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El Encargado De Los Juegos
Jack Benton


El Encargado de los Juegos
Jack Benton



Índice
Otras Obras de Jack Benton (#uf2767f48-c1af-54f6-a2f0-abe87474aca9)
El Encargado de los Juegos (#u4a1aff24-65c7-5eb6-a66a-83d3237db3f5)
Capítulo 1 (#u4b6c3a28-df5c-5921-b70a-b05eba7481f5)
Capítulo 2 (#ufefb6a11-f5c5-5d87-8905-cae42cbbca69)
Capítulo 3 (#ub996cefd-328f-5892-b4c9-7b8234c03b01)
Capítulo 4 (#ubf116227-a4f2-5f6f-b292-7102fffdbf6b)
Capítulo 5 (#uec002945-9f4a-58d7-8413-ed359c856d87)
Capítulo 6 (#u965513b5-ec13-5a2a-8da6-efae5f0d893f)
Capítulo 7 (#u25a75979-a464-541f-9697-91b749c71415)
Capítulo 8 (#u76c6e183-e1e3-5822-9a44-26188ad3c091)
Capítulo 9 (#u08b5a497-7a91-530e-bd31-195aac1c3cbe)
Capítulo 10 (#uffec619e-5d4c-5d6a-b04c-3b6ed528427d)
Capítulo 11 (#uc3524784-ceea-5ff6-9e57-4fc324dc6347)
Capítulo 12 (#u61d2f651-9974-580f-9451-6e3f8e9e5c39)
Capítulo 13 (#u61e213e9-466c-5338-ba03-4559a8eb6b8a)
Capítulo 14 (#u65eddc08-889d-526a-8103-e9a587b3a28b)
Capítulo 15 (#u01621f3a-7910-5e67-955b-8e492621af97)
Capítulo 16 (#ue8a0bce4-e967-5dae-9696-e3dd29a3e9b4)
Capítulo 17 (#ueae4852c-f52f-5e72-8d60-754db8a5c901)
Capítulo 18 (#u498c9481-1364-5f6a-a0cc-f69a0d555537)
Capítulo 19 (#u0d03f749-c943-58e3-afeb-346205e0f86a)
Capítulo 20 (#uf4cb0422-9351-50e8-988d-5833fc0bfb5f)
Capítulo 21 (#ud8dd1ac1-8b5e-5984-b766-cdb17e66eb3d)
Capítulo 22 (#u20766768-ead7-534a-b41c-7ae57fcce149)
Capítulo 23 (#ua8e19a5a-5dc9-588b-85ac-531444ded3f5)
Capítulo 24 (#u1f6d6d3c-81ed-511b-81c3-ca5b912f1099)
Capítulo 25 (#ud9a9beed-aff9-5301-9958-28a4de2dd43e)
Capítulo 26 (#uec3f05d7-1075-51bf-80b2-8d970251802a)
Capítulo 27 (#ueac8f7df-d2aa-59e5-a809-e272b0d89f3a)
Capítulo 28 (#uad3a32ea-c870-56a5-96a3-ce7081915e39)
Capítulo 29 (#u194e603d-8ad2-50d1-afb8-bdad8d103869)
Capítulo 30 (#u2e7a3a64-0088-5375-95e4-0b31235c8d8d)
Capítulo 31 (#ua503ce02-e8c1-55d2-877b-3a1062ce2bc9)
Capítulo 32 (#u46de9365-f015-5cc8-9af7-1ae1cc63de30)
Capítulo 33 (#uf3553af5-e407-5f65-af53-aa5d12f30094)
Capítulo 34 (#u5417a7a5-b018-5b21-bf7c-ae664c0f6c73)
Capítulo 35 (#u0b594d34-32c2-5d0a-9432-5729378bb8dc)
Capítulo 36 (#uaa399053-8cb3-54de-859e-ef954c9734c0)
Capítulo 37 (#u1401707e-8887-563a-b6ff-9a1c50751a5b)
Capítulo 38 (#u61eacb67-4744-5ba7-a573-3c1fff5670ca)
Capítulo 39 (#u9dd7778a-ff6f-582b-8ed7-e4eff51f56f8)
Capítulo 40 (#uce81a93e-ea99-5658-a2ab-42f249b5d0f0)
Capítulo 41 (#u1c73f458-1309-5403-91ab-a561ccbfa1c7)
Capítulo 42 (#u4808712e-fc3b-5e23-9e2c-2c4d626cfc87)
Capítulo 43 (#u8c88a5c3-9b05-58ec-b7b8-6e5bb1beb9dc)
Capítulo 44 (#uceb7e223-f090-5d36-9ca9-d90f88b50162)
Capítulo 45 (#ub04f514d-05fa-5870-9565-adc75e9c29ca)
Capítulo 46 (#ubb0e5acb-2e2b-5295-a898-b93cd9970a65)
Capítulo 47 (#uba72babe-ad13-5079-a911-3be11445c0c8)
Capítulo 48 (#ucd96933f-1358-5d88-9ef1-2978614e83d3)
Capítulo 49 (#ua27736e3-9c4f-57b1-95c6-983e685340d1)
Capítulo 50 (#ub2dc3997-b53b-57a0-b834-70427f38798f)
Capítulo 51 (#uef3670ac-518f-5419-bdf9-efabf15a09af)
Capítulo 52 (#u6453b2e9-35ad-5487-a378-d4b8888394e8)
Capítulo 53 (#u9e3045e0-b092-5547-873d-3533e43cf351)
Capítulo 54 (#u28569a08-73f4-5fb5-a6c0-3e9ffbc8ec96)
Capítulo 55 (#u52fd0dbe-5d07-5b7c-9768-d034f17c2905)
Capítulo 56 (#u6418baef-8e3b-5371-b2f7-c6e8183d123a)
Capítulo 57 (#ub4e04a8c-b852-5d87-9d3f-6a6f46462860)
Capítulo 58 (#u5c2cb0cd-567e-5779-b6ee-a2f87f72935f)
Capítulo 59 (#ub32c05da-c114-5cca-9b2d-003ef3b0e3d9)
Capítulo 60 (#u44589fe0-9897-586d-9dcc-a8e4032783d8)
Capítulo 61 (#ud29c557b-68cf-5600-90cb-379c25cc8874)
Capítulo 62 (#uec0dbdd5-04ab-5aca-b0d3-72c4ac1144e3)
Epílogo (#u029d8df0-6e5e-50a3-ab1b-f2a13eca1da2)
Sobre el Autor (#uc2ca2096-91e2-5fd0-a2a9-180614523a25)

Otras Obras de Jack Benton
(y disponible en español)
El hombre a la orilla del mar
El secreto del relojero
El Encargado de los Juegos
"El Encargado de los Juegos” Copyright © Jack Benton / Chris Ward 2019
Traducido por Mariano Bas
El derecho de Jack Benton / Chris Ward a ser identificado como el autor de este trabajo fue declarado por él de conformidad con la Ley de derechos de autor, diseños y patentes de 1988.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida, en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso previo por escrito del Autor.
Esta historia es una obra de ficción y es producto de la imaginación del autor. Todas las similitudes con lugares reales o con personas vivas o muertas son pura coincidencia.

El Encargado de los Juegos

1


Capítulo Uno
El golpe dolió.
Si no hubiera sido por el cubo de alcohol que había bebido, habría dolido mucho más, pensó Slim mientras se doblaba, tensando los restos estancados de los músculos militares de su estómago ante el próximo golpe.
—Lárgate. Ya te lo he dicho y no lo voy a repetir.
Unos dedos se cerraron sobre el cuello de Slim. Apareció un puño cerrado cuya silueta perfilaba una farola. Slim braceó esperando el impacto, pero cuando llegó el golpe no le dolió tanto como esperaba. Cayó al suelo mientras su atacante juraba agitando las manos.
Es lo que pasa con las caras. Generalmente son más duras que los huesos de un puño no acostumbrado a golpear.
El hombre se separó tambaleándose en el callejón. Slim se sentó y una tapa de metal de un cubo de basura le golpeó en un lado, seguido por un saco abierto que hizo que lloviera sobre él comida apestosa, con pieles de zanahorias y patatas pegándose a sus ropas y su cara.
—Si quieres comer tu basura, adelante. Pero si te vuelvo a ver, acabarás en una de esas bolsas. ¿Entendido?
Slim, cegado por una bolsa de papel con un líquido de cocina no identificado, asintió hacia la que esperaba que fuera la dirección correcta. Una incontenible necesidad de decir algo sarcástico para sulfurar aún más al hombre le quemaba como una comezón inalcanzable, pero se resistió. Unos pocos segundos después se apagó el ruido de pisadas. Slim se puso en pie y volvió tambaleándose al canal.
Delante de sus ojos apareció Riverway Queen, la casa barco escorada y arruinada a la que ahora llamaba su hogar. Slim sacó la llave del candado que había comprado con su último dinero suelto, echando a un lado el cartel de PELIGRO: NO ENTRE a un lado de modo que se volviera a colocar en su sitio tras cerrar la puerta.
En la oscuridad, cerró el pestillo interior y luego encendió la pequeña lámpara de parafina que colgaba de un gancho en el techo.
La había costado un poco acostumbrarse al ángulo de inclinación hacia abajo y la izquierda de la barcaza. En el extremo del fondo, un charco de agua chapoteaba en torno a las patas de la mesa y las sillas, subiendo y bajando con la profundidad cambiante del canal, pero la mayoría del interior de la barcaza permanecía intacta. No funcionaba nada, pero un sofá-cama plegable apoyado sobre algunos libros empapados de tapa dura resultaba suficientemente cómodo y había muchos aparadores para almacenar bebida.
Se quitó la ropa y la dejó en el fregadero seco. Mañana sería día de colada, especialmente ahora que tenía sangre sobre su camisa. Se esperaba lluvia por la mañana, así que mañana por la mañana el agua del canal sería buena y fresca. Aunque estaba habituado al olor de pantano mohoso y abono (se lavaba tanto su ropa como a sí mismo en el canal y el jabón era un lujo innecesario), siempre estar verdaderamente limpio hacía que se sintiera bien.
No tenía buen aspecto en el pequeño espejo de encima del fregadero. La lámpara de parafina dejaba la mitad de su cara en la sombra, pero un ojo estaba muy hinchado. Su barba estaba salpicada de sangre y hacía tiempo que necesitaba recortarla o afeitarse por completo. La había dejado crecer demasiado y eso nunca era bueno.
Recordó que una vez un viejo amigo le dijo que los vagabundos eran invisibles, pasando inadvertidos a los ojos del mundo. Slim había descubierto que no era así. En los seis meses que habían pasado desde su desahucio, había sido atacado tres veces, incluyendo esa noche. Una de ellas había sido realizada sin demasiada agresividad por un grupo de amigos que salían pavoneándose de un club nocturno sin nada mejor que hacer y otra con bastante más saña por un grupo de otros mendigos por el pecado de dormir en el sitio de alguien. Patadas, puñetazos e incluso un palo usado por una sombra barbuda no dolieron a Slim tanto como creía. Descubrió que los cuerpos sanaban. El corazón y sus delicadezas eran mucho menos resistentes.
Tomo de una nevera que no funcionaba una cerveza que no estaba fría y quitó el tapón. Sabía mal (estaba caducada, porque era más barata), pero eliminó un poco del dolor.
Tal vez mañana dejaría de beber otra vez. Lo había dejado recientemente: hacía menos de dos semanas lo había dejado durante tres días. Le había ido tan bien que lavó su traje y fue a la oficina de empleo en busca de un trabajo.
Entonces pasó algo. Vio a alguien que se parecía a algún otro o escuchó una voz que sonaba como la de alguien que lo perseguía y se encontró en un pub, bebiéndose lo que le quedaba de su dinero del paro.
Abrió de nuevo la nevera, mirando la oscura fila de latas. El que no se las hubiera bebido todas, el que pudiera mantener unas existencias, era sin duda una señal de control.
No era tan malo. Todavía había esperanza.
Se sentó en el inclinado sofá, sintiendo el incómodo crujido del barco a sus pies. Había caído más bajo antes. Tenía que mantenerse positivo y soñar, si no esperar, algo mejor.
Dio un sorbo a la cerveza.


