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Creación Y Evolución
Guido Pagliarino


Guido Pagliarino
Creación y evolución
Una comparación entre evolucionismo teísta, darwinismo casualista y creacionismo
Ensayo
Traducción del italiano al español de Mariano Bas
Publicado en lengua española en formatos electrónicos y libro en papel de Tektime

1a edición italiana, en formato papel y diversos formatos electrónicos, Copyright © 2011-2012 Edizioni GDS (fuera de catálogo desde 2013)
2a edición italiana, actualizada por el autor con los últimos datos, en formato electrónico, Copyright © 2014 Guido Pagliarino
Desde 2103, los derechos sobre esta obra, literarios, cinematográficos, televisivos, de radio, Internet y relacionados con cualquier otro medio de comunicación han vuelto y pertenecen al autor, en todo el mundo.
Índice

Breve prólogo del autor (#ulink_bf68d498-df6e-5e2b-a784-4b21da598b40)
Guido Pagliarino, Creación y evolución, una comparación entre evolucionismo teísta, darwinismo casualista y creacionismo, ensayo (#ulink_761dd8f4-97b7-5944-8366-106b9d53e3a1) (#ulink_761dd8f4-97b7-5944-8366-106b9d53e3a1)
1 En la base de todo, hay un acto de fe (#ulink_443957a8-f860-5387-b88c-01d3bfcede69)
2 Nociones históricas de las teorías evolutivas (#ulink_08956eae-482c-5280-88bb-497ce9a79378)
3 Nociones de las acusaciones de los ateos contra Dios (#litres_trial_promo)
4 Filosofía, ideología e investigación científica (#litres_trial_promo)
5 Discusiones a veces inútiles (#litres_trial_promo)
6 Sobre el creacionismo-fijismo (#litres_trial_promo)
7 Sobre la teoría de la evolución a saltos o del equilibrio puntuado (#litres_trial_promo)
8 Pareceres de algunos de los últimos papas (#litres_trial_promo)
9 Sobre dos grandes teólogos evolucionistas cristianos del siglo XX Rahner y Teilhard de Chardin (#litres_trial_promo)
10 Una perspectiva grandiosa: la divinización del singular Homo sapiens sapiens (#litres_trial_promo)
Breve prólogo del autor (#ulink_d73a58a9-15ad-5a10-a536-e956f7fa1c8d)

En mi opinión no es posible, a causa de la visión personal ontológica del mundo, que ningún oyente o lector o bien autor de conferencias o ensayos sobre el argumento de la persona, ya sea creyente, agnóstico o ateo, sea del todo objetivo, aunque tenga esa intención. Hay quien afirma lo contrario para sí. Puede darse el caso, pero en las conversaciones sobre el ser humano no he conseguido advertir nunca una completa objetividad en el interlocutor y naturalmente tampoco en mí.
Una cosa es segura: que sobre los temas del creacionismo, el evolucionismo creyente (en el cual declaro situarme desde ahora) y del evolucionismo agnóstico-ateo (darwinismo en sentido propio) florecen prejuicios e imprecisiones. Por ejemplo, se oye pronunciar los términos «evolucionismo» y «darwinismo» como si fueran sinónimos, aunque las teorías evolucionistas son múltiples: presentaré en el segundo capítulo un rápido y breve apunte histórico. Antes me referiré, sin embargo, a ese acto de pura fe existencial que, todos, incluidos los ateos, cumplen en la vida y me referiré a la situación de las diversas corrientes religiosas con respecto a la teoría de la evolución: me entretendré un poco con la situación en el Islam, porque la considero la menos conocida, pero con la invitación a pasarla por alto si no interesa esta argumentación. Trataré después el significado del término «azar» y me referiré en un breve capítulo a las acusaciones más comunes contra Dios de los ateos tanto de ayer como de hoy. Recordaré en el cuarto capítulo que la base de la investigación científica es siempre una postura filosófica y a veces también teológica o incluso visceralmente ideológica. Pasaré luego al creacionismo y a sus argumentaciones que, fuera de los círculos fundamentalistas, no consisten en referencias bíblicas, sino en consideraciones científicas. Volveré al evolucionismo y en particular a la teoría del equilibrio puntuado, que resulta ser combatida por los creacionistas y vista sin embargo con simpatía por los evolucionistas, creyentes o no. Presentaré a continuación las opiniones sobre la evolución de algunos de los últimos papas desde la mitad del siglo XX, refiriéndome posteriormente a la antropología de los dos teólogos evolucionistas más notables del siglo XX y acabaré con la entusiasmante perspectiva, según los creyentes, de la divinización del hombre: no como especie Homo sapiens sapiens, como querría cierta teología, sino como ser humano singular, gracias a lo que se podría llamar, por semejanza, la evolución del corazón.
Guido Pagliarino
Guido Pagliarino (#ulink_d73a58a9-15ad-5a10-a536-e956f7fa1c8d)
Creación y evolución (#ulink_d73a58a9-15ad-5a10-a536-e956f7fa1c8d)
Una comparación entre Evolucionismo teísta, Darwinismo casualista y Creacionismo (#ulink_d73a58a9-15ad-5a10-a536-e956f7fa1c8d)
Ensayo (#ulink_d73a58a9-15ad-5a10-a536-e956f7fa1c8d)

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En la base de todo, hay un acto de fe (#ulink_d73a58a9-15ad-5a10-a536-e956f7fa1c8d)
Mundo real y solipsismo

En la base de todas las opciones humanas está la decisión entre considerarse parte de un mundo objetivo y cognoscible gracias a la experiencia y la razón o considerarse el mundo mismo, o cuando menos un mundo completamente separado y no comunicable con otros posibles, siguiendo la filosofía solipsista, según la cual solo existiría objetivamente el propio yo, la consciencia propia, de la cual todo derivaría en una especie de proyección, en la más absoluta soledad, de manera similar a lo que se produce en los sueños nocturnos. La opción elegida por la inmensa mayoría de los seres humanos y de todos los científicos es la de la existencia de un mundo real en el que se vive y se puede investigar y eso es instintivo en la gran mayoría de los casos. Sin embargo no es posible demostrar la veracidad del realismo y la falsedad del solipsismo o, por el contrario, de la falsedad del primero y la veracidad del segundo según el cual tanto la realidad ilusoria como los sueños aparentes son solo una mera creación del ego. Por tanto todos, también quienes condenan la fe religiosa porque no es susceptible de experimentación, toman una decisión inicial de simple fe, sobre la que se basa todo el resto, incluida la teoría científica evolucionista teísta o atea. Me parece que esto basta para convertir en insignificante y hasta un poco ridículo el tesón con el que algunos se burlan de la fe trascendente.

