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Tren De Cercanías
Jack Benton


Tren de cercanías
Jack Benton
Traducido por Mariano Bas



Índice
Otras Obras de Jack Benton (#u7d58f9fc-08b4-54d8-9d7e-c55be566bf71)
Tren de cercanías (#ue833a8b7-9e4e-5327-b7b0-74fd51c98616)
Capítulo 1 (#u39c00522-2bf3-5094-90f0-712cfeb3c0e2)
Capítulo 2 (#ud5e3a02f-145d-53be-91d9-d7cd49f06397)
Capítulo 3 (#uc17a7445-f9a3-51ca-b105-4266f8db855a)
Capítulo 4 (#udbea006a-eddd-52ca-b2fc-59359a11c1fb)
Capítulo 5 (#u87714e7a-f66b-5696-b1b4-cc1297688d64)
Capítulo 6 (#ud2c03af0-13b5-5593-beeb-0d03ad370c8a)
Capítulo 7 (#u146ace44-5cc5-52e8-a224-1df0835ff6ea)
Capítulo 8 (#uf0b90a16-8a06-54f0-9ae4-be7d9a3a05a3)
Capítulo 9 (#u07c90131-997d-52ce-975e-fe2f964bec60)
Capítulo 10 (#u8d9c5598-2533-5319-94b3-ea0563104193)
Capítulo 11 (#ue660bcb9-464b-5a79-9591-f6d16df8efe9)
Capítulo 12 (#ucb8681b5-fd46-5cbd-8bd1-d859e6c55eac)
Capítulo 13 (#ufe3dccc2-bd90-5cf7-84e6-2f4e5f6de297)
Capítulo 14 (#uf54a1cea-e683-5708-b304-c52319930119)
Capítulo 15 (#udbc0b05d-6fc3-5596-a42a-490eacb10d6e)
Capítulo 16 (#ub7f86267-dd87-5170-b7a1-a07d2b9d39cb)
Capítulo 17 (#u7be7b795-3b4e-5c82-bba3-d04cd11be36f)
Capítulo 18 (#u46efaf53-2928-5389-a2d9-f4fc6536a5da)
Capítulo 19 (#u062cf0f4-1eab-5959-94cc-f5cf9ebe8ad8)
Capítulo 20 (#u266ce61b-769d-51c8-a689-92588b8cb20c)
Capítulo 21 (#uf9278bb4-9546-54bc-b521-88daf37a4c07)
Capítulo 22 (#uff60a0ac-ee9b-5c32-9bfa-b3f43640db7c)
Capítulo 23 (#u21a7b470-f422-528a-b751-107f1c4d0497)
Capítulo 24 (#ubce64da9-fac1-58be-b4ce-596fbdf8e23a)
Capítulo 25 (#u187e9f10-9d7f-5554-ac69-e9b334d9f349)
Capítulo 26 (#u5979b2af-dec1-58d4-b25d-5c49b2783306)
Capítulo 27 (#ub2e0e886-9175-55b5-9635-779c05ef955b)
Capítulo 28 (#uce2721bd-197f-5e9e-9d2d-20c5e87cb3c9)
Capítulo 29 (#uc664c77f-1794-5980-bb9b-6ed54a27f90a)
Capítulo 30 (#u5a3415f0-f3cd-597a-a258-28d34f65afb9)
Capítulo 31 (#ud12d2aeb-650f-53ae-a051-f5cac6dd0f39)
Capítulo 32 (#uc3ac4482-1e10-5d24-b84e-d919edffd995)
Capítulo 33 (#u46c0927d-7b70-506c-b35b-c25d847dfa8b)
Capítulo 34 (#u47e6ba7f-5b87-509d-a2a7-717b5a7dcd5d)
Capítulo 35 (#u1ef20141-78e8-54bc-9afd-2ed33eff595e)
Capítulo 36 (#ue77e02e8-1166-5674-8551-1885fcac981f)
Capítulo 37 (#uc216a85f-5076-5c8f-97cc-a25b988b73bf)
Capítulo 38 (#ufdb4767f-9071-508a-ad68-dcdb73c984ae)
Capítulo 39 (#u5618b290-a59a-5425-8a59-dd181587fe96)
Capítulo 40 (#u293d057d-6cee-5cf7-b155-58acd59319f7)
Capítulo 41 (#u0bffba92-732c-5f35-a1ec-485edec3a67c)
Capítulo 42 (#uff384ef2-3e81-5955-86ee-1464e182d144)
Capítulo 43 (#u4e7cd6c4-dc29-5add-9b73-d76b10481d43)
Capítulo 44 (#ude89b859-cb1a-5b4e-b85d-01f73bc9e32c)
Capítulo 45 (#u55d089f3-b0dc-5786-9d9e-3cdd9299ae2c)
Capítulo 46 (#uf48fe956-ceff-56c5-b76a-3e4a17a59b30)
Capítulo 47 (#ub2d35779-7b10-5238-9611-1fb4dc8a4bbc)
Capítulo 48 (#uffca0d71-2700-516d-9233-a22dcd3f9bdc)
Capítulo 49 (#uead9d475-dd88-583e-b822-443650d78610)
Capítulo 50 (#uc705f3e5-5526-54c8-88d6-58745d5a3185)
Capítulo 51 (#u6499dd7b-056f-51fc-bd28-6219ab031eb4)
Capítulo 52 (#u195b3c1e-c934-5bca-ab92-364a2bb616bd)
Capítulo 53 (#u68d4058d-72b0-588e-ae86-849bda6360fa)
Capítulo 54 (#u5b93b395-24bc-57ce-b391-c6d38508855f)
Capítulo 55 (#u1aec5188-90b0-577a-bf7b-6e767b6bfa82)
Capítulo 56 (#u20728d93-5715-5474-bcce-05e0fd765fd0)
Capítulo 57 (#uaff980b2-4a15-5dd0-82b3-721998da3bac)
Capítulo 58 (#ue078dcdc-f0a8-541e-b880-e0fb7ee81af0)
Sobre el Autor (#u704bb7e9-c441-54be-843c-cf9a080df627)

Otras Obras de Jack Benton
(y disponible en español)
El hombre a la orilla del mar
El secreto del relojero
El Encargado de los Juegos
Tren de cercanías
"Tren de cercanías” Copyright © Jack Benton / Chris Ward 2019
Traducido por Mariano Bas
El derecho de Jack Benton / Chris Ward a ser identificado como el autor de este trabajo fue declarado por él de conformidad con la Ley de derechos de autor, diseños y patentes de 1988.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida, en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso previo por escrito del Autor.
Esta historia es una obra de ficción y es producto de la imaginación del autor. Todas las similitudes con lugares reales o con personas vivas o muertas son pura coincidencia.

