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El Lapso
Ruthy Garcia


“La mente lo es todo. En lo que piensas te conviertes”
Buda

“¡Si pudiera ser cierto!
Si fuera real como esos ojos me ven, entonces sería feliz”
(Pensamiento)

Sería sorprendente que un ser humano pudiera controlar la mente de otro. Los pensamientos voluntarios son absolutos, nadie puede cambiar eso.
Te invito a entrar en este mundo de pensamientos y verdades. El paseo será algo engorroso, tormentoso y hasta cierto punto aterrador. Recuerda que es posible que no haya retorno a la realidad, así que tienes dos opciones al terminar este libro: tú eliges tu final.
Bienvenido a El lapso.
De la autora.

“La causa primaria de la infelicidad nunca es la situación sino tus pensamientos sobre ella. Sé consciente de los pensamientos que estás teniendo”

Eckhart Tolle

CAPÍTULO I
La terapeuta

Desde ese asiento se puede observar mucho más de lo que cualquiera cree. La palabrería era hasta cierto grado entretenida, aunque a veces sufría ciertos arranques. No podía hacer nada. Las circunstancias le obligaban a permanecer allí. Aunque no se sentía mal del todo, en algunos momentos lo único que tenía era ganas de irse, de abandonar aquel sitio y no regresar.
Poder escuchar con atención era para ella un privilegio. Desde la óptica desde la que observaba, simplemente era encantador. “¡Qué ilusa!”, se decía a sí misma. Trataba de encontrar respuestas claras entre tanta narración y explicaciones irrevocables. Debía aceptar los hechos y no intentar opinar, no porque podría ser imprudente, nada de eso; más bien quería ser oportuna, agradable y fácil. ¡Y vaya si lo lograba! Manejaba la situación a las mil maravillas. Ningún gesto podría delatar su falta de convencimiento ante las conversaciones con este hombre, que resultaba a veces ser un individuo tosco, desorientado, desesperante, abrumador, acaparador, pero sobre todo hermoso. Bellísimo. Le cautivaba aquellos ojos profundos, su mirada de león hambriento, su sed de halagarle a cada instante. Sus sueños de diosa empezaban a cumplirse, caramba. “Lo que es la vida”, se decía, se repetía. Y al final… se lo creía.
Mientras, allí sentada, sumida en esas reflexiones, asumiendo el papel que le había tocado durante esos dos meses, a veces pasaban ráfagas del pasado que, entrometido, asomaba a su oscuro ser, en medio de una vida que no podía pasar por alto, menos borrar, tampoco olvidar.
Era evidente que no se refugiaría en aquellos detalles insignificantes de su aburrido pasado, un pasado poco complejo, no tan lejano. Hasta solo hacía dos meses era más que invisible, transparente. Estaba acostumbrada a no ser el centro de nada, a no relucir, a no sobresalir. Lo que llevaba viviendo en aquellos últimos sesenta días era realmente emocionante.
Aquel asiento había sido el lugar de primera fila para ser testigo debutante de las cosas más maravillosas que había escuchado y experimentado en su aburrida, indiferente, indeseada y frustrada vida.
Pero las rosas que empiezan con color brillante, tarde o temprano terminan siendo opacas, secas, feas e indeseables.
Ella acomoda su cuadernillo de apuntes, siente el sofocante apretón de su sostén en su espalda y arruga un poco el rostro por lo apretado que le quedan esos zapatos. ¡Por Dios, se suponía que eran su talla! Otro desastre de tamaño incorrecto. Su vida real estaba siendo un caos. En aquellos momentos experimentó cierta ansiedad, pero no se quejó, así que se dispuso a continuar con la charla que cada día de los últimos cincuenta y nueve había tenido con el increíble caballero inglés, Sir Arthur Paradize.
—Desde que recuerdo he sido así, absolutamente independiente, sin retazos.
—Ya veo, pero… ¿qué me dice de sus deseos locos por leer tantos libros? ¿Cuándo empezó todo? Hábleme de eso.
—Eso, señorita Nova, es algo muy remoto, antiguo. Creo que percibí la lectura de mi primer libro en el vientre de mi madre, que fue en vida una lectora disciplinada, no como yo. Ella tenía hasta sus planes de lectura para un año completo. Era organizada y eso es muy difícil de igualar.