Mundo real y fe religiosa

Quien además de la fe en la existencia de un mundo real acepta una fe religiosa se encuentra, después de la aparición de la teoría evolucionista (véase el capítulo siguiente) teniendo que escoger entre enfrentarse al universo desde una óptica creacionista o evolucionista. Las posturas son distintas no solo de acuerdo con la religión abrazada, sino que, en cada una, también dependen de la corriente en la que se sitúe el fiel, como por ejemplo en las diversas asambleas de los cristianos protestantes y las corrientes tradicionalista y progresista de los cristianos católicos.
Sin embargo, para la iglesia católica, con sus mil millones de fieles sobre un total de aproximadamente 2.100 millones de cristianos sobre la Tierra, la situación es peculiar, al estar organizada jerárquicamente para que los pronunciamientos del magisterio de Roma se dirijan hacia todos los católicos.

Entornos cristianos protestantes
En lo que se refiere a los entornos cristianos, es sobre todo en las asambleas protestantes donde se encuentra la defensa más entusiasta del creacionismo y la firme negación de las mutaciones biológicas, mientras que solo una minoría de católicos es creacionista. En general, cerca del 40% de la población cristiana de Estados Unidos interpreta de modo integrista la historia del Génesis de la creación de Adán con barro del suelo. Los antievolucionistas estadounidenses son poderosos y están apoyados directamente por los políticos y el Institute for Creation Research, que también goza de fuertes apoyos; así, por ejemplo, ciertas bibliotecas públicas de ese país no contienen libros evolucionistas, mientras que múltiples padres fundamentalistas sacan a sus hijos de las escuelas en las que se enseña la teoría de la evolución en las clases de biología. También el creacionismo tiene fuerza en Europa: por ejemplo en Reino Unido escuelas confesionales protestantes han eliminado el evolucionismo de sus programas. Por el contrario, este se considera un objeto digno de estudio para la mayoría de los fieles católicos europeos.

Entornos cristianos católicos
Desde el año 1950, la hipótesis evolucionista, aunque no la mecanicista atea, es considerada lícita por el magisterio de la Iglesia, con la encíclica Humani generis del Papa Pío XII. La teoría evolucionista se juzgó posteriormente no solo compatible con la fe cristiana sino que incluso fue considerada con mucho interés por interés por el Papa Juan Pablo II, que la valoró, no como una simple hipótesis junto a la creacionista, como había hecho el Pontífice Pío XII, sino como una teoría bien corroborada por pruebas. Incluso su sucesor, Benedicto XVI, mostró una atención positiva hacia el evolucionismo, como expresó en una homilía difundida internacionalmente durante una visita a Alemania y como, por otro lado, ya se pronunciaba en uno de sus trabajos sobre el padre teólogo evolucionista Pierre Teilhard de Chardin, cuando el Pontífice, ahora Papa Emérito, era solo el profesor Ratzinger. Examinaré esas posturas más a fondo en el capítulo 8, «Pareceres de algunos de los últimos papas».

Entornos cristianos ortodoxos
En las asambleas ortodoxas no encontramos posiciones oficiales sobre el evolucionismo, solo la afirmación genérica de que la verdadera ciencia no debe exceder de su territorio entrando en el de la fe y quienquiera que use la investigación para negar las verdades cristianas se pone no solo en contra de la fe, sino en contra de toda verdad: me parece de hecho una crítica a ciertos darwinistas radicales anticlericales.

Entornos hebreos
Entre las religiones llamadas «del Libro», además la primera en el tiempo, la hebrea, en la que no hay una autoridad religiosa después de la destrucción del Templo en el año 70 y el fin del llamado judaísmo,
no adopta ninguna postura oficial sobre el evolucionismo. Como mucho se trata de opiniones personales de rabinos individuales y, en general, de estudiosos de la Biblia. Por otro lado es imborrable en el recuerdo de la Shoah en el pueblo judío, no solo el hecho de que esta incluyera entre sus propias bases el sadismo psicótico y otras alteraciones mentales supremacistas de Hitler y sus esbirros, sino también el llamado darwinismo social que pretendían que se aplicaba no solo a animales y plantas, sino a los seres humanos mediante eugenesia. El darwinismo social ya antes del dictador había sido aceptado en ambientes intelectuales, y no solo en Alemania, sino en todo Occidente, incluso por personajes no sospechosos de antisemitismo como el antropólogo italiano de origen judío Cesare Lombroso. Sin embargo, en el nazismo, como es terriblemente evidente, el darwinismo social se extremó en las tristemente conocidas iniciativas de aniquilación de la comunidad judía y de otros pueblos, que el matarife y sus acólitos consideraban congénitamente inferiores, más allá de la verdadera ciencia y por simples razones ideológicas.

Entornos islámicos
En cuanto a la tercera religión del Libro, el Islam, en Occidente muchos piensan impulsivamente en un Islam creacionista monolítico, pero las posturas de los musulmanes no son en realidad únicas. La comunidad de creyente (la umma), que según estimaciones recientes agruparía mil millones y medio de fieles, sí que tiene un credo común en el mensaje del Corán del profeta Mahoma, pero constituye un firmamento de corrientes espirituales, de las cuales las tres principales son las de los suníes, los chiíes y los jariyíes y asimismo muchas subcorrientes. En realidad, los islamistas están dispersos por todo el mundo y son de muchas etnias y tradiciones históricas diferentes. Por tanto, las posturas sobre el evolucionismo pueden ser positivas o negativas, en ciertos casos indiferentes, según la comunidad de la que provengan y el nivel cultural del fiel individual.
Veamos estas posturas (quien no tenga suficiente interés puede pasar al apartado siguiente):
Un pocentaje no demasiado pequeño de los miembros de la umma acepta la teoría evolucionista. Al no haber jerarquía religiosa y faltando algún tipo de coordinación por parte de una autoridad central,
las posturas sobre creacionismo y evolucionismo, desde el punto de vista creyente, dependen como he dicho de la situación sociocultural de la persona y del país en el que vive. Según un estudio realizado en 1991 en 34 estados en parte islámicos,
resulta que solo el 1,8% de los egipcios, el 14% de los pakistaníes y el 25% de turcos, siendo este el estado musulmán más occidentalizado, están convencidos de que el evolucionismo es una idea fundamentada, mientras que en Kazajastán, país ya soviético que obtuvo la independencia de la URSS el 25 de octubre de 1990 y además ateo por imposición del anterior gobierno comunista, hasta el 72% de sus habitantes es evolucionista. Esto puede sugerir que en conjunto el Islam está más abierto al creacionismo que a la teoría evolucionista, a pesar del hecho de que el Corán (como la Biblia, por otra parte) no está en contradicción con el evolucionismo creyente. Pero tal vez pese también el hecho de que en esos países, como en Occidente, muchos identifican, tout court, equivocándose, al evolucionismo con el darwinismo casualista y ateo (ver el capítulo siguiente). Los jefes religiosos islámicos saben que buena parte de los versículos del Corán es alegórica: se escribieron en un lenguaje ideal para que incluso los más sencillos entendieran lo esencial del mensaje, un poco como la cultura judía usaba la estructura del midrash, es decir, del cuento simbólico y el propio Jesús explicaba con parábolas. Por ejemplo, los maestros mahometanos no aceptan al pie de la letra el relato de la creación de Adán y Eva, «En realidad los hemos creado de barro viscoso» (Sura 37:11), ni la alegoría del Paraíso, tanto del Edén terrestre como el Jardín Eterno (que sustancialmente es el mismo Alá) tras la muerte, con sus metafóricos goces materiales, donde el fiel tendrá «Alivio, generosa provisión y un jardín de delicias» (Sura 56:89) y los guías religiosos islámicos interpretan del mismo modo el infierno, con su fuego y con sus torturas figuradas, en el que, siguiendo literalmente su letra, el extraviado recibirá «Un hospedaje de agua hirviendo y abrasarse en el Yahim» (Sura 56:93-94), un versículo tal vez influido por la misma fundición (yahim) o lago de fuego del Apocalipsis cristiano, así como por otro lado muchas de las suras han tenido presentes textos bíblicos o, notablemente, apócrifos cristianos.

