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Curva Peligrosa
Pamela Fagan Hutchins
Cuando la hija de Patrick Flint desaparece en unas vacaciones en la montaña, el joven médico aventurero sólo tendrá una oportunidad para recuperarla. ”¡El mejor libro que he leído en mucho tiempo!” Kiersten Marquet, autora de Promesas reticentes Valoración de la serie de 4,7 estrellas ”¡Una montaña rusa desde la primera página hasta la última!” Merry, lectora de Amazon. Todo lo que Patrick Flint quiere es una escapada tranquila a las montañas de Wyoming para disfrutar sus escasos días libres. Se ha cansado de las celebraciones del bicentenario, de las familias enfadadas de los pacientes, de los campistas que bajan de las montañas a toda velocidad y de las llamadas a medianoche para cubrir al veterinario del pueblo. Cuando su esposa Susanne se niega a hacer el viaje justo antes de partir, dejándole solo con su enamoradiza hija adolescente Trish y su ansioso pero adolescente hijo Perry, Patrick está herido pero decidido, a pesar de las noticias de un asesino que anda suelto al otro lado de las montañas. Después de dos días de cabalgar bajo la lluvia para cazar y pescar, Patrick no ha obtenido nada más que encuentros extraños, calcetines mojados y una hija llorona. Así que, al tercer día, cuando Trish le ruega que la deje quedarse en el campamento para leer, Patrick se siente secretamente aliviado. Mientras tanto, en la ciudad, Susanne ha pasado por momentos difíciles. Un robo, un naufragio y la premonición de que algo terriblemente malo le está ocurriendo a su familia. Incapaz de ignorar sus crecientes temores, consigue la ayuda de una ruda vecina de Wyoming, y las dos mujeres se dirigen a las montañas. Cuando Patrick y Perry regresan al campamento, descubren que Trish ha desaparecido, junto con los caballos, el camión y el remolque. Las pistas apuntan en direcciones opuestas. ¿Huyó con el chico cuya nota encontró Patrick en el campamento? ¿O se la llevaron, como sugieren las marcas de pezuñas sobre su tienda destruida? Sea lo que sea, las huellas conducen a las montañas. Como la ayuda está demasiado lejos para llegar antes de que el rastro de Trish sea borrado, Patrick y Perry se embarcan en una caminata desesperada en medio de la naturaleza para encontrarla, con Susanne no muy lejos de ellos. Curva Peligrosa es el primer libro de la nueva serie de misterios de Patrick Flint, un spin-off de la saga Lo que no te mata. Disponible en formato digital, rústico, en tapa dura, en letra grande y en audiolibro. Compre hoy mismo Curva Peligrosa para disfrutar de un misterio trepidante

Translator: Mariela Cordero


Curva Peligrosa

Índice
Ebooks gratuitos de PFH (#ub417e3ba-09d7-5b81-bc89-3f87a8a5ba1d)
Capítulo 1: Adelante (#ud0b807a1-c952-5ed2-b19f-3864cbab12d7)
Capítulo 2: Parada (#u381fe005-ff7a-503f-b167-e481ceafd11e)
Capítulo 3: De improviso (#u088aa827-dff3-57fa-a0ed-220a7497c0d6)
Capítulo 4: Carga (#ue129c6f3-d9bb-5464-832c-f872cb367703)
Capítulo 5: Pausa (#ufe1dc060-0921-5bf0-9c5d-a10f771d892b)
Capítulo 6: Evasión (#u9a465062-a398-5c10-bc18-bd6a625d8a7d)
Capítulo 7: Vuelco (#u8000fd5e-38db-5cae-9b41-f7978c4b2fac)
Capítulo 8: Flotar (#u0a33c879-4b0d-5dc1-8da1-258deface90b)
Capítulo 9: Presión (#u3eac48a0-87be-59ac-8598-2295c6f4fd49)
Capítulo 10: Huella (#u4f08f488-09b8-5ee5-8e3b-8706b4bf72f6)
Capítulo 11: Retorno (#u9f3a002d-d5d4-5bed-aa75-8f2b132958b4)
Capítulo 12: Atasco (#u003636a5-0d9a-546d-afe3-79ad882761ce)
Capítulo 13: A rastras (#u313b5996-0a11-52f9-a5b0-80e5d887d7ee)
Capítulo 14: Parálisis (#u11adeee6-f678-525b-96c6-9ba57d1fd308)
Capítulo 15: Reinicio (#u1aa441b0-6f26-5461-86d4-af178fd59c1c)
Capítulo 16: Parada (#ub5843d57-5960-51ce-b659-8fb3c659890e)
Capítulo 17: Impacto (#u63870ad9-162f-5c3a-9d1f-f3700e89a48b)
Capítulo 18: División (#ub7dc5386-7fa7-5730-9a2c-b307ee9642bf)
Capítulo 19: Colapso (#u77e73a6a-ac10-5755-a93e-c7bf5d036974)
Capítulo 20: Chapoteo (#u8bd7caf6-f4b9-5449-aac1-6f3bcdcf2891)
Capítulo 21: Liberación (#u9a90bcb4-26db-5e19-abb0-171d297e791a)
Capítulo 22: Reverso (#uac4a9fef-1b2f-5e19-96c8-4891c602ec72)
Capítulo 23: Viraje (#u7b5fb4b2-d8e0-56ff-91c0-6bb4feccb433)
Capítulo 24: Retroceso (#ue6dfb1a5-f9b3-5bdb-899c-e2da15ae20f6)
Capítulo 25: Fallo (#ud7f2702b-9efa-5123-9abd-91571fa1eb90)
Capítulo 26: Cambio (#u523d1bc0-5af4-5160-95ca-ead33cf75bbe)
Capítulo 27: Susto (#ud18b18f7-e70f-508d-adb0-59b8372cdb0b)
Capítulo 28: Sobresalto (#ua4cf037c-2818-5d22-966d-f95c89578c25)
Capítulo 29: Reunión (#ue2be4e24-d63e-5319-998e-6c1eb8f27a68)
Capítulo 30: Persecución (#u78313407-3d2f-5e17-9fac-33c1bd87df65)
Capítulo 31: Ascenso (#u0f75ddcb-0e69-55aa-b206-9804debcac77)
Capítulo 32: Grito (#ue5694dc9-fb07-514a-9039-7135ce79843f)
Capítulo 33: Abajo (#u176c9a1d-afb0-55ed-88ef-638fe0821299)
Capítulo 34: Descanso (#u381e757f-4fba-576c-be88-6312d2f95dad)
Capítulo 35: Reagrupar (#u5d725edc-4743-53f8-9859-26955c9a4f3d)
Capítulo 36: Choque (#u88826fa0-b289-55b3-8c46-e8ac368016db)
Capítulo 37: Separación (#u36de4e6b-3f67-52e2-b688-bc5efac54c44)
Capítulo 38: Rezar (#uc720f4e5-5e44-5e58-ab13-1051289b1d5d)
Capítulo 39: Ataque (#ue16b43c7-a32e-5a2d-a98d-cdc067117466)
Capítulo 40: Defensa (#u8a5ff611-2c7a-5d8f-945f-89925ebdd9a1)
Capítulo 41: Sincronizar (#uc215355c-9dfd-5912-a500-895a7774e4f2)
Dedicación (#uc9132baa-c6ca-5828-abf4-16b49b3edb5e)
Agradecimientos (#uec6f1c26-baad-56b9-8b0f-881de6ee9686)
Libros del autor (#u2a86bd74-c2ee-574d-9dd6-a724eaf1f7d1)
Sobre la autora (#u6f6d4e2e-8a3f-54e9-9670-0271443131a1)
Reconocimientos de Pamela Fagan Hutchins (#uf3c08071-e9f4-5fd6-a205-027eaf369964)
Libros del SkipJack Publishing (#u205de4d5-3df4-5937-95f9-c526b3add275)
Avant-propos (#uc187324f-b227-5be8-bcd9-d0149fe44a47)

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Antes de empezar a leer, puedes conseguir un libro electrónico gratuito de Pamela Fagan Hutchins de la serie Lo Que No Te Mata, uniéndote a su lista de correo en https://www.subscribepage.com/PFHSuperstars (https://www.subscribepage.com/PFHSuperstars). ¡Incluye un epílogo de Curva Peligrosa llamado Chispa!

Capítulo 1: Adelante
Búfalo, Wyoming
18 de septiembre de 1976, 2:00 a.m.
Patrick
Si algo había aprendido trabajando en la sala de emergencias del Parkland Memorial Hospital de Dallas como estudiante de medicina, es que nada bueno sucede después de la medianoche. Puede que en la somnolienta ciudad de Buffalo, Wyoming, no tuviera que lidiar con las prostitutas con la mandíbula fracturada, los adolescentes con sobredosis, los pandilleros con una bala entre los ojos o los aventureros del sexo que se resisten a explicar los jerbos que tienen metidos en el trasero, pero aun así, cuando el teléfono sonó a las dos de la madrugada, Patrick supo que sería malo. Se dio la vuelta y empujó a su mujer, que estaba inusualmente sepultada bajo capas de mantas que él mismo había quitado a patadas durante la noche. "Susanne, tengo que irme". "Ten cuidado". Murmuró ella en piloto automático -las mismas palabras que siempre decía- y él estaba seguro de que ella no había salido del sueño REM. "Susanne. Susanne". "¿Qué pasa?" Se sentó de golpe, con los ojos muy abiertos, el cabello alborotado y la desconfianza en su mirada bajo la escasa luz de la luna que entraba por la ventana. Pero aún así, seguía siendo condenadamente hermosa. Su corazón dio un vuelco. Era la misma mujer de la que había estado enamorado desde que era un estudiante de honor de quince años en el A&M Consolidated High School de College Station, Texas. Le tocó la mejilla. "Todo está bien. Tengo que ir al hospital. ¿Puedes asegurarte de que todos terminen de empacar en caso de que me demore en regresar?" Ella se desplomó sobre la almohada. "Claro". "Gracias". Se vistió casi en la oscuridad con la ropa que había dejado fuera la noche anterior; después de todo, era el médico de guardia. Antes de marcharse, besó a Susanne en la sien. Un satisfecho "mmm" interrumpió sus suaves ronquidos. Luego caminó rápidamente desde el nivel superior de la vivienda principal hasta el nivel inferior -que estaba construido en la ladera de una colina, y que era en su mayor parte un sótano- y salió por la puerta principal hasta su auto aparcado en la entrada circular. Al no tener garaje, realizaba el mismo trayecto todo el año. Se movía con sigilo, utilizando las técnicas indias de la marcha del zorro que había aprendido de niño en los Boy Scouts: agacharse con las manos en las rodillas, levantar el pie, poner el exterior del pie en el suelo, rodar hacia el interior y poner el talón, la punta del pie y el peso hacia abajo. Repetir. Si alguien lo viera, se sentiría tonto haciéndolo, pero estaba solo, y era una buena práctica para su próximo viaje de cacería. Pasaba por la habitación de su hija Trish, y seguro que no quería despertarla. Señor, sálvame de los adolescentes con mal genio. Perry no era tan malo con sólo doce años, pero su día llegaría. Ya sería bastante malo cuando Patrick levantara a su familia a las nueve de la mañana para meterlos en la camioneta y subir a la montaña. Cerró la puerta de su Porsche 914 blanco tan silenciosamente como pudo. La noche anterior lo había estacionado para preparar una huida tranquila, orientándolo cuesta abajo y poniendo el freno de emergencia. Ahora, sólo tenía que soltar el freno y dejar que el deportivo ganara velocidad hasta llegar casi al final del camino de entrada. Mientras realizaba el descenso en montaña rusa, bajó las ventanillas. El único sonido era el de las ruedas sobre el camino de tierra. Luego pisó el embrague y el Porsche rugió. El trayecto hasta el hospital solía durar sólo cinco minutos, pero siempre eran cinco minutos de terror. Los ciervos suicidas y los autos de baja cilindrada eran una combinación mortal, y los ciervos salían con toda su fuerza al anochecer, causando pánico en las carreteras hasta casi el amanecer. Susanne lo había regañado y con razón por comprar el Porsche. Sólo había dos conductores en su familia, le recordó, y ya tenían dos autos: su ranchera color bronce y su viejo camión. Probablemente no era el momento de decirle que había echado el ojo a un avión Piper Super Cub ahora que tenía su licencia de piloto. Pero le encantaba el Porsche. Y, maldita sea, cuando un hombre se casaba a los diecinueve años con la única chica con la que había salido, tenía un hijo a los veinte y tenía varios trabajos mientras estudiaba medicina para mantener a raya el hambre, bueno, ese hombre se merecía un Porsche en cuanto pudiera permitírselo. No era tan extravagante: había comprado el más barato. Pero seguía diciendo PORSCHE, igual que los modelos más elegantes, y el techo duro negro podía quitarse para convertirlo en un descapotable. Se había sentido orgulloso de su frugalidad hasta que se gastó los ahorros en piezas especiales y en mecánicos que sólo conocían los autos americanos y los grandes camiones. Como si le leyera la mente, el motor chisporroteó cuando se detuvo en un semáforo.
"Ya está. Esta mierda va a salir al mercado". Dijo las palabras para sí mismo.
Mirando de reojo, vio a un conductor con ojos soñolientos que le miraba desde el carril de al lado. Era un adolescente en una camioneta con las ventanillas subidas.
"¿Qué pasa, amigo, nunca has visto a nadie hablar solo?". Asintió con la cabeza. "Al menos sé que siempre obtendré una respuesta inteligente".
El semáforo se puso en verde. Patrick aceleró el motor. El Porsche rugió con fuerza, pero el camión salió disparado y se le adelantó. El pequeño deportivo ladraba más que mordía. Era ruidoso, pero tenía la misma aceleración que su viejo VW escarabajo. Conduciendo a lo largo de la pintoresca calle principal del Oeste, con sus tenues faroles, Patrick pasó por debajo de los banderines que celebraban el bicentenario -Buffalo se había tomado el evento muy en serio y lo había estado planeando todo el año- y unos minutos después se detuvo en un lugar reservado para el médico de guardia frente a la sala de emergencias. En el interior, una luz fluorescente zumbaba y parpadeaba, dando al austero espacio un aire de Dimensión Desconocida.
Se apresuró a acercarse al técnico de rayos X, el mismo que le había despertado con su llamada. En la mayoría de los lugares, una enfermera de guardia habría hecho la llamada. En la mayoría de los lugares no tenían a un Wes. "¿Qué tenemos, Wes?"
El técnico era una cabeza más alta que Patrick y pesaba 15 kilos menos. Su uniforme azul no le llegaba a los tobillos. "Bueno, doctor, tenemos una posible fractura de pierna".
