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Asalto A Los Dioses
Stephen Goldin
Glendys Dahl
TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE
En una misión comercial hacia un planeta atrasado, la capitana de nave espacial Ardeva Korrell se encuentra con una pelea entre sus manos; ella y su pequeño equipo deben batallar contra una armada de robots y vencer a los seres tiránicos en forma de dioses que han esclavizado a la población nativa. La tarea ante ellos es simplemente: ¡Asaltar las puertas del mismísimo cielo!



ASALTO A LOS DIOSES
una novela por
Stephen Goldin

Publicada por Parsina Press (http://www.parsina.com/)

Traducción Publicada por Tektime
Asalto a los Dioses Copyright 1977 por Stephen Goldin. Todos los Derechos Reservados.
Arte de portada © Lunamarina | Dreamstime.com

Título original: Assault on the Gods
Traducido por: Glendys Dahl

Tabla de Contenidos
Capítulo 1 (#u248bef96-555a-5b50-ab61-0cc6b9e2297c)
Capítulo 2 (#u6021e9c5-dc55-5f07-b46c-46b92cf159c6)
Capítulo 3 (#u8505fecf-560f-52d7-b987-22bf9c8fdb34)
Capítulo 4 (#u5a1282d5-b4c1-5e65-819d-a6f5d89ef0a2)
Capítulo 5 (#litres_trial_promo)
Capítulo 6 (#litres_trial_promo)
Capítulo 7 (#litres_trial_promo)
Capítulo 8 (#litres_trial_promo)
Capítulo 9 (#litres_trial_promo)
Capítulo 10 (#litres_trial_promo)
Capítulo 11 (#litres_trial_promo)
Capítulo 12 (#litres_trial_promo)
Capítulo 13 (#litres_trial_promo)
Capítulo 14 (#litres_trial_promo)
Sobre Stephen Goldin (#litres_trial_promo)
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Dedicado a Dorothy Fontana,
por tantas razones, que haría falta escribir otro libro sólo para enumerarlas
“Deseo, por el amor de Dios, que Él no exista—
porque si es así, tiene una horrible cantidad de cosas por las que responder.”

—Philip K. Dick

CAPÍTULO 1
Exactamente como un niño necesita de sus padres, una sociedad inmadura necesita de sus dioses. La libertad siempre es difícil de manejar, y el peso de la auto-responsabilidad sólo puede cargarse después de alcanzar cierto nivel de sofisticación.
—Anthropos, La Divinidad del Hombre

La carretera, si es que se le puede llamar así, era un camino simple a través del cual el equivalente local de los caballos—bestias de seis patas llamadas daryeks—podían tirar destartalados carros de madera. Los baches causados por la erosión traída por las ruedas de los vagones tenían varios centímetros de profundidad y estaban cubiertos con agua, mientras que el resto de la carretera era fango. Sin tráfico durante la noche, Ardeva Korrell tenía el camino para ella sola. El planeta Dascham no tenía luna y el cielo nublado bloqueaba las estrellas, de modo que su universo era una oscuridad, sólo rota por la luz de la pequeña linterna eléctrica que llevaba mientras hacía el recorrido a pie.
“En el mundo ideal,” le murmuró a nadie en particular, “una capitana de astronave no debería fungir también como su propia patrulla guardacostas.” Y suspiró. Dascham estaba casi tan lejos de ser el mundo real como ella alguna vez esperó llegar. También podía desear tener su propia nave, un equipo competente y respeto hacia su rango y experiencia. Todos estaban igualmente distantes de la realidad.
Sobre ella, las oscuras nubes amenazaban con llover—lo cual no era algo inesperado, ya que llovía cada noche en las zonas pobladas de este planeta. Una brisa cortante acompañó a las nubes y congeló su espíritu, a pesar del uniforme espacial que la aislaba completamente, a excepción de su cabeza.
“Espero que Dunnis y Zhurat estén ebrios,” dijo. “Me dará mucho placer mañana gritarles a sus oídos resacosos y asignarles labores de castigo.” El pensamiento la calentó durante un momento, y luego murió al venirle a la mente su entrenamiento religioso. “‘La venganza alivia las frustraciones sólo en las mentes inseguras,’” citó. “‘La cordura no requiere equilibrar los desbalances naturales.’ Lo sé, lo sé. Pero a veces pienso que la vida sería muchísimo más divertida si estuviese un poco menos cuerda.”
Pensó en su cabina a bordo del Foxfire, que era cálida aunque estrecha, y en los libros que la esperaban allí. Este arduo andar a través del fango hacia una barriada para pasar buscando a un par de miembros del equipo ebrios, no era su idea de una placentera noche fría y húmeda en un mundo alienígena. Pero era necesario. Ella les había dicho que quería que regresaran dentro de cuatro horas; cuando habían pasado seis sin que ellos regresaran, supo que tendría que tomar acciones disciplinarias. El hecho de ser una capitana la ponía en una posición lo suficientemente precaria sin permitir que el equipo tome ventaja de ella.
Al menos, no tendría que caminar de regreso. Los daschameses generosamente le habían suministrado a la nave un pequeño carro para transporte desde y hacia el pueblo, pero los dos miembros errantes del equipo se lo habían llevado con ellos a la ciudad. El único otro medio de transporte además de la yegua de Shank era el bote salvavidas del Foxfire, excesivo para un recorrido de dos kilómetros.
Así anduvo, con el barro succionando sus botas al levantar cada pie, pensando de manera alternada entre su cama y los libros que estaban a bordo de la nave y sobre lo que podía hacerle a Dunnis y Zhurat si fuera una persona menos cuerda, en busca de venganza.

***

Repentinamente, arribó al pueblo. Por un momento, el brillo de su linterna únicamente le mostró campos abiertos y, después, toscas casuchas que servían de vivienda a los daschameses la rodeaban. El suelo bajo sus pies no era mejor por encontrarse dentro del pueblo, se encontraba revuelto por el volumen del tráfico que lo atravesaba a diario.
El asentamiento le parecía a Dev caótico, escuálido y depresivamente medieval—en resumen, idéntico a los tres otros que había visto desde que Foxfire llegó a Dascham una semana atrás. Había chozas en lugar de casas, las cuales habían sido construidas con un material con forma de caña, similar al bambú; las grandes grietas en sus paredes estaban rellenas con barro—apenas el mecanismo más cálido posible. No era de sorprender, entonces, que los daschameses usaran ropa pesada y gruesa. Era preciso hacer algo para evitar que la neumonía segara la raza. Los techos de paja, elaborados como lo que parecían ramas, posiblemente sólo evitaba la entrada del noventa por ciento del agua. Dev se preguntaba si los daschameses morirían si se mudaban a un clima templado; incluso sus amplios y planos pies parecían estar adaptados para caminar sobre el barro.
Dev sacudió su cabeza. Le deprimía ver seres inteligentes viviendo en tal estado de pobreza física. Algo de su carácter racial se había perdido, un sentido de orgullo y logro. Probablemente debido a esos dioses a los que ellos adoraban; los tabúes religiosos eran tan estrictos que apenas le permitían a la gente una vida de subsistencia. “Los dioses de ajustan a las mentes de quienes les sirven,” observó Anthropos una vez. Le hizo preguntarse sobre la salud intelectual de los daschameses.
El pueblo estaba oscuro y preternaturalmente tranquilo. Dev calculó la población en muchos miles, aunque después del anochecer había pocos indicativos de que la región se encontrase habitada. Naturalmente, eran los dioses de nuevo—tabúes estrictos contra salir después del anochecer, exceptuando ciertas circunstancias. Para estar segura, incluso los sombríos daschameses tenían vida nocturna, pero era un pálido placer en comparación con la de la civilización humana.
Era una norma del universo el que las criaturas protoplásmicas de sangre caliente pudieran ser afectadas por las bebidas fermentadas. También era una norma el que las mentes inteligentes con frecuencia se aliviasen de las realidades opresivas al inducirse ciertas formas de alteraciones mentales. La combinación de esas dos normas significaba que habría, en cualquier mundo que un ser humano pudiese tolerar, el equivalente a un bar.
Los bares daschameses, construidos en el mismo estilo arquitectónico—o mejor dicho, en la misma carencia de estilo—que las casas, sólo eran ligeramente más grandes. Estaban iluminados durante la noche, en contraste con las oscurecidas casas durmientes, y también tendían a ser ligeramente más ruidosos—aunque de acuerdo a lo que había visto Dev de los nativos, apostaba a que los daschameses eran ebrios tranquilos. Los bares parecían ser los únicos lugares en todo el planeta que ofrecían un descanso del hastío de las vidas de los daschameses—y sería en uno de estos bares donde más probablemente ella encontraría a Dunnis y Zhurat.
No había calles en el pueblo. Las chozas se construían donde quiera que el dueño considerara conveniente, lo cual significaba que un residente debía encontrar la forma de llegar a una choza por instinto.
Dev luchó a través del lodazal, buscando al azar un pueblo para los hombres de su equipo. Comenzó a lloviznar antes de que ella lograse encontrar el primer bar—una monótona y pesada niebla que difuminaba las siluetas de los objetos a su alrededor. Su cabello castaño, casi corto, se mojó, pegándose a su frente y cuello. Pero además del vapor de la lluvia al golpear el suelo, no había otro sonido—ni bebés llorando, personas hablando, ni mascotas ladrando. Parecía como si el pueblo se agazapara de miedo ante algún horror inmencionable. Finalmente, vio una choza de mayor tamaño con luces que brillaban entre las grietas—un bar. Incrementó su marcha hasta casi correr. No quería moverse con demasiada rapidez y caer en el barro; eso le daría a ese par de payasos una razón más por la cual reírse si se entraba en tales vergonzosas condiciones.
Al entrar al bar, parpadeó hacia la suave iluminación suministrada por velas dispuestas en candelabros alrededor de las paredes. Después de permanecer afuera entre la oscuridad absoluta de la noche daschamesa, le tomó algo de tiempo a sus ojos adaptarse. Además, había una atmósfera llena de humo, la cual Dev atribuyó que fue producida por alguna droga local distinta al alcohol. El humo le causaba ardor en sus ojos, y eso le hacía estrujar sus lágrimas con el dorso de sus manos.
Cuando pudo ver nuevamente, revisó el interior. Cuatro pequeñas mesas punteaban el piso, cada una con cuatro mesas a su alrededor. El propietario se encontraba de pie detrás de una mesa ligeramente más larga—más como un banco de trabajo que como una barra. El piso era de madera desnuda y las paredes—a excepción de los candelabros y algunas cobijas usadas para cubrir las grietas más grandes—estaban exentas de decoraciones.
Muchos daschameses ocupaban las mesas. El metro con ochenta centímetros de estatura de Dev resaltaba entre los demás nativos, quienes sólo promediaban un metro con cincuenta y cinco centímetros. Los daschameses no se parecían más a otra cosa sino a osos de peluche con vida. Un pelaje grueso y despeinado de distintos colores cubría sus cuerpos. Caminaban sobre pies anchos y planos, y usaban pesadas ropas de lana. Sus cortas y rechonchas manos tenían tres dedos cada una y un pulgar oponible. Era imposible para un humano leer cualquier expresión en sus rostros úrsidos, pero a sus ojos les faltaba el brillo vibrante que caracteriza a quienes están realmente vivos.
Ante su vista, los nativos se acercaron rápidamente hacia sus pies—por respeto o miedo, Dev no sabía decirlo. Probablemente un poco de cada uno, supuso. Después de todo, ella era uno de esos extraños seres provenientes del cielo. Muchos daschameses probablemente nunca habían visto a un humano de cerca, ya que su planeta estaba bastante alejado de las rutas ordinarias de comercio y pocas naves se atrevían a llegar hasta allí. Para los habitantes locales, con su primitiva tecnología, los humanos podrían parecer casi tan poderosos como sus propios dioses.
Alcanzando su mejilla, encendió su traductor. “Por favor, no se sobresalten,” le dijo al auricular, y escuchó su propia voz emanando la gruñona lengua de los daschameses. “Sólo estoy buscando a dos de mis amigos. ¿Alguno de ustedes los ha visto?”
Hubo silencio durante un momento, y luego hubo gruñidos en voz baja, de los cuales la computadora informó que se trataba de un coro de ‘NOs’. Agradeció a las personas y, con un suspiro, se aventuró a salir una vez más.
La llovizna se había convertido en un aguacero solamente durante el corto espacio de tiempo que ella había pasado adentro del bar. Dev deseó haber podido traer su casco con ella, pero en ese caso, hubiese tenido que traer algunos tanques de oxígeno, y las bodegas de Foxfire no podían permitirse ese gasto. Así que su cabello castaño tomó un aspecto fibroso y el agua goteaba por su nuca mientras recorría con cansancio el oscuro pueblo para encontrar el próximo bar.