Del símbolo como vínculo entre Dios y el hombre he escrito en su momento en otro ensayo.
Indico aquí de paso un resumen porque podría ser útil para entender mejor lo que he indicado con respecto a los versículos alegóricos del Corán y tal vez pueda servir en la comparación que haré más adelante entre evolucionismo teísta y creacionismo:
Adelanto que para el credo cristiano la resurrección de Jesucristo ha de entenderse no metafórica sino literalmente, so pena de faltar al mismo cristianismo, que se basa precisamente por antonomasia en la Resurrección, mientras que todo el resto es accesorio, aunque sea tan importante, con toda seguridad, como la enseñanza moral de Jesús con parábolas y ejemplos y como las profecías veterotestamentarias sobre el Mesías.
Aparte del caso de la resurrección real y no simbólica de Jesucristo, muchos pasajes bíblicos hablan útilmente del Dios inefable a través de la simbología, usando analogías y metáforas comprensibles, porque los paralelismos y relatos alegóricos se entienden más fácilmente en nuestra psicología al dirigirla al simbolismo. Además, se aprecia que las figuras metafóricas y analógicas bíblicas (y también en las coránicas) se entienden teniendo en cuenta el étimo de la palabra y no el significado que nos es habitual: como indican los diccionarios etimológicos, la palabra símbolo deriva del verbo griego syn-bállein, es decir reunir: «Símbolo: del latín symbolum (contraseña), proveniente del griego símbolon, de la familia de symbállô (reunir) de syn- (junto) y bállô (lanzar)» (cf. Giacomo Devoto, Avviamento alla etimologia italiana – Dizionario etimologico, [Florencia: Le Monnier, 1968]). Ese significado se refiere a la costumbre en la Grecia antigua de dividir irregularmente un objeto en dos, de manera que el poseedor de una de las partes pudiera hacerse reconocer en caso de necesidad haciendo coincidir su trozo con el otro en manos ajenas. Si la realidad divina no es comprensible objetivamente por nuestra mente porque es eterna e infinita y no sabemos abarcar la inmensidad y solo con dificultad llegamos a entender un poco algo de la eternidad, confundiendo muchas veces al Ser inmutable con un tiempo que no tiene fin, pero que tiene un inicio, el conocer sin embargo, como pasa a menudo en la Biblia, el significante simbólico y el concepto divino que significa con respecto a una realidad verdadera aunque de por sí inabarcable, permite, por la manera en que está estructurada nuestra psicología, entender lo suficientemente a Dios como para poder aceptar la Revelación.

La situación de la umma con respecto al evolucionismo no es muy distinta de la de la Iglesia, en la cual también hay católicos creacionistas y católicos evolucionistas, mientras que ambas están alejadas de las situaciones de los entornos fundamentalistas y radicalmente creacionistas de cierto cristianismo protestante y del paracristianismo de los Testigos de Jehová en el que, también en el ámbito de los dirigentes, se encuentran integristas que siguen al pie de letra todos los versículos de la Biblia, sin distinción entre los históricos y los fabulosos-simbólicos. Esto favorece en Occidente la radicalización de la disputa entre creacionistas y evolucionistas.

En relación con los Testigos de Jehová, me parece más preciso hablar de paracristianos y no de cristianos porque niegan esos pilares del cristianismo (o, si se prefiere, del fenómeno histórico-religioso que se califica con la palabra cristianismo) que son tanto la resurrección y la divinidad de Jesús como verdadero hombre, como la Trinidad: esta última palabra sobre todo que Dios en su Ser eterno e inmutable es también un verdadero hombre, «glorioso y espiritual», según las palabras de San Pablo, es decir el Cristo eterno llamado también el Hijo y esta segunda Persona es, tautológicamente, no solo humana, sino divina, mientras que al ser infinito el amor entre el Padre y el Hijo y por tanto lo que es infinito tiene, por definición, naturaleza divina, este Amor infinito es la tercera Persona, llamada Espíritu Santo.


