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Ángel De Alas Negras
Amy Blankenship


Ángel de Alas Negras
Serie Cristal del Corazón Guardian

Author: Amy Blankenship
Translated by Eugenia Rey (https://www.traduzionelibri.it/profilo_pubblico.asp?GUID=ca90601fba79cc6396deddd0100dfbb5&caller=traduzioni)

Copyright © 2010 Amy Blankenship
Edición en inglés Publicado por Amy Blankenship
Segunda Edición Publicado por TekTime
Todos los derechos reservados.



Prólogo – Darious

Las campanas del monasterio sonaron como una alarma, aunque no había nadie en el campanario que tirara de las cuerdas. Un relámpago atravesó el patio cuando la tormenta apareció de la nada. El viento azotaba sin piedad, trayendo consigo el penetrante hedor de la muerte. Una nube oscura y agorera apareció en el horizonte, aproximándose al monasterio a una velocidad vertiginosa. Los monjes, que hicieron de este monasterio su hogar, formaron filas como soldados con sus armas alistadas de madera, hueso y oro. Todas sus vidas se habían entrenado para esta guerra… para este momento en el tiempo, tal como lo habían hecho sus ancestros durante más de un milenio. Los pergaminos sagrados de poder y magia habían sido desenterrados de la vasta biblioteca, y presentados para hacer su trabajo. Los mantos color azul oscuro y amatista se hinchaban violentamente a medida que los monjes se disponían a pelear una guerra que secretamente habían rogado no ocurriera en sus vidas. Los arqueros entrenados avanzaron primero, con sus flechas encordadas y emanando un brillo de azul celestial. Estaban en silencio, de pie contra un enemigo al que ninguno de ellos era realmente capaz de derrotar.
A medida que la nube se aproximaba, se hizo evidente que no era realmente una nube, sino una legión entera de demonios resueltos a destruir a la humanidad. Este monasterio, y los monjes que lo habitaban, eran la única y última esperanza de la humanidad. En el aire se podía escuchar un hondo zumbido, casi calmante, a medida que los monjes lanzaban sus hechizos de protección, con el brillo de la determinación en sus ojos.
Los pergaminos sagrados habían predicho la venida de la oscuridad, que desataría una plaga de demonios en el mundo. Se había profetizado que, una vez que esta batalla terminara, los demonios sobrevivientes se esparcirían por los cuatro puntos cardinales de la tierra, siguiendo a los guardianes que alguna vez la habían protegido, de la misma manera en que protegían el sello.
La razón de que los guardianes y la sacerdotisa aun no aparecieran era un misterio para algunos, pero no sorprendía a los ancianos. Esto era algo que ni el destino podía cambiar.
Se lanzó una orden tácita, y los arqueros libraron sus flechas contra la plaga que se empeñaba en erradicar la tierra. Algunos demonios cayeron ante la primera ola, y los primeros arqueros retrocedieron para dar paso a otros en su lugar. Más flechas volaron sobre los campos que alguna vez fueron verdes, desintegrando a los demonios a su paso. Sus esfuerzos, sin embargo, fueron infructuosos. Parecía que por cada demonio que destruían, diez de ellos tomaban su lugar.
Los arqueros retrocedieron completamente, y se desenrollaron los pergaminos sagrados. Un muro apareció alrededor del monasterio, pero nadie tenía la capacidad de invocar todo el poder de los pergaminos durante más tiempo. Los ancianos habían escrito los pergaminos, aunque su significado pleno se había perdido a lo largo de los siglos. No obstante, fue suficiente para concederles un poco de tiempo a los monjes.
Se impartieron órdenes y se cerraron las compuertas del monasterio, trabadas con un sello de protección para darles unos minutos más. Todos se miraban unos a otros, sabiendo que sería la última vez que se verían en este plano de existencia.
Todos se aferraban a la leyenda que mencionaban los pergaminos, acerca de una persona atada por las cadenas de aquellos demonios empeñados en destruir el mundo. Estaba escrito que, durante el levantamiento, los demonios le darían la espalda por error.
Él… un niño de una furia y melancolía incontroladas, con el temperamento del más oscuro de los ángeles y el poder de cerrar el portal, y así encerrar a los demonios en este lado del mundo, pero impidiendo que otros les siguieran. Era este niño quien cazaría a los demonios uno por uno, enviándolos nuevamente al reino de oscuridad al que pertenecían… vengándose de quienes lo habían encarcelado por tanto tiempo.
Algunas de las leyendas de los pergaminos lo describían como un dios, mientras que otros afirman que se trata de un demonio empecinado en matar a los dioses para obtener su libertad. Le habían dado un nombre, aunque fuese solo para mencionarlo en sus plegarias… Darious.
Las puertas del monasterio crujieron ante la presión, a medida que los demonios finalmente las alcanzaban. La gruesa madera se resquebrajó y se astilló, mientras que el sello que la sostenía se debilitaba, hasta que finalmente se rompió. Las puertas se abrieron y, al igual que un maremoto de sangre y muerte, los demonios entraron como un enjambre, con sus zarpas y sus dientes desgarrando la carne humana.
Los tambores de aceite que encendían las antorchas se cayeron, cubriendo a algunos que tuvieron la mala suerte de encontrarse batallando tan cerca. Las paredes se prendieron fuego… creando una hoguera capaz de competir con el mismo infierno. El suelo se abrió, y más demonios brotaron por debajo de los pies de los monjes.
La lluvia había comenzado a caer, derramándose sobre el monasterio envuelto por las llamas, que se rehusaba a ceder a la voluntad de los elementos. Uno por uno cayeron los monjes, ahogados en su propia sangre mientras rezaban por su salvación… rogando que se cumpliera la profecía. Miles de demonios ya habían atravesado el portal, y los monjes no conocían una barrera lo suficientemente fuerte como para impedirles invadir las tierras que los rodeaban.
Un fuerte ruido de trueno, seguido de un brillante rayo que rasgó el cielo, generaron una fuerte onda sísmica, que hizo que el monasterio se desplomara al suelo.
El silencio que le siguió fue ensordecedor, ya que el viento dejó de soplar y la lluvia se detuvo abruptamente. El ojo calmo de la tormenta se había posado sobre los restos del monasterio; sus muros se elevaban sobre él, atrapando tanto a los demonios como a los monjes.
Aquellos monjes que todavía estaban con vida volvieron sus ojos al cielo y murmuraron oraciones de penitencia. La persona que creían un salvador era mucho más aterradora que los demonios que le habían precedido.
Estaba parado en el ojo de su propia tormenta, con sus cadenas de preso colgándole de los pies y las muñecas… la cadena más gruesa aún rodeaba su cuello. Estas tintineaban de modo inquietante en el silencio, cubiertas de la sangre de los demonios que había matado durante su escape.
Su largo cabello ondulado se elevaba ligeramente, debido a la tormenta que lo rodeaba o a su propio poder, imposible saberlo. Su letal cuerpo se encontraba desnudo, como todos los que nacen repentinamente a este mundo. La sangre relucía en las heridas abiertas que había recibido, dando testimonio de la batalla que había librado para llegar tan lejos. Dos heridas le atravesaban la espalda en el lugar que antes ocupaban unas magníficas alas.
Elevando su perfecto rostro hacia el cielo, unas lágrimas como de sangre cayeron de sus ojos color mercurio. La tierra bajo sus pies se estremeció una vez más y se alzó, atrapando a muchos demonios y reparando el portal, sellándolo.
Una brillante luz blanca pasó como un rayo y estalló sobre el paisaje, dispersando al resto de la multitud de demonios hacia las esquinas más recónditas del mundo.
La profecía, Darious, bajó su mirada hacia el centro de lo que alguna vez había sido un gran monasterio. Allí, envuelta por un suave resplandor angélico, se encontraba la estatua de una doncella arrodillada, con las manos extendidas como pidiendo algo que él no podía darle. Con la siguiente descarga del rayo, la estatua de la doncella se desvaneció.

Capítulo 1 “Risa malvada”

Normalmente, la película ‘Posesión Infernal 2’ la hacía morir de miedo. Pero afortunadamente, Kyoko tenía tanto sueño que apenas podía ver la pantalla, y eso es decir bastante, ya que se trataba de un sistema de cine en casa de 73 pulgadas con sonido envolvente. Parpadeó un par de veces y luego se despertó de un salto, levantando la cabeza para mirar el reloj digital sobre la parte delantera del reproductor de DVD.
¡Tres de la mañana! Ese último parpadeo había sido su perdición. Había estado dormida por más de una hora.
Tenía la costumbre de quedarse despierta hasta saber que todos habían regresado a casa a salvo, así que comenzó rápidamente a contar cabezas. Intentó sentarse, pero se dio cuenta de que se encontraba atrapada entre el respaldo del sofá y Toya.
Mirando hacia abajo, sus mejillas se encendieron. Su rostro estaba enterrado en la parte baja de su abdomen, y uno de sus brazos le rodeaba las caderas. ¿Cómo era que podía dormirse cuando se encontraba solo al otro lado de la habitación, y luego despertaba en las posiciones más extrañas junto a él? Era muy desconcertante. Si no hubiera estado profundamente dormido, lo habría empujado al piso.
Kyoko puso los ojos en blanco al saber que había pensado lo mismo muchas veces, y hasta ahora… él nunca había caído al suelo.
Su expresión se suavizó al ver su oscuro cabello con reflejos plateados. Se veía siempre tan dulce cuando dormía… realmente era una lástima que no pudieran mantenerlo dormido todo el tiempo. Sonrió burlonamente ante su propia broma. Pero qué diablos, era verdad. Toya, tan dulce y amoroso como secretamente era, solía ser el primero en pelear con ella.
Levantándose sobre la parte trasera del sofá para no tener que gatear por encima de él, adoptó una posición firme y miró a su alrededor.
Kyoko meneó la cabeza, preguntándose por qué se habrían hecho el hábito de dormir en esta gran sala de estar casi todas las noches, cuando todos tenían sus propias habitaciones con camas súper grandes. Mirando rápidamente a su alrededor, notó que todas las personas que había estado esperando ya habían llegado, excepto Kyou, lo cual era normal, y Tasuki, quien ella sabía que trabajaba en el turno nocturno esa semana.
Con Kyou como jefe, supuso que era demasiado pedir que pasara tiempo con los policías, detectives privados y psíquicos que trabajaban para él.
Un pensamiento malvadamente gracioso apareció en su cabeza, y sonrió. Si alguien hubiese estado despierto para verla, habría corrido espantado. Estos muchachos se habían burlado tanto de ella últimamente que Kyoko pensó que era hora de vengarse… por diez.
En silencio caminó hacia donde estaba Shinbe, quien dormía sobre el sillón de dos plazas. Con cuidado extrajo el control remoto de la TV que de alguna manera había terminado sobre su regazo. Kyoko frenó en seco cuando Shinbe se movió y en sus sueños murmuró algo sobre una piel de conejo y jarabe de chocolate.
Meneando la cabeza, Kyoko le quitó el control remoto y silenció el televisor.
La adrenalina se disparó por todo su cuerpo, dándole una sensación de mareo. Una pequeña parte suya comenzó a sentirse mal, pero saltó ferozmente sobre ésta, hasta que esa parte de su conciencia fue callada a los golpes. Luego del incidente con la ropa interior de Kotaro, y del súbito deseo de Toya de correr por los salones hacia su habitación… se merecían esto.
Además, la consideraban como la niña del grupo. Siempre tenía que pelearse con ellos para poder hacer cualquiera de los trabajos paranormales más pesados.
Su único poder real era el hecho de que, a veces, cuando tocaba algo o a alguien, recibía visiones del pasado que le ayudaban a resolver los casos. Sin embargo, esto no siempre funcionaba. No podía simplemente acercarse a un demonio, tocarlo, y saber si éste iba por ahí matando personas.
