo va a conseguir? Me refiero a que, en serio, míralo.
Candy hizo un gesto rápido con la muñeca, salpicando gotas de agua al señalar a la ventana con un tenedor húmedo.
—¿A ti te parece que eso sea rosa metalizado? Ni se le acerca.
Leilani agarró el cuchillo de la carne que había estado limpiando, mientras el ojo le temblaba aún más rápido.
«Tendría que haberme quedado con la limpieza de los servicios». Cualquier cosa era mejor que seguir escuchando a Candy hablar una y otra vez sobre el maldito coche deportivo.
—Estás muy callada hoy. ¿Es que no vas a decir nada sobre mi regalo de cumpleaños?
Si Candy batía esas pestañas postizas una sola vez más, Leilani juró que lo haría...
«Necesito este trabajo. Necesito este trabajo. Piensa en Sammy».
Luciendo la más dulce de sus sonrisas, Leilani colocó cuidadosamente el cuchillo en la bandeja junto a los otros cubiertos. Uno de los ayudantes de camarero se los llevó rápidamente y dejó la bandeja sobre el mostrador.
—Es bonito —dijo con voz chillona mientras miraba la pesadilla rosa que se encontraba estacionada en los aparcamientos donde solía estar el puesto de tacos Sammy—. ¿Sabes? Algunas no tenemos la suerte de tener un regalo tan bonito como ese.
—Sí, tal vez. —Candy se echó sobre el mostrador, enrollándose un mechón de pelo en el dedo—. Supongo. Podría ser peor. O sea, podría no tener coche y que me tuvieran que llevar a todos lados, como a ti.
«No acaba de decir eso. ¿Dónde ha ido ese ayudante de camarero?»
—No te ofendas, Leilani. Me refería a que es estupendo que seas tan... eh... autosuficiente, especialmente después de la muerte de tu madre y tu padrastro y todo eso.
Apretó los puños, lista para darle un puñetazo a Candy si no cerraba el pico de una vez. De hecho, ni siquiera podía creer que fuera amiga de esa chica. Hacía tiempo, Candy era una chica guay. Entonces un día... ¡Pum! Aparecieron las tetas y el cerebro desapareció.
—No me ofendes. —Se tragó la ira y el orgullo. Pese a ser una Barbie cabeza hueca, si no fuera sido por Candy y por su padre, nunca habría conseguido el trabajo. Fue idea de Candy preguntarle a su padre si podía darle trabajo a Leilani en el restaurante. Aunque ella pensaba que lo hacía más por culpabilidad que por amistad. Solo unos meses después de que sus padres murieran, derribaron el puesto de tacos Sammy y pusieron un cartel anunciando el Restaurante y Resort Hu Beach.
—Oye, ¿sabes qué? Te dejo mi coche para que lo pruebes. Te gustará. Pero asegúrate de darte una ducha antes de cogerlo. Los asientos son de un cuero especial.
Ignorando el paseo en coche que Candy le proponía, Leilani se frotó el pecho. El dolor continuaba ahí. Siempre estaba ahí. Desde el mismo día en que se despertó en el hospital y vio el rostro de la tía Anela, un inmenso dolor se instaló en su pecho.
Tiene gracia cómo las cosas que una vez odiaste de repente se convierten en las cosas que más deseas.
Tras la muerte de sus padres, se encontró sentada sola en el puesto, deseando tener su antiguo trabajo. Deseaba que su madre saliera de la cocina bromeando sobre su corte de pelo y la fastidiara con el tema de las mesas. Deseaba que su padrastro apareciera barriendo el suelo y se acercara sigilosamente a su madre por detrás para agarrarla por la cintura y darle una vuelta en el aire. Deseaba poner los ojos en blanco cuando este besara a su madre intensamente y Sammy gritara "¡Eh! ¡Viejos!".
«Los deseos son sueños que jamás se hacen realidad».
Cogió una bayeta y secó enérgicamente el ya limpio mostrador, luchando contra el escozor de sus ojos.
Fue una estúpida al pensar que podría sacar adelante el puesto de tacos con la ayuda de la tía Anela. La realidad le abofeteó en la cara cuando averiguó que su padrastro tenía una enorme hipoteca y una deuda espectacular. Además, la tía Anela vivía gracias a una ayuda estatal. Apenas tenían lo justo para mantenerse. ¿Y qué banco iba a hacer un préstamo a una chica de quince años?
Sí, eso fue muy estúpido. Desear, soñar. Ya se había acabado toda esa tontería de niña pequeña.
—¡Dios mío! —Candy se inclinó y le susurró—: Hablando de ser una chica afortunada. Kai te lleva a casa todas las noches.
Kai estaba junto a la puerta de la cocina, vestido con su traje de la danza del fuego. Sus enormes bíceps exhibían su fuerza mientras se ajustaba el haku lei, un tocado hecho de hierba.
Candy batió las pestañas tan deprisa que estuvieron a punto de despegarse.
La verdad era que no podía culpar a Candy por babear por Kai. Un montón de chicas caían rendidas a sus pies cada vez que le veían, especialmente cuando llevaba el malo rojo, un pareo que dejaba al descubierto sus musculadas piernas.
Era todo músculo y la verdad era que había trabajado muy duro para conseguirlo. Entrenaba todos los días en el jardín levantando pesas y haciendo flexiones con Sammy como entrenador personal.
Se rió entre dientes al recordar como Sammy se subía en su espalda a contar, mientras Kai le levantaba por encima de la cabeza. Si no fuera sido porque Kai le pidió a Sammy que le ayudara con el entrenamiento, Sammy probablemente se habría quedado sentado en el salón viendo la tele sin ni siquiera prestar atención a lo que veía.
—Te queda muy bien el traje nuevo. Sabía que lo haría. ¡Oh! ¡Me encanta el tatu! —Candy pasó los dedos con sus uñas rojas sobre el tribal que Kai llevaba tatuado en la parte superior del brazo.
Él frunció el ceño. —Entonces, ¿esto fue idea tuya? ¿Pediste el tamaño microscópico o algo?
—No seas tonto. Fue idea mía y tenía razón. Te queda fabuloso.
Leilani puso los ojos en blanco. Si Candy le miraba boquiabierta un poco más, se le iban a salir los ojos de las órbitas.
Mmm... Pensándolo bien. Tal vez podría pedirle a Kai que flexionara los músculos solo un poquito más.
—Es demasiado pequeño y compacto. Apenas puedo moverme con esta cosa. —Dio un tirón del malo, sintiéndose todavía más incómodo.
—Yo puedo ayudarte con los temas de vestuario cuando quieras.
¡Santo Cielo! Esa loca estaba ligando con él. Kai era el típico bailarín de fuego que tenía esa chispa de chico malo y atraía a Candy y a todas las chicas que estaban a un radio de quince kilómetros. Pero para Leilani solo era Chucky.
—¿Qué te ocurre, Leilani? —preguntó Kai, ignorando a Candy.
«Que voy a vomitar».
—Nada. —Puso una sonrisa. A lo largo de los años había conseguido ser realmente buena a la hora de fingir sonrisas.
—¡Oye, Candy! Tranquila. Puedo arreglármelas solo —dijo, separándole las manos de su malo antes de volver a dirigir su atención a Leilani—. ¿A qué hora termina tu turno? —le preguntó.
—¡Bien! —Candy resolló mientras se dirigía hacia la cocina—. El espectáculo comienza en quince minutos, Leilani.
—Vas a hacer que me despidan, Kai —dijo Leilani cuando Candy hubo desaparecido.
—Ladra pero no muerde. No te preocupes. Yo te cubro. Entonces, ¿cuándo acaba tu turno?
—Justo después del espectáculo.
—Vale. ¿Me esperas en los aparcamientos?
—Sí, claro. —Ella le hizo un gesto con la mano para que se fuera con los demás bailarines, que estaban haciendo un último ensayo. Cuando se fue, se quitó el delantal y lo arrojó sobre el mostrador.
Sonrisas fingidas. Gracias fingidos. Todo fingido. Eso era su vida ahora.
«Gracias por el trabajo, señor Hu. Gracias por derribar el puesto de tacos y cubrirlo con asfalto. Gracias por dejarme bailar hula con Candy todos los viernes y sábados por la noche».
