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Conquista En Medianoche
Arial Burnz
Únete a la saga de este atractivo vampiro escocés, Broderick MacDougal, mientras sigue el alma de su verdadero amor, Davina. Él debe ganar su amor en cada vida en la que ella se encarna y se enfrentan a muchos obstáculos: mortalidad, maldiciones, profecías, vampiros, hombres lobo, piratas, los Illuminati, ángeles, demonios y el propio infierno. ¿Triunfará el amor sobre todo ello? Sólo el TIEMPO lo dirá. << (Psst...sí, es una pista.) ¡Consigue esta serie completa de romance paranormal y disfruta de ella!
Enamorarse no formaba parte del plan. Después de treinta años de buscar a mi enemigo, lo encuentro... En los recuerdos de una hermosa viuda. Sé que ella es el cebo, pero ¿es inocente o está en el plan? Ella se resiste, pero yo no puedo alejarme. Tengo hambre de ella. Maldita sea la trampa, no puedo descansar hasta que esté en mi cama. No lo haré hasta que la reclame para mí. Consigue el primer libro de esta serie romántica de vampiros para adultos. Los libros de esta serie romántica paranormal para adultos están escritos como novelas independientes, pero se disfrutan mejor si se leen en orden. Aviso a los lectores: Este es un romance de vampiros con sexo y tiene escenarios históricos como telón de fondo. Déjate atrapar por las Crónicas Vampíricas de Bonded By Blood de Arial Burnz. Lee la serie épica de romance paranormal con fuertes protagonistas femeninas, un héroe masculino alfa, esgrima, lucha, tortura, venganza, gigantes, monstruos, persecuciones, escapes, amor verdadero... y sí, incluso milagros. En serio... estos libros tienen todas estas cosas y MÁS. Los libros de romance paranormal de esta serie en orden cronológico son: Midnight Conquest - Book 1 Midnight Captive - Book 2 Midnight Hunt - Book 3 Midnight Eclipse - Book 4 Frostbitten Hearts - Book 4.1 (Novella, standalone) Midnight Savior - Book 5 Midnight Redemption - Book 6


Conquista en Medianoche
Crónicas Vampíricas de Lazos de Sangre Libro 1
por
Arial Burnz

Traducción al español: Santiago Machain
* * * * *
PUBLICADO POR:
Mystical Press

Conquista en Medianoche: Crónicas Vampíricas de Lazos de Sangre Libro 1
Copyright © 2011 por G.C. Henderson
2ª Edición
Editado por AJ Nuest
Diseño de portada por Arial Burnz
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Notas sobre la licencia de la versión eBook
Esta publicación está protegida por la Ley de Derechos de Autor de los Estados Unidos de 1976 y todas las demás leyes internacionales, federales, estatales y locales aplicables, y todos los derechos están reservados, incluidos los derechos de reventa: no está permitido dar o vender este libro electrónico a nadie más. Este libro electrónico está autorizado únicamente para su disfrute. NO COMPARTA ESTA COPIA CON NADIE. Si usted reenvía este libro a cualquier persona, no sólo está privando a la autora de sus legítimos derechos de autor, sino que es un OFICIO FEDERAL Y PUNIBLE POR LA LEY. Se considera piratería de libros y robo. Gracias por respetar el duro trabajo de la autora.
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Este eBook es una obra de ficción y cualquier parecido con personas (mágicas, vivas, muertas o no muertas), lugares, sucesos o locales, es pura coincidencia. Los personajes son producciones de la imaginación de la autora y se utilizan de forma ficticia. Aunque hay eventos o referencias históricas reales utilizadas en este libro, son sólo para propósitos de fondo y pueden contener alguna licencia artística.
Dedicatoria

Un agradecimiento a Sting
Por “Moon Over Bourbon Street”
Él me dio la introducción
A la obra de Anne Rice
Ella plantó la semilla
Para todo lo que he escrito
Si no fuera por ella
Nunca habría sido inspirada

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Reseñas de 5 estrellas
“Amigos, Conquista en Medianoche es un retrato impresionante del amor eterno. Davina y Broderick son almas gemelas y, sin embargo, a cada vuelta de página me asaltaban la duda y el miedo. ¿Cómo puede un autor hacerte sentir tanto conflicto? Mi corazón lloraba mientras caía en un mundo que sólo Arial Burnz es capaz de crear. Me convertí en Davina. Quedé destrozado por Broderick.”