***

Era una capitana Korrel menos mojada, pero más desesperada, quien caminó hacia la puerta de Elliptic Enterprises dos meses atrás, en búsqueda de un empleo. El planeta era Nueva Creta y la situación era crítica. Su casero había notado su intención al dejar el apartamento; ella casi pudo oírlo preguntarse cuánto tiempo le tomaría fumigar el lugar y mudar a un nuevo inquilino—uno que pagara la renta puntualmente. Sus escasos ahorros prácticamente se habían evaporado y los prospectos de trabajo para la capitana de una nave, quien era tanto humana como eoana, eran mínimas.
La puerta se abrió cuando ella tocó el timbre e ingresó a la oficina externa. Los alrededores no estaban tan mal como ella esperaba. En realidad, la oficina se encontraba ubicada en la zona menos elegante de la ciudad, pero se había hecho un esfuerzo para preservar la dignidad y el confort. Los pisos se encontraban cubiertos con alfombras, y las paredes estaban pintadas en un tono azul relajante y placentero. Interesantes piezas pequeñas de esculturas se encontraban colocadas en los rincones, y un par de móviles de plata colgaban del techo. El escritorio de la secretaria parecía estar hecho con madera real y la superficie de su tope estaba ocupada pero despejada a la vez. Nada en la sala combinaba totalmente con las demás cosas, pero al menos se había tomado algo de esfuerzo y orgullo para hacerla habitable. Dev había solicitado empleo en algunas oficinas que tenían pisos y paredes desnudas, además de enormes insectos que se arrastraban despreocupadamente sobre los escritorios. Esta era una mejora distinta.
La secretaria—una agradable mujer de mediana edad—anotó su nombre, la invitó a tomar asiento y se fue a la oficina interna para informarle a su jefe sobre la llegada de Dev. Dev comenzó a hojear algunas revistas mientras esperaba—inicialmente, sólo para calmar sus nervios, pero apenas después de un minuto se encontraba absorbida por ellas. Casi consideró una intrusión cuando la asistente regresó para decirle que el Maestro Larramac la atendería en ese momento.
Siguió a la mujer hasta la oficina interna, un tributo al eclecticismo. Larramac obviamente era un coleccionista de cachivaches, porque la habitación estaba adornada con extraños artilugios pequeños: un hidrante antiguo, un surtido de rocas coloridas, un conjunto de floreros de porcelana y muchas cosas pequeñas que ella no reconoció de inmediato. Afiches cubrían las paredes: “Trabajar es lo que haces, para que algún día no tengas que hacerlo más” y “Creo en meterme en agua caliente—me mantiene limpio.”
Luego Dev notó al hombre detrás del escritorio. Era muy delgado y su cuerpo parecía estar compuesto en su totalidad por ángulos agudos. Sus ropas eran de violentos tonos rojos y azules, y su bragueta sólo era un estaño solapado. Su perilla se estaba poniendo gris y su cabello se estaba haciendo un poco más escaso—aunque no lo suficientemente como para justificar un transplante. La parte afeitada desde adelante hacia atrás a lo largo de su cuero cabelludo—una modificación que indicaba que deseaba unirse a la Sociedad algún día—estaba tatuada con un diseño de números hábilmente entrelazados para formar un intrigante patrón. Su mirada nunca era fija, sino que lanzaba miradas alrededor de la oficina, como si temiera perderse de algún evento trascendental.
“¿Es usted Ardeva Korrell?” preguntó al tiempo que ambos estrechaban sus manos.
“Correcto.”
“No hay muchos capitanes del sexo femenino, ¿no es así?” Su discurso era tan rápido como desafiante. Dev no podía decidir si su trato era bueno o malo.
“Había otra además de mi en mi clase de graduación, de ciento diez personas,” respondió formalmente. “A pesar de ello, hay incluso menos enanos pelirrojos y zurdos en la profesión.”
“Me lo imagino. ¿De dónde proviene?”
“Soy de Eos.”
Larramac levantó una ceja pero no dijo nada, un gesto que imposibilitaba a Dev interpretar sus pensamientos. “Y usted desea ser capitana de astronave.”
“Soy una capitana. Mis credenciales y licencias están todas en orden. Lo que busco es una nave.”
Larramac negó con la cabeza. “Mi problema es que tengo una nave y por el momento no tengo capitán. ¿Hace usted muchas preguntas?”
“¿En qué manera?”
“¿Debe usted saber todo lo que sucede a bordo de su nave?”
“Es el deber de un capitán saber todo lo que está sucediendo—”
“Despedí a mi anterior capitán por ser demasiado curioso.”
“—Pero hay algunas cosas que no es tan importante conocer como otras,” alcanzó a decir Dev oportunamente. A veces, las preferencias personales deben ceder ante el ímpetu de la necesidad, después de todo. “Mi trabajo principal sería llevar la nave con seguridad de un puerto a otro. Todo lo que corresponda a eso es mi responsabilidad, desde el mantenimiento hasta la astrogación. Otros asuntos podrían ser circundantes a la marcha de la nave, y sobre esos puedo ir con más delicadeza.”
Larramac rumió durante un momento, acariciando su perilla. Alcanzó una pila de papeles y sacó una hoja que Dev reconoció como la planilla que ella había enviado la semana anterior. “De acuerdo con su currículo, ha tenido muchos empleos distintos. No ha permanecido con ninguna nave durante más de un año. ¿A qué se debe eso?”
Dev suspiró. Alguien siempre le hacía esta pregunta, aunque la respuesta parecía tan obvia. “Los prejuicios. A muchos hombres no les gusta trabajar bajo el mando de una capitana. A quienes no les importa eso, se sienten incómodos con el hecho de que soy eoana. Si verifica mis referencias, notará usted que mis empleadores por lo general me recomiendan altamente. Soy una buena capitana que ha sido víctima de las circunstancias.”
“No pago mucho; no puedo permitírmelo. Seiscientos galacs mensuales, más beneficios de ley.”
Para una capitana con su entrenamiento y experiencia, esa suma era irrisoria; desafortunadamente, su situación financiera no era graciosa. “Yo debería estar ganando fácilmente el doble de esa cantidad,” dijo. “Pero supongo que el negocio está duro.”
“Difícilmente puedo decir que me encuentro en la misma clasificación de Lenning TransSpacial o deVrie Shipping,” admitió Larramac. “Voy a los pequeños planetas que ellos omiten, aquellos con los márgenes coste-beneficio más bajos. Tengo que lamer el tazón que me entregan, para decirlo de alguna manera. Salgo adelante y he podido crecer. La empresa ha crecido durante los últimos dos años, y no veo ninguna razón por la cual ese crecimiento no debería continuar. Me quedo con las personas si pueden hacer el trabajo, y soy bastante bueno con los ascensos. Si me agrada la manera como hace usted el primer viaje, podemos hablar sobre un aumento salarial.”
Dev miró a su posible empleador. Parecía del tipo honesto; un poco muy sincero, un poco entregado al entusiasmo y al ímpetu, pero distante del peor de los jefes con quienes haya trabajado.
“Me he tomado la libertad,” prosiguió Larramac, “de buscar su nombre en mi diagrama.”
“¿Diagrama?”
“Sí, los patrones de letras, todos tienen significados, aunque los sepa o no. Usted tiene un buen nombre, se mezcla con todo lo demás.”
“Estoy segura que mis padres se lo agradecerían; fue su elección,” dijo secamente. Se preguntó sobre la cordura de una persona que diagramaría el nombre de una persona antes de decidir si contratarla o no. Oh, bueno, cualquiera que lleve a su cargo Elliptic Enterprises debe tener algunas excentricidades.
“Hay una cosa que me gustaría especificar,” continuó ella. “¿Debo tener autoridad disciplinaria completa sobre mi equipo?”
“¿Por qué eso?”
“Por una cosa, es tradicional. Pero más que eso, el equipo debe saber que usted está detrás de mí en todos los asuntos. Como lo he dicho, a algunos hombres les molesta recibir órdenes de una mujer. A no ser que mi palabra sea la ley—ley ejecutiva—no puedo garantizar la marcha de la nave sin problemas.”
“Suena razonable. Entonces ¿hacemos negocios?”
Dev negó con su cabeza. “Negocios. ¿Cuándo me necesita?”
“Foxfire debe partir dentro de dos semanas. Supongo que usted querrá venir y verla de primera mano antes de ese momento.”
¿Sólo dos semanas para conocer una nave de carga de arriba a abajo? “Por Espacio, ¡sí! Mejor comienzo mañana a adaptarme a ella, aprendiendo sus capacidades e idiosincrasias.”
Larramac la miró con extrañeza. “Pensé que ustedes los eoanos no juraban por Espacio.”
“Es un falso juicio popular. Es cierto que no estamos particularmente maravillados con los poderes místicos del universo; pero cuando hablo galingua tengo que arreglármelas con las frases para expresar mis pensamientos, incluyendo los clichés convencionales. La pureza ideológica no sustituye a la comprensión.”
“Usted es una mujer extraña, capitana Korrell.”
“Escogeré aceptar eso como un cumplido, Maestro Larramac.” Sonrió. “Cualquier cosa que no sea un insulto directo es más fácil de aceptar como un cumplido.”
“Insisto en que me llame Roscil.”
“Y personalmente, prefiero que me llame Dev.”
“Entonces Dev, eso es. ¿Le importaría almorzar conmigo?”
Dev dudó. Esa, aunque ella no lo había mencionado, era otra razón por la cual cambiaba de un empleo a otro—principalmente empleadores amorosos que creyeron que los deberes de una capitana eran tanto horizontales como verticales. Ella no era virgen, ni una puritana, pero aprendió, mediante una amarga experiencia, que el sexo frecuentemente perjudicaba las relaciones de negocios. Por otra parte, su situación financiera era tal que no podía negarse a aceptar una comida gratuita. La sinceridad de Larramac era refrescante, pero podría hacerse tan desagradable como el toqueteo de otra persona. Supongo que tendré que investigar sobre él en algún momento, pensó. Puede ser tarde o temprano. “Es una buena idea,” le dijo.