Lo despertó un zumbido cerca de su cara. Slim alargó el brazo para aplastar lo que en un primer momento pensaba que era una mosca, pero encontró su viejo Nokia bajo sus dedos entumecidos por el frío.
A pesar de su sopor, le agradó encontrarse el teléfono cargado en una casa barco sin electricidad. Entonces recordó la hora que se había pasado sentado en el retrete de un MacDonald’s con su teléfono enchufado a la pared, esperando una llamada para un empleo en la construcción.
La llamada no llegó y eso había pasado, ¿cuánto? ¿Hacía dos o tres días? Slim trató de sonreír mientras presionaba el botón de respuesta. Menos mal que no había tenido muchas llamadas.
—¿Hola?
—¿Slim? ¿Eres tú? Suenas fatal.
—¿Qué hay de nuevo? ¿Cómo estás, Kay?
El viejo amigo del ejército de Slim que ahora trabajaba como traductor forense rio.
—Estoy bien, Slim. Como siempre. ¿Y tú cómo estás, de verdad, Slim?
—No he tenido mi mejor semana, pero ya es domingo, ¿no? Mañana empieza otra nueva.
—Slim, hoy es lunes.
—Bueno, como ya te he dicho, no he tenido mi mejor semana.
Kay se rio ante la aparente broma. Slim se limitó a sonreír al teléfono mientras esperaba que se le pasara el dolor de cabeza.
—Me pregunto si tienes un rato disponible —dijo Kay.
Slim sonrió ante el comentario.
—Probablemente pueda hacerte un hueco —dijo.
—Me ha llamado un conocido. Le conocí en mi último destino —dijo Kay—. Quiere que alguien investigue un intento de chantaje.
—Podría llamar a la policía —dijo Slim—. En realidad, no tengo experiencia en eso.
—No quiere que la policía se involucre —dijo Kay—. Sé que lo puedes hacer, Slim. Estoy seguro de que puedes ayudar.
—¿Qué hace que este caso tenga el tipo de lío que me interesaría?
—El hombre a investigar lleva muerto seis años, mi contacto quiere saber cómo es posible.
Slim suspiró.
—Es fácil. Muerte simulada, cambio de identidad. Ocurre constantemente. ¿Por qué está seguro tu contacto de que el hombre está muerto?
Hubo una larga pausa y Slim empezó a pensar que Kay había colgado. Luego oyó un pequeño suspiro y Slim lo entendió.
—Cuéntame, Kay. Créeme, no hay mucho que pueda hacer. ¿Cómo sabe tu contacto que el hombre está muerto?
—Porque dice que él mismo lo mató.

2


Capítulo Dos
El hombre que se hacía llamar Ollie Ozgood no parecía un asesino. Con un rostro afable escondido detrás de un fino hilo de barba rubia, recordaba a Slim más un pescador de la Europa Oriental o el tipo de trabajador culto de la construcción que operaba maquinaria pesada en la excavación de un solar. Parecía formado técnicamente, pero no ser lo bastante terriblemente listo como para salir impune de un asesinato. Sin embargo, Slim sabía que las apariencias podían engañar.
Sus ojos fríos escrutaban todos sus movimientos mientras Slim abría tres bolsitas de azúcar y las echaba en un café tan denso que se coagulaba en la cuchara.
—¿Es usted un alcohólico? —dijo Ozgood.
—En recuperación —replicó Slim—. Llevo nueve horas seco. En algún momento hay que empezar, ¿no? No es la primera vez. Estoy acostumbrado.
Ozgood apuntó con la cabeza hacia la taza,
—¿Está cambiando una adicción por otra?
Slim encogió los hombros.
—Salvo que sabe como si se hubiera preparado hace una semana y se hubiera dejado luego al sol para secarlo, no es una experiencia memorable. —Levantó la taza, tomó un sorbo e hizo una mueca—. Horrible. Tal y como me gusta.
—Cuando nuestro amigo común le recomendó, esperaba alguien con otro aspecto.
—Puedo llevar una gabardina y un sombrero si hace falta —dijo Slim—. Si quiere que fume puros, se los cobraré en la factura. Ahora necesito saber por qué este hombre ha vuelto de entre los muertos.
—No puedo empezar desde el principio, porque no sé cuál es el principio —dijo Ozgood—. Para estar seguro, empezaré en algún lugar intermedio y continuaré desde ahí.
Slim asintió.
—Lo que necesite hacer.
Ozgood se giró en la silla, indicando el campo más allá de la terraza en la que se sentaban y las casas desperdigadas que surgían de los verdes retazos de campos como si hubieran crecido allí de sus semillas.
—Soy el último de una familia de terratenientes. Casi todo lo que ve me pertenece. Y si no me pertenece, es que no vale la pena.
Slim señaló un chapitel gris que sobresalía de un grupo de árboles justo debajo de la cima de la colina tras el valle boscoso que había al oeste.
—¿Incluso esa iglesia?
Ozgood sonrió.
—Eso entra claramente en la última categoría. La congregación actual de los domingos es de menos de veinte personas, en todos los sentidos. Ahí no hay dinero que ganar, pero mantiene contentos a los lugareños. Sin embargo, el cementerio que hay al lado, es tierra arrendada. Mi abuelo era un hombre de negocios y compró todo lo que se pudo permitir, seguro de que algún día se percibiría su valor. Nunca consiguió beneficios, pero mi padre mantuvo las propiedades y desde su muerte he seguido sus pasos. Un hombre más listo podría haber vendido una buena parte, pero sigo confiando en que el clima económico actual continúe mejorando antes de que nos arruinemos todos.
Slim dirigió la mirada hacia la mansión de tres plantas que se extendía sobre él y se preguntó si Ozgood tenía alguna idea real de lo que significa la pobreza.
—Kay me dijo que usted estuvo en el ejército —dijo.
Ozgood asintió.
—Estaba tratando de hacer la típica tontería de tratar de demostrarme que valía algo. Después de un par de experiencias, acepté que la riqueza heredada de mi familia me definía, me gustara o no. Además, no me apetecía que me dispararan. ¿Cómo dicen, que las guerras las libran los pobres para beneficiar a los ricos? Sin ser un esnob, yo entro en la última categoría.
Slim sonrió.
—Y yo en la primera.
Los ojos de Ozgood no abandonaban nunca la cara de Slim.
—Entonces ambos somos víctimas de las circunstancias. Como hermanos… de armas.
—Podríamos serlo si yo hubiera actuado mejor. También fracasé en eso.
La sonrisa de Ozgood era más fría que un viento gélido del mar.
—Prefiero con mucho trabajar con hombres vulnerables. Es más fácil confiar en ellos.
—Son herméticos —dijo Slim.
Miró de nuevo arriba a la casa de campo que se alzaba detrás de él con todo su esplendor. La mansión Ozgood estaba en el punto de encuentro de los dos valles que caían a ambos lados. Construida en medio de veinte acres de jardines, era el tipo de lugar que la mayoría de la gente solo visitaba en los viajes del National Trust. Slim creía que se había delatado al traer su propio café.
—Además —añadió Ozgood, después de una larga pausa—, nunca me gustó la idea de matar a alguien.
Slim pensó en cómo hacer la próxima pregunta, pero no tenía sentido tratar de esquivarla. Sabía del asesinato y Ozgood sabía que lo sabía.
—Y, aun así, descubrió lo que se siente. El hombre que se supone que le chantajea murió supuestamente por su culpa. ¿Puede contarme algo de eso?
Ozgood se echó atrás en su silla y se frotó pensativo el mentón.
—Me preguntaba cuánto tardaría en preguntármelo, Mr. Hardy.
—Creo que es mejor sacar primero lo peor —dijo Slim—. Luego puede continuar. Trabajar para un asesino es una novedad para mí, pero es un desafío que no estoy en situación de rechazar.
Ozgood hizo una mueca ante la mención de la palabra «asesino». Luego frunció el ceño, apretó sus ojos cerrados y se frotó las sienes como si se diera un masaje contra un repentino dolor de cabeza.
Sin mirar hacia arriba ni abrir los ojos, dijo:
—Sé todo acerca de su condena.
Slim alzó una ceja.
—¿Perdone?
Ozgood le miró y mantuvo la mirada de Slim hasta que Slim se preguntó si tenía que apartarla. Ozgood la apartó primero, pero de una manera cansada e indiferente que no dejó a Slim una sensación de dominio, solo de que había desaparecido un nudo corredizo alrededor de su cuello durante un poco más de tiempo.
—Sé que fue expulsado del ejército por atacar a un hombre con una navaja —dijo Ozgood—. Parece que tenía una relación con su mujer. ¿Es verdad?
—Eso creía.
—Y trató de matarlo.
Slim asintió.
—Fallé. Por suerte para ambos.
—Así que antes de contarle lo que estoy a punto de contarle, quiero que sepa que usted no es moralmente mejor que yo. Solo para que quede claro. Es una de las razones por las que creo que usted es perfecto para este caso.
—Entiendo.
—Bien. —Ozgood se removió en su asiento. Tomo un sorbo de su café y sonrió—. Un hombre llamado Dennis Sharp vivía y trabajaba en mis tierras. En concreto, trabajaba en los bosques. Creo que el nombre de su trabajo era el de guarda forestal, pero era más bien un empleado para todo. Vivía en mis tierras y hacía todo lo que yo le pedía. Pensaba que era un buen hombre y confiaba en él. Luego, una noche de hace más de seis años, violó a mi hija, que entonces tenía diecisiete años.
Slim se limitó a asentir. Levantó su taza y dio un sorbo.
—Debería haberse ocupado la policía —dijo Ozgood—. Al menos inicialmente. Soy un hombre que cumple la ley. Por desgracia, el paso del hecho a la investigación jugaba a favor de Dennis Sharp.
—¿Qué pasó? —preguntó Slim.
—El caso fue desechado y Sharp pensó que era un hombre libre. —Ozgood suspiró, se echó atrás en su silla y miró a lo lejos—. No lo era. No podía serlo nunca, ¿verdad? No después de lo que había hecho.
—¿Así que usted se ocupó personalmente del asunto?
Ozgood levantó un dedo hasta sus labios e hizo un gesto, como si lo besara. Se frotó la base de su barbilla con el pulgar.
—Si alguien me debe algo, me lo paga—dijo—. Dennis Sharp pagó con su vida.
—¿Cómo?
—Se hicieron ciertos ajustes en su coche en una revisión. Su embrague falló cuando venía a trabajar por la carretera empinada que baja a ese valle que ve allí. —Ozgood no apuntó, pero giró ligeramente la cabeza, indicando una quebrada arbolada detrás de los terrenos de cultivo hacia el noroeste—. El coche se salió de la carretera y se estrelló contra una roca, matándolo instantáneamente, según el informe del forense.
—¿Y usted supo que murió?
—Hubo una llamada anónima a policía, pero no era anónima para la persona que la hizo —dijo Ozgood, de forma bastante críptica, como si estuviera interpretando un papel activo en el juego que el chantajista hubiera decidido empezar—. Me llamó la policía y luego vi su cuerpo, le toqué el cuello para ver si tenía pulso, solo para estar seguro. Pero ahora, seis años después, he empezado a recibir mensajes de un hombre que afirma ser Dennis Sharp, reclamando dinero, amenazando con denunciarme, no solo por mi participación en su supuesta muerte, sino por otros supuestos delitos.
Ozgood se puso en pie, caminó por el borde de la terraza, luego se giró y volvió a caminar. Slim lo miraba, tratando en entender a ese hombre. Estaba claro que Ozgood no era un hombre al que se podía desafiar, era alguien cuya amable concha exterior escondía un interior duro como el acero.
—Que quede claro —dijo Ozgood, dándose la vuelta y volviendo a su asiento. Cruzó las piernas, luego cambió de opinión y puso su cuerpo derecho y se inclinó hacia delante—. No temo que ese hombre arrastre mi nombre por el barro. No hay nada que tenga contra mí que no pueda encubrirse o desaparecer. Lo que me molesta es el descaro de esa persona y por eso necesito que usted descubra su identidad—. Ozgood se echó hacia atrás. Sus ojos fríos hacían a Slim sentirse incómodo—. Considero esto una ofensa personal contra mi familia. En otras circunstancias, podría perdonar algo así contra mí… pero no contra mi hija.
Slim sorbió su café, usándolo como excusa para evitar la mirada de Ozgood.
—Lo más probable es un caso de robo de identidad. Alguien cercano a Sharp tratando de sacarle algo.
—No hay nadie que hubiera sido cercano a Sharp que no esté muerto o algo similar.
Slim no estaba demasiado seguro de cómo responder a esta afirmación, así que asintió mostrando estar de acuerdo, dejando que su mirada vagara por el panorama del campo mientras esperaba que Ozgood continuara.
—Este chantajista sabe cosas que solo podía saber Sharp.
—¿Y usted quiere que descubra el fraude o las circunstancias que este hombre podría usar para amenazarlo?
—Exactamente. Y cuando descubra la verdad, o lo veo pudrirse en prisión, o lo mato de nuevo.