Quizás si los sobresaltaba a todos al mismo tiempo, probaría que no se dejaba intimidar. Además…la venganza era dulce.
Con el televisor aun en silencio, Kyoko puso el volumen al máximo. Había una parte de la película que la hacía encogerse de miedo siempre que la veía. Entonces, rebobinó hasta esa parte… la parte en donde toda la habitación comenzaba a reírse del protagonista con las voces más demenciales.
Escabulléndose hacia la puerta, la abrió y dio un solo paso hacia el vestíbulo antes de voltearse y sonreír ante la pacífica escena. Presionando el botón de silenciar una vez más, Kyoko arrojó el control remoto en dirección al sofá y corrió como loca.
El fuerte ruido sobrecogió a todos, moviéndolos a actuar, y creando así un efecto dominó que haría reír por semanas a todo aquél que lo hubiera presenciado desde afuera.
Kotaro fue el primero en reaccionar. Estaba sentado en uno de los sillones reclinables, soñando con un cierto ángel de cabello rojizo, cuando se vio envuelto por aquella estrepitosa y desagradable risa. Se paró de un salto, sacando al mismo tiempo su Beretta y disparando al televisor. Siendo un oficial de las fuerzas policiales locales, fue el instinto lo que lo hizo reaccionar tan rápido.
Yohji, el socio de Kotaro en la comisaría, estaba sentado en otro sillón. El ruido lo hizo saltar, lo cual a su vez hizo que el sillón reclinable se volteara hacia atrás. Se irguió en menos de un segundo, usando el sillón reclinable como escudo, y apuntando su pistola hacia los restos del televisor.
Shinbe se paró de un salto gritando algo acerca de abandonar el barco, Kyoko y los pervertidos primero. Parpadeó, despertando de su sueño y adentrándose en lo que podía llamarse una pesadilla. Inclinó su cabeza mirando hacia el televisor.
Debido a la posición precaria de Toya en el sofá, éste se había caído del borde, aterrizando encima de Kamui, quien dormía la siesta echado sobre el suelo con un ordenador portátil abierto en frente suyo. La cara de Kamui golpeó contra el teclado, y los pies de Toya chocaron contra la pantalla, destruyendo completamente el aparato.
“¿Qué diablos, Kotaro?”, reclamó Toya.
“¡Saca tu cara de mi trasero!”, chilló Kamui, y dando un salto arrojó a Toya al suelo.
Shinbe se frotó la nuca, agradeciendo a cualquier dios que escuchara que nadie lo había oído.
Yohji se levantó lentamente y colocó su PPK dentro la funda, frunciendo el ceño al ver el televisor en llamas. “Le disparaste al televisor otra vez”, masculló. “¿No es el segundo este año?”. Miró furiosamente al televisor y agregó: “Y creo que se está riendo de ti”.
Kotaro, por su parte, miraba fijamente el televisor roto que todavía resonaba con la malvada risa, aun cuando la pantalla estaba destrozada. La expresión de su rostro era de completa sorpresa, y miró hacia la Beretta que tenía en la mano antes de enfundarla muy lentamente. Advirtió unas luces parpadeantes, por lo que miró detrás suyo y vio a Suki que tomaba fotos con su teléfono celular.
“Tres intentos para saber quién hizo esto”, exclamó Toya corriendo como loco hacia la puerta.
“¡No la mates!”, gritó Kamui corriendo tras él. “Déjamela a mí”.
Kotaro no se movía, todavía miraba el televisor. Shinbe corrió tras Toya y Kamui con la resuelta intención de ‘rescatar’ a Kyoko de la venganza de Toya.
“¡No temas, Kyoko, yo te protegeré!”, exclamó Shinbe mientras corría por el vestíbulo.
Yuuhi, un pequeño niño albino, extrajo los tapones de sus oídos. “Te lo dije”, susurró con una voz sin emoción que tenía un tinte escalofriante.
Amni, que estaba sentado al lado del niño sobre el mismo sofá de dos plazas que Shinbe recién había abandonado, sonrió luego de quitarse sus tapones también. Ambos eran los psíquicos del grupo, y hacía varios días que preveían esto. No se habían molestado en avisar a nadie porque… ¿dónde quedaría la diversión?
“Por lo menos, las cámaras de seguridad que instaló Kyou grabarán todo”, dijo Amni. “La repetición instantánea es el mejor invento desde el pan en rodajas”.
“¿De qué me perdí?”, preguntó Tasuki mientras caminaba lentamente a través de la puerta, contento de dejar de trabajar por esa noche.
“Toya va a matar a Kyoko”, dijo Amni con una voz ominosa, como si estuviera presenciando una horrible visión. Luego estalló de risa cuando Tasuki corrió fuera de la habitación tan rápidamente que generó una brisa.
Kotaro elevó una ceja mirando a Amni, “¿Alguna vez te dijeron que tienes un lado malvado?”.
Amni se encogió de hombros. “No quería que se sintiera dejado de lado”.
*****
Darious se inclinó contra la pared de ladrillos, y obtuvo una impresión de la ciudad. Los sonidos y los olores de tantos seres humanos se veían distorsionados por los ecos demoníacos que nadie más notaba. Incluso podía sentir sombras que no pertenecían a la luz del día, pero conservaba la calma para mantener sus poderes ocultos por un tiempo.
Hacía mucho tiempo había aprendido que sus estados de ánimo ejercían un efecto sobre el clima y, hasta ahora, el cielo estaba despejado y la temperatura era perfecta. Era mediodía y él buscaba la luz del sol, más aun que la soledad. Parecía que estaba obteniendo ambas.
Darious sonrió burlonamente mientras observaba a los humanos. Se mantenían tan cerca del borde de la amplia acera, que un solo paso en falso los arrojaría en medio de un intenso tráfico.
Estaba acostumbrado a que las personas dejaran un amplio arco vacío alrededor suyo, pero ya no le importaba… no es que alguna vez realmente le hubiera importado. Podría haberles hecho un favor a todos y solo permanecer invisible, pero ser igual a un fantasma todo el tiempo ya lo estaba poniendo nervioso. El único motivo por el que se encontraba en medio de una población tan densa era porque había seguido el olor de tantos demonios hasta ese lugar.
Todavía estaba intentando averiguar por qué este lugar se había convertido en el centro de interés de los demonios. Era tan abarrotado, ruidoso y sucio, que casi entendió por qué los demonios eligieron este lugar, pero eso no significaba que a él tuviera que gustarle. Había evitado lo más posible las zonas muy pobladas, ya que hace mucho había aprendido que lugares así producen el peor tipo de seres humanos. Algunos de ellos eran casi tan malvados como los demonios a los que perseguía.
A través de los milenios había matado incontables demonios… pero los más fuertes y rápidos de ellos se habían dispersado y permanecían escondidos, mientras que él se ocupaba de matar a los más débiles. Todas esas pistas parecían converger aquí… en esta ciudad.
Sus pensamientos se oscurecieron al saber que los demonios jefes ahora conspiraban juntos, creyendo equivocadamente que su ejército, mezclado con tantos seres humanos, sería capaz de derrotarlo. Esconderse entre los humanos no les ayudaría. Sus auras se le aparecían como faros, con un aspecto más similar a unas sombras distorsionadas que a seres vivos reales.
Los ojos de Darious se oscurecieron al pensar en esto. Si tenía que destruir la ciudad y a todos los humanos en ella, así sería. No les debía nada a los mortales. Además, ellos sabían acerca de los demonios, y tan solo decidieron ignorar ese hecho. Todas las películas de terror eran la prueba, aunque ellos las consideraban ficción. De manera ignorante, habían olvidado que todas las leyendas humanas están basadas en cierto grado de realidad.
Esta era la noche de los demonios… los humanos la llamaban Halloween. Durante esta noche, las personas ignoraban lo que estaba justo frente a ellos. Supuso que ese era uno de los motivos por los cuales los humanos se disfrazaban de monstruos una vez por año… para no ser reconocidos por lo real. Qué ignorante se había vuelto la raza humana.
Con su aguda vista, Darious miró a través de la calle bulliciosa hacia adentro de las ventanas de vidrio de los altos edificios, y advirtió su propio reflejo. Sus ojos se entornaron, preguntándose qué verían los demás cuando lo miraban, que hacía que arrastraran a sus hijos al otro lado de la calle.
Acaso verían su propia falta de conocimiento, su miedo, o quizás era una provocación a su asumida ignorancia. Ellos querían permanecer inconscientes de los verdaderos peligros del mundo. Él estaba aquí para salvarlos, pero lo trataban como si fuera un demonio. Solo los inocentes captaban y devolvían su mirada por momentos… los niños, mientras sus padres los arrastraban lejos de allí.
*****
Kyoko estaba parada en la recepción, contenta de que Suki fuese la única persona que se encontraba allí. Rio nerviosamente mientras preparaba su primera taza de café. Sabía que los chicos se vengarían por lo que les había hecho la noche anterior. Tragó, recordando los golpes en el piso debido al fuerte ruido, y cómo había corrido por el vestíbulo intentando llegar a su habitación antes de que la alcanzaran.
Había oído a Toya corriendo tras ella, gritándole todas las obscenidades posibles. Ambos sabían que si realmente la hubiera alcanzado, no la habría lastimado.
En su precipitada carrera hacia un lugar seguro, había doblado la esquina y vio a Kyou parado en el umbral de su puerta. Vestía pantalones de seda color negro como la noche, que colgaban peligrosamente debajo de sus caderas, con su cabello plateado luciendo perfecto, aun a mitad de la noche. Fueron sus ojos lo que casi lograron que diera la vuelta y huyera en el sentido opuesto. Eran del color del oro fundido, ardientes, y directamente fijos en ella a medida que corría frente a él y hacia su habitación.
Kyoko atravesó la puerta y dio un alarido cuando vio a Toya que corría disparado hacia ella. Justo en el momento que cerraba la puerta de un portazo, podría haber jurado que vio cómo Kyou movía su pie unos pocos centímetros, haciendo que Toya tropezara y cayera boca abajo.
Ahora podía sonreír cuando pensaba en ello.
Le había confiado su vida a Kyou, quien parecía cuidar de todos los que vivían y trabajaban en el edificio. Sabía muy poco acerca de él, pero al mismo tiempo sentía que lo conocía tan íntimamente que a menudo la hacía sonrojarse.
Los únicos datos que aparentemente conocía eran que parecía tener más dinero que un dios, y se aseguraba de que todos tuvieran más que lo necesario. Además tenía una misteriosa forma de saber qué casos paranormales asignarles, y qué armas necesitarían. Era el hermano mayor de varias de las personas que trabajaban allí… aunque nunca llegó a averiguar sus edades.
Toya era el segundo. Su cabello era color ébano con reflejos plateados iguales a los de Kyou. Al igual que todos los hermanos, tenía un cuerpo digno de promocionarse en publicidades de ropa interior. Tú sabes… el tipo de cuerpo que hace que una muchacha se detenga para mirarlo.
En casi todos los trabajos asignados a ella, Toya había sido su socio, y había llegado a quererlo mucho por eso. ¿Cómo podía no quererlo cuando la había salvado incontables veces de aquellos monstruos que las personas normales no tenían ni idea que existían? De muchas formas, Toya era lo más cercano a un héroe para ella.
El hermano que seguía en la línea era Shinbe, con cabello largo del color de la noche y ojos amatista. Parecía ser el enigma del grupo, siempre actuando como un pervertido, y con su sentido del humor que a menudo la hacía echarse al piso de la risa. Pero había veces en que se volvía tremendamente serio. En esas ocasiones, nadie en el grupo lo daba por sentado.
El cuarto hermano, Kotaro, era detective de las fuerzas policiales y se encargaba de los casos que desconcertaban a las autoridades locales. Tenía cabello largo color ébano y ojos de un color azul helado capaces de quitar el aliento. Mientras que el resto de los policías daban vueltas buscando un sospechoso humano, el pequeño grupo de Kotaro llevaba el caso a la atención de la agencia paranormal y ayudaba a rastrear a los demonios.