***

Mientras luchaba a través de la lluvia daschamesa, Dev pensó afectuosamente sobre ese almuerzo. El impetuoso exterior de Larramac puede intimidar a la mayoría de las personas, pero ella vio más allá de eso. Larramac, un hombre solitario en su interior, prefería rechazar antes que ser rechazado. En ese momento, él no le dejó hablar, por lo cual ella se sintió agradecida. Se lo había permitido hace una semana, a lo cual ella pudo evadir hábilmente sin lastimarlo. Por lo tanto, quedaron establecidas las reglas del juego, las cuales él cortésmente guardó.
Por supuesto, había otras cosas por las que ella pudo haberlo estrangulado—tales como su insistencia en acompañarla en este primer viaje para “ver qué tan bien te desempeñas.” A pesar de eso, ella estaba razonablemente satisfecha con él.
Las luces de otro bar daschamés parpadeaban tenuemente frente a ella, y ella volteó hacia el bar. Mientras se acercaba, pudo ver, de pie al lado del edificio, el carro que los daschameses le habían prestado a la nave—un indicativo bastante justo de que sus desobedientes tripulantes se encontraban allí. Aceleró el paso.
Ambos hombres eran fáciles de encontrar al momento en que ella entró en el bar—eran las únicas manchas de color en el lugar. Gros Dunnis, el ingeniero, era un hombre corpulento, de dos metros de alto y vestido con un uniforme espacial de colores verde oscuro y plata. Su cabello rojo y su barba toda roja estaban combinados, en ese momento, con su rostro completamente rojo que delataba su intoxicación. Dmitor Zhurat, el arreador de robots, era un hombre mucho más bajo y rechoncho—de hecho, era casi del mismo tamaño y figura de los nativos. Aún así, su uniforme rojo y azul sobresalía con facilidad entre los insípidos tonos tierra empleados en las ropas de los daschameses.
Zhurat fue el primero en verla. “Bien, no es esta nueshtra capitancita saliendo de su torre para unirshe a nosotros. Gros, tenemosh una distinguida visitante. Debemos demoshtrarle dignidad.”
Dunnis, un ebrio más alegre, se dirigió a ella. “Hola, capitana, ¿le importaría tomarshe algo con nosotrosh?”
“Ustedes dos debían estar de vuelta en la nave hace dos horas y media,” dijo Dev con ecuanimidad. “Creo que mejor deberían venir conmigo.”
“Debemos habernos olvidado de la hora,” dijo Zhurat en son de burla. “Pero venga a tomarse algo con nosotros y luego nos iremos.”
“Ustedes saben que yo no bebo.”
“Eso esh cierto. Usted es muy buena como para beber con nosotrosh, ¿No es así?”
“‘La mente sana no requiere estímulos externos para relajarse,’” citó Dev.
“¿Usted me está llamando loco a mí?”
“Le estoy llamando borracho y desordenado. Sus salarios serán retenidos y se les asignarán labores de castigo. Les aconsejo que vengan pacíficamente, antes de que haya problemas.” Abrió un poco sus pies en una postura de cuclillas, preparada para cualquier cosa.
En la esquina, el propietario mostró señales de agitación. Se mantuvo repitiendo algo una y otra vez. Sin quitarle los ojos de encima a Zhurat, Dev encendió el traductor de su casco una vez más. “…hay demasiada gente aquí, hay demasiada gente aquí hoy,” estaba diciendo el cantinero.
“Mis amigos y yo nos iremos en un segundo,” le dijo.
El propietario, a pesar de ello, estaba poco sosegado por su promesa. Aplaudió con ambas manos varias veces en lo que Dev llegó a entender que era un gesto daschamés de nerviosismo. “Los dioses se ofenderán, hay demasiada gente,” dijo el propietario.
Dev lo ignoró y continuó hablándole a Zhurat. “Sólo se lo diré una vez más. Vámonos.”
“Malditos eoanos malcriados,” murmuró Zhurat. “Creen que son mejoresh que cualquierash...”
Dev se movió suavemente cruzando la sala y puso una de sus manos sobre el hombro de su subordinado. “Vamos, Zhurat, es hora de irnos. Estará mucho más cómodo de vuelta en la nave. No queremos ofender a los dioses de esta gente, ¿no?”
“¡Quítese de encima mío!” rugió Zhurat. Encogió su hombro para deshacerse de la mano de la capitana, pero sus dedos de aferraron, causándole dolor y no se quitaban. Miró hacia el rostro de Dev y le pareció tan firme como una estatua de mármol. Rápidamente miró de nueva hacia su vaso medio vacío.
“No querrá usted que alguien se enoje,” repitió Dev en un tono suave pero firme, “ni los dioses, ni yo.”
“¡Dioses!” resopló Zhurat. Se puso de pie y Dev retiró su mano de su hombro. “No hay dioses.” Él retrocedió su auricular para traducir, y repitió sus observaciones. “¡No hay dioses!” dijo en voz alta.
Se tambaleó hasta el centro de la habitación. “Son ovejas, todos ustedes,” dijo. Dev asumió que el computador había traducido “ovejas” como una referencia local apropiada. “No tienen agallas, no se divierten, no tienen vidas. Viven en estas miserables chocitas porque temen tomar las riendas de sus propias vidas y crean a estos grandes dioses malvados como excusa para no tener que hacer nada. Todos ustedes son un fraude y sus dioses son los mayores fraudes.”
La atmósfera en la habitación se tornó en un silencio sepulcral. Todos los ojos, tanto humanos como daschameses estaban puestos sobre Zhurat. El silencio era como aquel entre el último tictac de una bomba de tiempo y su explosión. Dev aclaró su garganta. “Creo que usted pudo haber herido sus sentimientos,” dijo.
A pesar de ello, la observación sólo añadió leña al fuego. “Les mostraré,” gritó. “Les mostraré todo.” Y corrió repentinamente hacia afuera del bar.
“Vamos,” dijo Dev a Dunnis. “Ayúdame a atraparlo antes de que se lastime.” La lluvia caía con más fuerza cuando salieron a buscarlo, una lluvia fría y batiente que limitaba la visión y golpeaba en la cabeza. El ritmo de las gotas que caían era casi suficiente para ahogar sus pensamientos. Dev se sintió desorientada, y el brillo de su linterna sólo alcanzó unos pocos metros antes de que el manto de la oscuridad la absorbiese. Zhurat no se encontraba a la vista. Ella no tenía idea de la dirección que él tomó al irse, pero seguir hacia adelante en línea recta parecía la mejor opción. Tomó la mano de Dunnis y lo haló hacia ella como si fuera un niño pequeño.
Veinte metros más adelante, vieron a Zhurat de pie, solo, en un pequeño espacio despejado entre algunas chozas. “Vamos, bastardos,” gritó. “¿Dónde están? ¡Déjenme ver el poder de los grandes dioses de Dascham!”
Dev notó que había ojos mirando a través de grietas en las chozas, probablemente observando con desconfianza a este extraño que retó a los dioses. ¿Era un valiente o un tonto? ¿O acaso él mismo era un dios, que podía hablar así?
“¡Los desafío!” gritó Zhurat. “Yo, Dmitor Zhurat, ¡yo reto a los dioses!”
Esa escena se quedó grabada para siempre en la memoria de Dev. Zhurat de pie a solas en el claro, con sus brazos extendidos hacia el cielo, ondeando sus puños cerrados en el aire. Luego una ensordecedora explosión y un rápido resplandor, de intensidad cegadora, hicieron que Dev y Dunnis cerraran sus ojos. Dev podría haber jurado que escuchó un sonido crepitante y… ¿eso fue un grito entre la torrencial lluvia? No podía decirlo con certeza.
Cuando Dev abrió sus ojos otra vez, Zhurat había desaparecido—sólo su uniforme yacía humeante sobre el piso entre una pila de ceniza que se desvanecía rápidamente.

CAPÍTULO 2
Puedes medir la inmadurez de una gente por el grosor de sus libros de leyes.
—Anthropos, Cordura y Sociedad