3


Capítulo Tres
El propio Ozgood, conduciendo cuidadosamente un todoterreno impoluto demasiado bueno para la carretera por la que viajaban, mostró a Slim una pequeña casa que en su momento perteneció al guardés. Estaba al final de un viejo camino serpenteante de acceso que había sido remplazado por una vía más corta hasta la parte trasera de la propiedad, dejando el antiguo acceso desatendido. Al estar ahora sin usar, la casa estaba rodeaba por un bosque en el fondo de un valle, al que se podía acceder siguiendo un camino casi imperceptible a través de los árboles que marcaban una ladera, cruzando un pequeño puente sobre un arroyo, antes de zigzaguear hasta fuera de la granja. Luego se abría paso subiendo la colina hasta el otro lado, en dirección al pequeño pueblo donde Slim había advertido el chapitel de la iglesia. Mientras la carretera ascendía abruptamente, doblándose sobre sí misma, Slim se sintió cansado con solo mirarla.
Con una palmada en la espalda y una promesa de estar en contacto, Ozgood dejó solo a Slim, haciendo girar el coche con mala cara ante las zarzas del arcén y volviéndose cautelosamente por donde había venido.
La granja no parecía muy impresionante desde el exterior, con zarzas creciendo en un lado hasta abrirse paso sobre un espacio techado y una grieta en una ventana de la fachada, tal vez por el impacto de un pájaro. Sin embargo, tenía electricidad y agua caliente y una estufa de gas y Ozgood había previsto un envío semanal de comida para que Slim estuviera abastecido durante la investigación.
También había bichos escondidos detrás de un tablero, en un zócalo en el pequeño cuarto de estar y en una estatua de madera de un zorro en el dormitorio. Alta calidad, mucho más nueva y cara de la que nunca tuvo Slim en el ejército o en casos anteriores, un lugar tranquilo donde se podía oír caer un alfiler o dar un suspiro.
Fuera cual fuese la razón por la que Ozgood pensara tener que controlar a Slim, este prefería trabajar en privado, así que rellenó con vaselina todos los micrófonos para amortiguar el sonido hasta hacerlo casi inaudible. Ozgood tardaría en darse cuenta de lo que había ocurrido, tal vez el suficiente como para generar una confianza mutua.
Slim, tras volver a su ruina zozobrante el tiempo suficiente como para llenar dos maletas con todo lo que tenía, desempacó sus pertenencias en un mueble con varios cajones. Tras llenar solo los dos superiores de los tres que tenía, se estremeció por lo ligera y provisional que era ahora su vida. Podía desaparecer en un momento sin dejar ningún rastro.
Tal vez ese fuera el plan. Slim no era tan ingenuo como para confiar del todo en Ozgood y estaba claro que el terrateniente pensaba lo mismo. Era una desconfianza mutua que probablemente beneficiara a ambos.
Slim acabó de vaciar las maletas y salió de la casa. Mientras cerraba la puerta, le llegó un crujido de los árboles de al lado de la casa y un hombre entró en el camino.
Unos ojos legañosos lo miraban y una boca casi desdentada le sonreía.
—Me llamo Croad —dijo el recién llegado—. El jefe me dijo que le mostrara el lugar.

4


Capítulo Cuatro
Desvencijado como el techo de un viejo pajar, Croad era una edad indeterminada, pero, por su pasión por el fútbol de los ochenta, Slim adivinó que su nuevo guía tendría unos cincuenta años.
—Ya ve, estuve a punto de llegar al banquillo del QPR cuando Wilkins estaba en lo más alto —dijo Croad, desconcertando a Slim que ese hombre cojo como un tocón de árbol pudiera siquiera haber caminado erguido alguna vez, no digamos ya ser lo suficientemente bueno con el balón en los pies como para llegar a la entonces Primera División.
—Si no hubieran tenido un equipo tan bueno entonces, lo habría logrado. Marqué diez goles en tres partidos con las reservas, pero celebré mi convocatoria del sábado con una botella de whisky y una ramera que conocí en el Soho. Al saltar por una ventana cuando llegó su marido, me desgarré los isquiotibiales en una valla del tranvía y luego caí delante de un autobús de la línea 94 a Piccadilly. Podría haber sido peor si no hubiera estado frenando para parar, pero eso es lo que pasó. —Señaló algo—. Ah, aquí está el vado. La carretera sube hasta un cruce. A la izquierda está el pueblo, a la derecha se va a la granja Weaton, pero no la use si llueve mucho y hay mucha agua sobre la carretera, pues es probable que se quede atascado, si no tiene tracción a las cuatro ruedas.
Slim estaba tan maravillado ante la inesperada transición de una historia casi heroica a otra de ríos crecidos como para no mencionar que no tenía permiso de conducir en vigor.
Weaton sigue siendo terreno de Ozgood, pero tienen un arrendamiento fijo a largo plazo, así que hay que mantener las narices fuera de allí.
—¿Cómo es Mr. Ozgood?
Croad se encogió de hombros.
—¿Oficial o extraoficialmente?
—Extraoficialmente, por supuesto —dijo Slim, sabiendo bien que cualquier cosa que dijera probablemente llegaría a oídos de su nuevo jefe de una manera u otra—. Quiero decir, ¿es el tipo de hombre que merezca ser chantajeado?
—Depende de a quién se lo pregunte. ¿Lo normal no es que cuanto más dinero tengas más larga sea la fila de hombres que quieran robártelo?
Slim sonrió.
—Por eso tengo tantos amigos.
Croad emitió una risa áspera.
—Usted y yo también.
—Estoy seguro de que sabe por qué estoy aquí. Mr. Ozgood quiere saber por qué le está chantajeando un hombre muerto. —Slim calló, recordando la advertencia de Ozgood de que no dijera nada acerca de la verdadera razón de la muerte de Dennis Sharp.
—Sí. Dennis Sharp, algo inesperado. Un tipo tranquilo, trabajador, bien pagado, iba a casa o al pub, un tipo normal.
—Oí que murió en un accidente de automóvil.
Croad asintió.
—Sí.
Slim esperó más información, pero, al no recibir ninguna, dijo:
—¿Cerca de aquí?
Croad asintió. Dejó de arrastrar los pies por un momento y se dio la vuelta.
—Le voy a llevar allí. Órdenes del patrón. Mejor empezar por el principio, ¿no?