Conquista en Medianoche te enfurecerá y grabará una nueva definición de amor en tu corazón. No tengo cuerdas que me sujeten, pero Broderick ha encapsulado mi corazón con sus dedos inmortales y no tengo ninguna intención de soltarme.”
~Nom de Plume Book Reviews

“Una vez que la Sra. Burnz consigue que su mundo se instale firmemente en tu mente, esta historia despega y nunca se detiene. Ha creado una atmósfera que parece real, peligrosa, pero no deja que el romance decaiga ni un minuto. Da un paseo por el lado oscuro de la historia, donde el amor es como un faro que une a dos personas mientras comparten un amor único en la vida.”
~Dii Bylo, Tome Tender Reviews Blog

“¡Una fantasía épica de principio a fin! Dos amantes destinados a la eternidad a pesar de todas las probabilidades. Con unos personajes sobresalientes y una acción incesante, no pude dejar de leer el libro. Felicitaciones a la Sra. Burnz por crear una historia tan hermosa.”

~AJ Nuest, autor de The Golden Key Chronicles,
ganador de los Premios RONE 2015 al mejor Time Travel Romance

“Arial tiene la capacidad única de escribir de tal manera que se despliega en un conjunto de capas emocionales y mitológicas de las que me resultó imposible apartarme.”
~M. Sembera, autora de The Rennillia Series
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Extracto de las Notas de la Autora
Para que conste, llamé a mis vampiros “Vamsyrios” porque la etimología de la palabra “vampiro” dice que no existió hasta 1732. Dado que el término no se utilizaba durante el período de tiempo en el que se desarrolla el Libro 1, creé una palabra que podría transformarse fácilmente en “vampiro” con el paso del tiempo.
No se equivoquen, esta novela no está clasificada como ficción histórica, sino que es una novela romántica paranormal con un trasfondo histórico. Como tal, escribí la mayor parte de la historia con un lenguaje bastante contemporáneo. Me esforcé por asegurar que el diálogo de mis personajes tuviera una “pizca” de época del Renacimiento. No pretendo que el lenguaje sea históricamente preciso. (Además, sólo hay un número limitado de palabras modernas para describir los genitales masculinos y femeninos, por no limitarme a la escasa oferta de vocabulario del siglo XVI). Que lo disfruten.

Esta es mi opinión...
Arial
Junio de 2011
Capítulo Uno
Fortaleza escocesa del Consejo Vamsyrio—1486
“¿Muerte? Acaso voy a...” Otra oleada de agonía le oprimió el pecho. Broderick MacDougal se preparó mientras un dolor parecido a una cuchilla recorría el interior de su cuerpo y corría por sus venas. Cayó de rodillas. Colocando las manos delante de él, evitó que su cara golpeara la piedra arenisca mientras el aliento se le escapaba de los pulmones. Jadeando, apoyó la mejilla en el suelo. La fría piedra calmó la fiebre de su piel. El sonido de su respiración entrecortada resonaba en la inmensidad de la Fortaleza Vamsyria. Cuando la agonía disminuyó, luchó por enderezarse y miró los rostros juveniles de los Ancianos.
Los Ancianos del Consejo Vamsyrio estaban sentados en sus tronos de hierro negro tras la extensión de su mesa de mármol negro, y parecían cualquier cosa menos ancianos. Miraron a Broderick, que se arrodilló en el suelo ante ellos. Los tres hombres, de nacionalidades y rasgos desconocidos, vestidos con trajes de brocado color rojo intenso, no parecían tener más de veinticinco años. Sin embargo, Cordelia le había dicho que medían su edad en siglos.