Dev y Dunnis permanecieron de pie bajo la lluvia, incapaces de moverse durante varios segundos. Sus ojos estaban fijos sobre los penosos restos de quien apenas hacía unos segundos antes, había sido su compañero tripulante. El aire se sintió cargado con electricidad y un tenue hedor flotaba hacia sus narices a pesar del aguacero—el desagradable aroma de carne quemada.
Lentamente, se dieron cuenta del movimiento a sus alrededores. Una multitud de nativos se encontraba reunida en la oscuridad de la noche daschamesa, emergiendo de sus chozas al final para ver las consecuencias de la increíble escena. Demasiado tímidos, sólo se acercaron a la periferia del círculo de luz arrojado por la linterna de Dev; todo lo que ella podía divisar eran las siluetas de sus cuerpos rechonchos. Se juntaron en un semicírculo detrás de ella y Dunnis y miraron los humeantes restos de Dmitor Zhurat. Los nativos se mecían hacia atrás y hacia adelante sobre sus pies, tan suavemente, todos a un mismo ritmo y el aire parecía sonar con el sonido de zumbido—o canto—de un gran número de gargantas úrsidas.
Dev cerró sus ojos y frotó su frente pensativamente con su mano izquierda. Se sintió mareada y con ligeras náuseas, y más que nunca deseó haber podido quedarse a bordo de la nave leyendo algún libro interesante.
Los deseos sólo son buenos en los cuentos de hadas, se dijo a sí misma acuciosamente. Esta es la vida real, y tienes obligaciones que cumplir. Muévete, mujer.
Estaba segura de que no habían pasado más de treinta segundos desde la muerte de Zhurat. Al abrir sus ojos nuevamente, se sacudió la parálisis de shock y comenzó a dar un paso hacia adelante cuando otro sonido llegó a sus oídos. Primero, era apenas audible entre el canto de la multitud a su alrededor y la penetrante caída de la lluvia sobre el suelo charcoso, pero rápidamente su fuerza creció hasta que el aire reverberaba con su volumen. Era un zumbido que era más que ruido blanco; más bien era el preludio hacia otro sonido que seguiría en el debido curso.
Había una luz que acompañaba al zumbido, suavizando la oscuridad de la noche daschamesa. Venía desde arriba y se hacía más brillante con cada segundo que pasaba. Algún objeto brillante descendía desde el cielo—un descender lento y ordenado, diseñado para impresionar a la audiencia con su estaticidad. Mientras el objeto bajó lo suficiente como para ver a través del fuerte aguacero, Dev descubrió que debía proteger sus ojos el brillo total de la criatura ante ella.
Su figura se parecía a la de los nativos del planeta, con dos brazos y dos piernas, así como un cuerpo redondo y felpudo, con nariz en forma de hocico. Pero sobre su espalda, había un enorme conjunto de alas, que se movían suavemente mientras la criatura flotaba en el aire frente a la multitud. Si bien tenía más de dos veces el tamaño de cualquiera de los nativos, Dev calculó su estatura en tres metros y medio, quizás cuatro metros, cuyas alas al abrirse por completo eran de un ancho de cinco metros o más. La criatura emanaba un fresco brillo azul blanquecino que iluminaba el área en un radio de dos docenas de metros y en una de sus manos sostenía una espada larga con un brillante fulgor dorado propio. Los profundos ojos de la criatura brillaban en un color rojo, como dos carbones calientes entre una chimenea oscurecida.
Un Oso de Peluche Vengador, fue la primera reacción de Dev, pero el humor estaba seco adentro de su mente. El flotar en el aire a diez metros de distancia y a cinco metros por encima del suelo era más impresionante, y lejano a la idea de un adorable juguete. Dev se puso de pie con su mano reposando ligeramente sobre su pecho—a un par de centímetros a distancia de la empuñadura de su pistola láser—y esperó para ver qué sucedería a continuación.
El resplandor hacía girar su cabeza de manera que su mirada se deslizaba sobre toda la muchedumbre que se encontraba en la lluvia frente a él. Finalmente, abrió su boca para hablar. Dev ya tenía su casco listo para traducir.
“Los dioses son omnipotentes,” gruñó la criatura.
Un coro de gruñidos en respuesta emergió desde la multitud de daschameses. El computador de Dev tradujo los gruñidos como una ronda de ‘Amenes.’
“Los dioses están en todos lados,” dijo la brillante criatura, y la multitud respondió con otro coro de ‘Amenes.’
“Los dioses son buenos,” dijo la figura, y la respuesta de la multitud fue la misma. Dev decidió decir un ‘Amén’ ella misma, como buena medida.
Al terminar la letanía, la brillante criatura comenzó su discurso. “Los dioses tienen el poder de la vida y la muerte sobre todos los que moran en Dascham,” dijo. “Los dioses hacen que la cacería sea buena y la cosecha sea rica, según su elección. O, como castigo, pueden dañar los cultivos y regar plagas a través de los bosques. Como está escrito en los antiguos pactos, los dioses son los maestros supremos de Dascham y de todos los seres sobre él, y de todo lo que allí existe.”
“Amén,” dijo la multitud y posteriormente, Dev. Dunnis le asestó una extraña mirada con el rabillo de su ojo, pero no dijo nada.
“El poder de los dioses es absoluto,” continuó la gigantesca criatura. “Los dioses todo lo saben. No hay escapatoria de su conocimiento y de la justicia que imparten. Nadie puede oponerse a sus benévolas normas. Recuerden, todos ustedes, la Hora de la Incineración y sepan qué retribuciones pueden causar los dioses por rebelarse contra su régimen.”
La criatura se quedó en silencio durante un segundo, y Dev casi murmuró un “Amén” una vez más, antes de darse cuenta de que nadie más iba a decirlo. Acalló la palabra antes de que escapara de sus labios y esperó en silencio junto a los demás a que el ángel decidiera hablar de nuevo.
“Cuando esos seres celestiales vinieron entre ustedes por primera vez, no nos opusimos a ellos. A pesar de que muchos de ustedes tenían miedo de que fuesen los demonios contra los que luchamos hace muchos años, los dioses sabían que ellos eran criaturas mortales como ustedes, capaces de actuar para mal o para bien. No nos opusimos cuando les trajeron comercio y bienes a cambio de sus minerales. Pero al traer también la herejía, los dioses deben actuar para defender el mundo que legítimamente les pertenece.”
La criatura terminó ese discurso con sus ojos directamente enfocados sobre Dev, en conocimiento de su posición como capitana y responsable por el comportamiento de los humanos. Supo que se esperaba alguna reacción de su parte; el destino de la misión comercial del Foxfire podía aquí estar pendiendo de un hilo. Enmascarando sus emociones para prevenir que cualquier indicio de nerviosismo se notara en su voz, dio un paso hacia adelante y se dirigió al mensajero divino.
“Oh, ser bendito, escúcheme,” dijo. Su voz tomó los tonos cuidadosamente modulados que generalmente empleaba en las emergencias de la sala de control. No había señal de sarcasmo o irreverencia en su discurso. “Los seres humanos somos individuos, como los daschameses. El individuo llamado Zhurat era un perpetuo irrespetuoso hacia las autoridades. Se encontraba tan ebrio esta noche, como seguramente ya lo sabe. En su omnisapiente conocimiento, sabe que intenté disuadirlo de estas acciones irritantes y heréticas; es mi falta y me avergüenzo de no haber tenido éxito. Lidiaron con Zhurat según sus normas y costumbres, como es su derecho. De hecho, los dioses son los maestros de Dascham, y pueden tratar con los transgresores según les parezca justo. Pero los dioses de Dascham son reconocidos a lo largo de la galaxia por la rectitud de su justicia; pido a esa justicia no condenar a todos los humanos por las transgresiones de uno como Zhurat.”
Esa última parte era una mentira descarada. Al menos el noventa y nueve por ciento de la raza humana jamás había escuchado hablar sobre Dascham; y entre la distinguida minoría que había escuchado sobre ese planeta, consideraban que sus dioses eran parte de un pintoresco folclor. Pero de acuerdo a las lecturas extensas de Dev acerca de religiones, ella tenía conocimiento de que todos los dioses tenían un trato en común: eran inmensamente susceptibles a las adulaciones. Con una situación tan crítica, ciertamente no haría daño el jugar con los egos de las deidades de Dascham.
Al terminar de hablar, dio un paso hacia atrás e inclinó humildemente su cabeza en espera de la respuesta del ángel. La fulgurante criatura pareció considerar sus palabras durante medio minuto antes de hablar nuevamente. “Los dioses son justos,” anunció a un apasionado coro de ‘Amenes.’ “Han decidido que Zhurat actuó solo en su atento de impartir la herejía entre los verdaderos creyentes. Fue castigado en una forma justa, para mostrarle a quienes tienen dudas, el poder de los dioses. Una muerte rápida debe ser el final de todos los que se opongan a los dioses.”
Más ‘Amenes.’
“Los otros humanos parecen inocentes de esta mancha de herejía. Los dioses han ordenado que ellos vivan y continúen con su misión comercial como antes—pero la muerte de un tripulante les servirá como ejemplo. Todo aquél que se oponga a los dioses, morirá.”
En este momento, Dev, quien ahora conocía bien el sistema, condujo el canto de “Amén” de los espectadores.
“Grandes son los dioses, porque de ellos es el poder y la gloria eternos.”
“¡AMÉN!”
Con este último pronunciamiento, el Oso de Peluche Vengador se levantó serenamente hacia el cielo una vez más, moviendo sus alas como si nada. Su espada brillaba con un fulgor dorado mientras ondeaba su hoja casi de una manera amenazadora. Dev no podía inclinar su cabeza hacia abajo demasiado lejos para mirarlo subir porque el torrencial aguacero entraba en sus ojos. En lugar de eso, miró hacia donde habían estado las cenizas de Zhurat. El uniforme carbonizado, ahora enterrado en el fango, hizo imposible diferenciar entre los restos de su tripulante y el barro natural de Dascham.
Moviendo suavemente su cabeza, se perdió de vista. Seguramente tienen un infierno de película, pensó—pero teniendo cuidado de no expresar ese sentimiento en voz alta.

***

Dev y Dunnis rodaron de vuelta al Foxfire en el pequeño carruaje que los nativos les dieron. El daryek que lo tiraba era una bestia de aspecto viejo y enfermizo, probablemente la única a la que los habitantes de la localidad pudieron comprar. El animal, quien no estaba contento con la idea de estar obligado a trabajar de noche, mostró su resentimiento tirando lentamente a un paso apenas más rápido que el que los humanos podían llevar a pie. El carruaje retumbaba y se sacudía a través de las irregularidades del camino en una forma que parecía haber sido planificada para producir los peores moretones en los traseros de los pasajeros. Aún así, Dev recordaba lo desagradable que fue su camino hacia el pueblo por este mismo camino y decidió que prefería estas humillaciones—a duras penas.
Ambas personas permanecieron en silencio durante la mitad del camino, contemplando todo lo que habían visto. Finalmente, Dunnis exhaló un largo suspiro. “Eso fue terrorífico,” dijo. Toda señal de ebriedad había desaparecido de su voz; la muerte de Zhurat lo puso en sobriedad rápidamente.
Dev sonrió levemente. “No puedo discutir contra eso.”
“¿Qué supone usted que sucedió allí, de todos modos?”
“Los dioses hirieron a Zhurat por su blasfemia y un ángel descendió y nos dijo que no pecáramos más.”
Dunnis la miró con extrañeza. “¿De verdad cree en toda esa palabrería?”
“Es así como me pareció que era. Estoy abierta a mejores explicaciones, si las tiene.”
“Pensé que ustedes los eoanos no creían en nada además de ustedes mismos.”
“¿Está intentando decirme en qué creo?” Dev fue muy cuidadosa al decir eso. Sería demasiado fácil interpretar su observación como un sarcasmo. En su lugar, se aseguró de doblar las puntas de su lengua en una mueca severa pero cálida, de manera que el ingeniero pudiese ver que no había ninguna hostil defensa tras su observación.
El gran pelirrojo se rindió. “Francamente, capitana, no sé qué pensar. Seguramente usted estuvo haciendo reverencias y diciendo amenes por todo el lugar frente a ese… ese....”
“‘Ángel’ creo que sería un buen término. Y yo no hice ni una sola reverencia—aunque si todos los demás a mi alrededor lo hubiesen estado haciendo, yo lo hubiese hecho. La cortesía y las buenas maneras siempre te harán ganar puntos, siempre y cuando sean aplicadas correctamente.”
“Pero se entregó tan fácilmente a esa cosa, prácticamente chupándole el culo para pedir perdón—”
“Mis padres no me criaron para ser un pararrayos,” dijo Dev con simpleza.
“Si, pero… bueno, si son dioses, ¿por qué sólo están aquí en este atrasado planeta? ¿Por qué no están en el espacio o en otros mundos?”
“Yo no puedo responder eso. Simplemente no tengo suficiente información. Ciertamente no parece que estuvieran en el espacio, y sé que no están en Eos. Si así fuese, toda la población habría sido incinerada hace mucho tiempo. Pero se me ha dicho que los dioses trabajan de maneras misteriosas. Este es un universo enorme y variado; todo es posible.”
“Pero—”
“Escuche, hace mucho tiempo, una vez un poeta llamado Alexander Pope escribió, ‘Una verdad está clara: cualquiera que sea, es correcta.’ Eso, finalmente, es lo que yo creo. Lo que sea cierto para el resto del universo no tiene importancia aquí; lo que sea cierto en Dascham es que hay dioses que tienen magníficos poderes. Mientras estoy aquí, intento tomar en cuenta ese hecho antes de hacer o decir cualquier cosa. Le aconsejo que haga lo mismo—los dioses saben todo lo que se hace y pueden escuchar todo lo que se dice en este mundo.”
“Pero estamos hablando galingua ahora; seguramente ellos no entienden ese idioma.”
“No los subestime. Ya he perdido a uno de mis tripulantes, no puedo permitirme perder otro.” Y con eso terminó de hablar. Dunnis, comprendiendo que ella no tenía intenciones de hablar más, se sentó taciturno a su lado e intentó acompañarle a través de la lluvia y la oscuridad mientras su daryek caminaba lenta y pesadamente.