Wes lo dijo con naturalidad, pero Patrick percibió un brillo malicioso en sus ojos. ¿Qué podría tener de divertido una pierna rota a las dos de la mañana? "¿Dónde está el paciente?".
"Afuera, en el estacionamiento, por supuesto".
Patrick había estado caminando hacia el interior de Urgencias, pero se detuvo y se volvió para mirar a Wes de frente. "¿No vamos a traerlo?".
"A ella. Y no, no creo que sea una buena idea".
"¿Cuál es el problema?"
"No hay problema".
"¿Qué me estoy perdiendo aquí?" Por lo general, no tenía que presionar a Wes para que hablase. Tal vez el técnico de rayos X tenía sueño. Estaba lento. Como Patrick.
"No estoy seguro, Doc. ¿Quiere que lo acompañe a verla?".
De repente, Patrick tuvo la certeza de que Wes estaba a punto de reírse. "Claro que sí".
Los dos hombres salieron juntos y se encontraron con un joven vestido con unos vaqueros azules polvorientos, una camisa raída y unas botas desgastadas. Estaba de pie en el borde del estacionamiento y se quitó el sombrero cuando los vio.
"Muchas gracias por venir". La mano que alcanzó la de Patrick era callosa y áspera como el papel de lija, su apretón aplastaba los huesos. "Soy Tater Nelson".
"Doctor Flint. He oído que tenemos una posible fractura de pierna".
"Sí, señor."
"¿Cómo se llama la paciente?"
"Mildred".
"Mildred. Bien". Siguió a Tater hasta el estacionamiento, donde se detuvieron ante un remolque de dos caballos. Tater abrió la puerta trasera.
"¿La tienes aquí dentro?".
"No quería que se asustara en el estacionamiento y se hiciera más daño".
Patrick se asomó al interior del remolque. Una pezuña salió disparada, a 15 centímetros de él. Retrocedió dos pasos, para protegerse. "Mildred es un caballo". Iba a matar al técnico de rayos X. Wes debería haberle advertido.
Tater asintió con entusiasmo. "Sí. Es una bronca de rodeos. ¿Puedes ayudarla?".
Patrick se volvió hacia Wes, que se tapaba la boca con una mano, como si estuviera cubriendo unos feos dientes. Pero era una sonrisa lo que ocultaba. "No lo sé. Wes, ¿podemos ayudarla?"
"Seguro que sí, Doc, ya que estás cubriendo al veterinario esta noche".
Las cejas de Patrick se alzaron, pero su voz no se alteró. "Cubriendo al veterinario". Joe Crumpton, el veterinario, no había dispuesto que lo cubriera.
"Sí, señor. El doctor John siempre lo cubre".
"¿Y viceversa?".
"Creo que eso no sería correcto. ¿Un veterinario curando a la gente? Nadie no lo aceptaría".
"Pero está bien que un médico se ocupe de los animales".
Ambos asintieron. Patrick no estaba tan seguro. Lo más cerca que había estado de la medicina veterinaria fue leyendo Todas las criaturas grandes y pequeñas.
"Tater, danos a Wes y a mí un minuto. Volveremos pronto para hacernos cargo de Mildred".
"De acuerdo."
Cuando estuvieron a solas, Patrick dijo: "Bien, sabelotodo, ¿qué hago con un caballo con las piernas rotas?"
"¿Qué hiciste con un jinete de rodeo con las piernas rotas?".
"¿Te refieres a ese chico de Kaycee?".
"Ese chico de Kaycee-Doc, me estás matando. Ese chico es el campeón del mundo. Chris Ledoux".
"No dijo nada de eso cuando estuvo aquí. Sólo me dijo que volvería la semana siguiente para ponerse otra escayola, porque se quitaría la que le puse para -Patrick hizo comillas- "trabajar".
"Ese es Chris. Pero antes de ponerle la escayola, ¿qué hiciste?".
Patrick le miró sin comprender. "¿Es una pregunta capciosa?".
"Le hice una radiografía, Doc. Así que vas a radiografiar la pierna de Mildred, claro".
Patrick suspiró y se frotó el punto donde su cabello comenzaba a escasear, algo que no podía evitar hacer sin importar cuántas veces Susanne le dijera que dejara de hacerlo. "Pensé que habíamos establecido que Mildred no iba a entrar".
"La máquina de rayos X portátil. Por supuesto".
"¿Y si se rompe?".
"La botaremos a la basura". Wes omitió el "por supuesto" esa vez, pero Patrick lo escuchó de todos modos.
"Lo haremos, ¿eh?".
"Sí, lo haremos".
"Nunca he enyesado la pata de un caballo antes". Y dudaba que la negligencia médica lo cubriera.
"Pan comido para un viejo Matasanos como tú".
Cada vez que Wes pasaba de llamar a Patrick "Doc" a "Matasanos", significaba que se estaba relajando. A principios de ese verano le había regalado a Patrick una navaja de 15 centímetros para su cumpleaños con MATASANOS grabada en el mango, además de una tarjeta que le indicaba que "tirara esa navaja de Minnie Mouse y llevara algo útil". Ahora Patrick nunca iba a ningún sitio sin ella. Por la noche, iba a su mesita de noche junto a su cartera y su reloj. Poner una gran navaja en el bolsillo era un ritual de vestimenta en Wyoming.
Patrick acarició su bolsillo y la navaja, y luego resopló. Pan comido. Sí, claro. Se sentía más tonto y menos capaz a cada segundo. Nunca había montado a caballo hasta que se mudó a Wyoming hacía dos años. Pero había aprendido lo suficiente como para respetar a un animal acorralado con pezuñas duras, grandes dientes y una mandíbula fuerte.
Recordando la patada que Mildred le había propinado, Patrick preguntó: "¿Tenemos un truco para controlarla?". Siempre movía el hocico de su caballo Reno para que no pudiera morder al herrador. Funcionaba bastante bien.
"No". Wes se puso a sonreír. "El truco será moverse rápido y mantenerse fuera de la línea de fuego".
"Genial". Pero ahora Patrick también sonrió. Habiendo crecido en Texas, pensaba que conocía el Oeste, pero Wyoming superaba a Texas y algo más. Un hombre tenía que ser capaz de reírse de sí mismo, o la vida se volvía muy poco divertida rápidamente.
"O podemos sujetar sus patas. La mayoría de los caballos se quedan bastante quietos con las dos patas fuera del suelo".
"Puedes sujetar la parte trasera, entonces. Yo elijo la parte delantera".
Wes se rió.
De vuelta a la sala de urgencias, los dos hombres continuaron bromeando mientras recogían los suministros y el equipo. Entonces, Patrick oyó una algarabía en el área de recepción. Voces fuertes, un estruendo y un sonido como de carne golpeando carne.
Una mujer gritó "Alto" con voz agitada.
Patrick salió por la puerta de la abarrotada sala de suministros -sólo tiró una fila de frascos de pastillas de un estante en el proceso- un paso por delante de Wes, que arrastraba una máquina de rayos X portátil con ruedas. En la recepción, se abalanzaron sobre un hombre que llevaba un uniforme de guardabosques, era de baja estatura y tenía la complexión musculosa de un luchador. Sostenía a una mujer boca abajo, tenía un brazo detrás de ella y una rodilla contra su espalda. El cabello le cubría un lado de la cara, pero no amortiguaba su voz. La mujer estaba maldiciendo a viva voz y de forma experta. La luz fluorescente crepitaba y parpadeaba, iluminando las paredes y el suelo de color blanco grisáceo y las sillas plateadas. Un hombre delgado con un overol y una mujer regordeta con una bata de flores color lavanda y zapatillas, se acurrucaban en una esquina. En el lado opuesto del vestíbulo, Kim, la enfermera de guardia, estaba entre Patrick y un joven demacrado con botas montañeras que se agarraba la cara roja y llena de granos.
Kim era una mujer gruesa que llevaba el cabello recogido en un moño gris de lo más sencillo. Tenía las manos en alto y se dirigía al excursionista con voz firme. "Venga conmigo, señor. Lo llevaré a la sala de exámenes".
Se lamentó ante ella. "Me ha pegado. La perra me golpeó".
El guardabosque asintió a Kim. "¿Podemos ponerla lo más lejos posible de él?". Se sacudió las esposas. Patrick no lo conocía, pero sí al anterior guardabosques, Gill Hendrickson, y supuso que este hombre era el sustituto de Gill. De hecho, cuando el cuerpo de Gill fue llevado a la sala de emergencias a principios de año –le habían disparado en el trabajo y murió- Patrick había sido el médico de guardia.
Kim señaló. "Lo pondré en la habitación número uno. Ponla a ella en la número cuatro". La habitación número cuatro era la más alejada de la sala de espera.
Patrick miró a la temerosa pareja de ancianos. Buena decisión, Kim.
El director dijo: "Señor, ¿quiere presentar cargos?".
El hombre se balanceaba de un lado a otro sobre sus pies, sacudiendo la cabeza, con la mano aún en la mandíbula. "¿Qué? No. No. Uh-uh".
El guardabosque levantó a la mujer con cuidado. Tenía la cara enrojecida por la presión del linóleo, pero por lo demás no parecía estar herida. Su camiseta estaba agujereada y lucía húmeda alrededor del cuello. Su respiración era agitada, pero no parecía estar hiperventilando.
Sus ojos se movían de persona a persona y se posaron en Patrick al percatarse de su chaqueta de médico. "Creo que estoy teniendo un ataque al corazón". Su mano se dirigió al pecho y al hombro.
Por desgracia, Patrick había visto comportamientos y síntomas como éste antes, con bastante frecuencia en Dallas. Pero sólo una vez en Buffalo. Ella no parecía tener un ataque al corazón. Podría apostar que estaba drogada. Que ambos lo estaban, ella y el excursionista masculino. La sudoración, la hiperactividad de él, el dolor de pecho de ella, solían ser efectos secundarios de la ansiedad inducida por las anfetaminas. Pero, ¿por qué estaba aquí el guardabosque?
"Soy Alan Turner", les dijo el guardabosque a él y a Wes, sin soltar a la mujer.
Wes se presentó.
"Soy el doctor Flint. Encantado de conocerlo. ¿De dónde salieron estos dos?"
"Estaban conduciendo de forma errática en Red Grade, cerca de su campamento. Creo que necesitaban que los trajera aquí, por razones obvias". Los guardabosques eran agentes de la ley, tenían la autoridad para hacer cumplir todas las leyes del estado de Wyoming cuando fuera necesario, aunque su especialidad era lo concerniente a las leyes de manejo de la vida silvestre. Kim volvió a entrar luego de ubicar a su paciente.
"Kim, ¿puedes tomar los signos vitales mientras Wes y yo atendemos a un paciente afuera?" .Si Patrick tenía razón en que lo único que les pasaba eran los efectos de las drogas, un par de Valium podría arreglarlo.
Kim inclinó la cabeza hacia la paciente. "¿Sola?".
"Me quedaré con ella", dijo Alan.
Kim asintió. "En ese caso, no hay problema".
"No me deje, doctor", dijo la mujer. "Me estoy muriendo". Se apretó el pecho.
"Estás en buenas manos. Volveré".
Patrick se apresuró a salir con Wes.
"Odio ver casos de drogas por aquí", dijo Patrick a Wes.
"Últimamente son muy frecuentes. Tuve unos cuantos el fin de semana pasado cuando el doctor John estaba de guardia".
El contraste entre la tranquilidad de la noche y el drama de la sala de espera era muy marcado, salvo por el traqueteo de las ruedas de la máquina de rayos X portátil. Patrick se detuvo justo antes de llegar al estacionamiento.
"Me pregunto qué estará pasando. Espero que solo sea por la temporada turística". Pero la temporada turística terminaba con el Día del Trabajo, que había sido semanas atrás. La mente de Patrick volvió al caballo. "¿Le echaste un vistazo a la pierna de Mildred antes de que llegara?".
"Lo hice".
"¿Qué tan mal está?".
"No está sangrando, pero la señorita Mildred está dolorida y descontenta. Se golpeó cerca de su articulación de la cuartilla, pero creo no fue afectada. Tiene suerte, doctor. El pronóstico para los caballos que se rompen esta articulación es malo. Un buen número de ellos mueren de sepsis articular".
No tenía una fractura compuesta, no en la articulación. No tenía una herida abierta, así que no tenía una infección. Eso era bueno. Patrick no quería que otro paciente muriera por envenenamiento de la sangre, ni siquiera un caballo. Especialmente después de perder a un paciente por primera vez la semana anterior. Bethany Jones. Así se llamaba. Si su familia no hubiera esperado a traerla al hospital hasta que estuviera al borde de la muerte, Patrick podría haber tenido la oportunidad de salvarla. La gente de Wyoming era muy autosuficiente. Quizás demasiado autosuficiente.
"Bien". Patrick reanudó la marcha hacia la caravana.
Wes puso una mano en su brazo, deteniéndolo de nuevo. "Uno de esos chicos Jones vino esta tarde queriendo una copia del informe de la autopsia de su madre".
"Otra vez, ¿eh?" Patrick no los había conocido, pero seguía oyendo informes de sus visitas.
"Siempre han sido obstinados".
"Ojalá tengamos pronto el informe, para que no tengan más motivos para aparecer por aquí. Yo también estoy muy ansioso por tenerlo en mis manos". Era difícil no sentirse responsable cuando alguien moría sobre él, aunque no fuese su culpa.
Wes soltó el brazo de Patrick y los dos hombres rodearon la parte trasera del remolque. Mildred estaba de frente ahora, y Tater le susurraba al oído. Asintió con la cabeza cuando los vio.
"Voy a darle a Mildred un analgésico antes de examinarla y hacerle una radiografía de la pierna", explicó Patrick.
Entró en el remolque con Tater y Mildred. Al escucharlos Mildred empezó a golpear el interior del remolque con sus pezuñas traseras.
"Shh, Mildred". Patrick se acercó a ella. "Todo está bien, chica".
"Tal vez deberíamos sacarla de aquí, doctor Flint", dijo Tater.
"Buena idea". Patrick necesitaba espacio para salir corriendo si era necesario.
Tater tiró del nudo de la rienda de Mildred. "Bueno, diablos. Se ha movido tanto que lo ha apretado para que no podamos desatarlo".
Patrick sacó su navaja Matasanos y la levantó. "¿Sí?"
"Claro. Yo la sujetaré, y tú corta el nudo rápido. Todavía tendremos suficiente para trabajar".
Patrick lo hizo, y luego dejó caer la navaja de nuevo en su bolsillo.
Wes dijo: "Esa navaja de Minnie Mouse no habría hecho eso, ¿verdad?".
Patrick sonrió.