5


Capítulo Cinco
—No hay por aquí muchas curvas cerradas como Gunhill Hollow —dijo Croad, agitando la mano hacia la carretera que caía abruptamente fuera de la vista tras el cambio de rasante de la colina mientras los árboles se cerraban sobre ella como manos protectoras—. Quiero decir, no puedes esperar que haya una curva así si te has perdido y conduces por aquí por primera vez. —Croad sonrió, mostrando unos dientes salientes y negros—. Usted tendría cuidado, ¿verdad?
—Por supuesto —respondió Slim, inseguro de si lo tendría o no después de un trago o dos.
Caminaron entre los árboles, con sus sombras recortadas sobre ellos, la temperatura bajando rápidamente y el aire seco del sol de la tarde convirtiéndose en húmedo y brumoso contra la piel de Slim.
La carretera se estrechaba y caía en una fuerte pendiente, con su superficie llena de agujeros y desigual, con parches de guijarros de asfalto quebrado crujiendo mientras se movían bajo los pies. Slim tuvo la incómoda sensación de que estaba caminando sobre la cara cubierta de granos de acné de un gigante hace tiempo muerto y enterrado.
Croad se detuvo donde la carretera se volvía abruptamente sobre sí misma, en una fuerte pendiente descendente hacia el verde musgoso del valle. Se colocó al borde y se inclinó, con las manos rodeando sus ojos.
—Sí, sigue ahí.
—¿El qué?
—El viejo Ford. La furgoneta de Sharp.
Slim se acercó.
—¿El coche sigue ahí?
—Lo que queda. Sharp llegó a la curva a gran velocidad. Evitó los árboles más grandes y se estrelló a un par de cientos de metros más abajo en el bosque. Trataron de sacarlo con una grúa, pero oí que el cable se soltó dos veces y a la tercera no pudieron moverlo. La policía lo revisó en busca de pruebas, hicieron su trabajo en el sitio y luego lo dejaron al alcance de todos.
Slim miró hacia abajo en la oscuridad de los árboles.
—No veo nada.
—No queda nada más que un chasis oxidado cubierto de zarzas, pero ahí sigue. Vamos, se lo enseñaré.
Croad salió de la carretera, bajando inmediatamente por la ladera de la colina. Tras dar un par de pasos, quedó por debajo de su altura. El entrenamiento militar de Slim se puso en marcha y se agachó, revisando el sotobosque en busca de algo que estuviera fuera de lugar, algo sintético o alterado por el hombre.
Una carcajada le hizo mirar arriba.
—¿Quién se cree que es, Schwarzenegger? No hay nada de lo que preocuparse por aquí. Esto no es Vietnam, soldado.
Slim se preguntó cuánto sabia Croad de su pasado, pero lo dejó pasar, sonriendo:
—Me gustaban los bosques cuando era niño —dijo, algo que en su momento fue cierto, pero que había cambiado desde entonces. Tampoco le gustaban los espacios abiertos, pero al menos tenías más oportunidades de ver a tu enemigo.
—Como a todos —dijo Croad, dándose la vuelta y alejándose—. No hay nada de lo que preocuparse, salvo unos pocos fantasmas. Dejaron el coche, pero se llevaron el cadáver de Den.
Slim se apresuró a ir tras Croad, alcanzándolo cuando el hombre mayor se paró en una maraña de maleza que sugería que había algo escondido debajo. Un poco más adelante, un afloramiento de piedra surgía del suelo y tras ella aparecía un barranco hacia un torrente de agua.
—El eje delantero de atoró en esa roca —dijo Croad, tropezando con la maleza y golpeando el afloramiento con un movimiento sorprendentemente ágil—. Los muy cerdos hicieron su investigación y luego dejaron el coche aquí para que se pudriera. Los chicos solían venir aquí a fumar maría, lo llamaban el viejo Den, como si todavía estuviera por aquí.
—¿Siguen bajando aquí?
—Se cansaron que arrancar los hierbajos, supongo. —Croad sonrió—. O se asustaron. Más de un par de jóvenes se sentaron en el asiento caliente y no volvieron a este bosque.
—¿El asiento caliente?
Croad se inclinó y apartó una mata de zarzas retorcidas con las manos desnudas, echándolas a un lado para mostrar una ventana lateral sucia y rota.
—El asiento delantero del conductor. Donde el viejo Den se encontró con su creador.

6


Capítulo Seis
Ozgood le había dicho que durante su investigación no había preguntas que no se pudieran hacer a quien viviera en sus propiedades.
Con una taza de café que había dejado toda a noche en el filtro, Slim dispersó grandes fotos aéreas de la zona que le había proporcionado Ozgood, comparando los edificios y carreteras con los de un mapa anotado.
Las fotos abarcaban treinta años y en ese tiempo un par de propiedades habían cambiado de manos. Otras, que en su momento estaban en terreno despejado, habían quedado ocultas bajo árboles que habían crecido, mientras que otras previamente escondidas ahora se veían solas y aisladas en zonas clareadas o jardines.
La mansión se encontraba en pleno centro, como una abeja reina, rodeada por extensos jardines. Estos iban desapareciendo en un bosque que descendía gradualmente hacia los valles de dos ríos adyacentes, convirtiendo las propiedades de Ozgood en un diamante, aunque realmente no convergían del todo.
Al noroeste del río se encontraba el pueblo de Scuttleworth, un grupo apretado de casas rodeando una iglesia, y rematado por dos tiendas una frente a otra en un extremo y un parque comunal: en realidad poco más que un terreno con matorrales que Slim había visto en su paseo en coche. El cementerio era el terreno más grande, alargándose en dos prados separados por una línea de árboles, aunque al norte de Scuttleworth había un par de naves industriales: un bloque gris que parecía una fábrica colgada al borde de un valle y la otra un espacio gris abierto con varios coches estacionados y un par de vehículos de construcción: un garaje.
La residencia actual de Slim, la antigua casa del vigilante estaba casi a mitad de camino entre los dos y solo era visible como una mancha marrón a través de los árboles. La antigua carretera de acceso, claramente visible en un mapa fechado en 1971, era apenas una línea de puntos en el más reciente fechado en 2009, reemplazada por una nueva más al este.
Slim contó otras catorce casas o propiedades que no pertenecían a la finca de la mansión o a Scuttleworth. Dos grupos eran grajas, mientras que Croad había identificado una hilera de tres como antiguas viviendas sociales que Ozgood había comprado y ahora alquilaba. Todas las demás pertenecían a aparceros locales.
Croad estaba esperando fuera cuando salió Slim, con la boca amarga por el exceso de café, pero con su mente sintiéndose por una vez refrescantemente aguda. Había empezado, como siempre, a contar los días de sobriedad. Ahora cuatro sin beber, seis desde que se emborrachó y doce desde que se despertó en un lugar distinto de aquel donde recordaba haberse ido a dormir. El estímulo de la cafeína hacía que palpitara su corazón, pero el atractivo desarrollo del caso Ozgood empezaba a despertar una curiosidad que solo un barril de alcohol podía enterrar. Era sin duda una tela de araña, pero si podía desentrañarla de alguna manera, podría conseguir que le pagaran por una vez y esa eterna búsqueda de un sentido para su existencia podría apaciguarse por un tiempo.
—¿Listo, muchacho? —rechinó Croad—. He tenido un día ocupado agitando el fango que tenemos delante.
Slim asintió, suspirando para sus adentros, preguntándose durante cuánto tiempo tendría que disfrutar de la abrasiva compañía de Croad antes de poder continuar solo con la investigación.
Croad también tenía coche, un antiguo Morris Marina, que parecía más viejo que su dueño. De un color verde desvaído, tenía una discordante puerta de color rojo cromado y una zona azul en el techo que parecía tapar un agujero en lo alto. Slim debió quedarse mirando, porque Croad se rio de repente y dijo:
—Techo solar. Casero. El aire no funciona.
Slim consideró decir algo acerca de las ventanas, pero se lo pensó mejor. En su lugar, dijo:
—¿Cuál es nuestra primera parada?
Croad sonrió.
—Imaginé que empezaríamos a trabajar de inmediato. Le llevo a ver al fantasma.