Recordaba que hubo un tiempo en el que bailar era lo único que quería hacer. Ahora tan solo era una forma rápida de ganar unos pavos extra. El día en que sus padres murieron fue el día en que su mundo se oscureció al igual que toda la magia que había en él.


El vestuario era un lío entre las chicas y la laca. El aire estaba tan cargado que apenas se podía respirar.
—¿Así que ahora Kai y tú sois pareja? —Candy se sentó frente al espejo mientras se ponía polvos bronceadores en su enorme escote.
—¡No! Solo somos amigos. —Se sentó junto a Candy en la única silla que quedaba libre.
—¿Ah, de verdad? Pensaba que erais pareja porque él solo queda contigo.
Estupendo. Nunca iba a superar la vergüenza de haber permitido a Kai llevarla al baile graduación del instituto.
—Solo fue una cita. —Leilani dio un tirón de la goma con la que tenía el pelo recogido. Al quitarla, pasó los dedos por su abundante melena, ahuecándola.
—¡Ah! La cita por pena. Lo pillo.
«Necesito este trabajo. Necesito este trabajo».
En realidad, no podía enfadarse con Candy porque sí que fue una cita por pena. Desde que sus padres murieron, Kai hizo todo lo que estuvo en su mano para ayudarles. Fue un hermano mayor para Sammy; les ayudaba con la casa arreglando las cosas que se rompían; e incluso se ofreció a prestarles dinero, el cual ella rechazó obstinadamente. Sin embargo, alguna vez había pillado a la tía Anela metiéndose algo de dinero en el bolsillo de su vestido de andar por casa mientras le daba una palmadita a Kai en la mejilla.
Sospechaba que la tía Anela y Kai planearon juntos lo del baile de graduación, pese a que era la última cosa que le apetecía hacer. Kai se lo pidió en la cena, delante de su tía. Le resultó muy difícil negarse especialmente después de que su tía dijera que sí por ella e inmediatamente fuera a su habitación y apareciera con un vestido que le había comprado para la ocasión.
Sí, fue totalmente premeditado.
—¿Sabes si se está viendo con alguien?
—No que yo sepa. Si estás tan interesada en él, deberías invitarle a salir.
—Mmm..., puede que lo haga. —Candy miró su reflejo pensativamente durante un momento—. Date prisa y ponte la falda. No llegues tarde como la última vez. ¡Oh! —Cogió un labial del mostrador y se lo lanzó a Leilani—. Ponte esto. Esa baratija que llevas no te queda nada bien. Tenemos que dar buena imagen. Necesitamos mantener el sitio lleno, ya sabes. ¿Has visto a las chicas del nuevo resort que hay al otro lado de la isla? Están buenísimas.
El ojo de Leilani volvió a temblar otra vez. «Necesito este trabajo. Necesito este trabajo».
Candy quitó el vestidor provisional justo antes de que Leilani pudiera lanzarla al suelo.
«¡Increíble! Las cosas que hay que hacer para pagar las facturas». Se pintó los labios y se miró fijamente en el espejo.
¡Maldita sea! Candy tenía razón. Ese color no le sentaba nada bien.
Tiró el labial sobre la mesa, se sacó los zapatos, se puso el traje y caminó hacia el escenario sin hacer ruido.
Echó un vistazo al público. Todas las mesas de la terraza cubierta estaban llenas. Eso pondría muy contento al señor Hu.
Algunos de los ayudantes de camarero estaban ocupados encendiendo las antorchas que rodeaban la parte exterior del perímetro. El público hacía ruido entusiasmado mientras algunas chicas del hula se mezclaban con los invitados.
Odiaba esa parte del trabajo. Se sentía como si fuera un florero para los turistas. Estaba a punto de unirse a ellas cuando una extraña sensación se apoderó de ella.
Algo iba mal.
«¡Sammy! ¿Dónde está Sammy?»
Examinó al público, inquieta.
Entonces dejó escapar un suspiro al verle sentado en la mesa donde le había dejado.
Pobre niño. Parecía estar aburrido. Estaba retrepado hacia atrás contra la silla con los pies apoyados sobre la mesa mientras leía un libro de cómics. Estaba acostumbrado a esperarla hasta que acabara su turno, ya que había veces que la tía Anela no se sentía bien para cuidar de él. Él nunca se quejaba.
Sin embargo, la sensación de ansiedad no desapareció. De hecho, se iba haciendo cada vez más fuerte.
Miró entre el público, preguntándose qué había diferente. Cerca del escenario había cinco mesas llenas con lo que parecían ser chicos de una hermandad que llevaban camisetas con letras griegas. Como no, Candy estaba en una de las mesas escribiéndoles su número de teléfono en una servilleta.
El corazón de Leilani latía con fuerza. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Ella nunca se ponía nerviosa.
Empezó a sonar la música de fondo. Era la señal de que el espectáculo de hula estaba a punto de comenzar. Su corazón latió aún más deprisa cuando Candy y las otras chicas subieron al escenario y se colocaron cada una en su lugar.
—¿Te encuentras bien, Leilani? —preguntó una de ellas.
Ella asintió con la cabeza mientras miraba fijamente al fondo de la terraza cubierta. Justo detrás de un par de antorchas, vio una sombra.
Entornó los ojos, tratando de ver quién era. El fuego danzaba bloqueándole la vista, como si le estuviera tomando el pelo. La silueta se movió y ella dio un respingo hacia atrás conforme los recuerdos se le venían a la cabeza.
El chirrido de los neumáticos. Los gritos de Sammy. El todocaminos girando y quedándose del revés. El crujido del metal. Los cristales rotos. El fuego abrasador. Y entonces... él.
Un cabello dorado surgió entre el humo. Un fuego abrasador con la forma de las alas de un ángel dio paso a su perfecto y esculpido cuerpo. Sus ojos zafiro le miraban con ternura.
«¡No! Ahora no».
Se presionó los ojos con las palmas de las manos, tratando de mandar todos esos recuerdos a donde debían estar: en lo más profundo de su mente, enterrados.
Era el mismo sueño que había tenido cada noche desde que ocurrió el accidente. Le había llevado meses para que desapareciera.
No sabía por qué soñaba con Jeremy. El tonto del culo ni siquiera se molestó en ir a ver si estaban bien. Simplemente se fue sin decir una sola palabra.
Tanto ella como Sammy estaban mejor sin él de todos modos. Era una tontería pensar que el Chico dorado se había preocupado por ellos alguna vez. No era más que otro estúpido haole.
La música comenzó a sonar más alto, así que arrancó la mirada de la silueta que había detrás del fuego. Probablemente era otro estúpido turista con un cuerpo similar al suyo. No tenía tiempo para detenerse a pensar en el pasado.
Esta era su vida ahora.

2
Jeremy miraba fijamente hacia donde se encontraban los aparcamientos. ¿Estaba en el lugar equivocado?
Retrocedió hasta la playa. Estaba seguro de que se trataba del mismo camino. Pero en el momento en que salía del espeso follaje, sus pies caminaban sobre un negro asfalto en vez de encontrarse con la puerta del puesto de tacos.
Frunció el ceño.
Ya no estaba allí. Ni rastro. ¿Es que ya no quedaba nada para él? El único lugar en el que sabía que podía encontrar la paz, un lugar donde olvidar que era un arcángel, ahora se había convertido en un aparcamiento lleno de todocaminos y coches deportivos como el rosa chillón que había cerca de la puerta del restaurante.
¿Qué iba a hacer ahora? Había estado vagando sin rumbo por Texas y Nuevo México sin saber por qué. Cada lugar le recordaba la fría mirada de Naomi cuando se fue.
Cuando se encontró volando hacia Nevada, escuchó la voz de Gabrielle susurrándole en la cabeza, advirtiéndole. De modo que se fue al único lugar donde se sentía como en casa: Kauai.
Soplaba una brisa que hacía que el olor de la comida se dispersara en el aire. Su estómago rugió de hambre. Había prometido quedarse en la isla manteniendo su forma humana. No quería tener nada que ver con ser un ángel. Pero eso también significaba tener que alimentarse constantemente.
Se le encogió el corazón al recordar los regordetes mofletes de Sammy, así como su sonrisa cuando se chupaba los dedos mientras se comía su taco de carne misteriosa.