Tren de cercanías

1


La presentadora se inclinó hacia delante. Sus uñas de manicura y sus relucientes dientes brillaban bajo los focos del estudio e hicieron que a Slim le doliera la cabeza casi tanto como con cualquier resaca que él recordara. La miró fijamente, concentrándose en sus ojos, en el plácido desinterés escondido bajo las sucesivas capas de maquillaje.
—No es la primera vez que usted ha hecho lo que nadie pensaba que podía hacerse, ¿verdad?
Slim sabía que habría estado sudando si el talco mentolado colocado sobre su cara se lo hubiera permitido. En esa situación, solo una pequeña gota cayó bajando por su espalda.
Slim se encogió de hombros, deseando, no por primera vez, romper las tres semanas seguidas de sobriedad en el bar que estaba al otro lado de la calle.
—Supongo que hice preguntas que no se habían planteado antes. Las respuestas sencillamente estaban esperando a que las encontraran.
La presentadora mostró una sonrisa descaradamente falsa, más para las cámaras que para Slim.
—Bueno, eso no empaña en absoluto lo que usted ha hecho. —Se dirigió a la audiencia, invisible detrás de los brillantes focos dispuestos a izquierda y derecha, dejando en el espacio intermedio una neblina de color residual—. Damas y caballeros una vez más, John «Slim» Hardy, extraordinario detective privado. —Luego, con otra sonrisa, como si fuera la noticia más importante del mundo, añadió en tono conspirativo, como si fuera a quedar entre los dos y no ser compartido con quienquiera que estuviese viendo el programa desde casa—: ¿Está seguro de que no nos va a decir por qué le llaman Slim?
Incluyendo una entre bastidores, era la tercera vez que se lo preguntaba. Slim tuvo la misma reacción que con las dos anteriores: una sonrisa incómoda y una mirada al suelo, seguida de un titubeante:
—No quiero aburrirles. No es una historia que merezca la pena.
Luego, aparentemente, se mostraron los créditos, un aplauso que parecía grabado llegó a su alrededor y alguien cubierto de micrófonos y cables se adelantó para llevarlo fuera del escenario del estudio. La presentadora le envió una breve sonrisa translúcida, con la mirada ya muy lejos de ese momento, tal vez pensando en el próximo invitado, y finalmente se vio rodeado por la penumbra de los bastidores. La gente seguía zumbando a su alrededor, pero fue capaz de abrirse paso a través de la apiñada multitud de técnicos, encargados de atrezo y otro personal detrás del escenario hacia los pasillos de servicio y de vuelta al camerino, donde finalmente pudo permitirse un momento para sí mismo.
Inspiró profundamente. Si eso era la fama, podía vivir sin ella.
Tuvo que firmar en el mostrador de recepción para salir de los estudios de televisión, pero esa fue la única interacción con alguien antes de caminar a pie hasta el modesto hotel que la empresa le había reservado. El bar del sótano le atraía como una antigua amante indulgente, pero consiguió evitar su atracción y se fue a la cama. Lo peor pasaba en lo más profundo de la noche, cuando los demonios que raramente estaban lejos de su mente salían a jugar, pero si podía irse a la cama sin beber sabía que se encontraría mejor por la mañana.
Su cabeza seguía zumbando por el terror y la emoción de la experiencia en televisión, pero también estaba agotado después de que el estudio hubiera requerido su presencia desde primera hora de la mañana para pruebas de imagen, vestuario, maquillaje y otros preparativos. Todo eso para una entrevista de veinte minutos sobre su último caso, que esencialmente había resumido, reacio a hablar demasiado acerca de acontecimientos de los que le había costado algunos meses recuperarse.
La fama que le había dado (así como una buena indemnización judicial que le alejaría de las calles por un tiempo) había proporcionado su propia manera de recompensarlo. Ahora le reclamaban y su antiguo Nokia 3310, una pieza casi indestructible de tecnología telefónica básica, sonaba a todas horas. Inseguro de a quién había dado su número de teléfono, después de investigarlo un poco había recordado el viejo sitio web que había empezado y nunca acabado de construir.
Ahora tenía alquilada una pequeña oficina en un bonito pueblo de Staffordshire y había incluso contratado a una señora mayor llamada Kim para que trabajara como su secretaria.
Por primera vez disfrutaba de cierto nivel de éxito, pero se sentía vacío. Incluso cuando debería estar investigando una demanda fraudulenta de un seguro o un asunto extramatrimonial, se encontraba a menudo vagando sin rumbo, inseguro de a dónde se dirigía o qué estaba haciendo, como si el éxito obtenido no fuera realmente lo que había estado buscando después de todo.
Mientras se tumbaba para dormir, dejó el teléfono sobre la mesilla que tenía a su lado, pero advirtió un pequeño cuadrado en una esquina que indicaba un nuevo mensaje de voz.
Desde que cambió su número, salvo unos pocos viejos amigos, solo Kim podía contactarlo directamente, así que tomó el teléfono y abrió el mensaje.
—Mr. Hardy, espero que el viaje haya ido bien. He recibido esta tarde una llamada interesante para un caso que creo que podría ser apropiado para usted…
A pesar de sus altas tarifas, muchas de las ofertas recientes de trabajo para Slim sugerían un nivel de peligro o trauma que prefería evitar. Familias de parientes asesinados que esperaban justicia contra homicidas confesos, secuestros de niños, asesinatos de bandas que acabaron mal. Sabía que no ayudaba a su incipiente reputación como un hombre del pueblo el aceptar solo casos bien pagados pero seguros de fraude o infidelidad, pero eso le hacía mucho bien a su cordura.
Sin embargo, mientras oía el amable monólogo de Kim, se sintió intrigado. Un caso antiguo de una persona desaparecida, que se remontaba a los años setenta. Alguien buscaba a su madre, pero, al contrario que otros casos que le habían propuesto, que sabía instintivamente que sería incapaz de resolver, había algo distinto en las circunstancias que rodeaban a la desaparición. No era que sonara sencillo, todo lo contrario: en realidad sonaba casi imposible. Un caso de desaparición sin rastro, literalmente.
Mientras Slim anotaba el número de teléfono para devolver la llamada por la mañana, sabía que ahora le costaría dormir. El mensaje de voz había encendido en él la nerviosa excitación que hacía de un caso, para bien o para mal, difícil de resistir.

2


Holdergate era un pueblo tranquilo ubicado en un valle amplio y llano entre dos grupos de colinas en medio del distrito de Peak en Derbyshire. Tras bajarse de un autobús unas pocas paradas fuera del pueblo, Slim caminó el resto del camino a través de un paisaje rural agradable y ondulado, salpicado por bonitas casas colocadas al final de largos caminos y bajando por serpenteantes senderos rurales.
Slim llegó a su alojamiento, una pensión en un edificio de los setenta donde la callada dueña Wendy pareció sorprenderse de que hubiera llegado sin automóvil. Su habitación tenía una vista sobre la calle, quedando hacia la izquierda una calle de dirección única flanqueada por sicómoros a ambos lados, con sus ramas frondosas tapando una hilera de casas con terraza y un único local comercial (una freiduría) medio oculta en un extremo. La cama era mullida, la televisión digital funcionaba, el baño de la habitación estaba limpio y había suficientes bolsas de café en una bandeja de bienvenida como para hacerse una taza suficientemente fuerte.
Pagó por adelantado una semana, pensando que la calma y el aislamiento del lugar podían ser agradables incluso si decidía no aceptar el caso. Se dio un paseo alrededor del exterior, contemplando las tranquilas calles residenciales que poco a poco daban paso a unas pocas tiendas y negocios para turistas agrupados en torno a una iglesia pintoresca. El camposanto estaba bien segado y dispuesto, incluso las tumbas más antiguas estaban limpias y eran bastante legibles, sin ofrecer ninguna sorpresa. Al otro lado de la calle había una hilera de tenderetes temporales para turistas; una furgoneta de hamburguesas estaba emparedada entre un vendedor de helados y otro que vendía libros y postales del lugar.
La estación de ferrocarril era una bonita construcción de piedra en una calle recta y ligeramente en pendiente por detrás de la iglesia, bordeada por un lado por una hilera de casas tradicionales de piedra. La calle, alargada en los últimos cuarenta años, continuaba hasta un paso a nivel; la propia estación de Holdergate se encontraba a la derecha, al fondo de una pequeña plaza cerrada por un quiosco y una sucursal local del HSBC. La fachada de la estación, con una zona de parada para autobuses y taxis, era casi invisible a través de los árboles de un frondoso parque que cubría la mayoría del área entre ella y la iglesia.
Slim siguió la calle y subió unos escalones hasta la entrada de la estación. Compró una entrada de andén por diez peniques a un vendedor que supuso que era un aficionado a los trenes, informándole de que el siguiente tren no estaba previsto hasta dentro de media hora. Slim le dijo que sencillamente le gustaba el entorno y se sentó en un banco de madera en el extremo sur del andén. Desde ahí tenía una vista entre una hilera de casas y un pequeño museo local hacia las colinas bajas del distrito de Peak. Holdergate era un lugar somnoliento, donde parecía improbable creer que había secretos escondidos. Aun así, fue aquí donde un sábado, el 15 de enero de 1977, durante una semana de tremendas tormentas, un tren de cercanías con dos vagones que se dirigía desde Manchester Piccadilly a Sheffield se había detenido por completo debido a la nieve acumulada en la vía y una mujer llamada Jennifer Evans había desaparecido sin dejar rastro.
Slim miró su reloj. Las tres menos cuarto. Ya era hora. Se levantó, volvió por el andén y fue a reunirse con la mujer que le había mandado un correo electrónico pidiendo ayuda desesperadamente.