7


Capítulo Siete
Mientras el automóvil de Croad saltaba y rebotaba por caminos rurales de los que Slim estaba seguro de que no estaban en sus mapas aéreos, el aire entraba por el agujero del techo mientras el tablero pintado de azul que normalmente cubría la abertura se encontraba a sus pies. Slim estaba seguro de que nadie que se fuera a encontrar con un fantasma real pasaría el rato hablando de partidos hace tiempo olvidados del Queens Park Rangers.
—El nombre del tipo era Mickey —estaba diciendo Croad, tamborileando en el volante con los dedos—. Le acabó yendo bastante bien, llegó a ser internacional con Escocia. Pero el día que apareció era el novato en el entrenamiento. La noche anterior a su primer partido con los reservas, le llenamos las botas con polvos de guindilla. Un día de barro y niebla, todo mezclado. Le dio la sarna o algo así. Decía que los pies le picaban tanto que prácticamente se rascaba hasta quedarse sin piel.
—¿La sarna? —musitó Slim, fingiendo interés mientras Croad resoplaba de la risa.
—Al chico le hubiera ido fatal si no se lo hubiera tomado deportivamente… Ah, aquí estamos. La casa de Den.
Una cancela cubierta de viña la separaba de la carretera. El edificio que había detrás (era difícil decir si era una casa) tenía las ventanas tapiadas, pero la puerta principal había sido reventada y la entrada invadida por arbustos y zarzas. Slim salió del coche y se acercó a la cancela, viendo ahora un segundo piso escondido entre las ramas.
—La casa de Den —repitió Croad mientras salía y rodeaba el coche para unirse a Slim en la cancela—. Después de llegar el primer mensaje, Ozgood me hizo venir aquí a echar un vistazo, a ver si aparecía Den. Estuve vigilando durante semanas. Nada.
—Pensaba que Sharp estaba muerto.
—Lo está. O debería estarlo. Los fantasmas no pueden escribir cartas ni mandar correos electrónicos, ¿verdad?
Slim dejó a un lado la cancela hasta un muro de piedra enterrado y subió por él. Si eso había sido alguna vez algo parecido a un jardín, hacía mucho de eso, reemplazado por un bloque denso de zarzas que se prendían a los vaqueros de Slim mientras este se abría paso.
—¿Va a entrar? —preguntó Croad—. Necesitará esto. —Se inclinó por encima de la cancela para dar una linterna a Slim—. Los jóvenes han destrozado el lugar, así que Ozgood lo hizo tapiar, ya que no se volvió a alquilar.
—Me gustaría conocer a esos jóvenes —dijo Slim—. Seguro que tienen historias que contar.
—En el parque los viernes por la noche —dijo Croad—. Los encontrará en el jardín de la cerveza, bebiendo sidra barata. Eso hace que siga funcionando la tienda de Cathy.
Slim asintió. Tomó la linterna y apuntó hacía la oscuridad. Las siluetas de objetos de cocina en descomposición aparecían en medio de la vegetación. Pisando con cuidado, dio unos pasos hacia el interior, pero no había nada que ver, salvo la ruina de la casa. Cristales rotos, pedazos de albañilería y unas pocas piezas no identificables de metal sostenían a los sospechosos habituales de una propiedad abandonada: unas pocas latas aplastadas de Special Brew en un par de charcos, revistas pornográficas y un condón polvoriento y usado que se había dividido en el extremo correspondiente.
A sus espaldas, Croad dijo:
—Yo soy el responsable de las cervezas. Con respecto al resto, no tengo nada que ver.
Slim apagó la linterna.
—Aquí no vive nadie —dijo—. Creo que es hora de dejar de hacer turismo y de que alguien me cuente acerca de la naturaleza de ese supuesto chantaje.
Croad sonrió.
—Usted manda. ¿Lo quiere en el coche o fuera de él?

8


Capítulo Ocho
Pocos minutos después se sentaron delante del viejo Marina de Croad, con vasos de café sobre sus regazos. Croad sacó una hoja de papel y se la pasó a Slim, que la dejó sobre sus rodillas mientras leía.
—La primera —dijo Croad.
—Querido Oliver —leyó Slim—. Iré directamente al grano, puede que te sorprenda oír de mí, pero no estoy muerto como esperabas. Pido perdón por eso. De hecho, la tragedia que crees que me ocurrió nunca pasó. Estoy muy vivo. Estoy vivo, pero muy frustrado. Y ahí entras tú. Verás, sé lo que hiciste y creo que ya es hora de que lo pagues. También sé todo lo demás. Acudiré a la policía si no haces exactamente lo que te digo. Tuyo, Dennis.
La nota acababa con una solicitud de medio millón de libras en efectivo que había que dejar en una bolsa en un paso elevado de la cercana autovía A30. Día y hora: 6 de septiembre a las siete y cuarto de la tarde.
Slim se burló mientras la devolvía.
—La tarifa habitual del chantajista —dijo—. Ningún detalle concreto. Supongo que la ignoraron.
—Por supuesto, dijo Croad—. Mr. Ozgood es un hombre de negocios. Recibe cartas como esta todos los días. Esta no pasó de su secretaria. Así que el chantajista pasó a ser un poco más específico.
—Muéstremela.
—Esta es la primera que llegó hasta Ozgood.
Slim tomó la hoja y empezó a leer, esta vez en silencio.
Querido Oliver,
He advertido que no te presentaste el 6 de septiembre.
No sueles faltar a una cita importante, ¿verdad?
Creo que no te das cuenta de que hablo en serio.
Sé lo que hiciste. ¿Crees que tu
dinero te sacará de esta? Sí, bien que lo hizo.
Esa suerte que tienes. No la tenemos los menos privilegiados.
El precio ahora es de un millón.
Eso podría reparar parte del daño que causaste.
Dile a Ellie cuando la veas,
que nunca olvidaré su sonrisa
cuando me dijo que me quería.
Y pregúntale acerca de ese arañazo en su espalda.
La zarza… No sabía que estaba allí.
Seré tu sombra hasta ver tu dinero,
a las seis en punto del 2 de otubre
en el mismo lugar que antes.
Dennis
Slim miró al frente.
—Supongo que Ozgood se tomó esta algo más en serio.
—No se equivoca —gruñó Croad—. Durante la supuesta violación, Ellie Ozgood recibió un arañazo en su espalda, tal y como dice la carta de Den. Había una espina en su piel y los forenses en la investigación inicial la vincularon con una planta concreta del jardín de Den —señaló Croad—. Esa misma, aunque ha crecido un poco desde entonces. Habría bastado para condenarlo si Ellie no hubiera retirado la denuncia.
—¿Que ella qué? Ozgood me dijo que el caso fue sobreseído.
—Sí, eso fue algo delicado. Elli retiró la denuncia. Dijo que era de mutuo acuerdo. La chica había cumplido dieciséis un mes antes, poniendo a Den a salvo. Él tenía treinta y ocho. A Mr. Ozgood no le gustaba, no creía a Den ni a ella. No podía haber sido que su pequeña estuviera liada con el jardinero, ¿entiende? Así que se ocupó personalmente del asunto.
—Eso entendí.
Croad sonrió, pero por primera vez lo hizo de una manera siniestra. En la penumbra que atravesaba los árboles, la cara del viejo parecía un esqueleto amenazador.
—Los tres mosqueteros —dijo.
—¿Qué?
—Solo nosotros tres sabemos lo que hizo Ozgood esa noche. Él, por supuesto, yo y ahora usted. Le debo una vida y ahora usted también. No se debe saber, ¿queda claro?
Slim decidió no mencionar que parecía que el propio Ozgood había roto su vínculo sagrado alardeando de lo que había hecho ante Kay Skelton. Por el contrario, dijo:
—¿Me está amenazando?
—Solo dejando las cosas claras. Llevo mucho tiempo a su servicio y me he ganado su confianza. Usted no. No considero que me deba nada, así que le dejo claro con quién está trabajando.
Slim suspiró. La tentación de largarse era fuerte, pero también la atracción por el pub más cercano y tal vez eso fuera más probable que lo matara.
—Entiendo —dijo.
—Bien. Pues hay más. Siempre hay más, ¿verdad?
Slim frunció el ceño, sin estar seguro de qué quería decir Croad, pero el viejo le pasó otra hoja de papel.
—Tercera y última —dijo.
Querido Oliver,
Esta es realmente tu última oportunidad de pagar. No
olvides lo que hiciste a Scuttleworth, o
cuánto destruiste.
Ahora por todo el daño
que me hiciste debes pagarlo. Tienes la oportunidad
de reparar lo que causaste.
9 de noviembre, a las 5:25 de la tarde.
Un maletín de cuero atado al noveno poste.
Nos vemos,
Dennis
Slim le devolvió la carta.
—Sabe lo que le voy a preguntar, ¿no?
Croad sonrió.
—Soy muy agudo. Llegó hace ocho días. Tenemos poco más de dos semanas hasta el día del pago. No sabemos a qué se refiere con todo eso de reparar las cosas. No son más que amenazas y mentiras. Pero el problema es la niña.
—¿Ellie? ¿Por qué?
— Mr. Ozgood quiere dejarla fuera, que nada la perjudique.
—¿Pero…?
—Es terca como una mula y no quiere irse. Dice que no le preocupa ninguna amenaza de nadie. Eso da que pensar, ¿no?
—¿Ozgood planea entregar el dinero?
—No, si puede evitarlo. Por eso está usted aquí.
—No soy especialmente rápido en mi trabajo —dijo Slim—. No estoy seguro de poder ahorrarle dinero.
Croad rio.
—¿Cree que a Mr. Ozgood le preocupan un par de millones? Todavía no lo entiende, ¿verdad? Nadie se enfrenta a Mr. Ozgood. Dennis Sharp lo hizo una vez y murió. A quienquiera que esté enviando estas cartas le pasará lo mismo. Está aquí para evitar que Mr. Ozgood se manche las manos con sangre o al menos dejar tan poca como para poder lavárselas fácilmente.