Ahora ya no quedaba nada. Pensó que quizás lo mejor era irse al otro lado de la isla; sin embargo, no sabía por qué, pero quería quedarse allí.
Dejó escapar un suspiro de frustración mientras se pasaba la mano por su cabello despeinado por el viento.
Claro que sabía por qué. Quería ver cómo estaban Sammy y Leilani. Quería asegurarse de que ambos se encontraban bien.
Fue una estupidez pensar que el puesto seguiría allí. Claro que no estaría. ¿Quién se habría encargado del local tras la muerte de Lani y Samuel? Sammy y Leilani eran tan solo unos niños.
Su estómago rugió nuevamente.
«Vale, de acuerdo. Es hora de cenar». Se dio unas palmaditas en el estómago y se dirigió hacia el restaurante.
Cuando se aproximaba a la entrada, soltó una carcajada al ver el enorme cartel que había en la pared justo al lado de la puerta de dos hojas.
Al lado de las palabras "Restaurante Candy" había una caricatura de Candy Hu con un traje de hula y un bocadillo que decía: "¡HUestra comida te encantará!".
Esperaba que Leilani no supiera nada sobre este lugar. Tal vez tuvieron suerte y su tía se los llevó a vivir a otro lugar. Ver esto la habría matado.
—¡Aloha! ¡Bienvenido al restaurante Candy! —Una recepcionista con un top de bikini y pareo le dio la bienvenida acercándose a él apresuradamente—. Puede esperar al resto de su grupo en el bar, si lo desea.
—Soy solo yo.
—¡Vaya! ¿En serio? —Se pasó los dedos por la cuerda del top.
—Sí.
—Bien, sígame entonces. —Le guiñó un ojo antes de girarse y dirigirse al restaurante—. Le llevaré hasta la mejor mesa. Está justo frente al escenario. Esta noche tenemos un espectáculo de hula. Le encantará —dijo conduciéndole hasta la terraza cubierta.
—Espere. Si no le importa, preferiría algo más privado. ¿Qué tal la mesa que hay al fondo?
Su rostro resplandecía mientras batía las pestañas. —Por supuesto.
«Maldita sea». Probablemente la chica pensó que él quería estar a solas con ella.
Tuvo que hacer algunas maniobras y fingir que estaba muy centrado en la carta de menús hasta que finalmente la chica captó la indirecta y le dejó a solas. Afortunadamente, el camarero fue eficiente y le trajo la comida rápidamente.
Dio un bocado a su hamburguesa. Estaba buena, pero no tanto como lo estaban las hamburguesas que hacía la madre de Sammy.
Sus ojos examinaron al público. El lugar estaba lleno de familias, en su mayoría turistas. Todos sonreían y parecían pasarlo bien. Él era el único que estaba sentado solo y por alguna razón eso le molestaba.
Dio otro bocado a su comida. Bien, ahora tenía que acostumbrarse a estar solo. De ninguna manera iba a regresar a casa.
Casi se ahoga al escuchar una risita aguda que le resultó familiar.
«¿Candy está aquí?»
Se puso de pie y vio a Candy Hu hablando con un grupo de chicos que estaban cerca del escenario. Claro que estaba allí, el restaurante llevaba su nombre. Se fijó en el ajustado top de bikini que llevaba, que apenas le cubría.
Bien, parecía que había crecido.
Su corazón latió más deprisa. Si Candy estaba allí, tal vez, y solo tal vez...
Alejándose de su mesa, examinó toda la zona cuidadosamente, esta vez buscando el pelo de punta y los ojos marrones de Leilani.
La música sonó por los altavoces que había cerca de su mesa. Candy chilló y salió corriendo hacia el escenario. La música cambió y una voz comenzó a cantar. Candy bailaba en el escenario seguida de un grupo de chicas. Todas iban vestidas de forma similar, con un pareo rojo y una flor blanca pillada detrás de la oreja. El fluido movimiento de sus brazos y el balanceo de sus caderas era hipnótico.
Leilani debería haber estado allí. Debería haber sido una de las que estaban en el centro del escenario.
—¡Sí, nena! —gritó uno de los chicos de la mesa de delante.
Pensándolo bien...
Jeremy frunció el ceño al ver la mesa de chicos con los que Candy había estado flirteando. Se sintió mal por las chicas. Esos imbéciles cargados de testosterona no apreciaban la belleza de su danza. La música, la luz, el movimiento... era algo angelical.
Tragó saliva con dificultad, tratando de quitarse el nudo de la garganta. Parecían ángeles y sus brazos eran las alas. Eran muy elegantes; sus brazos ascendían y descendían de tal forma que parecía que estaban danzando en el aire, especialmente una de las chicas que se encontraba al fondo.
«¡La conozco!» Dio un paso adelante, manteniendo la mirada fija sobre la joven.
No podía ser ella.
¿O sí?
Se quedó petrificado junto a un par de antorchas mientras la voz cantaba sobre el amor de Kalua. El torso de la joven se balanceaba con las delicadas ondas de sus brazos, imitando las olas del océano. Una oscura y abundante melena, brillante como la seda negra, caía sobre su hombro. Sus labios rubí estaban ligeramente abiertos, como si estuvieran listos para ser besados. Estaba perdida en la música y sus ojos miraban hacia abajo como si estuviera perdida en un sueño.
Se frotó los ojos, pese a que sabía perfectamente bien que su vista celestial no le engañaría. Podía ver cada una de sus pestañas oscuras, cada curva de sus sensuales labios, y cada poro de su piel en su hermoso rostro.
Esperó conteniendo la respiración hasta que la joven levantó la cabeza. Sus largas pestañas se elevaron y sus enternecedores ojos marrones miraron a la audiencia.
«Leilani».
Lo había conseguido. Estaba haciendo lo que siempre quiso hacer. Estaba bailando.
Se quedó fascinado. Incluso cuando se movía hacia atrás, dejando a Candy colocarse en el centro del escenario, no podía apartar los ojos de Leilani. Algo en su interior se removió.
«No. Eso no».
Inmediatamente, dio un paso atrás, tratando de sacarse esos sentimientos de mierda que se estaban propagando por todo su ser.
Estaba solo. Sí, eso era lo que estaba sintiendo. Leilani era una buena amiga, así como lo era Sammy. Solo estaba allí para asegurarse de que ambos estaban bien. Ahora podía irse. Leilani jamás permitiría que le ocurriera algo a su hermano pequeño.
La música paró, y el público rugió con aplausos.
Se había terminado. Ya había llegado el momento de marcharse de allí. No había ninguna razón por la que quedarse. Ya había visto lo que necesitaba ver.
Se dio media vuelta, listo para abrirse camino hacia el otro lado de la isla, cuando un niño desgarbado de ojos azules y manchas de chocolate en las comisuras de los labios le bloqueó el paso.
—¿Jeremy?

3
A Jeremy le dio un vuelco el corazón. Sammy ya no era un niño pequeño. Sus mofletes regordetes ahora eran delgados. Tenía unas pecas sobre la nariz y estaba unos treinta centímetros más alto.
«Se parece muchísimo a su padre», pensó.
Sammy se frotó los ojos como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
—¡Eh, colega! Soy yo, Jeremy.
Mirándole más de cerca, Sammy le dio con el dedo en el bíceps. —Eres real. No eras un amigo imaginario.
—Claro que soy... ¿Qué estás haciendo? —preguntó cuando Sammy dio una vuelta a su alrededor y le dio una palmadita en los omóplatos. Se puso rígido al percatarse de lo que Sammy estaba haciendo.
«Está buscando mis alas. Lo recuerda».
—Lo sabía —susurró Sammy con voz ronca, mirándole nuevamente a la cara—. Sabía que eras real.
Sammy le cogió la mano y la apretó contra la suya, mirando ambas manos como si fueran a desaparecer en cualquier momento.
—Tan real como el chocolate. —Jeremy cogió una servilleta de la mesa y se la pasó a Sammy por las comisuras de la boca—. Ya veo que te sigue gustando el Sammywich.
El rostro de Sammy se relajó y soltó la mano a Jeremy.
Jeremy sintió pena al darse cuenta de lo que había hecho. No era necesario leer mentes para saber lo que Sammy estaba pensando. La expresión turbada de su rostro lo decía todo. Él era un recordatorio del doloroso pasado de Sammy.