3


—Mr. Hardy, le agradezco mucho la reunión —dijo la dama de cabello entrecano que se había presentado como Elena Trent—. No esperaba que me contestara.
—Su caso despertó mi atención —dijo Slim—. Nunca había oído nada parecido.
Se sentaron uno frente a otro en una mesa de un bonito café-restaurante llamado Porter Lounge, instalado en un viejo almacén detrás de la iglesia. La ventana miraba a la calle principal, que hacía una suave curva con las colinas del distrito de Peak apenas visibles por encima de los tejados. Slim pidió un expreso triple, especialmente hecho para él, y un bocadillo de queso cheddar. Elena pidió sopa de tomate.
—Durante todos estos años he creído que fue secuestrada y muy probablemente asesinada —dijo Elena, poniendo sus manos regordetas encima de la mesa y moviendo nerviosamente los dedos como si luchara por controlar sus nervios—. Quiero decir, siempre se ha considerado oficialmente como un caso de persona desaparecida, pero creo que no lo fue.
—¿Qué edad tenía usted cuando desapareció su madre?
—Acababa de cumplir doce años.
Slim calculó rápidamente que tenía cincuenta y tres, solo seis años mayor que él, aunque al principio había supuesto que tenía más de sesenta. Vio cómo caían los ojos de Elena y cómo temblaba su labio inferior. Cuando empezó a llorar, Slim sonrió incómodo a la camarera. La chica dejó las bandejas y se apresuró a irse.
—Estuve sentada toda la noche esperando a que llegara a casa —dijo Elena—. Pero nunca llegó.
—Cuénteme con sus propias palabras qué recuerda de esa noche. He leído los informes que me envió, pero me gustaría que me lo contara usted.
Elena asintió, recomponiéndose.
—Mi madre, Jennifer Evans, estaba en el tren de cercanías de las ocho y media de vuelta de Manchester después de acabar su trabajo. Era enfermera en la Enfermería Real de Manchester. Ese día había nevado mucho y seguía haciéndolo por la tarde. También hacía viento y la nieve había caído sobre la vía en tal cantidad que el tren se quedó atrapado en la estación de Holdergate. En ese momento vivíamos en Wentwood, la siguiente parada de la línea. Estaba previsto un retraso de varias horas, así que me dijo que estaba pensando en caminar. Solo eran unas pocas millas y había un sendero a lo largo de la línea en aquellos tiempos, un antiguo camino de herradura, que era lo suficiente abierto como para que se sintiera segura. Me llamó desde una cabina telefónica fuera de la estación y me dijo que estaba en camino. Por eso lo sé. —Elena se secó los ojos—. Pero nunca llegó a casa.
—¿Y nunca se encontró ninguna pista?
—Hubo una investigación, pero no llegó a nada. Encontraron su bolso tirado en un pequeño prado a poca distancia siguiendo el sendero, pero solo lo descubrieron tres días después, cuando se derritió la nieve. La única pista fue la fotografía de sus pisadas.
Slim asintió.
—Recuerdo que lo mencionó en uno de sus ficheros y mandó una copia.
—Otro pasajero del mismo tren había querido tomar una fotografía de la calle exterior cubierta por la nieve. Fue a la ventana de la sala de espera y encuadró el disparo. Dijo a la policía que en el mismo momento en que se disponía a sacar su foto, apareció una mujer. Caminó unos pocos pasos hacia el parque, se paró de repente y pareció caer en la nieve. Por lo que contó el testigo a la policía, la mujer manoteó hacia atrás antes de ponerse en pie, dándose la vuelta y corriendo en dirección al sendero.
—¿Y tomó la foto de todas maneras?
—Si. Fotografió la calle mostrando el rastro de mi madre. Lo hizo desde el interior del edificio de la estación, pero dijo a la policía que luego salió a buscarla. Sin embargo, las pisadas desaparecían después de llegar a un talud fuera de la estación y pensó que había vuelto al andén a esperar. No volvió a pensar en ello hasta que vio el cartel de «persona desaparecida» un par de semanas después y reconoció a mi madre como la mujer que había visto.
Slim frunció el ceño y se rascó la barbilla. Acababa de empezar a dejarse una pequeña perilla para ver qué efecto tenía sobre sus clientes, pero le había decepcionado descubrir que la mayoría de lo que crecía era de color gris. Solo tenía cuarenta y siete años, pero la gente le echaba como mínimo diez años más.
—¿Entonces qué pensó que había pasado? ¿Por qué escapó de repente?
Elena se inclinó hacia delante.
—Creo que vio a alguien que la observaba y eso le asustó. Trató de huir, pero esa misma noche la secuestraron y asesinaron y quienquiera que la matara se deshizo del cadáver.

4


No era sorprendente que Elena pensara que su madre había sido asesinada, pero los pocos artículos antiguos en los periódicos que pudo encontrar Slim en las hemerotecas de las bibliotecas locales eran menos sensacionalistas. Parecía que era un caso de una persona desaparecida, pero sin ninguna evidencia aparte del extraño comportamiento que vio otro pasajero, así que la opinión general fue que se trataba de una fuga con un amante secreto. Fuentes cercanas a la familia aseguraban que había problemas maritales, pero no entraban en detalles. Tomó nota de todos los nombres que pudo encontrar y añadió los detalles de su relación con Jennifer Evans, para luego añadir una clasificación de uno a cinco de lo probable que era que A, hablaran, y B, contaran algo importante. Al ser un caso de hace casi cuarenta y dos años, era probable que muchos de los testigos y los entrevistables hubieran muerto y los que siguieran vivos habrían ido olvidando cosas con el tiempo.
Iba a ser difícil. Elena, afectada por las emociones, no sería fiable, pero seguía siendo la persona más cercana al caso, salvo el misterioso fotógrafo que había tomado la imagen. Su nombre no aparecía en ninguna de las noticias y, aunque Slim había supuesto que era un hombre, se dio cuenta de que no había ninguna referencia tampoco a si era hombre o mujer, lo que sugería que esa información se había ocultado a la prensa.
Slim compró un café en una máquina y se dirigió a una zona de trabajo donde podía usar un ordenador con una conexión a Internet. Después de unos minutos de búsqueda, descubrió los nombres de un par de periodistas que se habían ocupado del caso. Investigando un poco más, encontró un obituario de uno de ellos, pero, por suerte, el otro seguía activo y trabajaba como subdirector en una publicación local llamada The Peak District Chronicle.
Las oficinas del Chronicle estaban unos kilómetros al este, en el pueblo natal de Jennifer, Wentwood. Slim anotó la dirección y luego tomó un pequeño autobús del distrito en una parada junto a la biblioteca.
El trayecto duró menos de media hora. Slim, uno de los únicos tres pasajeros (los otros dos eran una señora mayor y un joven adolescente que llevaba un monopatín encima de las rodillas), miró por la ventana y vio la pintoresca campiña mientras se bamboleaban por carreteras comarcales, a través de onduladas colinas y grandes páramos, pasando por bellos lagos y valles boscosos. Aunque era sin duda hermoso de un modo ventoso y abrupto, la cabeza del detective Slim no pudo dejar de pensar que era un buen lugar para esconder un cadáver.
Wentwood era de un tamaño similar al de Holdergate, pero un poco más moderno. Su calle principal tenía tiendas más cosmopolitas que su vecino, pero había algunos edificios bonitos en torno a la tranquila plaza en la que Slim se apeó del autobús. Un reloj en lo alto de la fachada de un banco marcaba poco más de las tres mientras caminaba hasta las oficinas del Chronicle. Había pensado en llamar, pero pensó que era mejor ver la zona y también sabía que la gente es más probable que hable cuando te ve en persona. Una llamada telefónica habría sido más fácil de rechazar.
Una recepcionista recogió su petición y entró en una habitación detrás de ella. Slim miró las imágenes de las paredes: una colección de portadas con paisajes de la publicación, todas mostrando bellos panoramas de las colinas onduladas. Los titulares de las portadas eran cosas como «Los mejores ríos para nadar en el distrito de Peak», «Las prácticas agrícolas perdidas de la Edad de Hierro» y «Compostaje en 10 pasos sencillos». Parecía una línea de trabajo tranquila, muy alejada del erial supuestamente lleno de delitos de las áreas industriales cercanas de Manchester y Sheffield.
—¿Mr. Hardy?
Slim miró a un hombre de pelo gris con unas enormes gafas que cruzaba el umbral de la puerta. Tenía un rostro amable y vestía una chaqueta de tweed algo gastada con el cuello levantado, como si hubiera venido de trabajar en un jardín. Tenía las mejillas sonrosadas y el pelo rizado. Parecía un veterinario o un hortelano: era difícil imaginarlo como un joven veinteañero, un reportero ocupándose de una desaparición misteriosa.
—¿Sí? ¿Es usted Mark Buckle? Gracias por su tiempo. Por favor, llámeme Slim.
Se sintió incómodo mientras entregaba a Buckle una tarjeta de visita con su nombre y sus datos de contacto en una cara y DETECTIVE PRIVADO en la otra. Kim había insistido en que necesitaba una, imprimiéndola con el ordenador en grandes hojas, así que seguían teniendo perforaciones en los lados. Hasta entonces, solo había dado tres: dos en la compañía de televisión y una al agente de policía en el estacionamiento al otro lado de la calle de su piso actual para demostrar que no era un vagabundo, después de que este le pidiera que se fuera.
—Soy un detective privado que investiga la desaparición en 1977 de una mujer llamada Jennifer Evans. He estado revisando el caso y vi en un periódico un artículo escrito por usted. Ya sé que ha pasado mucho tiempo, pero me gustaría hablar con usted sobre ello.
Buckle frunció el ceño.
—Caramba. Bueno, fue hace mucho tiempo. Tengo que acabar algunas cosas. ¿Le parece que nos tomemos después un café?
Slim asintió.
—Claro.
Buckle le indicó un lugar donde podían encontrarse. A Slim no le apeteció sentarse solo mientras esperaba, así que se dio un paseo por la calle principal de Wentwood. Un puñado de cadenas de tiendas abarrotadas pero modernas se apretaban con tiendas de recuerdos y cafés locales. Slim echó un vistazo a la puerta de un cine diminuto, vio que la película que proyectaban llevaba ya seis meses en cartel y sonrió. Si querías desaparecer, la zona era un buen lugar para hacerlo.
Mark Buckle le estaba esperando en una mesa junto a la ventana cuando volvió al café.
—Pensé que me había plantado —dijo, levantándose para dar la mano a Slim—. De todos modos, paro aquí a menudo cuando vuelvo a casa, así que he pedido un dónut.
Sin estar seguro de si Buckle estaba bromeando, Slim rio sin comprometerse y se sentó.
—Debo pedir perdón por la brusquedad de mi visita —dijo Slim.
—En absoluto. No estamos precisamente abrumados de trabajo en el Chronicle. —Levantó las gafas sobre su nariz mientras miraba al vacío, tal vez recordando viejas aventuras—. Así que quiere saber acerca de Jennifer Evans, ¿verdad?
—Cualquier cosa que recuerde. Me llamó su hija, Elena Trent. Quería que tratara de descubrir qué le pasó a su madre.
—¿Después de tantos años?
Slim sintió que sus mejillas enrojecían.
—La señora Trent me vio en, hum, un programa de televisión. Me llamó por capricho, creo.
—Usted es uno de esos detectives de la tele, ¿verdad? —dijo Buckle con una sonrisa—. ¿Los que resuelven casos imposibles?
—No es así exactamente —dijo Slim—. Mi caso tuvo cierta repercusión, eso es todo.
—Bueno, no estoy seguro de en cuánto puedo ayudarle —dijo Buckle—. Pero sí que recuerdo el caso. Era un novato con mi primer contrato y me encantó que me pidieran escribir sobre él. Nunca había ido a un lugar, entrevistado a testigos y todo eso. Durante un tiempo me pareció una aventura.
—¿Durante un tiempo?
Buckle suspiró.
—Dejó de gustarme enseguida —dijo—. No me refiero al periodismo, sino al reportaje criminal. En 1980 tuve la oportunidad de pasarme al departamento de noticias rurales y nunca me he arrepentido.
—¿Fue el caso Evans el que le hizo cambiar?
Buckle rio.
—Oh, eso no fue nada. No, un año después tuve que ocuparme del Estrangulador. Eso colmó el vaso.

