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Encuentro Con Nibiru
Danilo Clementoni


Danilo Clementoni

Encuentro con Nibiru
Las aventuras de Azakis y Petri

Titulo original:
Incrocio con Nibiru
Le avventure di Azakis e Petri

Traducido por: María Acosta

Editor: Tektime
Este libro es una obra producto de la fantasía. Nombres, personajes, lugares y organizaciones citados son fruto de la imaginación del autor y su objetivo es dar verosimilitud a la narración. Cualquier parecido con hechos o personas reales, vivas o difuntas, es pura coincidencia.

Encuentro con Nibiru
Copyright © 2015 Danilo Clementoni
1ª edición (en italiano): febrero 2015
Editado e impreso por el autor

Facebook: www.facebook.com/incrocioconnibiru (http://www.facebook.com/incrocioconnibiru) (en italiano)
Blog: dclementoni.blogspot.it
e-mail: d.clementoni@gmail.com (mailto:d.clementoni@gmail.com)

Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida de ninguna manera, incluso por cualquier tipo de sistema mecánico y/o electrónico sin la autorización expresa y escrita del editor, a excepción de algunos pequeños pasajes a efectos de ilustrar reseñas o recensiones.
Este es el segundo volumen de la serie
Las aventuras de Azakis y Petri

Con el fin de disfrutar completamente esta apasionante aventura, antes de comenzar la lectura de esta novela recomendaría la lectura del primer tomo titulado
El Retorno

(Nota del Autor)
A mi mujer y mi hijo por la paciencia que han tenido conmigo y por todas las valiosas sugerencias que han aportado, contribuyendo de esta manera, ya sea a mi mismo como a esta novela.

Agradezco en particular a todos mis amigos el que me hayan confortado e incitado a seguir hasta finalizar este trabajo que, quizás, sin ellos no habría visto jamás la luz.

Índice

Introducción (#u75748aa6-a430-5969-8e48-3bc38761b224)
Prólogo (#u72598411-c714-5897-8a2d-eceef2afc266)
Astronave Theos (#uba05b016-119e-5d03-9f93-50700e63b7ec)
Tell el-Mukayyar – La fuga (#u1ad44351-fe4d-5713-b0c0-aa3c9b5ce2b4)
Astronave Theos – El superfluido (#u0f46ef30-4bd8-54ce-a5e5-9381774b735d)
Base aérea Camp Adder – La evasión (#udb243a6c-5735-5c19-aecc-3d093325a37a)
Astronave Theos – El plan de acción (#u3b4a9888-43e7-56c1-b758-ee3249db2c14)
New York – Isla de Manhattan (#u4de3c813-d828-56b7-85e9-166e7407afc5)
Astronave Theos– El regalo (#uebd590dd-ef52-5dcd-ba9f-9f76f618240f)
Nasiriya – La cena (#u1573492e-7a32-5a31-b2a0-529248dcb72e)
Astronave Theos – El almirante (#u705921d9-4a68-5623-a6f1-c58aa66b8551)
Nasiriya – La emboscada (#u1358359f-c9ee-512c-83c3-c415aa01986c)
Astronave Theos – El Presidente (#u1203708c-a11f-59ee-afbb-462c97c0e3be)
Nasiriya – Hisham (#litres_trial_promo)
Astronave Theos – El regreso a la Tierra (#litres_trial_promo)
Nibiru – Los preparativos (#litres_trial_promo)
Tell el-Mukayyar – La trampa (#litres_trial_promo)
Nevada – Área 51 (#litres_trial_promo)
Nibiru – La prueba (#litres_trial_promo)
Tell el-Mukayyar – Malas noticias (#litres_trial_promo)
Área 51 – El contacto (#litres_trial_promo)
Nibiru – La partida (#litres_trial_promo)
Tell el-Mukayyar – El mensaje (#litres_trial_promo)
Área 51 – Contramedidas (#litres_trial_promo)
Theos-2 – Contacto con la Tierra (#litres_trial_promo)
Tell el-Mukayyar – El accidente (#litres_trial_promo)
Área 51 – La base secreta (#litres_trial_promo)
Tell el-Mukayyar – El gatito (#litres_trial_promo)
Theos-2 – El asteroide (#litres_trial_promo)
Área 51 – Las revelaciones tecnológicas (#litres_trial_promo)
Nasiriya – Los Shani (#litres_trial_promo)
Theos-2 – Los cálculos (#litres_trial_promo)
Área 51 – Las coordenadas (#litres_trial_promo)
Nasiriya – Regreso al campamento (#litres_trial_promo)
Theos-2 – La avería (#litres_trial_promo)
Área 51 – El dinero (#litres_trial_promo)
Tell-el-Mukayyar – Regreso a la base (#litres_trial_promo)
Theos-2 – Un paseo por el espacio (#litres_trial_promo)
Área 51 – El proyecto (#litres_trial_promo)
Tell-el-Mukayyar – La captura (#litres_trial_promo)
Theos-2 – Las reparaciones (#litres_trial_promo)
Área 51 – La llamada desde la Theos-2 (#litres_trial_promo)
Boston – Hospital General de Massachussets (#litres_trial_promo)
Theos-2 – Hipótesis (#litres_trial_promo)
Área 51 – La esperanza (#litres_trial_promo)
Océano Atlántico – El rescate (#litres_trial_promo)
Theos-2 – El Plan “B” (#litres_trial_promo)
Área 51 – El acuerdo (#litres_trial_promo)
Astronave Theos – Las comprobaciones (#litres_trial_promo)
Área 51 – La confesión (#litres_trial_promo)
Theos-2 – Órbita terrestre (#litres_trial_promo)
Área 51 – La liberación (#litres_trial_promo)
Theos-2 – El punto “X” (#litres_trial_promo)
Área 51 – El control de la evacuación (#litres_trial_promo)
Theos-2 – Últimas comprobaciones (#litres_trial_promo)
Theos – Nuevas revelaciones (#litres_trial_promo)
Planeta Tierra – California (#litres_trial_promo)
Theos – Newark en acción (#litres_trial_promo)
Planeta Tierra – Las reacciones (#litres_trial_promo)
Órbita terrestre – Kodon (#litres_trial_promo)
Tell-el-Mukayyar – La despedida (#litres_trial_promo)
Bibliografía en español (#litres_trial_promo)
Note (#litres_trial_promo)

Introducción
El decimosegundo planeta, Nibiru, (el planeta de transición), como fue llamado por los sumerios o Marduk (el rey de los cielos) como lo rebautizaron los babilonios, es en realidad un cuerpo celeste que orbita en torno a nuestro sol durante un periodo de 3.600 años. Su órbita es claramente elíptica, retrógrada (gira alrededor del sol en sentido contrario a todos los demás planetas) y está muy inclinada respecto al plano de nuestro sistema solar.
Cada una de sus aproximaciones cíclicas ha provocado casi siempre inmensas perturbaciones interplanetarias en nuestro sistema solar, tanto en las órbitas como en la conformación misma de los planetas que formaban parte del mismo. Concretamente, fue justo en una de sus más tumultuosas transiciones que el majestuoso planeta Tiamat, ubicado entre Marte y Júpiter, con una masa aproximada de nueve veces la de la actual Tierra, con abundante agua y con once satélites, fue devastado debido a un épico choque. Una de las siete lunas que orbitaban alrededor de Nibiru golpeó al gigantesco Tiamat partiéndolo prácticamente por la mitad, obligando a cada una de las secciones a moverse en distintas órbitas. En la siguiente transición (el segundo día del Génesis), los restantes satélites de Nibiru completaron la obra destruyendo completamente una da las partes que se habían formado con el primer choque. Los detritos generados por las múltiples colisiones crearon, en parte, lo que hoy conocemos como cinturón de asteroides
o Brazalete Martillado, que era como lo llamaban los sumerios, y otra parte fue incorporada por los planetas vecinos. En concreto, fue Júpiter el que capturó la mayor parte de los detritos, aumentando de forma considerable su masa.
Los satélites artífices del desastre, incluyendo aquellos supervivientes del antiguo planeta Tiamat, en su mayor parte fueron lanzados hacia órbitas exteriores, formando lo que hoy conocemos como cometas; la parte superviviente a la segunda transición consiguió colocarse en una orbita entre Marte y Venus, llevándose consigo el último satélite y acabando por formar lo que hoy conocemos como Tierra, junto a su inseparable compañera la Luna.
. La cicatriz provocada por aquella colisión cósmica, que había tenido lugar aproximadamente hacía 4 millones de años, todavía es parcialmente visible. La parte dañada del planeta está actualmente cubierta por las aguas de lo que hoy llamamos Océano Pacífico. Ocupa un tercio de la superficie terrestre con una extensión de más de 179 millones de kilómetros cuadrados. En toda esta inmensa superficie no hay prácticamente masa terrestre, sólo una gran depresión que se extiende hasta una profundidad que supera los diez kilómetros.
Actualmente Nibiru posee una configuración muy parecida a la de la Tierra. Las dos terceras partes de su superficie están recubiertas de agua mientras que el resto está ocupada por un único continente que se extiende de norte a sur, con una superficie total de 100 millones de kilómetros cuadrados. Algunos de sus habitantes, con cientos de miles de años, aprovechando la aproximación cíclica de su planeta al nuestro, nos han visitado de manera sistemática, influyendo en la cultura, los conocimientos, la tecnología e incluso en la misma evolución de la raza humana. Nuestros antepasados los han llamado de muchas maneras, pero quizás el nombre con el que han sido conocidos desde siempre haya sido “Dioses”

Prólogo
Azakis y Petri, los dos simpáticos e inseparables alienígenas protagonistas de esta aventura, han vuelto al planeta Tierra después de un año (3.600 años terrestres). Su misión era recuperar una valiosa carga que, a causa del mal funcionamiento de su sistema de transporte, se habían visto obligados a abandonar rápidamente en su anterior visita. Esta vez, en cambio, han encontrado una población terrestre muy distinta con respecto a aquella que habían dejado. Usos, costumbres, cultura, tecnología, sistemas de comunicación, armamento, todo era diferente con respecto a lo que habían encontrado en la última visita.
A su llegado se tropezaron con una pareja de terrestres: la doctora de arqueología Elisa Hunter y el coronel Jack Hudson, que los han acogido con entusiasmo y, después de innumerables peripecias, los han ayudado a finalizar su delicada misión.
Aquello que sin embargo los dos alienígenas no habrían querido decir a sus nuevos amigos era que, su planeta natal Nibiru, se estaba acercando velozmente y que, al cabo de siete días terrestres, chocaría con la órbita de la Tierra. Según el cálculo efectuado por los Ancianos, uno de sus siete satélites rozaría el planeta provocando una serie de alteraciones climáticas comparables a aquellas que, en la transición anterior, habían sido resumidos en un único concepto: Diluvio Universal.
En la primera parte de la novela (El retorno – Las aventuras de Azakis y Petri), los habíamos dejado a los cuatro en el interior de su majestuosa astronave Theos y es desde este momento que retomamos la narración de esta nueva y fantástica aventura.

Astronave Theos
En las últimas horas Elisa se había visto sobrepasada por tal cantidad de información que ahora se sentía como una niña que se había indigestado de cerezas. Aquellos dos extraños y simpáticos personajes, aparecidos prácticamente de la nada, habían conseguido en poquísimo tiempo darle la vuelta a muchas de las verdades históricas que ella y el resto del género humano habían dado por descontadas. Hechos, descubrimientos científicos, creencias, ritos, religiones e incluso la evolución del hombre estaban a punto de ser puestos del revés. La noticia del descubrimiento de que seres provenientes de otro planeta, desde el inicio de los tiempos, hubiesen manipulado y guiado con habilidad el desarrollo de la humanidad, tendría sobre todos un efecto parecido al de la revelación de que la Tierra no era plana sino redonda. Azakis y su querido amigo y compañero de aventuras, Petri, permanecían inmóviles en el centro del puente de mando mientras que, con la mirada, intentaban seguir los movimientos de Elisa que, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones, daba vueltas por la habitación, nerviosa, mientras balbucía palabras incomprensibles. Jack, por el contrario, se había desplomado en una butaca y con las manos intentaba mantener erguida la cabeza que parecía haberse vuelto muy pesada improvisamente. Fue justo él quien, después de unos minutos de interminable silencio, decidió tomar las riendas de la situación. Se levantó de repente y, volviéndose hacia los dos alienígenas, dijo con voz resuelta: «Si nos habéis elegido para este trabajo tendréis vuestras motivos. Sólo puedo deciros que no os desilusionaremos.» Después miró a Azakis a los ojos y preguntó con resolución: «¿Podríais mostrarnos por medio de esa locura» e indicó con la mano la imagen virtual de la Tierra que todavía rotaba lentamente en el centro de la habitación «una simulación del acercamiento de vuestro planeta?». «Ningún problema», replicó al instante Azakis. Mediante su implante N^COM recuperó todos los cálculos hechos por los Ancianos e hizo que apareciese la representación gráfica delante de ellos.
«Esto es Nibiru» dijo indicando el planeta más grande. «Y estos son sus satélites de los que estábamos hablando.»
Alrededor del majestuoso planeta, siete cuerpos celestes, mucho más pequeños, giraban velozmente a distancias y velocidades diferentes entre ellos. Azakis acercó el dedo índice hacia el que estaba orbitando más lejos de todos y lo agrandó hasta hacerlo tan alto como él. Después dijo solemnemente, «Señores, os presento a Kodon, el imponente amasijo rocoso que ha decidido causar unos cuantos problemas a vuestro amado planeta.»
«¿Cómo es de grande?» preguntó Elisa, mientras observaba curiosa aquel grumoso globo gris oscuro.
«Digamos que, por lo que respecta a su dimensión, es ligeramente más pequeño que vuestra Luna pero casi duplica su masa.» Azakis hizo un gesto rápido con la mano y enfrente de ellos apareció todo el sistema solar con los planetas que se movían lentamente en sus respectivas órbitas. Cada una de las trayectorias estaba representada por finas líneas de distintos colores.
«Esta» continuó Azakis, indicando una marca rojo oscura «es la trayectoria que Nibiru seguirá durante la fase de aproximación al Sol.» A continuación aceleró el movimiento del planeta hasta acercarlo a la Tierra y añadió «Y este es el punto donde las órbitas de los dos planetas se cruzarán.»
Los dos terrestres seguían maravillados, pero con mucha atención, la explicación que Azakis les estaba dando sobre el incidente que, dentro de pocos días, pondría sus vidas patas arriba y también la de todos los habitantes del planeta.
«¿A qué distancia pasará Nibiru de nosotros?» preguntó con tranquilidad el coronel.
«Como estaba diciendo», respondió Azakis «Nibiru no os molestará mucho. Será Kodon el que rozará la Tierra y creará unos cuantos problemas.» Acercó todavía más la imagen y mostró la simulación del satélite en el momento en que llegaría al punto más cercano de la órbita terrestre. «Este será el momento de máxima atracción gravitacional entre los dos cuerpos celestes. Kodon pasará a sólo 200.000 kilómetros de vuestro planeta.»
«¡Porras!» exclamó Elisa. «Una tontería de nada»
«La última vez» contestó Azakis «hace exactamente dos ciclos, pasó aproximadamente a 500.000 kilómetros y todos sabemos la que montó»
«Sí, el famoso Diluvio Universal»
Jack estaba de pie con las manos cruzadas detrás de la espalda mientras se movía arriba y abajo sobre la punta de los pies y luego sobre los talones columpiándose de esta manera hacia delante y hacia atrás. De repente, con un tono muy serio, rompió el silencio diciendo «No soy seguramente un experto en la materia pero temo que ninguna tecnología terrestre sea capaz de hacer nada para contrarrestar un acontecimiento de este tipo»
«Quizás podríamos lanzar contra él unos misiles con cabezas nucleares» se arriesgó a decir Elisa.
«Eso sólo sucede en las películas de ciencia ficción» dijo sonriente Jack. «Además, admitamos que conseguimos que lleguen a Kodon, nos arriesgamos a fragmentar el satélite en miles de pedazos provocando de esta forma una amenazante lluvia de meteoritos. Eso si que sería el fin de todo»
«Perdonad» dijo entonces Elisa volviéndose hacia los dos alienígenas. «¿No habíais dicho antes que, a cambio de nuestro valiosísimo plástico, nos ayudaríais a resolver esta absurda situación? Espero que tengáis una buena idea para ayudarnos, sino estamos fritos»
Petri que, hasta este momento había permanecido callado en un segundo plano sonrió levemente y caminó en dirección al escenario tridimensional que se encontraba en mitad del puente de mando. Con un rápido movimiento de la mano hizo aparecer una especie de rosquilla plateada. La tocó con el dedo índice y la movió hasta colocarla exactamente entre la Tierra y Kodon, después dijo «Esta podría ser la solución.»