Tater sacó a Mildred del remolque sin más lesiones, gracias a la tablilla de primera calidad que alguien le había puesto en la pierna. Luego le ató la correa a un listón lateral. Patrick se acercó de nuevo a ella, con la intención de halarla por el cuello. El caballo lo atacó tan rápido como una serpiente y hundió sus dientes en el pecho de Patrick.
"Aahh", gritó, mientras sujetaba su hombro y sus rodillas se doblaron. "¡Hijo de cebo de buitre!"
Tater golpeó a Mildred en el costado, pero Mildred aguantó dos insoportables segundos antes de soltar a Patrick. Él retrocedió rápidamente. Y ella agitó la cola.
Wes se cruzó de brazos. "¿Hijo de qué?"
Patrick no respondió. Se frotó el pecho. No sangraba. Sin embargo, tendría un buen moretón mañana.
Tater acarició la nariz de su yegua. "Lo siento, doctor Flint. Mildred está de mal genio".
Patrick deseaba que Tater le hubiera dicho esto antes de ponerse al alcance de sus dientes.
"Y yo que pensaba que todo el mundo lo quería, doctor", dijo Wes.
Patrick fulminó a Wes con la mirada. A Tater le dijo: "¿Alguna vez inyectaste a un caballo?"
"Una o dos veces".
Patrick le entregó la jeringa. "Entonces, hazlo tú mismo".
Wes tosió en su mano, pero se escuchó más como una risa.
El golpeteo de unos pies y una voz sin aliento sobresaltaron a Patrick. "Doctor Flint. Tenemos una llamada". Era Kim. Kim nunca corría.
"¿Qué pasa?" Se apartó de Mildred para mantenerse a sí mismo y a Kim fuera de su alcance.
"Un diputado. Atacado por un prisionero. Viene en camino".
Parece que aunque Patrick se mudara a los confines de la tierra no podría alejarse de la maldad de la gente Su corazón dio un vuelco. Conocía a los diputados locales. Uno vivía junto a su casa. "¿Condado de Johnson?"
"Big Horn".
No conocía a ninguno de los diputados del condado de Big Horn. Pero eso no minimizaba la tragedia. "¿A qué distancia están?"
"Cuarenta y cinco minutos".
"¿Y los pacientes recién llegados?".
"Todo parece indicar el consumo de anfetaminas. No hay otros indicadores. ¿Y la pareja mayor? Ella es diabética y olvidó rellenar su insulina".
Patrick cerró los ojos durante un largo segundo. "Muy bien, entonces. Cinco miligramos de Valium y observación para nuestros viajeros veloces. Comprueba el nivel de glucosa de nuestra paciente diabética. Vamos a ocuparnos de Mildred, y luego entraré a examinarlos a todos y a firmar las recetas. Deberíamos terminar antes de que llegue la ambulancia. Gracias, Kim, y hazme saber si algo cambia".
"Entendido". Ella asintió y se dirigió al hospital.
Un hombre corpulento apareció en su lugar con un Gran Pirineo en brazos. La cabeza del perro colgaba de su hombro, de espaldas a Patrick. Una pata se apoyaba en los brazos del hombre. Patrick lo miró nuevamente. Haz que esa pata quede atrapada en una trampa para osos.
El hombre dijo: "¿Es usted el médico que reemplaza al veterinario?".
Patrick quiso negarlo, pero dijo: "Lo soy", y pensó: "Va a ser una noche muy, muy larga".

Capítulo 2: Parada
Búfalo, Wyoming
18 de septiembre de 1976, 10:00 a.m.
Susanne
Susanne sabía que debería sentirse culpable, pero no podía.
Trish seguía aserrando troncos y Perry se había colocado frente al televisor, donde estaba viendo el fútbol universitario. Miró a su hijo. Estaba boca abajo en la alfombra marrón y sólo llevaba los calzoncillos de Supermán. Tenía la barbilla entre las manos, las rodillas dobladas y los pies balanceándose en el aire. Un mini Burt Reynolds en su alfombra de piel de oso, pensó, y soltó una risita. Ninguno de los dos niños estaba listo para irse. Ninguno de los dos había hecho las maletas. Ella tampoco, por cierto.
Dio un sorbo a una taza caliente de lo que Patrick llamaba su "agua color café". Eran las diez y estaba en la mesa de la cocina con un caftán rojo brillante que había hecho ella misma. Un programa de radio local de intercambio promocionaba cachorros, artículos de esgrima y arneses para caballos de trabajo. Competía con la televisión de la otra habitación y con los ronquidos de Ferdinand, su lobero irlandés, que se comía toda la casa y olía siempre como si se hubiera revolcado en un perro de la pradera muerto. A través del ventanal del fondo de la sala de estar y el comedor, podía ver las hojas doradas del otoño en los álamos del patio trasero, que brillaban con la brisa y el sol. A pesar de la insistencia del reloj, no se movió. Echaba de menos a su madre y a su hermana de forma paralizante. Ya había agotado su presupuesto mensual para llamadas de larga distancia hablando con ellas en las dos primeras semanas de septiembre. Les escribía cartas, pero sólo le respondían una de cada tres que les enviaba. Ella lo entendía. Se tenían la una a la otra y a su familia, amigos y a la comunidad. Ella era la solitaria.
¿Por qué Patrick tuvo que alejarlos tanto de todas las personas que le importaban? Sólo se tenían el uno al otro. Parecía que estaba intentando recuperar un elemento –el norte- del sueño que había abandonado en favor de la facultad de medicina: ser un biólogo especialista en fauna silvestre o un guardabosque pobre pero feliz. Claro que había hecho algunos amigos en Búfalo, pero no era lo mismo que en casa. Bueno, excepto por Evangeline Sibley. La esposa embarazada del ranchero era lo más parecido a tener su propia hermana aquí. Patrick también era muy amigo del marido de Vangie, Henry. Pero, a decir verdad, el resto de las mujeres nativas de Wyoming eran demasiado rudas y campestres para Susanne. La mayoría de ellas nunca había conocido un lápiz de labios o un colorete. Cazaban y pescaban con -o sin- los hombres. Susanne estaba orgullosa de ser una dama sureña. No quería ser como las mujeres del lugar, pero seguía sintiéndose de alguna manera... insignificante... cerca de ellas.
Como para confirmar sus pensamientos, el locutor de la radio dijo: "Becky Wills ha sacado una marca de alce cerca de Jackson y está buscando a alguien que cuide a sus hijos, de tres, cinco y siete años, durante unos diez días mientras ella y su marido se van de cacería".
Sólo en Wyoming una mujer se anunciaría en la radio para encontrar a alguien que cuidara a sus hijos para poder ir a cazar. Susanne nunca habría dejado a sus hijos con extraños. Al menos no en Texas. Quizá hubiese hecho lo mismo si tuviera que salir de la ciudad a toda prisa por una emergencia, pero seguro que nunca lo hubiese hecho solo por irse de cacería.
¿Cómo se suponía que iba a convivir con mujeres como Becky Wills? Y todas eran como ella.
Trish entró en la cocina, frotándose los ojos. Parte de su cabello rubio formaba un marco borroso alrededor de su cabeza y su rostro, habiéndose soltado de dos largas trenzas francesas. "¿Qué hay para desayunar?".
Ferdinand se levantó. Estiró su cuerpo flaco y desaliñado de poni en una postura de perro boca abajo. Luego, como un galgo, rebotó y flotó hacia Trish. Ella lo abrazó por el cuello y le arrulló.
"Perry, Ferdie y yo comimos hace dos horas. Hay cereales en la despensa".
Los ojos de Trish se entrecerraron y frunció la nariz, pero cogió un tazón y una cuchara, y los posó con fuerza sobre la gruesa mesa. Susanne se estremeció. La mesa era especial para ella, junto con el aparador a juego que había al lado. Nogal pulido, herrajes de latón y puertas de cristal. Eran los primeros muebles nuevos que ella y Patrick habían comprado. Por suerte, el mantel individual absorbió el impacto del bol. Trish se dio la vuelta para buscar los cereales y la leche.
"Tu padre está en el hospital. Va a querer irse en cuanto vuelva".
"Bien por él".
"Trish". El tono de su voz decía: "Basta ya". Ella suspiró. "No eres demasiado mayor para darte unos buenos azotes". No estaba orgullosa de ello, pero Susanne había roto varas de medir, cucharas de madera, cepillos de pelo y palos en los traseros de sus hijos. Esto no los había frenado mucho.
"Si es que puedes atraparme".
Susanne señaló el cabello de su hija. "Para eso están las colas".
Trish echó los cereales y la leche en su cuenco. Hizo sonar la cuchara contra sus dientes y luego sorbió la leche de un gran bocado. "¿A qué hora llegará?".
"Modales, Trish. Debe estar por llegar".
"Gracias por despertarme".
Susanne fingió no notar el sarcasmo. "De nada".
El teléfono sonó. Esperando que fuera su madre o su hermana, Susanne se lanzó a por él. No fue tan rápida como su hija.
"Residencia Flint, habla Trish". La adolescente puso los ojos en blanco mientras decía el saludo que sus padres le exigían. Escuchó un momento. "No está aquí ahora mismo. Déjame llamar a mi madre". Tendiendo el teléfono a Susanne, dijo: "Quieren dejar un mensaje, ya sabes".
"No digas 'ya sabes'. No lo sé si no me lo dices tú". Susanne gruñó pero le arrebató el teléfono a su hija. "Soy Susanne Flint".
"Hola, señora Flint. Soy Hal Greybull, el forense del condado".
"Hola, Sr. Greybull. Nos conocimos en el desayuno de panqueques para los bomberos, creo".
"En efecto, lo hicimos. Intenté comunicarme con Patrick llamando al hospital, pero no lo he localizado. ¿Puede decirle que me llame?"
"Lo siento. Debe estar de camino a casa. ¿Él sabrá de qué se trata?".
"Tengo algunas preguntas finales para él antes de dar a conocer la autopsia y el informe de Jones". Recitó un número de teléfono.
Susanne sabía de qué caso se trataba. Su marido había estado fuera de sí desde el día en que no pudo salvar la vida de la anciana. Patrick era brillante, y ella sabía que había hecho todo lo posible. A veces las cosas malas simplemente suceden. Sin ningún motivo. Los humanos viven, los humanos mueren, y los médicos no son Dios, pero muy poca gente entiende eso. "No hay problema".
"Gracias".
Susanne colgó el teléfono. Su mente se trasladó a la noche en que Bethany Jones murió. Patrick había llorado en los brazos de Susanne. Sus ojos ardían. Había tenido mucha suerte con su marido en muchos aspectos. Quizá Wyoming no fuera para siempre.
La cuchara de Trish cayó a la mesa, fuera del mantel. Con la boca llena, dijo: "¿Por qué papá nos hace ir a cazar alces con él?"
Buena pregunta. Una que prefirió ignorar. Las discusiones con las adolescentes debían evitarse a toda costa. "Quita tu cuchara de mi mesa".
Trish lo hizo, lentamente.
Un pensamiento golpeó a Susanne. Entendía por qué Patrick quería ir. Le encantaba cazar. Incluso entendía lo mucho que quería pasar tiempo con los niños y compartir con ellos esa actividad que tanto le gustaba. Pero, ¿por qué tenía que ir ella? Ella estaba con los niños todo el tiempo. En su mente marcó los puntos en contra de la caza. Odiaba, sin ningún orden en particular, pasar frío, dormir en el suelo, disparar, los caballos y las cosas muertas. En un instante, supo por qué no había hecho que los niños empacaran o terminaran de preparar sus propias cosas.
Ella no iba a ir.
"Mamá, ¿me has oído? He preguntado por qué papá nos hace ir".
La puerta principal se abrió y se cerró. Patrick estaba en casa. Ferdinand bajó trotando a saludarlo. Oyó a Patrick saludar y luego sacar al perro.
"Pregúntale a tu padre".
Perry estaba tan absorto con la televisión que no oyó entrar a su padre. De haberlo hecho, habría saltado y apagado el aparato. Patrick y Susanne solían limitar a los niños a El mundosubmarino de Jacques Cousteau o El reino salvaje, y a un dibujo animado a la semana. En su desasosiego, Susanne había olvidado supervisar la adición de Perry a la televisión.
La silueta de Patrick apareció en lo alto de la escalera, que daba al salón, y Perry. "¿Quién está listo para la caza?" Su apuesto rostro lucía un poco demacrado, pero su voz sobaba alegre.
"Hola, cariño", dijo Susanne. "¿Una noche larga?".
Trish volvió a su cereal. Cada sorbo de leche y cada chasquido de dientes avivaban la ira de Susanne. Se sentía al borde de un feo cambio de humor, así que forzó una sonrisa.
"Fue una noche larga y difícil. Te lo contaré todo de camino a las montañas". Patrick frunció el ceño mientras se acercaba a Susanne. Se agachó para evitar una lámpara que colgaba del techo bajo. Sólo medía un metro ochenta, pero la luminaria estaba colocada de forma extraña. "¿Por qué está Perry viendo el fútbol?".
Al oír su nombre, Perry detectó por fin la presencia de su padre y se puso en pie de un salto. Retrocedió hasta el televisor y lo apagó.
"Sólo dejé que lo encendiera un segundo mientras comía". Susanne cruzó los dedos en su regazo y esperó que los niños no la delataran.
Patrick besó la mejilla de Susanne y luego puso su cartera y sus llaves en la encimera de la cocina. "¿Está el equipaje listo para cargarlo en el camión?".
Perry se acercó a la mesa. Agachó la cabeza. "Todavía no".
"Creí que estabas emocionado por ser finalmente lo suficientemente mayor para cazar, amigo".
"Lo estaba. Lo estoy. Estaré listo rápidamente. Pero, papá, ¿cómo es que no puedo jugar al fútbol? También soy lo suficientemente mayor para eso".
"Porque no quiero que rompas el cráneo. Ya hemos hablado de esto. Podrás jugar cuando estés en octavo curso". Apartó la mirada de su hijo y miró a Trish y Susanne a su vez. "Ahora, vayan a prepararse. Todos. La luz del día se agota y nos vamos de caza". Casi cantó sus últimas palabras e hizo unos cuantos pasos malos de baile.
"¿Tengo que hacerlo?" Preguntó Trish, con su voz sibilante.
El baile se detuvo. "Fingiré que no acabas de preguntar eso. Muévete".
Los chicos salieron en fila, Perry de puntillas y emocionado, Trish con los hombros encorvados y el ceño fruncido.
"¿Qué le pasa?" Preguntó Patrick, mientras se servía un tazón de cereales y una taza de café.
"Es una niña de quince años. Quiere estar con sus amigos. Y creo, por la forma en que salta cada vez que suena el teléfono, que le gusta un chico".