5


Jeremy Bettelman. El Estrangulador del Distrito de Peak. Sentenciado en marzo de 1979 por los asesinatos de cuatro mujeres cuyos cuerpos se encontraron en el distrito de Peak entre enero y abril de 1978. Slim se encontraba en el tipo de conversación que había esperado evitar al aceptar este caso, acerca de mujeres despedazadas y tumbas improvisadas, estranguladas tan violentamente que dos de las cuatro tenían el cuello roto. Bettelman había defendido su inocencia a lo largo del juicio, a pesar de las abrumadoras evidencias en su contra. A pesar de mantener su inocencia, se suicidó en su celda en enero de 1984, llevándose a la tumba los secretos que pudiera tener.
Slim escuchaba deseando tener para beber algo más fuerte que un café, mientras Buckle relataba los acontecimientos de ese largo y terrible verano de 1978 desde el punto de vista de un joven periodista encargado de cubrir una investigación para la que estaba lejos de estar cualificado. Bettelman, arrestado en junio por un asesinato, se había declarado inocente, incluso cuando un segundo, un tercer y un cuarto cuerpo fueron descubiertos a lo largo de los siguientes tres meses. Incluso cuando empezó el juicio en agosto, Bettelman siguió rechazando cooperar y mantuvo su inocencia, lo que hizo que la falta de evidencias claras y condenatorias acabaran alargando el juicio durante más de seis meses. Toda la región estuvo pendiente del juicio, en parte por la posibilidad de que fuera absuelto y en parte por el miedo a que estuviera diciendo la verdad y el verdadero estrangulador siguiera vagando por sus calles.
—Por supuesto, hubo sospechas de que Jennifer había sido secuestrada por el estrangulador, pero no se ajustaba en absoluto a los perfiles de las demás víctimas. Todas sus víctimas habían sido secuestradas en el área metropolitana de Manchester, todas habían sido prostitutas, se las había matado en el sitio y luego las habían dejado en el distrito de Peak como si se hubiera intentado despistar a la policía.
Lo habían detenido finalmente después de que su automóvil hubiera sido reconocido por una mujer que hacía la calle. Al revisar el vehículo, la policía encontró fibras que coincidían con la ropa que vestían tres de las mujeres en el momento de sus muertes. Se le condenó por la cuarta por una huella de una pisada en el barro de un camino a unos pocos metros de donde se había encontrado el cadáver de la víctima.
La defensa de Bettelman había argumentado que la tela podía explicarse por la contratación habitual de prostitutas por parte de su cliente (algo que nunca negó) y la pisada por el hecho de que practicaba senderismo en el distrito de Peak en su tiempo libre.
Finalmente, las coartadas alegadas no consiguieron convencer al jurado y este declaró su culpabilidad. No había habido asesinatos similares en la zona en cuatro décadas, lo que sugería que la ley había encontrado al culpable, aunque las familias de las víctimas quedaran decepcionadas, al esperar una confesión tras la condena.
Buckle hizo el tipo de relato cansado de un hombre acosado diariamente por lo que había tenido que informar, pero recordaba los acontecimientos con gran detalle. Con el caso Evans, por desgracia, no fue tan claro.
—Fue uno de aquellos en los que pensé más a toro pasado —dijo—. Estuve en la conferencia de prensa de la policía un par de días después de la desaparición de Jennifer e hice algunas preguntas por ahí por mi cuenta, como correspondía a un periodista joven y entusiasta. En realidad, no había nada concreto a lo que agarrarse. Nunca llegó a su casa. Su bolso se encontró tirado en el camino de herradura que sigue el límite entre Holdergate y Wentwood. No se encontró hasta que se derritió la nieve unos días después, así que se supuso que se le había caído en la noche en que ella desapareció.
—¿No hubo un testigo?
—Sí, apareció un par de semanas después. Alguien tomó una fotografía de pisadas en la nieve y aparentemente vio a Jennifer corriendo, supuestamente presa del pánico.
Slim asintió.
—No se mencionaba ningún nombre en ninguno de los reportajes que he encontrado. Si pudiera hablar directamente con el testigo, sería de gran ayuda.
Buckle se encogió de hombros.
—Imagino que tendrá que acudir al informe oficial de la policía para eso. No dieron el nombre a los periodistas, porque supuestamente el testigo era menor de edad, un chico de solo seis o siete años. La cámara era una vieja Polaroid que le habían regalado por su cumpleaños. Aparentemente vio una imagen de una persona desaparecida en el escaparate de un supermercado pocos días después, se lo dijo a sus padres y estos a su vez acudieron a la policía. Todas las declaraciones tuvieron que hacerse con la presencia de sus padres. Además, considerando su edad, su fiabilidad como auténtico testigo siempre estuvo en duda, por lo que se escribió poco sobre él. Fiarse de la mente imaginativa de un niño hubiera sido mandar a la policía a una búsqueda sin sentido. Es verdad que tenían una fotografía, pero aquí es donde la palabra «supuestamente» queda en el centro del escenario. No hay ninguna prueba absoluta de que viera a nadie.