«¡Maldita sea! ¿Por qué narices estoy aquí?» Lo único que hacía era traer dolor a las personas que le importaban. Era obvio que Leilani y Sammy habían pasado página. Debería haberles dejado en paz en lugar de recordarles el peor día de sus vidas.
—Lo siento, Sammy. No pretendía...
Se produjo un fuerte golpe seguido de un coro de risas. Alguien gritó el nombre de Leilani, seguido de un montón de insultos. La audiencia se empezó a reír más fuerte.
Los ojos de Jeremy volaron hacia el escenario. Candy estaba tumbada bocarriba agitando los brazos y las piernas. Detrás de ella estaba Leilani con la boca ligeramente abierta mientras le miraba a él y Sammy con sobresalto.
Las emociones inundaban su rostro. Conmoción, felicidad, dolor, y alguna que otra cosa más.
Esa mirada. Esos ojos.
Le empujaban hacia ella.
Quería abrirse camino entre toda esa gente, olvidarse de que era un arcángel y llevarse a Leilani y a Sammy de allí.
Esa mirada era de anhelo.
Anhelo por él.
«¡Detente!» Se hincó las uñas en la palma de la mano.
Era una chica joven e influenciable. Él representaba el pasado que había perdido. Ella deseaba ese pasado, no a él. Tenía que recordar que eran amigos. Lo mínimo que podía hacer era asegurarse de que se encontraba bien.
La saludó con la mano, sonriendo.
Leilani parpadeó y a continuación su rostro se arrugó al fruncir el ceño. Sus ojos se encendieron de tal forma que él se quedó sin aliento. Se agarró a la silla que tenía justo delante, sin ser apenas consciente de que el metal del asiento se estaba deformando por la presión de sus dedos.
Leilani salió del escenario, ignorando la mirada asesina de Candy y abriéndose paso dando un empujón a un señor mayor que llevaba una camisa hawaiana.
—Demos un aplauso a las jóvenes y hermosas señoritas —dijo el hombre—. Y por supuesto demos las gracias especialmente a la encantadora Candy Hu.
Candy pasó de mirar mal a Leilani a sonreír al público mientras salía del escenario.
Candy no era la única con mirada asesina.
—Oh-oh... Leilani está cabreada —dijo Sammy mientras ella iba directa hacia ellos—. Corre, Jeremy.
Si no fuera un arcángel, habría hecho caso al consejo de Sammy. Cuanto más cerca estaba, más miedo daba.
—Creo que ya es un poco tarde para eso, colega.
—¿Qué narices estás haciendo aquí, Chico dorado? ¿Ya te has aburrido de Los Ángeles?
—Aloha a ti también —contestó él con la mejor de sus sonrisas.
Ella se detuvo. Sus ojos se vidriaron y se le suavizó el rostro. Era la misma expresión que mostraban la mayoría de las mujeres cuando revelaba todo su encanto.
—Estaba pasando unos días de vacaciones y se me ocurrió dejarme caer por aquí para ver cómo estabais Sammy y tú. Y parece que os va estupendamente. Así que, ¿ahora bailas?
Se produjo un incómodo silencio mientras ella le miraba de forma inexpresiva.
—¿Leilani? —Agitó una mano delante de su rostro.
¿Qué le ocurría? Nunca la había visto tan callada.
Su rostro se encendió, volviéndose cada vez más rojo. Comenzó a respirar agitadamente. Sus labios color rubí se movieron, pero no salió ni una sola palabra de ellos.
—Corre, ahora —susurró Sammy—. Está a punto de explotar.
—¿Estupendamente? ¿De verdad crees que estamos estupendamente? —espetó elevando la voz con cada palabra que decía—. Chaval, eres todo un personaje. Debería haberme dado cuenta antes. No puedo creer que me tragara todos tus cuentos. Amigos, ¿no? —Soltó una carcajada.
—¿Qué quieres decir con eso? Soy tu amigo.
—Claro, tú no lo sabes. ¿Cómo ibas a saberlo? No eres uno de nosotros. Vienes a la isla fingiendo ser un amigo. Hiciste que Sammy te quisiera. Le gustabas a mi familia. Y yo... —Se mordió el labio tembloroso.
—Leilani. —Extendió el brazo para tocar su mejilla.
Ella se alejó bruscamente de su mano mientras le fulminaba con la mirada. —Hiciste que todos te quisiéramos. Y entonces, de repente desapareces. Así de simple. —Chasqueó los dedos.
—Vino al hospital —apuntó Sammy.
—Ya hemos hablado de esto, Sammy. Estabas confundido —le dijo ella en voz baja, apartándole el pelo de su sudada frente.
—No estaba confundido. Díselo, Jeremy. Tú estuviste allí.
—Bueno...
—¿Ves lo que hiciste? —espetó—. Hiciste que un niño de cinco años tuviera alucinaciones contigo. Él tenía tantas ganas de que estuvieras allí ¡que se lo imaginó! —Entonces se giró hacia Sammy y calmadamente le dijo—: Estabas muy medicado. Él no estuvo allí.
Jeremy abrió la boca para decir que en realidad sí había estado allí. Que estuvo a su lado en todo momento. Pero no podía hacerlo sin contarles quien era realmente.
—Lo siento. No sabía nada sobre el accidente. Tuve que irme por una cuestión familiar —se excusó finalmente.
—Sí, lo que tú digas. Ahora mismo no puedo ni mirarte. Tengo que volver al trabajo. Sammy, te dije que me esperaras en la cocina.
—Yo puedo quedarme con él —dijo Jeremy—. Así podremos ponernos al día.
—¡Sí! —El rostro de Sammy se iluminó.
—No. No volveremos a caer en sus redes.
—Ay, vamos, Leilani. Por favor —suplicó Sammy.
—Seguro que tiene mejores cosas que hacer. ¿Tal vez en otra isla?
Leilani estaba muy molesta, y con toda la razón. Él sabía que tenía que irse de allí, pero no quería hacerlo; al menos no si ella estaba así. Estaba a punto de defenderse cuando alguien gritó y el sonido de los tambores empezó a sonar por los altavoces.
El público gritó y chifló cuando cinco hombres vestidos con unos pareos cortos que les llegaban a mitad de los muslos corrieron rápidamente entre el público.
Cuando subieron corriendo al escenario, uno que llevaba un tribal tatuado en la parte superior del brazo se colocó en el centro dando vueltas a un bastón de fuego. Se detuvo sosteniéndolo sobre su cabeza para a continuación llevárselo a la boca. Escupió un líquido y el fuego se expandió por encima de su cabeza. La audiencia rugía con deleite.
—No te vayas todavía, Jeremy. Tienes que ver la danza del fuego de Kai. Yo le he ayudado con sus movimientos —dijo Sammy, orgulloso.
«¿Ese es Kai?»
Miró sorprendido al hombre que giraba dos bastones de fuego. Era casi tan grande como él. Giraba los bastones tan rápido que parecía un gran círculo de fuego.
¿Ese era el chico a quien Leilani llamaba Chucky? Ya no era ningún niño. Era un hombre.
Los otros bailarines que estaban a su lado hicieron que las chicas del público gritaran todavía más. Parecían pequeños comparados con el cuerpo de Kai.
Se movían a la vez mientras el fuego daba vueltas sobre sus cabezas, alrededor de sus cuerpos, y bajo sus piernas.
—¿No es genial? —Los ojos de Sammy brillaron al contemplar a Kai.
Echó un vistazo a Leilani, que de repente estaba muy callada, y se le paró el corazón.
A ella también le brillaban los ojos.
Obligó a su corazón a latir de nuevo. Eso era lo que él quería. Así era como debía ser. No quería que estuvieran solos. Ahora tenían a Kai.
Debería estar feliz por ellos. De hecho, debería irse y dejarles vivir sus vidas.
Pero, ¿por qué no era capaz de hacer que sus pies se movieran?
¿Y por qué no podía apartar la vista de Leilani?

4
Naomi se encontraba sentada en uno de los grandes ventanales de la habitación con las piernas colgando hacia el exterior cuando una lágrima rodó por su mejilla.
«¿Por qué, Welita? ¿Por qué me has abandonado?»
Se produjo un leve repiqueteo en el suelo, y a continuación algo húmedo le dio unos empujoncitos en el codo.
—Hola, Bear —le saludó con voz ronca.