***

Fue cuestión de suerte el hecho que Dev había encendido algunas luces externas al dejar la nave, de lo contrario, podrían haber ido más allá de su destino, más allá de los bosques, en la penumbra. La Foxfire era pequeña para ser una nave de carga—siendo una bala de apenas treinta metros de altura y doce de diámetro en su base—aunque aquí en Dascham se veía gigantesca. Aunque es grande en comparación con las construcciones a pequeña escala de este mundo, podría ser completamente engullida por la total oscuridad de la noche daschamesa.
Dev ató al cansado daryek a una aleta estabilizadora de la nave, para eliminar la posibilidad de que la patética criatura intentase escapar durante el resto de la noche. Luego, tomando el empapado uniforme espacial que era todo lo que quedaba de Zhurat, siguió a Dunnis subiendo la escalera y entró en la compuerta de aire. Una vez adentro, continuó subiendo todo el camino hacia la nariz de la nave, moviéndose silenciosamente para que el ingeniero la siga. Pasaron el área de alojamiento y en su lugar, fueron a la sala de control, donde Dev caminó decididamente hacia la consola del capitán y activó un par de interruptores. Suspiró levemente y cerró sus ojos. “Creo que estaremos bien ahora.”
Dunnis la había observado con creciente curiosidad. Por sus acciones, ella había encendido las pantallas deflectoras alrededor de la nave. “¿Le preocupaba que los meteoritos pudieran golpearnos aquí?” preguntó.
“No, sino que el campo de las pantallas debe ser suficiente para atajar cualquier transmisión de baja intensidad proveniente desde el exterior de la nave. Ahora podremos hablar libremente.”
“¿Sobre qué?”
“Sobre los dioses. No se equivocó al pensar que yo no creía en ningún ser sobrenatural. Pero lo más importante es que alguien—o algún grupo de alguienes—ha armado un teatro aquí, y son bastante poderosos.”
“Pero ¿qué relación tiene con las pantallas...?”
“Comencemos por el principio,” dijo Dev. “Asuma que esos dioses son mortales como nosotros y que son tecnológicamente más avanzados que los demás nativos. Para una raza tan primitiva como la daschamesa, las maravillas de la ciencia serían vistas como magia, y pudieran ser vendidas por cualquiera que desee esforzarse para hacerlas. Por ejemplo, los dioses dicen ser capaces de escuchar todo lo que sucede en todo el mundo. Usted es un ingeniero, ¿cómo manejaría eso?”
“Micrófonos y transmisores,” dijo lentamente el hombre grande. “Existen dispositivos en forma de insecto, tan pequeños que los nativos nunca se darían cuenta de su función.”
“Exacto.”
“Pero hacer eso a lo largo y ancho del planeta—”
“Olvide eso por ahora. Asuma que hay una cuenta ilimitada para los gastos y hable de posibilidades tecnológicas.”
Dunnis hizo una mueca. “Sí, es posible—pero coordinar todas las conversaciones espontáneas debe ser muy difícil.”
“Sabemos que pueden escuchar lo que se dice porque obviamente escucharon a Zhurat,” continuó Dev, ignorando el comentario de Dunnis. “Por lo tanto debemos asumir la posibilidad de que nuestras conversaciones estén siendo monitoreadas. ¿Por qué cree que yo era tan cuidadosa con lo que decía de regreso aquí? Aún no nos encontrábamos fuera de peligro y usted aún quería continuar metiéndonos en él. Hasta que podamos hablar con seguridad, no quería decir cualquier cosa que me haga candidata para su práctica de puntería etérea.”
Dunnis miró al panel de control, donde la luz azul de las pantallas deflectoras brillaba frescamente. “¿Y cree usted que tienen algunos de sus bichos aquí? ¿Cómo?”
“No puedo ser certera, pero hemos llevado una gran cantidad de carga la semana pasada. Algunos de los diablillos pudieron haberse colado por allí y haberse esparcido por la nave, por ahora. Pero si fuesen tan pequeños, no podrían transmitir con mucha intensidad, y las pantallas deflectoras deberían hacer suficiente interferencia para bloquearlos.”
“¿Qué hay de ese ángel? ¿Cómo lo explica?”
“Era un robot,” dijo Dev, sentándose en su sillón de aceleración y tocando ociosamente el uniforme de Zhurat. “Debió haberlo sido, para brillar así. Me han dicho que algunos peces en las profundidades del océano tienen su propia fosforescencia natural, pero es una adaptación a su medio ambiente. Este ángel no la necesitaba—ni tampoco necesitaba sus alas.”
“Entonces, ¿cómo volaba?”
“De la misma manera como el Foxfire lo hace—impulso gravitacional. ¿No se dio cuenta de cómo permaneció lo suficientemente alto y distante de cualquier persona, para evitar matarnos a todos con su estela? Cuando aleteaba, sus movimientos no eran lo suficiente rápidos o fuertes para llevar algo tan grande al cielo. Luego planeó durante un largo tiempo sin aletear en lo absoluto. Con el equipo adecuado, posiblemente usted pueda construir uno para usted en un par de días.”
El ingeniero negó con su cabeza. “Sí, ahora que lo explica todo suena tan simple. Pero aún así no puedo pasar sobre el alcance de la operación.”
“Cuando se desea controlar un planeta, se debe pensar en grande,” Dev señaló.
“Eso supongo,” admitió Dunnis. “Bien, ¿qué vamos a hacer al respecto?”
“Nuestra primera instrucción para los negocios será limpiar nuestra nave—asumiendo que esté llena de bichos, en primer lugar. Dejar los escudos antimeteoros encendidos durante todo el tiempo es un gran derroche de energía. ¿Hay alguna manera en que pueda usted fabricar un detector para encontrar los transmisores?”
“¿Ahora, capitana? No he dormido nada desde la noche anterior—”
“Tampoco yo. Como recuerdo, el hecho de que usted y Zhurat se hayan quedado afuera durante más tiempo del que debían, ha sido lo que inició esta cadena de eventos. Me estaba preguntando sanción sería adecuada—posiblemente una pérdida adicional de sueño sería apropiada.”
No agregó que, para asegurarse de él no arruinase el trabajo, ella también tendría que perder horas de sueño—sin haber hecho nada que le hiciera merecer un castigo. La responsabilidad viene con la autoridad, se recordó a sí misma. Por eso eres una capitana y él es sólo un ingeniero.
Dunnis sacudió su cabeza. “Aún si yo no estuviese cansado, sería horriblemente difícil detectarlos. No tengo la más remota idea de cuál es la frecuencia en la cual transmiten, o la intensidad de su señal. Tomaría una eternidad.”
Dev pensó acerca de eso. “Entonces tendríamos que encontrar una primero y examinarlo. Eso debería darnos suficientes pistas para construir algo.” Se puso de pie. “La bodega de carga es el lugar más lógico para comenzar nuestra búsqueda. Vamos.”
Notoriamente, Dunnis se sentía infeliz por tener que trabajar cuando estaba tan cansado, pero también estaba claro que respetaba la autoridad de Dev. Al menos ella había establecido eso durante las seis semanas que llevaba con la nave a su cargo. Zhurat había sido el único que la despreciaba—y ahora ella ya no tendría ese problema de nuevo, aunque su pérdida significaba más trabajo para todos, inclusive ella misma, al menos podía darle las gracias a los dioses de Dascham por ese pequeño favor.
Los incómodos camarotes del equipo estaban cerca de la sala de control. Roscil Larramac dormía detrás de una de esas puertas cerradas, y Lian Bakori, el astrogador de la nave, estaría en la otra habitación. El complemento restante del Foxfire consistía en robots, que habían estado bajo la responsabilidad de Zhurat; habían sido apagados durante la noche y estaban almacenados en una habitación especial, justamente delante de la bodega. Una nave de este tamaño realmente debería tener al menos el doble de esta tripulación, pero Roscil Larramac recortó los gastos a modo de poder tener gananciales; Dev había discutido con él para incrementar el número de tripulantes, por lo menos una o dos personas más, pero él se había rehusado. Ahora, en su primera parada planetaria, ya se encontraban cortos de manos.
“No disfrutes al señalar a los demás cuando eres ti quien tiene razón,” citó a un escritor del siglo veintidós llamado Mellers, “a menos que ellos disfruten al señalarte cuando tú estés equivocada.” No obstante, le hubiese gustado haber tenido esos compañeros extra.
Inmediatamente atrás de los camarotes se encontraban las áreas comunes, que incluían cocina, capilla, lavandería, muelle de salvavidas, reciclador y sala de recreación. Después, la sala de almacenaje de robots y finalmente la bodega de carga, con los motores hacia el final de la nave. La distribución era estándar para la mayoría de las naves comerciales pequeñas. Aunque Dev sólo había estado a bordo durante dos meses, sentía como si hubiese vivido allí durante la mayor parte de su vida.
Mientras se acercaba a la bodega, Dev creyó haber escuchado un ruido proveniente del otro lado de la puerta. De inmediato miró a Dunnis y el gran hombre hizo un gesto indicando que también lo había escuchado. Silenciosamente, ambos bajaron hacia la escotilla de la bodega. Dev retiró su arma láser de su cinturón, preparándola para disparar, incitando a Dunnis a hacer lo mismo. Cuando ambos estuvieron listos, presionó el botón que hacía que se abriera la escotilla.
La bodega estaba oscura por dentro, la única luz se filtraba a través del corredor donde se encontraban. Nada se movía, nada parecía estar fuera de lugar, pero Dev no se bajó la guardia. Al llegar al próximo botón, encendió las luces adentro de la bodega.
Allí—tras una fila de cajas cubiertas—vio que algo se movió, de eso estaba segura. Se lanzó cuidadosamente a través de un agujero en la pared, aterrizó con las rodillas flexionadas y miró en dirección al ruido. Encima de las cajas, sólo pudo ver un techo de pelaje marrón.
Había un polizón a bordo del Foxfire.