"Es demasiado joven para los chicos".
"La misma edad que tenía yo cuando empecé a salir contigo".
"Exactamente, ese es mi punto".
Susanne le sonrió. "Quizá sea como yo en más de un sentido".
"¿Qué quieres decir?"
No hay manera de que lo que estaba a punto de decirle saliera bien, pero tenía que acabar con ello. "Odio la caza".
"No odias la caza".
Ella se preparó. "Sí la odio. No me gustan nada las armas. O los caballos. Cindy tropieza todo el tiempo. Me da miedo. Y he decidido que no voy a ir al viaje".
El cuenco de Patrick se estrelló contra el suelo, salpicando leche y cereales sobre el linóleo, los armarios y hasta la alfombra. "¿Que has dicho?", dijo mirándola con furia.
Sí, la cosa no iba nada bien.

Capítulo 3: De improviso
Buffalo, Wyoming
18 de septiembre de 1976, 11:00 a.m.
Trish
Trish cogió el teléfono amarillo con forma de donut que le habían regalado sus padres por su decimocuarto cumpleaños. Marcó, se equivocó y volvió a marcar. Mientras sonaba la línea, se sentó en su silla de cesto colgante y se giró hacia delante y hacia atrás, admirando sus pantalones vaqueros acampanados. Su madre no le dejaba llevar las sandalias de plataforma que tanto le gustaban, pero no quedaban mal con sus botas de imitación de Dingo.
Oyó gritos en el piso de arriba. Plantando los pies en la alfombra, contuvo la respiración para poder escuchar.
"He dicho que no voy". La voz de su madre era firme. No se enfrentaba al padre de Trish muy a menudo, pero cuando lo hacía, lo hacía a lo grande.
"¿Vas a arruinarnos el viaje?", preguntó su padre.
Una voz de mujer en su oído interrumpió su escucha. "¿Hola?".
"¿Puedo hablar con Brandon, por favor?" preguntó Trish, usando la voz educada que reservaba para los adultos que no eran sus propios padres, y hablando en voz baja para que sus padres no la oyeran. ¿A quién quería engañar? Su padre acababa de gritarle algo a su madre. Cuando los dos se alteraban, ignoraban todo a su alrededor.
"¿Quién llama?". La mujer sonaba escéptica.
"Trish Flint".
"¿Flint?" La Sra. Lewis hizo un sonido de "t" fuerte al final de la palabra. Le recordó a Trish cuando un bebé saltamontes había volado dentro de su boca y lo había escupido.
"Sí".
Trish pudo oír la respiración de la mujer mientras consideraba la petición de Trish. La señora Lewis era enfermera, y Trish había escuchado a sus padres hablar de que la habían despedido el mes pasado. Algo sobre el robo de cosas, y que su padre había sido el que la atrapó. A la Sra. Lewis probablemente no le agradaba mucho el padre de Trish. ¿Significaría eso que tampoco aprobaría a Trish? Trish no tenía tiempo para intentar ganársela. Si la Sra. Lewis no le pasaba el teléfono a Brandon pronto, Trish no tendría la oportunidad de hablar con él antes de que su padre la obligara a salir por la puerta para el estúpido viaje de acampada.
"Espere, por favor".
Un golpe seco le indicó a Trish que la Sra. Lewis había dejado caer el teléfono sobre el mostrador. No es muy amable, señora. Trish empezó a contar. Si llegaba a cien y la señora Lewis no la comunicaba con Brandon, colgaría. Su padre no se alegraría si bajaba las escaleras y la encontraba al teléfono en lugar de estar empacando.
La madre de Trish gritó lo suficientemente fuerte como para que los vecinos la escucharan, algo que normalmente no hacía. "Odio la caza. Y las armas. Y odio acampar. Y que me digan lo que tengo que hacer. Y tú sabías todo esto antes de planear el viaje".
¡Así se habla, mamá! ¡Si ella no va, papá no me puede obligar a ir! Entonces se acordó de todas las actividades de la iglesia que había ese fin de semana. Si se quedaba aquí, su madre la obligaría a ir. Obligó a Perry y a Trish a participar en todas las actividades de la iglesia. La escuela dominical, la Escuela Bíblica de Vacaciones -lo único que le gustaba de la Escuela Bíblica de Vacaciones era memorizar versículos para ganar premios, porque siempre ganaba-el campamento de la iglesia, el lavado de autos, la venta de pasteles y, ahora, el grupo de jóvenes. La familia de Brandon pertenecía a la misma iglesia, pero casi nunca iba. ¿Qué era mejor, faltar a la iglesia o no tener que cazar?
Su padre estaba cada vez más enojado. "He estado esperando este viaje. Nunca puedo pasar tiempo con los niños".
Nada sonaba más aterrador que la voz de su padre cuando estaba enfadado. Trish se estremeció, pero Susanne no tenía miedo de Patrick.
"Yo siempre estoy con los niño. Me vendría bien un descanso".
Qué bien, mamá. Yo también te quiero.
Entonces oyó a Brandon. "Hola". En su voz se sentía una sonrisa.
El calor se apoderó de la cara de Trish. No podía creer que se hubiera atrevido a llamarlo. Nunca había llamado a un chico. Se olvidó de sus padres discutiendo. "Hola, tú"
"¿Qué onda?".
Alrededor de Brandon, Trish se sentía anticuada. Le encantaba su forma de hablar. Como si fuera de California o algo así, aunque hubiera nacido y crecido en Buffalo. "Mi padre nos va a llevar a cazar alces, ya sabes".
"Eso es muy lejos".
Trish estaba de acuerdo con él. Brandon era muy guapo, y estaba en el último año, dos años por delante de ella en la escuela. A todas las chicas les gustaba. Ella estaba bastante segura de que le gustaba, pero sólo la había llamado un par de veces, y no le había pedido que saliera con él ni nada parecido. Sus amigas estaban de acuerdo en que era importante dejar que los chicos hablaran de sí mismos y actuar como si te gustaran las mismas cosas que a ellos. Pero a Trish no se le daba muy bien fingir, aunque pudiera estropear las cosas.
"No está muy lejos. Tendremos que faltar a la escuela y todo eso".
"¿La señorita de las notas perfectas podría sacar un simple notable?"
Oyó un clic en la línea telefónica. "¿Alguien acaba de contestar?"
"No lo creo", dijo Brandon. "Hola, hola, ¿hay alguien ahí?".
No hubo respuesta.
Trish giró su silla hacia la ventana y habló más bajo. "Mi madre tampoco quiere ir, pero está permitiendo que mi padre me lleve. Ella está siendo cómplice de mi secuestro. Debería huir".
"Así es. No dejes que el tipo te mandonee". Trish oyó la risa en su voz.
"¿Te estás burlando de mí?".
"Sí, un poco. Relájate. Estarás muy lejos. Tienes suerte".
"Vale, si tú lo dices". Se sentía tonta intentando hablar como él, y ni siquiera estaba segura de estar haciéndolo bien.
"¿A dónde van?"
"No lo sé. A algún lugar cerca de Hunter Corral es lo que le dijo a mi madre".
"¿Estás empacando?"
"¿Van de mochileros?"
"No, iremos a caballo, tonto".
"Oh. Sí. En caballos. Y luego a acampar".
"Genial."
"Quizás deberías ir tú en mi lugar".
"O podría conducir hasta allí y decir hola."
"Eso sería genial". El calor volvió a subir a sus mejillas.
La voz de su padre retumbó desde el fondo de la escalera. "Trish, ¿por qué no está tu equipaje en la puerta? Te necesito afuera ahora mismo".
"Tengo que irme, Brandon". Hizo una pausa, casi conteniendo la respiración, esperando que él hiciera las cosas oficiales entre ellos. Eso valdría unos segundos más y la ira de su padre.
Todo lo que él dijo fue: "Sigue tu camino".
Una parte del subidón que había sentido al hablar con él se esfumó. Si volvía y descubría que se él se había liado con Charla Newby, nunca perdonaría a su padre. Charla. Arcadas. Cabello negro largo y rizado y ojos grandes y oscuros. Primer lugar en el rodeo juvenil de este año. Charla conseguía todo lo que quería, y últimamente Trish había oído que quería a Brandon. "Uh, sí. Nos vemos luego".
Colgó y se enfrentó a su padre que ahora estaba en la puerta. Aunque no parecía tan amenazante junto al papel pintado de flores azules que lo enmarcaba.
"¿Estabas hablando por teléfono?"
"Lo siento. Tuve que hablar con un amigo para que me consiguiera las tareas. Ya que voy a faltar a clase".
"Muévete. Ahora".
Ella se armó de valor y soltó: "Papá, si mamá no va, yo tampoco".
"Oh, claro que irás, jovencita".
"Pero no me gusta cazar".
Era cierto. Ella podía disparar. Su padre pensaba que disparar era una habilidad necesaria para la vida, y le había enseñado a disparar cuando tenía once años. A Perry le había ensañado aún más joven. "Todo comienza con la seguridad, y la seguridad comienza con el conocimiento", había dicho. Le hizo cargar y manejar un rifle, un revólver y una escopeta, todo por su cuenta. Su madre había insistido en que, si iba a enseñarles a disparar, también debía enseñarles a defenderse de otras maneras. Les enseñaba defensa personal como si estuvieran en la escuela, con una colchoneta en el suelo del salón y sus tres alumnos, si se cuenta a su madre, frente a él. Los aleccionaba. "Todo lo que un tipo malo te va a hacer en otro lugar es siempre peor que lo que te va a hacer aquí. Así que luchen, luchen, luchen". Luego los instruyó en movimientos de defensa personal. Pinchazos en los ojos. Golpes de cabeza en la nariz. Patadas en la ingle.
Honestamente, su padre era un poco intenso. Y súper friki.
A ella definitivamente, no le gustaba pelear. Pero disparar era divertido, y era buena en eso. Le gustaba más el revólver. No le golpeaba el hombro. Últimamente su nueva ballesta había sido la obsesión de su padre, y Perry y ella habían estado practicando con él.
Pero el año pasado la obligó a ir a cazar antílopes con él. Ella no había querido disparar sola, así que él la había rodeado y había sostenido el rifle con ella. Incluso había puesto su dedo sobre el de ella en el gatillo. Su primer disparo había dado al animal, pero probablemente gracias a ella, no lo había matado. Su padre no tardó en disparar en solitario para acabar con su sufrimiento. Pensar que había herido a un animal y que éste había sufrido, aunque fuera un segundo, por su culpa... Era horrible. Lloró y lloró. Cuando se calmó, tuvieron que sacarle las entrañas en el campo. Su padre la había hecho ver todo. Fue asqueroso. Asqueroso y triste. Y tardaron una eternidad. Luego tuvieron que llevarlo al camión y a casa.
¡Qué asco! Y todo lo que comieron fue antílope durante semanas. A ella le gustaba el antílope, pero se hartó de él, y recordaba la horrible cacería en cada comida.
Su padre seguía hablando. "No tiene que gustarte la caza. Pero vas a ir".
"No quiero".
"No te he preguntado si quieres". Su voz cambió de oscura a luminosa. "Pero va a ser divertido. Ya lo verás".
Ella cambió su tono de desafiante a triste. "Todos mis amigos van a ir a una fiesta de cumpleaños".
"Lástima que no tengan padres geniales que los lleven a cazar alces".
Como la tristeza no funcionaba, puso los ojos en blanco. "Me perderé de una semana de escuela".
"No una semana entera. Le dije a tu madre que sólo estaríamos fuera cuatro días".
El corazón de Trish dio un salto. "¿Sólo cuatro días?" Hizo un gesto con el puño. "Sí".
"No te emociones tanto". Se giró a medio camino de la puerta, mirándola por encima del hombro. "Voy a enganchar el remolque. Reúnete conmigo en la puerta para ayudarme con los caballos. Y trae tu bolso y a tu hermano".
Ella se levantó de un salto y se puso en posición de firmes. "Sí, señor, sargento, señor".
"Muy gracioso. Y cámbiate la ropa por algo que puedas usar en las montañas", dijo, y se fue.
Segundos después, la puerta principal se cerró de golpe tras él.
Refunfuñando, Trish sacó la ropa desordenadamente de sus cajones y la metió en un bolso. Luego saltó sobre una pierna y se quitó las botas. Tiró su bonito conjunto sobre sus botas de imitación, dejando un promontorio desordenado en medio del suelo. Cuando se vistió con una camiseta, unos vaqueros y unas botas vaqueras, se hizo un último cambio, quitándose las gomas negras de las trenzas y sustituyéndolas por los cierres de bola con cara sonriente que aún le gustaban pero que ya no podía llevar en público. Luego se echó el bolso al hombro. Tal vez no necesitara todas estas cosas. Pero no le importaba. A veces hacía mucho frío en las montañas. Pasar frío es una mierda.
Salió a toda prisa de su habitación, suspirando, y casi choca con su madre en el pasillo. Estaba oscuro, ya que toda la parte trasera de la planta baja era subterránea y no tenía ventanas, aunque la parte delantera sí. Era una especie de caseta gigante, que ella sólo conocía porque su padre la había hecho jugar al béisbol hace dos veranos. En el equipo de los chicos, porque no había equipo de chicas. Fue mortificante.
Trish esperaba ver un cesto de ropa sucia en los brazos de su madre. La única habitación del pasillo, además de la suya, era el lavandero, y como su madre decía ser más feliz no viendo el desorden en la habitación de Trish, nunca entraba en ella si podía evitarlo. Pero no llevaba ropa sucia. En la otra dirección estaba la escalera central y más allá una gran habitación abierta que sus padres llamaban la sala de juegos. Trish escuchaba discos en ella. Perry hacía lo que fuera que hiciera Perry mientras ella lo ignoraba. Pero su madre tampoco se dirigía a la sala de juegos. Venía por Trish.
"No he oído sonar el teléfono", dijo Susanne, bloqueando el camino de Trish. Llevaba el cabello largo y castaño recogido en una coleta baja en la nuca. Era guapa, curvilínea y vivaz. Tanto que la mitad de los chicos del colegio de Trish estaban enamorados de ella. Trish esperaba que Brandon no lo estuviera. ¿Qué tan vergonzoso sería eso?
"Como que no".
"Pero te escuché hablando con Brandon Lewis".
"¿Estabas escuchando la llamada?" La voz de Trish se elevó. Recordó el clic.
Susanne no respondió a su pregunta. "Las chicas buenas no llaman a los chicos. Especialmente a los chicos mayores".
"Quizá, en la Edad de Piedra, pero en Wyoming estamos en 1976 y las chicas pueden llamar a los chicos".
"Nunca te llamará si tú eres quién lo llama".