6


Mark Buckle le dejó sus datos de contacto, diciendo a Slim que le llamara si había algo más que pudiera hacer, pero Slim pensó que ya había agotado una buena pista.
A pesar de la falta de una relación razonable, el Estrangulador del Distrito de Peak merecía una investigación, así que al día siguiente Slim se levantó pronto y se dirigió a la biblioteca pública de Holdergate. Imprimió un par de perfiles web y también revisó un par de libros sobre delitos, aunque era escéptico acerca de la perspectiva sensacionalista que normalmente adoptan. Tras retirarse a una zona de estudio, repasó el material que tenía.
Nacido en 1947, Jeremy Bettelman había sido conductor de reparto para una empresa de accesorios de baño de Manchester. Su trabajo le obligaba a menudo a viajar a Sheffield, lo que se había tomado en el juicio como una prueba circunstancial, al darle la oportunidad de deshacerse de los cuerpos. Puesto al cuidado de los servicios sociales desde muy joven, había mostrado muchos rasgos comunes con otros asesinos en serie: crueldad con los animales, problemas con la ley en su adolescencia, violencia y sospechas de abuso durante sus años de tutela, problemas de alcohol, una preferencia por la soledad. Después de cumplir dos años en la cárcel por atracar a dos señoras mayores en un mes, parecía haber pasado página. Había estudiado en prisión para ser instalador y conseguido un empleo como conductor de reparto como parte de un nuevo programa público de rehabilitación.
Durante seis años, antes de ser detenido y condenado como el Estrangulador del Distrito de Peak, su historial había sido impecable.
Había quienes seguían creyendo que había sido condenado erróneamente y que el verdadero Estrangulador del Distrito de Peak se había asustado por el arresto de Bettelman y, o bien se había escondido, o bien se había mudado para continuar con sus asesinatos en otro lugar, tal vez en una gran ciudad como Birmingham o Londres, donde era más probable que las muertes de unas pocas mujeres pasaran desapercibidas.
Era una caja de Pandora que Slim no estaba dispuesto a abrir, pero como la desaparición de Jennifer había precedido a los asesinatos en un año entero, había una gran posibilidad de que su secuestro hubiera sido un prólogo para un asesino en serie, una prueba, un intento de entenderse a sí mismo, a sus deseos y a sus capacidades antes de establecer el modo de actuar que mejor le fuera.
Le dolían ojos por una mañana dedicada a leer diversos tipos de textos, así que Slim tomó sus libros prestados y salió a la cálida luz del sol. Un río pasaba por el centro de Holdergate con parte de la orilla convertida en un bonito parque. En un extremo, la vía del ferrocarril asomaba entre los árboles antes de girar hacia la estación. Slim miró al sol brumoso y se preguntó de nuevo cómo los lugares más bonitos podían ocultar los secretos más oscuros.
Se sentó en un banco para tomar un bocadillo y un café, preguntándose cuál debería ser su siguiente movimiento. Podía considerar la posibilidad de que Jennifer fuera una víctima temprana del Estrangulador del Distrito de Peak o podía considerar otras opciones.
No se había encontrado ningún rastro de ella, así que la versión oficial (la de que había huido) podía ser la correcta. La gente lo hace continuamente. A veces se debe a un amante o para escapar de un cónyuge abusador. Otras veces era por razones financieras, escapando de algunas malas decisiones de negocios, una acusación o acreedores, tanto legítimos como de la calle. Luego estaban los que sufrían problemas mentales, que podían huir para escapar de demonios que solo ellos podían ver o incluso siendo inconscientes de que habían huido.
Además, estaban los que podrían literalmente haberse caído en un agujero.
Slim desplegó un mapa de la zona sobre sus rodillas. El área urbana había cambiado mucho, pero la línea del ferrocarril y muchos de sus alrededores permanecían iguales.
Dirigiéndose al este desde Holdergate a Wentwood, la vía hacía un arco gradual hacia el norte, curvándose alrededor de una pequeña loma llamada Parnell’s Hill. Wentwood se extendía alrededor de su borde norte y Slim marcó con una X la localización de la casa de Evans, al final de una calle recta y larga que llevaba al norte desde la estación.
Oficialmente, la distancia de Holdergate a Wentwood era 3,2 millas siguiendo el camino de herradura junto a la vía, de estación a estación. La casa de Evans estaba a otra media milla desde la estación, pero Jennifer podía haber atajado yendo fuera del camino, alrededor del borde oriental de Parnell’s Hill.
Entrecruzado por rutas de senderismo según el mapa, en la nieve podrían haber sido difíciles de seguir y, en todo caso, había un riesgo mucho mayor que el de simplemente perderse.
Parnell’s Hill era una cantera.

7


El viento imperceptible en el pueblo se hizo mucho más evidente cuando Slim estuvo en lo alto de Parnell’s Hill, recuperando el aliento por un ascenso extenuante hasta el mirador. Imaginando que un viaje de ida y vuelta de seis millas seguía siendo una cifra de un dígito y por tanto fácil de recorrer en una tarde cálida, había decidido cortar por lo sano y tomar el tren de la tarde de vuelta desde Wentwood, cuyas áreas urbanas más externas se extendían alrededor de la base de la colina.
Desde allí, además de una espléndida vista panorámica del distrito de Peak, podía ver la ruta exacta que podría haber seguido Jennifer, siguiendo un sendero señalizado que cruzaba el camino de herradura y giraba en torno a la base de Parnell’s Hill.
Había realizado él mismo la ruta, girando a mitad de camino para subir a la cumbre. Un agradable camino de hierba se había convertido en una dura subida, pero incluso en la parte más baja el peligro era evidente. Con el viento entre los restos de las obras de cantera ahora reclamadas por la vegetación local, había docenas de laderas rocosas, barrancos y riscos.
Para los adolescentes aventureros podía ser muy divertido trepar, pero ¿y si era el lugar de descanso final de una mujer que había tratado de caminar hasta casa en la nieve y había dado un paso en falso en un sitio erróneo?
Tras sentarse en un banco para recuperar el aliento, Slim sacó un papel de su bolsillo y leyó la información que había imprimido de un sitio web de datos históricos del tiempo. La nieve del día de la desaparición de Jennifer se había pronosticado, pero fue más abundante de lo esperado. Aunque era probable que Jennifer, como una persona local familiarizada con el clima de la zona, se hubiera preparado para ese tiempo, pudo haber querido llegar a casa lo antes posible. Podía haber caminado aprisa, incluso corriendo, aumentando el riesgo de una caída mortal.
Slim volvió hacia el camino principal y pasó un rato mirando los barrancos y riscos a lo largo del camino. Algunos estaban indicados solo por una cuerda a la altura de las rodillas, que podría no haberse visto con los veinte centímetros estimados de nieve que cayeron esa noche.
Un par de veces, Slim incluso se descolgó cuidadosamente por rocas del tamaño de un coche para llegar a huecos cubiertos de hierba escondidos desde el camino, mirando en espacios sombríos, apartando arbustos y zarzas en busca de cavidades lo suficientemente grandes como para contener un cuerpo.
No era que esperara encontrar algo, sino que estaba examinando la posibilidad de que un cuerpo pudiera haber permanecido sin descubrir.
De acuerdo con los artículos de los periódicos, se llevaron a cabo varias búsquedas de Jennifer durante los siguientes días. Aunque no encontraron nada salvo su bolso, se realizaron varias grandes batidas en el campo mientras estaba activo el Estrangulador, a menudo de cientos de voluntarios. Dos de los cuerpos se habían encontrado enterrados en fosas superficiales a un par de cientos de metros de una carretera importante.
Slim frunció el ceño y sacudió la cabeza. No era imposible que el cuerpo de Jennifer hubiera caído en algún lugar y hubiera permanecido sin descubrir durante más de cuarenta años, pero sin ningún animal capaz de arrastrar un cadáver humano era muy improbable.
Slim se levantó y miró a lo lejos. La empinada ladera se suavizaba, convirtiéndose en un terreno caótico de escoria enterrada bajo helechos y zarzas antes de que el páramo volviera a su ser.
Por supuesto, podía haber caído, pero no muerto. Podía haberse arrastrado por la nieve, desorientada, perdiendo las fuerzas lejos del camino.
Volvió a sacudir la cabeza. No podía descartarlo, pero definitivamente había otras posibilidades que resultaban más probables.
Encogiéndose de hombros, empezó a bajar penosamente hacia el sendero, dejando atrás todos los secretos que pudiera albergar una antigua cantera.