CAPÍTULO 3
La más alta moral hace una reverencia por un simple respeto hacia los demás.
—Anthropos, La Bondad del Hombre

Dev se puso de pie, ligeramente agachada, con el arma en su mano y corrió rápidamente hacia su lista de alternativas. Estaría entre sus derechos, como capitana de esta nave, abrir fuego de inmediato contra el intruso—pero ese curso de acción sería una estupidez bajo estas circunstancias. Los rayos láser de su arma podrían dañar parte de la mercancía que se encontraba estibada hacia arriba y que la rodeaba por completo; y de todos modos, los nativos no podrían tener armas muy potentes, ya que su tecnología no se extendía mucho más allá de cuchillos y lanzas.
Por su cabeza se cruzó el pensamiento de que este no podría ser un nativo ordinario y su aparición aquí podría tener alguna conexión con los eventos acaecidos más temprano. Posiblemente, era algún espía de los dioses, que vino a observarlos personalmente. Pero hace apenas un momento, ella había afirmado que los dioses eran seres con una elevada experiencia tecnológica; enviar a un nativo para espiarlos no sería algo propio de esos personajes. Por ahora, Dev tachó esa posibilidad, aunque mantuvo su arma preparada. Era su política personal que al negociar con cualquier otro ser pensante, debía usar la coacción física sólo como un último recurso.
“Dunnis,” llamó al ingeniero en voz baja, quien continuaba en el corredor sobre ella, mirando con preocupación hacia la bodega. “Despierte a Larramac y a Bakori. Dígales que tenemos un polizón en la bodega y tráigalos aquí. Puedo requerir de su ayuda.”
El gran hombre dudó dejarla sola. “¿Está segura que estará bien? Una mujer sola con un intruso desconocido—”
Ten paciencia con las buenas intenciones, dijo para sí con firmeza. Con frecuencia, no pueden evitarlo. “Vaya. Ahora. Es una orden.”
Dunnis obedeció.
Dev volcó toda su atención sobre el nativo. No se había movido de su posición inicial tras un lote de cajas. Ya que la criatura debía saber que Dev había ingresado a la bodega, al parecer no se encontraba segura de haber sido vista y no quería hacer ningún otro movimiento. Además, debía usar el silencio para escuchar cualquier sonido que le indicara movimiento en dirección a ella.
Manteniendo el arma lista para disparar, Dev encendió el casco traductor que aún tenía puesto. “Quienquiera que seas, sé que estás aquí,” dijo en un tono tranquilo y calmado. “Mi nombre es Ardeva Korrell y soy la capitana de esta nave. ¿Cuál es su nombre?”
El interlocutor seguí sin moverse. Posiblemente haya pensado que Dev estaba fingiendo, o probablemente tenía mucho miedo. Tuvo que disipar cualquier temor que pudiera tener.
“Quiero decir que no tiene malas intenciones,” prosiguió. “Sólo quiero saber por qué decidió ocultarse a bordo de mi nave. Sé exactamente dónde se encuentra, pero le prometo que no me acercaré hasta que hablemos. Si no me perjudica ni a mi equipo, ni a mi nave, le garantizo que no lo lastimaré.”
La alfombra de pelaje que originalmente había visto, se perdió de su vista mientras el nativo se agachó aún más debajo tras las cajas.
“Por favor, no intente esconderse; eso no le hará ningún bien. Esta es una nave pequeña, y hay pocos lugares adonde pueda usted ir antes de que lo encontremos. Imagino que este es un lugar extraño y atemorizante para ti, y soy una criatura desconocida y repulsiva, proveniente de las estrellas. A pesar de ello, he negociado justamente con su gente durante los dos días que he estado aquí en su pueblo. Todo lo que le pido es saber por qué has venido.”
Su voz hizo un eco a través de la bodega grande, pero el silencio regresó mientras las últimas partes de sus palabras se desvanecían. Miró la cámara buscando un punto táctico, preguntándose exactamente qué hacer en caso de hacerse necesaria la acción. La bodega no estaba aclimatada; las frías paredes de metal al parecer multiplicaban el clima frío y húmedo del exterior y producían un escalofrío que la hizo temblar aún a pesar de que el material de su uniforme espacial mantenía su cuerpo a una temperatura adecuada.
Cajas y cajones de diferentes tamaños estaban apiladas muy cerca entre sí, por la necesidad de acomodar un gran número en un pequeño volumen; los pasillos entre las pilas de contenedores necesariamente eran estrechas y no eran apropiadas para realizar frenéticas cacerías. Ella esperaba que eso no fuera necesario.
El nativo continuaba sin hacer ningún movimiento para mostrarse. Piensa, se dijo a sí misma. Intenta razonar con la psicología de estas personas. Sabes lo suficiente sobre ellos para hacer una suposición educada. “Mi paciencia es genial, más no es ilimitada,” dijo finalmente. “Estoy comenzando a sentirme un poco cansada del monólogo. Si no me respondes pronto, me veré obligada a tomar acciones más drásticas.”
Entonces, la inspiración le golpeó. “Y después de atraparte, te lanzaremos de la nave a la misericordia de los dioses.”
Esa última amenaza dio en el clavo. Escuchó un sonido que su computadora no logró traducir; parecía más bien un suspiro involuntario que su habla. Pero al menos fue una reacción. Se encontraba en el laso correcto.
“No quiero hacer eso,” continuó. “No me fuerces a hacerlo. Háblame. Ahora.”
Una voz baja y dubitativa emitió un gruñido desde atrás de las cajas. “¿Me… me promete que no me sacará de aquí?” tradujeron los audífonos.
“No puedo prometer nada, no hasta que yo sepa por qué estás aquí y cuáles son tus intenciones. Cuéntame tu historia y permíteme decidir por mí misma.”
“No la puedo contar. Los dioses me matarían.”
Un fugitivo. En lugar de ser un espía para los dioses, este nativo estaba huyendo de ellos. O parecía agresivo ni hostil, a pesar de ello; Dev supo que este delito era más de naturaleza herética.
“Estás seguro aquí. Los dioses no pueden escucharte mientras estés adentro de la nave.” Se arriesgó lo suficiente como para dar un paso hacia el nativo y no se alejó. “Dime por qué estás aquí y veré qué puedo hacer para ayudarte.”
El nativo se enderezó lentamente y la miró. La expresión de su úrsido rostro era imposible de leer, pero Dev se permitió imaginarse que se veía triste y suplicante.
Justamente una voz salió desde la escotilla sobre ella. “No te preocupes, Dev, vamos en camino. Lo atraparemos.” Hubo un ligero traqueteo y un resonante ruido sordo al tiempo que la alta figura de Roscil Larramac bajó al piso al lado de ella. “¿Dónde está?” preguntó. Sus palabras viajaron en voz alta a través de la bodega.
El nativo, quien apenas comenzaba a creer en la tranquilidad y los tonos razonables de Dev, entró en pánico. Amoldándose como mejor podía entre el estrecho pasadizo entre ambas filas de cajas, el polizón corrió en dirección opuesta, hacia la pared más retirada de la bodega. Dev supo que el polizón se sintió engañado.
Dev se dio la vuelta hacia su jefe, sin ni siquiera preocuparse por mantener su temperamento bajo control. “Maldición, ¿por qué tenía que hacer eso? Tenía todo listo para lograr que se rindiera. Sudé sangre intentando razonar con él, y apenas estaba comenzando a creerme cuando usted se lanzó desde el techo como toda una manada de cuadrodontes en celo. Ahora está completamente asustado de nuevo, doblemente asustado, y todos tendríamos que sacarlo de aquí. ¿Exactamente en qué lugar del espacio cree que estamos?”
Larramac se mantuvo en su lugar. Dado que es un hombre de negocios, tenía años de experiencia en discusiones de negocios. Su técnica para lidiar con confrontaciones consistía en dar una respuesta. “Pensé que la estaba rescatando. Creí que usted estaba en problemas. Debí saber que una eoana sería muy orgullosa para admitir que necesita ayuda.”
Esa ráfaga de rabia sacó las frustraciones de Dev. Se sintió culpable por lo que había demostrado, pero sólo un poco. Incluso los eoanos reconocían el efecto catártico de los estallidos emocionales. “Las emociones violentas pueden limpiar el alma,” había dicho Anthropos. “Como las drogas, deben usarse de manera terapéutica—más debe evitarse la adicción.”
Al estar más calmada, miró a su empleador con una mirada que indicaba calma. “Podríamos seguir culpándonos uno a otro durante toda la noche, pero nuestra preocupación principal por ahora es atrapar al polizón. Al parecer, es un fugitivo; sospecho que hizo algo que ofendió a los dioses locales y quiere ocultarse aquí. Probablemente tenga tanto miedo a nosotros como a los dioses. No creo que pueda estar armado con algo más terrible que un cuchillo, pero una persona que se ve amenazada siempre es peligrosa.”
Por la expresión sorprendida en el rostro de Larramac, Dev decidió que se encontraba listo para una batalla de gritos. “¿Qué sugiere que hagamos?”
“Estamos tan atados de manos como él; no quiero poner en riesgo a ninguno de nosotros para capturar a nuestro visitante. Además, probablemente cuatro personas no sean suficientes para hacer el trabajo—y no tan asustados como la criatura en este momento. Creo que mejor dejamos que los robots lo busquen.”
“¿Cuatro personas?” Larramac parpadeó y miró a su alrededor. “¿Dónde está Zhurat?”
“Es una espeluznante y larga historia de terror.” Dev caminó hacia la escalera y subió hacia la sala de almacenamiento de robots. Después de abrir la puerta comenzó a reactivar los robots e indicarles qué hacer. “El nativo deben ser capturado vivo y sin armas,” insistió. “Sean gentiles pero firmes. Está atemorizado, pero su cuchillo no debe ser una gran amenaza para ustedes.”
La compañía del Foxfire contenía veinte robots de tipo pesado. Eran cilindros altos y esbeltos, pesando algo más de unos cien kilos cada uno y con formas físicas vagamente humanoides, pero con mayor fuerza y resistencia. Los robots tenían inteligencia limitada, por lo que requerían de un supervisor; pero las órdenes de Dev—capturar al intruso alienígena—habían sido dadas de la manera más sencilla posible.
Dev desplegó sus tropas mecanizadas enviando grupos de cuatro por cada pasillo hacia el lado más retirado de la bodega. Los robots se movían lentamente y con mucha precaución; el hecho de verlos traía a la mente de Dev monjes medievales caminando al ritmo de cantos gregorianos. Sintió una punzada de lástima por el pobre nativo atemorizado, quien vería acercarse a él a estas amenazantes criaturas, pero no había otra forma. El intruso debía ser capturado tan pronto como fuese posible de una manera segura.
Mientras los robots se acercaban sin tregua hacia su objetivo, Dev le contó a Larramac y a Bakori sobre los eventos que sucedieron anteriormente esa noche en el pueblo. Ambos hombres estaban aturdidos al saber sobre la muerte de Zhurat causada por un rayo divino, además del discurso del ángel. Sin profundizar demasiado sobre sus suposiciones sobre la naturaleza de los dioses, Dev les contó que encender los escudos meteoroides haría que sus conversaciones adentro de la nave fuesen seguras.
Los robots se acercaban al nativo al final de la bodega. Este ser, similar a un osito, se encontraba atrapado pero se negaba a rendirse ante los abrumadores extraños. Al darse cuenta de que su cuchillo podría ser inútil contra las grandes máquinas, miró a su alrededor buscando otra arma para usar. Desesperado, tomó una gran caja entre sus manos y la arrojó contra el robot más cercano. La máquina levantó uno de sus brazos para defenderse y fácilmente esquivó al misil. La caja se estrelló contra una pila de cajas, las cuales cayeron en la fila siguiente, interponiéndose en el camino de los demás robots, causándoles demora en su persecución y regando sus contenidos por el piso.
Mientras los robots se detuvieron para recoger la mercancía y abrirse paso entre las cajas caídas, el polizón vio una apertura temporal. Moviéndose con una velocidad casi inconsistente con su cuerpo rechoncho, el nativo se arrojó entre el grupo de robots en un pasillo y se evadió bajo sus brazos que se sacudían ferozmente. Se puso tras las máquinas que habían intentado capturarlo, haciendo una loca carrera por la libertad—aunque era un misterio para Dev hacia dónde esperaba ir.
Por el momento, a pesar de ello, fue directamente hacia su ingeniero. “¡Dunnis!” gritó ella—innecesariamente. El gran hombre ya había visto venir al nativo.
Dunnis sólo tenía que dar tres pasos hacia su derecha para estar en posición de interceptar al alienígena. Mientras la peluda criatura corría hacia él, el pelirrojo ingeniero se agachó y abrió sus brazos para atrapar al fugitivo. El daschamés tenía tantas ganas de escapar de los robots que ni siquiera notó la presencia del humano hasta estar a unos cuatro metros de distancia, ya para ese momento, era demasiado tarde para fijarse en su avance. Los dos seres chocaron con un golpe discordante que Dev pudo sentir a mitad de la bodega.
El ingeniero cerró sus enormes brazos alrededor del nativo, quien luchó fieramente por liberarse. Los otros tres humanos corrieron para ayudar a Dunnis y Dev silbó para solicitar asistencia por parte de varios robots, los cuales se encontraban parados alrededor preguntándose qué hacer. Aunque el alienígena dio una buena pelea, fue reducido rápidamente y conferido a la custodia de dos robots.
“Llévenlo a la cabina de Zhurat y enciérrenlo. Luego permanezcan en guardia en ambos lados de la puerta para asegurarse de que no escape,” le ordenó Dev a las máquinas. “Tenemos que arreglar este desorden antes de interrogarle.”
Mientras los robots se movían para obedecer, miró a su alrededor el caos en la bodega. Varias docenas de cajas grandes habían sido arrojadas de sus pilas y estaban regadas sobre el suelo. Dev notó con interés que era una esta era una sección de la bodega que había sido un misterio para ella; Larramac se había negado a decirle qué había en esas cajas particulares y cuál planeta era su destino. Dev no había tocado el tema, consciente de la forma como su predecesor había perdido su trabajo; pero ahora sería imposible para su jefe evitar que ella descubra el secreto de su carga.
Al tiempo que caminaba hacia la mercancía derramada, tuvo que hacer un esfuerzo consciente para mantener su sorpresa bajo control. El piso estaba repleto de armas de todo tipo, desde pistolas láser, pasando por rifles, granadas, armas automáticas que pudieran arrasar pueblos—equipo lo suficientemente letal para surtir a una pequeña armada. Y eso estaba sólo en las cajas que se habían abierto al romperse. ¿Cuánto más arsenal continuaba en los contenedores sellados?
Roscil Larramac era un traficante de armas.