Tell el-Mukayyar – La fuga
En la tienda laboratorio, los dos falsos beduinos que habían intentado robar a los alienígenas el valioso contenido de su nave espacial, habían sido amordazados y atados con fuerza a un barril lleno de carburante. Estaban sentados sobre la tierra, con las espaldas apoyadas en el pesado contenedor metálico, colocados de manera que mirasen en direcciones opuestas. Fuera de la tienda, un ayudante de la doctora estaba de guardia y, de vez en cuando, se asomaba al interior para controlar la situación.
El más delgado de los dos que, a causa del golpe que había recibido del coronel en el costado tenía, seguramente, un par de costillas rotas, a pesar del dolor que le estaba impidiendo casi respirar, no había dejado ni un momento de mirar alrededor buscando algo que pudiese servirle para liberarse.
Desde un pequeño agujero en la pared la luz del sol vespertino penetraba tímidamente en el interior de la tienda, dibujando en el aire caliente y polvoriento un sutil rayo luminoso. Aquella especie de espada de luz perfilaba sobre el suelo una pequeña elipse blanca que muy lentamente se movía hacia los dos prisioneros. El tipo delgado estaba siguiendo, casi hipnotizado, el lento avance de aquella mancha blanca cuando un repentino rayo de luz lo devolvió a la realidad. Semienterrado en la arena, a unos cinco metros de él, una cosa metálica reflejó la luz solar directamente hacia su ojo derecho. Movió ligeramente la cabeza e intentó comprender de qué se trataba, sin conseguirlo. Intentó, entonces, alargar una pierna en aquella dirección pero un dolor agudo e intenso en el costado le recordó las condiciones de sus costillas y decidió desistir. Pensó que, de todas formas, no hubiese llegado; intentando hablar a través de la mordaza susurró: “Eh, ¿estás vivo?”
El compañero gordo no estaba mejor que él. Después de la caída que le había provocado la acción de Petri, sobre su rodilla izquierda había aparecido un enorme hematoma, tenía un bonito chichón sobre la frente, el hombro derecho le dolía a morir y la muñeca derecha estaba hinchada como una pelota.
«Creo que sí» respondió con un hilo de voz, murmurando él también a través de la mordaza.
«Menos mal. Hace ya tiempo que te estoy llamando. Me estaba preocupando»
«Debo de haberme desmayado. Tengo la cabeza como un bombo»
«Debemos escapar de aquí sin que nos vean» dijo con determinación el delgado.
«¿Tú cómo estás? ¿Te has roto algo?»
«Creo que tengo alguna costilla fracturada pero me las apañaré»
«¿Cómo hemos conseguido que nos pillasen por sorpresa?»
«Olvídate, lo que ha sucedido ha sucedido. Intentemos antes de nada liberarnos. Mira a tu izquierda, allí donde se refleja el rayo de sol»
«No veo nada» replicó el gordo.
«Hay algo sepultado. Parece un objeto metálico. Mira a ver si consigues llegar a él con la pierna»
El sonido repentino de la cremallera de la tienda que se abría interrumpió la operación. El ayudante de guardia miró al interior. El gordito volvió a fingir que estaba desmayado mientras que el otro quedó absolutamente inmóvil. El hombre dio una ojeada a los dos, controló por encima los atrezos esparcidos en el interior y después, con aire satisfecho, se retiró y cerró la entrada.
Los dos quedaron durante un momento quietos, luego fue el gordo el que comenzó a hablar. «Ha faltado poco»
«Bueno, ¿la has visto? ¿Llegas a ella?»
«Sí, ahora sí. Espera que lo intente»
El corpulento y falso beduino comenzó a mover el tronco intentando de esta manera aflojar un poco las cuerdas que lo inmovilizaban, después comenzó a extender todo lo que podía la pierna izquierda en dirección al objeto. Llegaba por los pelos. Con el tacón comenzó a excavar en la tierra hasta que consiguió descubrir una parte del objeto.
«Parece una espátula»
«Debe ser una Trowel Marshalltown. Es el instrumento preferido por los arqueólogos para rascar en la tierra cuando buscan viejas vasijas. ¿Consigues cogerla?»
«No llego»
«Si dejases de atiborrarte con todas esas porquerías quizás conseguirías incluso moverte mejor, un gordinflas es lo que eres»
«¿Qué tendrá que ver mi poderoso físico?»
«Muévete, poderoso físico, intenta recuperar esa espátula sino ya conseguirá la cárcel hacerte adelgazar»
Imágenes de comida aplastada, sosa y maloliente aparecieron de repente ante los ojos del gordito. Aquella terrible visión hizo que se manifestase en él una fuerza que no pensaba que tuviese. Enarcó lo más que pudo la espalda. Un dolor lacerante partió desde el hombro dolorido y llegó hasta el cerebro, pero no hizo caso. Con un decidido golpe de riñones consiguió llevar el talón más allá de la espátula y, plegando rápidamente la pierna, la lanzó hacia si.
«Lo conseguí» gritó desde detrás de la mordaza.
«¿No puedes estar callado, imbécil? ¿A qué vienen esos gritos? ¿Quieres que vuelvan a entrar esos dos energúmenos y que nos pongan a caldo?»
«Perdona» respondió sumiso el gordo. «Conseguí cogerla»
«¿Has visto cómo, si te empeñas, incluso tú puedes hacer las cosas bien? Tendría que estar afilada. A ver si consigues cortar estas malditas cuerdas»
Con la mano buena el tipo gordo cogió la espátula por el mango y comenzó a frotar la parte más afilada sobre la cuerda que estaba detrás de su espalda.
«Imaginemos que nos liberamos» dijo en voz baja el gordito «¿Cómo conseguiremos escapar sin que nos vean? El campamento está lleno de gente y todavía es de día. Espero que tengas un plan»
«Pues claro que lo tengo. ¿No soy yo el genio de este equipo?» exclamó orgulloso el flaco. «Mientras tú estabas durmiendo cómodamente la siesta yo he analizado la situación y creo que he encontrado la manera de escapar.»
«Soy todo oídos» replicó el otro mientras continuaba a restregar la cuerda con la espátula.
«El tipo que está de guardia se deja ver aproximadamente cada diez minutos y esta tienda es la que está más alejada en la parte este del campamento»
«¿Y entonces?»
«¿Cómo se me ocurrió cogerte como socio para este trabajo? Tienes la fantasía y la inteligencia de una ameba, y esperemos que las amebas no se ofendan por esta comparación»
«La verdad es que» replicó un poco mosqueado el gordito «he sido yo quien te ha elegido, ya que el trabajo me lo habían encargado a mí»
«¿Has conseguido liberarte?» le interrumpió el flaco, ya que la discusión estaba discurriendo por malos derroteros y además, efectivamente, su compañero tenía toda la razón.
«Espera un poco. Creo que comienza a ceder»
De hecho, poco después, con un seco chasquido, la cuerda que los tenía amarrados al barril se rompió y la panza del gordo, finalmente libre de apreturas, recobró su dimensión normal.
«¡Lo conseguí!» exclamó satisfecho el gordito.
«Genial. Ahora mantengámosla abajo hasta que no reaparezca el guardia. Tiene que parecer que todo está en orden.»
«Ok, socio. Vuelvo a simular que duermo.»
No tuvieron que esperar mucho. Algunos minutos más tarde, de hecho, el ayudante de la doctora volvió a asomar la cabeza por la tienda. Hizo el habitual control de la situación y, no notando nada de extraño, cerró otra vez la cremallera, se colocó bajo la sombra de la entrada y encendió tranquilamente un cigarrillo hecho a mano.
«Ahora» dijo el flaco. «Movámonos»
La operación, dados los achaques de ambos, resultó más complicada de lo previsto pero, después de emitir algunos gemidos de dolor y haber imprecado durante un rato, acabaron de pie el uno frente al otro.
«Dame la espátula» ordenó el flaco mientras se quitaba la mordaza. Los dolores lacerantes del costado derecho le impedían moverse con agilidad pero consiguió mitigar un poco el dolor al apoyar allí la mano abierta. En unos pocos pasos alcanzó la pared opuesta a la entrada de la tienda, se arrodilló y clavó con lentitud la Trowel Marshalltown. La hoja afilada de la espátula cortó, como si fuera mantequilla, el blando tejido de la pared que daba al este, creando así una pequeña hendidura de unos diez centímetros. El flaco acercó el ojo derecho y echó un vistazo a través de la abertura. Como había pensado no había nadie. ¡Si por lo menos pudiese ver las ruinas de la antigua ciudad, que estaban aproximadamente a un centenar de metros, donde habían escondido el jeep que les serviría para escapar con el botín!
«Vía libre» dijo mientras que con la ayuda del filo de la espátula alargaba hasta el suelo el pequeño corte que había hecho anteriormente. «Vamos» dijo mientras se metía arrastrándose en la rasgadura.
«Podrías haberlo hecho un poco más ancho este agujero, ¿no?» murmuró el gordo entre dos gemidos mientras intentaba con esfuerzo deslizarse hacia el exterior.
«Muévete. Ahora debemos escapar lo más velozmente posible»
«Será una forma de hablar. Lo de caminar, más o menos, no te creas»
«Venga, date prisa y deja de lamentarte. Recuerda que si no conseguimos escapar unos años en la cárcel no nos los quita nadie»
La palabra cárcel conseguía siempre infundir en el tipo corpulento una fuerza suplementaria. No dijo nada más y, sufriendo en silencio, siguió al compañero que, arrastrándose, se escabulló rápidamente hacia las ruinas.
Fue el sonido de un motor a lo lejos lo que hizo sospechar algo al hombre que estaba de guardia. Miró durante un momento el cigarrillo casi consumido y, con un rápido gesto, lo tiró al suelo. Se metió con decisión en la tienda y casi no pudo creer lo que veían sus ojos: los dos prisioneros no estaban. Al lado del barril del carburante estaba la cuerda tirada de cualquier manera, un poco más allá los dos trozos de tela que habían usado como mordazas y sobre la pared del fondo de la tienda una enorme hendidura que llegaba hasta el suelo.
«Hisham, chicos» gritó el hombre con todas sus fuerzas. «Los prisioneros han escapado».

Astronave Theos – El superfluido
La imagen del objeto que Petri había colocado en el espacio entre Kodon y la Tierra había dejado asombrados a los dos terrestres.
«¿Qué se supone que es esa cosa?» preguntó con curiosidad Elisa mientras se acercaba para intentar ver mejor.
«Todavía no tiene oficialmente un nombre.» Petri atrajo de nuevo el objeto al primer plano y, mirando a la doctora, añadió «Quizás podrías tú escoger uno»
«Si por lo menos me explicases qué cosa es, podría intentarlo»
«Desde hace mucho tiempo nuestros científicos trabajan en este proyecto.» Petri cruzó las manos detrás de la espalda y comenzó a caminar lentamente por la habitación. «Este aparato es el resultado de una serie de estudios que en parte van más allá de mis competencias científicas.»
«Os puedo asegurar que son muy notables» añadió Azakis, dando una palmada sobre el hombro de su amigo.
«En pocas palabras, se trata de una especie de sistema antigravitacional. Se basa en un principio que todavía estamos estudiando pero que puedo resumir en unas pocas y simples palabras.»
«Creo que será mejor» comentó Elisa «No os olvidéis que pertenecemos a una especie que, en comparación con la vuestra, podemos definir tranquilamente como poco desarrollada.»
Petri asintió con un leve movimiento de cabeza. Se acercó a la representación tridimensional del extraño objeto y continuó tranquilamente con su explicación. «Esto que tú has llamado al principio rosquilla, se define geométricamente como toroide
. El anillo tubular está hueco mientras que aquello que, para simplificar, podemos llamar agujero central contiene el sistema de propulsión y de control.»
«Hasta el momento todo está clarísimo» dijo Elisa cada vez más emocionada..
«Muy bien. Ahora veamos el principio de funcionamiento del sistema.» Petri dio la vuelta a la imagen del toroide y mostró la sección interna del mismo. «El anillo está lleno de un gas, normalmente un isótopo del helio, que, enfriado a una temperatura próxima al cero absoluto, cambia de estado y se transforma en un líquido con unas características muy particulares. En la práctica, su viscosidad es prácticamente nula y consigue desplazarse sin generar ningún detrito. A esta característica nosotros la llamamos superfluidez.»
«Ya me estoy comenzando a perder» dijo con tristeza Elisa.
«Para simplificar, este gas en estado líquido cuando sea oportunamente estimulado por la estructura del anillo conseguirá viajar a su interior, sin ninguna dificultad, y a una velocidad próxima a la de la luz, consiguiendo mantenerla por un tiempo indefinido, en teoría.»
«Realmente asombroso» consiguió decir Jack que no se había perdido ni una sílaba de toda la explicación.
«Creo que lo he entendido» añadió Elisa. «¿Cómo hará esta maldita cosa a contrarrestar los efectos de la atracción gravitacional entre los dos planetas?»
«Llegado a este punto la explicación se complica» respondió Petri. «Digamos que la rotación del superfluido a velocidades próximas a la de la luz genera una curvatura del continuo espacio-tiempo entorno a él, provocando, de esta manera, un efecto anti gravitacional.»
«¡Maldita sea!» exclamó Elisa. «Mi viejo profesor de física se estará revolviendo en la tumba.»
«Y no sólo él, querida» añadió el coronel. «Si he entendido bien, lo que están intentando explicarnos estos dos señores, se trata de darle la vuelta a teorías y conceptos que nuestros científicos han intentado analizar y estudiar durante toda su vida. El principio de antigravedad ha sido teorizado más de una vez pero nunca, nadie, ha conseguido demostrarlo completamente. Delante de nosotros» y señaló el extraño objeto «finalmente tenemos la prueba de que esto es posible.»
«Yo sería un poco más cauto» dijo Azakis enfriando el entusiasmo del coronel. «Me siento en el deber de informaros que esta cosa no ha sido probada nunca sobre objetos tan grandes como planetas, mejor dicho, hace dos ciclos la probamos pero no ocurrió exactamente como esperábamos. Además, podrían tener lugar algunos sucesos no previstos y…»
«El aguafiestas de siempre» dijo Petri interrumpiendo a su compañero. «El mecanismo ha sido probado más de una vez. Nuestra misma nave utiliza parte de este principio para su propulsión. Intentemos ser optimistas»
«Porque además no tenemos otra alternativa, ¿me equivoco?» preguntó con amargura Elisa.
«Por desgracia, creo que no» dijo desconsolado Petri mientras bajaba ligeramente la cabeza. «Mi único temor es que, dadas las reducidas dimensiones de nuestro toroide, no consigamos absorber completamente todos los efectos de la atracción gravitacional y una parte de los gravitones
conseguirá, de todas maneras, hacer su trabajo.».
«¿Estáis diciendo que este artilugio podría no ser suficiente para prevenir la catástrofe?» preguntó Elisa acercándose al alienígena en actitud amenazante.
«No totalmente» respondió Petri mientras daba un paso atrás. «Según los cálculos que he hecho se podría decir que aproximadamente un diez por ciento de los gravitones podrían escapar a esta trampa.»
«¿Por lo tanto todo el trabajo sería inútil?»
«Por supuesto que no» respondió Petri. «Reduciremos los efectos un noventa por ciento. Quedará fuera de control muy poca cosa.»
«Lo llamaremos Newark» dijo Elisa satisfecha. «Ahora a trabajar. Siete días pasan enseguida.»