9


Capítulo Nueve
Croad dio una excusa sobre otras cosas que tenía que hacer y luego dejó a Slim en la casa, sabiendo poco más que antes. Superficialmente, parecía un caso claro de usurpación de identidad. Si la evidencia era la que había escuchado, debía haber algún error acerca de que Dennis Sharp seguía vivo. El chantajista era alguien sin duda cercano a la familia y que sabía más de lo que creía Croad. Lo único que tenía que hacer Slim era descubrirlo y denunciarlo. Luego Ozgood podría volver a dominar el mundo y Slim a su gradual descenso a una muerte triste y olvidable.
Croad le dio una lista garabateada de contactos, añadiendo un asterisco a aquellos con los que era más probable que hubiera que hablar. En unas notas al pie explicaba que una cruz significaba que probablemente le dirían a Slim que se largara.
El primer nombre en la lista era Clora Ball. Las notas de Croad la describían como «Parece vieja, huele mal, no sonríe. Exnovia de Den».
Su domicilio estaba a un paseo de veinte minutos por un camino estrecho que acababa en un desmañado edificio de dos plantas en el que el piso inferior se usaba como garaje de maquinaria agrícola. Clora vivía en el piso superior, al que se accedía por una puerta a un lado de la casa. Slim se encontró pulsando un botón de un portero automático moderno sin tener idea de qué iba a decir.
—¿Qué pasa? —oyó decir a una voz electrónica a través del receptor— ¿Sabe qué hora es?
Slim miró la pantalla de su viejo teléfono Nokia. Las diez menos cuarto de la mañana.
Le dijo la hora.
—¿Puedo hablar con usted, por favor? Me gustaría preguntarla sobre Dennis Sharp.
El receptor hizo clic y se apagó. Slim esperó unos largos segundos, pensando que ya había llegado a un callejón sin salida cuando sonó la puerta, abriéndose unos centímetros.
—¡Aquí arriba! —gritó una voz desde una puerta en lo alto de una empinada escalera.
Slim subió. Le llegó el olor a mitad de camino. La acritud familiar de una vida arruinada: comida precocinada, cigarrillos, alcohol barato. Se detuvo mientras esperaba a que su cabeza dejara de martillear, consciente de que su investigación podía resolverse este primer día y luego continuó subiendo.
Clora Ball se había retirado a una butaca con brazos en medio de un reino de basura. Los elementos de una vida normal se expresaban en elementos de cocina, aparadores, mesas y sillas, pero parecía como si hubiera pasado una ola dejando basura en todas las superficies disponibles. Ella tomó el mando remoto del televisor y apuntó a este, que no estaba inmediatamente visible al encontrarse en medio de una pila de cajas, luego se giró hacia él con gesto de desafío como si empezara un episodio de La guerra de la basura.
—No me ha dado tiempo a ordenar. ¿Quién es usted, de todos modos?
—Me llamo Slim Hardy. Soy investigador privado. Quería preguntarla sobre un viejo conocido. Dennis Sharp.
—Bueno, menuda historia, ¿verdad? Hacía mucho que no oía ese nombre, aunque no sea alguien a quien una quiera olvidar.
Clora, a pesar de su aparente carácter esquivo, parecía contenta de tener compañía. Cuando Slim no respondió de inmediato, agitó una mano gordezuela en dirección a la cocina.
—Acabo de hervir agua —dijo—. Si quiere hacerse un té, tráigame uno. Si hubiera querido matarme, supongo que ya lo habría hecho, así que supongo que no quiere hacerme daño.
Slim se abrió paso obedientemente hasta la cocina y volvió con dos tazas de té. La leche estaba agria, así que dejó el suyo negro y añadió solo un poco al de Clora.
Despejó un asiento y se sentó cerca.
—Olvidó el azúcar —dijo Clora, como si Slim hubiera debido saberlo—. Supongo que debo tomar menos, así que déjelo. Sabe que Den está muerto, ¿no?
Slim simuló sorpresa y empezó a crear la compleja mentira que había ideado para animar a la gente a hablar.
—Trabajo para un fondo de inversión con sede en Londres —dijo—-. Mr. Sharp tenía unos activos que han vencido. El gestor de fondos ha sido incapaz de contactar con él, así que me han enviado para encontrarlo y, en su ausencia, a su heredero.
—¿Cuánto dinero?
—Una cantidad de seis cifras —dijo Slim, viendo cómo ella miraba al techo, frunciendo el ceño mientras trataba de calcular cuánto seria eso—. Es una cantidad importante. Las condiciones del contrato son que deberían pasar a las manos de su pariente más cercano en caso de muerte legal. Un tipo con el que me topé en el pueblo me dio su dirección. —Se removió en su asiento, preparando el cebo para que picara—. El gestor del fondo ha autorizado pagos menores para cualquiera que pueda darnos información fiable.
—¿Cuánto?
—Depende. ¿Cómo de bien conocía a Mr. Sharp?
Clora se agitó. La silla chirrió bajo ella, así como el suelo. Sus brazos regordetes se levantaron como si contuvieran información y sonrió.
—Éramos amantes.
—¿Tenía una relación con Mr. Sharp?
Clora se encogió de hombros.
—Algo así. Ese Den era un rufián. Yo no era la única y lo sabía, pero no me importaba. —Volvió a sonreír, mirando a la lejanía—. Era uno de esos tíos duros a los que una mujer no podía resistirse. No me hubiera importado que se tirara a la mitad del pueblo mientras volviera a mí de vez en cuando. —De repente, su semblante se apagó—. Pero cuando oí hablar de Eleanor, pensé que se había pasado.
—¿Eleanor? ¿Ellie Ozgood? ¿La hija de Oliver Ozgood?
—Usted ya ha investigado —dijo Clora—. La hija y heredera de Ozgood.
—¿Tenían una relación?
—Eso decían. A mí me resultaba difícil creerlo. Den tenía menos de cuarenta años. Podía resultar atractivo para cierta edad, pero una chica rica de un colegio privado… no lo podía entender. Entonces se supo lo de la violación. Eso tenía más sentido.
—Por supuesto, a usted le sorprendió lo que hizo.
—¿La violación? —Clora rio—. Un montón de mierda, eso es lo que era. Den no era un violador, no tenía ese carácter. —Sonrió con suficiencia—. Con esa mirada, no lo necesitaba. No, era la palabra de ella contra la suya. El caso se habría sobreseído incluso si ella no hubiera retirado los cargos. Den habría sido absuelto de cualquier delito, como cualquiera con medio cerebro habría sabido. No, traspasó una línea desde el principio al acercarse a ella. Por ir con el enemigo.

10


Capítulo Diez
Slim esperaba más detalles, pero Clora anunció abruptamente que iba a empezar un concurso televisivo que le gustaba y que debía volver en otro momento si quería hablar más.
De vuelta en el exterior, caminó por el sendero hasta la encrucijada, tomando la dirección que llevaba al pueblo de Scuttleworth, con la cabeza bullendo de nuevas ideas. Cuando se suponía que tenía que encontrar a quien podía haber tenido el conocimiento para hacerse pasar por Dennis Sharp, se encontraba con acusaciones veladas de conducta inapropiada por parte de Ollie Ozgood y su familia.
Scuttleworth constituía un cruce de caminos y se agrupaba como una tela de araña, aunque solo el camino del norte podía considerarse utilizable para el tráfico. Todas las carreteras al sur de la iglesia se degradaban formando un camino de un solo carril, recorriendo montañas y cerros como si alguna vez un gigante hubiera creado una red descuidada de caminos a lo largo del paisaje. La carretera hacia el norte incluía los pocos edificios comerciales: dos tiendas pequeñas, una oficina de correos y una tienda de materiales de construcción. La iglesia estaba en una depresión rodeada por árboles y al otro lado de la calle había un pub. El camino que pasaba de este a oeste consistía en dos hileras enfrentadas de granjas con muros de piedra que gradualmente daban paso al campo.
No había nadie. Una de las dos tiendas estaba cerrada, con un cartel en el escaparate que se había ido borrando por la luz solar hasta quedar ilegible. Slim entró en la otra, a través de una puerta medio bloqueada por una gabardina verde tirada en el suelo y encontrándose en un cuarto largo y apretado lo suficientemente estrecho como poder alcanzar simultáneamente las paredes de ambos lados por encima de las estanterías. Aparte de un estante bien provisto de botellas de dos litros de agua mineral, la tienda tenía poca cosa. Slim tomó una lata de alubias, le dio la vuelta y vio que su consumición preferente se había sobrepasado en dos meses. Lo mismo pasaba con un paquete de pasta deshidratada, mientras una barra de pan de cereales en una cesta al lado de la caja estaba dura, según pudo apreciar al tocarla con el dedo.
—¿Puedo ayudarlo?
Slim, pasando un dedo por el polvo del mostrador, dio un respingo al oír la voz. Venía de abajo. Se inclinó sobre el mostrador y encontró a un niño con pantalones cortos sentado en el suelo con las piernas cruzadas y una consola de juegos en las manos parpadeando en el espacio entre sus piernas. El niño no llevaba zapatos ni calcetines y una camiseta de un color azul desvaído mostraba una piel pálida a través de agujeros de polilla en los hombros.
—Um… buscaba periódicos —dijo Slim, escogiendo lo primero que se le vino a la cabeza.
El niño puso los ojos en blanco como si eso fuera algo absurdo. Miró un momento a su videojuego y luego, como si se diera cuenta de que la conversación no había acabado, miró hacia arriba y dijo:
—¿Hay alguno que quiera pedir? Puedo preguntarle a mamá.
—¿Dónde está tu madre?
El niño no le miró.
—En la trastienda.
—¿Qué hace?
—Yo qué sé.
La conversación se iba volviendo inútil, así que Slim tomó un paquete de pasta de una estantería y lo dejó sin ceremonias sobre el mostrador.
—Me llevo esto, por favor.
El niño se puso en acción, poniéndose en pie y gritando:
—¡Mamá! —A través de una cortina que cubría la entrada al interior.
El chirrido de los muelles de un viejo sofá, el arrastre de las zapatillas sobre el linóleo y un largo suspiro anunciaron a la señora de la casa antes de cruzar la cortina. Vio la pasta antes de ver a Slim, empujó a lo alto de su nariz sus gruesas gafas y luego miró hacia arriba.
Cualquier atractivo de juventud que pudiera haber tenido había desaparecido con el paso del tiempo. Un cuerpo grueso y sin formas se escondía debajo de un jersey gris con un rasgón en una manga. Sus ojos grises miraban desde una cara cara con demasiada piel y una boca con dos babosas por labios se abría para revelar el destello de una muela de plata.
—¿Es usted Cathy? —preguntó Slim, recordando algo que había dicho Croad y esperando que el viejo no se hubiera referido a la tienda cerrada al otro lado de la calle.
Si la mujer se sorprendió, no hubo ninguna señal de ello en su cara.
—¿Quién es usted? —preguntó, mirando hacia otro lado, ordenando abstraídamente una cesta de mimbre sobre el mostrador llena de latas de maíz dulce. Una luminosa estrella rosa aparecía delante anunciando una oferta de otoño a mitad de precio.
—Voy a estar por la zona algunos días —dijo Slim, evitando lo esencial de la pregunta—. En realidad, estoy buscando a Dennis Sharp. O lo estaba, pero he oído que se fue.
—Es una manera educada de decirlo. ¿Qué quería de él?
—Es personal. Prefiero no contarlo.
Ella se encogió de hombros.
—Eso es cosa suya. Un libra con diez por eso.
Tomó la pasta del mostrado y la colocó en una bolsa de papel. Slim buscó suelto en su bolsillo, haciendo ciertos aspavientos para ganar tiempo. Sacando finalmente un par de monedas, dijo:
—¿Querían a Dennis por aquí?
—¿Qué la importa si está muerto?
—Solo estaba comentando.
—Supongo que podría encontrarse gente peor. Siempre estaba bromeando, aunque era un poco atrevido con las manos.
—¿Qué quiere decir eso?
La mujer empujó al niño en la espalda con la rodilla.
—Vuelve ahí y haz algo útil. Limpia el suelo o algo.
Mientras el niño se iba, se dirigió a Slim y le mostró una sonrisa más amistosa de lo que él habría creído que era capaz.
—Le gustaban las mujeres. Nunca debería haberse acercado a esa niña.
—¿Qué niña?
—Ellie Ozgood. Den nunca estaba contento con lo fácil. Iba buscándose problemas y no podía haber encontrado algo mejor.
—Me gustaría conocerla. ¿Sabe dónde vive?
—En la mansión, por supuesto. Pero buena suerte si va a allí. Es más probable que la encuentre en el trabajo, si se puede llamar trabajo a su señorío sobre ese lugar. Mi Tom siempre se está quejando de ella, dice que no hace nada salvo sentarse sobre su… —Cathy se calló. Se pasó una mano por el pelo, dejando un rastro grasiento detrás de su oreja derecha—. Bueno, supongo que ya está bien.
—¿Dónde?
—¿Ha estado viviendo en un hoyo? En Vincent’s. El matadero. Segunda calle a la derecha a partir de aquí. No se preocupe por equivocarse. Lo olerá desde una milla.