Capaz de ponerse en pie una vez más, Broderick se aclaró la garganta. “¿Muerte?,” repitió él. “¿No se me permitirá vivir si no elijo ninguna de las otras opciones?”
El anciano Rasheed, que había dado a Broderick sus tres opciones, enarcó una ceja negra como el carbón. “Si eliges ir con el Ejército de la Luz, no se nos permite matarte; pero sí, si uno no los elige a ellos o a nosotros, es costumbre matar a los que han renunciado a hacer esta elección. Eso es algo raro, pero ha sucedido. Matarte sería más por piedad que por preservar el secreto de nuestra raza.”
A pesar del fuego que le lamía el cuerpo, Broderick consiguió levantar su propia ceja. “¿Por piedad? ¿Por qué?”
El Anciano Rasheed miró de reojo a sus compañeros. “Seguramente te han dicho tu destino como Esclavo de Sangre. ¿No es por eso que estás aquí?”
A Broderick no le gustó cómo sonaba eso y negó con la cabeza, una lágrima de sudor goteando de su ceja a su mejilla. “¿Qué es un Esclavo de Sangre?”
Frunciendo el ceño, el Anciano Rasheed dirigió una mirada crítica a Cordelia. Broderick giró la cabeza hacia la derecha, apretando la mandíbula por el esfuerzo, y miró fijamente a la mujer que lo había traído aquí. Cordelia Harley se mantenía en pie de forma regia, pero evitaba las miradas de todos, con las mejillas enrojecidas mientras estudiaba los tapices de las paredes de piedra.
“En resumen,” continuó Rasheed, “convertirse en Esclavo de Sangre es una sentencia de muerte. El intercambio de sangre que experimentaste es lo que crea tu condición.”
Durante los últimos meses, Cordelia se había alimentado de Broderick, con sus pequeños colmillos atravesando su garganta mientras bebía una pequeña cantidad de su sangre. Luego se cortó la muñeca y le dio de comer su sangre, que tenía la de él mezclada con la de ella. Este intercambio de sangre era necesario... así lo había dicho ella. “Cordelia me dijo que esto era parte de la transformación.”
Rasheed dejó caer la mandíbula y dirigió una mirada asesina a Cordelia. “¿Tú creaste este esclavo de sangre?” Cordelia seguía negándose a establecer contacto visual con nadie. “¡Mírame, mujer!”
La pálida pero retorcida belleza miró al Anciano por debajo de sus cejas de color negro, luego dejó caer su mirada al suelo y asintió. Broderick refunfuñó.
“¡Nos hiciste creer que al pedir esta transformación lo estabas salvando de esta condición, no que la habías creado!” Rasheed se levantó de su silla como el calor de un pozo de fuego, lento y radiante de ira. “Si te atreves a moverte de ese lugar antes de que esto termine, te desollaré viva personalmente y te dejaré expuesta en este Gran Salón hasta que considere que has sufrido lo suficiente.”
La respiración de Cordelia se aceleró mientras miraba horrorizada a los Ancianos. Asintió con una pequeña inclinación de cabeza.
Rasheed se hundió en su asiento, sin dejar de mirarla. “No, Broderick MacDougal. Este pequeño intercambio de sangre te une emocional y físicamente a la inmortal y, en esencia, te convierte en un esclavo de su voluntad. Por eso se denomina «Esclavo de Sangre». También es la razón por la que tu cuerpo experimenta tanto dolor. La sangre inmortal lucha dentro de tu cuerpo, intentando transformarse. Como no hay suficiente sangre inmortal dentro de ti, tu cuerpo morirá luchando en esta batalla.”
Broderick apretó los dientes, luchando tanto con su rabia hacia Cordelia como con el dolor de su condición. Esto explicaba por qué la había seguido tan ciegamente: no tenía control sobre sus emociones. Una vez más, se permitió ser traicionado por una mujer.