Base aérea Camp Adder – La evasión
Los dos extraños personajes, todavía vestidos de beduinos, acababan de entrar en su escondite en la ciudad; llamó su atención un sonido intermitente que provenía del ordenador portátil que habían dejado encendido encima de la mesa de la sala de estar.
«¿Y ahora quién diablos es?» preguntó con fastidio el tipo delgado.
El gordito, siempre más tranquilo, se acercó al ordenador y, después de haber escrito una contraseña muy complicada, dijo «Es un mensaje de la base»
«Querrán saber si la operación ha tenido éxito»
«Dame un segundo, lo descifro enseguida»
Sobre la pantalla del ordenador aparecieron, en primer lugar, una serie de caracteres incomprensibles, a continuación unas líneas de código tecleadas secuencialmente. El mensaje comenzó, con lentitud, a aparecer.


«¡Maldita sea!» exclamó el gordito. «Lo han descubierto.»
«¿Cómo demonios lo habrán conseguido?»
«Bueno, seguramente tienen unos canales de comunicaciones mejores que los nuestros. No se les escapa nada.»
«¿Y según ellos cómo lo debemos hacer?»
«Yo qué se. Aquí sólo dice que debemos ir a liberarlo»
«¿Con lo hechos polvo que estamos? No pinta nada bien»
El tipo alto y delgado sacó una silla de debajo de la mesa, la giró noventa grados, después, emitiendo una serie de gemidos intermitentes, se deprimió. «Era lo que nos faltaba»
Apoyó un codo sobre el plano pulido de la mesa y dejó que la vista se perdiese más allá de la ventana que había enfrente. Notó que los vidrios estaban realmente sucios y que el de la derecha tenía una grieta que lo atravesaba a lo largo.
De repente, alzó los ojos hacia su ordenador, después de esbozar una sonrisa sardónica, dijo. «Se me acaba de ocurrir una idea»
«Lo sabía. Conozco esa mirada»
«Ve a por el botiquín y déjame darle una ojeada al chichón que tienes en la cabeza»

«En realidad me preocupa más mi pobre muñeca. No me gustaría que estuviese rota.»
«No te preocupes. Te la arreglo yo. De pequeño quería ser veterinario»
Poco después de una hora, de cantidades ingentes de analgésicos y de distintas pomadas distribuidas por todas partes, los dos compinches se habían casi recuperado.
El flaco, después de mirarse en el espejo que estaba colgado de la pared que había al lado de la puerta de entrada, dijo con aire complacido. «Ya estamos listos» y se metió en el dormitorio. Salió de él al poco rato con dos uniformes militares americanos perfectamente planchados.
«¿Dónde los has conseguido?» preguntó asombrado el gordito.
«Forman parte del equipo de emergencia que he traído. Nunca se sabe»
«Estás mal de la cabeza» comentó el tipo gordo mientras movía la cabeza. «¿Qué deberíamos hacer?»
«Este es el plan» dijo satisfecho el flaco mientras lanzaba hacia su compañero el uniforme de talla XXL. «Tú serás el general Richard Wright, responsable de una secretísima agencia gubernativa de la que nadie conoce su existencia.»
«Obvio, si es tan secreta. ¿Y tú?»
«Yo seré tu brazo derecho. Coronel Oliver Morris, para servirle, señor»
«Por lo tanto soy tu superior. Me gusta»
«No te acostumbres, ¿vale?» dijo el flaco mientras mostraba su dedo índice levantado. «Estos son nuestros documentos con las respectivas tarjetas identificativas.»
«¡Cáspita! Parecen auténticas»
«La cosa no acaba aquí, viejo amigo» y le mostró un folio con membrete firmado por el coronel Jack Hudson. «Esta es la petición oficial para la entrega del prisionero que deberá ser transferido a un lugar seguro»
«¿Dónde demonios la has conseguido?»
«La he impreso antes, mientras estaba en la ducha. ¿Qué habías creído, que sólo tú sabes manejar el ordenador?»
«Me has dejado estupefacto. Es incluso mejor que el original»
«Nos introduciremos en la base militar y haremos que nos entreguen el general. Si ponen objeciones podremos decirles que llamen directamente al coronel Hudson. No creo que en el espacio exterior funcione el teléfono móvil» y los dos dejaron escapar una sonora risotada.

Aproximadamente una hora después, mientras el sol se había ya escondido tras otra duna, un jeep militar, con un coronel y un general en su interior vestidos a la perfección, se paró en la barrera de la entrada de la base aérea de Imam Ali o Camp Adder como la habían rebautizado los americanos durante la guerra de Irak. De la garita blindada salieron dos militares armados hasta los dientes y se dirigieron corriendo hacia el vehículo. Otros dos, que estaban un poco más lejos, no perdían de vista a los pasajeros.
«Buenas tardes, coronel» dijo el soldado que estaba más cerca, después de hacer el saludo militar. «¿Podría ver sus documentos, y también los del general, por favor?»
El coronel alto y delgado que estaba sentado en el puesto del conductor no dijo una palabra. Sacó del bolsillo interior de la chaqueta un sobre amarillo y se lo dio. El militar se entretuvo un rato en la lectura y apuntó un par de veces con la linterna eléctrica hacia el rostro de ambos. El general notó perfectamente la gota de sudor que, desde el chichón que tenía en la frente, comenzó a descender lentamente sobre la nariz para después caer sobre el tercer botón de la chaqueta, tiesa hasta más no poder debido al potente empuje de la enorme panza que había debajo.
«Coronel Morris y general White» dijo el militar, apuntando de nuevo con la linterna al rostro del coronel.
«¡Wright, general Wright!» respondió en un tono realmente irritado el flaco coronel. «¿Qué ocurre sargento, no sabe leer?»
El sargento, que había pronunciado a propósito de forma equivocada el nombre del general, sonrió y dijo «Haré que les acompañen. Sigan a aquellos dos hombres» y con una señal ordenó a los dos soldados de conducirles hasta la prisión.
El coronel movió lentamente el jeep. No había recorrido ni diez metros cuando sintió gritar a sus espaldas. «Señor, ¡pare!»
A los dos ocupantes del jeep se les heló la sangre en las venas. Quedaron inmóviles durante un instante que pareció infinito, hasta que la voz continuó hablando «Han olvidado recoger sus documentos.»
El corpulento general soltó un suspiro de alivio tan grande que todos los botones de su uniforme estuvieron a punto de salirse.
«Gracias sargento» dijo el delgado alargando la mano hacia el soldado. «Creo que estoy envejeciendo más rápido de lo que pensaba»
Se pusieron de nuevo en marcha y siguieron a los dos soldados que, marchando a paso ligero, los condujeron rápidamente a la entrada de una construcción baja y de aspecto descuidado. El soldado más joven llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta. Poco después, un hombretón negro, completamente calvo, con los galones de sargento y una cara de hombre duro, apareció en la entrada y se puso firme. Hizo el saludo militar y dijo «General, coronel. Por favor, entren»
Los dos oficiales respondieron al saludo e, intentando ignorar los dolores que estaban reapareciendo, se metieron dentro de la habitación
«Sargento» dijo resueltamente el flaco. «Tenemos aquí una orden escrita por el coronel Hudson que nos autoriza a llevarnos al general Campbell» y le entregó el sobre amarillo.
El gordo sargento lo abrió y se paró un instante a leer el contenido. Después, fijando sus oscuros y penetrantes ojos en los del coronel, sentenció «Tengo que verificarlo»
«Por favor, hágalo» replicó tranquilamente el oficial.
El hombretón negro sacó de un cajón del escritorio un folio y lo confrontó con cuidado con aquel que tenía en la mano. Miró de nuevo al coronel y, sin dejar traspasar ninguna emoción, añadió «La firma coincide. ¿Alguna objeción si lo llamo?»
«Es su deber hacerlo. Pero hágalo deprisa, por favor. Hemos perdido ya mucho tiempo» replicó el flaco coronel fingiendo que estaba a punto de perder la paciencia.
Sin mostrar ningún temor el sargento metió lentamente una mano en el bolsillo del uniforme y extrajo de él su teléfono móvil. Tecleó un número y quedó esperando.
Los dos oficiales retuvieron la respiración hasta que el militar, después de pulsar la tecla del aparato, comentó lacónicamente «Está fuera de cobertura»
«Bien, sargento. ¿Podemos darnos prisa?» exclamó el oficial en un tono mucho más autoritario que la otra vez. «No podemos estar aquí toda la noche»
«Id a por el general» ordenó el gordo sargento a uno de los soldados que habían acompañado a los dos oficiales.
Después de un par de minutos, un hombre completamente calvo, con bigote y cejas grises y dos avispados ojos negros apareció en la entrada de la puerta, a espaldas del sargento. Vestía el uniforme con los galones de general pero en su hombro derecho faltaba una de las cuatro estrellas. Estaba esposado y, detrás de él, el soldado de antes le estaba apuntando con el arma.
Cuando vio a aquellos dos, el general se sorprendió por un instante, después, intuyendo el plan, quedó en silencio y puso la cara más triste que pudo.
«Gracias soldado» dijo el coronel flaco mientras sacaba de su cartuchera su Beretta M9. «Nos hacemos cargo nosotros de esta basura»