A propósito de la apertura de hecho del Corán a la ciencia moderna y en particular a la teoría evolucionista, puede ser digno de atención lo que escribía y divulgaba en conferencias un experto occidental del mundo islámico, el médico y egiptólogo francés Maurice Bucaille (1920-1998), entonces al frente de la Clínica Quirúrgica de la Universidad de París y durante mucho tiempo médico de familia del rey Faisal de Arabia Saudita, donde empezó a interesarse a fondo por la religión islámica y su libro sagrado, por lo que en 1976 fue coautor con el escritor Alastair D. Pannell de un estudio sobre Biblia, Corán y ciencia.
Bucaille consideraba, aunque desde una óptica coránica y no científica, que la evolución había afectado indistintamente a todos los animales hasta los homínidos y con estos se habría producido una bifurcación fundamental y las mutaciones se habrían producido de manera distinta a lo largo de la rama de dichos homínidos, finalmente extintos, y a lo largo de la de los seres humanos. Bucaille precisaba, al tratar las relaciones entre Corán y ciencia, que con el segundo término se refería a una conciencia profundamente establecida y que el Corán era por excelencia un libro religioso y sin embargo para él en las suras se encuentran, en forma alegórica, muchas afirmaciones que parecen anticipaciones lejanas de la verdad científica hoy reconocida, aunque un hombre del siglo VII no habría podido entender esas referencias. Sin embargo hoy muchos islámicos tienen un conocimiento profundo, no solo del Corán, sino también de las ciencias naturales y las pueden entender bien. Con respecto al Big Bang, para este médico los versículos coránicos sobre la creación del mundo se podrían aplicar a la teoría moderna sobre la formación de del universo y de hecho en el Corán había datos relativos a la existencia una masa gaseosa única, es decir, cuyos principios estaban originalmente juntos y luego se separaban, como se puede ver tanto en la sura 41:11: «Y Dios se dirigió al cielo, que era humo», como en la sura 21:30: «¿Es que no han visto los infieles que los cielos y la tierra formaban un todo homogéneo y los separamos?» Los resultados del proceso de separación habrían sido múltiples mundos, una noción que Bucaille encontraba muchas veces en el Corán, como por ejemplo en la sura 1:2: «Alabado sea Alá, Señor del universo». Todo esto para él estaba de acuerdo con los conceptos científicos actuales sobre la existencia de una nebulosa primigenia y un proceso sucesivo de separación de los elementos de esa única masa, con la formación de las galaxias y, en estas, de estrellas originadoras de planetas. A propósito del origen de la vida, para Bucaille era importante la sura 21 en su versículo 30: «Y que sacamos del agua a todo ser viviente», afirmación que podía referirse, a su parecer, a la teoría moderna de que el origen de los seres vivos es acuático.
De las relaciones entre Corán y ciencia se ha ocupado también el posicólogo, poeta, pintor, grabador y ceramista, italiano, pero de ascendencia turco-afgana, Gabriele Mandel. También él ha escrito
que en las suras, junto a la recuperación de antiguos mitos y leyendas, encontramos descripciones metafóricas que se pueden referir modernamente a la teoría evolutiva, en la que Alá crea todos los animales del agua en fases sucesivas, haciéndolo exactamente como él lo quiere: «Y Alá creó todo ser vivo a partir de agua. Y de ellos unos caminan arrastrándose sobre su vientre, otros sobre dos patas y otros sobre cuatro. Alá crea lo que quiere. Es cierto que Alá tiene poder sobre todas las cosas» (sura 24:45) o donde se exhorta al fiel diciendo: «¿Pero qué os pasa que no podéis concebir grandeza en Alá cuando Él os creó en fases sucesivas?» (sura 71: 13-14).
Tal vez debido a la consciencia de los doctos expertos de la umma del carácter alegórico de muchas partes del Corán, desde hace tiempo no se han planteado discusiones entre evolucionistas y creacionistas musulmanes, ni, por otro lado, estos segundos han entrado en polémicas con nuestros científicos ateos. Estos últimos se han encontrado con un muro de indiferencia en el desdén general islámico hacia la sociedad occidental, considerada degenerada y enemiga de Dios. Solo cada cierto tiempo las teorías evolucionistas son objeto de discusión en los países islámicos. No es realmente una guerra, pero esto se expone con la modernización de las sociedades islámicas, como afirma un conocido profesor de origen iraní, Salman Hameed, del Hampshire College de Massachusetts, profundo conocedor del mundo islámico y estudioso del creacionismo y el evolucionismo en la umma. Se ha producido un caso de reacción creacionista en Turquía en la primavera de 2009, a pesar de que el país es el más avanzado en la vía de la modernización y, en este sentido, del estudio del evolucionismo: en el número de marzo de la revista Ciencia y tecnología (en turco Bilim ve Teknik), que debía contener un artículo conmemorativo de quince páginas sobre Darwin por el bicentenario de su nacimiento, se publicó en el último momento sin ese reportaje, sin ninguna explicación. Ha creado perplejidad en el entorno científico el hecho de que la revista estuviera financiada por una agencia del gobierno y de que el gobierno sea islámico, aunque no sea extremista. El hecho se difundió por el mundo a través de los medios de comunicación porque esa censura, o lo que se ha interpretado como tal en el mundo académico, ha llevado no solo a fuertes protestas de docentes e investigadores, sino a manifestaciones estudiantiles en las calles. Los adversarios islámicos de la teoría de la evolución dirigen sus dardos esencialmente al darwinismo, debido a su ateísmo y causalismo, que amenazan el credo religioso musulmán y la propia idea de la realidad de Alá.

Igual que entre los cristianos creacionistas, entre los islámicos encontramos junto a personas sencillas personajes cultos, por ejemplo, el profesor universitario Seyyed Hossein Nasr.
El argumento más frecuente en sus investigaciones es el de la comparativa entre la ciencia y la fe religiosa y este ha escrito en particular sobre el significado de la ciencia en el ámbito de la religión musulmana. También se ha ocupado de la relación del hombre con la naturaleza, refiriéndose al punto de vista de las grandes figuras musulmanas del pasado y ha destacado la acción devastadora del hombre moderno sobre el medio ambiente; ha hablado de la crisis espiritual occidental debida a la secularización y finalmente se ocupado a fondo del darwinismo, llegando a considerarlo una simple creencia atea constitutiva del esqueleto de la ideología positivista cientista imperante en Occidente desde el siglo XIX y ahora en plena difusión también fuera los confines occidentales.
Hay que señalar que, como la cultura islámica tiene en gran consideración a la ciencia y a los científicos, entre los biólogos hay muchos que aprovechan esa estima para defender la teoría a de la evolución a través de los medios de comunicación, la universidad y la escuela, apelando, algunos funcionalmente, otros con plena convicción religiosa, a versículos del Corán que, como hemos visto, leídos hoy parecerían presentar una vía para la hipótesis evolucionista. En primer lugar esos estudiosos se refieren a la afirmación coránica de que el origen de la vida está en el agua, para poder así hacer una comparación con el líquido caldo primordial, donde surgió la primera vida monocelular bacteriana, según la teoría de la evolución: la utilidad, si no la necesidad, de referirse a la religión indicaría, en mi opinión, que la situación de las investigaciones en los países musulmanes, o al menos en los más integristas, no es comparable a la total libertad de Occidente. Los evolucionistas de la umma se refieren también a los escritos de los filósofos medievales islámicos, por cuanto, si para el Islam Dios solo es representable alusivamente mediante metáforas y si los evolucionistas se refieren en primer lugar a las del Corán, dichas metáforas también están presentes en obras de pensadores estimados universalmente en el entorno islámico, cuyos escritos fueron compuestos en su mayor parte entre el siglo XI y el XIII. Entre los más citados por los evolucionistas mahometanos está el principal poeta y místico de todo el Islam, el persa Maulānā Gialāl al-Dīn (1207-1273),
conocido en Occidente como Rūmī, de la ciudad de Rūm, en Anatolia, donde transcurrió la mayor parte de su vida. Este afirmaba que el hombre provenía de muy lejos, pasando del reino de las cosas materiales no orgánicas al vegetal, luego al animal, cada vez sin recordar el estado precedente, hasta llegar a la condición humana, también sin conservar memoria de sus precedentes almas vegetativas, pero también añadía que el hombre le esperaba un estado angélico puramente espiritual.