Mirase adónde mirase, siempre veía algo que le recordaba a Welita. Si veía una flor, lloraba porque recordaba lo mucho que le gustaba a Welita trabajar en su jardín. Tampoco podía cocinar porque todo lo que sabía hacer se lo había enseñado ella. Y apenas era capaz de mirar a la pequeña chihuahua sin venirse abajo.
Bear lloriqueó mientras le daba con la patita en el regazo a Naomi.
—Estoy bien, de verdad. —Cogió a Bear en brazos y la puso sobre su regazo. Bear estaba preocupada. Pobrecita. Había olvidado lo sensible que era la pequeña.
Bear inclinó hacia un lado su diminuta cabecita, mientras sus húmedos ojitos negros la miraban y parpadeaban.
—¿No me crees?
Bear ladró.
—No puedo esconderte nada, ¿verdad? —suspiró—. Welita se ha ido. ¿Puedes sentirlo?
Lloriqueó de nuevo y escondió la cabeza en el regazo de Naomi.
—¿Los animales lo saben?
—Sí, así es. —La voz de Lash se manifestó detrás de ella—. Bueno, al menos Bear lo sabe con toda seguridad. Lleva de bajón desde que regresamos. Ayer ni siquiera gruñó cuando Gabrielle la acarició.
Se secó las lágrimas rápidamente. No podía dejar que Lash la viera llorando otra vez. Estaba segura de que verla así le estaba destrozando.
—¿Gabrielle estuvo aquí? No la oí.
—Llevas un tiempo ausente. —Se sentó junto a ella y la rodeó con el brazo.
Cuando no estaba llorando, estaba deambulando como un zombi. Lash y Rachel se fueron turnando para asegurarse de que al menos comía algo.
—Sé que necesito pasar página. Pero es que me resulta muy difícil hacerlo. No quiero olvidarla.
Él le dio un beso en la parte superior de la cabeza. —Nunca la olvidaremos. Ella siempre estará con nosotros.
—Sé que tienes razón. Ojalá pudiera hacer que mi corazón también lo creyera.
—Puedes hacerlo. Sé que puedes. Welita querría que fueras feliz.
Él tenía razón. Ella aún podía escuchar a Welita diciendo: "Ay, mijita, la vida es muy valiosa. No descuides a aquellos que te aman".
Tenía que esforzarse un poco más.
—Bueno, ¿y qué quería Gabrielle?
—Ella solo, esto..., se vino a cerciorarse de que estabas bien.
Ella levantó la cabeza y miró sus dulces ojos color miel. Había algo que no le estaba contando.
—¿Y?
—¿Y qué? —Cogió un mechón de pelo que se le había soltado y se lo pilló detrás de la oreja.
—Lash, no hay secretos entre nosotros, ¿recuerdas?
—Lo sé. Lo sé. Es solo que...
—¿Qué?
—Pues que quería contarme dónde se encontraba Jeremy y cómo le iba.
Se puso tensa. Por un lado, no quería oír hablar de Jeremy, pero por otro, sí.
Estaba muy confundida. Ella fue quien quiso que se fuera. Quiso que su rostro, el recordatorio de la muerte de Welita, saliera de su vida. De hecho, se sintió aliviada cuando vio su deseo cumplido; sin embargo, al rato, se lamentó por ello.
Lo cierto era que durante el último par de días su mente había entrado en conflicto porque se sentía bien al no tener que ver a Jeremy pero a al mismo tiempo deseaba que regresara para poder disculparse con él.
Todavía no podía creer lo que le había dicho. Se portó fatal con él. No tenía ningún derecho a acusarlo de arrebatarle la vida a Welita. Y lo peor de todo era que le había apartado de su familia.
—¿Y qué te contó?
—Que está en Kauai. Que está bien. Supongo.
—¿Lo va a traer de vuelta?
—Dijo que tiene que regresar por cuenta propia.
Él torció el gesto. Estaba luchando contra la angustia que sentía en su interior. ¿Cómo podía ser tan egoísta? Había hecho que su hermano y mejor amigo se fuera, y apenas podía hablar del tema con ella.
—Lash, yo...
Un fuerte zumbido seguido de un chillido la interrumpió.
—¡No tan rápido, Uri! —gritó Rachel—. Podrían no estar preparados para recibir invitados. ¡Oh! Estáis ahí.
Rachel y Uri movieron las alas mientras descendían y aterrizaban justo delante de ellos.
—¿Cómo te encuentras hoy? —Rachel le sonrió con dulzura.
—Mejor.
—Bien.
—Lash, hay algo que...
Rachel cogió la mano de Uri, haciendo que este se detuviera a mitad de la frase.
—Aún no —le susurró enérgicamente.
—Pero yo pensaba...
—Después.
Se miraron el uno al otro incómodamente.
Naomi miró a Rachel y a Uri mientras el silencio inundaba el ambiente.
El rostro en forma de corazón de Rachel se frunció por la preocupación al mirar a Naomi.
«Algo va mal», pensó. Podía sentirlo.
—Tío, nos estás asustando. Dinos qué está ocurriendo —dijo Lash poniéndose en pie.
—No estoy seguro de cómo hacerlo. —Uri se frotó la nuca nerviosamente.
Rachel le dio una palmadita en el brazo y a continuación se dirigió hacia Naomi, aterrizando suavemente a su lado. —¿Sabes? Me encantaría tomar una taza de té.
—A ti no te gusta el té —dijo Naomi mientras Rachel se levantaba del suelo. Debían de ser muy malas noticias. Rachel estaba prácticamente arrastrándola hasta la cocina.
—Oh, ya, pero me gusta la forma en la que tú lo haces con canela y...
—Rachel...
—Vale, de acuerdo. Lo siento. —Rachel le soltó el brazo—. Cuéntaselo, Uri.
—Necesitamos que Jeremy vuelva.
Lash miró nervioso a Naomi antes de volver a girarse hacia Uri.
—Estamos trabajando en ello.
—Necesita regresar. Ahora. —Uri sonó desesperado.
Naomi pestañeó, sorprendida. Lash parecía estar tan impresionado como ella. Uri siempre parecía estar muy tranquilo.
—¡Van a llevar a Jeremy a juicio! —soltó Rachel sin pensar.
—¿A juicio? ¿Por qué? —No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Y qué si Jeremy no regresaba? ¿Acaso eso empeoraría las cosas para él?
—Por desobedecer sus órdenes, ¿no es así? —Dijo Lash, negando con la cabeza—. No te preocupes. No es nada. Yo he sido enjuiciado cientos de veces. Maldita sea, Uri, tú me llevaste allí.
—No lo entiendes —dijo Rachel con voz suave.
—¿Tú me has visto? —Lash se echó a reír—. Hablo desde la experiencia. Jeremy estará bien. Esta es su primera vez, así que serán benevolentes con él. En serio, chicos, tenéis que relajaros.
—Me temo que estás equivocado, amigo mío —dijo Uri con voz grave y seria—. Esta vez es diferente porque se trata de Jeremy.
Uri hizo una pausa, tomando aire temblorosamente. Sus amables ojos azules sostuvieron la mirada a Naomi durante un momento. No la estaba juzgando, pero ella no pudo evitar que la culpabilidad se la comiera por dentro.
—Los arcángeles tenemos un código superior para cumplir con las expectativas de los demás —dijo Uri—. Nuestro papel nos convierte en un modelo de referencia para los demás. Jeremy no solo ha desobedecido a su superior, sino que además lo ha hecho delante de sus subordinados.
«¡Dios mío! ¿Qué he hecho?» La vergüenza inundó a Naomi. Si Welita pudiera verla en este momento estaría muy avergonzada. Esta no era forma de tratar a la familia.
Rachel le apretó la mano. Incluso sin necesidad de decir ni una palabra, Rachel sabía lo que estaba pensando.
—Entonces le traeremos de vuelta. Está tirado —dijo Lash—. Si pide disculpas, no tendrá que ser juzgado. Estoy seguro de que Raphael puede convencer a Michael para que sea indulgente.
—Él ya ha se ha reunido con Michael —dijo Rachel.
Lash se detuvo. —¿Y?
Uri sacudió la cabeza con tristeza.
—¡Venga ya! Es una broma, ¿verdad? Vamos, Uri. ¡Tienes que estar tomándome el pelo! —El rostro de Lash tornó a un tono escarlata.