Sorprendentemente, una vez que el caso estaba resuelto, los funcionarios de la ciudad nunca hacían demasiadas preguntas al respecto. Era casi como si no quisieran saber.
Tasuki y Yohji eran dos muchachos que trabajaban bajo las órdenes de Kotaro en la comisaría. Kyou los había invitado a vivir allí, ya que trabajaban en este lugar más que en el departamento de policía. Además, se habían robado a la secretaria de la comisaría, que ahora trabajaba allí. Su nombre era Suki, y Kyoko la quería como a una mejor amiga. Además, Kotaro convenció a Kyou de que invitara a dos hermanos psíquicos… Amni y Yuuhi. Eran de mucha ayuda.
El más joven de los hermanos, aunque ella no estaba segura de su edad ya que todos aparentaban tener entre diecinueve y veintisiete años, era Kamui. Su cabello era de muchos colores, con los más asombrosos reflejos color amatista. Sabía ciertamente que sus ojos cambiaban de color más de lo que un adolescente cambiaba de ropa… y eso realmente era decir algo.
Dentro del grupo era el genio de la informática, capaz de infiltrarse en cualquier banco de datos del mundo para obtener la información que necesitaban. Más de una vez había ingresado en los altos organismos internacionales, solo para molestarlos.
Volteándose con su taza de café para concentrarse en lo que Suki había estado diciendo durante los últimos minutos, Kyoko casi se quemó cuando su vista aterrizó sobre Kyou.
Una vez más, se encontraba reclinado sobre la bisagra de la puerta, mirándola desde el umbral de su oficina con la misma mirada que tenía la noche anterior. Cuando sus ojos se encontraron con los suyos, le produjeron un crudo y sensual escalofrío que la sacudió bien adentro.
Un día de estos, Kyoko tenía la determinación de averiguar exactamente cómo lo lograba. En realidad, había visto a muchas mujeres desvanecerse cuando Kyou, en raras ocasiones, abandonaba el santuario de su oficina y caminaba por las calles de la ciudad.
“¿Supongo que has dormido bien?”, preguntó Kyou estoicamente, aunque Kyoko pudo advertir un leve toque de diversión en sus ojos.
“Sí, de hecho”, afirmó Kyoko con una sonrisa.
“Hmm, creo que debió ser bastante difícil, con cuatro hombres resueltos a permanecer junto a tu puerta toda la noche, discutiendo sobre quién iba a derribarla”.
Volteándose rápidamente en dirección opuesta para ocultar su cara sonrojada, Kyoko miró por la amplia ventana que daba a la atestada calle de la ciudad. A veces, vivir en este edificio podía ser muy duro para el corazón de una muchacha… eso sin mencionar sus hormonas.
Sintiendo que los escalofríos le subían por la nuca, ella supo que no podía escapar, así que solo intentó dejar que su mente vagara sin rumbo. Miró a través de la calle hacia la fila de edificios que se encontraba en frente del suyo…deseando estar en uno de ellos en lugar de allí… al menos hasta que la angustia adolescente de la noche anterior se disipara.
Sus labios se entreabrieron cuando notó la presencia de un hombre que estaba justo cruzando la calle. Parecía como si la estuviera mirando fijamente, pero sabía que no podía ser, ya que los vidrios eran ahumados…se podía ver hacia afuera pero no hacia adentro. Kyoko se acercó aún más a la ventana y colocó una mano contra el vidrio ahumado, justo en frente de su visión de ese hombre.
Ese hombre encarnaba la quietud, mientras que todo lo que lo rodeaba se movía a un ritmo apresurado. Exhibía una calma serenidad, que era seductora pero al mismo tiempo temible. En algún lugar recóndito de su mente, ella sabía que era mentira…que era él quien se movía, mientras todo lo demás permanecía inmóvil en su presencia.
Llevaba anteojos oscuros, y una larga gabardina oscura lo suficientemente abierta como para revelar la ajustada camiseta que llevaba debajo. Tenía el cuerpo de un dios griego, y su rostro era perfecto, aunque su largo cabello oscuro lo ensombrecía en gran parte. Algo en él exclamaba peligro y sexo, todo al mismo tiempo. Parecía pertenecer a las eras oscuras, junto con los dragones y los magos.
Una visión abrupta de él arrodillado y ensangrentado, con cadenas alrededor de sus muñecas, tobillos y cuello… dentro de una caverna subterránea caída en el olvido, irrumpió en su mente haciéndola querer gritar de angustia. Kyoko podía sentir cómo se arrastraba at través de ríos de sangre en dirección a él… deseando salvarlo. Lo sentía literalmente, deslizándose por su piel y como un peso sobre su ropa
Frunciendo el ceño cuando las sensaciones y la imagen desaparecieron, Kyoko se inclinó más cerca del vidrio y tuvo la clara impresión de que en realidad estaba intentando acercarse a él.
Darious sintió que algo invadía su espacio, y entornó la vista hasta atravesar su propio reflejo en el vidrio espejado, divisando a la muchacha que lo miraba. Por lo general, los humanos solían apartar la vista apenas advertían su presencia, a menos que fuesen inocentes… es decir, niños. Nunca lo había entendido, pero los niños nunca le tenían miedo. Sus ojos oscuros acariciaron a la muchacha con curiosidad, sabiendo que ella no era una niña.
Kyoko tenía un hermoso cabello largo color rojizo, que no era ni lacio ni ondulado, sino que tenía vida propia. Aguzando la vista, advirtió unos ojos brillantes color esmeralda, rodeados por pestañas pecaminosamente oscuras. La forma en que lo miraba con una fascinación mórbida hizo calentar su sangre, y eso lo confundía.
Gruñó cuando el sol desapareció súbitamente detrás de las nubes. Los humanos nunca le habían interesado… solo los demonios, y solo durante el tiempo que le llevaba rastrearlos y matarlos. En el instante en que ella se apartó de la ventana, Darious se envolvió en su propio poder, haciéndose invisible.
“Kyoko, ¿has oído algo de lo que te dije?”, preguntó Suki, consciente que había estado hablando sola durante los últimos minutos.
Kyoko vaciló y se volteó para ver a su mejor amiga detrás del escritorio. “Oh… hmm… ¿eh?”, parpadeó, “¿cuál era la pregunta?”. Notando una sombra a su derecha, echo una mirada a la puerta de la oficina de Kyou, y se relajó al advertir que éste había desaparecido una vez más.
Suki meneó la cabeza, “dije que tenemos la reunión matutina arriba en cinco minutos”. Recogió una pila de papeles y dio la vuelta al escritorio mientras que Kyoko regresaba a la ventana. “¿Qué es lo que mirabas con tanto detenimiento?”, preguntó.
Los hombros de Kyoko se desplomaron al ver que el extraño ya no estaba allí. Se mordió el labio inferior preguntándose el porqué de su decepción. “Estoy buscando un taxi para poder escaparme de la reunión”, dijo, y le guiñó el ojo a Suki.
“Bueno, si yo no te quisiera ya te habría matado cuando la madre de todas las malditas bombas sacudió las ventanas anoche. Además, obtuve algunas fotos muy buenas para publicar en internet. Deberías haber visto la expresión en el rostro de Kotaro cuando se dio cuenta de que le había disparado al televisor… te lo mostraré más tarde”.
Viendo que la atención de Kyoko se dispersó una vez más hacia la calle, colocó las manos sobre sus hombros y la volteó en dirección al ascensor. “Vamos… ya es hora de que admitas tu acto de terrorismo”.
“¿Terrorismo?”, se defendió Kyoko en tono culpable. “¿Y cómo llamas a lo que ellos me hacen constantemente? … ¿Civilizado?”.
Suki rio nerviosamente y empujó a Kyoko hacia adentro del ascensor. “Sube, y si hay gritos…asegúrate de que sean ellos quienes gritan”.
Darious elevó la vista hacia el nombre impreso sobre el vidrio donde antes se encontraba la muchacha…‘Investigaciones paranormales’. Cerró los ojos, tanteando para orientarse en su camino a través del edificio, y apretó los dientes a medida que su poder daba con las almas antiguas. Inhaló cuando encontró el alma de Kyoko cerca de la cima del edificio. Ésta se dirigía directamente hacia el grupo de almas que estaban contaminadas con elementos no humanos…pero que tampoco eran demonios.
Abrió sus ojos color de ébano cuando comenzó a llover. La acera se humedecía, excepto adonde se hallaba su cuerpo invisible.
¿Por qué lo miraba con tanto interés, acaso era porque estaba ligada a las cosas paranormales? Dejó que su poder recorriera su alma una vez más, buscando detectar la presencia demoníaca en su aura. Su poder la rodeó durante varios latidos, y pudo sentir cómo su fuerza vital se elevaba y lo miraba directamente.
Y en ese momento, lo oyó… el eco de un suave llanto que apenas podía recordar, por encima de sus propios gritos torturados. La única vez que había oído ese sonido fue en el momento en que las cadenas de la eternidad se habían roto. Había dejado el sonido atrás al luchar por salir del pozo, y éste se le había aparecido en su memoria muchas veces. Cuanto más se acercaba a esta ciudad… más lo empezaba a acechar ese recuerdo.
¿Qué cosa en ese llanto le había cerrado el pecho ahora, y no hace siglos atrás cuando realmente importaba? ¿Por qué de repente importaba ahora? Darious sacudió la cabeza sintiéndose irritado. No podía cambiar el pasado, entonces, ¿por qué permanecer en él?
Justo cuando Kyoko abría la puerta de la habitación en la que todos esperaban, sintió como si alguien la rodeara con sus brazos, y respiró súbitamente. Volteando a la derecha, elevó su vista hacia la oscuridad. Dentro de esa oscuridad se encontraba el mismo rostro que había visto cruzando la calle… esta vez sin anteojos de sol. Sus ojos la sumieron en la fascinación…eran del más extraño color de la plata turbulenta, con un reflejo azul helado.
Kyou giró hacia la puerta, sintiendo que Kyoko se acercaba, pero la expresión extraña en su rostro lo obligó a actuar. Corrió hacia adelante y la sostuvo antes de que cayera. Sintiendo cómo un elemento no bienvenido la tocaba por detrás, su gruñido de advertencia dispersó al poder sobrenatural que la rodeaba.
Éste la abandonó como una ola furiosa en el mismo momento en que un trueno sacudió las ventanas por la tormenta que se aproximaba. Kyou entornó sus ojos dorados, levantándola en brazos de forma posesiva y colocándola cuidadosamente sobre el sofá, ante la presencia de todos. Cuando todos avanzaron, él sostuvo su mano en alto, ordenándoles que se quedaran atrás.
Darious se retiró y abrió los ojos, mirando hacia la cima del edificio. Todavía podía sentir el calor de su alma, y era la primera vez que había experimentado una sensación de calidez desde que tenía memoria. También había pasado mucho tiempo desde la última vez que se sintió impactado por el poder de otro ser.
Esbozó una sonrisa fría y maliciosa a medida que se escabullía. El lugar seco sobre el pavimento se fue oscureciendo cuando el cielo se abrió, dando paso a un intenso chaparrón.



Capítulo 2 “Mitos peligrosos”

La audición de Kyoko volvió aun antes de que abriera los ojos. Cuando escuchó la voz de Shinbe anunciando que seguramente estaba embarazada, sus ojos se abrieron rápida y súbitamente, y le clavó una mirada fatal.
“Yo…”, se vio interrumpida de inmediato cuando Toya la jaló hacia sus brazos y casi la exprimió contra él.
“¡No hagas eso! Casi me das un maldito ataque cardíaco”. La sostuvo fuertemente hasta que recordó que todos estaban mirando. Su mandíbula comenzó a temblar, sabiendo lo que se avecinaba.