8


—Gracias por atenderme.
El anciano se apoyó en su bastón y agitó su mano libre como para espantar una mosca.
—No hay problema. Entre. Perdone el desorden. La asistenta no viene hasta mañana. —Guiñando un ojo, añadió—: Se limita a sentarse y beber té si no le dejo trabajo para hacer.
Slim siguió al anciano que cojeaba a un desordenado cuarto de estar. Había recuerdos de la policía en las estanterías y colgados de las paredes. Slim advirtió un par de condecoraciones por su valentía y reconocimiento por la ejemplaridad de su trabajo.
El anciano ofreció a Slim una silla y luego se sentó en un sofá reclinable, gruñendo mientras se hundía en el asiento, con las mejillas enrojecidas por el esfuerzo.
—Me temo que ya no soy gran cosa —dijo.
Slim asintió mirando la estantería más cercana, en la que había un par de fotografías enmarcadas en blanco y negro de un joven con uniforme de policía, junto a un casco en una caja de cristal y un par de medallas.
—Parece que se entregó al cuerpo —dijo.
—Tanto como el que más durante casi cuarenta años —dijo el antiguo inspector jefe jubilado Charles Bosworth—. Era todo para mí. —Mostró una sonrisa flemática—. La policía era mi vida. Por eso no me casé nunca. Era mi amante.
—Debió ser duro dejarlo.
—Tuvieron que arrastrarme fuera de la oficina —dijo Bosworth riendo—. Me mantuve un tiempo como consultor. Y después de que se acabó eso, aún quedaron visitas ocasionales de alguien como usted que quería saber algo acerca de un caso concreto. Jennifer Evans, ¿verdad?
—Exacto —dijo Slim—. Soy investigador privado. Mis últimos dos casos fueron algo… problemáticos. El caso de Jennifer parecía mucho menos peligroso, si entiende lo que quiero decir. Un misterio de hace cuarenta años. No había ningún peligro ni riesgo, ¿no? Si nadie lo ha resuelto hasta ahora, hay pocas posibilidades de que puede dañar a alguien. —Slim se miró las manos—. He descubierto por las malas que algunos misterios deben seguir enterrados.
Bosworth tosió, sin que Slim estuviera seguro de si estaba de acuerdo o no, pero tomó un par de carpetas de una mesa que tenía a su lado y se las entregó.
—Recuerdo a Jennifer Evans —dijo—. Un misterio como ese nunca deja de producirte cierta impresión. Me refiero a que pareció desvanecerse en el aire.
—Nadie hace eso —dijo Slim, recordando un caso anterior—. Siempre van a alguna parte.
—Pero descubrir a dónde es lo complicado, ¿verdad?
Slim abrió la primera carpeta y miró el contenido. Buena parte era lo mismo que le había dado Elena, pero había algún material adicional. Algunas fotos de Jennifer, una con su uniforme de enfermera, otra de la mano de una niña pequeña, una tercera con un hombre que él nunca había visto. Parecía una mujer perfectamente normal y feliz de algo más de treinta años.
También había transcripciones de declaraciones de otros pasajeros. La mayoría eran cortas (una página o menos), con los pasajeros declarando que no conocían a Jennifer ni habían visto nada sospechoso. Uno señalaba que se le conocía como «esa guapa enfermera que a veces toma el último tren», otro que «siempre estaba sonriendo» y un tercero que «parecía que nada le preocupaba».
—Después de que me contactara usted, hablé con un viejo amigo en la comisaría de Derbyshire y le pedí una copia de la documentación —dijo Bosworth—. Todavía tengo suficiente influencia como para conseguirla sin problemas. De todos modos, me temo que no hay mucho para seguir adelante.
—La pista más pequeña podría ser importante —dijo Slim.
—Oh, sin duda, pero recuerde que esto pasó antes de que las pruebas de ADN se usaran para todo. Y el cuerpo de Jennifer nunca apareció. Es un enorme elefante en la habitación.
—¿Puedo preguntarle qué piensa que pasó? Entre nosotros, si quiere. Sin considerar lo que las pruebas podrían haber sugerido.
Bosworth frunció el ceño.
—En la policía trabajamos solo con pruebas. Nunca me ha gustado la especulación. ¿Por qué no me dice lo que usted cree que pasó? —Sonrió—. Y luego le diré por qué es probable que se equivoque.
Slim se frotó la barbilla, tirando de la barba de un par de días.
—Bueno, pudo haber tratado de llegar a casa a pie, pero se salió del camino.
—Se habría encontrado su cuerpo. Había algunos agujeros por esa zona, pero ninguno lo suficientemente profundo como para no ser revisado.
—Bueno, tal vez fue secuestrada por el Estrangulador del Distrito de Peak.
Bosworth sacudió la cabeza y mostró una sonrisa triste, como si estuviera hablando con un aficionado.
—Por supuesto, lo consideramos, pero Bettelman vivía en Manchester. E incluso si hubiera estado en Holdergate un sábado de enero a esas horas de la noche, recuerde que nevaba y que lo había estado haciendo desde hacía un par de días. ¿Realmente se habría arriesgado a un secuestro en esas condiciones? Habría sido una completa estupidez.
—Entonces se fugó. Abandonó a su familia. Tenía un amante o tal vez su marido era un monstruo en la intimidad.
—¿Le ha preguntado a la hija?
—Aún no.
—Bueno, yo lo hice, en su momento. Por lo que parece eran una familia feliz. Su desaparición dejó destrozado a su marido, Terry. Se pasó todos los fines de semana durante meses peinando la localidad, convencido de que se había caído en su camino a casa. No encontró nada, pero la angustia le llevó a una crisis nerviosa. Estuvo entrando y saliendo de hospitales y Elena se fue a vivir con sus abuelos en Leeds. Él nunca lo superó y murió destrozado hacia 1990.
—Parece que se mantuvieron en contacto.
—En lo profesional, sí. Verá, el caso nunca se cerró oficialmente hasta que Jennifer fue declarada muerta oficialmente en 1997, veinte años después de su desaparición. Mantuve el caso abierto, buscando siempre nuevas pistas, pero no encontré ninguna.
—¿Entonces qué cree que pasó?
—No se lo puedo decir con exactitud, porque no estoy seguro de por qué, pero tengo la impresión de que está muerta.
—¿Por qué?
—Porque ¿qué mujer que planea abandonar a su familia llamaría a su hija para decirle eso? Imagínese la crueldad que se necesita. Una mujer que trabajaba como enfermera en la Enfermería Real de Manchester. No, estoy seguro de que algo le pasó, pero sea lo que sea, fue después de terminar esa última llamada telefónica.
—Así que —dijo Slim—, la clave es lo que vio ese niño.
—Eso me temo —dijo Bosworth—. No tenemos nada salvo el recuerdo de un niño de seis años y una única fotografía de unas pocas pisadas gastadas en la nieve.