—Pero usted también es alguien muy organizado, señor Paradize, no puede decir que no. Siempre ha insistido en que hay que ser ordenado, recalca la forma como le gusta que se hagan las cosas. Es digno de admiración.
—Es verdad, pero ¿sabe algo? —Toma asiento—. ¿Ve este diván? ¿Puede percibir la textura de esta fina madera? ¿La tela? ¿El modelo único en que fue hecho especialmente para mí? ¿Puede verlo? —dijo mientras se paraba, acariciaba el mueble y sonreía.
—Claro, lo veo. ¿Por qué lo dice?
—Eso exactamente. Orden, disciplina y belleza son las tres palabras que definen la perfección. Como este diván, así soy yo, único.
—Se alaba usted tanto que…
—¿Le molesta, señorita Nova?
—No, no es eso. Es que…
—¡Es que nada! Siente envidia, debe ser duro para una inmigrante rusa salir de su tierra con sueños de ser cantante y parar haciendo lo que había abandonado durante tanto tiempo.
—Señor Paradize, por favor, no tra…
—Déjeme terminar. Ochocientos veinticinco euros a la semana me dan ciertos derechos sobre usted. Bueno, mientras duren las cuatro horas por las cuales la he contratado.
—Perdone, no quise ofenderle.
—Ah… Ahora pide disculpas. Cada semana es lo mismo. Usted, señorita Nova, es una terapeuta paupérrima. Le recuerdo que acepté sus servicios porque lamentablemente nadie más respondía al llamado del periódico, no debe olvidar el hecho de que cuando ya la había contratado empezaron a llamar personas de mucha capacidad y preparación.
—¿Por qué no me despide entonces?
—Sus encantos… Debo admitir que su belleza no tiene precedentes. Más bien debió ser modelo. Sabe que no me canso de recalcar lo bien que se ve. Es usted una de las mujeres más hermosas que he visto en mi vida, y le recuerdo que he visto muchas.
El rostro de la señorita Nova enrojeció. Otra vez sucede: él la halaga, la lleva a las nubes. “Creo que no merezco tanto”, piensa en medio de una alegría mezclada con dudas. No sabía si reír o entristecerse, pero decidió que era mejor estar feliz. Estas cosas no suceden a menudo en la vida de una mujer como ella.
—Bueno, discúlpeme entonces. No vengo aquí para hablar de mí, sino de usted. Yo soy la terapeuta, usted el paciente. Usted habla y yo escucho. Recuerde que se trata de eso, así que… vuelva al… fino, único y bien elaborado diván, y continúe. Dígame todo lo que desea, yo simplemente le escucharé —dijo mientras tomaba nota.
Arthur se recuesta, suspira y empieza a narrar algunos detalles, mientras Lara Nova, la humilde terapeuta, toma notas y escucha con detalle cada palabra que narra con emoción el señor Paradize.
—Hace un rato le mencioné a mi madre. Le había dicho que era fina y distinguida, pero le mentí: era la mujer más glamorosa que usted pueda imaginar.
—¿En serio? —dijo con tono de sorpresa y burla.
—¿Trata de burlarse? Dígame, ¿cuánto costaron esos horrendos zapatos de segunda mano? ¿Y qué me dice de ese estúpido bolso? Mi madre era diferente, tenía porte, elegancia y clase.
—No me he burlado, más bien me he sorprendido con lo que me ha dicho, es todo. Le siento… algo agrio conmigo.
Ella trata de encantar al hombre. Sabe que, aunque es áspero, lleva ventajas respecto a lo que piensa de ella y de la forma en que la ve, así que usa sus encantos para aparentar cierta inocencia inexistente. Y vaya que tiene efecto Instantáneo. El poder de ser quien no eres es a veces un misterio interesante.
—Bueno, si, no puedo ocultarlo más, estoy mal y es usted la culpable. La semana pasada escuché la conversación que tuvo en la puerta con su amante…
—¡No puede ser!
—Sí, escuché claramente cuando le dijo: “¡Maldito millonario de pacotilla! ¡Es un malnacido! Cuando reúna cinco mil euros me largo y no vuelvo más. Nos iremos al Caribe juntos”. Parecía estar feliz al decirle esto a su inadecuado, indelicado y torpe compañero de cama.
Ella guardó silencio durante unos segundos.
—Sí, lo recuerdo, pero fue un arranque, lo siento —dijo asustada, mientras respiraba forzadamente.
No esperaba esta información, fue repentino. Por un momento sintió que estaba en peligro.
—¿Segura que fue solo un arranque? Porque si no quiere seguir viniendo, lo entenderé y la dejaré ir. Solo tiene que decírmelo. Lo menos que querría es estropear su ilusa relación con un hombre que no sabe valorar qué clase de mujer tiene.