“Aawww, qué dulce”, rio Kamui burlonamente, “Toya está todo acaramelado con Kyoko. No sabía que eras así”.
Toya soltó a Kyoko tan rápido que cayó contra el brazo del sofá. “Vas a sentir mi puño en tu cara si no te callas, mocoso”. Gruñó, pero su expresión volvió a suavizarse cuando dio un paso atrás y vio a Kyoko que se incorporaba. “Lo que quise decir es… ¿Qué estás intentando hacer, terminar de darnos el ataque al corazón que empezaste anoche?”.
“Si siguen así, quizás lo haga”, dijo Kyoko con una sonrisa burlona dirigida a Toya. “Luego iré a esconderme a la habitación de Kyou”.
“¿Por qué te esconderías allí?”, preguntó Toya, sintiéndose celoso al instante.
Kyoko suspiró y sopló apartando un mechón de su cabello de los ojos. Toya era inteligente pero, a veces, si no fuera por su aspecto, juraría que tenía la edad mental de un niño de cinco años.
“Porque Kyou tiene barreras a prueba de nerds en su puerta”, aportó Kamui sin apartar la vista de su nuevo portátil, que mantenía lejos de Toya.
Toya gruñó y se dio vuelta para enfrentar al más joven del grupo. “Sigue así, Kamui, y hare que tu sistema informático colapse”.
“¿Y esto lo dice el hombre que siquiera sabe dónde está la tecla Enter en el teclado?”, preguntó Kamui arqueando una ceja. “Me sorprendería si supieras dónde está el botón de encendido de un monitor”.
Toya se inclinó hacia él. “No estaba hablando del disco rígido”. Sus labios apenas esbozaron una sonrisa malvada cuando Kamui sujetó el portátil con más fuerza y se estremeció.
“¡Suficiente!”, dijo Kyou, con una voz que hacía eco de su autoridad. “Siéntense todos. Kyoko, tú puedes quedarte en el sofá si lo deseas y, no, Toya… no va a compartirlo contigo”. Dirigió una mirada irritada a su hermano.
Toya comenzó a murmurar algo acerca de ciertos hombres con palos y microchips en sus traseros, antes de dejarse caer sobre la silla de Kyou. Éste lo miró fijamente con la expresión impávida por la cual era famoso. Cuando el hombre de cabello plateado sintió un pequeño tirón sobre su mano, miró a Kyoko, que movió sus pies de modo tal que Kyou pudiera sentarse sobre el otro extremo del sofá.
Kotaro y Yohji rieron disimuladamente al ver que Kyou aceptó la invitación y se sentó, con los pies de Kyoko sobre su regazo.
“Como todos bien saben, esta noche es Halloween”, comenzó Kyou.
“¡No me digas!”, masculló Toya, intentando no mirar con furia a los pies de Kyoko en contacto con su hermano.
“Lo cual significa”, continuó Kyou dirigiendo una mirada asesina a Toya, “que hoy habrá mayor actividad. Los rituales paganos saldrán mal como de costumbre, y la actividad paranormal también se intensificará. Todos nosotros estaremos en estado de alerta durante las próximas veinticuatro horas. Considerando que las fiestas de Halloween se extenderán hasta más tarde en la noche, y siendo sábado…creo que todos entienden la idea”.
“Sí, sí, lo entendimos”, exclamó Toya. “Uy, tengan cuidado porque habrá mujeres desnudas corriendo por las calles, perseguidas por pandillas de violadoras lesbianas, ¡uh!”
“¿Adónde?”, preguntó Shinbe a todo volumen, que no había prestado demasiada atención desde que Suki entró.
Kyou masajeó el espacio por encima de sus cejas, donde sentía que se acumulaba una ligera presión. Él y sus hermanos escondían bien sus poderes del mundo, pero a veces se preguntaba si no habían retrocedido demasiado. Habían sido enviados aquí para mantener a Kyoko a salvo sin que ella lo supiera, y para liberar al mundo de tantos demonios como pudieran. Había establecido la agencia en cuanto notó la elección de carrera que ella había hecho.
Kotaro levantó la voz. “El departamento de policía designó a mi brigada a la plaza de la ciudad esta noche debido a la sobrecarga de las fuerzas policiales. Otros policías estarán allí a intervalos porque el año pasado las fiestas barriales no terminaron sino hasta el amanecer, y varias personas desaparecieron esa noche”.
Kamui asintió, volteando su portátil para que todos vieran: “Chicos, tenemos una bruja en la ciudad”.
“A ver si te enteras, niño… esta noche tendremos un montón de brujas en la ciudad”, Yohji sonrió burlonamente. “Algunas más sensuales que otras”.
“Esas brujas no están absorbiendo la vida de niños pequeños”. Kamui señaló una lista de nombres de la guardia infantil del hospital. “Todos estos niños están en coma, y todo ocurrió durante la última semana. Los médicos están desconcertados, porque en todos los casos los niños se encontraban afuera después del anochecer, y todas las pruebas que les hicieron no revelaron ninguna lesión. Simplemente no se despiertan”.
Kyoko frunció el ceño intentando concentrarse en la reunión. Era difícil, porque no podía sacudirse esa extraña sensación que había permanecido en ella desde que vio a aquél hombre al otro lado de la calle, y luego sintió lo que podría jurar que eran sus brazos rodeándola.
Apartando el recuerdo por un momento, su rostro se entristeció pensando en todos esos niños del hospital. Una vez había leído que si una bruja toma una parte de tu alma, caes en un profundo sueño. Luego tienes pesadillas por siempre, a medida que la bruja se alimenta de tu miedo. ¿Acaso todos esos niños estaban atrapados en aquellos sueños, gritando para que alguien los salvara?
“No creo que echarle un cubo de agua en la cabeza funcione, pero yo quiero ir a la caza de algo tan cruel. ¿Cómo reconoceremos a la bruja si la vemos? ¿Alguien ha visto una alguna vez? ¿Acaso no son solo seres humanos que accedieron a una potente magia?”. Comenzó a disparar preguntas mientras intentaba incorporarse, pero Kyou le puso la mano sobre los tobillos para impedírselo.
Kyou no miró a Kyoko, esperando que ella pensara que no era intencional, mientras rodeaba sus tobillos con sus dedos como si fuera un brazalete. En ese momento sostenía una barrera protectora sobre ella, que se mantenía en su lugar solo mediante su toque… además, todavía no estaba listo para perder contacto con ella.
Él había sentido la poderosa aura que la rodeó justo antes de que se desmayara. Y si bien la había apartado de ella… todavía sentía el rastro de su presencia. Eso solo era suficiente para enojarlo. Había colocado barreras contra demonios en todo el edificio, y en cada esquina de cada piso, ocultas dentro del panel de yeso para que no las notaran.
Sus ojos dorados se elevaron hacia la gran ventana panorámica que se hallaba en medio de la pared exterior. Se suponía que durante ese día y esa noche el clima estaría despejado y fresco…entonces, ¿de dónde había salido esa tormenta? Mientras miraba la lluvia de cerca, advirtió una silueta que no era traspasada por la lluvia.
Sin querer que la aparición supiese cómo la había ubicado, Kyou puso su atención en la entusiasmada descripción que Shinbe hacía de las brujas.
“Las brujas reales nunca fueron humanas. Sus almas son demoníacas y eternas. Se mantienen vivas tomando la fuerza vital de los niños, alimentándose de sus pesadillas. Ese es su alimento. En cuanto a su aspecto, como tantos niños han sido sus víctimas, a esta altura deben haber adoptado una forma inusual…jóvenes, hermosas, e incluso de apariencia angelical”.
Shinbe aclaró su garganta y borró la imagen erótica que rondaba su cabeza. “No muestran su verdadera forma hasta el momento en que toman la fuerza vital de otra persona, o en plena batalla. Cuando se alimentan, su aspecto es verdaderamente espantoso”.
“Tú debes saberlo”, afirmó Toya con voz lúgubre.
Shinbe dirigió a Toya una mirada que le ordenaba permanecer en silencio y, por única vez, Toya tuvo la decencia de dejarlo ahí.
Yuuhi se encontraba parado junto a la silla en la que estaba sentado su hermano Amni, pero sus ojos estaban fijos en la lluvia que caía afuera. “Ella estará en el centro de la ciudad, dentro de la zona de fiestas, cerca del festival infantil, pero no será el único demonio en el lugar. Se cuida de los que tienen poderes superiores a los suyos. Es por eso que tiene tanta ansiedad por comer…quiere almacenar energía para la pelea que sabe que se avecina. Esta noche añadirá nuevas víctimas a su frenesí alimentario”.
Tasuki se frotó los brazos para despejar los escalofríos. “Odio cuando haces eso”, murmuró mirando a Yuuhi a los ojos. La única diferencia entre el muchacho y un auténtico albino era el hecho de que Yuuhi tenía ojos profundamente oscuros, y su negrura se acrecentaba cuando recibía una visión…lo cual era simplemente espeluznante.
Mientras Tasuki lo miraba, Yuuhi volteó su vista hacia él, y sus pupilas color ébano se tornaron enormes y luminosas.
“No será una bruja lo que deberás enfrentar esta noche”, Yuuhi retrocedió para mirar la lluvia como si no acabara de dar un susto mortal a Tasuki.
Tasuki apretó los puños, sabiendo que el niño no le diría a qué debería enfrentarse. Decidiendo ignorar al resto de las personas en esa habitación, la mayoría de las cuales resoplaban divertidos por lo bajo, caminó hacia los armarios que contenían todo tipo de armas contra los demonios, y extrajo un pequeño saco de sal marina, deslizándolo rápidamente dentro de su bolsillo.
Sabía algunas cosas de verdadera magia, y si la sal marina no mataba a la bruja o a los demonios que la acompañaban… al menos le daría una ventaja inicial.
Amni sonrió con suficiencia al ver cómo Tasuki tomaba la sal. Era demasiado bueno como para dejarlo pasar. Luego de aclarar su garganta en silencio, hizo una muy buena imitación de la malvada bruja del oeste.
Tasuki debió saltar como una milla por encima de sus botas, volteándose con una mano en el corazón y mirando furiosamente al psíquico rubio.
“¡Buena, Amni!”, exclamó Toya.
“¡Vete al infierno!”, gruñó Tasuki.
“¡Tasuki!”, Kyoko lo regañó. “¿Quieres que llame al abuelo otra vez?”.
Tasuki se quedó inmóvil y sintió cómo un escalofrío le recorría el cuerpo hasta los huesos. Sí, había asuntos de la agencia que le daban mucho miedo… pero nada era peor que una visita del maestro del terror… el abuelo Hogo.
“No necesariamente, Kyoko, tan solo mantén a ese loquito lejos de mi esta noche”, atinó a decir finalmente Tasuki, esperando que el viejo no apareciera en el centro de la ciudad esa noche. Tenía la costumbre de aparecerse de la nada durante sus cacerías de demonios.
Amni volvió a sonreírle burlonamente, haciéndole un guiño sugestivo a Tasuki para lograr que palideciera antes de volver a dirigirse al grupo. Presionó las puntas de los dedos y cerró los ojos, invocando su poder de videncia. Detrás de sus párpados, el tiempo se aceleró, el día se volvió noche, y se encontró volando por los rascacielos del centro de la ciudad. De forma abrupta, Amni se vio en medio de la ciudad después del anochecer, rodeado de humanos vestidos con disfraces de Halloween.
Dirigiendo su vista sobrenatural en todas las direcciones, inhaló lentamente, buscando sentir los elementos que no pertenecían allí… había tantos. Sombras distorsionadas se retorcían a su alrededor, absorbiendo personas en todas las direcciones antes de desaparecer de vista. Espectros que no parecían otra cosa que vaporosas telas de araña volando a su alrededor como si desearan atacar, pero no había nada allí.