***

Aunque Larramac sabía que ella había visto la carga, ninguno dijo una palabra al respecto. Dev tenia muchos otros problemas que requerían su atención inmediata y prefería darse el lujo de trabajar en una a la vez. Guardó el asunto de las armas en el último lugar de su mente para un comentario en el futuro—pero no estaba olvidado.
“¿Podrían ustedes tres dirigir a los robots en la limpieza?” le pidió a Larramac. “Me imaginé que, ya que comencé a hablarle a nuestro cautivo con anterioridad, yo también podría continuar con ese trabajo, si no tienen ustedes alguna objeción.”
“No, no, adelante. Nos encargaremos de las cosas aquí, si está segura de que estará bien arriba.” El dueño de la nave habló rápidamente, tratando de ocultar alguna culpa latente acerca de la carga.
Voluntariamente, Dev dejó la limpieza en manos de los hombres y las máquinas mientras subió hacia el núcleo central de la nave al nivel de los cuarteles de la tripulación. Según sus instrucciones, los robots habían cerrado con llave la puerta del camarote de Zhurat y un robot permanecía de pie a cada lado de ella.
“Estoy entrando,” le dijo a ambos guardias robots. “Si el alienígena intenta escapar, atrápenlo—pero no lo lastimen.” Con eso, abrió la puerta y entró.
El alienígena se sentó en la cama plegable al extremo más retirado de la pequeña cabina, escondiéndose contra el tabique y mirándola. Por su estilo de ropa y estructura corpórea general, ella concluyó que su cautivo era un varón de su especie.
“Hola otra vez,” dijo con calma, cerrando la puerta tras de ella y apoyándose casualmente contra ella para darle un sutil refuerzo al concepto de que él era su prisionero. Su pistola estaba ahora en su funda; sus manos estaban vacías y abiertas en señal de paz. “A pesar de toda la agitación de la última media hora, realmente nada ha cambiado. No somos una amenaza para ti. Podríamos haberte matado, pero no lo hicimos. Eso debería probar nuestras buenas intenciones. Ahora, debes probar las tuyas. Ya te dije mi nombre. ¿Cómo te llamas?”
El alienígena la miró durante un largo rato. Finalmente, al darse cuenta de que no tenía otra alternativa sino creerle, dijo “Grgat Dranna Rzinika.”
“Muy bien, Grgat Dranna Rzinika, ¿te importaría decirme por qué abordaste mi nave?”
“Estaba huyendo.”
“¿De quiénes?”
“De los dioses.” La computadora traducía las palabras de manera casi monótona, pero a Dev no hacía falta tener un diploma en alienología detectar la amargura y disgusto en la voz de una criatura.
“¿¿Por qué?” Cuando el nativo dudó por un momento, Dev agregó, “Recuerda que no podrán oírte mientras estés en esta nave. Puedes hablar libremente.”
“¡Los odio!” explotó Grgat repentinamente. “Son crueles e insensibles. Preferiría apoyar a los demonios del espacio exterior que seguir viviendo bajo el dominio de estos dioses.”
“Así que, ¿soy un demonio?”
Grgat la miró cuidadosamente. “No, pareces un mortal como yo, aunque sí tienes poderes místicos. Pero vienes del reino sostenido por los demonios, y... Y yo quisiera que me llevaras contigo.”
Dev se apartó de la puerta hacia la cama donde estaba sentado su nativo. Se sentó en la esquina opuesta, con precaución de no hacer ningún movimiento repentino o amenazante. “No intento discutir,” dijo, “pero debo saber tus motivos. ¿Por qué odias a los dioses? ¿Por qué arriesgas tu vida para escapar de ellos?”
Las manos en forma de garras del alienígena temblaban nerviosamente. “Porque asesinaron a mi esposa, Sennet. La mataron sin piedad sólo por seguir sus instintos naturales. Ellos—”
Dev interrumpió su incipiente discurso. “¿Sennet se pronunció en contra de ellos?”
“No, esa es la ironía. Era una leal y auténtica creyente. Siempre me regañaba para que fuera más entregado.”
“Entonces, ¿por qué la mataron?”
“Porque se embarazó. Nuestro pueblo ya alcanzó su cuota máxima asignada, incluso después que algunas personas murieron—incluyendo a nuestra única hija—nos negaron el permiso para incrementar la población. Debía ser nuestro turno, pero cuando Sennet quedó encinta los dioses enviaron a uno de sus mensajeros a sacar al bebé de su vientre. Frente a todo el pueblo, le rogó y le suplicó al ángel que no se llevara a nuestro bebé. Fue más respetuosa a medida que rogaba, pero aún así—sólo para mostrarle la futilidad de discutir con los dioses—la mataron. Luego, porque nuestro pueblo está muy bajo la cuota, le dieron la asignación a la próxima pareja en la lista.”
Cuando terminó de hablar, Grgat estaba mirando sus pies, evitando por completo la mirada de Dev. “No puedo adorar a quienes le hicieron algo tan cruel a una seguidora tan leal como Sennet. No me importa que sean dioses, o que puedan matarme con un solo pensamiento—no puedo adorarlos.”
“No,” dijo Dev con suavidad—tan suavemente que su computador casi no pudo captarlo y traducirlo. “No, no esperaría que lo hicieras.” Todos sus instintos salieron de ella para poner un brazo reconfortante alrededor de los hombros de Grgat—pero a la vez temía que el alienígena malinterpretara el gesto. Sus manos permanecieron sosegadamente en su regazo.
Grgat continuó como si no la hubiera escuchado. “Es por lo que, cuando tu nave llegó hace unos días, resolví esconderme abordo y viajar hacia el reino de los demonios. Seguramente no podían ser peores que los dioses que tuve que soportar. Cuando subieron una carga de oro a bordo de tu nave esta tarde, me escondí adentro. Estuve escondido aquí hasta que me encontraste. No les haré daño, lo juro.”
“Te creo,” dijo Dev. Luego agregó como un segundo pensamiento, “debes estar terriblemente hambriento, si has estado aquí todo el día sin comida.”
“Lo estoy. Pero espero sufrir.”
“Eso no tiene sentido. Aún los peores prisioneros tienen derecho a comer—y cualquiera que sea tu situación, estás por encima de eso. La química de tu cuerpo no es muy distinta a la de nosotros—creo que podremos encontrar algo nutritivo para ti o algo a lo que estés acostumbrado.”
Dev se puso de pie, fue hacia la puerta y la abrió. “Bakori,” llamó, sacando su cabeza.
El astrogador apareció por debajo. “¿Sí, capitana?”
“Nuestro prisionero no ha comido durante algún tiempo. Vaya a la cocina y prepare algo para ayudarlo hasta que podamos decidir qué haremos con él.”
“Sí, señora.”
Mientras el astrogador se movía para cumplir con su orden, Roscil Larramac también apareció abajo. “¿Comenzó a hablar?”
“Bastante bien,” respondió Dev. “Tiene muchos problemas afuera.”
“También tiene muchos problemas aquí adentro. Quiero hablar con él. Vamos a subir.” Larramac puso la escalera al nivel de Dev.
Dev le advirtió a Grgat que el dueño de la nave quería hablar con él, y que Larramac no le haría daño. El nativo se veía nervioso—apenas se hacía a la idea de hablar con Dev—pero obviamente no estaba en posición de rehusarse.
Cuando Larramac entró, Dev le contó lo que Grgat le había dicho hasta ahora. Cuando terminó, Larramac permaneció en silencio durante un momento, acariciando su perilla pensativamente. Finalmente dijo, “Si lo llevamos con nosotros, podríamos tener problemas con estas deidades locales, quienes quiera que sean. ¿Merece la pena, Dev?”
“Aún no tengo suficiente información. Pero intento obtenerla.” Dirigiéndose a Grgat, dijo, “Tendremos que saber un poco más antes de poder ayudarte. Dinos absolutamente todo lo que sepas sobre los dioses.”