—Ojalá, amigo mío. Yo también le he suplicado a Michael. No deja que nadie le persuada. Los arcángeles se sentarán a juzgar las malas acciones de Jeremy.
Naomi sollozó cuando Lash dio un golpe con la mano contra la pared, soltando una serie de maldiciones. Tenía que hacer algo para arreglar todo esto.
—Entiendo tu ira. Yo también la siento. Convencí a Michael para que me enviara a buscar a Jeremy y accedió a que tú me acompañases.
—¡Yo voy con vosotros! —gritó Naomi. Ella fue la razón por la que él se había ido. Sabía que podía convencerle para que regresara.
—No puedes —dijo Uri—. Michael especificó que tú tenías prohibido formar parte de esto.
Naomi miró a Rachel, a quien le caían las lágrimas por las mejillas.
—¿Pensabas que podías distraerme con el té? —sollozó Naomi junto a ella.
—No sabía qué otra cosa hacer. Lo siento.
—Shhh... Naomi. —Lash la atrajo hasta sus brazos—. Uri y yo lo haremos. Traeremos a Jeremy de vuelta y encontraremos una manera de defender su caso. Él es el mejor arcángel que tienen. Todos le quieren aquí. Todo saldrá bien. Ya lo verás.

5
Jeremy había vuelto.
Leilani no quería pensar sobre el regreso de Jeremy a la isla. Estaba cansada y sudada.
Lanzó a un lado la sábana húmeda y salió de la cama. Hacía un calor infernal en la casa. No podía dormir y cada vez que cerraba los ojos lo único que podía ver era a Jeremy.
Atravesó lentamente la cocina hasta llegar a la puerta trasera. La abrió y se apoyó contra el marco mirando al jardín. Una suave brisa le golpeó su sudoroso rostro.
«¿Por qué has tenido que volver?»
¿Y por qué no podía sacárselo de la cabeza?
Tenía cosas más importantes en las que pensar, como la forma de hacer que el aire acondicionado funcionara. Tenía que trabajar un turno extra el fin de semana para conseguir el dinero suficiente para arreglarlo. O tal vez Kai podría hacer magia con sus manos y arreglarlo otra vez.
«¿Por qué has tenido que regresar? ¿Y por qué tienes que ser tan guapo?»
Elevó la mirada a la luna, recordando sus sueños infantiles en los que Jeremy la abrazaba y la besaba. Eso era en lo único que pensaba desde el mismo día en que lo conoció.
¿Por qué no era el pijo gilipollas que pensaba que era cuando le conoció? La vida habría sido mucho más fácil. Pero no, la vida quería torturarla haciendo que Jeremy fuera tan hermoso por dentro como lo era por fuera.
Era amable, dulce y considerado. Todo lo que había hecho, desde intentar animarla cuando Candy le robó el trabajo hasta ser amigo de Sammy, le había hecho enamorarse de él... hasta las trancas.
Y no había cambiado. Todavía era guapo e increíblemente fuerte. Y esos ojos. ¡Dios mío, esos ojos! Le hablaban y la intoxicaban hasta el punto de llegar a perderse en aquellos océanos azules.
Suspiró y cerró los ojos. Esos labios. Oh, cómo recordaba esos sueños en los que los sentía contra los suyos. Suaves, firmes, sensuales. El corazón le dio un vuelco por el anhelo.
«¡Grrr!» Se golpeó la cabeza contra el marco de la puerta una y otra vez.
«¡Olvídalo! ¡Olvídalo! ¡Olvídate de él ya!»
«¡Para ya!»
Ya no era ninguna niña. No tenía tiempo para tonterías de niñata.
Abrió rápidamente los ojos al escuchar a alguien lloriqueando.
Sammy estaba volviendo a tener sus típicas pesadillas.
Era culpa de Jeremy, por hacerle recordar cosas. Sabía que Sammy estaba soñando con aquel día. Era el mismo sonido que llevaba haciendo cada noche durante un año desde que sus padres murieron. Y no era ninguna coincidencia que las pesadillas empezaran de nuevo en el mismo momento en que Jeremy apareció.
No estaba muy segura de lo que ocurrió cuando perdió el conocimiento, y no podía creer todo lo que Sammy le había contado. Sammy había convertido a Jeremy en un superhéroe que atravesaba el fuego y arrancaba puertas de coches. Fue de lo único de lo que habló durante días. Cuando los niños del colegio empezaron a burlarse de él y de su amigo, el superhéroe imaginario, la llevó a rastras por todas las playas de la isla intentando encontrar a Jeremy para poder probar que lo que contaba era verdad. Después de unas semanas, por fin consiguió entenderlo. Su supuesto amigo se había ido. Dejó de hablar sobre Jeremy y entonces comenzaron los sollozos nocturnos.
«¡Maldito seas, Jeremy!».
Estuviera bueno o no, estaba pillada por él. De acuerdo, no le daría más vueltas a la cabeza pensando en ese idiota. Lo que tenía que hacer era centrarse en Kai.
Kai se había encargado de ellos desde el momento en que averiguó que sus padres habían muerto. A ella le gustaba. Con el tiempo quizás podría llegar a enamorarse de él. Después de todo, él estaba ahí. Cuidó de Sammy cuando ella o la tía Anela no podían hacerlo.
Así que, ¿y qué si con un beso no había conseguido que se le encogieran los dedos de los pies? Fue en el baile del instituto y esos besos no contaban.
Todavía recordaba lo guapo que estaba Kai esa noche con su cabello oscuro peinado hacia atrás y su nuez subiendo y bajando por los nervios mientras ambos estaban en el porche. Él se inclinó lentamente, no muy seguro de la reacción que ella tendría. Ella levantó ligeramente la cabeza, invitándole a besarla. Y entonces él le dio un dulce e intenso beso.
Ella puso las palmas de las manos sobre su pecho y esperó.
Y esperó.
Esperó a que la Tierra se moviera. Esperó a que las rodillas le temblaran o a que las mariposas le revolotearan en el estómago.
Nada. Era como si hubiera besado una piedra.
—¡Bonita luna! ¡Bonita luna!
Leilani se sobresaltó por las risitas agudas.
—Vaya, todavía estás despierta. No pretendía asustarte. Solo he venido a meter a Giggles en su jaula —dijo la tía Anela mientras se dirigía hacia la jaula que había junto a la puerta. Una cacatúa blanca se posó sobre sus hombros, moviendo la cabeza de arriba abajo con entusiasmo.
—¡Bonita luna! ¡Bonita luna!
—Sí, Giggles. Hay una luna preciosa esta noche.
—Yo me encargo de ella. —Leilani extendió el brazo para coger al pájaro.
Giggles aleteó y graznó y Leilani apartó la mano rápidamente.
Giggles se echó a reír.
—No tiene gracia, Giggles —le regañó la tía Anela.
Leilani puso los ojos en blanco. Estaba encantada con que la tía Anela se hubiera ido a vivir con ellos, pero ese pájaro la estaba volviendo loca. No era ningún secreto que Giggles la odiaba. Le declaró la guerra desde el primer momento.
La tía Anela le advirtió que Giggles era inteligente y le gustaba repetir todo lo que escuchaba. Y no bromeaba. Leilani tuvo que aprender por las malas.
Cuando ella y Sammy ayudaron a la tía Anela con la mudanza, se golpeó el codo con la encimera de la cocina. Soltó tal cantidad de tacos que si sus padres la hubiesen oído, la habrían castigado durante un mes. Giggles estaba en su jaula jugando con uno de sus juguetes, actuando como si no hubiese escuchado nada. No dijo ni una palabra, ni soltó ninguna risita hasta que la tía Anela entró en la cocina y entonces... ¡pum! Todas esas palabras malsonantes empezaron a salir del maldito pajarraco.
—¿Qué te ocurre? —La tía le dio a Giggles.
Leilani la miró, fijándose en sus arrugados ojos castaños que mostraban sabiduría. Su cabello era corto y oscuro con mechas grisáceas, y enmarcaba su rostro arrugado.
—Nada. Es que hace un poco de calor. —Se dio la vuelta y metió a Giggles en la jaula.
En realidad no estaba mintiendo. Hacía calor.