Al borde de la conciencia, Amni comenzó a escuchar algo siniestro, casi como unas garras de demonios rascando contra metal. Algo gritó al pasar junto a él, y se vio regresado abruptamente al presente. Sintió una pequeña mano sobre su hombro, y luego miró hacia los ojos cómplices de Yuuhi. En ese momento, Amni notó que se encontraba en el piso, y la silla en la que antes estaba sentado se había dado vuelta.
“Nadie debe salir solo hoy”, fue todo lo que dijo Amni mientras se apartaba de su hermano y ambos miraban afuera hacia la lluvia. La silueta se desvaneció, dejando que la lluvia cayera dentro del espacio vacío.
“Esta noche, todos formarán parejas y llevarán sus teléfonos celulares”, ordenó Kyou. “Kamui los seguirá a todos desde aquí, así que llámenlo si tienen problemas. La persona que esté más cerca suyo será enviada a ayudarles. Yuuhi y Amni se quedarán con Kamui, de modo que éste pueda transmitirles cualquier alerta”.
Kyou miró a Kotaro: “Kotaro, tú y Yohji patrullarán la plaza de la ciudad para el departamento de policía, y adonde quiera que envíen a Tasuki, Shinbe lo seguirá. Toya y Kyoko se disfrazarán para integrarse a los festejos, y quizás para mantener sus identidades a salvo en caso de que ocurra algo inesperado. Patrullarán el área infantil, en busca de la bruja”. Le hizo un leve guiño a Kyoko, sabiendo que era lo que realmente quería.
“Amni, tú y Yuuhi además actuarán como el equipo de ‘limpieza’. Si algo se sale de control y hay demasiados espectadores, deberán estar listos”. En silencio los miró para hacerles saber que debían borrar la memoria de todo ser vivo en caso de sentirlo necesario. “Suki estará esperando con la camioneta por si necesitan armas, o que los recojan”.
Toya cruzó los brazos sobre su pecho, completamente satisfecho ante el hecho de estar con Kyoko esa noche, incluso si significaba disfrazarse para Halloween. La sospecha lo invadió al advertir que Kyou no había revelado su posición para esa noche.
“¿Y qué hay de ti?”, preguntó Toya con desconfianza.
Kyou entornó la vista hacia la ventana, sabiendo que ya no estaban solos en la habitación. Había sentido cómo el aire se desplazaba con un movimiento inadvertido, y el poder que se ocultaba en él era impactante.
“Terminó la reunión”. Kyou mantuvo su voz tranquila pero exigente para no alertar a los demás.
Al principio nadie se movió, esperando que Kyou se marchase como normalmente solía hacerlo luego de las reuniones. Cuando se hizo evidente que no se iría, uno por uno se levantaron y abandonaron el lugar. Kyoko también se dio por aludida cuando Kyou soltó su tobillo. En unos instantes, la habitación estaba vacía y Kyou cerró la puerta…trabándola para no ser interrumpido.
Reclinó su espalda contra la puerta y miró la habitación vacía.
Kyou dejó que sus sentidos aumentados exploraran cada centímetro cuadrado del lugar antes de elevar su vista hacia la ventana. Miró atentamente hacia un lugar ubicado directamente junto al marco. Sabía que ésta tenía que ser la misma entidad que había hecho desmayar a Kyoko hacía algunos minutos. Lo que no podía saber era por qué. Era obvio que no tenía malas intenciones… casi era como si solo estuviese de visita.
Sin embargo, Kyou no podía sacudirse la sensación de haber sentido la presencia de esta entidad antes. Sin importar qué fuera, Kyou sabía que debía averiguar sus secretos y el motivo por el que estaba allí. Mientras tanto, consintió la idea de mirar fijamente hacia su escondite hasta que se presentara o se fuera.
Darious estaba sentado sobre el amplio alféizar, recostado contra el marco, con una pierna apoyada en posición relajada. Había oído todo, y se había quedado con una extraña sensación de pertenencia que intentaba ignorar. Siempre había trabajado solo contra los demonios, y aquí encontró una habitación repleta de… humanos no era la palabra adecuada para algunos de ellos, si bien pretendían serlo.
Prueba de esto era el hecho de que el hombre sabía dónde estaba, aún sin poder verlo. Sin embargo, la mirada que le dirigía ese hombre era un reto a su naturaleza. Ese hombre de cabellos plateados no era humano…no era un demonio… ¿qué rayos era? Darious frunció un poco el ceño hasta que una poderosa aura recorrió la habitación hacia él. No era amenazante… tan solo expresaba que sabía exactamente adónde se encontraba.
Darious entornó los ojos en dirección al hombre… Kyou, se llamaba. ¿Dónde había escuchado ese nombre antes? Se quedó inmóvil a mitad de su inspiración, y sus ojos oscuros se transformaron en pozos sin fondo. Era imposible.
Al regresar al monasterio, solo para encontrarlo abandonado y descubrir que la estatua había desaparecido, había explorado los túneles que se encontraban debajo de los escombros, y allí encontró los pergaminos perdidos que pertenecían a los guardianes. Fue en esos libros que leyó acerca de Kyou y sus hermanos. Los escritos del monje indicaban que los guardianes rodeaban a su princesa y protegían al mundo de los demonios.
Antes pensaba que los guardianes eran un mito… apenas la esperanza de la humanidad sumada a los funestos vaticinios de los pergaminos. Buscó en su memoria para recordar qué decían realmente los pergaminos, pero ésta lo eludía porque no le había prestado ninguna atención a las fábulas. Había dejado los pergaminos en el mismo lugar en que los encontró, para regresar años más tarde y encontrar que nuevos pergaminos habían sido agregados. Éstos trataban sobre los guardianes.
Una cosa que sí recordaba del nuevo pergamino era que él era mayor que los guardianes, y que éstos habían abandonado el mundo en el mismo momento en que se había roto el sello. Incluso los monjes no entendieron por qué los habían abandonado en sus horas más oscuras.
Ahora habían regresado, y fingían ser humanos… viviendo entre ellos como si pertenecieran, mientras que él debía quedarse afuera en el frío, combatiendo a los demonios como si así tuviera que ser. ¿Qué hacía que los humanos aceptaran a los guardianes mientras a él siempre le habían temido? Los humanos no le habían ofrecido otra cosa que soledad.
Darious se irguió hasta alcanzar toda su altura, y dirigió sus ansias nuevamente más allá de los rígidos muros que lo mantenían atrapado. Si se permitía sentir, solo encontraría dolor… había aprendido esa lección de la forma más dura. Nunca había necesitado a nadie, y no iba a empezar ahora… especialmente, no necesitaba de seres más débiles que él. Sigilosamente le rugió al hombre antes de retirarse, destrozando la ventana al salir.
Kyou se quedó allí con las manos enterradas en los bolsillos de su pantalón, dejando que el viento azotara sus largos cabellos. Arqueó una ceja preguntándose qué habría hecho para enojar a la entidad. No estaba más cerca de averiguar qué era… pero, otra vez, su familiaridad lo obsesionaba. Algo le dijo que no sería la última vez que sus caminos se cruzaran.
Volteando hacia la puerta, esbozó una sonrisa cómplice. Rápidamente la abrió y salió justo a tiempo para ver como todos caían por el umbral.
Habían abandonado la habitación, pero tan pronto como Kyou trabó la puerta tras de sí, ellos se congregaron contra ésta, presionando sus orejas contra la madera barnizada. Les tomó por sorpresa cuando la puerta se abrió abruptamente, haciéndolos caer al piso hacia adelante.
“Supongo que esto significa que tendré que volver a entrenarlos a todos en sus habilidades de interceptación”, afirmó Kyou antes de salir de la habitación. “Y Suki, llama a los obreros para que arreglen la ventana”.
*****
Toya tiraba del cuello de su camisa, gruñendo frustrado. Kyou se había encargado de vestirlo. El atavío se parecía a las porquerías que, según había visto, usaban los vampiros bobos de las películas, y se completaba con un accesorio de encaje con volados alrededor del cuello. Los pantalones solo le llegaban a las rodillas, y usaba medias blancas. ¿Medias? ¿Qué diablos se creía Kyou que era?… ¿un mariposón?
Toya se había rehusado a usar peluca, conformándose con atar su largo cabello en una cola de caballo sobre la nuca, con varios mechones que caían a los costados. La única parte del complejo disfraz que sí le gustaba era la larga capa negra con capucha y forro rojo. Realmente combinaba bien con el resto del atuendo. El otro beneficio era que los ojos de Kyoko se habían iluminado cuando lo vio lucirla.
Sus ojos dorados se suavizaron al verla. Ella lo había llamado el vampiro más sensual que jamás había visto. Su mirada recorrió su cuerpo haciendo la misma apreciación.
Ella llevaba un atuendo igual de elaborado que el suyo, pero al que se había adaptado mucho mejor. Kyou le había elegido un vestido que recordaba a la época colonial. Era una bonita combinación de rojo y negro decorada con una pequeña borla en la parte trasera que, para Toya, parecía balancearse a cada paso que daba. Llevaba una sombrilla negra de raso y un sombrero de copa femenino sobre su cabello rojizo que no cumplía otra función más que ser elegante.
El único problema del atuendo de Kyoko era que era corto adelante… solo le llegaba hasta la mitad del muslo, mientras que la parte trasera era larga y se arrastraba por el suelo. La parte superior del corsé también era de corte bajo, y mostraba más escote de lo que Toya quería que otros vieran…otros excepto él.
Seductora fue la primera palabra que se le vino a la mente, pero no compartió ese cumplido con ella. Solo respondió a sus bromas diciéndole que les presentaría a su primera enamorada a los muchachos del área infantil.
A pesar de que el atuendo revelaba al pervertido que Kyou llevaba adentro, Toya tuvo que admitir que su hermano mostró un impecable estilo al escogerlo. Ninguno de ellos tenía aspecto de monstruo aterrador, de modo que estaban bien para pasearse entre los niños en los festejos. Si Kamui y Amni tenían la información correcta, la bruja iba a raptar a otro niño esa noche.
“¡PROBANDO!”
Kyoko se llevó una mano al costado de la cabeza y pestañó un poco, mientras que Toya dio un gruñido al sentir el dispositivo de escucha en su oreja.
“¡Baja el maldito volumen, desgraciado nerd!”, exclamó Toya en voz alta, esperando que los parlantes de Kamui estallaran.
Kamui rio nerviosamente. “Lo siento, no pude resistirme. Ah y Toya, si quieres seguir desvistiendo a Kyoko con tus ojos, no lo hagas aquí”.
“¿Cómo diablos…?”, masculló Toya mirando alrededor.
Kyoko sonrió y puso una mano sobre el brazo de Toya para captar su atención, luego señaló hacia la cámara de tráfico montada por encima del semáforo.
“Hijo de perra”, gruñó Toya. “Otra vez accedió al centro de control del tráfico”. Sonrió y miró a Kyoko. “¿Qué tal si le muestro?”.
Kyoko golpeó a Toya en el brazo y lo miró furiosa, con las mejillas enrojecidas.
“El único que verá a Kyoko desnuda soy yo”, exclamó Kotaro con buen humor desde algún lugar de las cinco cuadras que se habían acordonado para las fiestas de Halloween. “Es a mí a quien ama realmente”.
“¡HA!”, exclamó Kamui. “A Kyoko le gustan más los tipos tranquilos, lo cual me coloca al frente por el momento”.
“Acabas de gritar en su maldita oreja con tu prueba… ¿cómo rayos te convierte eso en un tipo tranquilo?”, argumentó Toya.
“¿Pueden dejar de bromear?”, exigió Tasuki. “Estamos aquí para buscar demonios, no para discutir la vida sexual de Kyoko”.
“¿Qué tal la falta de vida sexual?”, preguntó Yohji, desatando otra ola de risas contenidas.
“¿Qué tal si se callan todos?”, ordenó Kyoko, súbitamente enojada por estar sonrojándose con diez tonos de rojo. “Solo porque no tengo novio no significa que puedan burlarse de mi”.