Astronave Theos – El plan de acción
«¿No te excita saber que seremos los dos los que salvaremos la tierra, amor mío?» dijo Elisa mientras miraba al coronel con ojos de gatita enamorada y le cogía la mano.
«¿Amor mío? ¿No te estás precipitando un poco?» dijo en tono irritado y severo Jack.
Elisa se asustó y solo cuando el coronel le sonrió dulcemente y le acarició una mejilla comprendió que le estaba tomando el pelo.
«¡Serás rastrero! No vuelvas a gastarme una broma de ese tipo sino te vas a enterar quién soy» y comenzó a golpearlo sobre el pecho con las dos manos.
«Calma, calma» le susurro Jack mientras la estrechaba contra él. «Vale. Ha sido una estupidez. No lo haré más»
Aquel abrazo imprevisto tuvo sobre la doctora un efecto sedante y relajante. Sintió que toda la tensión acumulada hasta ese momento se derretía como la nieve ante el sol. Después de todo lo que había sucedido en las últimas horas, era justo esto lo que necesitaba. Decidió abandonarse entre sus brazos y, cerrando lentamente los ojos, apoyó la cabeza sobre el poderoso pecho y se dejó ir completamente.
Azakis, mientras tanto, se había introducido en la siempre demasiado estrecha y maldita cabina H^COM y estaba esperando que desde el visor holográfico que había enfrente de él llegase la respuesta a su petición de comunicación.
Sobre la pantalla, partiendo desde el centro, una serie de ondas multicolores estaban creando un efecto similar al de una piedra que se tira en las tranquilas aguas de un estanque. De repente, de manera gradual, las ondas comenzaron a desaparecer dejando su puesto a la cara delgada y marcada por los años de su superior Anciano.
«Azakis» dijo sonriendo ligeramente el hombre mientras alzaba lentamente la huesuda mano a modo de saludo. «¿Qué puede hacer este pobre viejo por ti?»
«Hemos desvelado la verdad a los dos terrestres.»
«Un acto muy audaz» comentó el Anciano apretándose el mentón con el pulgar y el índice. «¿Cómo se lo han tomado?»
«Digamos que, después de la sorpresa inicial, creo que han reaccionado muy bien.» Azakis hizo una breve pausa, después dijo muy serio. «Les hemos propuesto utilizar el toroide con el superfluido»
«¿El toroide?» exclamó su interlocutor poniéndose en pie con un salto que hubiera dado envidia a cualquier chaval. «Pero si no se ha podido probar a pleno rendimiento. ¿Recuerdas lo que sucedió la última vez, verdad?. Con ese artefacto podríamos crear una fluctuación gravitacional incontrolada y también está el riesgo de crear, incluso, un pequeño agujero negro.»
«Lo se, lo se.» replicó sumisamente Azakis. «No creo que haya otra alternativa. Esta vez, si no usamos métodos drásticos, la transición de Kodon podría resultar fatal para los terrestres»
«¿Qué has pensado?»
«El encuentro de las órbitas de los dos planetas será, más o menos, dentro de siete días. Deberías preparar el toroide y traerlo aquí por lo menos un día antes»
«No es mucho tiempo, ¿lo sabes?»
«Debes dejarme un margen de tiempo para ponerlo en posición, para configurarlo y para proceder a la activación»
«Tengo un mal presentimiento» dijo el Anciano mientras se pasaba una mano entre los blancos cabellos..
«Petri es como es. Todo irá bien»
«Sois dos muchachos muy inteligentes, no tengo ninguna duda pero tened cuidado. Ese artefacto se puede convertir en un arma mortífera»
«Intenta que llegue a tiempo, nosotros nos ocuparemos del resto. No te preocupes»
«Muy bien. Hablaremos en cuanto todo esté preparado. Buena suerte»
La cara de su superior desapareció del monitor que volvió a mostrar las mismas ondas multicolores del principio.
Azakis se levantó lentamente de la incómoda butaca y permaneció un rato con las manos apoyadas sobre el plano de la estrecha consola. Miles de pensamientos llenaban su mente y, mientras un ligero estremecimiento le recorría la espalda, tuvo la sensación de que estaban a punto de meterse en un montón de problemas.
«Zak» exclamó alegremente su compañero de aventuras cuando lo vio salir de la cabina H^COM. «¿Qué dijo el viejo?»
Azakis estiró un poco los brazos y dijo tranquilamente. «Nos ha dado el permiso. Si todo sucede como lo hemos planeado tendremos el toroide, o mejor el Newark, el día anterior a la transición»
«Espero que lo consigamos. No será fácil configurar ese aparato en tan poco tiempo»
«¿Por qué te preocupas, amigo mío?» replicó sonriendo ligeramente Azakis. «En el peor de los casos abriremos una distorsión espacio temporal que succionará la Tierra, Kodon, Nibiru y todos los otros satélites al mismo tiempo»
Los dos terrestres, que estaban un poco apartados pero que no se habían perdido ni una sílaba de la conversación, quedaron petrificados.
«¿Pero qué estáis diciendo?» consiguió balbucear Elisa mientras lo miraba estupefacta. «¿Distorsión espacio temporal? ¿Succión? ¿Estáis diciendo que si este plan no funcionase seremos los artífices de la destrucción de nuestro pueblo y del vuestro?»
«Bueno, es un poco arriesgado» contestó con tranquilidad Azakis.
«¿Un poco arriesgado? ¿Y nos lo dices así, con total calma y serenidad, sin ni siquiera inmutarte? Tú debes estar loco, y nosotros todavía más.»
«Cálmate, tesoro» intervino Jack cogiéndola por los hombros y mirándola directamente a los ojos. «Son mucho más inteligentes que nosotros, están más preparados y si han decidido seguir este camino no podemos hacer otra cosa que apoyarles y darles todo el apoyo que sea posible.»
La doctora dejó escapar un suspiro y luego dijo. «Tengo que sentarme. Demasiadas emociones por hoy. Si todo discurre como has dicho me da algo»
Jack la cogió del brazo y la acompañó hasta la butaca más cercana. Elisa, emitiendo un leve gemido, se dejó caer encima como si fuese un peso muerto.
«Quizás hemos reducido demasiado el porcentaje de oxígeno en el aire» susurró Azakis a su compañero.
«He intentado que fuese lo más compatible posible para todos y evitar así el uso de esos antipáticos aparatos respiratorios»
«Lo se, amigo mío, pero temo que ellos se están resintiendo demasiado»
«OK. Voy a variar el porcentaje. Nosotros podemos adaptarnos más fácilmente.»
El coronel, en cambio, no parecía resentirse en absoluto y estaba más pimpante que nunca. La acción y el riesgo era el pan suyo de cada día y en situaciones similares se encontraba como pez en el agua. «Bien» exclamó mientras se ponía debajo de la imagen tridimensional de Newark que destacaba majestuosa en medio de la habitación. «Este invento puede salvarnos a todos o llevarnos a la destrucción absoluta»
«Un análisis muy conciso pero veraz» comentó Azakis.
«Llegados a este punto» dijo el coronel con tono serio y voz profunda «creo que ha llegado el momento de avisar al resto del planeta de la inminente catástrofe»
«¿Cómo piensas hacerlo?» preguntó Elisa desde la butaca. «¿Cogemos el teléfono, llamamos al presidente de los Estados Unidos y le decimos: “Buenos días presidente. ¿Sabe que estamos en compañía de dos alienígenas que nos han dicho que dentro de unos días llegará un planeta que nos va a destruir a todos?”»
«Como mínimo hará que rastreen la llamada, hará que vengan a por nosotros y nos meterá en el manicomio» replicó Jack sonriendo.
«¿No tenéis un sistema de comunicación global como nuestra Red?» preguntó intrigado Petri al coronel.
«¿Qué entiendes por Red?»
«Es un sistema de interconexión general que es capaz de memorizar y distribuir el Conocimiento a nivel planetario. Todos nosotros podemos acceder a ella mediante un sistema neuronal N^COM que en el momento de nacer se nos implanta directamente en el cerebro. Existen diversos niveles de conocimiento»
«Genial» exclamó Elisa asombrada, después continuó diciendo «En realidad nosotros tenemos un sistema parecido. Lo llamamos Internet pero estoy segura que no hemos llegado a vuestro nivel»
«¿No sería posible utilizar vuestro “internet” para mandar un mensaje a todo el planeta?» preguntó con curiosidad Petri.
«Bueno, tampoco es tan sencillo» replicó Elisa. «Podríamos introducir alguna información en el sistema, enviar unos mensajes a grupos de personas, quizás hacer alguna pequeña película e intentar difundirla al máximo posible, pero no nos creería nadie y realmente no llegaríamos a todos». Reflexionó durante unos segundos y a continuación añadió. «El único sistema eficaz creo que sería la vieja y querida televisión»
«¿La televisión?» preguntó Azakis. Después se volvió hacia Petri y dijo «¿No será, por casualidad, el sistema que hemos utilizado para recibir imágenes y películas mientras viajábamos hacia aquí?»
«Creo que sí, Zak» y mientras lo decía se puso a componer una serie de comandos sobre la consola central. Después de algunos segundos hizo aparecer sobre la pantalla gigante algunas de las secuencias que habían grabado con anterioridad. «¿Estáis hablando de esto?»
Una multitud de películas de todos los tipos comenzaron a aparecer rápidamente una detrás de otra: anuncios, telediarios, partidos de fútbol e incluso una vieja película en blanco y negro de Humphrey Bogart.
«¡Esa es Casablanca!» exclamó con asombro Elisa. «¿Pero de dónde habéis sacado todo eso?»
«Vuestras transmisiones de radio llegan hasta el cosmos» respondió tranquilamente Petri. «Hemos debido trabajar duro sobre nuestro sistema de recepción de señales pero finalmente conseguimos caparlas»
«Gracias a eso» añadió Azakis «conseguimos aprender vuestra lengua»
«E incluso alguna otra realmente más complicada» comentó con tristeza Petri. «Casi me vuelvo loco con todos aquellos dibujitos»
«En fin» interrumpió el coronel «justo de eso estábamos hablando, pero no creo que ni siquiera sea la mejor solución»
«Perdona Jack» intervino Elisa. «¿No crees que deberíamos advertir antes de nada a tus superiores del ELSAD? Realmente, si no he entendido mal, la máxima autoridad de esta organización es el presidente de los Estados Unidos, ¿o me equivoco?»
«¿Y tú como sabes todo esto?» objetó con asombro el coronel.
«Qué te crees, incluso yo tengo mis contactos» dijo Elisa mientras apartaba, con aire desganado, un mechón de pelo que descendía sobre la mejilla derecha.
«¿También entre vosotros las mujeres se comportan de este modo?» preguntó Jack volviéndose hacia los dos alienígenas que estaban observando la escena un tanto sorprendidos.
«Las mujeres son iguales en todo el universo, querido amigo» replicó sonriente Azakis.
«De todas formas» continuó el coronel después de la arriesgada bromita «creo que tienes razón. Necesitamos una institución seria y con credibilidad para difundir una noticia tan importante e inquietante. Sólo estoy un poco preocupado solamente por las filtraciones externas en las que se han visto envueltos el general Campbell y los dos tipos que nos han agredido. En realidad, el general era mi superior directo pero, por lo que he visto, parece que es un corrupto y un traidor»
«¿Así que va a resultar que la llamada de la que hablábamos antes la vamos a tener que hacer realmente?» replicó la doctora.
«Aunque parezca absurdo, quizás sea la única solución»

New York – Isla de Manhattan
En una lujosa oficina en el trigésimo noveno piso del imponente rascacielos situado entre la 5ª Avenida y la calle 59 de Manhattan, en Nueva York, un hombre no muy alto, de aspecto elegante y bien cuidado, estaba de frente a una de las cinco grandes ventanas que lo separaban del ambiente exterior. Vestía un traje gris oscuro, seguramente italiano, una vistosa corbata roja y tenía el cabello liso y entrecano peinado hacia atrás. Sus ojos negros y profundos miraban más allá del vidrio, en dirección del magnífico Central Park que comenzaba prácticamente a sus pies y se extendía durante cuatro kilómetros de largo y ochocientos metros de ancho. Representaba una valiosa isla verde, fuente de oxígeno y lugar de ocio para los casi dos millones de habitantes de la isla.
«Señor senador, ¿permiso?» dijo un hombrecillo calvo y con la cara inexpresiva mientras golpeaba tímidamente sobre la elegante puerta de entrada de madera lacada de color oscuro. Al lado, en una pequeña placa dorada había una inscripción en caracteres cursivos “Senador Jonathan Preston”
«¿Qué ocurre?» respondió el hombre sin ni siquiera girarse.
«Una video conferencia codificada le espera, señor»
«Ok, la atenderé desde aquí. Cierre la puerta cuando salga»
El hombre se dirigió lentamente hacia el elegante escritorio oscuro y se sentó sobre la suave butaca de cuero negro. Con un gesto automático puso en su lugar el nudo de la corbata, se colocó el auricular en la oreja derecha y pulsó un pequeño botón de color gris que había debajo de la mesa de trabajo. Una gran pantalla semitransparente, haciendo un ligero silbido, empezó a bajar desde el techo hasta apoyarse suavemente sobre el tablero del escritorio. El hombre rozó suavemente la pantalla y la cara del general Campbell apareció enfrente de él.
«General, observo complacido que ya no se encuentra en la cárcel»
«Senador. ¿Cómo está? Quería, antes de nada, agradecerle la rápida y eficaz operación de rescate»
«Creo que el mérito es de los dos personajes que veo a su espalda»
El general se volvió instintivamente y vio al gordito junto con su compañero que intentaban que los enfocase la cámara web como habitualmente hace el público que se apiña detrás de un periodista mientras está retransmitiendo en directo. Movió un poco los hombros y continuó hablando «No son unos Einstein pero para ciertos trabajillos son muy eficientes»
«Bien. Cuéntemelo todo. Su informe tendría que haberme llegado hace doce horas»
«Digamos que, últimamente, he estado un poco ocupado» replicó irónicamente el general. «De todos modos, puedo confirmarle que su intuición sobre el trabajo de la doctora Hunter era absolutamente correcta y que, gracias a su descubrimiento, he podido asistir personalmente a un acontecimiento, digamos, cuanto menos, increíble»
El general hizo una pequeña pausa para, de este modo, aumentar un poco la curiosidad de su interlocutor, después añadió «Senador, no sé cómo ha podido ocurrir, pero el descubrimiento por parte de nuestra doctora de la famosa “caja con el valioso contenido”, ha debido activar, de alguna manera, un sistema que ha traído a nuestro planeta nada menos que…» se paró, consciente de que la frase que estaba a punto de pronunciar sería un poco difícil de digerir, tomó aire, y sin dudarlo, exclamó solemnemente «a una nave alienígena»
El oficial intentó mantener la mirada fija sobre la pantalla, buscando algún signo de asombro en la cara del senador que, en cambio, ni se inmutó. Se limitó a apoyar el codo sobre el oscuro escritorio mientras se cogía el mentón entre el pulgar y el índice, y empezó a pellizcárselo levemente. Hizo esto durante algunos segundos, después dijo, sencillamente. «Así que han vuelto»
El general no pudo evitar abrir completamente los ojos por la sorpresa.
Preston ya sabía todo sobre los alienígenas…. ¿Cómo era posible?
El senador se levantó de la cómoda butaca y, con las manos cruzadas detrás de la espalda, comenzó a caminar en círculo alrededor del escritorio. El general y los dos colaboradores que estaban a su espalda no se atrevieron a decir ni una palabra. Se limitaron a cambiar entre ellos una mirada de duda mientras esperaban pacientemente.
De repente, Preston volvió al escritorio, apoyó sobre él las dos manos y, guardando fijamente al general, dijo «Tenéis un dron. Decidme que habéis hecho una grabación de la astronave»
El general se volvió buscando una respuesta positiva por parte de aquellos dos que estaban detrás de él. El flaco esbozó una sonrisa, tomó la palabra y con el pecho lleno de orgullo afirmó satisfecho “Por supuesto, senador, y más de una. Se las enviamos enseguida”
Sin demasiados cumplimientos apartó a un lado al general y, después de teclear durante un rato con el teclado que tenía enfrente de él, hizo aparecer, en un recuadro de la pantalla del senador, las filmaciones que habían tomado en el campamento de la doctora Hunter.
Preston puso los dos codos sobre el escritorio, apoyó la barbilla sobre los puños y se acercó lo más que pudo a la pantalla para no perderse ni un fotograma de lo que estaba viendo. En primer lugar las imágenes nocturnas del contenedor de piedra que habían encontrado sepultado en la tierra, después las de la misteriosa esfera negra que había dentro y el transporte de la misma a la tienda laboratorio. Luego el escenario cambió. Era a pleno día. En apariencia apoyada sobre cuatro haces de luz rojiza provenientes de los ángulos de un cuadrado imaginario dibujado sobre el terreno, una estructura circular plateada se mostraba en toda su plenitud. El conjunto parecía una especie de tronco de pirámide que se parecía de manera extraordinaria al Zigurat de Ur que se entreveía majestuoso al fondo.
El senador no conseguía separar los ojos de la pantalla. Cuando vio las dos figuras, de aspecto humano pero definitivamente bastantes más altas que la media, aparecer desde la apertura de la estructura plateada y quedarse con las piernas abiertas sobre lo que parecía ser una plataforma de descenso, no pudo hacer otra cosas que sobresaltarse y sintió que le daba un vuelco el corazón.
El sueño que había perseguido toda su vida se había hecho realidad. Todos sus estudios, sus investigaciones y, sobre todo, la inmensa cantidad de dinero que había investido en aquel proyecto estaban finalmente dando los resultados esperados. Aquellos que estaba viendo sobre la pantalla eran realmente dos alienígenas que, a bordo de una modernísima astronave, habían atravesado el espacio interplanetario para volver de nuevo a la Tierra. Ahora podría echar en cara a los que lo habían criticado que sus cálculos eran totalmente exactos. El misterioso decimosegundo planeta del sistema solar existía realmente. Su órbita, después de 3.600 años, estaba otra vez a punto de cruzarse con la terrestre y delante de él estaban dos de sus habitantes, los cuales, aprovechando la transición producida por el planeta, habían vuelto a visitarnos y a influir de nuevo en nuestra cultura y nuestras vidas. Había sucedido, quién sabe cuántas veces con anterioridad durante milenios y ahora la historia se repetía. Esta vez, sin embargo, estaba él también y no dejaría escapar esta golosa ocasión.
«Un óptimo trabajo» dijo sencillamente el senador volviéndose hacia los tres que lo estaban mirando con aprensión desde la pantalla. A continuación, después de hacer un giro completo a la butaca donde estaba sentado, añadió «El hecho de que usted, general, haya sido descubierto complicará un poco las cosas. No tendremos ya una persona de fiar en el interior del ELSAD pero, llegados a este punto, ya da lo mismo»
«¿Qué quiere decir, senador?»
«Ahora ya nuestro objetivo no es descubrir si las suposiciones de la doctora Hunter son o no exactas, ni tampoco la posesión del “valioso contenido”»
«Entre otras cosas porque era de todo menos valioso» susurró el gordito.
«Podemos pasar directamente a la fase dos» prosiguió el senador haciendo como que no lo había oído. «Tenemos ante nosotros una tecnología increíblemente avanzada y nos la están sirviendo en bandeja de plata. Todo lo que tenemos que hacer es, sencillamente, cogerla antes de que cualquier otro llegue primero que nosotros»
«Con su permiso, senador» se atrevió a contestar tímidamente el general. «Mis dos ayudantes han podido comprobar que, nuestros dos simpáticos alienígenas, no están demasiado dispuestos a colaborar»
«Digamos, más bien, que nos han dado una paliza» añadió el gordito mientras hacía el gesto de masajearse la rodilla.
«Puedo imaginar la estrategia que habéis utilizado» replicó el senador esbozando una ligera sonrisa. «¿Os habéis preguntado como han llegado a mantener una relación tan amigable con la doctora y el coronel Hudson?»
«A decir verdad, nos ha parecido algo muy extraño» respondió el general. «Se han comportado como si se conociesen de toda la vida»
«Yo creo, en cambio, que sencillamente se han mostrado más cordiales y amables que vosotros»
«Bueno, en efecto, no es que hayamos sido muy cuidadosos»
«Lo pasado, pasado está» sentenció el senador. «Ahora concentrémonos sobre la próxima misión. Vosotros dos, localizad al coronel y a su amiguita. No quiero que los perdáis de vista ni un minuto. Tenéis a vuestra disposición medios y fondos. No admitiré ningún error esta vez»
«¿Y ahora quién le dice que aquellos dos se están dando una vuelta alrededor de la Tierra?» susurró el gordito al oído del tipo flaco un poco antes de emitir un gemido provocado por la patada que le había enfilado su compañero en la espinilla derecha.
«Usted, general, me vendrá a recoger al aeropuerto»
«¿Va a venir hasta aquí?» preguntó estupefacto el militar.
«No me perdería este acontecimiento por nada del mundo. Si aquella es su base de aterrizaje deberán volver, pero esta vez les prepararemos un hermoso comité de bienvenida. Le daré las instrucciones por el camino. Que tengan un buen trabajo» y acabó la conversación.
El senador quedó por un instante mirando la pantalla que tenía delante que, después de la transmisión, estaba mostrando unas espectaculares imágenes del desierto de Arizona que pasaban una después de otra con lentitud. A continuación, como si algo lo hubiese despertado, se puso de repente en pie, pulsó el botón del comunicador que había sobre el escritorio y habló secamente hacia el micrófono incorporado «Prepare mi avión y llame a mi chófer. Quiero estar volando dentro de una hora como máximo.»