Unas manos suaves le tocaron el hombro, provocando que se girara. Leilani miró hacia abajo. No podía mirarla a la cara. La tía era como una especie de psíquica o algo así, porque podía leer mentes. A veces sabía lo que Leilani iba a decir incluso antes de decirlo.
Aunque la tía no era un familiar directo de ella y Sammy, ella era `ohana, que en hawaiano significa familia. La tía prácticamente había criado a su madre y luego a ella cuando era pequeña. La tía siempre había estado junto a su familia: cuando su padre se fue a Los Ángeles; cuando su madre se volvió a casar; cuando Sammy nació; y cuando sus padres murieron. Incluso vendió su propia casa para pagar las deudas de sus padres para que así ella y Sammy pudieran quedarse en la casa donde ambos se criaron. Leilani le debía todo.
—Algo ha ocurrido porque Sammy estaba hablando en sueños otra vez, llamando a alguien llamado Jeremy.
Se le formó un nudo en la garganta al escuchar su nombre. Quería olvidarse de él pero su tía se lo estaba poniendo aún más difícil.
Forzó una sonrisa y se dirigió hacia la nevera para sacar una jarra.
—¿Jeremy? Oh, eso... no es nada. Es solo un turista con el que Sammy solía quedar hace unos años.
—¿Eso es todo?
La habitación se quedó en silencio mientras llenaba un par de vasos con limonada. Cuando le dio uno de ellos a la tía, esta le cogió la mano.
—¿Estás segura de que eso es todo?
Leilani cogió su bebida. Debería haberle hablado a su tía sobre Jeremy. Tal vez ella podría decirle cómo dejar de soñar con un hombre que jamás podría tener.
«No puedo». Lo más probable es que su tía se acabara preocupando por todo su drama. Ella ya había hecho bastante por ellos.
—Sí —respondió, manteniendo el tono de voz como si nada ocurriese—. ¡Ah, por cierto! ¿Todavía piensas ayudarme con la nueva coreografía de hula?
Se bebió la limonada de un trago mientras su tía la examinaba.
—Todavía no estás lista para hablar. Está bien. Quizás mañana.
—Sí, claro. Mañana.
—¿Te vas a la cama?
—En un minuto. —Dio un beso en la mejilla a su tía antes de salir de la cocina.
Cuando escuchó la puerta cerrarse, volvió a mirar la luna llena. Tenía la esperanza de haber distraído a su tía con el nuevo baile de hula lo suficiente para que no se acordara de volver a preguntarle sobre el tema. Y, bueno, probablemente ya ni siquiera le importaría porque el Chico dorado estaba a punto de desaparecer de nuevo. Y esperaba que fuera pronto.
—¿Por qué tienes que ser tan jodidamente sexy? —susurró en la silenciosa noche.
Todo sería más fácil para ella si él se alejara de ellos. Sammy iba a ser un reto. Él quería ver a su viejo amigo.
—Oh, Jeremy —suspiró.
—¡Sexy Jeremy! —graznó Giggles.
—¡Madre mía! —Dio un golpe a la jaula mientras Giggles continuaba gritando esa frase.
—¡Shhh...! ¡Para ya!
—¡Sexy Jeremy! ¡Sexy Jeremy!
Leilani cogió un trapo y cubrió la jaula con él, pero la frasecita "sexy Jeremy" continuó sonando durante unos segundos hasta que finalmente se calló.
¿Dejaría de escuchar su nombre algún día? Leilani se sentó en el suelo. Plegó las piernas contra su pecho y dejó caer la cabeza entre las manos. Alguien la estaba torturando; los dioses o el destino, ¡además del maldito pájaro!
Giggles gritó: —Sexy Jeremy —por última vez, seguido de una risa aguda.
Leilani se rió por lo bajo con ella.

6
Leilani era hermosa.
Jeremy contemplaba la luna mientras paseaba por la playa, hundiendo sus pies en la cálida arena. No debería estar tan sorprendido. Leilani siempre había sido una niña preciosa.
«Ya no es ninguna niña».
«¡Para!»
Dio una patada, salpicando arena por el aire. Todavía era una niña. Sí, una niña hermosa, pero una niña. Una niña a la que todo el mundo había mirado en el restaurante Candy mientras balanceaba sus bonitas caderas; una niña con delicados brazos que se movían al son de la música; una niña con labios rubí ligeramente abiertos como si esperasen a ser besados.
Y esos ojos. Esos conmovedores ojos marrones le perseguían. Sus ojos eran más sabios con los años. Recordó cuando paseaban juntos por la misma playa en la que él se encontraba en ese momento hablando sobre Naomi y sobre el padre de Leilani. Incluso entonces, ella entendió su corazón.
Había venido a la isla por una razón: quería verla tanto ella como a Sammy. Y ahora que lo había hecho, debía irse de allí.
Pero, ¿por qué no podía irse?
El sonido de las risas llenó la silenciosa noche. A lo lejos había una pareja de jóvenes abrazados frente a una pequeña hoguera.
Jeremy se detuvo a observar como el hombre acercaba a la mujer hacia él. Ella se recostó contra su pecho mientras la abrazaba. Con su oído de ángel escuchó cómo el hombre le decía lo hermosa que era. La mujer sonrió y arqueó la cabeza hacia atrás invitándole a besarla.
Entonces Leilani se le vino a la mente.
Jeremy se dio la vuelta y caminó en la dirección opuesta para acallar el sonido de los labios besándose y los leves gemidos.
¿Qué le estaba sucediendo? ¿Acaso esto era algún tipo de prueba? ¿O tal vez Saleos había averiguado dónde se encontraba y había ingeniado la manera de torturarle? Porque, desde luego, nada de esto tenía sentido. Era Naomi con quien él soñaba y era Naomi a quien amaba.
¿O no era así?
¿Entonces por qué su corazón pareció volver a la vida en el mismo instante en que vio a Leilani sobre el escenario?
¿Podría ser lujuria? Nunca había reaccionado con nadie de la misma manera en la que lo hizo con Leilani, y eso que había tenido a mujeres medio desnudas que prácticamente se lanzaban sobre él. Sin embargo, nunca le habían supuesto un problema. Pero esa atracción... La intensa necesidad de sacarla del escenario fue abrumadora.
Sentía repulsión hacia sí mismo. Tenía que acabar con esta mierda, y rápido. No tenía razones para sentir lo que sintió. Ya lo había arruinado todo con su familia. Naomi le odiaba y ahora Leilani también le odiaba. Bien, al menos todavía parecía gustarle a Sammy. Y aún tenía a Lash.
«Debo de estar volviéndome loco porque juraría que acabo de escuchar a Lash».
—¡Hermano!
Jeremy se tambaleó cuando Lash le dio un golpecito en el brazo. Parpadeó confundido por ver a Lash y a Uri frente a él.
—No pretendíamos asustarte, hermano, pero llevamos gritándote durante un par de minutos —dijo Lash.
—No os he oído —contestó Jeremy.
—Es cosa de Saleos. Está jugando con tu mente. —Uri se puso tenso mirando por toda la playa—. Tenemos que irnos. Ya.
—¡No! ¡Esperad! —Jeremy se echó a reír.
Genial. Ahora les había asustado. ¿Cómo les iba a explicar que estaba perdido en sus pensamientos y que además pensaba en dos mujeres en las que no debería estar pensando?
—No tiene nada que ver con Saleos. Era solo que... estaba distraído. Estaba pensando en... bueno, en que he venido a este lugar para... tomar una hamburguesa, y... y he visto a una vieja amiga que estaba... esto... bailando. ¡Arg!... ¡Joder! No era él, ¿de acuerdo? ¿Qué estáis haciendo vosotros aquí?
Los ojos color miel de Lash se ensancharon durante un momento por la sorpresa, e inmediatamente Jeremy se sintió culpable por haberles hablado de malas formas.
—Lo siento. He sido un poco grosero. ¿Qué ocurre?
—No hay problema. Lo pillo —dijo Lash—. Sé que ha sido duro para ti. Ha sido duro para todos nosotros. Pero queremos que vuelvas a casa.
—No estoy listo. —Ni mucho menos.
—No tienes elección, amigo mío —dijo Uri—. No nos resulta fácil decirte esto. Michael ha pedido que vuelvas y ha reunido al tribunal de arcángeles.