CAPÍTULO 4
Cabalga con el momento. Incluso si es desagradable, siempre habrá otro dentro de poco.
—Anthropos, La Mente Sana

Antes del Comienzo, explicó Grgat, nada existía además de la Bruma Primigenia que se impregnaba en el universo. Era uniforme y amorfa. Luego, tras un período de eras, comenzó a convertirse en distintas entidades, que eventualmente se convirtieron en dioses y demonios. Primero, ambas razas convivieron en armonía. Juntas, crearon las estrellas y los mundos con los restos de la Bruma Primigenia e impusieron el orden en el caótico cosmos.
Pero, luego de muchos eones, ambas razas tuvieron una disputa. Los dioses querían crear criaturas mortales con las cuales pudieran compartir las maravillas del universo; los demonios, de manera egoísta, procuraron evitar que hubiera otros seres y guardar sus secretos sólo para ellos. Ambas filosofías resultaron incompatibles, y una guerra fue su consecuencia natural.
Los cielos estallaron en fuego mientras ambas especies luchaban por la supremacía. Las estrellas explotaron, y varios planetas fueron devastados en las batallas en las que se enfrentaron. Finalmente, para evitar más destrucción, los dioses pidieron y recibieron una tregua. El planeta Dascham fue creado como un lugar donde los dioses podían experimentar con la vida a su antojo, mientras que los demonios acordaron vagar por los cielos y no interferir con los asuntos de Dascham.
Los dioses construyeron una montaña llamada Orrork, la cual convirtieron en su hogar y donde aún habitan. Una vez que se establecieron allí, hicieron a los miembros de la raza daschamesa a su propia imagen para ayudarles a estudiar los misterios del universo.
Primero, los dioses y los mortales se mezclaban como iguales. Pero después, algunos daschameses malvados se hicieron vanidosos y creyeron ser mejores que los dioses. Comenzaron una revuelta que los dioses, con sus poderes supremos, rápidamente reprimieron—la Hora de la Quema. Pero los dioses sabían que sus creaciones, los daschameses, eran imperfectos—su obstinada arrogancia siempre los conduciría a desafiar a sus creadores. Algunos dioses pensaron en destruir a todos los daschameses y comenzar sus experimentos con vidas nuevas, pero otros de sus colegas se opusieron.
Eventualmente, los dioses decidieron que conservarían a los daschameses, pero como esclavos, únicamente hechos para adorarlos y para llevar a cabo trabajos manuales para servirles. Los dioses mantendrían una supervisión constante sobre sus desobedientes sirvientes, siempre alertas ante alguna señal de rebelión. Además, los dioses crearon a los ángeles para recordarle a los daschameses acerca de su estado degradado y para reprimir y castigar a todos quienes vayan en contra de la voluntad de los dioses.
Se estableció un estricto código de reglas. Ningún daschamés podía decir o hacer nada que pudiera significar hostilidad hacia los dioses. Debían entregarse ofrendas de alimentos por turnos de cada pueblo, las cuales eran llevadas por los ángeles hacia la montaña Orrork. Los daschameses, además de cultivar sus propios alimentos, debían trabajar en varias tareas para los dioses—en la minería de materiales y piedras específicas, los cuales ponían en grandes cubetas que eran recogidas por los ángeles.
La libertad estaba limitada en múltiples maneras. El control de población era estrictamente impuesto. No podían permanecer más de dieciséis daschameses en un mismo lugar a la vez. Los daschameses no tenían lenguaje escrito y los dioses escuchaban cada conversación hablada, sin importar cuán bajo susurrasen. La retaliación (como Dev había visto anteriormente) era rápida y definitiva para cualquiera que desobedeciera la voluntad de los dioses.
Los dioses eran invencibles y gobernaban Dascham con mano dura.

***

Dev y su jefe escuchaban tranquilamente mientras Grgat explicaba la teología de Dascham. Cuando el nativo terminó, se sintió un silencio en la cabina. Finalmente, Larramac se acercó y apagó el traductor en el casco de Dev de manera que Grgat no pudiera comprender qué estaban diciendo. “¿Qué opinas?” preguntó.
“Funciona para un buen cuento.”
“¿Pero le crees?” Larramac la miró estrechamente.
“Asumo por esa mirada extraña que Dunnis le informó sobre mis teorías sobre los dioses. No, literalmente no le creo. Tiene mucho en común con los mitos creacionistas de la gente primitiva de cualquier lugar de la galaxia. A pesar de ello, sí creo que hay más de cierto en esta que en la mayoría de ellas. Y sí creo en los poderes de los dioses; los demostraron muy bien esta noche.”
Larramac se quedó en silencio durante un momento, y luego se acercó al casco de Dev. Dev se lo entregó y él encendió el traductor de nuevo. “Dígame, Grgat, ¿exactamente qué espera de nuestra parte?”
“Quisiera que me sacaran de Dascham y me llevaran hacia el cielo, hacia el reino de los demonios.”
“Pero acaba de decirnos que los demonios se oponen a la vida. ¿Por qué querrías ir allá?”
El nativo dudó, y finalmente decidió creerle a los humanos. “Yo... quise pedirles ayuda para destruir a los dioses. Solamente si los dioses resultan vencidos, Dascham puede ser realmente libre.”
“¿Y acaso los demonios lo escucharían? ¿Cómo espera ganarse su simpatía si ellos se oponen a la vida?”
“Los dioses dicen ser buenos, aunque los he visto hacer cosas que inclusive ellos dicen ser malas. Dicen ser sabios, aunque a veces actúan tontamente. Estoy aprendiendo a no creer todo lo que me han dicho los dioses.”
“El comienzo de la sabiduría,” Dev murmuró—pero muy calladamente, de manera que el traductor no lo captara.
Grgat continuó, obviando la observación de Dev. “Los dioses dicen que los demonios no tolerarían la vida—aunque ustedes vienen de los cielos y son tolerados, aunque no son demonios ni dioses. Los dioses dicen saberlo todo sobre Dascham, aunque obviamente no saben qué estamos diciendo ahora, porque ya nos hubieran aplastado mucho antes de esto.”
“¿Cómo sugiere que encontremos a los demonios?” preguntó Dev.
“No lo sé,” admitió el nativo. “¿Alguna vez has visto alguno?”
“He conocido a muchos seres que podrían ajustarse al término, pero probablemente no sean a quienes tienes en mente.”
“¿Sería posible que me ayudes a buscarlos? Te pagaré bien.”
Al escuchar la palabra “pago”, Larramac se enderezó en su asiento. Prestó atención más cuidadosa a la úrsida figura de Grgat mientras dijo, “¿Pagar? ¿Cómo? No sabía que los daschameses tuvieran algo con qué pagar. No parecen particularmente adinerados.”
“Sería después de destruir a los dioses, por supuesto. Si dejamos de servirle a los dioses, podríamos trabajar para pagarles nuestra deuda. Hay minerales que los dioses consideran valiosos, y algunos de ellos ustedes podrían también considerar vender. Podríamos darles mucho más que eso como pago por nuestra libertad.”
En ese momento, el astrogador de la nave, Lian Bakori, entró con una bandeja de comida para el prisionero. Al darse cuenta del la expresión ansiosa del rostro de Grgat al mirar la comida, Dev consideró que sería mejor interrumpir el interrogatorio por los momentos. Todos estaban exhaustos y necesitaban reposar. Luego que Bakori dejó la bandeja, ella salió de la cabina, al tiempo que hizo un gesto para que el propietario de la nave y el astrogador salieran delante de ella.
Una vez más estando afuera, Dunnis se le acercó. “Mire lo que encontré, capitana.”
El pequeño trozo de metal que sostenía en su mano extendida tenía menos de dos centímetros de longitud tenía menos de dos centímetros de longitud. Aunque tenía un pequeño conjunto de patas para movilizarse, obviamente era artificial.
“¿Dónde lo encontró?” ella preguntó.
“En la bodega, mientras limpiábamos. Usted tenía razón, creo que es uno de los bichos que los dioses usan.”
Dev estaba muy cansada como para sentir regocijo por el hecho de que sus presunciones eran correctas. Sólo inhaló profundamente y dijo, “¿Puede hallar la frecuencia en la que transmiten?”
“Puede tomar un ratito, pero… sí, puedo hacerlo.”
“Bien. Hágalo de inmediato. Luego necesitaré que construya un dispositivo emisor de interferencias de manera que pueda apagar los deflectores meteoroides. Estamos consumiendo la energía de la nave.”
“Sí, Capitana. Eso puede tomar un rato.”
“Tómese todo el tiempo que necesite, hasta las 0730 de esta mañana. Luego de esa hora, deberá estar listo.”
“Pero Capitana, no he dormido nada y las pruebas....”
“Si usted no hubiese estado afuera holgazaneando con Zhurat, nada de esto sería necesario. Las pruebas son relativamente sencillas—Tengo algo de conocimientos sobre ingeniería. Puedo hacer las pruebas y construir el emisor de interferencias en unas quince horas; espero que usted, con su experiencia especial en la materia, lo haga en la mitad del tiempo.”
Dunnis abrió su boca para seguir protestando, pero Dev lo interrumpió. “Cada minuto que pierde aquí discutiendo conmigo le resta un minuto de tiempo para trabajar. Le sugiero que comience ahora.”
El ingeniero encogió sus grandes hombros y dispuso a cumplir con sus órdenes, dejándola sola junto a Larramac y Bakori. “Estaré en mi cabina si me necesitan,” dijo a ambos hombres. “Tengo la fuerte sospecha de que las actividades de esta noche sólo son una antesala a algo mucho peor y me gustaría tener al menos dos horas de descanso antes de enfrentarme a eso.”
Bakori aceptó su anuncio con el mismo silencio sepulcral que usaba para todas las ocasiones. El astrogador era un neo-budista ortodoxo y, como tal, aceptaba todo el universo exactamente como era. Dev no podía recordar haber conocido a un hombre más pasivo, pero hacía su trabajo razonablemente bien y no le daba problemas, por lo que ella no tenía quejas.
Roscil Larramac, a pesar de ello, era otra cosa. Su expresión melancólica y abstraída sobre lo que Grgat dijo presagiaba pocas cosas buenas. Desearía haber sabido qué pasaba por su obsesivo cerebro, pensó Dev. Lo que sea, sé que no me va a gustar.

***

A pesar de haber anunciado su intención de dormir un poco, esa noche estuvo muy incómoda. Se acostó encima de las sábanas en su cama plegable, sus ojos vagaban sin cesar alrededor de la habitación. Un retrete y un lavabo estaban atiborrados juntos en una esquina, junto con un juego de gavetas empotradas, donde se encontraba la mayoría de sus pertenencias. Las paredes desnudas de metal tenían aros para colgar una hamaca cero-gravedad, que se encontraba doblada en una gaveta. Había un cronómetro, una fotografía de sus padres y una del dormitorio donde pasó los siete primeros años de su vida, un par de imágenes de los planetas que había visitado y una muestra con su cita favorita de Anthropos, “No reces para obtener milagros—¡Créalos!”
Se preguntó si estaría despierta para llevar a cabo la tarea esta vez. En un espacio de varias horas, sus problemas habían experimentado un incremento logarítmico y eso no permitió que su cerebro descanse con facilidad.
Abrió un libro y lo hojeó; pero aún al leer, su pasatiempo favorito, sostuvo poco interés en su lectura tras las actividades de esa noche. Preocupada porque no podía perderse con tanta facilidad, y puso el libro abajo en el piso a su lado.
Todo tiene solución, se recordó a sí misma. Sólo hace falta poner la mente en orden. Decidida a hacerlo, separó sus preocupaciones en componentes discretos y las examinó por separado.

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