A pesar de su distinta vía y su diferente fe religiosa, puede venir a la cabeza a este respecto la teología del padre Pierre Teilhard de Chardin, del que hablaré en el capítulo 9, con su espiritualización final no solo del hombre, sino universal, a la que ese jesuita antropólogo y geólogo llamaba Cristosfera.

Los evolucionistas islámicos se refieren también a su hijo, el gran maestro sufí, también poeta, Sultân Walad (1226-1318), autor de la obra La palabra secreta.


El sufismo es una escuela esotérica del Islam dedicada a la investigación de la verdad espiritual, con el fin de comprender esta perfectamente y de elevarse a la visión de Alá gracias a ciertas práctica secretas especiales, entre las que estaban la música y la danza, que llevarían a la renuncia del propio yo. El primer grupo de sufistas píos nace casi contemporáneamente con el Islam, estando Mahoma todavía vivo. Todas las escuelas sufíes dispersas en muchos países, entre los cuales están los países islámico del norte de África, Turquía, Siria, Irán, India e Indonesia, tienen ese origen.

Sultân Walad, sobre la base de las ideas paternas y tal vez influido, como presumiblemente también su padre, por Acerca del alma, de Aristóteles, sostenía que de la materia se derivaba el alma vegetativa de los organismos y que luego Alá había añadido en el hombre la psique racional: «Los organismos vivientes han producido un alama animal. Por su gracia, Dios añadió la razón».
Igual que para el Corán, para este maestro todos los seres derivan del agua y además, según él, algún día volverían al agua original, porque la luz del sol de la belleza divina, escribía, habría fundido la nieve de la existencia que se escurriría como un arroyo: también aquí se puede apreciar cierta afinidad entre el agua primordial y el caldo primordial del evolucionismo moderno. Los evolucionistas se refieren también al norteafricano Ibn Jaldún (1332-1406),
considerado el máximo historiador y filósofo social árabe, además de gramático y jurisperito de derecho islámico: entre otras cosas observó puntos en común entre hombres y simios y también creía en una evolución de la especie desde el agua.
He dicho que Rūmī y Walad debían conocer a Aristóteles y haber sufrido su influencia. En general, el Islam juzgaba desde sus inicios que las improntas de la verdad divina también se encontraban en escritos sapienciales no mahometanos, tanto de filósofos orientales como en las obras científicas y filosóficas de la Grecia clásica y el posterior helenismo, que por tanto se traducían al árabe y el persa por eruditos musulmanes que posteriormente las comentaban. La traducción de los escritos griegos contribuyó a dirigir al Islam hacia el campo de la ciencia, siguiendo la tradición helénica, dentro de un área que abarcaba de la medicina a la astronomía y la geometría de base euclidea y pitagórica.
Por tanto, no es extraño que muchos musulmanes hoy vean con interés la teoría del origen de las especies. De cualquier manera, todo ha de compararse con la medida esencial del Corán, ya que no se encuentran científicos ateos en los países islámicos, los evolucionistas son creyentes y están convencidos de que no hay contradicción entre ciencia y fe. Ya que no solo los profesores universitarios, sino también los maestros de biología en las escuelas medias y superiores usan el Corán con el fin de explicar el origen de la vida y la evolución de las especies, se deduce que un porcentaje no pequeño de la población islámica de cultura media y superior es normalmente evolucionista, mientras que la mayoría, constituida por personas con poca o ninguna instrucción, es normalmente creacionista.

Discusiones sobre evolución en el Occidente cristiano (o antes cristiano)

Como apreciaremos mejor en otros capítulos y especialmente en el 5, es más bien el Occidente cristiano (o que lo era en su momento, considerando la conducta actual de buena parte de la población) el que asiste a discusiones e incluso a polémicas entre los no muchos fieles restantes y los darwinistas ateos que consideran casual no solo la evolución sino todo el universo desde el Big Bang. Pero no faltan polémicas y a veces peleas también entre creacionistas creyentes y esos evolucionistas que defienden una evolución física del cosmos y biológica de las especias ambas queridas y dirigidas por el Creador. El colmo resulta ser que, a menudo, el objeto de la contienda no es la investigación científica en sí, sino argumentos ontológicos, confundiéndose el campo de las investigaciones experimentales con el de los estudios metafísicos y bíblico-teológicos sobre el ser y eso cuando no se añade la ideología visceral para eliminar la controversia.
El resto del ensayo tratará esos entornos.
Ahora me parece oportuno referirme a las tres principales teorías evolutivas, añadiendo al tiempo y poco a poco algunas consideraciones.
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Nociones históricas de las teorías evolutivas (#ulink_d73a58a9-15ad-5a10-a536-e956f7fa1c8d)

Al evolucionismo se la ha hecho coincidir muchas veces con el darwinismo, a pesar de que la teoría de Charles Darwin coincidió en el tiempo con la análoga de Alfred Russel Wallace y ambas se vieron precedidas por la teoría evolucionista de Jean-Baptiste Lamarck. Por otro lado, como veremos con detalle en el capítulo 7, en el neoevolucionismo se propone una nueva subteoría, la del equilibrio puntuado.
Presento un breve excurso histórico, al que añado algunas consideraciones:

Charles Darwin (1809-1882)