11


Capítulo Once
—¿Vincent’s? No hace falta que vaya allí —dijo Croad sentado al otro lado de la mesa—. ¿Tengo que recordarle quién lo contrató?
—Me han dicho que Ellie Ozgood trabaja allí. Si alguien sabe acerca de Dennis Sharp, es ella.
Croad sacudió la cabeza.
— Mr. Ozgood quiere a Ellie fuera de esto. No quiere que la violación vuelva a salir a la luz.
—Pero…
—Déjelo, Mr. Hardy. Soy solo el mensajero y estas son las reglas del trabajo. Tómelo o déjelo.
Slim quería levantarse e irse, pero el recuerdo de casas barco escoradas y patadas hacían de este un lugar seguro… por ahora.
—Como dice —dijo—, haga algo seguro, ¿vale? Consígame una lista de personas relacionadas con Dennis. Familia, amigos, conocidos.
Croad sonrió.
—Solo tiene que pedirlo. —Sacó del bolsillo un papel arrugado y lo dejó sobre la mesa, con sus ajados dedos de trabajador haciendo todo lo posible por alisarlo.
—Esto debería de valerle.
Parecía una telaraña de escritura infantil. Slim la miró, esperando desentrañar algo legible o comprensible. Al no conseguirlo, miró de nuevo a Croad.
—Tal vez me pueda explicar esto —dijo.
Croad golpeó un garabato que podría decir cualquier cosa.
—Shelly Holland. La madre de Den.
—¿Casada de nuevo?
—Nunca lo estuvo. Extramatrimonial. Den tomó el apellido de su padre solo para mortificarla.
—Oh. ¿Dónde la puedo encontrar?
Croad se puso en pie. Agitó una mano hacia la cazadora de Slim colgada en el respaldo de una silla y se dirigió hacia la puerta.
—Ahora mismo le llevo. Si ella sigue allí.
Tomaron el coche de Croad, pero en menos de dos minutos se volvieron a bajar, al aparcar Croad en un seto descuidado fuera del cementerio. Había enfrente una hilera de casitas al otro lado de un camino de grava con hierbajos, más deteriorado de lo que Slim habría esperado para unas propiedades tan potencialmente lucrativas.
—¿Ozgood también es el dueño de esto? —preguntó Slim.
Croad hizo un gesto despectivo hacia ellas.
—De todas. Hay inquilinos en tres. El cuarto se fue después de un año. Seis meses sin pagar.
—Apuesto a que no le gustó.
—A los responsables no nos gustó demasiado, pero para Mr. Ozgood, no fue más que una picadura de pulga en la espalda.
—¿Los otros tres?
—Trabajan en Vincent’s, como la mayoría por aquí.
—¿Esa es la principal fuente de ingresos de Ozgood?
Croad se encogió de hombros.
—Una de ellas. ¿Quiere conocer a Shelly o no? Por aquí.
Croad le llevó hasta las puertas del cementerio. Slim se detuvo mientras Croad quitaba unas hierbas enredadas y las dejaba abiertas.
—Pensaba que estaba viva.
—Lo está. Al menos la última vez que vine.
El cementerio estaba muy descuidado. Slim se preguntó si mantenerlo era otra de las tareas de Croad y si merecía la pena preguntárselo al viejo. Lápidas antiguas y torcidas aparecían de entre las malas hierbas que se agitaban, con sus inscripciones cubiertas de liquen y apenas legibles.
—Parece que nadie viene por aquí —dijo Slim.
—No lo hacen. Ya no. Que no haya mucha gente por aquí no significa que haya habido muchas muertes. Den fue uno de los más recientes y ya han pasado seis años desde su entierro.
—¿Dónde está?
—Ya lo verá.
El camino rodeaba la parte trasera de la iglesia y luego se dividía subiendo un pequeño altozano hacia una hilera de árboles que lo separaba de un segundo cementerio adyacente que parecía un pequeño campo añadido para hacer frente al desbordamiento. Slim trató de ver más allá de Croad hacia dónde iba el camino. Solo pudo suponer que giraría a la derecha pasado el cementerio a una pequeña propiedad al otro lado, aunque no podía ver nada, salvo más campo.
—¿No hay una forma más rápida de atravesarlo? —preguntó Croad—. Parece bastante descuidado.
—No vamos a atravesarlo —dijo Croad—. Vamos allí precisamente.
Pasó a través de la hilera de árboles. El cementerio secundario era después de todo un campo. Había una hilera de nuevas tumbas cerca de los árboles, pero el resto del campo estaba sin cuidar. El camino acababa un par de metros más allá, enterrado por la hierba.
—Cuidado con eso —dijo Croad, mientras Slim casi tropieza con un cable eléctrico oculto entre la hierba—. Uno de los fariseos locales del pueblo lo electrificó.
Slim frunció el ceño, con varias preguntas en la punta de la lengua, pero Croad siguió adelante. Slim, deseando haberse puesto pantalones impermeables, eligió con más cuidado su camino al seguirlo.
Unos pasos más Adelante, Croad se detuvo.
—Aquí estamos —dijo—. Huele como si estuviera cocinando. Eso significa que está en casa.
Slim observó. El campo descendía hacia un pequeño arroyo. A medio camino, aparecía una pequeña lona verde sobre la hierba, apoyada en unos postes desordenados, algunos de los cuales habían rasgado el plástico y habían sido reparados con cinta americana. A medida que se acercaba, Slim vio una pieza de madera vieja todavía con clavos curvos y oxidados, mientras que otra era en realidad parte de una rama baja de un árbol que se levantaba y bajaba con el susurro del viento.
Croad se detuvo más adelante. Se volvió a Slim con una sonrisa desdentada en su cara.
—¿Está listo para esto? —preguntó.
—¿Para qué?
—¿No ha sido militar? Bueno esté listo para ponerse a cubierto. Las bombas están a punto de empezar a caer.
Slim miró involuntariamente al cielo. Croad dio un paso adelante y sacudió el borde de la lona. Esta crujió y cayeron varios puñados de hojas acumuladas.
—¿Shelly? ¿Estás ahí? Soy Croad. He traído a alguien que quiere preguntarte por Den.
Desde el interior les llegó un sonido similar al de alguien caminando sobre papel seco de periódico. Una esquina de la lona se abrió para mostrar una cara anciana y salvaje enmarcado por un pelo ensortijados de un color rubio gris que salía de una bandana azul. Entornaba lo ojos y fruncía los labios con un gruñido salvaje. Siseando, chasqueó la lengua hacia Slim y luego le mostró un palo. Dio un paso atrás, levantando la mano.
—Venimos en son de paz —dijo Croad—-. Este es Mr. Hardy. Quiere preguntarte por Den. Un antiguo amigo de la escuela, ¿verdad?
Slim no se esforzó por contestar. Shelly le dirigió sus gruñidos, con mugre en sus mejillas agrietadas y despellejadas. Frunció los labios, como si quisiera mandarle un beso y luego escupió una flema que cayó cerca de los zapatos de Slim.
—Salid de aquí —les dijo, con una voz ronca y chirriante, señal de su abuso del tabaco o del alcohol, o de ambos.
—Busco a Dennis Sharp —dijo Slim.
Shelly miró detrás de sí, como si buscara algo que arrojarle.
—Hay gente loca que cree que Den sigue vivo —dijo Croad—. Muéstraselo, Shelly, para que me deje en paz.
—Sal de mi maldito porche, sabandija —le escupió a Croad, haciendo que este diera otro paso atrás—. Solía gustarme tu mirada, pero te has convertido en un esbirro de Ozgood desde hace tanto tiempo que la veo llena de…
—Puedo volver en otro momento —dijo Slim.
Shelly gruñó y le tiró algo. Le dio en el muslo y rebotó. Slim frunció el ceño. Un muñeco artesanal, sucio y arañado como si alguien lo hubiera arrastrado con el pie por cemento. Su cabeza hecha con cable tenía pequeñas depresiones y quedaban restos de pegamento en los ojos que le habían sacado, mientras que su boca estaba cubierta por cinta adhesiva. Frunciendo el ceño, Croad levantó un pie y la pateó hacia la hierba.
—Solo enséñaselo, Shelly —dijo el viejo—. Déjale que lo vea.
Shelly lanzó una retahíla de juramentos a Croad, pero dio un pequeño paso atrás y dio un pequeño empujón a algo oculto bajo el toldo con un zapato sucio y desgastado.
Una pequeña cruz de madera.
—Mi chico está ahí —dijo—. Aquí conmigo, como debe ser. Donde nadie más pueda hacerle daño. Ahora iros y no volváis.