¿Estaba su madre diciendo en serio que no era una buena chica y que Brandon nunca la llamaría? "Gracias por el consejo, mamá. Me tengo que ir. Papá me está obligando a ayudarle a subir el equipaje en la camioneta. ¿Dónde está el mocoso?"
"No hables así de tu hermano".
Trish rodeó a su madre. Cuando llegó al final de la escalera, gritó: "Perry, tenemos que irnos. Vamos".
Perry apareció, arrastrando una mochila de lona verde militar y llevando su caja de aparejos y su caña de pescar en la otra mano. "Ya voy".
"Si te sigues moviendo así de lento, voy a ser tan vieja como mamá para cuando llegues aquí".
Su madre suspiró desde justo detrás de ella. "Trish".
"Es verdad."
"Escucha, dile a tu padre que el forense quiere que lo llame".
"¿Por qué no se lo dices tú misma?"
"Oooh, bocazas, lo vas a conseguir", cacareó Perry dijo poniéndose de puntillas, con expresión divertida.
"Estoy demasiado enfadada con tu padre para hablar con él".
Trish se echó la cola de su trenza por encima del hombro. "No puedes estar tan enfadada. No te he oído romper nada".
"Yo no rompo cosas".
"Lo hiciste aquella vez que le tiraste una taza de café a papá", dijo Perry.
"Y otra vez cuando le tiraste un plato", añadió Trish.
"No tengo ni idea de lo que están hablando". Bufó y le dio un beso a cada uno en la mejilla.
Trish y Perry se miraron arqueando las cejas. Su madre siempre actuaba como si no recordara nada de lo que no quería hablar.
Su madre subió las escaleras hasta el rellano. "Cuida a tu padre. Y cuídate mucho. Te veré en cuatro días".
Trish gimió. "Si sobrevivimos tanto tiempo".
Perry apretó los puños y los retorció en las comisuras de los ojos como si estuviera llorando. "Buaa, Trish tiene que ir de caza. Buaa, Buaa".
Abrió la puerta de golpe, dejando entrar la brillante luz del sol de otoño. Ferdinand estaba justo fuera, moviendo su larga y curvada cola. "Vamos, tonto. Acabemos con esto".

Capítulo 4: Carga
Interestatal 90, al norte de Buffalo, Wyoming
18 de septiembre de 1976, mediodía
Patrick
En la intersección de Main y Airport Road, Patrick detuvo el camión, aunque no había tráfico en ningún sentido. El motor del Ford ronroneaba como un gatito después de su puesta a punto a principios de esa semana.
Respiró el aire a través de las ventanas abiertas. Libertad. Cuatro días enteros con sus hijos, sin estar de guardia, sin teléfonos. Nada de caballos que patean, excursionistas drogados, perros que muerden o, lo que es peor, agentes de la ley asesinados. Porque el ayudante del sheriff que había sido trasladado a urgencias esa misma mañana había muerto. Una muerte violenta, sin sentido. La gente podía ser muy cruel. Como médico, odiaba que a veces el bien no lograba vencer el mal. Como padre, quería proteger a sus hijos de toda esa maldad. Esto había ocurrido aquí. No en una gran ciudad. No en un país extranjero. Sino aquí mismo, en el norte de Wyoming, demasiado cerca de su casa, y debido a su trabajo, se vio envuelto en el meollo de la cuestión. Le gustaba ejercer la medicina, pero no iba a echar de menos el hospital mientras estuviera fuera. Necesitaba un descanso.
Lo único que echaría de menos mientras estuviera de viaje sería a su mujer. Sintió una punzada al pensarlo, en lo más profundo de su pecho, melancolía mezclada con molestia. Tal vez había sido demasiado duro con Susanne, pero ella no debería haberse comportado así. Ella debería haber querido viajar con él. Sin embargo, lo último que quería era ser severo con todos los que le rodeaban, como lo había sido su propio padre. Susanne y él tenían una gran relación, y no debería importar que a ella no le gustaran algunas de las cosas que él hacía. Ella era divertida y aventurera. Y sentía que si él no la sacaba a pasear para que conociera las maravillas naturales de Wyoming, ella nunca se enamoraría del lugar. Y en cuestión de tiempo él estaría conduciendo un camión de mudanzas de vuelta a Texas.
Trish levantó la vista de su libro. Sabía que estaba leyendo Forever, de Judy Blume, otra vez, aunque estaba ocultando la portada. Él y Susanne habían decidido dejarlo pasar, aunque la novela trataba de la sexualidad de los adolescentes. Todos los adolescentes abordaban estos temas. Diablos, por eso él y Susanne se habían casado tan jóvenes, el impulso sexual adolescente no se podía negar. Sonrió.
"Eh, ¿por qué nos detenemos? Y estás hablando solo. Otra vez".
Patrick ni siquiera se había dado cuenta de que sus labios se movían. Le dio su mejor expresión de tipo genial e imitó su forma de hablar. "Eh, porque estoy decidiendo qué camino tomar, ya sabes". Pero de repente se decidió y giró a la izquierda.
Trish gimió. "No puedes ser más friki".
Pero no dijo "eh" o "ya sabes". Había silenciado su jerga adolescente. Misión cumplida.
Ella frunció el ceño. "Papá, Hunter Corral está a la derecha".
"Sólo los llevaba allí porque a tu madre le gustan los campamentos con baño".
"A mí también".
"Estará demasiado lleno el fin de semana. Vamos a ir a Walker Prairie en su lugar". Patrick estaba emocionado. Había más alces allí. Menos gente. Y nuevos lugares para explorar.
Desde el asiento trasero, Perry roncaba. Patrick miró a su hijo por el espejo retrovisor. Se veía muy guapo, con su cabello rubio, su cara pecosa y las babas chorreando en su barbilla. A los cinco minutos de viaje, su hijo estaba dormido. Sonrió. Eso era lo normal.
Trish cerró de golpe su libro y se volvió hacia él, con una voz repentinamente fuerte y estridente. "Pero dijiste Hunter Corral".
Perry se incorporó. "¿Ah? ¿Qué?"
Patrick puso la luz intermitente. A la izquierda. Hacia los Bighorns del norte. "¿Cuál es el problema?".
Trish volvió a abrir su libro, murmurando algo sobre que él había estropeado sus planes con sus amigos. Él sabía por experiencia que la discreción era la mejor parte del valor y no le pidió que lo repitiera. En su lugar, encendió la radio. Sonaba "Joy to the World" de Three Dog Night. Subió el volumen al máximo sin que se produjera estática. Golpeó el volante y cantó. Perry se unió.
"¿Podrían callarse? Alguien podría verlos", dijo Trish.
No había nada ni nadie más que ellos en la interestatal 90, a ocho kilómetros al norte de Buffalo y a treinta al sur de Sheridan. Perry se inclinó hacia su oído y cantó más fuerte. Ella le dio un manotazo y él se agachó. En los viejos tiempos ella habría cantado con él, rebotando de alegría en el asiento. ¿A dónde se ha ido mi niña, y cuándo la ha sustituido esta criatura malhumorada? La actitud de ella desinflaba su entusiasmo, pero no se lo demostró. De ninguna manera iba a dejar que ella le arruinara el viaje ni a Perry ni a él.
Pasaron por el lago Desmet. "Miren, chicos". Señaló una manada de antílopes. Había muchos, porque era la temporada de celo. Cincuenta o más de ellos, disfrutando de las últimas cosechas de algún pobre agricultor. Era una escena cotidiana en esta época del año. Lo que más deseaba ver, y aún no lo había hecho, era una manada de borregos cimarrones en libertad en los Bighorns. Los había visto en Yellowstone, por supuesto. Cualquiera podía verlas en Yellowstone. Allí estaban prácticamente domesticadas. Lo que él ansiaba era ver a estas criaturas que desaparecen rápidamente en estado salvaje en sus montañas "de origen", donde una vez fueron tan numerosas que los indios les dieron el nombre del río Bighorn y más tarde Lewis y Clark adoptaron el nombre para toda la cordillera. "Ese macho debe ser todo un semental para tener un grupo de damas tan grande. ¿Sabías que los berrendos se comunican el peligro entre ellos levantando los pelos blancos de su grupa?"
"¿En serio?" Dijo Perry.
"Eso es un poco asqueroso", dijo Trish.
"Tienen una visión excepcionalmente buena, y son..."
"El segundo animal terrestre más rápido del mundo", recitaron los chicos juntos.
"Lo sabemos, papá", dijo Trish.
Patrick sonrió y miró hacia la manada y más allá. Los colores de la pradera a principios del otoño parecían monótonos para algunas personas, pero él veía toda una paleta de tonos tostados, marrones, grises y negros. El ciclo vital de la pradera no dejaba de sorprenderle. Mientras contemplaba la naturaleza, el camión se desvió hacia el arcén.
"Pa-pá". La voz de Trish convirtió la palabra en dos sílabas. "Mira por dónde vas. No quiero morir hoy".
"Ups". Corrigió el rumbo.
"Bad, Bad Leroy Brown" comenzó a sonar. Jim Croce era el favorito de Patrick. Él y Perry gritaron la letra sobre la música. El pie de Trish empezó a dar golpecitos. Para el último estribillo, sus labios también se movían.
"Águila calva", le gritó Perry al oído. Su hijo señaló una línea eléctrica.
Una de las majestuosas aves estaba posada allí, girando la cabeza en busca de una presa. "Buenos ojos, chico". Echó una mirada furtiva a Trish. "¿Quién quiere parar en Sheridan para ir al McDonald's?", preguntó.
Trish tiró su libro al suelo, con entusiasmo. "La última comida de verdad en días -¿bromeas? Gordo Freds, sí".
Patrick salió de la interestatal y aparcó el camión y el remolque en una calle lateral, sintiéndose como un traidor por comprar el cariño de sus hijos con comida rápida. Cuando Trish y Perry eran pequeños, él y Susanne no podían decir "patatas fritas" en el auto sin que se produjera un motín. Habían empezado a discutir las posibles paradas de McDonald's en clave, llamando a las patatas fritas "Gordo Freds". Se creían muy listos, pero Trish, de cuatro años, los había descubierto desde el primer momento y se lo había contado todo a su hermano pequeño. Y las patatas fritas se convirtieron en Gordo Freds a partir de entonces y para siempre en su tradición familiar.
Cuando estacionaron y salieron, se oyó un fuerte golpe en el remolque.
Trish dijo: "Ahí va otra vez".
Era Cindy, el caballo de Susanne. Tenía la terrible costumbre de patear el interior del remolque. Podía hacerlo durante horas. Los lados de su remolque tenían abolladuras en forma de pezuñas como evidencia. Esperaba que algún día no se quedara atascada. Aunque eso podría evitar que siguiera lanzando patadas sin control.
Entraron en el restaurante. Su amigo Henry Sibley estaba depositando los envoltorios de una bandeja en la basura.
Patrick se acercó por detrás del larguirucho ranchero y le dio una palmada en el hombro. El polvo salió de su camisa. "Hola, Sib".
Henry se giró y luego sonrió. "Doc. Niños. ¿Qué hacen por aquí?"
"Vamos a cazar alces", dijo Perry, entusiasmado.
"Oh vaya, qué afortunados. Ojalá pudiera ir a cazar este fin de semana".
"¿Qué tienes en marcha?", preguntó Patrick.
"Entrega de heno".
"Qué lástima. Te invitaremos a ti y a Vangie a comer un filete de alce en otra ocasión, entonces. Voy a probar mi nueva ballesta".
"¿Qué compraste?"
"Una Darton"
"Bonita. ¿Cuál?"
"La Trailmaster cuarenta y cinco K."
"Luego me cuentas cómo se desempeña en el campo". Henry frunció el ceño. "Oye, ¿puedo hablar contigo un segundo?".
Patrick sacó un billete de veinte de su cartera y se lo dio a Trish. "Tráeme un Big Mac, papas fritas pequeñas y una Coca-Cola".
"Sí, señor". Ella y Perry corrieron hacia la fila, lanzando algunos codazos para ver quien llegaba primero. De repente a su hija no le preocupaba lo que la gente pudiera pensar de su comportamiento.
En cuanto los chicos estuvieron lejos, Patrick dijo: "¿Qué pasa?".
"Estuve hablando con Harry Bethel".
Patrick tuvo que pensar un segundo hasta que recordó quién era Bethel. "Es un ayudante del condado de Sheridan, ¿no?"
"Sí. Me ha dicho que un preso mató a un ayudante del sheriff y se escapó anoche durante el traslado de las instalaciones del condado a las del estado. Billy Kemecke, el que mató al guardabosque Gill Hendrickson".
"Sí. Estaba de guardia. Trajeron al ayudante de sheriff a Urgencias. Un joven llamado Robert Hayes. Ya estaba muerto. No pudimos hacer nada. Dejó una esposa y un bebé. Muy triste".
"¿Cómo lo mató Kemecke?".
"Lo estranguló con un cable, y luego le rompió el cuello por si acaso."
"Eso es malo. Realmente malo". Henry se pasó la mano por la frente hasta la barbilla, mostrando una expresión de cansancio. "¿Oíste algo más cuando lo trajeron?"
"Dijeron que ocurrió en el lado oeste de las montañas, cerca de Ten Sleep, cuando lo llevaban a la penitenciaría estatal. Pero eso es todo lo que sé".
"No querrás encontrarte con Kemecke. No es un buen tipo".
Patrick asintió.
"¿Dónde planeabas cazar?"
"Walker Prairie". Patrick no había pensado en ello, pero Walker Prairie estaba al otro lado de Cloud Peak Wilderness desde Ten Sleep. Eso era una ventaja.
Henry dijo: "Bien". Luego le dio a Patrick las indicaciones para llegar a su lugar favorito para acampar, cerca de lo que él consideraba una de las mejores zonas de caza. Había crecido cazando en la zona, así que sabía de lo que hablaba.
Perry se acercó trotando, con una bolsa de papel de McDonald's colgando de su mano y sonriendo. "Papá, tenemos tu comida".
Patrick le acarició el cabello ralo al chico. El chico aún no había dado el estirón. Era más bien un enano con una voz aguda y suave. ¿Patrick había sido así de niño? Parecía recordar que su crecimiento fue lento. Finalmente alcanzó una estatura normal, y Perry también lo haría, al menos eso esperaba. Pero maldita sea el chico era todo corazón. Su sonrisa borró un poco el desasosiego que le quedaba de la dura noche anterior y de su discusión con Susanne.
No pudo evitar devolverle la sonrisa. "Ya voy, hijo". Entonces se dio cuenta de que Trish no estaba con él. "¿Dónde está tu hermana?"
"En el teléfono público". Perry le dirigió una mirada conspiradora y suspiró.