Ella se siente otra vez en las nubes, la irrealidad es hermosa, trascendental episodio de su transparente vida.
—No, no, no, nada de eso. No tome en cuenta lo que escuchó, fue una estupidez. De todo corazón, estoy arrepentida. Perdóneme, señor Paradize.
Lara Nova cruzó con esfuerzo sus piernas. Él la miró con cierta desesperación. Es evidente que le atraía bastante.
—Está bien, entonces lo olvido y usted no lo repite —dice Paradize.
—De acuerdo. Ahora cuénteme más. Nos quedamos en la glamorosa señora Paradize.
—Sí, sí —rió como un niño—. Era bella…
En ese momento la puerta recibe varios golpes con extremada delicadeza.
—Señor Paradize, su té está listo.
—Es Margaret, la mucama —susurró al tiempo que miraba su reloj.
—¿Quiere que lo traiga aquí o más bien desean pasar a la terraza? —dijo desde fuera de la habitación.
—Tráigalo aquí, pero dentro de media hora, ahora estamos ocupados. A no ser que usted, señorita Nova, quiera tomarlo en este momento.
—No, nada de eso, lo tomaremos juntos dentro de media hora. Quiero seguir escuchando.
—Puede retirarse, Margaret.
—Como guste, señor Paradize.
—Le decía que mi madre fue una mujer espectacular. Mi padre la conoció en una fiesta en París, en casa de unos amigos. Tenían diecisiete años. El flechazo fue instantáneo. Construyeron juntos el emporio Paradize, usted sabe… Ya conoce a mi familia y el poder que encierra mi apellido. Sabe los detalles de mi fortuna, no es ningún secreto en toda Europa que soy un hombre realmente poderoso.
—No cabe duda, es cierto…
—Soy hijo único. También debe recordar el inmencionable suceso de cuando la vida de mi hermosa madre es trastocada y lamentablemente muere, cuando yo tenía apenas catorce años.
—Un hecho que desafortunadamente marca a cualquiera. Lo siento mucho, señor Paradize.
—Sí, más por el desconsiderado de mi padre.
—¿El señor Arthur Paradize padre? Hábleme de él.
—No se atreva a mencionar que ese ser tan despreciable lleva mi nombre —dijo poniéndose de pie repentinamente y acercando su cara a la de Lara de una manera intimidante.
Sus miradas se enfrentaron y se produjo un momento muy tenso entre la presión del impulsivo hombre y el temor de ella.
De repente, la puerta se abrió.
—He traído su té, señor Paradize.
El hombre vuelve a su asiento.
—Déjelo en la mesa y retírese, Margaret.
—Sí, recuerde que está caliente, como le gusta. Si lo deja enfriar no sabrá igual.
—¡Lárguese ya, señora Margaret! ¿No ha entendido? —dijo Arthur de una manera irritante.
Margaret se va. Lara mira con ojos de pena a la mujer, mientras esta se va algo desconcertada. La puerta se cierra lentamente, ambas mujeres se miran intensamente. A las dos les aqueja la misma pena.
—Perdón, señor Paradize, no quise... —dijo Lara.
—No quise, blablablá. Pues no quiera más y que no se repita. No me agrada hablar de él.
—Pero, aunque no mencionemos su nombre, podríamos llamarle de alguna forma, qué sé yo… un sinónimo… Sabe que necesito detalles de todas sus cosas.
—Sí, lo creo justo. ¿Cómo se le ocurre que podríamos llamarle?
—¿Qué le parece el Innombrable?
Unos segundos de silencio hicieron que ella se preocupara de no haber elegido el nombre correcto.
—Me parece perfecto. ¡¡El Innombrable!! Bien, hasta me siento cómodo llamándole así. —Rio, de inmediato tomó asiento y gritó a voces—: ¡¡Ya basta!! ¡Cállate, maldito Innombrable, me estás sacando de mis casillas!
—Señor Paradize, ¿qué le sucede?