Astronave Theos– El regalo
«Debemos volver abajo» dijo el coronel volviéndose hacia los dos alienígenas. «Tengo que hacer una llamada y creo que desde aquí no será posible»
«Yo no estaría tan seguro» replicó Azakis sonriendo. «Como a Petri le dé por ponerse a ello, ni te imaginas las cosas que puede hacer» y dio una palmada sobe la espalda del compañero.
«Calma, calma» replicó Petri agitando las manos en el aire. «Ante todo quiero saber lo que significa el término “llamada”»
Jack, un poco asombrado por la pregunta, aparentemente banal, si volvió hacia Elisa que, primero se encogió de hombros y luego, señalando el bolsillo del coronel, sugirió «Enséñale tu teléfono móvil, ¿no?»
Rápidamente Jack extrajo su smartphone. Era un modelo con pantalla táctil un poco anticuado. Nunca le había gustado seguir la moda absurda de comprarse siempre el último modelo. Prefería tener un instrumento que conociese bien sin tener que perder el tiempo cada dos por tres aprendiendo las funciones de uno nuevo.
«No soy un entendido» dijo Jack mientras se lo mostraba al alienígena «pero con esta cosa podemos hablar con otra persona que tenga uno similar, simplemente componiendo su número sobre este teclado»
Petri cogió el teléfono y lo observó con atención. «Debe ser un sistema de transmisión bidireccional, parecido a nuestros comunicadores portátiles»
«Con la única diferencia que» añadió Elisa «cada vez que lo utilizamos nos chupan un montón de dinero»
Petri la miró asombrado después, visto que no había pillado la broma, decidió no añadir más. Se encogió de hombros y se metió en el modulo de transporte interno más cercano donde desapareció después de algunos segundos.
«Bien, imaginemos que consigue hacer funcionar tu teléfono móvil desde aquí, ¿qué piensas hacer?» preguntó Elisa mientras intentaba recuperarse de la debilidad debida a la carencia de oxígeno y de las mil emociones que había vivido en las últimas horas.
«Ante todo pensaba ponerme en contacto con el senador Preston, el superior inmediato del general Campbell. Después, sin embargo, dado que este personaje no me ha convencido nunca en absoluto, he decidido tomar otro camino para llegar hasta el presidente»
«¿Piensas que pueda estar también implicado?»
«Nunca me he fiado de esos dos. Circulan rumores que dicen que Preston están relacionado con algunos traficantes de armas muy poco recomendables. No me fío de él en absoluto»
«¿Por lo tanto?»
«Por lo tanto contactaré directamente con el almirante Benjamín Wilson. Ha sido el brazo derecho del presidente durante algunos años y era también un gran amigo de mi padre.»
«¿Era?»
«Por desgracia mi padre murió hace dos años»
«¡Cuánto lo siento…!» susurró Elisa mientras le acariciaba el brazo izquierdo.
«Wilson me conoce desde que era un niño. Es una de las pocas persona en las que tengo una fe ciega»
«No sé qué decir. A pesar de que tengas una buena relación con él creo que será difícil hacerle digerir una noticia como esta por teléfono»
«Podría mandarle unas fotos de su ciudad desde aquí arriba»
«Con nuestros sensores de corto alcance» dijo Azakis que se había mantenido apartado hasta ahora «podríamos incluso decirle, en tiempo real, a cuántas pulsaciones por minuto bate su corazón»
«No hagas bromas, por favor» exclamó Elisa reforzando su comentario con un gesto de su mano.
«¿No me crees? Espera un momento»
Azakis, mediante O^COM, hizo aparecer sobre la pantalla gigante una vista desde arriba del campamento de la doctora. En unos pocos segundos consiguió agrandar la imagen hasta encuadrar su tienda laboratorio
«Eso que estáis viendo…»
«¡Es mi tienda!» exclamó Elisa antes de que Azakis terminase la frase.
«Justo. Ahora fíjate bien.»
De repente, fue como si la cubierta de la tienda se hubiese desvanecido y se podían ver perfectamente todos los objetos que había en su interior.
«Mi escritorio, mis libros…increíble»
«Si hubiese alguien en el interior podría incluso mostrarte el calor generado por su flujo sanguíneo y por lo tanto calcular también sus relativas pulsaciones»
Decididamente satisfecho de la demostración que había hecho el alienígena comenzó a girar por la habitación a paso rápido.
Repentinamente, sin embargo, el coronel, que todavía no se había repuesto de la sorpresa, tuvo como una revelación y exclamó enfadado.
«¿Cómo que “si hubiese alguien”? tendría que haber alguien. ¿Dónde diablos se han metido los dos prisioneros?»
Elisa se acercó a la pantalla para mirar mejor. «Quizás los han trasladado. ¿Podemos tener una imagen completa del resto del campamento?»
«Ningún problema.»
En unos pocos segundos Azakis comenzó a mostrar una panorámica del campamento. Los sensores escrutaron por todas partes pero de aquellos dos no había ni rastro.
«Han debido escapar» dijo lacónicamente el coronel. «Esto significa que nos los encontraremos en el momento menos pensado. Afortunadamente el general ha sido trasladado a un sitio seguro por mis hombres. Estos tres juntos son capaces de montarnos una buena»
«No importa» dijo Elisa. «Ahora tenemos problemas más graves de los que ocuparnos.»
Ni siquiera había terminado la fase cuando la puerta del módulo de comunicación interno número tres se abrió. Una atractiva muchacha salió de él caminando de manera suave y sinuosa. Tenía en la mano una especie de bandeja totalmente transparente sobre la cual había apoyados algunos recipientes de colores.
«Señores» anunció con pomposidad Azakis esbozando una de sus mejores sonrisas. «Les presento a la oficial de ruta más fascinante de toda la galaxia»
Jack, al cual le caía la baba del estupor, consiguió balbucir un sencillo “buenos días” antes de recibir un codazo asestado entre la décima y la undécima costilla de su costado derecho.
«Bienvenidos a bordo» dijo en un inglés bastante forzado. «Imagino que tenéis hambre. Os he traído algo para comer»
«Gracias. Muy amable» replicó Elisa un poco enfurruñada mientras que con la mirada fulminaba a su novio.
La muchacha no dijo nada más. Apoyó la bandeja sobre un soporte que había a su izquierda, iluminó su cara con una esplendida sonrisa y, después de unos segundos, desapareció de nuevo por el mismo módulo por el que había llegado.
«Guapa, ¿verdad?» comentó Azakis mirando al coronel.
«¿Quién es guapa?¿de quién estáis hablando?» se apresuró a responder Jack recordando el golpe recibido anteriormente.
Azakis lanzó una sonora risotada, a continuación, con un gesto de la mano, los invitó a que se sirviesen.
«¿Qué demonios es esta cosa?» murmuró Elisa mientras, de manera poco elegante, olisqueaba aquella comida.
«Hígado de Nebir» se apresuró a decir el alienígena «chuleta de Hamuk y raíces de Hermes cocidas, todo acompañado con una bebida, digamos, “energética”»
«En el restaurante Masgouf era todo diferente» comentó lacónicamente Elisa. «Sin embargo tengo un hambre de lobo y creo que probaré algo»
Cogió un pedazo de chuleta con las manos y, sin ningún problema, comenzó a roerla hasta el hueso. «¿Esta comida, por casualidad, no nos provocará un dolor de estómago impresionante, no Zak? Pruébala también tú, amor. El sabor es un poco raro pero de ninguna manera malo.»
El coronel, que estaba mirando horrorizado a Elisa mientras devoraba sin ningún pudor toda aquella extraña comida que había sobre la bandeja, se limitó a farfullar. «No, no, gracias. No tengo hambre»
Su atención estaba, sin embargo, pendiente tanto de la bandeja como de los recipientes que hacían de platos. Cogió uno de ellos, de color rojo brillante, y probó su consistencia. Estaba muy frío. Más frío de lo que debería estar y, no obstante, la comida que había en su interior estaba hirviendo. Con la punta del dedo índice tocó toda la superficie. Era increíblemente lisa. No parecía ni de metal ni de plástico. Por otra parte, ¿cómo habría podido ser de plástico? Ellos lo usaban para otras finalidades. Otra cosa muy extraña era que, a pesar de la perfecta fabricación de la superficie, había una absoluta falta de reflejos. Era como si la luz fuese engullida por aquel misterioso material. Acercó la oreja a la lisa superficie y, con el nudillo del dedo medio, comenzó a dar golpes con cuidado. Parecía increíble, del recipiente no salía ningún ruido. Era como si estuviese golpeando una bola de algodón.
«¿De qué material están hechos estos objetos?» preguntó con curiosidad. «¿Y la bandeja? Parece que es el mismo material»
Azakis, bastante sorprendido por la extraña pregunta, se acercó también él a la bandeja. Cogió otro recipiente, esta vez de color verde, y lo alzó a la altura de sus ojos.
«En realidad no es un tipo de “material”»
«¿En qué sentido? ¿Qué quieres decir?»
«¿Vosotros qué utilizáis para guardar objetos, como recipientes para la comida, los líquidos o cualquier otra cosa?»
«Bueno, en realidad, para transportar materiales habitualmente utilizamos cajas de cartón o de madera. Para servir la comida utilizamos cazuelas metálicas, platos de cerámica y vasos de cristal, mientras que para transportar o conservar los alimentos y los líquidos utilizamos recipientes de plástico con las formas más diversas»
«¿De plástico? ¿Estamos hablando del mismo plástico que nos interesa a nosotros?» preguntó horrorizado Azakis.
«Creo que sí» replicó con humildad el coronel. «En realidad el plástico se ha convertido en uno de los problemas más graves con respecto a la contaminación de nuestro planeta. Vosotros mismos nos habéis dicho que habéis encontrado ingentes cantidades por todas partes». Hizo una pequeña pausa y luego añadió. «Es por esta razón que vuestra oferta de poder recuperarlo todo nos ha seducido tanto. Encontraríamos de esta manera la solución a un problema enorme»
«Veamos, si he comprendido bien, ¿vosotros utilizáis el plástico para fabricar recipientes y después lo desecháis sin ningún remordimiento, contaminando de esta manera cada rincón de vuestro planeta?»
«Has dado en el clavo» replicó Jack, cada vez más avergonzado.
«Es una locura, algo realmente absurdo. Os estáis envenenando a vosotros mismos.»
«Bueno, si incluyes también todo el humo provocado por nuestros medios de transporte, por nuestras fábricas y por los sistemas para generar energía, hemos conseguido incluso empeorar las cosas. Por no hablar de la basura radioactiva que todavía no sabemos qué hacer con ella»
«Sois unos locos inconscientes. Estáis destruyendo el planeta más hermoso del sistema solar. Y, por desgracia, es también culpa nuestra»
«¿Cómo que vuestra?»
«Bueno, hemos sido nosotros los que hemos modificado vuestro ADN unos cientos de miles de años atrás. Os dimos una inteligencia superior a la de otros seres de la Tierra ¿y vosotros cómo la habéis utilizado?»
«La hemos utilizado para llevar el planeta a la ruina». Jack hablaba mientras mantenía la cabeza baja, como cuando un alumno está sufriendo la regañina de la maestra porque no ha hecho los deberes. «Sin embargo habéis vuelto. Sólo espero que podáis ayudarnos para arreglar lo que hemos estropeado»
«No creo que sea tan fácil» dijo Azakis cada vez más alterado. «Gracias al análisis que ha hecho Petri sobre el estado de vuestros océanos hemos podido descubrir que la cantidad de pescado que hay en ellos se ha reducido en más del ochenta por ciento desde la última vez que hemos estado aquí. ¿Cómo ha podido suceder?»
Jack, en este momento, hubiera querido que se lo hubiese tragado la tierra. «No hay justificación posible» consiguió decir con un hilo de voz. «Somos solo una manada de engreídos, arrogantes, presuntuosos y mediocres seres descerebrados»
Elisa, que había escuchado en silencio todos los reproches de Azakis, engulló el último trozo de hígado de Nebir, se limpió la boca con el dorso de la mano y, a continuación, dijo tranquilamente «No todos somos así, ¿eh?»
El alienígena la miró sorprendido pero ella continuó con decisión. «Son los prepotentes de siempre los que nos han reducido a este estado. La gran mayoría de las personas normales pelea cada día para defender el medio ambiente y todas las formas de vida que pueblan nuestro amado planeta. Es muy fácil llegar de un lugar a millones de kilómetros, después de miles de años y darnos lecciones de moral. ¡Nos habréis dado la inteligencia pero no nos habéis dejado ni siquiera un manual de instrucciones sobre cómo utilizarla!»
Jack la miró y comprendió que estaba perdidamente enamorado de aquella mujer.
Azakis se había quedado con la boca abierta. No se esperaba una reacción como esta. Elisa, por el contrario, continuó imperturbable. «Si de verdad queréis ayudarnos, deberíais poner a nuestra disposición todos vuestros conocimientos tecnológicos, médicos y científicos, y todo en el menor tiempo posible, ya que no os quedaréis mucho tiempo en este desastre de planeta.»
«Vale, vale. No te acalores.» replicó Azakis. «Me parece que nos hemos puesto a vuestra disposición sin dudarlo ¿o no?»
«Tienes razón. Perdona. Realmente habríais podido coger el plástico y regresar al lugar de donde habéis venido sin siquiera despediros y en cambio estáis aquí arriesgando vuestro pellejo junto a nosotros»
Elisa estaba realmente arrepentida por el pronto que había tenido. Entonces, para desdramatizar un poco la situación, dijo alegremente. «La comida era realmente buena.» a continuación se acercó al alienígena y mirando hacia arriba dijo con dulzura. «Perdóname, no habría debido actuar así.»
«No te preocupes, te entiendo perfectamente y, para demostrarte he no te guardo rencor, te regalo esto.»
Elisa puso su mano abierta y Azakis dejó caer un pequeño objeto oscuro.
«Gracias. ¿Qué es?» preguntó con curiosidad.
«Es la solución a vuestros problemas con el plástico»