9


—¿Don?
—Hombre, Slim, suenas bien —dijo Donald Lane, un viejo amigo del ejército de Slim, que ahora dirigía una agencia de información en Londres—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Necesito ayuda para rastrear a alguien.
—Claro, muy bien. ¿Sigue vivo?
—Hasta donde yo sé, sí.
—Eso está bien. ¿Qué más sabes?
—Debería tener 48-50 años. Se crio en Sheffield. Su nombre era Toby. Una carrera en algo creativo. Tal vez artista.
—Bueno, lo buscaré, Slim, pero es una descripción muy vaga.
—Es lo único que pudo recordar mi contacto —dijo Slim—. De niño, fue testigo de un posible delito, pero de mayor trató de olvidarse de ello. Eso me han dicho.
Don suspiró al otro lado de la línea.
—Bueno, no es mucho, pero haré lo que pueda.
—Gracias.
Slim colgó. Luego llamó a Kim.
—Buenos días, Mr. Hardy. ¿Cómo va su investigación?
—Bastante estancada, como es habitual —dijo Slim—. Me temo que tengo un trabajo pesado para ti.
—Bueno, para eso estamos.
—Necesito que consigas una lista de personal de la Enfermería Real de Manchester en torno a 1977. Me doy cuenta de que muchos podrían ser muy viejos o haber muerto, pero me gustaría tener tantos números de contacto como sea posible.
—Me pongo a ello.
—Muy bien. Solo si tienes tiempo…
Kim rio.
—Mr. Hardy, nunca ha sido jefe antes, ¿verdad? Por supuesto que tendré tiempo. Me paga para tener tiempo.
Slim sonrió.
—Es una nueva experiencia para mí, eso sí.
—Le llamo mañana.
—Gracias.
Colgó. Tras tomar su chaqueta del respaldo de una silla, corrió a otra reunión con Elena en un restaurante local para tomar pescado con patatas. Elena había traído una caja de recuerdos que tenía de su madre.
—No sé si algo de esto será útil —empezó Elena—. No le importaban las cosas materiales. Tampoco a papá. Ya sabe, teníamos muebles y cosas, fotos de la familia, pero estas son las únicas cosas de decoración que todavía tengo.
Slim echó un vistazo a la caja. Una casita de porcelana, lo suficientemente pequeña como para caber en la palma de la mano. Una medalla militar de bronce. Un pequeño broche en forma de cisne. Algunas cosas más, que daban la impresión de ser recuerdos de familia. Probablemente nada de valor para una investigación, pero no costaba nada asegurarse.
—¿Puedo llevármelos?
—Por supuesto. Pero tenga cuidado, ya sabe. Puede que no parezcan gran cosa, pero para mi tienen mucho valor.
—Lo entiendo.
—Gracias. ¿Has… quiero decir, ha avanzado algo hasta ahora?
Slim sacudió la cabeza.
—No le voy a mentir, señora Trent. No creo que valga para mucho. En este momento no tengo ninguna pista de lo que le pasó a su madre. —Ante la mirada decepcionada de Elena, añadió—: Pero solo llevo un par de días de investigación. He hecho algunos contactos y confío en poder descubrir algo.
—Bueno, han pasado cuarenta y dos años, así que supongo que puedo esperar unos días más —dijo Elena.
Slim forzó una sonrisa. Hubiera querido decir que las posibilidades de encontrar a su madre eran pocas, pero no podía acabar tan pronto con sus esperanzas. No hasta haber seguido todas las pistas posibles.
—En este momento, solo estoy tratando de descartar posibilidades —dijo Slim—. Cuantas más elimine, más probable será descubrir una pista que desvele lo que pasó. —Hizo una pausa, mirando a Elena mientras esta comía, sin mirar al frente—. Siento tener que preguntar esto, pero, como digo, tengo que eliminar posibilidades. ¿Había alguna razón por la que su madre pudiera haber querido huir?
Elena pareció sorprendida por un momento. Se estremeció como si le hubiera llegado de repente un aire helado, antes de recuperar la compostura. Cuando miró al frente, Slim pudo adivinar por su mirada que era algo en lo que nunca había pensado.
—Hasta donde yo sé, no había ninguna razón por la que mi madre pudiera haber querido marcharse. No salíamos en el periódico, si se puede decir así. Mis padres no tuvieron un matrimonio perfecto, pero funcionaba bastante bien comparado con otros. Yo tenía doce años y sabía lo que pasaba. Hubo tensión cuando mi padre fue despedido, también cuando mi madre asumió más turnos. Pero fueron cosas aisladas y se arreglaron por sí solas. Mi padre consiguió otro empleo. La jornada laboral de mi madre volvió a ser normal. Cosas cotidianas. Era raro que discutieran. He pensado mucho en eso y solía preguntarme si mi madre tendría un amante con el que se había fugado. Pero nos llevábamos bien. ¿Por qué iba a abandonarme? ¿Por qué todos estos años de silencio? Mi padre… se enfadaba pocas veces. No era una bestia en la intimidad. Si hubiera querido dejarlo, él no habría hecho nada.
Slim asintió. Hacía garabatos en un cuaderno, preguntándose si había algo útil que anotar.
—¿Ha recibido algún correo extraño en estos años? —preguntó—. ¿Cartas sin firmar, postales de Navidad, algo así?
Elena sacudió la cabeza.
—Siempre he tenido sospechas de cualquier cosa que no podía identificar. Pero al final siempre averiguaba quién lo había enviado.
—¿Hay algún… cómo puedo decirlo? ¿Alguna persona siniestra en su familia o entre los amigos de sus padres? ¿Tal vez un tío o algún vecino celoso? ¿Alguien que hubiera tenido algún interés morboso por su madre?
Elena suspiró.
—No puedo pensar en nadie. Créame, he pasado muchos años pensando en esto.
—Puedo imaginarlo. En este momento, no tengo ninguna pista decente, pero hasta donde yo veo, hay tres opciones. Una: se perdió en el camino a casa y murió congelada. Dos: fue secuestrada poco después de hacer la llamada telefónica. Y tres: aprovechó la oportunidad del mal tiempo para huir y empezar una nueva vida en otro lugar.
—¿Y cuál cree que es la más probable?
—Bueno, en realidad, las tres pueden descartarse —dijo—. La uno, porque no se han encontrado sus restos ni su cuerpo. La dos, porque el mal tiempo habría hecho esto muy arriesgado, y la tres, porque si ese era su plan ¿para qué la llamó? ¿Y por qué esperar hasta a estar tan cerca de casa? ¿Por qué no quedarse en Manchester después de su turno y darse cierta ventaja?
—¿Hay más opciones?
Slim suspiró.
—Ninguna que se me ocurra por ahora. ¿Puedo preguntarla, solo por curiosidad, qué piensa usted que pasó? ¿Qué es lo que ha considerado más probable durante todos estos años?
Elena respiró hondo.
—Todos estos años he pensado que alguien se la llevó —dijo—. Había nacido en Wentwood. Me decía que solía jugar junto a las vías del ferrocarril, subiendo y bajando Parnell’s Hill. No hay modo de que pueda haberse perdido, ni siquiera con nieve. Y si nos hubiera dejado por otro, no hay razón para haber permanecido en silencio todos estos años. —Sacudió con vehemencia la cabeza—. No. Es imposible.
Slim asintió. Elena lo había dicho con tanta convicción que casi podía creerla. Pero, como todo lo demás, había alguna mentira que había que encontrar en algún sitio.
Solo necesitaba levantar la piedra correcta para encontrarla.

10


La cabina telefónica fuera de la estación de Holdergate seguía existiendo, de color rojo y con su estilo pasado de moda en una esquina junto a una parada de taxis. Sin embargo, el teléfono del interior ya no funcionaba, con una inscripción pegada al estante indicando a los pasajeros que quisieran hacer una llamada que debían usar el nuevo teléfono de pago dentro de la estación.
Slim abrió la puerta y entró, tratando de visualizar cómo se habría visto la calle hace cuarenta y dos años. Una glorieta fuera de la estación podía abarcar cuatro automóviles de un extremo a otro. De ahí salían cuatro carreteras, con la principal, de dos carriles, dirigiéndose a lo alto de la colina haciendo un pequeño ángulo y dos carreteras más pequeñas a derecha e izquierda. La izquierda era de un solo carril que seguía paralela a las vías un pequeño tramo, para luego girar hacia una calle residencial sin salida exactamente donde empezaba el camino de herradura, mientras que la derecha era asimismo una calle sin salida, que acababa en un portón metálico que daba a un patio de mercancías, como indicaba una señal junto a la entrada.
Los edificios de ambos lados eran de la década de 1960 y aunque ahora albergaban un par de pequeños supermercados y una agencia de viajes, Slim había visto en fotografías antiguas que uno había sido un banco y otro una tienda de verduras. Los dos habrían estado cerrados cuando pasó el tren nocturno del 15 de enero de 1977.
En lo alto de una pequeña colina directamente enfrente de la estación estaba el parque de Holdergate. Delante del parque, la carretera viraba bruscamente, continuando a lo largo del parque hasta el cruce donde estaba la iglesia. Una verja separaba el parque de la calle, con una hilera de árboles dando sombra a esta. Dos carteles, uno anunciando detergente y otro un nuevo modelo de automóvil japonés, destacaban en una parada de autobús un poco a la izquierda. Las mismas fotografías habían mostrado a Slim que la parada de autobús había estado antes en el lado derecho, delante del banco.
Desde la cabina, Jennifer habría podido ser capaz de ver hasta el parque. Subir por la calle hasta donde sugería la fotografía de sus pisadas le habría permitido ver más el parque y también un poco más arriba la carretera hacia la iglesia; sin embargo, según los informes policiales, como había estado nevando con fuerza en el momento de su desaparición, por no mencionar la oscuridad, no era realista pensar que hubiera visto más allá de la verja del parque. Slim estimó que lo que podría haber visto para alarmarla tanto como para cambiar de dirección habría estado en un semicírculo de unos veinte metros.
No era mucho, poco más que los dos edificios a ambos lados de la plaza o la verja del parque al norte.
Slim frunció el ceño. ¿Había visto algo a través de una de las ventanas? ¿Algo que la preocupó tanto como para salir corriendo? ¿O tal vez había visto a alguien en problemas y había acudido a ayudarlo, para acabar cayendo por accidente antes de lograrlo?
Entró en la estación y llamó a Kim, usando el nuevo teléfono de pago en lugar de confiar la llamada a su viejo Nokia.
—Hola, Mr. Hardy. ¿En qué puedo ayudarlo? Debería tener esa lista del personal de la Enfermería Real de Manchester al final del día.
—Gracias, Kim, estupendo. Tienes que hacer algo más. Si te doy un par de direcciones, ¿crees que podrías encontrar sus ocupantes desde 1977? Son propiedades comerciales, pero muchas veces se alquilan pisos en las plantas superiores y, bueno, podría ser que alguien hubiera bajado por la noche…
Calló, consciente de lo torpe y ridícula que sonaba su solicitud. Sin embargo, Kim ni siquiera hizo una pausa para mostrar su frustración.
—Léame la dirección para que la anote y veré qué puedo encontrar —dijo—. ¿Tiene allí algún ordenador?
—Um, todavía no. Buscaré algo.
—Ayudaría mucho que usted tuviera una dirección de correo electrónico que yo pueda usar —dijo Kim.
—De acuerdo. La conseguiré. —Slim se sintió mal mientras colgaba. Kim le había insistido constantemente en que debía conseguir un buen portátil con un buen acceso por WiFi. También quería que cambiara su viejo Nokia por un smartphone decente, pero él se había mantenido firme en su negativa.
Mientras recibía el café y se sentaba en una mesa con vistas al exterior de la calle, se preguntó cuántas posibilidades tenía de resolver el misterio. Ahora mismo, parecían por debajo de cero. Jennifer Evans se había desvanecido sin dejar rastro.
¿O no?