—Qué ha hecho ¿qué? Debes estar equivocado. —Jeremy fue preparado para entrar en el tribunal de arcángeles cuando le hicieron arcángel de la muerte. Esto era malo. Muy malo.
—Me temo que no lo estoy. Te van a llevar a juicio por desobediencia.
Jeremy sintió que el estómago se le hundía. No podía creer lo que estaba oyendo. El último arcángel en ser llevado a juicio fue su padre.
—¿Y si no regreso?
—Debes hacerlo —dijo Uri tremendamente serio.
—Lo hará, Uri. Tío, relájate —Lash se rió nerviosamente—. Mira, Jeremy, toda la familia te está esperando. Y Naomi también.
Jeremy notó vacilación en su voz. Incluso si regresaba, ya no sería lo mismo. Sabía que sería castigado por su desobediencia. Le desterrarían como hicieron con Lash.
El hecho de pensar que los arcángeles le iban a desterrar hacía que le hirviera la sangre. ¿Acaso todos los años de servicio desinteresado no significaban nada para ellos? Él era el más leal de los siervos, y para una vez que quería, o más bien, necesitaba un descanso, querían juzgarle por desobediencia.
Claro que no. No iba a volver. De ninguna manera.
—No. Me quedo aquí. —Se sorprendió a sí mismo por lo calmado que estaba al decirlo. Estaba incluso un poco feliz. Bueno, ¿y qué si le desterraban? Él ya se había autodesterrado. La pena que le impondrían sería que no podría regresar cuando quisiera. ¿Cuánto tiempo duraría? ¿Diez? ¿Veinte años?
Se produjo un golpe de silencio antes de que Lash y Uri saltaran al mismo tiempo.
—Jeremy, debes reconsiderarlo.
—¡Ni pensarlo, hermano! Te llevaré a rastras yo mismo si tengo que hacerlo.
Jeremy levantó la mano, silenciándolos a ambos.
—Esto es lo que quiero hacer.
—Podemos encontrar una solución —dijo Lash—. Naomi...
—Esto ya no tiene que ver con ella. Tiene que ver conmigo. No puedo explicarlo.
Apenas era capaz de comprenderse a sí mismo. No quería regresar. Quería quedarse. Tal vez estaba siendo un terco. Y si de verdad fuera honesto consigo mismo, vería que su versión inmadura estaba tratando de hacérselas pagar a su versión de hombre, o más bien a los arcángeles.
—Dile a la familia que estoy bien y que no se preocupen —dijo Jeremy, acallando los argumentos de Lash. No quería dejar a su consternado hermano, pero tenía que marcharse antes de que cambiara de opinión.
—¿Estás loco? —gritó Lash—. Que le diga a la familia que no... Lo siento, hermano, tengo que hacerlo.
Se escuchó un fuerte gruñido y a continuación Jeremy sintió un golpetazo en la espalda. Cayó de cara contra la arena. Lash empezó a ladrar órdenes mientras Jeremy agitaba los brazos.
—¡Rápido, Uri, cógelo por las piernas! Maldita sea, Jeremy, ¿por qué no te cortas las uñas de vez en cuando?
—¡Apartaos de mí!
—¡No!
¡Soltadme! —gruñó Jeremy, dando un empujón a Lash. Antes de que pudiese levantarse, Lash estaba de nuevo sobre él.
—¡Que no, joder! ¡Tú te vienes conmigo!
Jeremy volvió a apartar a Lash y por fin consiguió ponerse en pie.
Lash resolló. La arena le cubría el pelo y la cara mientras sus ojos color miel, llenos de determinación, aguantaban la mirada a Jeremy.
—Uri y yo sacaremos de aquí tu culo a rastras y te llevaremos a casa. ¿Verdad, Uri?
—No podemos —dijo Uri.
—¡Los cojones, no podemos!
—Me refiero a que él tiene que venir por su propia voluntad. Jeremy, tienes que saber a lo que te expones si te quedas. Ahora eres más vulnerable y Saleos se aprovechará de esa vulnerabilidad.
—Yo puedo encargarme de Saleos. —Jeremy apartó a un lado el hecho de que hacía poco tiempo estuvo vagando por el desierto de Nevada.
—No solo tu familia te necesita. Todos te necesitamos. La guerra es inminente. Es solo cuestión de tiempo.
—Y tienes mi palabra de que estaré a vuestro lado en el momento en que eso ocurra. —La guerra siempre parecía ser inminente y por eso Jeremy no estaba preocupado.
—Por favor, Jeremy —suplicó Lash—. No queremos perderte.
A Jeremy se le encogió el corazón al ver la expresión del rostro de Lash. No podía regresar. Todavía no.
—No te preocupes, hermano. No hay nada que Saleos pueda hacer para que yo llegue a unirme a él.

7
Cualquiera podría pensar que se habría preocupado aunque fuera un poquito por el juicio al que Michael iba a llevarle a causa de sus acciones. Cualquier ángel en su sano juicio se habría dejado ver al menos.
Jeremy cambió a su forma de ángel y, con un rápido movimiento de sus alas, saltó hacia el cielo. Adoraba volar. Si había una sola cosa que lamentaba, era no poder volar. Cuando Lash fue desterrado ese don le fue limitado.
Jeremy no podría lidiar con ello. Necesitaba volar. Era todo lo que él era. No había nada como el viento golpeándole en la cara y el ruido blanco para sacar toda la basura su cabeza.
Batió las alas, propulsándose más rápido. Tío, esto era justo lo que necesitaba para aclarar su mente. No había nada que le preocupara. Habían pasado semanas desde que Uri y Lash le visitaron y todavía podía hacer uso de sus poderes celestiales.
A estas alturas el juicio ya debería haberse celebrado. Pero nada había cambiado; ni el fuego ni el azufre se cernían sobre él, tan solo sentía paz. Así que este debía de ser su castigo: un paraíso en la Tierra por quién sabe cuánto tiempo.
Se rió mientras se elevaba sobre las verdes cumbres de las montañas. Las vistas eran impresionantes. Abajo, el agua azul rodeaba la exuberante Isla Jardín. Sobre él, las blancas nubes de algodón iban a la deriva en el cielo azul.
Sí, este era su tipo de castigo.
Aunque echara de menos a su familia, sin duda esta era la mejor decisión que había tomado: poner distancia entre Naomi y él. Quizás ella ya le había olvidado, pero él no se fiaba de sí mismo estando a su alrededor.
Retomó su vida en Kauai como si nunca se hubiese ido. Buscó a Bob y a Susan con la esperanza de volver a alquilar la pequeña casa de la playa. Afortunadamente, la estaban reformando y no tenían otro arrendatario. No le importaba que las paredes estuvieran sin pintar o que el suelo estuviera a medio terminar. De hecho, echar una mano a Bob a pintar y a colocar el suelo fue muy beneficioso para él, fue incluso terapéutico.
Lo único que echaba de menos era su moto. No pudo encontrar otra como la que tenía, así que tuvo que conformarse con la triste chatarra que encontró en un concesionario de segunda mano. Quería algo más bonito y rápido, pero tenía que ser más cuidadoso con el dinero, considerando que iba a estar en la Tierra durante un largo periodo de tiempo.
Y luego estaban Leilani y Sammy.
Cuando sobrevolaba el restaurante Candy, escuchó una música que le resultó familiar. Era la canción Kalua. Sonrió al ver a Leilani sobre el escenario, bailando, justo como la había visto bailar hacía unas semanas y como la vería bailar todos los viernes y sábados.
Era su momento favorito de la semana. Volaba un poco y después iba a ver a Leilani al trabajo mientras Sammy se sentaba en una mesa a hacer sus deberes o a leer algún cómic de zombis.
La palabra "acosador" estuvo rondando por su cabeza las dos primeras veces que fue al restaurante Candy a verles. Discutió consigo mismo repitiéndose que era porque estaba preocupado por ellos, pero después de ver a Leilani, le quedó perfectamente claro que ella lo tenía todo controlado. Se le llenó el pecho de orgullo al comprobar lo duro que trabajaba yendo y viniendo para servir a los clientes al mismo tiempo que ayudaba a Sammy con los deberes. Asimismo, se las arreglaba para tranquilizar a Candy cada vez que tenía una de sus rabietas, que más que ocurrir a diario, solían darle cada hora.

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