—¿No lo escucha? Es él otra vez, por eso le tengo encerrado desde hace tanto tiempo. Cada vez es más desesperante. No aprende a guardar silencio ni un solo instante. Es un malnacido, le odio.
—¿Y por qué le ha encerrado? No creo que nadie se merezca eso.
—¿Le parece poco haber causado la muerte de mi santa madre?
—Fue un accidente, señor Paradize. Debe hacer lo posible para olvidar, es necesario.
—Si hubiese sido su madre no diría lo mismo, créame.
—No, no debe verlo de esa manera. Necesita hacer lo posible por empezar de nuevo. Es usted una persona brillan…
—¡Ya basta! Deje de alabarme, no conseguirá un céntimo más de lo que le pago. Limítese a cumplir con sus obligaciones como terapeuta.
—Perdón, señor Paradize. Sigamos hablando de su madre.
El tono de la conversación cambió bruscamente y entró en una nueva etapa de charla distendida, como si el momento incómodo de hacía unos segundos jamás hubiera sucedido.
—Ah, sí… —Sonrió—. ¡Ella era única! Llena de vida. Pero lamentablemente el Innombrable apagó la luz que había en ella.
—Es una pena. Más me dijo que se amaron durante mucho tiempo.
—Un tiempo corto. Eso fue amor a cuentagotas. A veces creo que él planeó la muerte de mi madre para quedarse con la fortuna.
—Es confuso lo que dice. Si la amaba, ¿cómo podría hacer eso el Innombrable?
—Bueno, tal vez que nadie se dio cuenta. El innombrable, señorita Lara, es sagaz, sigiloso, mentiroso y sobre todo astuto. Por ello lo tengo encerrado, por ello no permito que salga a ningún lugar. Conozco sus trampas, no podrá engañarme nunca.
—¿Y le dejará encerrado mucho tiempo?
—Claro, no pienso dejarle salir. Debe permanecer allí para siempre, y aun con eso no pagará lo que hizo.
—Comprendo y respeto eso, pero…
—¿Pero qué? ¿Ahora va a defenderlo?
—No es defensa, es más bien una justificación. Déjele salir de vez en cuando y quién sabe si podría sacarle la verdad. Tal vez obtendría una ventaja.
—No es mala idea para salir del cerebro de usted, señorita Lara. Pensaré en ello y, si lo veo factible, lo haré.
—Bien. Ahora hábleme más sobre su amor por los libros, o más bien su extraña manera de ver la lectura.
—No lo disfrace. Me llama obsesivo en pocas palabras, no habla con un analfabeto. Recuerde que he leído tantos libros como cabellos tiene usted en la cabeza.
—Lo sé. Es que… es rara su forma de ser, señor Paradize. Tengo que admitir que es usted único.
—¡Por fin dijo algo espontáneo y real sobre mí! La felicito. Esto merece que nos tomemos el té. Debe estar por enfriarse.
Bebieron en medio del silencio y de cierto protocolo. Él miraba con desconfianza a Lara, ella dejaba notar poco el temor que sentía. Como tenía las manos sudadas, a ella se le escurrió la taza, que cayó al suelo y se rompió.
—¡Es usted una…! —exclamó él—. ¿Sabe cuánto cuesta esa taza? Es una fina pieza de vajilla que me regaló mi abuela. La trajo de la India en uno de sus viajes antropológicos. Llevaba conmigo más de treinta años. ¡Qué torpeza!
—¡Lo siento! ¡Lo siento! Se la pagaré, puedo pagarla. —decía ella mientras recogía los restos de debajo del diván.
—¡Margaret! —llamó el señor Paradize a voces.
—Dígame, señor…
—Recoja esa taza rota, por favor.
—Sí, señor.
—Puedo pagarla. Dígame dónde puedo encontrar esa taza, por favor…
—No podría, aunque quisiera. Es una pieza genuina. Acaba de descompletar la vajilla más cara de esta mansión, merece un aplauso, terapeuta paupérrima.