12


Capítulo Doce
Slim estaba demasiado traumatizado por la visita a Shelly como para hablar mientras Croad conducía de vuelta a la casa. Había demasiadas cosas que no olvidaría: los ojos salvajes de la mujer, el muñeco destrozado y la pequeña cruz, rodeada por una cadena de margaritas que podía haber hecho un niño.
—¿Ha tenido bastante por hoy? —preguntó Croad mientras se apeaba—. ¿Ha conseguido suficiente de ella? ¿Cree que lo está escondiendo?
Slim se limitó a encogerse de hombros. Dijo adiós con la cabeza a Croad, luego subió y entró, sintiéndose aliviado mientras el coche se iba.
Por primera vez en un par de días tenía un ansia desesperada de beber y se sentó a la mesa con la cabeza entre las manos, esperando que se pasara esa sensación.
Croad le había traído más listas y, tan pronto como fue capaz, llamó a un hombre llamado Evan Ford, con la indicación de detective inspector entre corchetes junto a su nombre, seguido por una nota que decía: «en caso de que quiera comprobar que Den está realmente muerto».
Ford aceptó ver a Slim en el pueblo cercano de Stickwool. Reticente a que Croad le acompañara, Slim caminó hasta la carretera principal, donde tuvo la suerte de poder detener a un autobús local que pasaba y que lo dejó en las afueras del pueblo.
Ford llevaba una chaqueta ligera de paseo y tenía un bastón sobre sus rodillas. Su pelo se arremolinaba en mechones y unas gafas descomunales hacían que pareciera un agente de policía tratando de pasar inútilmente inadvertido. Se levantó para sacudir la mano de Slim y luego pidió a la única camarera dos cafés antes de que Slim hubiera podido siquiera ver una carta.
—Oí que podía llamarme en algún momento —dijo Ford como bienvenida—. ¿Es usted quien pregunta por Dennis Sharp? Algo acerca de una herencia.
—Es una cantidad pequeña —dijo Slim, sofocando un suspiro, sintiendo una creciente frustración por su disfraz y por la capacidad de Croad de adelantarse en cualquier caso en que podría haber planteado algunas respuestas decentes.
—¿Y necesita una prueba de su muerte antes de poder pasar a su pariente más cercano?
—Algo así.
Ford sacó un sobre de plástico.
—Tengo una copia de su certificado de defunción —dijo—. No es el original, me temo. Ese está en el registro público correspondiente. Puede verlo si pide cita.
—Estoy seguro de que no será necesario. —Slim miró el documento, fingiendo interés. Podría ser fácilmente falsificable si estuviera en medio de alguna extraña conspiración, pero ¿qué sentido tendría?
—¿Usted era el oficial a cargo de la investigación? —dijo Slim devolviéndole el documento a través de la mesa y mirando al frente—. ¿Puedo preguntarle si había alguna señal de manipulación?
Ford sacudió la cabeza.
—Ninguna. El accidente de Dennis Sharp tenía todas las trazas de un hombre conduciendo demasiado aprisa en un camino que conocía muy bien, confiándose y cometiendo un error en unas condiciones bastante malas para conducir, un error que le costó la vida.
Slim se inclinó hacia delante.
—¿Y no había ninguna manipulación en el coche?
—Era un coche viejo. Sharp no era rico. Podían haber ido mal media docena de cosas en ese coche. ¿Pero señales evidentes de manipulación? —Ford sacudió la cabeza—. La investigación no encontró ninguna.
—Oí que Sharp había sido absuelto recientemente de un ataque sexual a Ellie Ozgood, la hija de un terrateniente local.
—Absuelto, no. Nunca llegó a juicio. La chica retiró los cargos.
—He oído rumores de que tenían una relación.
—¿Qué tiene eso que ver con una herencia?
—Bueno —dijo Slim—, si hubiera un hijo de su relación, significaría un buen pellizco.
Ford sacudió la cabeza.
—Creo que debería buscar en otro lugar para un pariente más cercano.
Slim asintió mirando el sobre.
—¿Qué más tiene?
—Croad me dijo que sería persistente. ¿Todos los abogados de herencias son como usted?
Slim contuvo una sonrisa.
—Oh, somos como tiburones.
—Creo que su madre es su único pariente vivo. Tratamos de contactar con el padre que parece en el certificado de nacimiento de Dennis, Julian Sharp. Pero descubrimos que había muerto en los noventa. Dennis también tenía un hermano más joven, pero también está muerto.
Slim frunció en entrecejo. La muerte parecía perseguir a Dennis Sharp como una sombra.
—Acabo de conocer a su madre —dijo—. Sin un análisis oficial, creo que no está lo suficientemente bien de la cabeza como para manejar un fideicomiso. ¿No hay otros hermanos? ¿Primos? ¿Tal vez un hermano o hermana nacidos fuera del matrimonio dados en adopción?
Ford frunció el ceño.
—Es raro que lo diga.
Slim encogió los hombros.
—No estoy convencido de que aquí no pueda haber más parientes carnales que su madre.
—Una actitud bastante esnob, ¿no cree? Está suponiendo que la gente del campo no hace más que aparearse.
Slim se inclinó hacia delante, preparando su tono más condescendiente, consciente de que confirmaría su disfraz de abogado de la ciudad.
—¿No es así?
Ford se puso en pie.
—Creo que hemos acabado, Mr. Hardy. Espero que mi información le haya sido útil. —Luego se fue, levantando teatralmente la cara.

13


Capítulo Trece
A pesar de las advertencias de Croad, después de tomar un autobús de vuelta a Scuttleworth, Slim atravesó el pueblo. Subió unos escalones hasta un camino rural, subiendo la colina hasta que consiguió ver el matadero. Lejos de ser el destartalado alojamiento de sufrimiento y muerte animal que siempre había imaginado para esos lugares, era un bloque industrial limpio y compacto rodeado por un estacionamiento asfaltado y una alta alambrada.
Los años de bebedor habían perjudicado a la antigua forma física militar de Slim, pero sus ojos todavía eran lo suficientemente buenos como para apreciar las cajas rectangulares en lo alto de postes que tenían que ser cámaras de un circuito cerrado de televisión. Objetivamente, no los culpaba: la amenaza de intrusos activistas estaba ahora por todas partes, sin que importara lo humano o ético que fuera su proceso de producción. Slim no tenía nada en contra de los derechos de los animales, que incluían comerse un filete y acariciarle la cabeza a una vaca.
Aun así, una gran empresa era una gran empresa. Y la tuya podía estar cortando animales en rebanadas o llevándose porciones de planes de pensiones, pero era raro encontrar una empresa sin algún esqueleto escondido en su armario.
Slim sacó su Nokia y desdobló una hoja de papel guardada en la funda de su teléfono detrás del aparato. Una lista de antiguos contactos del ejército, todos los que habían logrado algo en la vida sin odiarlo. La hermandad del pelotón era más fuerte que la carnal y él había recibido un par de favores a lo largo de los años. A cambio, había hecho todo lo posible por pagar sus deudas: descubriendo a un socio estafador para uno, creando un fondo de jubilación para otro, incluso ayudando a construir una caseta para un tercero.
Llamó a Donald Lane, un viejo amigo del ejército que había fundado una consultoría de inteligencia en Londres después de dejar las fuerzas armadas. Donald se había especializado en trabajos para la policía y el gobierno, pero había ayudado a Slim en otros casos anteriores.
—Don, soy Slim. Han pasado ya unos meses, ¿qué tal te va?
—¿Slim? Qué gusto hablar contigo, tío. Yo sigo igual. ¿Tú también? ¿Te las arreglas?
Slim sonrió.
—En realidad estoy mejor que hace bastante tiempo. Don, necesito una investigación de antecedentes de una empresa.
—¿Eso es todo? Es fácil. ¿Qué buscas?
—Todavía no estoy seguro. Podría no ser algo que no tuviera nada en absoluto que ver con mi investigación, pero también podría ser algo esencial. Nunca se sabe, ¿no?
—¿Así que estás trabajando en algo? Rumores, acusaciones, chismorreos, ¿esas cosas?
—De eso se trata. Harás bingo si me consigues algunas demandas presentadas. Algo que sugiera algún tipo de delito. Estoy buscando cosas que puedan haber afectado a la comunidad que la rodea. Resentimiento, rencores. Ese tipo de cosas.
—Déjamelo a mí. Conozco a un hombre que trabaja para la prensa económica que tiene una oreja en el suelo. ¿Supongo que esto es alto secreto?
—No cuentes más de lo que debas. Me ha contratado un hombre peligroso. El problema que tengo es que no sé cuánto de peligroso.
Don rio.
—¿Cómo te metes en esos berenjenales?
Slim no pudo sino sonreír.
—Tengo que aceptar lo que me ofrecen. Tal vez sea el momento de actualizar mi página web.
—La última vez que la busqué, no tenías ninguna.
—A eso me refiero.
Slim dio los detalles a Don, luego le dio las gracias y colgó. Tomó otra hoja de detrás de su teléfono y la desdobló. En condiciones mucho mejores que la otra, era la lista de tareas que acababa de escribir.
Croad había escrito una lista con casi todas las personas en un radio de unos ocho kilómetros que podrían haberse cruzado en el camino de Dennis Sharp en algún momento. Slim la había reducido a las diez personas que era más probable que supieran algo, pero, en el mejor de los casos, era una lista muy vaga y aun así demasiado amplia. Slim sentía como si se le hubiera pedido hacer una investigación a lo que una fuerza de policía habría asignado un equipo completo. Si quería descubrir la verdadera identidad del misterioso chantajista, tenía que moverse aprisa y le parecía estar luchando contra arenas movedizas.
No ayudaba el que la persona que podría haber sabido algo (Ellie Ozgood) estuviera aparentemente fuera de su alcance.
Slim frunció el ceño. Sentía que alguien se estaba burlando de él, como si estuviera esperando que Jeremy Beadle saliera de detrás de un árbol y gritara «¡sorpresa!» mientras se echaba a reír.
El chantajista amenazaba con hacer público algo de Ozgood. ¿Pero qué?
Difícilmente podía ser el asesinato de Sharp. Si hubiera sido así, hubiera sido más seguro y habría tenido más sentido acudir a la policía, tal vez en otro lugar donde Ozgood no tuviera influencias.
No, tenía que ser algo personal.
¿Pero qué?

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