11


—Eso es —dijo Charles Bosworth—. Sí que encontramos su bolso. Se analizó en busca de huellas dactilares. Pero las únicas que se encontraron pertenecían a Jennifer. Pudimos compararlas con otros objetos personales que nos dio su marido. El bolso estaba abierto y el cierre estaba roto. Sin embargo, la cartera estaba dentro, intacta. La forma en que se había derretido el hielo sin afectar a los contenidos dejaba esto claro. Un logro de la ciencia para entonces.
—No he leído nada sobre ello en los periódicos.
Charles Bosworth asintió.
—Porque, para bien o para mal, no lo consideramos importante.
—¿Pero por qué no?
Bosworth sonrió.
—Veamos si puede averiguarlo usted, joven.
—¿Me está poniendo a prueba?
Bosworth sonrió.
—Puede ser interesante ver si usted tiene nivel para un caso como este. He conocido a muchos investigadores privados a lo largo de los años y eran unos aficionados, todos y cada uno. Tenga. Eche un vistazo. Dígame qué pasó.
Sacó la copia del informe del caso de una estantería debajo de su mesa de café y extrajo una carpeta con fotografías que mostraban el bolso de Jennifer Evans y las cosas encontradas dentro.
El bolso, que tenía un cierre a presión, había sido abierto. Parte del cuero estaba arañado, formando un semicírculo de pequeñas depresiones en torno a la zona del cierre, algunos más profundos que otros.
Slim miró las fotografías de los contenidos. Una pequeña cartera que contenía unas diecisiete libras en billetes usados y monedas. Una tarjeta de acceso al hospital. Un abono local de autobús y un billete del tren de cercanías. Una barra de labios y maquillaje. Medio paquete abierto de chicle Wrigley de menta. Un paquete de Lucky Strike, en el que quedaban tres cigarrillos.
Y una tira de un envoltorio de plástico.
—Eso se encontró a un par de metros a la izquierda —dijo Bosworth—. Pero coincidía con una pieza más pequeña que estaba aún en la cartera. ¿No lo adivina? No había huellas.
Slim le miró.
—El envoltorio de un sándwich, ¿no?
Bosworth asintió ligeramente.
—¿Y el resto?
Slim señaló la imagen del bolso.
—Estas depresiones. Son marcas de dientes.
Bosworth parecía como el sol que acababa de aparecer de detrás de una nube.
—Puede que valga para esto después de todo, Mr. Hardy. Cuénteme más.
—No hay rastro, porque el bolso se lo llevó un animal. La nieve habría cubierto las huellas del animal más rápidamente que las de una persona, especialmente si había estado soplando el viento. Si hubo una ventisca que pudo parar un tren, se puede suponer que fue así.
Bosworth asintió.
—Encontramos pequeñas trazas de jamón procesado. El animal lo habría olido y probablemente abrió el bolso. También significa que podría haberlo encontrado en cualquier parte alrededor de la zona de la estación, en cualquier momento de la noche en cuestión.
—¿Se ha identificado el animal?
Bosworth sacudió la cabeza.
—Creíamos que era un zorro y las comparaciones con las mandíbulas de un zorro nos dieron la razón. Las marcas tienen más o menos el tamaño de las de un zorro.
—¿Pero podía haber sido un perro?
Bosworth asintió.
—Un perro callejero pequeño, en todo caso.
Slim frunció el ceño.
—¿Pueblos como Holdergate tienen muchos perros callejeros?
—No. Por eso pensamos que era un zorro. —Bosworth suspiró—. Fue un descubrimiento importante, pero, por desgracia, no valió para nada.
—¿Todavía tienen el bolso?
Bosworth sacudió la cabeza.
—Me temo que no. Después de que Jennifer fue declarada muerta legalmente, las evidencias físicas se destruyeron. Solo quedaron estas fotografías.
—Una pena. —Slim levantó la cabeza—. Me hubiera gustado echarle un vistazo.
—Estoy seguro de que no podría haber averiguado más. Se examinó con mucho cuidado.
Bosworth iba a recoger las fotos, pero Slim puso una mano en la que mostraba la parte delantera del bolso. Levantó la vista y sus ojos se encontraron.
—Estuve nueve años en el ejército —dijo Slim—. Siempre había perros en las bases, bastante peligrosos si no sabíamos cómo manejarlos. —Señaló las depresiones de la fotografía—. Es imposible estar seguro sin ver el bolso, pero estas marcas parecen ser más fuertes en el exterior que en el interior, así que parece que este zorro o perro tuvo que batallar para quedarse con el bolso.
Bosworth se frotó la barbilla y frunció el ceño. Asintió lentamente mientras miraba a Slim, sin decir nada.
—Mire, a mí me parece que hubo una pelea por esta bolsa. Sé que los zorros son animales nerviosos, así que no sé lo desesperado que uno tendría que estar para pelear por un bolso y quitárselo a una mujer de las manos. —Dio unos golpecitos en la mesa—. Salvo que se lo quitara cuando estaba ya estaba muerta.

12


—Me hablaron del bolso —dijo Elena, sentada en el café enfrente de Slim—. Los investigadores creían que lo más probable es que lo encontrara un zorro y lo dejara caer en el suelo después de conseguir la comida. En realidad, fue como un pequeño destello, algo, pero también nada, si entiende lo que quiero decir.
Slim asintió. No contó a Elena sus sospechas, porque no era algo que pudiera probar ni quería darle esperanzas acerca de lo que era una pista tenue en el mejor de los casos.
Sacó una hoja de papel de su bolsa y se la pasó a Elena.
—Mi ayudante consiguió esta lista de personal de la Enfermería Real de Manchester aproximadamente cuando su madre trabajaba allí. —Elena parecía sorprendida, tal y como se había sentido Slim cuando Kim le mandó la lista por fax.
—¿Cómo ha conseguido esto?
Slim sonrió.
—Tengo contratado a alguien mucho más listo que yo. Evidentemente, ha pasado mucho tiempo y muchas de estas personas serán ancianas o incluso pueden haber muerto. Mi intención es hablar con tantas como me sea posible, pero, para ahorrar tiempo, me gustaría que echara un vistazo a esos nombres y me dijera si hay alguien al que reconozca, alguien a quien haya oído mencionar por su madre, alguien que sea un amigo.
Elena frunció el ceño mientras repasaba la lista. Slim se preguntó si su memoria sería fiable.
—Bueno —dijo—, hay un par de nombres que recuerdo que mencionó… Ah, aquí. Tim Bennett. Era un especialista de su pabellón. Y esta: Marjorie Clifford. Recuerdo haber oído a mi madre decir su nombre en más de una ocasión. Parecía que eran amigas. —Miró al frente y sacudió la cabeza—. Siento no poder ser más útil. Ha pasado mucho tiempo. Y yo estaba llegando a esa edad, ya sabe, en la que hablaba con mi madre lo menos posible.
Slim sonrió.
—En todo caso, haré mis investigaciones —dijo—. Le contactaré otra vez en cuanto tenga algo más que contarle.
Salieron del café, con Elena quedándose cerca mientras Slim se alejada, mostrando su reflejo en los escaparates de un par de tiendas por las que pasaba Slim. Este rezó por no estar despertando demasiadas esperanzas.
De vuelta a su alojamiento, Slim hojeó los contactos que había conseguido hasta entonces y se sentó en un escritorio para empezar a hacer llamadas. Kim había realizado un trabajo increíble de recogida de información sobre colegas de trabajo de Jennifer, pero por desgracia había pasado demasiado tiempo, por lo que se habían perdido muchas posibles pistas. Por ejemplo, Tim Bennett había muerto en 1994 con 76 años. Sin embargo, Marjorie Clifford posiblemente seguía viva, pero Kim solo había podido encontrar una dirección postal. Slim le había escrito una carta, pero no esperaba ninguna respuesta.
Estaba a punto de empezar a llamar cuando sonó de repente su teléfono.
—Hola, Slim —dijo Donald Lane—. ¿Esa persona por la que preguntabas? La he localizado.
—Estupendo. ¿Tienes datos de contacto?
—Algo así. El nombre del tipo de Tobin A. Firth.
Slim frunció el ceño.
—Me suena de algo.
—Sería normal si tuvieras hijos o hubieras estado en la zona de libros de Tesco. Es un autor de libros para niños con mucho éxito. Escribió la serie del Asesino nocturno. A mi hija le encanta.
Slim asintió, recordando la última vez que había estado en el supermercado y por alguna razón había pasado por la sección de libros en dirección a los congelados. Un colorido montón estaba anunciando la publicación de un nuevo título de la serie de Firth.
—¿Has conseguido su número de teléfono?
—Solo el de su editor. Es lo más que he podido conseguir. Parece que el tipo es bastante famoso.

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