El científico agnóstico inglés Charles Darwin fue creyente en la primera parte de su vida y, en su juventud, incluso un fundamentalista cristiano, al nacer en un entorno protestante, de padre anglicano y madre unitaria
y haber sido sometido a una muy rigurosa educación religiosa, que comprendía el estudio casi literal de la Biblia, y luego enviado a estudiar teología en el Christ's College de Cambridge. Como indica en su autobiografía, todo esto le había dejado durante mucho tiempo la idea de la verdad absoluta y literal de cada palabra de la Biblia. Se declararía agnóstico después de sus investigaciones, al tiempo que publicaba de su obra fundamental, El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, conocida generalmente como El origen de las especies.
Como es sabido, inició su carrera como naturalista emprendiendo en 1831, como huésped del comandante, un viaje de cinco años alrededor del mundo en el bergantín de la marina militar británica Beagle, que albergaba una expedición cartográfica y así visitó las islas de Cabo Verde y las Falkland (o Malvinas), las costas atlánticas y pacíficas y finalmente Australia. En el archipiélago de las Galápagos advirtió que cada isla tenía tipos distintos de tortugas y especies de aves que eran similares en ciertos aspectos y eran distintas en otros y también observó ciertas semejanzas entre ciertos fósiles que había descubierto y ciertas especies vivientes. Había leído entretanto el ensayo de 1798 sobre la población
del pastor protestante Thomas Malthus (1766-1834), en el que este economista sostenía que el aumento de la población humana era superior al de los recursos alimentarios y se desarrollaba en progresión geométrica, mientras que el alimento disponible aumentaba solo en progresión aritmética, por lo que se veía empujado a cultivar tierras cada vez menos fértiles, sufriendo así una gran penuria de géneros alimenticios con una difusión cada vez mayor del hambre, con muertos por inanición en una especie de control natural a posteriori que seleccionaba a la población humana. Entre Malthus y los descubrimientos y observaciones naturales, nacieron en Darwin las ideas que llevaron a formular la teoría de la evolución por selección natural. En particular, había partido de la suposición de que las diversas tortugas habían tenido como origen una especie común y luego fueron mutando, adaptándose a los distintos ambientes de las diversas islas del archipiélago de las Galápagos. Volvió a Londres en 1836 con las muestras vegetales y animales recogidas y los fósiles recuperados. Presentó para su revisión sus hallazgos ornitológicos a expertos del British Museum y al año siguiente se le informó que esos pájaros, aunque de un aspecto muy diferente, pertenecían todos a la familia zoológica Fringillidae, y a la subfamilia Geospizinae, es decir, eran pinzones comunes. Había deducido que en todas las especies vivientes, a lo largo de generaciones, habían nacido individuos con características distintas con respecto a las de sus padres y entre esos individuos un principio de competencia, la selección natural, escoge a los mejor dotados para sobrevivir en el entorno. La generación siguiente tiene una mayor presencia de ejemplares que sobreviven y se reproducen mejor. En otras palabras, para este científico, en el proceso evolutivo intervienen algunos principios, el de la variación casual, tanto fisiológica como, a consecuencia de esta, de comportamiento, el principio de la herencia de las mutaciones y el de la selección natural en la competencia entre individuos. Darwin, teniendo en cuenta el entorno de las Galápagos, concibe además la idea de nichos protegidos que entiende que favorece el mecanismo, gracias a la ausencia, o al menos a la menor presencia, de depredadores y, en general, de daños ambientales. Sostiene además que el motor de todo es el ciego azar, aunque al principio había supuesto un posible finalismo en las variaciones.
Hablar de azar en el darwinismo, y hoy en el neodarwinismo y en general en la investigación biológica y naturalista, significa decir que una mutación en un ser viviente no depende de la necesidad de ese organismo y que la transformación del mismo no se impone por una exigencia originada en el entorno, sino que se trata de una transformación completamente fortuita: el viviente mutado que por accidente consiga una condición mejor que otros con respecto al entorno en que se aloja sobrevive originando una nueva especie que prospera, mientras que los no mutados y los mal mutados de su especie se extinguen.
Como ya escribí en un ensayo anterior,
para Darwin «no había ningún fin en la selección natural, que no estaba guiada por ninguna fuerza lógica de la naturaleza ni mucho menos por alguna Razón sobrenatural: para él las mutaciones eran mecánicas, no había ninguna idea de progreso en la evolución ni existía una jerarquía entre los seres vivientes, incluido el hombre. Era el azar el que producía las variaciones, por lo tanto estas no tenían una finalidad ni para un cambio en el entorno ni para satisfacer una necesidad particular de un individuo. Según Darwin, si la variación casual era negativa no se transmitía; por el contario, si era positiva, sí. Ese punto de vista se oponía obviamente al cristiano. El paradigma de Darwin era el mecanicismo de Newton, que durante dos siglos había contribuido enormemente a la investigación en el campo de la física y había sido un punto de referencia para los científicos: el siglo XIX estaba muy lejos de los posteriores descubrimientos desconcertantes del probabilismo, la mecánica cuántica y la relatividad y Darwin quería y pensaba poder crear un sistema sólido también para la biología como era, en su tiempo, el newtoniano, basado en las tres leyes de la mecánica. También había teorizado y presentado a su vez sus tres leyes: las mutaciones casuales que según él justificaban el surgimiento de las nuevas especies; la lucha por la supervivencia que premiaba las mutaciones mejor adaptadas; la selección natural causada por el aislamiento geográfico, que favorecía la extinción de las especies y el desarrollo otras. Al fin y al cabo, no era en sí la idea de la evolución la que perturbaría el cristianismo, sino el concepto de selección natural, que se enfrentaba con la idea del Plan divino para los seres humanos y era la idea de un proceso ciego y mecánico, mientras que para la fe cristiana, además, Dios se había encarnado en la segunda Persona intencionadamente en la Historia».
En sus últimos años de vida, Darwin acepta un concepto llamado pangénesis, tomado de Lamarck (ver más abajo), es decir, la teoría de que el uso o falta de uso de un órgano provocaría variaciones consiguientes en las generaciones posteriores.

Sobre las críticas a Darwin

Hoy en día el darwinismo está sometido a críticas y puntualizaciones, no solo por parte de creyentes, sino también en ciertos entornos neodarwinistas. En síntesis, son las siguientes:
El modelo darwinista no puede explicar fenómenos como las grandes mutaciones inesperadas y los eventos catastróficos de extinción, como el famoso de los dinosaurios, lo que contrasta con la teoría de la evolución gradual; los plazos necesarios para imponerse las nuevas especies serían demasiado largos si las mutaciones fueran lentas y naturales; el darwinismo clásico no explica el papel de las mutaciones neutrales, constituyendo estas por otro lado la mayoría de las propias mutaciones; no contempla las indudables distintas formas de cooperación entre seres vivientes, que contradicen la imagen de un mundo guiado solo por la lucha por la supervivencia; Darwin tampoco aclara el mecanismo de herencia de las características adquiridas.