La expresión de Toya se suavizó, acercando a Kyoko hasta abrazarla. “Lo siento”, susurró.
“¡OH, DIOS MÍO, RÁPIDO, LLAMA A LOS MEDIOS!… ¡TOYA ACABA DE DISCULPARSE!”, gritó Kamui en el intercomunicador.
“Tú sabes.”, dijo Toya. “Estoy tentado de volver y patearle el trasero”.
Kyoko rio, “No te preocupes por eso ahora. Dejaré que te diviertas más tarde”.
Sonrió tímidamente, dándose cuenta de que había sonado un poquito más obscena de lo que era su intención. Al cruzar miradas, ella advirtió que su cabello había caído sobre su rostro, que era suave y tierno bajo la luz tenue. Apartándole un mechón de cabello por detrás de la oreja, lo besó en la mejilla.
Todo lo que Toya pudo hacer fue respirar mientras se sonrojaba ante el comentario con doble sentido y el tacto de sus suaves labios contra su piel. Sonrió maliciosamente a la cámara escondida y le sacó la lengua antes de tomar la mano de Kyoko y guiarla lentamente a través de la multitud de gente que los rodeaba. Al menos sus últimas palabras habían logrado callarlos a todos.
La fiesta barrial estaba en pleno apogeo, con bandas de música tocando en todas las esquinas y en todos los clubes. La luna creciente se encontraba bien alto, proyectando retorcidas sombras a su alrededor. Habían estacionado al otro lado de la plaza porque Kyoko quería recorrer todo y tener una idea del lugar antes de llegar a la cuadra de los niños.
Hizo que Toya se detuviera, señalando hacia un drenaje cerca de la acera.
Toya asintió, soltando su mano y acercándose a éste. “Ey Kamui, aquí vemos que alguien quitó una rejilla del drenaje que se encuentra cerca de…”, miró alrededor para obtener la referencia más cercana, que casualmente estaba justo en frente del drenaje.
Arqueó una de sus oscuras cejas, “Casa de los gritos…rayos, qué cursi. ¿Quieres revisarlo?”
“Yohji y Kotaro pueden revisarlo si dejan de manosear a Kyoko de una vez”, respondió Kamui con voz irritada.
Toya gruñó al voltearse y ver, cómo no, a Kotaro rodeando a Kyoko por los hombros, mientras que Yohji la tomaba por la cintura, con las manos peligrosamente cerca de sus caderas. Toya se pasó la mano por la frente como si estuviera sufriendo, hasta que finalmente dio unos largos y decididos pasos hacia ellos.
Inmediatamente retrocedieron de un salto, sujetando las manos detrás de la espalda y tratando de verse lo más inocentes posible. Kotaro incluso tuvo la audacia de comenzar a silbar mirando hacia los edificios circundantes como si fueran lo más fascinante de la tierra.
“Kotaro”, gruñó Toya, “mantén tus manos lejos de Kyoko.”
Kotaro hizo una mueca y Toya desvió su furiosa mirada hacia Yohji, quién fue lo suficientemente tonto como para devolvérsela.
“Ni lo pienses”, dijo Toya. “Ahora bien, ¿ustedes dos van a revisar ese drenaje o tengo que arrojarlos adentro de él?”.
Kotaro levantó las manos en señal de rendición. “De acuerdo, de acuerdo… nos encargaremos. Pero te enviaré la cuenta de mi tintorería”. Rápidamente apartó a Yohji del riesgo al advertir que el muy idiota estaba intentando besar a Kyoko en la mejilla. “Vamos, tontín, antes de que los demonios no sean lo único con que debas pelear esta noche”.
Kotaro tocó su auricular, “Ey, nerd informático, ¿adónde conduce este drenaje?”.
“Espera, estoy buscando”, dijo Kamui lentamente. “Creo que… sí, ¡lo tengo! Conduce hasta debajo de la casa embrujada que se encuentra directamente frente a ti. Veamos, es un lugar bastante antiguo…dame un minuto”.
“Solo dinos si hay una forma de entrar a los drenajes desde la casa”, exigió Yohji.
“¿Y qué diablos crees que estoy buscando?”, gritó Kamui en respuesta. “Vaya, parece que todos creen que estas cosas son fáciles de encontrar. ¡Requiere investigación, carajo!”.
Yohji dirigió a Kotaro una expresión impávida. “Esto viene del tipo que puede irrumpir en la base de datos de la CIA mientras duerme”.
“Como sea, los dejaremos que discutan al respecto”, dijo Toya. “Llevaré a Kyoko a la parte infantil del festival, para que podamos hacer nuestra parte”.
Toya rodeó a Kyoko por los hombros y la condujo lejos de ellos. Se quedaron inmóviles cuando la voz de Kamui regresó a través de los auriculares.
“Hm, gente… tenemos un problema”.
“¿Qué pasa, mocoso?”, preguntó Toya, cuya voz cambió de tono ante la seriedad que emitía Kamui.
“Ese drenaje conduce a la casa, es cierto… a través del sótano. También conduce al cementerio local ubicado a unas cinco cuadras. Aparentemente, los túneles fueron cavados durante algún tipo de revolución. Las leyendas locales dicen que era una ‘autopista’ subterránea para la actividad demoníaca”.
“Diablos, me alegro de no estar en su lugar, muchachos. Estar en su lugar ahora sí que apesta”, dijo Toya con una sonrisa burlona. “Ey, Shinbe, Tasuki, ¿creen que pueden venir a ayudar a estas muchachas?”.
“Mis humildes disculpas, Toya”, dijo Shinbe por la radio. “Pero Tasuki y yo estamos al otro extremo de la cuadra y, desafortunadamente, en este momento estamos ocupados en nuestro propio trabajo”.
“Sí”, afirmó Tasuki y luego gritó.
“¿Tasuki?”, preguntó Kyoko. “¿Estás bien?”
“Está bien”, dijo Shinbe intentando no reírse. “Solo se llevó el susto de su vida por culpa de un viejo y un intento de zombie adolescente. Ey, Tama, me encanta el disfraz”.
“Cambiamos de opinión, allí vamos”, gruñó Tasuki. “Maldito viejo, siempre me hace cagar de miedo”.
Kyoko rio nerviosamente junto con Suki. Al parecer, el abuelo Hogo había encontrado a Tasuki.
“Saluda al abuelo de mi parte, y dile que lo llamaré mañana”, dijo Kyoko.
“¡No le diré nada a ese vejestorio!”, exclamó Tasuki de mal humor.
“Dile, o de lo contrario…”, le advirtió Kyoko, con sus ojos esmeralda agitándose en tormenta.
Kotaro, Yohji y Toya retrocedieron dos grandes pasos lejos de la mujer de cabello rojizo. Cuando el rostro de Kyoko adoptaba esa expresión, solo había una alternativa… correr.
“Um, vamos a avanzar y revisar la parte de adentro”, dijo Kotaro con vacilación. “Los mantendremos informados de lo que sucede”.
Yohji ni siquiera necesitó una indicación. Retrocedieron un par de pasos más como si Kyoko fuera a atacarlos cuando se hubieran dado la vuelta, y luego recorrieron apresuradamente el camino hacia a la casa.
“Kyoko”, dijo Toya perplejo. “Das miedo, ¿lo sabes?”.
Kyoko sonrió con suficiencia, “Es de familia”.
“No me digas”, murmuró Tasuki al auricular.
Se podía escuchar a Suki riéndose otra vez, “Y se preguntan por qué amo trabajar con ustedes”.
“Suki, querida”, dijo suavemente Shinbe. “Tú puedes dar miedo todo lo que quieras… eso solo me hace desearte más”.
“Cállate, Shinbe”, dijo Suki con frustración.

Capítulo 3 “Casas embrujadas”

Darious se encontraba de pie en la sombra, mirando cómo el pequeño grupo se dispersaba. No se había molestado en hacerse invisible porque, entre todas las noches, esta noche se confundiría bien entre ellos. Entornó los ojos al ver que Toya tomaba a la mujer por los hombros. ¿Por qué ellos eran tan aceptados dentro del círculo humano… mientras que a él siempre lo habían rechazado? ¿Qué hacía a los guardianes tan especiales?
Su mirada taciturna acarició el rostro de Kyoko mientras sonreía, y supo que ella no les temía, sino que se mezclaba entre ellos como si perteneciera. ¿Qué no daría por recibir una sonrisa así…como si fuera un hombre y no un monstruo?
Algo se tensó en su pecho, pero Darious se sacudió su melancolía al tiempo que su atención volvía a dirigirse a los dos policías que entraban a la burda casa embrujada.
Podía sentir la actividad demoníaca en su interior, pero le interesaba más la fuente de dicha actividad. El patrón que controlaba a los peones era lo que debía encontrar. Destruye al jefe y destruirás a sus subordinados. Era un concepto que la mayoría ignoraba con demasiada facilidad… hasta que realmente debían enfrentarse a un jefe en combate. Solo que entonces no parecía tan fácil.
Primero y principal, necesitaba encontrar a los demonios jefes y matarlos. Los guardianes podrían encargarse del resto de las alimañas que andaban sueltas esa noche…los blancos fáciles. Lentamente volteó la cabeza y miró en dirección al cementerio antes de desaparecer del lugar.
Kamui sorbió ruidosamente su granizado de arándano y luego mordió el sorbete por un momento. Presenció el acto de desaparición del hombre que había acechado a Kyoko desde que ella y Toya habían llegado, y eso lo hizo sonreír. Girándose hacia otro de los portátiles abiertos frente a él, echó un vistazo al fotograma congelado de Darious.
‘Así que finalmente nos has encontrado’, pensó Kamui para sí, asegurándose de mantener ese pensamiento inaccesible para Amni y Yuuhi. A menudo se había preguntado si el ángel oscuro todavía merodeaba por las tierras.
Agrandó la foto y su sonrisa se desvaneció al ver la mirada solitaria que atormentaba los ojos de Darious.
*****
Kotaro y Yohji se acercaron a la mujer que estaba de pie en la entrada de la casa de los gritos, y comenzaron a entrar. Inmediatamente advirtieron un cartel afuera que indicaba que no se permitía la entrada de ninguna persona menor de dieciocho años, lo cual significaba que estaban controlando las tarjetas de identificación.
“¿Por qué tanto problema con el límite de edad? ¿Acaso tienen zombies desnudos o algo así?”, bromeó Yohji, esperando secretamente estar en lo cierto.
“Lo siento caballeros”, dijo la mujer. “Tienen que pagar una entrada de diez dólares para entrar”.
Yohji se ahogó. “¿Veinte dólares? Eso es un robo a mano armada”.
Kotaro mostró su insignia y sonrió. “Tú no quieres nuestro dinero, y ya es hora que te tomes un descanso”.
La insignia llamó la atención de la mujer, que la siguió con la mirada, incapaz de apartar la vista, ya que ésta emitía un tenue brillo azul.
“No quiero su dinero”, repitió con voz embobada.
Kotaro le echo un vistazo a Yohji, cuya sonrisa se había esfumado. “Vamos”.
Caminaron hacia adentro, dejando a la mujer de la entrada meneando la cabeza confundida, hasta que miró su reloj, decidiendo que era hora de ir por un bocadillo.
La puerta delantera se cerró tras ellos, y los dos hombres miraron a su alrededor. La habitación delantera tenía forma hexagonal, con pequeñas mesas redondas a cada esquina. En el centro se encontraba una mesa redonda más grande con flores marchitas y fruta podrida falsa dentro de un tazón, todo lo cual se hallaba cubierto de aserrín y telas de araña de fantasía.
Ambos hombres siguieron en alerta máxima al notar un cartel con la palabra ‘Entre’, garabateada con letras torcidas junto a una puerta cubierta por una cortina, sin que hubiera ningún guía. Los parlantes reproducían una espeluznante música de órgano de tubos, dándole a la habitación lo que se suponía que era cierto ambiente, pero que al final solo resultaba cursi.