De las dos mujeres en las que confiaba, ¿cuál era más responsable de su situación actual? Su búsqueda de toda la vida para matar a su enemigo del clan lo motivó a aceptar con entusiasmo cualquier cosa que Cordelia le prometiera. Sin embargo, la traición de Evangeline causó la masacre de sus hermanos y sus familias, alimentando aún más su venganza y no dándole otra opción que la inmortalidad para lograr sus objetivos. Y sin embargo, el corazón roto dentro de su pecho no exigiría menos. Broderick giró los ojos hacia su izquierda para contemplar la perdición de su existencia... su enemigo del clan, Angus Campbell.
Desde la infancia de Broderick, su padre Hamish MacDougal guerreaba sin cesar con Fraser Campbell en una batalla privada, cuyas raíces seguían siendo (incluso hasta este momento) un misterio. Atrapado en una lucha sangrienta tras otra, viendo a sus seres queridos perecer bajo la espada, Broderick construyó sus propias razones para vengarse de esta rama de los Campbell.
Su enemigo estaba ahora a su lado, con las venas palpitando en sus sienes, la furia ardiendo en sus ojos verde esmeralda mientras miraba a Broderick y a Cordelia por turnos.
“Tu elección determinará tu destino,” dijo el Anciano Rasheed.
“¿Quién es este Ejército de la Luz?” preguntó Broderick, resistiendo el impulso de golpear a Angus en la mandíbula, pero dirigió su atención al Consejo.
El anciano Ammon lo explicó con un acento aún más extraño que el de Rasheed. “Se llaman a sí mismos los hijos especiales de Dios,” dijo con desdén, mirando fijamente su nariz aguileña. “Son una perversión de lo que somos nosotros. Dicen ofrecer vida eterna; y sin embargo, con nuestra inmortalidad, permanecemos imperecederos mientras sus vidas mortales expiran.”
“Si son mortales,” preguntó Broderick con voz temblorosa, “¿qué me aportaría ir con ellos? Creía que estaba condenado a morir.”
El anciano Mikhail sonrió. “Nos han dicho que su dios puede hacer milagros y curar. Como nunca hemos visto a los que se han unido a ellos (y ten por seguro que han sido muy pocos), no podemos confirmar ni negar esas afirmaciones. Si te unes a ellos, puede que sean capaces de curarte... puede que no. No garantizamos lo que ofrecen ni lo que dicen hacer.” Mikhail agitó sus finos dedos con desprecio.
“Pero debes enfrentarte a ellos,” dijo el anciano Ammon, señalando una puerta a la derecha de Broderick. “Ellos te ofrecerán su versión de la elección que hagas. Todos los que eligen convertirse en un miembro de la raza Vamsyria deben hacerlo de buena gana y tomar una decisión educada. Escucharás lo que tienen que decir antes de decidir.”
Dos hombres, que Broderick acababa de notar que estaban detrás de los Ancianos, se acercaron y ayudaron a Broderick a ponerse en pie. Apoyándose en ellos, se dirigió trabajosamente hacia la puerta donde le esperaba un nuevo y posible destino. Miró con desprecio a Cordelia. Ella seguía negándose a mantener el contacto visual con él al pasar. Lo había tomado por tonto. Nunca tuvo la intención de darle la inmortalidad, sino que sólo lo utilizó para vengarse de Angus, negándole la venganza de matar al propio Broderick. El evidente enfado de Angus tanto con Broderick como con Cordelia confirmó que ella había tenido éxito. Pero Broderick sólo podía adivinar por qué lo había llevado ante el Consejo. ¿Por qué no burlarse de él delante de Angus? ¿Por qué traerlo aquí? Además, la presencia de Angus en esta reunión no tenía sentido. ¿Estaba aquí para protestar por la transformación? ¿Por qué el Consejo no dejó que Angus lo matara? Ciertamente no podía defenderse, y sin embargo Angus operaba como si tuviera las manos atadas.
Entonces se le ocurrió una idea. Si entraba en esta habitación y elegía convertirse en miembro del Ejército de la Luz, Angus no tendría ciertamente su venganza. Broderick estaría bajo su protección. Si, por casualidad, el Ejército de la Luz pudiera curarlo, posiblemente podría vivir para luchar otro día y seguiría teniendo su protección, aunque fuera mortal. Y si no podían curarlo, al menos, si moría, moriría sabiendo que Angus no tendría su retribución... un último acto de desafío, aunque débil. Nada de esto le sentaba bien, pero ¿qué opción tenía?