Nasiriya – La cena
Después de que el senador hubiese acabado bruscamente la conversación, los tres hombres quedaron durante un rato mirando la pantalla que tenían enfrente, la cual mostraba dibujos abstractos multicolores que se entrecruzaban unos con otros sin parar.
«¿Y ahora qué se hace?» preguntó el tipo alto y delgado, interrumpiendo aquella especie de hipnosis colectiva.
«Creo que tengo una idea» dijo el tipo gordo. «Hace ya tiempo que no nos metemos nada en la barriga y ya comienzo a ver hamburguesas por todas partes.»
«¿Dónde crees que puedes encontrar una hamburguesa?»
«No tengo ni idea, sólo sé que si no como algo enseguida, me voy a desmayar»
«¡Pobrecito, se va a desmayar!» dijo con voz de niño el tipo flaco. A continuación cambió de tono. «Con todos los michelines que tienes alrededor de las caderas podrías estar un mes si comer»
«Vale. Dejad ya de decir estupideces» exclamó enfadado el general. «Debemos pensar un plan de actuación»
«Pero es que yo, con el estómago vacío, no pienso bien» dijo con suavidad el gordito.
«Está bien» exclamó Campbell alzando las manos en señal de rendición. «Vamos a comer algo. Mientras, veremos cómo podemos actuar, de todos modos tenemos algo de tiempo antes de que llegue el senador.»
«Muy bien dicho, general» exclamó satisfecho el tipo gordo. «Conozco un lugar donde cocinan un fantástico estofado de cordero con patatas, zanahorias y guisantes, sazonado con salsa al curry»
«Bueno, debo decir que después de esta descripción tan detallada, incluso a mí me ha entrado un poco de hambre» dijo el tipo flaco mientras se frotaba las manos.
«Está bien, me habéis convencido» añadió el general levantándose de la silla. «Vamos, intentemos que no nos cojan. Aunque estoy convencido que todavía no lo han descubierto, yo, a todos los efectos, soy un fugitivo»
«¿Y nosotros no lo somos?» respondió el flaco. «Hemos huido del campamento y seguramente nos estén buscando por todas partes. De todas formas, por el momento, nos importa un pimiento.»
Después de algunos minutos un coche de color oscuro con tres personajes sospechosos en su interior corría a todo meter en la oscuridad de la noche, por las calles medio desiertas de la ciudad, mientras levantaba una nube de polvo fina y sutil a su paso.
«Hemos llegado, este es el sitio» exclamó el tipo gordo que estaba sentado en el asiento de atrás. «Es un poco tarde pero conozco al propietario. No habrá problema.»
El tipo flaco, que era el que conducía, buscó un sitio apartado donde aparcar el coche. Giró alrededor de la rotonda, a continuación se metió debajo de una marquesina ruinosa de un cobertizo abandonado. Descendió rápidamente del automóvil y, con aire circunspecto, observó con atención toda la zona de alrededor. No había nadie.
Dio una vuelta alrededor del auto, abrió la puerta del pasajero y dijo «Todo en orden, general. Podemos ir.»
El tipo gordo bajó también del automóvil y se dirigió a buen paso hacia la entrada principal del local. Probó a girar el picaporte pero no sucedió nada. La puerta estaba cerrada pero todavía la luz estaba encendida en el interior. Entonces intentó espiar a través del cristal pero la gruesa cortina de colores no le permitió ver gran cosa. Sin perder más tiempo comenzó a golpear enérgicamente la puerta y no paró hasta que no vio a un hombrecito, de pelo negro y rizado, asomar la cabeza desde detrás de la cortina.
«¡Que demonios…!» había comenzado a exclamar irritado el hombrecito, pero cuando reconoció a su corpulento amigo dejó la frase sin completar y abrió.
«¡Pero si eres tú! ¿Qué haces aquí a estas horas ¿Quiénes son estos señores??»
«Hola, viejo bribón, ¿cómo estás? Estos son dos amigos míos y estamos los tres muertos de hambre»
«El local está ya cerrado, he limpiado la cocina y estaba a punto de marcharme»
«Creo que este otro amigo te podrá convencer mejor que yo» y le puso delante de la nariz un billete de cien dólares.
«Sí, la verdad…debo decir que sabes lo que haces» dijo el hombrecito cogiendo con rapidez el billete de las manos del gordito mientras lo hacía desaparecer en el bolsillo de la camisa. «Por favor, entrad» añadió abriendo la puerta y haciendo una reverencia al mismo tiempo. Los tres hombres, después de dar una ojeada alrededor para comprobar que nadie los estuviese observando, entraron, uno detrás de otro, en el pequeño restaurante.
El local estaba compuesto por dos habitaciones y no parecía demasiado limpio. En la habitación más grande tres mesas bajas y redondas, apoyada cada una sobre una alfombra raída y de colores desvaídos, estaban rodeadas por algunos cojines asimismo bastante viejos. En la otra habitación, en cambio, los muebles eran de un estilo más occidental y parecía un poco más íntimo. Unas amplias cortinas de colores cálidos recubrían las paredes. La iluminación era suave y el ambiente era, decididamente, más acogedor. Dos pequeñas mesas estaban ya preparadas, listas para los clientes del día siguiente. Sobre cada una de las mesas un mantel verde oscuro con bordados diversos, servilletas del mismo color, salvamanteles de cerámica con los bordes plateados, los tenedores a la izquierda, cucharas y cuchillos a la derecha y, en el centro, una larga vela amarillo oscuro sostenida por un pequeño candelabro de piedra negra.
«¿Podemos ir allí?» preguntó el tipo gordo mientras que con la manos señalaba la habitación más pequeña.
Sin siquiera responder, el hombrecillo del pelo rizado se dirigió rápidamente hacia la sala, acercó las dos mesas, ordenó las sillas y, después de hacer una bonita reverencia y un amplio y vistoso gesto con los brazos, dijo “Por favor, señores, así estaréis más cómodos”
Los tres se colocaron en la mesa y el gordo dijo. «Prepáranos tu especialidad y mientras tráenos tres cervezas.» A continuación, sin darle tiempo a responder, añadió. «No te pases de listo. Se que tienes distintas cajas escondidas por todas partes.»
El general esperó a que el propietario del local se metiese en la cocina, después comenzó a hablar de la conversación que habían tenido poco antes. «El senador es una persona sin escrúpulos. Debemos tener mucho cuidado con él. Si algo va mal, no dudaría lo más mínimo a encargar a alguien que nos matase»
«Pues que bien» respondió el gordito. «Parece que todos aquí nos quieren con locura»
«Intentemos hacer lo mejor posible nuestro trabajo y no sucederá nada» dijo el flaco que había estado callado hasta este momento. «Conozco bien a estos tipos, si no creamos problemas y hacemos todo lo que nos ordena, todo irá bien y cada uno de nosotros tendrá su justa recompensa»
«Sí, una bonita bala en medio de la frente» comentó susurrando el tipo gordo.
«Venga, no empieces con tu pesimismo. Hasta el momento todo ha transcurrido con normalidad, ¿no?»
«Sí, hasta ahora.»
Mientras tanto, escondido en la cocina, el dueño del local estaba hablando en voz baja, en árabe, por teléfono. «Estoy seguro que es él»
«Me parece increíble que haya ido allí sin la escolta adecuada»
«Y en compañía de otros dos. A uno de ellos lo conozco muy bien y estoy seguro que forma parte de alguna extraña organización que podría, de alguna manera, tener relación con el.»
«¿Podrías hacerle una foto y mandármela? No querría montar un lío de mil demonios para después darme cuenta que se trata de un simple error de identidad»
«De acuerdo, veré lo que puedo hacer. Dame unos minutos»
El hombre cortó la comunicación, activó la cámara del teléfono móvil, se la metió en el bolsillo de la camisa de modo que el objetivo quedase ligeramente descubierto y, cogiendo una bandeja de aluminio, puso sobre ella tres vasos anchos. Destapó tres botellas de cerveza y puso cada una al lado de un vaso. Alzó la bandeja con la mano derecha, tomó aire y se fue hacia la mesa ocupada por los tres comensales.
«Espero que os guste esta marca» dijo mientras distribuía las bebidas. «Por desgracia no tenemos demasiada variedad. Aquí las leyes con respecto al alcohol son muy rígidas»
«Sí, si, no te preocupes» dijo el gordito mientras cogía una botella y la echaba llenando el vaso de espuma.
El hombre, entonces, teniendo mucho cuidado de ponerse en frente del general, cogió el vaso, lo inclinó ligeramente y echó con cuidado casi la mitad de la botella. Después, haciendo lo mismo con la del tipo flaco, exclamó. «Se hace así. ¿Así que un pobre iraquí debe enseñar a tres americanos como se echa la cerveza, verdad?»
Una fuerte risotada surgió de la garganta de los tres comensales que, levantando los vasos, los hicieron chocar haciendo un brindis de buena suerte.
El propietario, después de haber hecho la consabida reverencia, se fue de nuevo a la cocina. Apenas había cruzado el umbral y, mientras se aseguraba que nadie lo estuviese observando, controló su teléfono móvil para comprobar la foto que había hecho. Las imágenes se movían un poco pero el careto del general Campbell se veía perfectamente. Envió enseguida el vídeo al número al que había llamado antes y esperó pacientemente. No había pasado ni un minuto, una ligera vibración del teléfono lo avisó de que tenía una llamada entrante.
«Es él» dijo la voz al otro lado de la línea. «Dentro de una hora, como máximo, estaremos allí. No los dejes marchar antes de ninguna de las maneras.»
«Acaban de llegar y todavía deben comenzar a comer. Tenéis todo el tiempo del mundo.» y colgó.

Astronave Theos – El almirante
Elisa todavía estaba observando el extraño objeto que Azakis le había dejado caer en la mano cuando la puerta del modulo número seis se abrió. Petri, con una expresión realmente resplandeciente llegó portando sobre la mano el teléfono móvil del coronel
«Lo conseguí» exclamó «eso espero». Se acercó rápidamente donde estaban los tres que se encontraban en el centro del puente de mando y continuó. «Es un sistema realmente antiguo pero creo que he conseguido comprender su funcionamiento. Me he conectado a uno de esos satélites que vagan alrededor del planeta sobre una órbita de menor altitud que la nuestra y creo que ahora será posible hacer una “llamada”.»
«Eres grande, amigo mío» exclamó Azakis. «No tenía ninguna duda que lo conseguirías»
«Antes de cantar victoria veamos si funciona de verdad» dijo Jack cogiendo el teléfono móvil de las manos del alienígena. El coronel observó con atención la pantalla del aparato y a continuación dijo asombrado. «Increíble, tiene las tres rayas de la cobertura.»
«Venga, prueba» sugirió Elisa ansiosa.
Jack recorrió rápidamente su agenda y encontró el número del almirante Wilson. Antes de llamar, sin embargo, le asaltó una duda. «¿Qué hora será en Washington?»
«Creo que sobre las dos y media de la tarde» respondió Elisa después de dar una ojeada a su reloj de pulsera.
«Ok, lo intentaremos.» Jack tomó un poco de aire y a continuación pulsó el botón “ENVIAR”. El teléfono daba señal. Increíble…
Esperó pacientemente y sólo después del séptimo sonido de llamada una voz áspera y profunda respondió. «Almirante Benjamín Wilson, ¿con quién hablo?»
«Almirante, soy el coronel Jack Hudson. ¿Me escucha bien?»
«Sí, hijo, fuerte y claro. Es un placer escuchar tu voz después de tanto tiempo. ¿Va todo bien?»
«Almirante… Sí, sí, gracias…» Jack estaba muy nervioso y no sabía en realidad por donde comenzar. «Le molesto por una cuestión de la máxima urgencia y que es, de verdad, increíble.»
«Por Dios, muchacho, no me tengas en ascuas. ¿Qué diablos está sucediendo?»
«Bueno, no es muy fácil de explicar. Usted se fía de mí, ¿verdad?»
«Pues claro, ¿Qué clase de pregunta es esa?»
«Lo que estoy a punto de decirle le podría parecer absurdo, pero le puedo asegurar que es la pura verdad.»
«Jack, si no me dices enseguida algo, me va a dar un infarto.»
«De acuerdo.» El coronel hizo una pequeña pausa, después le contó todo de golpe. «Yo, en este momento, estoy orbitando alrededor de la Tierra. Estoy en una nave extraterrestre y tengo terribles noticias para comunicar directamente al presidente de los Estados Unidos. Usted es la única persona de la que me fío y que podría ponerme en contacto con él. Le juro sobre la memoria de mi padre que no estoy bromeando.»
Trascurrieron un montón de segundos durante los cuales ningún sonido salió del altavoz del teléfono. Por un instante Jack temió que al almirante le hubiera dado un patatús. A continuación, la voz del otro lado del teléfono dijo «¿Estás realmente llamando desde allí arriba? ¿Cómo demonios lo has conseguido?»
Wilson es una persona increíble. En vez de preocuparse por los alienígenas se está preguntando como demonios he conseguido hacer funcionar el teléfono móvil desde aquí… Fantástico…