“Parece una funeraria”, murmuró Yohji. “Incluso tienen un ataúd aquí”.
Yohji caminó hacia el ataúd, y por mórbida curiosidad levantó la tapa. Fue una decisión que lamentó al instante, arrugando la nariz ante el olor.
“Kotaro… dime que esto es falso y seré tu mejor amigo por siempre”, rogó Yohji suavemente, encogiéndose de miedo.
Kotaro ya había comenzado a dirigirse a la cortina que cubría la siguiente puerta. Retrocedió para mirar dentro del ataúd y se alejó enseguida. El humano a medio comer yacía sobre el satén ahora cubierto de sangre, grotescamente torcido de modo que las dos mitades de su cuerpo miraban en direcciones opuestas, tres en total, si se tenía en cuenta que la cabeza estaba colocada en ángulo.
Se trataba de un humano inocente que probablemente se habría ofrecido como voluntario para una noche de diversión, fingiendo levantarse del ataúd y dando un susto a quienes buscaban emociones fuertes al entrar a la habitación. Pero este hombre nunca se levantaría otra vez… o al menos Kotaro esperaba que no lo hiciera.
Kotaro cerró la tapa del ataúd sabiendo que no había nada que pudieran hacer por ese hombre.
“Creo que eso responde a la pregunta de por qué no hay un guía”, reflexionó Yohji mientras retrocedía lejos del ataúd y miraba con ansias a la puerta por donde habían entrado.
“Para esto te apuntaste, Yohji”, afirmó Kotaro. “Lo sabías cuando Kyou te ofreció el trabajo. Lo único que podemos hacer es asegurarnos de que no maten a nadie más como a este pobre tipo”.
Colocó la mano en el auricular, sabiendo que los demás estaban escuchando. “Comenzó el recuento de cadáveres”.
“Y empezó la noche de los demonios”, dijo Kamui suavemente.
Kotaro bajó la cabeza, con la esperanza de que la vida en el más allá fuese más amable con ese hombre destrozado, pero algo le llamó rápidamente la atención en el piso junto al ataúd…huellas de sangre.
“Ey, Yohji”, dijo suavemente Kotaro y se movió en dirección opuesta al ataúd, caminando lentamente sobre el piso. “Mira esto”, terminó por decir, señalando la alfombra.
Yohji miró fijamente lo que parecían ser huellas, que recorrían la alfombra y desaparecían detrás de la cortina de la puerta… No eran humanas. Según podía ver, éstas tenían una forma extraña, con unos dedos anormalmente largos y uñas todavía más largas, que dejaban unas sangrientas impresiones en forma de puntos.
Kotaro se llevó un dedo a los labios, indicando silencio, y Yohji asintió, extrayendo su PPK de la pistolera. Cubriendo la retaguardia, Yohji siguió a Kotaro hacia la próxima habitación detrás de la cortina.
Recorrieron varias habitaciones por el laberinto de luces estroboscópicas y los gritos activados por movimiento, comenzando a relajarse al pensar que el resto de la casa estaba vacía. Doblando la esquina hacia la siguiente habitación, se quedaron inmóviles al encontrar a un grupo de visitantes que saltaban y chillaban, y algunos de ellos se reían ante la escena que presenciaban.
Contra la pared, detrás de un cordón rojo, había un montaje de una de las películas de la Masacre de Texas… una de las favoritas de Kotaro. El único problema era que el tipo que hundía la motosierra en el cuerpo sobre la mesa ensangrentada… no era humano. Sin embargo, el cuerpo sobre la mesa era muy real… y todavía estaba vivo. La mujer estaba atada y gritaba, suplicando ayuda, pero los visitantes pensaban que eso era parte del show.
Kotaro sintió cómo la bilis le subía por la garganta, y miró furiosamente al monstruo que lucía una piel humana real estirada sobre su rostro. Sin duda era de otro pobre humano que había caído víctima del demonio esa noche.
“¿Por qué no escuchamos los gritos desde la entrada?”, susurró Yohji horrorizado.
Kotaro se movió cuando la motosierra comenzó a descender hacia la pierna ya ensangrentada de la mujer. Justo en el momento en que las luces parpadeantes se apagaron, saltó por encima del cordón y acuchilló el techo, reventando una tubería por encima suyo, haciendo que lloviera agua fría sobre los buscadores de terror.
“Asegúrate de que estas personas salgan por la puerta delantera”, resopló Kotaro al auricular para que Yohji oyera, mientras sacaba su Berretta. “Yo me encargo de esto”.
Yohji asintió y condujo a las personas hacia afuera de la habitación y de regreso por la sala. Cerró la puerta tras ellos y puso el candado para que nadie pudiera volver a entrar. Yohji tenía el presentimiento de que a muchas personas les tendrían que devolver el dinero, pero era mejor estar decepcionado que muerto.
Con una ruidosa exhalación, giró apartándose de la puerta y se congeló de terror al ver que el cadáver del ataúd se había incorporado súbitamente. Se movía de forma rígida… y de él emanaba un líquido que Yohji ni siquiera quiso identificar, que chorreaba por los costados del ataúd hasta el piso. Su reacción se vio retardada por la conmoción cuando el cadáver se irguió y arremetió contra el detective, hundiéndole los dientes en el hombro.
Yohji fue derribado por la fuerza del cadáver, y entró en pánico a medida que el dolor le explotaba en el cuello. Había dejado caer su PPK, de modo que usó sus puños para aporrear a la cosa antes de finalmente lograr quitarse sus dientes de encima.
Tomando su pistola del piso, Yohji hizo una mueca al ver que el cable de su auricular estaba cortado, de modo que no podía llamar a Kotaro para pedirle ayuda…algo que de todas maneras no podría haber hecho, ya que su socio se encontraba peleando su propia batalla.
La criatura fue por él una vez más y, esta vez, Yohji hizo lo único que se le ocurrió… gritar y correr como un loco.
El demonio, viéndose interrumpido, balanceó torpemente la motosierra sobre Kotaro. Éste se agachó para esquivarla, dejando caer su pistola en busca de un arma mucho más eficaz. El único problema era superar la motosierra. Cuando el demonio recuperó el equilibrio, lo hizo a costa de la vida de la mujer. La motosierra la cortó por la barriga y se incrustó dentro de ella, salpicando sangre por todos lados.
Volviendo a mirar para asegurarse de que Yohji estuviera fuera de vista, Kotaro elevó la mano y emitió una luz azul directamente sobre la criatura. Confundida, ésta levantó la motosierra, y luego giró el estruendoso aparato sobre sí misma. La motosierra cayó sobre su hombro, añadiendo presión mientras lo cortaba diagonalmente por el pecho, saliendo por el otro lado. Cuando la cabeza y uno de los brazos del demonio cayeron sobre el piso, Kotaro pulsó su auricular.
“Yohji, lo tengo”, dijo Kotaro y esperó un momento antes de fruncir el ceño. “¿Yohji?”.
El silencio fue ensordecedor, hasta que escuchó un grito aterrorizado que le recordó al personaje de dibujos animados Johnny Bravo, quien era famoso por gritar más fuerte que un grupo de chicas en un concurso de gritos.
Kotaro presenció abruptamente cómo Yohji corrió dentro de la habitación, pasó al lado suyo, y siguió corriendo hacia la siguiente puerta, tan rápido que produjo una brisa. Luego escuchó los repugnantes pasos que solo un cadáver poseído podía dar. Desplazándose hasta interponerse en su camino, lo esperó en silencio.
La cosa rengueó hacia la habitación y se detuvo, llegando a verse cara a cara con el apuesto detective. Los ojos azul hielo de Kotaro brillaron con un regocijo sádico al embestir a la criatura en el rostro con la palma de su mano.
“¡Abajo!”, le gruñó Kotaro al cuerpo poseído que ahora tenía un hueco en su rostro, lo suficientemente grande como para atravesarlo con el puño. Volviéndose, se largó por la puerta por la que Yohji acababa de retirarse.
Yohji ni siquiera había reducido la marcha al pasar junto a Kotaro, ya que creía ciegamente que el cadáver todavía lo perseguía a una corta distancia. Lo último que quería hacer era pasar por toda la casa embrujada, de modo que cuando divisó una puerta parcialmente oculta, internamente cantó alabanzas al dios que estuviera oyendo por haber encontrado una salida. Pero, al abrir la puerta, el envión fue demasiado fuerte y no pudo detenerse a tiempo.
Había abierto la puerta a unas escaleras que conducían hacia abajo… escaleras que pasó de largo. Yohji volvió a gritar cuando comenzó a caer a la oscuridad.
Kotaro alcanzó a Yohji justo cuando su socio abrió la puerta de golpe y salió volando… literalmente.
Usando sus poderes, Kotaro se movió más rápido que el mismo viento, atrapando a Yohji justo antes de que impactara contra el implacable cemento del piso del sótano. Retuvo al hombre contra sí, advirtiendo que el policía se había desmayado del susto… pero ese no era el problema. El problema era la enorme mordida que el demonio le había hecho a Yohji en el hombro.
“Diablos”, exclamó Kotaro pulsando su auricular. “Kamui, tenemos un problema. Derribaron a Yohji. Repito, derribaron--”
No pudo terminar la frase porque un montón de demonios comenzaron a salir de un hueco bastante grande en la pared. Kotaro usó su aguda vista para ver a través de ellos hacia el túnel subterráneo que, estaba seguro, Kamui había dicho que conectaba la casa con el cementerio.
“¿Kotaro?”, respondió Kamui, y luego dijo una sarta de groserías que hubieran enorgullecido a un marinero. “¡Suki!”
“¡Estoy en eso!”, exclamó Suki mientras conducía a toda velocidad por las calles traseras hacia la casa embrujada. “¿Tenemos idea a qué nos enfrentamos?”
“Demonios necrófagos”, dijo la escalofriante voz de Yuuhi por el intercomunicador.
“¡Fuego! Puedes matarlos con fuego”, añadió Kamui rápidamente.
Suki sonrió al doblar la esquina y detenerse con una ruidosa frenada. Luego de conducir la camioneta hacia dentro del parque, salió y abrió la puerta trasera. Con una enorme sonrisa en la cara, tomó el lanzallamas de entre el arsenal y ató el tanque de combustible a su espalda.
Levantando el arma inusualmente pesada, Suki corrió a toda velocidad hasta la entrada de la casa embrujada.
Llevaba un uniforme militar verde y unas botas de combate. Dos cinturones de balas cruzados sobre el pecho y un cinturón común alrededor de la cintura, junto con una espada y un cuchillo dentro de una funda sobre las caderas. Alrededor de su cuello colgaban un par de placas con su nombre y un número de identificación.
El atuendo se completaba con un pañuelo color rojo sangre atado a su frente, y su cabello estaba suelto y al viento. Se veía como recién salida de un campo de batalla, lo cual hizo que más de un hombre se le quedara mirando.
Las balas, el cuchillo y el lanzallamas parecían adornos falsos de Halloween, pero nadie sabía que eran cien por ciento reales.
“Rayos, Suki”, susurró Kamui. “¿Acaso podrías verte más sádica?”.
Suki le sonrió a la cámara montada sobre el semáforo de la esquina. “¿Te gusta?”.
“¡Claro que sí!”, exclamó Kamui. “Pero a Shinbe le gustaría todavía más”.
“¿Que me gustaría qué?”, la voz de Shinbe sonó por el transmisor, pero Suki lo ignoró mientras caminaba hacia la puerta de entrada y le daba una dura patada, haciéndola volar contra la pared.
“Oh, nada”, dijo Kamui inocentemente. “A menos que te guste el aspecto cabrón de Suki, sosteniendo un lanzallamas y mostrando suficiente escote como para avergonzar a una chica de revista”.