Neodarwinismo y nuevas fronteras

Hace tiempo que las nuevas fronteras de la genética, en particular el descubrimiento del ADN
y los estudios consiguientes, materia que desconocían Darwin y las primeras generaciones de sus seguidores, han llevado a los neodarwinistas, siempre bajo la hipótesis casualista, a estudios de microbiología dirigidos a corroborar la idea de la mutación y, por tanto, de la teoría evolucionista Se ha formulado la llamada teoría sintética que considera a las fuentes de la selección natural, en primer lugar, mutaciones casuales genéticas mínimas del ADN, llamadas microevoluciones, que a lo largo del tiempo, bajo la influencia única de la selección natural darwiniana, realizan macroevoluciones sumándose unas a otras.
Por otro lado, en el entorno creyente, evolucionista o no, se evidencia que los seres humanos no podemos ser reconducidos a ninguna otra especie considerando los ADN relativos, ni mucho menos a animales en los que este se aproxima mucho al nuestro. En particular se advierte que hay un abismo entre nosotros, los seres humanos, y el animal menos lejano, el bonobo, es decir, chimpancé enano, aunque la secuencia del ADN de ambas especies sea casi igual. Se ha realizado la llamada secuenciación
del ADN del bonobo y se ha descubierto que las secuencias de su genoma, que comprende la información genética del organismo, es decir, todo su material genético, son como las humanas en un 98,4%, pero sin embargo ese 1,6% de diferencia se corresponde con unos 35 millones de nucleótidos de los cerca de 35.000 millones que comprende. Hay otras diferencias relativas a las llamadas duplicaciones, inversiones, inserciones, deleciones, que reducen la semejanza a cerca del 96%, y según los científicos que han realizado esta investigación, se trata de diferencias muy significativas.
Dicen que además hay diversidad en las cadenas de aminoácidos de las proteínas, disconformidades estructurales en la hemoglobina y otras cosas que el profano no puede entender, pero son elocuentes para los especialistas. Todas estas diferencias hacen en resumen al humano su ser sustancialmente distinto de la Chita de Tarzán, de los chimpancés en definitiva. Por otro lado, los seres humanos no podemos ser reconducidos ni siquiera a los exponentes de especies Homo sapiens distintas de la nuestra del Homo sapiens sapiens, es decir, del hombre que no solo sabe, sino que sabe que sabe porque su mente es el resultado de un vertiginoso salto vertical cualitativo, siempre considerando los relativos ADN. El científico evolucionista Guido Barbujani, profesor de genética en la Universidad de Ferrara ha afirmado
que «el estudio de los fósiles demuestra que es una historia que comienza en África, tal vez hace seis millones de años, cuando se separaron los destinos de dos grupos de simios, que con el tiempo evolucionarían hacia dos especies modernas, el chimpancé y el hombre. Desde entonces han aparecido diversas formas humanas diferentes, de las cuales solo ha sobrevivida una, la nuestra. (…) Hace cien mil años, las personas como nosotros solo existían en África Oriental. Pero también en Europa vivían seres humanos, ya que tenían un esqueleto y una cultura, aunque distinta de la nuestra: los neandertales. Y en Asia había otras dos formas humanas. (…) Hoy, al menos en lo que respecta a los neandertales, sabemos que su ADN era distinto del nuestro, tan distinto que no pueden haber sido nuestros antepasados: se extinguieron con nuestra llegada desde África».

Ceo que al hablar de otras dos formas humanas existentes en Asia, Guido Barbujani se refería al Homo sapiens heidelbergensis y al Homo floresiensis. El Homo sapiens heidelbergensis (hace entre 600.000 y 100.000 años), cuyos primeros restos se encontraron cerca de Heidelberg, en Baden-Württemberg, y posteriormente en Asia y África, tenía una capacidad craneal en torno a los 1.600 cm3 y, según los antropólogos, no es improbable que haya sido el progenitor en Europa del Homo sapiens neanderthalensis en el mismo momento que en África estaba evolucionando ese Homo sapiens que iba a convertirse, en un salto vertiginoso, en el Homo sapiens sapiens. El Homo floresiensis, llamado así porque fue descubierto en 2003 en la isla de Flores, al este de Bali, en Indonesia, vivió hace 18.000 años. Tenía una capacidad craneal de solo 380 cm3, pero proporcionada a su pequeña altura, inferior a la de un pigmeo. Se cree que convivió en la isla con nosotros, los sapiens sapiens. Se han encontrado utensilios de piedra junto a los yacimientos paleontológicos de esta especie, lo que ha permitido suponer que los floresiensis habían desarrollado una forma de cultura, a pesar de las pequeñas dimensiones de sus cerebros, por lo que la especie se calificaría como sapiens, y también porque sus dientes son pequeños como los del Homo sapiens, mientras que los dientes de los homínidos arcaicos son por el contrario relativamente más grandes.

Por tanto, según los evolucionistas contemporáneos, una especie ancestral de prosimios sería la antepasada de los primates y habría originado, hace seis millones de años, además otras especies de prosimios, de las cuales algunas descienden hasta nuestro tiempo (los lémures, los tarseros y los loris, clasificados como un suborden de la categoría de los primates llamado, como el antiquísimo antepasado, de los prosimios) unos protosimios por una parte, que evolucionarían hasta el chimpancé actual, y por otra hasta un primer homínido erecto, pero todavía animal, del que descendería, mutando poco a poco (para los cristianos evolucionistas, según la teoría de una evolución a saltos, de la que hablaré en otro lugar) en las diversas ramas de la especie Homo, entre las cuales está la del Homo sapiens sapiens. Y considerando que, como se ha demostrado científicamente, el ADN de los neandertales era diferente del nuestro, igual que lo era el del chimpancé, es decir, lo suficientemente distinto como para poder entender que no había relaciones de parentesco con el Homo sapiens neardenthalensis, es verosímil que, aunque quede por verificar, también el ADN de las demás especies de Homo sapiens sea igual de diferente al nuestro.

Un inciso: Prosimios significa antecesores de los simios y con respecto a esto no hay que confundirlos evidentemente con los protosimios, es decir, como indica la palabra, con los primeros simios propiamente dichos, de los cuales, según la teoría, luego se originaron, entre otros simios, los chimpancés. Como de los prosimios derivaron tanto los seres humanos como paralelamente los simios, decir que el hombre desciende de los simios es un error.

El creyente podría preguntarse si toda esa variedad, a pesar del nombre científico de Homo, serían especies humanas a los ojos de Dios, si tal vez serían… Adán.