"Mmm". ¿Con quién demonios tendría que hablar otra vez? Hace una hora estaba hablando por teléfono. Oh, bueno. Tendría que aceptar que, cuando se trataba de chicas adolescentes, tal vez siempre estuviese un poco perdido.
Henry asintió con la cabeza. "Cuídate la espalda".
Patrick se despidió con dos dedos en la frente. "Siempre".

Capítulo 5: Pausa
Búfalo, Wyoming
18 de septiembre de 1976, 12:30 p.m.
Susanne
A través de los escaparates, Susanne pudo ver a los lugareños y a algunos turistas de la temporada tardía abarrotando el Busy Bee Café. El lugar era una atracción local. Situado entre Clear Creek y el Hotel Occidental, compartía parte del encanto del Viejo Oeste de este último. Revestimiento de madera. Una vieja estufa de leña en el comedor. Una encimera ornamentada y una barra. Los turistas eran fácilmente identificables por sus pesadas cámaras y su comportamiento relajado. El Día del Trabajo ponía fin a la temporada de verano, pero la zona recibía algunos visitantes a principios de otoño que deseaban admirar las hojas otoñales y disfrutar del clima fresco en relativa soledad. Los cazadores también empezaban a aparecer -con mucha ropa de camuflaje y necesitando un buen baño-, pero ella no vio a ninguno en el restaurante.
Cuando se dirigía a la puerta, Susanne oyó su nombre detrás de ella. Se giró para ver a Hal Greybull, el forense del condado. Estaba cruzando la calle y saludando con la mano, su figura se recortaba contra las fachadas de ladrillo rojo de los edificios del centro. Maldita sea. No le había dicho a Patrick que el forense había llamado. Decirle a Trish que le transmitiera el mensaje a su padre había sido una petulancia por su parte, y lo lamentaba. Era el trabajo de Patrick, su medio de vida. Ella sonrió y le devolvió el saludo.
"Sra. Flint. Me alegro de encontrarla tan pronto luego de haber charlado con usted por teléfono". Las mejillas rubicundas y la barba blanca de Greybull le recordaron a Papá Noel, pero a éste le hacían falta unas buenas comidas. Su cinturón estaba librando una batalla perdida contra la gravedad, sin caderas ni trasero para sostener sus pantalones.
Después de darse un apretón de manos, se protegió los ojos del sol del mediodía con una mano. "A mí también".
"¿Pudiste hacer llegar mi mensaje al doctor Flint? La familia nos está presionando mucho para que cerremos el caso Jones".
"¿No te llamó?" No era una mentira, pero aun así casi se tocó la nariz para ver si estaba creciendo. "Lo siento mucho. Fue una mañana agitada. Se fue a cazar alces con los niños por unos días, pero volverá el miércoles".
Hal se tiró de la barba, con el rostro sombrío, pero luego sonrió. "Es la temporada".
"Sí, lo es. Están acampando en Hunter Corral, si es una emergencia".
"Voy a descolgar mi teléfono y entonces no lo será".
Ella se rió. "¿Está todo bien en el caso?"
"No estoy en libertad de decir mucho, aparte de que el doctor Flint hizo todo lo que pudo. De todos modos, no me sorprendería que la familia presentara una demanda". Bajó la voz y miró por encima de ambos hombros antes de acercarse a ella. "No te has enterado por mí, pero no sería la primera vez que demandan a alguien cuando las cosas no salen como ellos quieren".
"Oh, no".
"Así que tenemos que asegurarnos de poner todos los puntos sobre las íes. Pero de nuevo, no te preocupes. Tu marido no tuvo la culpa".
"Me aseguraré de que te llame en cuanto llegue".
"Esperemos que hayan atrapado a ese fugitivo antes de eso".
"¿Cuál fugitivo?".
"¿No te has enterado? Está sonando en la radio. Un preso mató a un alguacil de Big Horn y escapó en su vehículo cerca de Ten Sleep. Es el mismo tipo que asesinó al guardabosque".
"¡Oh, Dios mío!" Ten Sleep estaba al otro lado de las montañas, pero ella pasaría la noche sola, y vivía en el campo. Así que tendría que mantener la escopeta de Patrick junto a la cama.
"Tienen a todos los agentes de la ley estatales, federales y locales en la mitad norte del estado buscándolo. Este tipo es de aquí, creció en Buffalo. La radio prometió actualizar la información cada hora".
"Me aseguraré de sintonizarla".
"Cuídese, Sra. Flint".
"Usted también, Sr. Greybull".
Él inclinó un sombrero imaginario hacia ella, y luego volvió a cruzar la calle, con los pantalones colgando peligrosamente, silbando "Blueberry Hill".
Susanne entró a toda prisa en el restaurante y se quedó en la puerta buscando a Vangie. Un grupo sentado bajo la enorme cabeza de bisonte le resultaba familiar, pero no podía recordar sus nombres. Siguió escudriñando. Además de las mesas repletas, todos los taburetes redondos de la barra estaban llenos. Algunos de los camareros se agrupaban cerca de la estación de café, manteniéndose al margen mientras los clientes hacían fila para usar el único baño.
Los cubiertos tintineaban con la loza, cortando el bullicio de las conversaciones. El lugar era un zoológico.
Susanne oyó "Por aquí". Vangie saludó desde una mesa con vistas a Clear Creek. Su amiga iba vestida con unos vaqueros y una camiseta amarilla, con el pelo negro recogido, como los nativos de Wyoming, pero su marcado acento de Tennessee delataba sus raíces sureñas.
Susanne sabía que su propio acento tejano también la delataba. Tal vez por eso se había sentido tan atraída por Vangie en primer lugar. Dos peces fuera de sus aguas natales. Pero Vangie nadaba, mientras que Susanne sentía que se hundía. Vangie estaba sentada de espaldas al arroyo, que Susanne seguía pronunciando con un sonido de e larga en lugar de "crick" como los lugareños. En esto ella también se diferenciaba. Se alisó el lazo del escote de su blusa de lunares.
"Te he pedido un té dulce". Vangie había puesto el vaso sobre el mantel individual de Susanne, un menú plastificado. "Lo hago sólo para fastidiarlos. Siempre lo sirven sin azúcar, con sobrecitos de azúcar y una cuchara".
Susanne se estremeció. "No es lo mismo". En realidad, ella bebía su té sin azúcar, así que se alegraba de ello, pero entendía el punto de Vangie.
"Quiero decir que hiervo mi alimento para colibríes, por el amor de Dios. El azúcar no se disuelve en agua fría. Cualquier cocinero de verdad lo sabe". Vangie arqueó una ceja hacia la cocina, como si quisiera sugerir que posiblemente no había ningún cocinero de verdad allí atrás.
Las dos mujeres pidieron ensaladas del chef y se pusieron al día hablando de sus vidas.
"¿Cómo está el bebé?" preguntó Susanne. El embarazo de Vangie era un secreto, excepto para los amigos cercanos. Había tenido varios abortos y aún no había pasado el primer trimestre con este bebé.
Vangie miró el arroyo. Era bajo. La mayor parte era roca en lugar de agua. "He tenido sangrados".
"Oh no. Pero tal vez no sea nada. ¿Qué dice tu médico?"
Vangie había empezado a ver a un obstetra en Billings, Montana. "Todavía no se lo he dicho. Tengo miedo de hablar con él".
"Tienes que llamarlo".
"Lo sé. Lo haré si empeora".
Susanne buscó la mano de Vangie y la apretó. "¿Puedo hacer algo?"
"Tus oraciones y tu amistad son todo lo que necesito". Se secó una lágrima y luego su rostro cambió. Sonrió, lo que acentuó sus altos y redondos pómulos. "Me sorprendió que me invitaras a comer. Pensé que ibas a cazar alces".
"Lo iba a hacer".
"¿Y?"
Aunque Vangie es su amiga más cercana en Wyoming, A Susanne no le gustaba hablar de Patrick a sus espaldas. Con nadie. "Patrick necesitaba un tiempo con los niños".
"Qué buen padre".
La camarera colocó sus ensaladas frente a ellas. "¿Algo más?" Su boca tenía el aspecto seco y arrugado de una fumadora de toda la vida.
Vangie le guiñó un ojo a Susanne. "Más té dulce, por favor".
La camarera suspiró y se dirigió de nuevo a la cocina.
Susanne se zambulló en su ensalada. El té dulce no tenía importancia. Lo que echaba de menos era un buen aliño ranchero. Hecho en casa con auténtico suero de leche. Todo lo que podía encontrar en la ciudad era del tipo hecho con leche normal y uno de esos nuevos paquetes de condimentos con sabor a suero de leche falso.
"¿Cómo están los niños?", preguntó Vangie.
"Perry está muy bien. Los chicos son tan dulces".
Vangie sonrió. "Y eso significa que Trish es...".
"Cada vez es menos simpática. ¿Soy una mala madre por decir eso?".
"Eres una gran madre. Y es una etapa. Ya se le pasará. Además, la vi en la ciudad la semana pasada y fue amable conmigo. Probablemente sea una cosa de chicas y madres".
En la ciudad. Susanne se preguntaba cómo había llegado hasta allí. Trish iba en autobús a la escuela. "¿Con quién estaba?"
"Un grupo de chicos".
"¿Caminando?"
"Estaban bajándose de un viejo camión".
"Uno de ellos era Brandon Lewis, ¿verdad?".
Vangie asintió. Ella enseñaba en la escuela primaria de Búfalo y por lo tanto conocía a todos los chicos del pueblo. "Creo que él era el que estaba conduciendo. ¿Por qué?".
"La escuché llamándolo hoy. Es demasiado mayor para ella".
"Oh. Sí. Es un chico grande. Todo un casanova para las adolescentes, si los rumores son ciertos".
Genial. Justo lo que quería oír.
Una voz de mujer interrumpió su conversación. "Señoras. ¿Cómo están?"
Susanne levantó la vista. La recién llegada con una corona de trenzas rubias y ojos azul claro les sonrió desde su considerable altura. Ronnie Harcourt. Si Susanne tuviera que identificar a una mujer que encarnara todos los rasgos que hacían a las mujeres de Wyoming tan diferentes de ella, Ronnie sería la elegida. Y resultaba que vivía en la propiedad vecina de los Flint. Mier-da, deletreó Susanne en su cabeza. Ronnie era una ayudante en la oficina del sheriff del condado de Johnson. Ella ataba y marcaba y sí, cazaba. También tenía la costumbre de aparecer cada vez que Susanne se exhibía como una novata sin remedio. Como cuando puso el pie equivocado en el estribo para montar un caballo. Cuando atascó el camión en un montón de nieve. O cuando apuntó accidentalmente un arma cargada en la dirección equivocada, creando pánico a su alrededor.
"Hola, Ronnie. ¿Quieres unirte a nosotras?" Preguntó Vangie.
Susanne gruñó por dentro. Sería amable, sociable, incluso, porque así la habían criado. Pero eso no significaba que le gustaba hacerlo.
Ronnie se negó. "Estoy recogiendo un pedido para llevar y luego debo regresar al trabajo. Pero voy a ir de excursión al Circle Park esta tarde cuando salga de mi turno. ¿Alguien quiere acompañarme? Las hojas deben estar fantásticas".
Vangie parecía legítimamente decepcionada. "Ojalá pudiera ir".
Circle Park estaba cerca de Hunter Corral, donde estarían los cazadores de Susanne. De la nada, la ansiedad la invadió. Los rostros de su familia fueron pasando uno a uno como diapositivas de 35 mm en el proyector de carrusel de su mente. Se sentía como una premonición, pero vaga e inespecífica. Ella no creía en las premoniciones. Patrick sí. Él la animaba a escuchar su instinto, hablando con entusiasmo de su conexión con la mente y de todo lo que podía decirle. El único mensaje que recibía de la suya era cuando llegaba la hora de comer. Era sorprendente que alguien tan científico y racional albergara este misticismo. Quizá estuviera relacionado con su obsesión por lo que consideraba la conexión sobrenatural de los indios con la naturaleza.
Susanne negó con la cabeza. "No puedo, pero muchas gracias por la invitación".
La mirada de Ronnie decía que no se había dejado engañar. "La próxima vez, entonces. Hasta luego".
Susanne dijo: "Que tengas un buen día".
"Adiós", dijo Vangie tras ella. Luego se inclinó hacia Susanne. "No es tan mala, sabes".
"Estoy segura".
"¿De verdad tienes planes? Porque si no los tienes, puedes venir conmigo a Billings a comprar". Vangie hacía frecuentes viajes a Montana para comprar cosas para el rancho de los Sibleys, Piney Bottoms. Montana no cobraba el impuesto sobre las ventas, así que se ahorraba un poco de dinero al comprar allí si se trataba de artículos de gran valor o al por mayor.
"Mi plan es meterme en una bañera con ese nuevo libro del que todo el mundo habla -¿Dónde están los niños?-, una botella de zinfandel blanco y velas. La casa está tranquila y es toda mía". A pesar de su extraña sensación de malestar, se sintió un poco culpable por lo emocionada que estaba de tener unos días para ella sola. Y por admitirlo ante Vangie, que tenía tantos problemas para formar su propia familia. Pero era un lujo, y uno raro. "¿Lo dejamos para otro día?".
"Por supuesto".
"Pero ten cuidado. Estoy preocupada por ti". Por el bebé, por supuesto, pero también le preocupaba que Vangie condujera sola por la interestatal. "No te detengas por los autoestopistas. Hay un asesino suelto. Mató a un alguacil de Big Horn".
La linda boca de Vangie se abrió de golpe. "¿En serio?".
"Eso es lo que me dijo el forense justo antes del almuerzo".
Vangie apuró un bocado de su ensalada. "Me siento mejor haciendo algo, así no me acurruco en posición fetal preocupándome por este bebé. No te preocupes. Estoy armada, soy peligrosa y no me detendré por nada".

Capítulo 6: Evasión
Big Horn, Wyoming
18 de septiembre de 1976, 1:00 p.m.
Trish
Trish caminó desde el McDonald's hasta el remolque de los caballos. Cindy pataleaba rítmicamente. La yegua tenía un futuro como baterista, aunque a su padre le gustaba decir que estaba destinada al matadero si no dejaba de golpear su remolque. Trish acarició el hocico de Goldie a través de una ventana abierta en el lateral del remolque. El caballo palomino tenía una nariz como la del Conejo de Terciopelo. Trish había querido una Belleza Negra, pero se había enamorado de su compañera rubia. Y le gustaba que su pelo hiciera juego con su cabello.
Su caballo relinchó y movió su hocico, buscando una galleta. Trish no tenía ninguna.
"Lo siento, chica".