Un Vamsyrio abrió con fuerza la pesada puerta de roble. Los dos inmortales ayudaron a Broderick a sentarse en una única silla de madera en la habitación, frente a otra puerta en la pared opuesta. Asintieron y se retiraron a los rincones sombríos detrás de Broderick. El silencio de la cámara cayó a su alrededor como una niebla.
Un brasero en pie ardía a la derecha de Broderick, crepitando y silbando, arrojando a las paredes de piedra una luz anaranjada y parpadeante, pero sin proporcionar mucha iluminación. Broderick se estremeció cuando otra impresionante ola de fuego recorrió su cuerpo. Se agarró a los reposabrazos, resistiendo la agonía, esperando a que el dolor remitiera. ¡Esto tiene que terminar o me volvería loco con la tortura de esta condición!
Un cerrojo lanzado hacia atrás al otro lado de la puerta sacudió su cuerpo. Más ondas de dolor le recorrieron las piernas y le enroscaron los dedos de los pies. Una figura encapuchada entró en la cámara. La puerta se cerró detrás de esa persona y el cerrojo volvió a sonar, encerrándolos juntos. Su cuerpo se recuperó cuando el escozor disminuyó y Broderick volvió a respirar con tranquilidad.
La figura se puso frente a él. “Sé que tu estado puede parecer desesperado, pero Dios puede curarte de esta aflicción de la sangre.”
Broderick se puso rígido y se inclinó hacia delante para intentar ver su rostro bajo el manto, pero el brasero le ayudó poco a la vista. “Es imposible,” gruñó entre dientes. “La voz que oigo debe ser de la tumba.”
La mujer que tenía ante sí se apartó la capucha para mostrar el largo y dorado cabello que él conocía tan bien. Evangeline, la perra de su esposa, sacudió la cabeza y lo miró con ojos como platillos. El labio de Broderick se curvó en un gruñido y se tragó la bilis que le subía a la garganta.
Evangeline gimió y cayó de rodillas. “Querido Padre del cielo, ¿cómo has podido elegirme a mí para enfrentarme a mi marido? Seguramente elegirá el camino de las tinieblas si soy yo quien le muestra la luz. ¿Por qué no has podido enviar a otro?”
Broderick se levantó y se acercó a ella. La pena que crecía en su corazón amenazaba con ahogarlo como un torrente de olas y luchó contra las lágrimas que escocían sus ojos. Vería cómo se extinguía la luz de ella como había visto apagarse las vidas de Maxwell y Donnell.
Evangeline jadeó y levantó las palmas de las manos, pronunciando una rápida cadena de palabras.
Broderick se estrelló contra una pared invisible y cayó al suelo. Retorciéndose en la agonía, la rabia desapareció de sus sentidos. A través de una tenue nube de conciencia, se tambaleó mientras los dos guardias Vamsyrios lo ayudaban a volver a la silla antes de retirarse a los rincones. Evangeline bajó las manos y permaneció arrodillada en el suelo de piedra al otro lado del espacio. Una vez que recuperó la cordura, se aclaró la garganta. “¿Qué es esta magia, bruja?”
Ella frunció el ceño. “No soy una bruja, Broderick. Soy miembro del Tzava Ha’or, el Ejército de la Luz. Dios nos ha dado ciertas medidas de protección contra...” Frunció los labios y bajó la mirada. Un suspiro estremecedor sacudió sus hombros y levantó la barbilla, mirándolo con los ojos llenos de lágrimas. “Contra la sangre de los malditos.”
Broderick se agarró a los brazos de la silla para levantarse, pero al recordar su último encuentro con esta protección de Dios, lo reconsideró. “¿Cómo es que estás vivo y entre los que se supone que son hijos especiales de Dios?” El odio sazonaba cada sílaba que lograba apretar entre los dientes. Ella le imploró con la mirada, lo que sólo hizo que su cuerpo se estremeciera aún más por la rabia y la pena. “¿Por qué sigues vivo?”