“A través de otros nos convertimos en nosotros mismos”

Lev S. Vygotsky

CAPÍTULO II
Ecos del pasado

Tras el incidente con la taza la terapeuta Lara Nova se sintió mal, culpable de la torpeza cometida, pero más por las palabras del Paradize, quien aprovechaba cada mínima oportunidad para menospreciarle de forma absoluta.
Aquella culpa era recompensada por la compañía que él le proporcionaba. Los insultos y malos tratos no eran del todo desagradables para ella, sabía que pronto llegarían los halagos a los que se había hecho adicta.
¡Qué forma tan asqueante de mendigar un poco de atención! Ese era un pensamiento que pasaba frecuentemente por su anestesiado cerebro. Admitía levemente en su subconsciente que estaba algo equivocada con la absurda ilusión de ser lo que él creía que era ella.
Después del silencio de aquellos minutos, él permaneció en aquel asiento, tranquilo. La bebida había surtido su efecto.
—Me parece que después del té luce usted un tanto… más sereno. Quisiera que pudiese permanecer así un buen rato, por su propio bien.
—La serenidad, señorita Nova, no es una elección, es una condición. Como psicóloga debe saberlo.
—Sí, es verdad, pero no podemos negar que es más cómodo cuando es usted más accesible, más fácil y más manejable.
—¿Le gusta?
—¿Qué? ¿Que si me gusta qué?
—Que sea yo manejable, como manso corderito.
Paradize se puso de pie y se colocó detrás de la silla donde ella estaba sentada, solo sintiendo sus manos sobre los hombros. Lara estaba algo asustada. Se sonrojó, sonrió y, tras de un trago seco, suspiró.
—Sí, no puedo negar que me gusta tener el control —Sonrió—. Pero con usted es algo casi imposible. Soy dominante y eso la perturba.
—No, en absoluto, más bien me inquieta. A medida que escucho sus relatos más me interesa, es como una de esas novelas adictivas.
Lara se puso de pie y quedaron frente a frente.
—Ah, ya veo… me ve como una historia de entretenimiento… ¡Asombroso! —dijo muy sereno.
—No es eso. —Lara rio a carcajadas—. Esto es un tanto confuso. Señor Paradize, es usted único… y no le estoy alabando. Su vida es muy interesante. Escucharle hace que me sienta… con deseos de saber más. ¿Adónde nos llevará todo esto? No lo sé, y es lo que más me agrada, el misterio de lo que desconozco.
—Su explicación es cómoda y satisfactoria. Me gusta que piense así.
Sus miradas eran cambios de luces, disfrutaban de un intenso flirteo, coqueteaban el uno con el otro de una forma escondida. Era como una especie de código amoroso, pero a ninguno le convenía que eso aflorara.
—Me alegra que la calma haya llegado, porque debemos continuar hablando.
—Quiero hacerle una pregunta, Lara.
—Adelante. —Lara lo miraba mientras él regresaba a su asiento.
—Si un día quisiera que me acompañara a un viaje, ¿lo haría?
Ella tardó en contestar y eso le molestó un poco a él.
—Ya veo, me teme. ¿Soy un ogro quizás? —dijo con cierto desconcierto.
—No, nada de eso. Es que…
—Nada de excusas. Conteste y punto.
—Sí, aceptaría. ¿Por qué me pregunta eso?
—Por nada. Ahora continuemos. Nos quedamos en…
—Sí, hablaba de su madre.
—Lo sé, solo quería saber en qué grado está usted concentrada en esto.
—Ya ve, soy así. —Sonrió.
Él la mira con ojos serios. Ella tose para disimular la incomodidad y se recuesta nuevamente mientras continúa escuchando.
La conversación da un giro un tanto brusco.
—¿Por qué es usted racista?
—¿De dónde ha sacado eso? —preguntó molesta Lara.
—Por favor, deje de negarlo, se nota en su forma de ser. Se suma a eso su manera clasista. Estoy totalmente seguro de que denigra a las personas.
—Me está ofendiendo.
—La verdad ofende, pero es necesaria.
—Ya sabía yo que no duraría mucho tiempo usted sereno.
—Mi serenidad es relativa.
—¡Ya basta! ¿Continuará narrando o qué pasará entonces?
—Está bien, seré objetivo.
—¿Lo promete?
—Sí —respondió cortante.
—Continúe, por favor.
—Bien. Como le decía, mi madre fue víctima de mi padre.
—¿Se refiere al Innombrable, al que está encerrado en una de las habitaciones de arriba?
—Sí, ese mismo, el que está encerrado y estará siempre encerrado. Bueno, por lo menos mientras yo viva.
Ese dato llenó de tristeza a la terapeuta, quien prefería a veces guardar silencio en relación a ese encierro. En este momento decidió cambiar el tema. Era doloroso indagar acerca del Innombrable.