Trish volvió a subir al camión blanco abollado. Su padre ya lo había arrancado y puesto en marcha. Todavía estaba un poco nerviosa por la llamada que había hecho desde el teléfono público. Había hecho que la señora Lewis tomara un mensaje sobre el cambio de planes de Hunter Corral a Walker Prairie, después de que la malhumorada mujer le dijera que Brandon no estaba allí. Trish esperaba que no estuviera ya de camino a Hunter Corral para verla. Y que la señora Lewis le transmitiera su mensaje.
Perry y su padre hablaban de las posibilidades de los Dallas Cowboys para la Super Bowl de esa temporada. Adoraban a los Cowboys. Era como si hubieras crecido en Texas, tenías que alentarlos, a menos que fueras un fanático de los Oilers en Houston. Aquí, la gente animaba a los Broncos de Denver. Trish había decidido que, como ahora era una chica de Wyoming, ellos eran su equipo.
Su padre salió del estacionamiento en dirección a las montañas. Lejos de la interestatal. De nuevo, iba en la dirección opuesta a la que ella esperaba.
"Papá, ¿qué estás haciendo?".
Perry no paraba de hablar. "Roger Staubach es un favorito para el Salón de la Fama".
Su padre le sonrió. "Estamos tomando un atajo". Señaló. "¿Ves ese camino de tierra que sube por la ladera de la montaña?".
Ella entrecerró los ojos. Vio uno. Apenas. "Sí."
"Eso nos ahorrará una hora de viaje".
Recordó un montón de veces que los atajos de su padre habían terminado mal. Quedarse atascado. Callejones sin salida. Vehículos averiados. Perderse. "Genial".
Patrick retomó la conversación de fútbol con Perry. Una voz rimbombante sustituyó la música de la emisora de radio con una actualización sobre la búsqueda de algún fugitivo. Trish giró el dial de sintonía, desplazándose por las pocas emisoras -todas estáticas- disponibles en el norte de Wyoming.
Pasaron por delante de una señal de límite de la ciudad de Big Horn. Trish nunca había oído hablar de ella. Como la atravesaron en menos de un minuto, entendió por qué. Era incluso más pequeño que Buffalo. Estaba convencida de que había menos gente en todo el estado de Wyoming que en Irving, la ciudad del área metropolitana de Dallas-Fort Worth donde habían vivido antes de mudarse al verdadero Estado de los Cowboys.
Poco a poco, el paisaje atrajo a Trish y dejó la radio en una emisora de gospel sin darse cuenta. Ciervos, antílopes y pavos vagaban por todas partes. La carretera los llevó junto a un arroyo serpenteante, cuyas orillas estaban llenas de álamos y árboles de algodón. Bajó las ventanillas. Al aspirar con fuerza, todavía se percibía en el aire el dulce aroma de los olivos rusos. El último rastro del verano. A lo lejos, las montañas se alzaban inclinadas, con sus laderas repletas de altos pinos, salvo por las enormes formaciones rocosas de diversas tonalidades. Rosa, rojo, negro, blanco, gris. El viento cálido le azotaba el cabello, pero sentía un frescor que anunciaba el otoño. Pronto llegaría la nieve. Su madre siempre decía que Trish era igual que su padre. Trish no lo veía. Su padre era un tipo duro y quería hacerlo todo a su manera. Pero a ella le gustaban las montañas como a él, en ese punto coincidían. Y los caballos. Ella realmente, realmente amaba los caballos.
"Es bonito, ¿verdad?", dijo su padre.
Ella siguió mirando por la ventana. "Ajá".
Un recuerdo vino a su mente. Su madre le había pedido a Trish que le diera un mensaje a su padre para que llamara al forense. Ella se lo contaría más tarde. No había terminado de castigarlo por traerla a este tonto viaje de caza. Necesitaba hacerle saber lo miserable que se sentía. Pero no pudo evitar admirar el paisaje, y cuando miró a su padre, vio que éste le sonreía, de manera sincera.
Los neumáticos rebotaron del pavimento a un camino de tierra. La pendiente se inclinó hacia arriba. El chasis vibraba, el motor gemía y el ruido de la cabina se hacía más fuerte.
"¿Has estado alguna vez en esta carretera?" Trish preguntó. "¿Es siquiera seguro?"
Los labios de su padre empezaron a moverse sin emitir ningún sonido. Eso le dio la respuesta. No.
El camión subió una colina y un neumático chocó contra una roca. Hubo un estallido, y luego todo el camión se tambaleó hacia la derecha, que era el lado de la colina, por suerte. Un ruido de buh-bud-uh buh-bud-uh buh-bud-uh comenzó a sonar.
Los ojos de Patrick se dirigieron a su espejo retrovisor, y se detuvo en un tramo plano. "Mierda". Luego: "No le digas a tu madre que he dicho eso".
"¿Qué pasó?" Preguntó Trish.
"Un neumático pinchado en el remolque. Creo que los caballos pueden ser un poco pesados para este camino tan accidentado". Detuvo el camión y apagó el motor. "Bien, niños. Ahora es cuando las cosas se ponen emocionantes".
Perry se inclinó sobre el asiento trasero con entusiasmo. "¿Qué vamos a hacer?".
Trish se cruzó de brazos.
"He oído que este camino es muy intrincado y empinado. Quiero que ensillen sus caballos y lleguen a la cima montando y llevando a los otros dos caballos a su vez. Eso quitará peso al camión y a los neumáticos. No tengo otro repuesto".
"Entonces este no es un camino seguro. ¿Hablas en serio?" Trish preguntó. Su madre no estaría contenta cuando se enterara de esto.
"Es tan seguro como un ataque al corazón".
"Genial", dijo Perry, mientras se bajaba del camión.
Trish lo siguió, sacudiendo la cabeza. Otra historia que añadir a la leyenda de los atajos de su padre. Cuando sacaron los caballos del remolque, ella dijo: "¿Cuánto falta para llegar a la cima?"
"No está lejos. Unos pocos kilómetros".
Eso no estaba tan mal.
Ensilló a Goldie. Patrick ayudó a Perry con Duke, su caballo pinto. Duke era alto y tenía una barriga prominente. Aspiraba grandes bocanadas de aire cada vez que alguien se acercaba a él con una cincha para el estómago, lo que hacía difícil apretar la correa lo suficiente. Trish ya se había subido a su caballo y tenía preparados a Reno, el gigantesco cruce de percherón negro de su padre, y a Cindy, una alazana baja y fornida, antes de que Perry estuviera en la silla. Además de ser bajito, rebotaba de una tarea a otra como una pelota de goma, así que tardaba una eternidad en hacer cualquier cosa. Finalmente, se puso en marcha.
Patrick dijo: "Voy a cambiar el neumático. Adelántense".
"De acuerdo", respondió Trish.
Perry sujetó la rienda de Cindy y le chasqueó a Duke. Trish acarició el cuello de Goldie y luego se movió hacia delante, apretando ligeramente las piernas alrededor de su caballo. Los seis -Trish, Perry y los cuatro caballos- se pusieron en marcha. No habían pasado ni veinte minutos cuando su padre saludó con la mano mientras el camión empezaba a subir la montaña, más rápido que los caballos, pero todavía bastante lento. Desapareció por una curva en forma de S y entonces ella y Perry se quedaron solos.
Trish se maravilló de la vista. Cada vez que se producía una interrupción en los árboles cuesta abajo, ella podía ver a través de los ramales y en lo profundo de las colinas, el color de los ladrillos rojos. Durante unos minutos, Perry no dijo nada. El canto de los pájaros y los chillidos de las águilas eran los únicos sonidos, además del ruido de los cascos sobre la carretera. Pero este instante de serenidad no duró.
Perry hizo trotar a Duke y Cindy para alcanzarla. "¿A quién llamaste en el McDonald's?".
"Cierra la boca".
"¿A un chico?"
Trish no respondió.
"¿Llamaste a Brandon Lewis?".
"¿Qué?". Trish se giró hacia él. "Métete en tus asuntos".
"Te gusta".
"Eres un mocoso". Ella aumentó la presión de su pierna sobre Goldie. El caballo respondió con un trote lento. Reno se resistió. La rienda se puso tensa. Trish sacudió la cabeza. Reno era una bestia obstinada. Goldie se inclinó hacia ella, y Reno se rindió, aunque la rienda nunca se aflojó.
Perry gritó: "Espera".
Detrás de ellos, se acercaba un rugido de motores. Trish movió sus caballos hasta el lado derecho de la carretera, contra la cara de la montaña. No miró detrás de ella, sabiendo que eso crearía una reacción en cadena con Goldie y Reno, y que se desviarían hacia la carretera.
"Hazte a un lado, Perry".
Si él respondió, ella no pudo oírlo. Un minuto después, dos motocicletas se detuvieron junto a ella. Las motos eran grandes y negras con cromo plateado. Tenían asientos en forma de banana que hacían que los motorizados se reclinaran hacia atrás. Los hombres llevaban pantalones vaqueros con chaquetas de cuero, chalecos de cuero y pañuelos en la frente. Los dos llevaban barbas y bigotes largos y ralos. Uno llevaba una cola de caballo. El otro tenía un extraño corte de cabello aplanado igual al de Perry. El de la cola de caballo, que estaba sin camiseta bajo el chaleco, gritó cuando la vio. Trish trató de dejar de ver el vello de su axila. Qué asco. Frenó delante de ella y giró su moto en sentido transversal a la carretera. El otro hombre hizo lo mismo.
Los caballos se detuvieron en seco.
"Oye, guapa. ¿Quién es el que te acompaña?". El hombre de la cola de caballo señaló a Perry con el pulgar.
Sorprendida, Trish miró al frente y guió a Goldie alrededor de las motos. Su acento no era local. Lo cual tenía sentido, porque nadie de Wyoming actuaría así. Pero ella no podía ubicarlo. No era tejano. Norteño. Del sur. O de la Costa Este, como Boston o Nueva York.
"No seas engreída sólo porque eres guapa".
La voz de Perry, cuando hablaba, era tan aguda que parecía la ardilla Alvin. "Deja a mi hermana en paz".
Los hombres se miraron y se echaron a reír.
El del cabello corto dijo: "Su héroe. Esa es una buena".
"¿Qué vas a hacer si no lo hacemos, enano?" El de la cola de caballo le lanzó a Perry una mirada amenazante.
"Vamos, Perry", dijo Trish. "Ignóralos".
"¿Adónde vas, cariño? Quizá nos veamos más tarde".
De nuevo, ella no les contestó. A Perry le costaba hacer pasar a Duke entre las motocicletas.
"Dale un golpe en el trasero. Tiene que saber que tú eres quien manda", le dijo a su hermano.
Perry hizo lo que le sugirió, y Duke resopló y avanzó trotando con Cindy, pasando por delante de Trish, Goldie y Reno.
"Me gusta la actitud de la chica", dijo el del cabello corto.
Los hombres pusieron en marcha sus motocicletas, acelerándolas mientras rodeaban a Trish, Perry y los caballos, pero no se detuvieron. El silenciador de una de las motos falló. Duke se desvió hacia la izquierda. Perry se sujetó con fuerza de la silla. Algunas personas tenían un talento natural para los caballos. Él no lo tenía. Su cuerpo se tambaleó y se inclinó, pero aguantó como pudo. Goldie sacudió la cabeza, resoplando.
Las motos desaparecieron en la distancia.
Trish suspiró de alivio.

Capítulo 7: Vuelco
Bosque Nacional Bighorn, Wyoming
18 de septiembre de 1976, 2:00 p.m.
Perry
Subiendo por la empinada carretera, con un gran desnivel a su izquierda y una colina casi recta a su derecha, los latidos del corazón de Perry seguían acelerados. Normalmente no le asustaban las alturas, pero sentía como si un imán gigante tirara de él hacia el abismo. Duke y Cindy no se lo ponían nada fácil. No podía lograr que se alejaran del borde. Duke casi saltó al vacío cuando los hombres de las motos se alejaron acelerando sus motores causando un ruido insoportable.
Esos hombres habían mirado a su hermana con malicia. Estaba furioso. Furioso como lo había estado la vez que Judd, un matón de su colegio, había dicho que él era una niñita cobarde. Perry intentó darle un puñetazo y Judd se había reído en su cara, sujetando las muñecas de Perry, sin siquiera golpearlo. La cara de Judd había sido reemplazada por los dientes manchados de tabaco del tipo de la cola de caballo y los ojos saltones del tipo de cabello corto, y su risa por sus voces. Tampoco lo habían tomado en serio. Se sintió impotente e incapaz de proteger a su hermana. Ni siquiera podía lograr que su tonto caballo avanzara sin la ayuda de ella.
¿Por qué todos me tratan como a un bebé?
Las lágrimas le quemaron los ojos, y se alegró de estar detrás de su hermana. No se las limpió, sino que las dejó secar al viento de Wyoming. Anhelaba ser más grande y más fuerte.
El silencio era pesado, solo se escuchaba el repiqueteo de los cascos, la agitada respiración y los ocasionales resoplidos de los caballos. Su boca se sentía como si estuviera llena de malvaviscos. Ni siquiera pudo decirle a Trish como se sentía. Quería decirle que lamentaba no haberla podido defender. Que lo sentía y que tenía miedo. ¿Ella sentía lo mismo? ¿Era por eso que ella también permanecía callada?
Sólo esperaba que los dos hombres no volvieran.
Un gran camión se tambaleaba por la carretera hacia ellos. Duke aguzó las orejas y levantó la cabeza. A medida que se acercaba, Perry pudo ver que tenía una cubierta de madera en la parte superior de la cabina con una valla de rieles verticales alrededor. Las pequeñas patas, la nariz puntiaguda y las suaves orejas de un perro salchicha se asomaban por la parte delantera de la valla de la cubierta, junto a un San Bernardo tan enorme que parecía que podía volcar el camión.
Un conductor de tupido vello facial negro levantó dos dedos a modo de saludo al pasar. Perry se quedó boquiabierto ante el vehículo. La cubierta superior coincidía con una cubierta más grande de la plataforma del camión, aunque la valla que lo rodeaba era una barandilla más tradicional. Detrás del camión había un antiguo remolque para caballos sin techo. Un caballo con aspecto de dálmata relinchó ante Duke.
Duke resopló.
Trish puso una mano en el lomo de su montura y se giró para observar el camión. "Sólo en Wyoming".
Perry asintió. El pintoresco y divertido camión lo hizo sentirse un poco mejor. La gente de Wyoming era definitivamente diferente a la de Texas. Finalmente vio el camión y el remolque de su padre más adelante. Cuando él y Trish lo alcanzaron, encontraron a su padre escudriñando varios mapas extendidos en el capó del camión.
"Han tardado bastante". Patrick sonrió y empezó a doblar los mapas. "¿Listos para cargar?"