«Bueno, gracias a su tecnología han conseguido hacer una especie de conexión con un satélite de comunicaciones. No se decirle nada más..»
«¡Alienígenas! ¿De dónde vienen? ¿Cuál es esa catástrofe inminente? ¿Por qué te han cogido justo a ti?»
«Almirante, es una larga historia, espero tener tiempo para contársela, pero ahora lo más importante es que usted me ponga en contacto, lo más rápido posible, con el Presidente.»
«Muchacho, tengo una fe ciega en ti pero, para hacer comprender a nuestro amado presidente una historia de este tipo, necesitaré algo más que tu llamada.»
«Lo imaginaba y tiene razón» prosiguió Jack. «¿Y si le dijese que usted, en este momento, está sentado en una butaca de color marrón oscuro y que tiene un ejemplar del New York Times sobre las rodillas, mis palabras resultarían más convincentes?»
Petri había conseguido determinar las coordenadas del almirante mediante la señal de su teléfono, había puesto en posición la Theos justo en el cenit de la ciudad y había activado los sensores de corto alcance apuntando directamente sobre la fuente de las emisiones.
«¡Por todos los diablos!» exclamó el almirante separando los pies y dejando caer el periódico al suelo. «¿Cómo recontra has podido saberlo? Aquí no puede haber tele cámaras escondidas. Mi oficina la controlan y rastrean todos los días.»
«En realidad, el aparato con el que lo estoy observando no es una “tele cámara”. Digamos que es un sistema de visión absolutamente increíble. Estamos a 50.000 kilómetros de la Tierra y podría leer su periódico desde aquí sin ningún problema. Podría incluso decirle a cuántas pulsaciones está batiendo su corazón.»
«Me estás tomando el pelo, ¿verdad?»
Jack miró a Petri que enseguida cambó el modo de visualización.
El almirante aparecía como una figura rojiza con diversos matices de amarillo y gris oscuro. Sobre la pantalla, arriba a la derecha, aparecieron algunos números. Jack los leyó y continuó diciendo «Su corazón está latiendo a noventa y ocho pulsaciones por minuto y su presión arterial es 135/90 mmHg.»
«Eh, lo sé, es un poco alta. Tomo algunas medicinas para tenerla bajo control pero no siempre lo consigo. Sabes, la edad…» después reflexionó un instante y exclamó. «Pero todo esto es realmente increíble, me deja estupefacto. ¿Crees que podrás hacer lo mismo con el Presidente?»
«Creo que sí» respondió Jack buscando apoyo con la mirada en dirección a Petri, que se limitó a hacer un gesto afirmativo.
«¿Podrías al menos decirme algo sobre lo que está a punto de ocurrir? Dado que se han molestado desde quién sabe donde para comunicárnoslo, debe de ser un acontecimiento realmente serio»
«Vale, me parece justo que usted lo sepa»
Elisa lo incitaba a continuar gesticulando ampliamente con las manos y haciendo extrañas muecas con la boca.
«Su planeta se está acercando velozmente al nuestro. Uno de sus satélites, Kodon, nos rozará más o menos dentro de siete días y podría producir una serie de alteraciones indecibles. Incluso nuestra órbita y también la de la Luna se podrían resentir de este choque. Sobre nuestro planeta, olas impresionantes podrían abatirse sobre las tierras emergidas y las aguas podrían hacer desaparecer a millones y millones de personas. En conclusión, una catástrofe.»
El almirante se había quedado sin palabras. Se dejó caer pesadamente sobre su butaca marrón y, con un hilo de voz, consiguió susurrar «Que me parta un rayo»
«En realidad, a estos amigos que están aquí, les complacería poner a nuestra disposición un sistema que sería capaz de frenar la mayoría de los efectos nefastos pero es un método muy peligroso y que no se ha experimentado jamás antes. Además, aunque todo ocurra de la mejor manera posible, no conseguiremos superar el acontecimiento indemnes. Una parte de la influencia planetaria, aunque pequeña, no podrá ser contenida, por desgracia. Por lo tanto, deberemos organizarnos para reducir los daños y las pérdidas al mínimo.»
«Muchacho» respondió con suavidad el almirante. «Creo que el Presidente debería saber inmediatamente todo lo que me has contado. Sólo espero, por nuestro bien, que esto no sea una broma, porque ninguno de los dos sobreviviría aunque, en mi interior, creo que sí es verdad. Quizás me he quedado dormido en la butaca y dentro de un rato me despertaré y me daré cuenta que esto no es nada más que una pesadilla..»
«Incluso a mí me gustaría que fuese así, almirante. Por desgracia esto no es un mal sueño sino la pura y cruda verdad. Confío en usted para hacer llegar esta noticia al Presidente.»
«Ok. Dame un poco de tiempo para encontrar la forma apropiada de hacerlo. ¿Cómo me puedo poner en contacto contigo?»
«Pienso que lo podrá hacer con sólo rellamar a este número» dijo Jack mientras volvía la mirada hacia Petri que, con una expresión un poco titubeante, alzó los hombros. «Debería funcionar» continuó Jack. «De todos modos, si no lo hace dentro de una hora le llamo yo, ¿ok?»
«De acuerdo. Hasta luego.»
«Se lo agradezco infinitamente» dijo el coronel y acabó la conversación. Quedó durante unos minutos inmóvil con la mirada perdida en el vacío, a continuación, volviéndose hacia los tres que estaban pendientes de sus palabras, dijo tranquilamente «Nos ayudará.»
«Esperemos que sea así» replicó un poco titubeante Elisa. «No creo que sea fácil convencer al Presidente que esto no sea una tomadura de pelo.»
«Sólo él puede llevar a cabo una empresa de este tipo. Démosle un poco de tiempo.» después, volviéndose hacia Petri, dijo «Con tus sensores o cualquier otro artefacto del demonio que quieras utilizar intenta mostrar un bonito espectáculo. Deberemos asombrarlo con algo realmente excepcional y que sea capaz de dejar a todos con la boca abierta.»
«Yo me encargo» dijo Petri con una sonrisa sardónica. «La verdad es que efectos especiales no nos faltan»
«Si quieres puedo indicarte la posición exacta de la Casa Blanca, la residencia oficial del presidente de los Estados Unidos de América, y también la del Pentágono, que es la sede del cuartel general del Departamento de Defensa.»
«Muy bien» dijo Elisa acercándose a Azakis «mientras vosotros dos os divertís atemorizando a los pobrecitos habitantes de la Tierra, te agradecería que me explicases que es esta extraña cosa que me has dado antes.»
«Como te decía, pienso que pueda ser la solución a todos vuestros problemas con los residuos»
«No me dirás ahora que bastará que lo encienda para hacer desaparecer todo el plástico que hay por ahí disperso, ¿verdad?»
«Por desgracia no hemos inventado todavía nada parecido pero esto podría ayudaros a sustituirlo»
«Soy toda oídos» y se lo dio.
«Este pequeño objeto no es otra cosa que un mini generador de campo de fuerza. Gracias a una sencillísima programación es capaz de tomar la forma del objeto que se desea.»
«No lo entiendo»
«Ahora mismo te hago una demostración. Abre la mano.» Azakis apretó con delicadeza el pequeño y oscuro rectángulo entre el pulgar y el índice y se lo apoyó sobre la mano abierta. No había pasado ni un segundo cuando, por encanto, una hermosísima maceta de mil y variados colores se materializó en la mano.
«Pero ¡qué diablos…!» Elisa, atemorizada, retrajo instintivamente la mano y dejó que la maceta cayese a tierra mientras rebotaba de aquí para allá, pero sin romperse y, sobre todo, sin emitir ningún ruido.
«Perdona» consiguió susurrar Elisa apenada. «Realmente no me lo esperaba» y se inclinó para recogerla.
La cogió, la levantó sobre la cabeza y comenzó a observarla desde todos los ángulos. A pesar de que la superficie era totalmente lisa no parecía que la luz se reflejase en ella de ninguna manera. Al contacto el objeto estaba más frío de lo que se esperaba y no parecía que estuviese hecho de un material que ella conociese.
«Esta cosa es absolutamente increíble. ¿Cómo lo habéis conseguido?»
«Todo el mérito es suyo» respondió Azakis indicando el pequeño objeto negro que estaba incrustado en el fondo de la maceta. «Es eso lo que está generando un campo de fuerza con la forma que ves.»
«¿Lo podrías hacer con forma de botella?»
«Por supuesto» respondió Azakis con una sonrisa. «Observa» y mientras lo decía apoyó la yema del dedo índice sobre el pequeño rectángulo y la maceta desapareció. Lo estrujó de nuevo apoyando sobre él el pulgar y una elegante botella de color azul cobalto, de cuello largo y sutil, apareció de la nada.
Elisa quedó con la boca abierta y tardó algo de tiempo en recuperarse de la impresión. A continuación, sin sacar los ojos del objeto, dijo con voz quebrada por la emoción «Ven Jack, esto no puedes perdértelo.»
El coronel, que ya había dado a Petri todas las indicaciones para identificar los dos objetivos, se volvió hacia ella y, con paso tranquilo, se le acercó. Miró distraídamente el objeto que Azakis tenía en la mano y, con aire cansado, dijo «¿Una botella? ¿Qué es tan interesante de ver?»
«Sí, claro, una botella» replicó refunfuñando Elisa. «Sólo que hace unos segundos era una hermosa maceta de colores.»
«¡Venga ya! No me tomes el pelo.»
«Zak, demuéstraselo.»
El alienígena realizó la misma sencilla operación de antes y esta vez, entre sus manos, apareció una enorme esfera negra como la pez.
«¡Madre de Dios!» exclamó el coronel dando un salto hacia atrás.
«Esto sabes lo que es, ¿no?» dijo Azakis mientras abrazaba aquella bola de casi un metro de diámetro.
«Sí, sí» exclamó la doctora toda nerviosa. «Es idéntica a aquella que hemos encontrado sepultada en el campamento, dentro de la misteriosa caja de piedra.»
«Había también otras tres» añadió el coronel «que sirvieron luego para el aterrizaje de la nave espacial.»
«Justo.» confirmó Azakis. «Las habíamos dejado nosotros la última vez y nos han servido como referencia para la recuperación del cargamento de plástico.»
«¡Guau!» exclamó Elisa. «Todo se está aclarando poco a poco.»
«Perdona, una pregunta estúpida» dijo Jack volviéndose hacia el alienígena. «Si quisiéramos usar estas cosas como recipientes, por ejemplo para el agua, tendríamos que inventar un sistema práctico de cierre y apertura. ¿Cómo se podría hacer?»
«Muy sencillo. Se usa otro y se hace con forma de tapón»
«Mira que soy memo. No lo había pensado.» exclamó Jack dándose un golpe en la frente.
«¿Cómo llamáis a estas cosas?» preguntó Elisa con curiosidad.
«Su nombre en nuestro planeta es Shani» respondió Azakis mientras hacía desaparecer de nuevo la esfera y la sustituía el rectangulito oscuro.
«Entonces esto es un pequeño Shani.» dijo Elisa sonriendo mientras que, teniéndolo entre las manos, lo observaba con atención. «¿Puedo intentar yo construir algo?»
«Bueno, no es tan sencillo. Yo lo consigo porque, para su programación en tiempo real, utilizo mi implante N^COM. Por lo tanto, o te pongo uno a ti o utilizas….» se interrumpió y se puso a revolver en un pequeño cajón al lado de la consola. Después de algunos segundos extrajo de él una especie de casco muy similar al que habían utilizado antes para respirar y, poniéndoselo, terminó la frase diciendo «esto»
«¿Me lo debo poner en la cabeza?» preguntó Elisa dudando.
«Exacto.»
«¿No me va a freír el cerebro esta cosa, verdad?»
Azakis sonrió. La cogió delicadamente de las manos y la ayudó a ponérselo correctamente.
«¿Y ahora?»
«Coge el Shani entre los dedos y piensa en un objeto cualquiera. No te preocupes por las dimensiones. Está programado para no transformarse en nada que sea mayor de un metro cúbico.»
Ella cerró los ojos y se concentró. Después de unos segundos, un fantástico candelabro plateado de tres brazos se materializó entre sus manos.
«¡Dios mío!» exclamó estupefacta. «Es absurdo. Es increíble.» Elisa no conseguía contener su emoción. Giraba y volvía a girar el objeto entre las manos analizándolo en todos sus detalles. «Es exactamente como lo había imaginado. No es posible, estoy soñando.»