—¿Su madre fue una esposa abnegada?
—Demasiado. Aunque viajaba mucho, siempre sacaba tiempo para mí.
—¡Qué bueno!
—Si la hubiese conocido la admiraría, se lo aseguro.
Un deseo interno por saber lo que conocía perfectamente hizo que retrocediera; necesitaba encontrarse con ese pasado inexistente. Era necesario escuchar lo que sabía, porque, aunque resultaba imposible, para él todo aquello era ahora su mundo.
—¿Y qué sucedió con el Innombrable? ¿Por qué dejaron de amarse él y su madre?
—Fue él quien dejó de amarla. Ella le amó. Bueno, fue un tiempo después del matrimonio, pero le amó. Es lo que vale, ¿no? Lo leí en el diario de mi madre.
—Señor Paradize, ¿cómo es posible? Los diarios son privados.
—Lo sé. Cuando ella murió yo era un joven inexperto. Un día me topé con su hermoso libro color rosa. En él escribió que tenía uno anterior, así que indagué entre sus cosas. Al encontrar el anterior, decía lo mismo, que había otro anterior, y así sucesivamente, hasta que en el viejo sótano de la abuela pude encontrar una caja repleta de diarios que databan desde que mi madre era adolescente. Fue mi oportunidad de conocerla en profundidad.
—Me imagino que fue una experiencia desbordante. ¿Cómo se sintió al principio? ¿Cómo reaccionó ante los detalles más íntimos de su madre?
—Si supiera… No había nada morboso en esas líneas, no todas son zorras oportunistas como usted. En aquel libro todo era amor, menos cuando se refería al Innombrable.
—¿Cree que me ofende al llamarme zorra? Algunos creen que ser zorra es malo, pero para mí ser zorra es ser sagaz, inteligente y no dejar que los demás te usen.
—Sus defensas son válidas. Es justo que quiera dar la cara por usted misma.
—¿Y usted? ¿Daría la cara por mí?
Se acercó a él, que se puso de pie. Ella también. Quedan frente a frente.
Sus cuerpos se aproximaron lentamente. Él no pudo más. La tomó a la fuerza por la cintura y le dio un beso apasionado, que dejó a aquella mujer fuera de este mundo, viviendo una fantasía que no le correspondía, engañada. Pero no importaba, Lara se sentía genial.
Él trató de colocarla sobre el asiento, pero la silla se rompió y ella calló al suelo. Arthur pestañeó y movió la cabeza tratando de entender por qué se había caído.
Los intentos por ayudarle fueron fallidos, hasta que por fin Lara pudo levantarse.
—¿Cómo pudo suceder? ¿Está bien? ¡Qué torpeza! Lo lamento. —Se miraron con complicidad.
Allí, mientras su dolorida pierna empezaba a molestarle, ella recordaba su apartamento, la soledad de aquellas insípidas cuatro paredes, el sonido del silencio tortuoso y desesperante, el vacío de aquella gigantesca cama, la posibilidad de la existencia de la nada en su aburrida vida. La verdad no era agradable, saber que debía volver a esa vida llena de vacíos y más que todo lleno de ella, repleto de su ser, de su realidad y de una mujer muy distinta a la que Arthur esperaba.
Mientras se ponía de pie vino a su mente la primera caída que tuvo. Era un enero lleno de esperanza. Estar en aquella Escuela preparatoria fue en ese momento muy alentador, pero por desgracia las cosas se empañaron con aquel suceso que no le traía buenos recuerdos: caerse frente a Jack Sinclair, el chico más popular y hermoso, fue una gran equivocación. Desde ese día todos se burlaban de ella, sería recordada como la chica que se cayó frente a todos tras resbalar mientras miraba a Jack. Todos se dieron cuenta de que ella estaba enamorada de esa estrella de la preparatoria, un ejemplar masculino lleno de atributos sorprendentes; sin embargo, ella sabía que no estaba a su alcance. Jack la ayudó a levantarse y a evitar que siguieran riéndose de su ropa interior rota. Jack, que era un “caballero”, mandó callar a todos y rescató a la dama en peligro. Levantarse y quedar ambos frente a frente fue más que suficiente para ella. En ese momento estaba convencida: Jack era todo lo que quería. Él sonreía y le tocaba la mejilla, aunque más como una amiga.
— ¿está bien? —dijo, dejando ver la sonrisa infame y peligrosa que había hechizado a muchas chicas en aquella escuela.
Arthur había notado que durante unos instantes ella se había ido de este mundo. Ignoraba que precisamente ese mundo era toda una pesadilla para ella, que regresar allí no era agradable.