Trish dijo: "¿Has visto las motocicletas?"
"Las vi. Harleys. No se ven muchas de esas en las montañas".
Perry chilló: "Esos tipos eran unos imbéciles. Estaban molestando a Trish".
Patrick se quedó paralizado mientras se metía los mapas en la cintura. "¿Qué?"
"No hicieron más que hablar", dijo Trish bajándose del caballo.
Patrick tomó las riendas de Duke.
Perry saltó al suelo. "Asustaron a Duke". No mencionó cuánto lo habían asustado.
"¿Hablaste con ellos?" Los ojos de Patrick se clavaron en los de Perry, sabiendo bien cuál de sus hijos era más propenso a soltar información.
"No. Pero querían saber a dónde íbamos".
"¿Se lo has dicho?"
"No."
"De acuerdo".
Caminaron hacia la parte trasera del remolque. Los tres permanecieron en silencio mientras colocaban los aperos y las sillas de montar y cargaban los caballos. El miedo de Perry empezó a disminuir. El mero hecho de estar cerca de su padre ayudaba. Miró a su alrededor. Nunca había visto las montañas desde este lado. La vista de este pico, de cerca, lo hizo sentirse vacío. Desde el lado del Búfalo, el Pico de las Nubes era el más grande. Desde este ángulo, parecía un pico de dientes negros de aspecto enfadado.
Subieron a la camioneta y Patrick empezó a conducir lentamente por la carretera de Red Grade.
Trish dijo: "Esto me recuerda a los Alpes suizos en Heidi".
"¿Eh?" Dijo Perry.
"Ya sabes, el libro, Heidi".
Perry miró por la ventana. A Trish le encantaba leer. Él odiaba los libros. La conversación se detuvo, pero no le importó. Durante media hora, su mente flotó de los pensamientos sobre el fútbol a la pesca y la caza del alce y luego a nada en absoluto mientras pasaban por ciénagas, alces pastando en plantas acuáticas, arroyos, amplios parques con hierba marrón y alguna que otra cabaña.
Perry debió quedarse dormido, porque se despertó cuando Patrick giró a la derecha en una carretera forestal frente a un arroyo.
""Nos estacionaremos cerca de aquí y nos prepararemos para acampar", dijo Patrick bajando la ventanilla de su lado.
Trish no bajó la suya, pero Perry bajó ambas en la parte trasera. Pasaron junto a un camión y un remolque de viaje con motocicletas Harley estacionadas afuera. Las ventanas y las puertas del remolque estaban tapadas con una especie de bolsa negra desde el interior.
"Son las mismas motocicletas". Perry arrugó la nariz. "Algo huele raro".
Patrick inclinó la nariz hacia la ventana abierta. "Como a amoníaco".
Trish se estremeció. "Están ahí dentro. Acampemos lejos de ellos".
Patrick asintió. "El lugar que recomendó Henry está muy lejos".
Una milla más tarde, Patrick estacionó el camión y el remolque. Cindy, como siempre, estaba pateando el remolque.
Patrick golpeó el lateral. "Deja de hacer eso o te convertirás en comida para perros".
"Papá, ella no puede evitarlo. Está nerviosa". Perry se acercó y acarició el cuello de Cindy.
"Más bien está impaciente". Sonrió a su hijo.
"No la venderás por comida para perros, ¿verdad?"
"Probablemente no".
"¡Papá! Prométemelo".
Patrick pasó la mano por la cabeza de Perry. "Lo prometo. Aunque sea molesta, no la venderé por comida para perros".
Cindy siguió pateando hasta que las puertas traseras se abrieron. Preparar los caballos llevó más tiempo que en Red Grade. Cindy llevaba una silla de montar con el equipo de tiro con arco acoplado, además de que ella y los otros caballos llevaban alforjas llenas de equipo de caza, comida y ropa. Pero no se llevaron toda la ropa. Patrick hizo que Trish dejara la mitad de las suyas en la parte de atrás de la camioneta.
Perry observó cómo su padre revisaba su Magnum 357 y su cuchillo con funda, y tras guardarlos en su respectiva pistolera y funda se los enganchó en la cadera. "Si vamos a cazar ballestas, ¿Por qué llevas todas las demás armas?".
"El revólver es para defensa personal. Pero el cuchillo de vaina no es para usarlo como arma. Es para desollar nuestros alces". Patrick sacó su navaja Matasanos de su bolsillo. "Y esta es mi navaja multiusos".
Perry cogió la navaja y la examinó mientras su padre cargaba la munición en una de las alforjas de Cindy. La munición del 38 especial, porque era más barata que la del 357. A su padre le gustaban las cosas baratas. "¿Puedo llevarla yo?".
Patrick frotó la cabeza de Perry. "Esta es una navaja para hombres grandes. Tal vez Santa te traiga una para Navidad".
"No existe Santa, papá".
"Yo no diría eso en voz alta. Podría oírte". Patrick guiñó un ojo. Se acercó y cerró la camioneta, luego guardó las llaves en un bolsillo exterior de una de las bolsas que cargaba Reno.
Reno parecía malvado, pero era realmente agradable. A su padre le encantaba ese caballo. Su amigo Henry le echó en cara que montara un caballo de tiro en un país de ponis de patas rápidas, así que su padre había llevado a Reno a clases de corte. Ahora se jactaba de tener el caballo de corte más lento del Oeste.
"¿Todos listos?" Dijo Patrick, sonando alegre.
"Para ir a casa", dijo Trish. "También lo está Goldie. Le pusiste demasiado encima". Pero Trish se subió a su caballo.
"Es mucho menos lo que llevaría si te hubiera dejado traer toda esa basura de tu bolsa".
Perry dijo: "Estoy listo, papá".
Patrick se puso al lado de Duke y le tendió una mano. Perry la utilizó como escalón para subirse a Duke. Luego Patrick se subió a la espalda de Reno y tomó la rienda de Cindy. Él lideró el camino. Perry le siguió y Trish iba detrás. Pasaron junto a otros camiones y remolques aparcados a lo largo de la carretera e incluso algunas personas en tiendas de campaña. La gente cargaba y descargaba, tensaban arcos y cocinaban. Todo el mundo saludaba.
Los caballos se balanceaban más debido a sus voluminosas cargas. Pasó casi una hora antes de que Patrick le dijera a Perry que empezara a buscar el lugar perfecto para acampar. Perry estaba harto de cabalgar, pero se tomó su tiempo.
Después de rechazar unos cuantos lugares -demasiado rocosos, demasiado pequeños, sin brasero-, detuvo a Duke junto a un generoso claro entre los árboles, apartado del sendero, con buena hierba y un buen brasero. "¿Te parece bien aquí, papá?".
Trish montó a Goldie hasta el brasero. "Todavía está ardiendo. Parece que alguien estuvo quemando basura".
Patrick negó con la cabeza. Su rostro tenía una expresión sombría. "Buena manera de iniciar un incendio forestal, y esta es exactamente la época del año equivocada para ello. Toda la montaña está seca como una astilla".
"Hay buena hierba. Y un cordel para atar los caballos".
Perry vio puntas de ramas ensuciando los bordes del claro. "¿Por qué están todos esos trozos de árbol en el suelo?"
Patrick dijo: "Lo más probable es que sean ardillas. Muerden el nuevo crecimiento y luego se alimentan de los brotes desde la comodidad del suelo del bosque". Giró su pierna en alto para apartar las alforjas. De todos modos, pateó una. Reno la esquivó. Patrick se levantó y cayó al suelo. "Nos quedaremos aquí, entonces. Buena elección, Perry".
Perry suspiró. Se bajó del caballo, repentinamente cansado, como si acabara de jugar de delantero las dos mitades de un partido de fútbol.
"Hay que moverse rápido, chicos. La luz del día se agota y hay que armar un campamento".
Perry volvió a suspirar, esta vez más fuerte.
"Yo me encargo de los caballos". Trish ya estaba desensillando a Goldie. La yegua le devolvió la mirada y Trish le acarició el hocico.
"Entre los dos armaremos la tienda, entonces", dijo Patrick revolviéndole el cabello a Perry.
Perry se alejó de su mano. Deseó que su padre dejara de hacer eso.
Trish hizo una mueca. "Apesta ser tú, enano".
Le sacó el dedo medio a Trish a espaldas de su padre, y ella frunció los labios y se palmoteó el trasero.
Media hora más tarde, los caballos bebieron agua en un arroyo cercano y salieron a pastar. La tienda de campaña estaba en pie y los sacos de dormir desplegados en su interior, sobre un terreno mayormente llano y sin demasiadas rocas. Las montañas ocultaban la mayor parte del sol, aunque todavía se mantenía alto en el cielo.
Patrick colgó las alforjas con la comida en lo alto de un árbol en el extremo más alejado del campamento. "Si cenamos tarde, tendremos tiempo de conocer el terreno para nuestra cacería de mañana".
Las palabras de su padre entusiasmaron a Perry. El cansancio era sólo un recuerdo. Ya tenía la edad suficiente para cazar legalmente. Había disparado a muchos bichos con su escopeta de perdigones, y su padre había apuntado y le había permitido apretar el gatillo del rifle en las cacerías de ciervos, pero esto era diferente. Él elegiría sus propios animales y disparos, manejaría la ballesta solo y reclamaría su propio trofeo, si es que conseguía un alce. Llevaba todo el verano practicando con el arco y había llegado a tener muy buena puntería, pero su padre siempre le recordaba que un animal en movimiento era diferente a un blanco.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por una voz ronca que provenía del sendero.
"Este es nuestro campamento". La voz pertenecía a un hombre alto y corpulento con las mejillas hundidas sobre una barba rala. El color de su cabello fluctuaba entre negro y blanco-grisáceo. Llevaba un overol de camuflaje con una camiseta negra debajo, y su caballo también era negro.
Perry ni siquiera le había oído llegar, y sintió pena por el caballo, por tener que llevar a alguien tan pesado. Con retraso, Goldie, Duke, Cindy y Reno empezaron a relinchar y a resoplar. Perry supuso que por eso no existía un caballo centinela. Deseó que hubieran traído a Ferdinand. Ladraba a todo, pero precisamente por eso su padre había dicho que nada de perros en un viaje de caza.
Pero este era su campamento. Él lo había elegido.
Hinchó el pecho. "Es nuestro".
Patrick levantó una mano hacia Perry, para que se tranquilizara. "Buenas tardes. ¿Hay algún problema?".
Perry y Trish cruzaron miradas. Los ojos de ella decían "¿Qué demonios?" y él sabía que los suyos también.
Dos caballos más con sus respectivos jinetes aparecieron por la curva del sendero. Estos jinetes se parecían bastante al primer tipo. Morenos. Altos. Uno viejo como él pero delgado y con el cabello completamente blanco, otro que parecía lo suficientemente joven como para estar en el instituto. El viejo se hurgaba los dientes y sonreía. El joven miraba al suelo y daba la espalda al campamento.
El primer tipo repitió. "Este es nuestro campamento. Siempre lo ha sido. Durante toda la temporada".
Patrick negó con la cabeza. "No había nada aquí cuando lo encontramos. ¿Lo reservaron?".
Los dos jinetes mayores soltaron una carcajada. El joven no reaccionó.
El primero dijo: "Eso es gracioso. Una reserva para acampar. ¿Eres un comediante?".
"No, soy médico".
El adolescente se movió en su silla de montar.
"Tal vez podría mirar la pierna de Blue". El chico del cabello blanco montaba un ruano azul con un gran corte abierto en su pata trasera.
Patrick sonrió. "Bueno, anoche vi un caballo con una pata rota en el hospital, pero te advierto que no soy veterinario".
"No", dijo el tipo de la voz ronca. Se quedó mirando a Patrick, de un modo extraño.
Perry no sabía qué pensar de esa mirada. La mayoría de la gente se muestra bastante impresionada de que su padre sea médico. Hacen fila para hablar con él en la iglesia, mostrando brazos asquerosos y sarpullidos y pies descalzos con uñas encarnadas. Este tipo no parecía impresionado en absoluto.
El primer tipo dijo: "Todo lo que necesitamos de usted es nuestro campamento".
"¿Hablas en serio?" preguntó Patrick. Esta vez, el tono de su voz se elevó.
Perry y Trish se acercaron a su padre. Reno empezó a mover la cabeza y a patear el suelo.
"Lo digo en serio".
"Hay un lugar muy bueno justo al final del camino", dijo Trish. "Mejor que éste. Lo vi cuando dábamos de beber a los caballos. Más cerca del arroyo. Más grande".
El hombre gruñó. "Entonces, vayan a ese lugar".
Perry vio que su padre echaba un vistazo a la tienda. El arco estaba apoyado contra un árbol al lado, y su revólver estaba en su cinturón, colgando sobre una rama del árbol.
"No nos moveremos", dijo Patrick en voz baja. "Lo mejor será que sigan su camino".
Su tono erizó el vello de los brazos de Perry. Su padre siempre se vuelve más callado cuando se enfada. Los hombres se movieron en sus monturas y Cabello Blanco observó a su líder, el de la voz ronca, que escupió un chorro de jugo de tabaco marrón. Salpicando el suelo duro del sendero.
El ruido de unas motocicletas rompió el incómodo silencio cuando las máquinas se precipitaron en la curva del sendero. No eran las rugientes motos de calle, como las Harleys que Perry había visto antes, sino motos de cross. Unas motos muy chulas -una roja, otra amarilla- que parecían bastante nuevas. Dos hombres con las cabezas afeitadas se acercaron, con las caras casi cubiertas por las gafas. No llevaban casco, como los de la Harley, se dio cuenta Perry. Su padre dijo que eso tenía que ver con la ley de la selección natural y con Darwin. Los pilotos de motos de cross soltaron el acelerador al pasar junto a los caballos.
Debieron darse cuenta de que algo no iba bien, porque el que iba delante se detuvo y apagó el motor. El otro pasó junto a él y también se detuvo. "Oye, ¿va todo bien?"
El primero dijo: "Muy bien".
A Perry le dolió el estómago de repente, y se acercó un paso más a su padre.
Los chicos de las motos de cross asintieron. Pusieron en marcha sus motos, dando una patada hacia abajo con la pierna derecha, y arrancaron.
"Espero que este campamento valga la pena", le dijo el primer tipo a su padre.
"¿Qué valga la pena para qué?" Patrick se puso las manos en las caderas.
El Primer Tipo azotó a su caballo, y el lustroso animal sacudió la cabeza y luego se balanceó hacia delante bajo la pesada carga. Los otros dos se colocaron detrás de ellos y trotaron para mantener el ritmo.
Perry no sabía qué quería decir el Primer Tipo, pero estaba bastante seguro de que no era bueno.

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