Es un pregunta que podría interesar académicamente incluso a los no creyentes.
Advirtamos antes que nada que el nombre bíblico Adán, ’Ādam, significa «el Hombre», el Ser Humano con mayúscula, en el sentido de la humanidad de cualquier tiempo.
Podemos ver en primer lugar las cosas desde el punto de vista de la criatura. En lo que se refiere a la inteligencia, no solo los neandertales, organismos relativamente recientes que vivieron hace 130.000-30.000 años, sino también otras especies Homo más arcaicas ideaban y construían utensilios rudimentarios de piedra: el Homo ergaster, existente en África entre hace 1,8 millones y 300.000 años, fue el iniciador del trabajo lítico, haciendo al pedernal cortante y en forma de almendra, por eso llamada amigdaloide, del latín amigdala, por los paleontólogos, desarrollando posteriormente la especie Homo erectus la industria de la piedra en sus diversas variedades. ¿Haría por tanto esta primitiva inteligencia de estos seres los primeros adanes? Acerquémonos más de nuestra época: hace entre 400.000 y 300.000 años, individuos de la especie Homo sapiens arcaicus sabían encender el fuego y comían alimentos cocinados, coordinaban la caza, usaban ropas rudimentarias y, un hecho particularmente interesante, enterraban a los muertos como podría haber hecho el Homo sapiens neardenthalensis y posteriormente el Homo sapiens sapiens. Nos podemos preguntar: ¿aparte de la nuestra, todas esas especies tenían alguna intuición de lo divino, dado que, al menos, sepultaban a sus difuntos? ¿Lo hacían por una creencia en la supervivencia de los muertos en el más allá? No, salvo que se hallen pruebas de lo contrario: no se han encontrado testimonios históricos de ritos fúnebres en honor del fallecido, ritos que habrían podido hacer suponer la creencia en una dimensión ultraterrena. Todos sepultaban los restos, probablemente para evitar las miasmas cadavéricas. Los primeros testimonios de ritos religiosos (y también de formas artísticas) de la especie Homo se sitúan en edades recientes, en un periodo de hace 40.000-30.000 años y solo son del Homo sapiens sapiens. De hecho es indispensable un orden social complejo, un lenguaje y un sentido moral que, por lo que nos hacen pensar todos los hallazgos, son típicos solo de nosotros, los seres humanos y no de los homínidos más arcaicos ni tampoco del menos antiguo Homo sapiens neardenthalensis, que vivió contemporáneamente con nosotrosdurante un notable periodo de tiempo.
Con respecto al punto de vista de Dios (evidentemente aquí estamos en el ámbito creyente) no le es posible al hombre descubrir si también los ya extinguidos pertenecientes a los géneros Homo y, ante todo, los que nos son menos distantes, los neandertales, fueron criaturas a las que el Creador, aunque no les concediera una Revelación, les habría abierto la posibilidad de vivir en su Ser eterno después de la muerte: solo lo sabe Dios. Naturalmente, no le corresponde a la ciencia investigar al respecto, al no tratarse de algo experimental. El creyente sabe que nada se ha revelado en las Escrituras, como por otro lado tampoco se dice nada sobre la eventual supervivencia eterna de posibles extraterrestres, inteligentes o no, ni de las de los animales y la fe sugiere que por tanto esos posibles planes no deben concernir al devoto, ya que en los dos Testamentos Dios desveló solo lo que debía afectar a la especie Homo sapiens sapiens, de la que todo exponente, en el sentido en que se acepta la Palabra, es creado a imagen y semejanza del mismo Dios y, según el credo de los cristianos, a imagen de la segunda Persona trinitaria, el hombre-Dios Jesucristo.
De todas maneras, mi punto de vista personal es que el Creador no habría desarrollado designios solo para el Homo sapiens sapiens, sino que habría cuidado, al menos, también de otros seres vivientes del tipo sapiens y, más allá de la Tierra, de posibles extraterrestres más o menos inteligentes.
En cuanto a los animales, se puede señalar que el Papa Pablo VI creía, a título personal, en su supervivencia en Dios: como se reflejó en la prensa, al encontrar en público a un niño que estaba llorando por la muerte de su perro, ese pontífice le había segurado que lo volvería a ver en el Paraíso.
Con respecto a la pregunta de si los exponentes de las otras especies Homo fueron también los adanes, se puede ver más adelante la sección «Pío XII, monogenismo y poligenismo» en el capítulo 8, titulado «Pareceres de algunos de los últimos papas».

Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829)

De Darwin y el darwinismo pasamos al primer evolucionista, Lamarck. Luego volveremos a avanzar en el tiempo, a Russel Wallace, contemporáneo de Darwin.

Para ser precisos, acerca de la primacía de Lamarck, recuerdo que un poco antes que él, el naturalista George Buffon, más exactamente Georges-Louis Leclerc, conde Buffon (1707-1788), había tenido una cierta intuición evolucionista, aunque sin embargo sin haber desarrollado una teoría: era un experto en anatomía comparada y, como había escrito en su obra en 36 tomos L'Histoire naturelle, générale et particulière, publicada entre los años 1749 y 1789, en parte por tanto después de su muerte, había apreciado semejanzas entre el hombre y los simios y había supuesto una posible genealogía común.

Después de un periodo de carrera militar, el francés Jean-Baptiste Lamarck se había dedicado al estudio de las ciencias naturales, siguiendo una visión filosófica de la naturaleza inspirada por el materialismo ilustrado. Hasta él se pensaba que las especies fueron creadas así como se presentaban, sin ninguna mutación. El mismo gran clasificador sueco de los organismos botánicos y zoológicos Carl Nilsson Linnaeus, conocido sencillamente como Linneo (1707-1778), había sido fijista, aunque hacia el final de su vida había supuesto que podían surgir nuevas especies por hibridación entre similares, pero la idea de hibridación no puede considerarse evolucionista. Para Lamarck, la materia no estaba constituida por elementos estables y definitivos como se suponía, sino que era mutable. Partiendo de la observación de los invertebrados, había concebido la transformación de las especies vivientes a lo largo del tiempo, causada por los requerimiento del entorno y su capacidad de adaptación: había desarrollado la hipótesis de que en todos los organismos biológico habría un impulso interno hacia la mutación, tendente a la perfección, la cual, debido a los fenómenos que él llamaba «el uso y desuso de las partes» y «la hereditariedad de las características adquiridas», los hacía cada vez más complejos en el curso de las generaciones. Así que había llevado a la biología al evolucionismo, según una idea dinámica de la historia natural. Había expresado sus teorías en la obra Filosofía zoológica en 1809. Lamarck fue también quien inventó el término «biología», que había incluido en la gran Enciclopedia ilustrada francesa, en cuya redacción había sustituido a D'Alembert.

Su teoría fue seguida con atención en el entorno de la biología hasta los años 20 del siglo XX. Posteriormente el lamarckismo fue criticado, primero por solo una parte de los científicos y luego de manera generalizada, tanto a causa de la afirmación de Lamarck de que la tendencia a la mutación estaba ínsita en los seres vivientes, algo que por entonces era algo presunto y nunca demostrado, como sobre todo por el hecho de que las características adquiridas durante la existencia no parecían ni parecen transmisibles a los descendientes, ya que dichas características se memorizan en las células somáticas y no en las germinales. Por ejemplo, una persona que se vuelva obesa no transmitiría naturalmente su adiposidad a los descendientes, salvo que los sobrealimentara en los primeros meses y años y los hiciera obesos para todo el resto de sus vidas, pero en ese caso no se trataría de un hecho congénito, sino cultural (evidentemente de mala cultura).

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