Suki también ignoró ese comentario mientras se adentraba en la casa embrujada. Se encargaría del genio de la informática más tarde. Atravesando la cortina, se acercó al demonio muerto que yacía en el piso, y arrugó la nariz al ver a la otra criatura cortada al medio.
“Esos dos policías son más caóticos que unos niños de tres años a la hora de la cena”, murmuró. Apretó los labios cuando vio a la mujer arriba de la mesa. Cruzando la habitación, notó que había una puerta abierta al costado y un terrible alboroto que venía de la oscuridad de abajo. Alzando el lanzallamas, Suki comenzó a bajar por las escaleras.
“Bueno, aquí voy”, informó a quien estuviera escuchando.
Kotaro recostó a Yohji suavemente sobre el escalón inferior y se volteó para encarar a la mortífera multitud que se encontraba frente a él. Con el fin de mantenerlos alejados de su socio herido, avanzó. Era como vadear por un espeso barro, que olía espantosamente.
El dolor estalló sobre su mejilla derecha cuando uno de los demonios lo mordió, haciéndole rechinar los dientes. Levantó al que lo había mordido y lo arrojó hacia los demás por el túnel, derribando a muchos que querían entrar al sótano.
Estirándose hacia atrás, Kotaro extrajo un chuchillo de hoja larga que llevaba oculto en la parte trasera del pantalón. Movió el brazo dibujando un amplio arco y lo levantó, perforando carne y salpicando sangre para todos lados.
Pegó un grito cuando otros dientes se hundieron en su brazo izquierdo, y sumergió el cuchillo dentro de la cabeza del demonio. Un gruñido salvaje emergió de su garganta, y luego sintió tres mordidas más en sus piernas. Retirando la hoja, Kotaro volvió a mover el cuchillo, esta vez decapitando al demonio que tenía más cerca.
Un agudo chasquido, seguido de un fuerte siseo, hicieron que los monstruos miraran hacia la cima de las escaleras, tras lo cual Kotaro sonrió ante los demonios que lo rodeaban.
“¿Trajiste la salsa barbacoa?”, le preguntó a la dama que había captado la atención de todos.
*****
Darious se encontraba en el patio trasero de la casa embrujada con los ojos cerrados, no solo presenciando la batalla que se desenvolvía adentro, sino además escuchándola. Había jugado con la idea de atravesar la casa hasta llegar a los túneles subterráneos, pero al darse cuenta de que esto lo demoraría, se quedó con su plan original.
Los guardianes podrían cuidarse solos… como cuando lo habían abandonado, hacía tanto tiempo.
Retirando su poder de videncia del sótano, Darious enterró los sentimientos de odio y apartó sus emociones inútiles. Inhaló profundamente, oliendo el aroma de los demonios jefes por detrás del tumulto…los había olido antes. Arpías del infierno… los humanos las llamaban brujas, pero él sabía lo que eran, y sabía que había tres de ellas en la ciudad esa noche. No era una sorpresa, ya que por lo general viajaban en grupos de tres.
Debería matarlas antes de que los demonios regresaran al infierno al que pertenecían.
Encontrando el camino fácilmente, Darious empezó a caminar casi con indiferencia por los callejones de la ciudad. Una vez que abandonó el centro principal, se vio rápidamente envuelto en los sonidos de la noche. En las oscuras esquinas acechaban los demonios…escondidos, escupiendo y siseando su nombre mientras pasaba. Los ignoró, sabiendo que tenía pescados más grandes que freír en esta víspera de todos los santos.
A medida que se acercaba al cementerio, Darious sintió una presencia muy familiar, y gruñó. Lo irritó el hecho de que solo los jefes más débiles se hubieran despertado primero, mientras que la amenaza real dormía en algún lugar debajo de la ciudad.
Lo que más lo enojaba era que nunca había deseado regresar aquí después de leer los pergaminos por segunda vez. Luego de que el monasterio fuese destruido, los monjes habían regresado a reconstruirlo…solo para dejar que cayese en ruinas al darse cuenta de que la tierra estaba maldita. Habían abandonado este terreno, sabiéndolo inútil.
Ahora los olvidadizos humanos habían construido una pujante metrópolis sobre el corazón de la maldad durmiente.
*****
Kyou estaba parado en medio del cementerio, explorando el área con su aguda vista. Había escuchado a los demás hablar por el intercomunicador, y si bien se había divertido un poco, sabía que el problema no estaba adentro de la casa embrujada. El cementerio era el verdadero centro de la actividad demoníaca. No era la naturaleza de un demonio abandonar el lugar de su banquete sin que hubiera un jefe tirando de sus hilos.
Cerrando los ojos, Kyou dejó que sus sentidos se diseminaran alrededor y por debajo suyo…buscando el poder que él sabía que estaba allí.
Podía sentir cómo los muertos se inquietaban en sus tumbas, y comprendió que este cementerio estaba afectado desde hacía tiempo. Habían perturbado a los muertos… algo que todos guardianes sabían que era un gran tabú…simplemente no estaba permitido.
Apretó los labios sabiendo que la mayoría de las tumbas debajo suyo estaban vacías. Habrían sido devorados o se habrían levantado y estarían caminando por ahí, esa era la pregunta. Sus ojos dorados se abrieron y se entrecerraron al voltear la cabeza hacia el gran mausoleo a su derecha.
Avanzando, Kyou abrió la pesada puerta de la cripta, ignorando los crujidos de las bisagras. Se dio cuenta del daño que se había hecho, y comprendió por qué habían elegido esta cripta en particular. La familia que allí habitaba debía tener siglos de antigüedad, sin parientes vivos que siguieran cuidando de ella. Básicamente era ignorada, lo cual jugaba a favor de los demonios.
Todos los ataúdes habían sido violados y yacían abiertos sobre el piso. Había restos de esqueletos esparcidos por el suelo, algunos de ellos todavía colgaban de sus bóvedas…desgarrados y a merced de los elementos. En el centro había dos ataúdes más grandes. Claramente se trataba de las matriarcas de la familia. El lado femenino no presentaba casi ninguna alteración, mientras que el lado masculino había sido profanado.
Un gran agujero atravesaba el ataúd masculino y lo que quedaba del cuerpo dentro de éste. Nadie tuvo que decirle adónde conducía el otro extremo de ese túnel. El demonio probablemente había hecho que los cadáveres lo excavaran y lo conectaran con los túneles principales.
Un ruido que venía de más atrás en la cripta lo hizo mirar hacia arriba. Kyou se alejó de las tumbas profanadas, siguiendo un sendero angosto que lo conducía de regreso y cuesta abajo. Supo de inmediato que se encontraba completamente bajo tierra, ya que el aire se volvió denso y cargado de moho.
Oyó algo que extrañamente sonaba como si alguien estuviera hablando, y caminó en torno a una pared, para descubrir otra fila de ataúdes. Varios de ellos habían sido extraídos de sus bóvedas y arrojados sobre el piso, abiertos. Una arpía del infierno en su verdadera forma se encontraba inclinada sobre uno de los cuerpos en descomposición, susurrando un encantamiento a su oído.
Era espantosa, con su largo cabello blanco retorciéndose alrededor de las mejillas hundidas, y con ojos demasiado grandes para su rostro. Su piel era seca y agrietada, como momificada en vida. Sus uñas largas y descuidadas rascaban el piso y el cadáver, como si tocara a un amante.
Kyou gruñó al ver que el muerto comenzaba a retorcerse, haciendo que la bruja elevara bruscamente la cabeza para dirigirle una furiosa mirada con esos horrendos ojos. Una tormenta de poder pareció descender sobre él como un viento invisible que agitó sus ropas y sus cabellos. El aire que lo rodeaba crujía, y unas alas doradas y translúcidas emergieron de su espalda, enrollándose sobre él casi como una protección a medida que avanzaba.
Voló por encima del ataúd, atrapando a la bruja por el cuello con el pliegue del codo, y aventándola hacia la pared del otro lado. Cayeron piedras y argamasa al romperse por el otro extremo. Se sentó a horcajadas sobre su vientre con una mano rodeándole la reseca garganta.
“¿Te atreverías a enviar esas inmundas cosas a mi ciudad?”, le rugió Kyou en la cara mientras ella chillaba y le clavaba las garras.
La arpía no pudo asestar un buen golpe, ya que las alas translúcidas de Kyou todavía lo cubrían, evitando el ataque. Tras un abrupto destello de poder, ella cambió su forma, de una viejita arrugada a una belleza despampanante. Su voz se tornó suave y flexible, mientras su horrendo cabello se alisaba, volviéndose de un blanco purísimo como la nieve.
“No tienes el poder de detenerme, guardián”, susurró colocando los dedos sobre su mejilla. “Tan parecido a él… pero tan diferente”, reflexionó justo antes de clavarle las garras en el rostro.
Kyou quedó pasmado cuando un brillante destello explotó justo en frente suyo y se vio impulsado hacia atrás por el agujero que habían cavado, hacia la pared opuesta de la cripta. Sintiendo el latido de su corazón en los oídos, dejó que su furia lo consumiera. Este demonio era poderoso, y debía acabar con ella antes de que sus súbditos mataran a más humanos inocentes.
Se incorporó de la pared para atacarla, y justo en ese momento unas huesudas manos rompieron los ladrillos detrás suyo. Lo envolvieron por el pecho y lo jalaron con tal fuerza que Kyou perdió el aliento.
De pronto se encontró rodeado de demonios… sus manos carnosas lo jalaban en dirección opuesta a la bruja, que reía al ver cómo sus súbditos cumplían sus órdenes. Justo antes de que los demonios lo jalaran fuera de vista, Kyou vio que del piso subía una niebla, que la rodeaba y se arremolinaba siniestramente. Un hombre emergió de la niebla justo en frente suyo. Su largo cabello negro se agitó al voltearse para enfrentar a los demonios que venían por él, y de su palma dejó escapar un hilo de fuego que los prendió en llamas.
Darious giró la cabeza para mirar a la bruja a los ojos. Viendo cómo el miedo invadía sus ojos color sangre, dejó que una sonrisa satisfecha se esbozara en sus labios. Ella siseó e intentó escapar, solo para detenerse abruptamente en su camino cuando un hoyo negro apareció debajo de sus pies… haciéndola caer en una trampa para demonios.
“No tan rápido, arpía”, la voz de Darious era tan oscura que hizo que la temperatura del mausoleo, que ya era baja, descendiera unos cuantos grados más.
Muy lentamente, la bruja se volteó para mirarlo con una espantosa mueca en los labios. “Te recuerdo”, siseó con falsa bravuconería, mientras volvía a adoptar su auténtica forma. “Tú llevabas las cadenas… nos turnábamos con el látigo… qué placer fue ver a los jefes arrancarte las alas de la espalda…”
Viendo interrumpidas sus palabras, dio un alarido cuando de pronto un magma subió desde el vacío bajo sus pies, un magma que formaba cadenas… y que se cerraba sobre sus tobillos y muñecas, quemando la carne que éstas tocaban.
Sus ojos se tornaron escarlata al oír el recordatorio. “Hizo falta más que tú y tus hermanas para mantenerme encadenado, pero te daré un regalo… el mismo regalo que me hicieron los demonios. Estas cadenas tienen un nombre… se llaman Eternidad. No estarás sola en la oscuridad por mucho tiempo”. Esbozó una sonrisa siniestra. “Tus hermanas te acompañarán pronto”. Habiendo dicho esto, los amarres se ajustaron y comenzaron a arrastrarla hacia el foso.
“¡No sobrevivirás!”, gritó la bruja resistiéndose al tirón de las cadenas. “Nuestro jefe te destruirá y te diezmará de la misma forma en que tú lo hiciste con nosotros al momento de tu escape… nunca te librarás de nosotros”.
Darious retrocedió mirando fríamente cómo la bruja seguía descendiendo. Le largó una gran cantidad de maldiciones, que divirtieron a Darious. Incluso al cuando su derrota era evidente, estos demonios nunca se quedaban callados.

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