“Corrí, “susurró ella entre lágrimas y miró al pasado. “Corrí desde la batalla hacia el bosque durante horas. Cuando caí rendida, me atacaron unos ladrones que... Cerró los ojos y tragó saliva. “Me forzaron... dándome por muerta.”
“Y aun así te arrodillas ante mí.” Broderick luchó contra su simpatía. “Procede.”
“No sé cuánto tiempo estuve allí tendida, pero me desperté y tropecé con el camino, donde un grupo de monjes casi me atropella con su caballo y su carreta. Me llevaron a un convento donde las hermanas me curaron y me convirtieron en miembro del Ejército de la Luz. Evangeline miró a Broderick con un destello de esperanza en sus ojos vidriosos. “Me enseñaron que Dios es un Dios perdonador y amoroso, Broderick. Por favor, no le des la espalda eligiendo este camino de oscuridad. Él puede curarte y lo perdona todo. Incluso me perdonó a mí.”
“¡No lo he hecho! La ira sacudió sus miembros y le dio fuerzas para mantenerse en pie contra la agonía que desgarraba su cuerpo. El temblor rompió sus palabras. “¿Crees que todas las vidas que tomaste con tu traición pueden ser desechadas tan fácilmente? Tú eres la razón por la que estoy aquí buscando retribución contra mi enemigo, cuyo lecho compartiste. Permaneces en los brazos protectores de Dios mientras mi cuerpo muere como Esclavo de Sangre.”
“¡Dios puede curarte, Broderick! Él ha liberado a aquellos que, como tú, eran Esclavos de Sangre. Únete al Ejército de la Luz y Él podrá curarte.”
Los dos guardias Vamsyrios flanquearon a Broderick cuando se acercó a ella. Luchó contra sus brazos, contra la angustia de su alma, contra la injusticia que plagaba continuamente su vida. “Estás loca si crees que aceptaría algo de ti o de un Dios que alberga a los traidores. Deberías estar muerto y, sin embargo, te sientas ante mí ofreciéndome la salvación. ¿Creías que te perdonaría por tener una oferta así?”
Evangeline se inclinó y negó con la cabeza. “No,” susurró. “Estoy igual de sorprendida de que estés vivo. Como tal, sigo siendo tu esposa, y mantienes el derecho de hacer conmigo lo que quieras.” Evangeline volvió a levantar las palmas de las manos, murmurando otra serie de extrañas frases.
Broderick respiró mejor al notar la diferencia en el ambiente, y la presión disminuyó en su cuerpo. Los Vamsyrios a su lado también miraron a su alrededor con asombro en sus ojos. El muro invisible que había levantado debía de haber caído. Broderick intentó lanzarse hacia delante, pero los Vamsyrios le retuvieron. Incapaz de luchar contra ellos, se rindió. “Elijo el camino de la inmortalidad, dándome por muerto ante ustedes. Como Dios ha perdonado tus transgresiones, estoy seguro de que la iglesia anulará nuestra patética excusa de matrimonio. Ahora Dios es tu marido y que ambos sufran por ello.”
Evangeline cayó al suelo llorando mientras acompañaban a Broderick fuera de la habitación.
Al colocarlo de nuevo ante el Consejo, los dos Vamsyrios soltaron a Broderick, que hizo acopio de todas sus fuerzas para mantenerse en pie. “Elijo convertirme en Vamsyrio,” anunció con voz ronca. Broderick miró fijamente a Angus, que sorprendentemente mostró una sonrisa de satisfacción en sus labios.
Los ancianos asintieron y volvieron sus ojos hacia Cordelia. Ella dio un paso adelante y miró hacia Angus. El miedo llenó sus ojos y cruzó los brazos sobre sus amplios pechos, volviéndose hacia el Consejo. “Revoco mi reclamación sobre Broderick MacDougal”.
Los ojos del anciano Rasheed se abrieron de par en par, junto con los de sus compañeros. “¿Está afirmando que no desea transformar a Broderick MacDougal, que es la razón por la que hemos sido convocados?”