MEDIA HORA DESPUÉS
—Afortunadamente no se ha roto nada. Habría sido el colmo.
—No se preocupe, ya todo está bien.
—Entonces continuemos.
—¿Qué más quiere saber?
—Hábleme más sobre su madre y el Innombrable… ¿Cómo define la relación entre ambos?
—Frustrada, desigual y tortuosa.
—Un momento, no entiendo. ¿No me había dicho que se amaron?
—Sí, pero fue después de que sus padres les obligaran a casarse por conveniencias económicas. El padre del Innombrable era un importante diplomático canadiense, el de mi madre un empleado de la casa de mi padre.
—Ya entiendo.
—Sí, es confuso, pero fue así. Bueno, así lo relatan los diarios de mi madre.
—¿Qué pasó luego? ¿Tuvo entonces su madre que aprender a amar al Innombrable?
—Así es. Es usted muy lista.
—Dígame una cosa, señor Paradize. Si su madre llegó a amar a su padre, ¿cuál fue el problema entonces?
—Él sabía que ella se casó sin amarlo. Al principio lo ocultó, fue sigiloso. Le halagó con detalles y llenó su vida de emoción, lujos, vanidad. Luego, cuando mi madre estaba perdidamente enamorada, él tiró de la soga. Simplemente dejó de atenderla como antes. Ella lo pasó muy mal. Sus diarios hablan más de dolor y sufrimiento que de amor.
—Es una pena. El innombrable fue… muy cruel.
—¿Escuchaste eso, maldito Innombrable, maltratador de madres, aniquilador de mujeres amadoras, buenas y abnegadas? ¿Lo has escuchado? —gritó Arthur con tono acusador, señalando y mirando al segundo piso.
—¡Cálmese! No creo que pueda escucharle. —Lara bajó la cabeza con tristeza.
—¡Claro que puede! Esta mansión tiene pasadizos secretos en las paredes; además, él tiene un excelente nivel auditivo, lo ha desarrollado durante su encierro.
—Siéntese, por favor. —Se inclinó y le tocó en el brazo para que se volviera a recostar.
Prosiguió:
—Cuando mi madre pudo por fin quedar embarazada de mí, empezó a ser feliz.
—Bueno, es una alegría saber que uno es el motivo de felicidad de sus padres.
—No, no para el Innombrable. Él más bien me odiaba.
—¡No puede ser! ¿Cómo puede un padre aborrecer a su hijo?
—Sí, tenía miedo de que yo algún día heredara toda esta fortuna, el negocio de la fabricación de cruceros, señorita Nova, es muy retributivo, sus ganancias son sorprendentes.
—Es algo que no creo que concuerde. ¿Está seguro de lo que dice?
—Sí, lo dice claramente, de puño y letra de mi madre.
—Entonces, ¿su padre sentía celos de usted?
—Sí, porque sabía que mi madre me amó limpiamente sin imposición desde que llegué a su vientre; en cambio él siempre tuvo presente que aquel matrimonio fue arreglado por conveniencias económicas.
—Pero me dijo usted que el padre de su madre era empleado en casa de la familia de su padre.
—Sí, es así, pero… Mi familia tenía gran aprecio por ese hombre y por la educación de su hija, que fue criada como parte de la familia; por ello mis abuelos arreglaron ese matrimonio. Mi madre, señorita Nova, siempre fue una gema, una joya de gran valor.
—Me dijo que su madre amaba la literatura. ¿Qué me cuenta sobre eso?
—Sí, era una persona muy letrada. También ella fue la que ayudó a sacar adelante la empresa de mi padre. Gracias a los contactos de negocios que tenía mi madre alrededor del mundo, y a las estrategias financieras que ella diseñó, a su poder de convicción, la empresa prosperó. Por eso no había acabado con ella antes: era su gallina de los huevos de oro.
—Hábleme de sus estudios. ¿Cómo fueron sus años de estudiante?
—Tenía maestros particulares. Mis padres viajaban tanto que tenían que asignarme un maestro en cada puerto. Era algo incómodo. Al cabo del tiempo, mi sabia madre decidió ser ella la que me enseñaría a leer. Recuerdo que desde muy pequeño me ponía a ordenar su gran biblioteca. Yo le ayudaba llevando los libros. Cuando empecé a leer me compraba cuentos y me ayudaba a leerlos.
—¡Wowww!
—Leí mi primer libro completo siendo muy pequeño. Balbuceaba y mi madre se reía. Yo leía, pero sin entender; solo la segunda vez que lo leí pude entender la historia.

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