Nasiriya – La emboscada
Dos enormes jeeps descapotables, provenientes de la parte norte de la ciudad, cada uno de ellos con tres personas a bordo, detuvieron su carrera al encontrarse con el semáforo en rojo de un cruce aparentemente desierto. Esperaron pacientemente la luz verde y después continuaron lentamente durante una veintena de metros hasta llegar a la entrada de un viejo garaje abandonado.
Del primero de los jeeps descendió un individuo realmente corpulento que, armado con una vieja cizalla, se aproximó con aire circunspecto a la entrada y cortó el cable de metal oxidado que mantenía cerrada la puerta. Justo detrás de él, otro hombre, que había bajado del segundo jeep, lo alcanzó. También él era un tipo bien plantado. Uniendo las fuerzas intentaron sacar el viejo panel que hacía las veces de puerta. Debieron trabajar duro durante unos instantes hasta que, con un siniestro chirrido metálico, el panel se movió. Lo apartaron a un lado con decisión hasta abrir completamente la entrada.
Los conductores de ambos jeeps, que estaban esperando con los motores al ralentí, uno detrás del otro, mientras dejaban a sus espaldas una nube de humo negro, fueron hacia el garaje y apagaron los motores.
«Vamos» dijo aquel que parecía ser el jefe, mientras saltaba del jeep seguido por los otros tres. Los dos que se habían quedado en la entrada se unieron al grupo de tres, los seis, con los cuerpos inclinados, se dirigieron hacia la entrada principal del restaurante.
«Vosotros tres, por detrás» ordenó el jefe.
Todos los componentes del pequeño equipo de asalto estaban equipados con fusiles AK-47 y, colgando de los cinturones de un par de ellos se podían ver las típicas fundas curvas de los cuchillos árabes Janbiya. No eran unos puñales muy largos pero sus hojas afiladas en ambos lados hacían que estuviesen, sin duda, entre las armas blancas más mortíferas.
El propietario del restaurante, consciente que de un momento a otro llegarían sus compañeros, se movía sin parar entre la sala y la entrada de atrás, desde donde espiaba el exterior para controlar eventuales movimientos sospechosos. Su nerviosismo no pasó desapercibido para el general que, como viejo zorro que era, empezó a intuir que algo no iba bien. Con la excusa de coger la botella de cerveza se acercó a la oreja del tipo gordo y susurró «¿No te parece que tu amigo está un poco nervioso?»
«A decir verdad ya me había dado cuenta» replicó el gordito, también en voz baja.
«¿Desde hace cuánto tiempo que lo conoces? ¿No nos estará organizando alguna sorpresita?»
«No creo…. Siempre ha sido una tipo de fiar.»
«Puede.» dijo el general levantándose rápidamente de la silla «pero yo no me fio para nada. Vayámonos de aquí, ya.»
Los otros dos se miraron un momento perplejos, a continuación se levantaron también y se dirigieron con rapidez hacia el propietario.
«Gracias por todo» dijo el tipo gordo «pero tenemos que irnos ya» y le metió otro billete de cien dólares en el bolsillo de la camisa.
«Pero si todavía no os he traído el postre» replicó el hombre con el pelo rizado.
«Mejor, estoy a dieta» respondió el gordo y se encaminó velozmente hacia la puerta. Espió desde detrás de la cortina y, no viendo nada de extraño, hizo una señal a los otros para que lo siguiesen. Ni siquiera había acabado de atravesar el umbral que, por el rabillo del ojo, se dio cuenta de los tres matones que se acercaban desde su derecha.
«Bastardo» consiguió tan sólo gritar antes que, el más cercano a él, en un inglés muy malo, lo intimidase para que se parase. Por toda respuesta, desenganchó del cinturón una granada aturdidora y volviéndose hacia sus compañeros gritó «¡Flashbang!»
Los dos cerraron inmediatamente los ojos y se taparon las orejas. Un relámpago cegador, seguido de un tremendo ruido, rompió la quietud de la noche. Los tres asaltantes, cogidos por sorpresa por la reacción del gordito, quedaron durante unos segundos aturdidos debido a la explosión, la ceguera producida por la granada les impidió ver a los tres americanos mientras, con un ímpetu digno de una final de los cien metros lisos, escapaban en dirección a su automóvil.
«¡Fuego!» gritó el jefe de los agresores.
Una ráfaga de AK-47 partió en dirección de los fugitivos pero, dado que el efecto de la granada aturdidora no se había desvanecido, se perdió por encima de sus cabezas.
«Venga, venga» gritó el tipo delgado mientras, habiendo extraído su Beretta M9 de la funda debajo del sobaco, respondía a los disparos. Mientras sus dos amigos lo protegían con sus disparos se metió en el coche. Otra ráfaga, proveniente de sus espaldas, provocó una serie de agujeros desordenados en la pared de metal del cobertizo que había enfrente de él.
Mientras tanto, los tres agresores que provenían de la parte de atrás desembocaron en la puerta principal del restaurante y se unieron al fuego de sus compañeros. Su puntería era mucho mejor. Un proyectil dio en el espejo retrovisor izquierdo que acabó hecho mil pedazos.
«¡Maldición!» exclamó el tipo delgado mientras, bajando instintivamente la cabeza, intentaba poner en marcha el coche.
«¡General, suba!» gritó el gordito mientras disparaba otra ráfaga en dirección a los asaltantes.
Con la agilidad de un chaval, Campbell se tiró sobre el asiento de atrás justo mientras una bala le rozaba la pierna izquierda y se incrustaba en la puerta abierta. Con un movimiento rápido, desenganchó el asiento posterior y consiguió acceder al portaequipajes. Notó enseguida una serie de granadas dispuestas en fila en el interior de un contenedor de poliestireno. No se lo pensó ni un segundo. Cogió una de ellas y, después de sacar la espoleta, la lanzó en dirección de los asaltantes.
«¡Granada!» gritó y se echó sobre el asiento.
Mientras una nueva ráfaga de AK-47 rompía el parabrisas y destruía la luz intermitente trasera derecha, la granada de mano rodó tranquilamente en medio del grupo de los agresores que, conscientes del peligro inminente, se echaron a tierra aplastándose el máximo posible. La bomba explotó con un sonido ensordecedor y un resplandor deslumbrante rompió la oscuridad de la noche.
El tipo gordo, aprovechando la acción sorprendente del general, corrió hacia el lado del pasajero, subió a bordo y, quedando con una pierna por fuera, gritó «¡Vamos, vamos!»
El flaco pisó a fondo el acelerador y el automóvil, con un gran chirrido de neumáticos, arrancó hacia delante en dirección a la vieja puerta del cobertizo abandonado. La masa del vehículo lanzado a la carrera salió ganando a la plancha oxidada del panel, que cayó pesadamente hacia el interior. El coche prosiguió su loca carrera destruyendo todo aquello que encontraba a su paso. Viejas macetas de cerámica, cajas de madera podridas, sillas e incluso dos viejas lámparas, fueron arrolladas y tiradas por los aires, levantando una enorme polvareda de arena y detritos. El flaco que estaba conduciendo intentaba esquivar el mayor número de cosas posibles usando todo el peso de su cuerpo para girar el volante a derecha e izquierda pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguió evitar la columna central de madera medio marchita que sostenía toda la cubierta, seccionándola de cuajo. El cobertizo tembló, luego un estremecimiento, después, como si una enorme roca le hubiese caído sobre el techo, se plegó literalmente sobre si mismo. Todo esto ocurrió exactamente en el momento en que los tres, después de haber desfondado incluso la pared de atrás, salían disparados del viejo garaje, seguidos por un espantoso ruido y una enorme polvareda oscura. El auto, ahora ya sin control, cayó sobre un montón de inmundicia dejada sobre el borde de la carretera y quedó bloqueado.
«¡Maldita sea!» exclamó el general que ya se había dado unas cuantas veces con la cabeza en el apoyabrazos de la puerta. «¿Pero a ti quién te ha enseñado a conducir?»
Por toda respuesta, el flaco pisó a fondo de nuevo el acelerador e intentó pasar entre la basura. Diversos trapos de colores se enredaron entre las ruedas y un viejo televisor quedó enganchado en el parachoques de atrás. Tuvieron que navegar entre la basura todavía un buen rato antes de alcanzar el borde de la carretera. Con un ruido sordo el auto se bajó de la acera y los tres se encontraron en la carretera principal en dirección este.
«¿Quiénes eran essos?» preguntó el gordito mientras se colocaba sobre el asiento e intentaba cerrar la puerta.
«Deberías preguntárselo a tu amiguito el del restaurante» replicó secamente el tipo flaco.
«Como se me ponga a tiro le hago engullir todo el menaje, cazuelas incluidas.»
«¿Qué más da, amigo mío? Hace tiempo que tendrías que haber comprendido que aquí no te puedes fiar de nadie.» Y mientras giraba en una pequeña calle a su derecha, añadió «Al menos hemos podido comer algo.»
El automóvil oscuro se encaminó rugiendo hacia la oscuridad de la noche, dejando, sin embargo, detrás de si, una anómala estela de líquido sin identificar.

Astronave Theos – El Presidente
«¿Dónde consigues la energía para crear un campo de fuerza tan potente?» preguntó con curiosidad el coronel mientras observaba el candelabro apenas fabricado.
«La energía está por todas partes, en cada lugar del universo» replicó Azakis. «Todo aquello que lo compone está hecho de materia y la materia no es otra cosa que una forma de energía y viceversa. Incluso los seres vivos no son otra cosa que formas simples de energía y de materia.»
«Estamos hechos con la misma materia de las estrellas» susurró Elisa fascinada, recordando una vieja cita de alguien del cual en estos momentos no recordaba el nombre.
«En cuanto a esto, estoy de acuerdo, pero de aquí a poder aprovecharla de esta manera… va un mundo»
Estaba a punto de pedir más aclaraciones cuando una musiquilla de blues, proveniente de su teléfono móvil, lo interrumpió.
«¿Y ahora quién diablos será?» dijo en voz alta mientras leía el nombre del que llamaba “Camp Adder - Prisión”.
«Coronel Hudson» se oyó secamente al micrófono.
«Coronel, por fin»
Jack reconoció inmediatamente el vozarrón del sargento negro que le había acompañado en tantas misiones. «Sargento, ¿qué sucede?»
«Lo busco desde hace horas. ¿Dónde se encuentra?»
«Este…podemos decir que estoy “girando como una peonza”. De todos modos, dígame sargento, ¿cuál es el problema?»
«Sólo quería decirle que su petición de traslado del general se ha llevado a cabo sin problemas.»
«¿Petición de traslado del general? ¿De qué demonios está hablando?»
«Tengo delante de mí una orden escrita, firmada de su puño y letra, que autoriza al general Richard Wright y al coronel Oliver Morris a llevarse al general Campbell para ser transferido a un lugar top secret. He verificado la firma y es la suya.»
«Yo no he autorizado nunca una cosa parecida». El coronel hizo una pequeña pausa y luego dijo. «¿Y entonces dónde está ahora el general?»
«No tengo ni idea, señor. Está custodiado por los oficiales de los que le he hablado»
«Maldito sea, ha conseguido escapar.» a continuación tuvo una intuición y dijo. «Sargento, ¿podría describirme a los dos militares que se lo han llevado?»
«Claro. Uno era alto y delgado mientras que el otro era más bajo y con un evidente sobre peso. Tenían…»
«Vale, sargento, nada más. He comprendido. Gracias.»
«Espero no haber metido la pata.»
«No se preocupe. No ha sido culpa suya» y cortó la conversación.
«¿Qué ha ocurrido?» preguntó preocupada Elisa.
«Los dos que te habían asaltado y que habíamos capturado han conseguido escapar y han conseguido también ayudar a evadirse al bastardo del general Campbell.»
«Lo siento, querido, lo siento de veras pero no te preocupes tanto. Tenemos problemas más importantes de los que ocuparnos ahora, ¿no?»
«Tienes razón.» Mientras hablaba así le quitó de la mano el candelabro y, mostrándoselo a Azakis, le preguntó «¿Dónde habíamos quedado?»
«La fuente de energía»
«Sí, es verdad. En resumen, ¿cómo demonios funciona esto?»
«No es tan sencillo de explicar, de todos modos podemos decir que consigue absorber la energía que lo rodea y darle la forma para la cual ha sido programado.»
«Pero» dijo Jack perplejo. «No es que haya comprendido gran cosa. El hecho es que funciona y lo hace estupendamente. ¿Piensas que esta tecnología podría desarrollarse también en la Tierra?»
«Realmente sí. No veo ningún problema. Hablaré con Petri, cuando llegue el momento, para que os pase toda la información necesaria.»
«Fantástico. Pienso en las caras que pondrán nuestros científicos ante una revelación semejante. En la actualidad no conseguimos producir una cantidad estimable de energía a no ser de los combustibles fósiles o de las centrales nucleares. Creo que vuestra visita revolucionará unas cuantas cosas en nuestro planeta.»
«Como siempre ha sucedido» añadió Azakis con una sonrisa.
«Si no recuerdo mal» dijo Elisa metiéndose en la discusión «¿no fue un científico llamado Nikola Tesla
, que vivó entre 1800 y 1900 que imaginó una forma de energía que se extendía por todo el cosmos?»
«¡Guau!» replicó Jack asombrado. «No pensaba que fueses una experta en la materia.»
«Son tantas las cosas que debes todavía descubrir sobre mí, querido.» y con aire desenvuelto se pasó una mano por sus largos cabellos.
«En realidad» continuó Jack «Tesla hizo muchísimo más. Aparte de realizar un montón de inventos que aún ahora utilizamos, teorizó sobre la posibilidad de utilizar lo que él llamaba “éter” como una fuente de energía infinita. Dicha sustancia, que está difundida por todo el universo, si fuese estimulada de la manera adecuada podría administrar energía en cualquier parte y en cualquier momento.» Complacido por el hecho de que su amada lo estaba observando con creciente admiración, continuó orgulloso su exposición. «Este hombre estudioso, después de haber peleado con la hipocresía y la avaricia de los poderosos de su época, afirmó que la humanidad no estaba todavía preparada para un desarrollo de este tipo y abandonó el proyecto mientras hacía desaparecer todo rastro del mismo. Sólo hoy, después de más de cien años, nuestros científicos han comenzado a teorizar sobre la presencia de una sustancia que llaman materia oscura que conformaría más del 70% de la densidad del universo.»
«Estoy impresionada» exclamó la doctora mientras lo miraba asombrada. «Ni siquiera yo imaginaba que fueses un erudito en esta materia.»
«Son tantas las cosas que debes descubrir todavía sobre mí, querida» replicó Jack con la misma broma y con el mismo gesto, aunque realmente sus cabellos eran demasiado cortos para obtener el efecto que buscaba.
«Quizás estamos hablando de lo mismo.» dijo Azakis complacido.
«Energía ilimitada, a disposición de todos, por todas partes del universo y a un costo cero… increíble.» Jack estaba absorto en la valoración de todas las posibles implicaciones de esta nueva y perturbadora revelación cuando su teléfono móvil comenzó a sonar con la misma musiquilla de antes.
«¿Y ahora quién demonios será?» exclamó un poco molesto. A continuación leyó el nombre del emisor de la llamada y su rostro se iluminó. «Almirante, no creía que le iba a escuchar tan pronto.»
«Muchacho, he conseguido ponerme en contacto con el Presidente y le he explicado la situación. Ahora está justo delante de mí. Si quieres te lo paso.»
«¡Pues claro, faltaría más!» respondió un poco embarazado mientras que, gesticulando, le mostraba a Petri el teléfono móvil. Pasaron algunos segundos y una voz tranquila y profunda se escuchó desde el teléfono. «¿Coronel Jack Hudson?»
«Sí señor Presidente, soy yo. A sus órdenes.» al responder no pudo resistirse a ponerse en posición de firmes, provocando una tímida sonrisa en Elisa.
«Señor coronel, sólo el respeto y la confianza que siento por el almirante Wilson ha hecho posible esta llamada. Aquello que me ha contado es tan absurdo que incluso podría ser verdad.»
«Presidente, querría que apuntase el primer telescopio que esté disponible a las coordenadas que le voy a enviar.»
Petri, que se había ya encargado de posicionar la Theos sobre un paralelo más cercano al norte, de manera que se pudiese ver una zona de la Tierra que todavía estaba a oscuras, hizo aparecer sobre la pantalla gigante una serie de números. Jack, a toda velocidad, los escribió en el teléfono móvil y los envió. «Esta es la posición actual de nuestra astronave. No creo que sus técnicos tengan muchos problemas para encontrarnos.»
El Presidente hizo un gesto a su asistente más alto y robusto que se encontraba en el Despacho Oval de la Casa Blanca. Le mostró los números que habían aparecido sobre el teléfono móvil y susurró algo al oído. El hombre, que vestía un traje negro, una camisa blanquísima y una corbata gris a rayas de color claro, se acercó la muñeca a la boca e impartió una serie de órdenes.
«Presidente» continuó Jack. «La situación es bastante seria. Nuestro planeta está a punto de verse envuelto en un cataclismo de proporciones gigantescas, con la ayuda de estas personas que han venido desde tan lejos podremos hacer algo para evitarlo. Entiendo perfectamente todas sus dudas pero están realmente aquí y se lo puedo demostrar.»
Petri activó los sensores de corto alcance sobre las coordenadas que le había indicado anteriormente el coronel y sobre la pantalla del puente de mando apareció una panorámica desde arriba del Despacho Oval.
«Señor, en este momento usted tiene la mano derecha apoyada sobre el escritorio, a su lado está el almirante y hay otras dos personas en la habitación.»
El Presidente miró instintivamente a su alrededor intentando descubrir al intruso que lo estaba espiando. Dudó un momento, después dijo desconcertado «Es absurdo. ¿Cómo ha podido saber estas cosas?»
«Simplemente, le estoy observando.»
«Es absolutamente imposible. No existe nada capaz de penetrar el blindaje de esta habitación.»
«Nada que sea terrestre, Presidente» lo corrigió Jack. A continuación Petri se le acercó y le susurró algo en el oído. El coronel abrió los ojos desmesuradamente, a continuación, con tono decidido, dijo. «Creo que esto no lo puede hacer ninguna otra tecnología.»
No había terminado de decir la frase que el histórico escritorio del siglo XIX, conocido como el escritorio Resolute, comenzó poco a poco a levantarse. El Presidente pegó un salto hacia atrás y miró estupefacto en dirección del almirante que le respondió con una mirada igualmente asombrada.
«El escritorio está flotando» exclamó. «Es como si la fuerza de gravedad no tuviese ningún efecto sobre ella.»
El otro hombre que estaba en la habitación, un poco más bajo que el anterior pero también muy macizo, extrajo instintivamente la pistola de la funda escondida debajo de la axila para proteger a su jefe. Miró rápidamente a derecha y a izquierda intentando descubrir una sombra, pero no vio nada sospechoso.

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