Cordelia dio un paso atrás y tragó saliva. “Sí”, respondió con voz temblorosa.
El anciano Rasheed se puso de pie y Cordelia tuvo el sentido común de acobardarse. “¡Pones a prueba mi paciencia, mujer! Podría despellejarte ya.”
“Anciano Rasheed, si me permite.” Angus se adelantó, descruzando los brazos.
Rasheed suspiró con resignación. “Sí, Angus Campbell,” dijo con un gesto despectivo. “Como pediste originalmente cuando viniste ante este Consejo, esta pobre criatura es tuya para que hagas lo que quieras. Sácalo de su miseria.” Sentado, Rasheed apoyó la cabeza en las manos.
“No, anciano Rasheed.” Angus miró a Broderick. “Me propongo hacer la transformación yo mismo.”
Los ojos muy abiertos de Broderick no fueron los únicos que clavaron su atención en Angus Campbell. “¿Por qué harías algo así? Tienes la oportunidad de librarme por fin de tu existencia. Aprovéchala y haz lo que dijo el Anciano Rasheed... sácame de mi miseria.” Broderick se estremeció por una ola de dolor.
“Aunque disfruto viéndote sufrir,” se mofó Angus, “no hay satisfacción en matarte en un estado tan debilitado.” Mi espíritu nunca descansará. Angus se acercó a Broderick, sonriendo ante su cuerpo doblado y profanado. “Debes estar dispuesto a realizar la transformación, Rick, o no podré llevar a cabo el acto. ¿Cuál es tu elección?”
Broderick miró a todos, con la mirada de Cordelia fija en él. Todos parecían contener la respiración, esperando que él dijera la palabra.
“Vive para luchar otro día,” se burló Angus. “Sé un digno oponente.”
Broderick miró fijamente a los ojos burlones de su enemigo. Un largo tramo de silencio se extendió entre ellos, lleno de oposición. Las almas de sus hermanos, de sus esposas y de su pequeño bebé pedían venganza desde las regiones más bajas de su alma. “Haz el acto, entonces,” gruñó Broderick. “Pero te arrepentirás de tu decisión.”
Angus se rio y esperó la aprobación de Rasheed, que se quedó mirando lo absurdo de la escena. Con apenas un asentimiento del Anciano, Angus se abalanzó sobre Broderick, le tiró de la cabeza hacia atrás con un feroz tirón de cabello y hundió sus colmillos en el tierno cuello de Broderick. Éste bramó y arañó cuando Angus le cortó la garganta. Sin embargo, el dolor que le recorría el cuerpo y le quemaba el cuello pronto se desvaneció por la euforia de alimentarse, igual que había sentido con Cordelia, y Broderick se desplomó en los brazos de Angus. El contacto con Angus se prolongó en una profunda niebla. Cordelia solía sondear su mente cuando bebía de él, pero no experimentó nada de eso con Angus. Broderick se deslizó más profundamente hacia la muerte, su vida drenando. Después de todo, Angus podría drenarle la vida y matarlo.
Por fin, Angus rompió el contacto y bajó a Broderick al suelo. Rasheed se puso a su lado y entregó a Angus una daga de mango negro. Abriendo la muñeca, Angus le dio la herida abierta a Broderick. Pero Broderick no pudo conseguir que su boca se abriera y aceptara la sangre Vamsyria que le caía por la barbilla. Mejor que se negara y muriera de todos modos.
“¡Tú tomaste esta decisión, Rick!” Angus ladró y volvió a cortar su muñeca que sanaba rápidamente. “¡Abre la boca!”
Antes de que Broderick pudiera deleitarse con el triunfo de derrotar a Angus al final, el olor de la sangre asaltó sus sentidos y abrió la boca para recibir la inmortalidad. Bebió profundamente y jadeó cuando Angus le apartó la muñeca para cortarla de nuevo.
“Sí, Rick,” le sonsacó Angus mientras Broderick cerraba la boca en torno al corte, tragando a grandes sorbos el líquido rojo vivificante.
La fuerza volvió a su cuerpo, una sensación relajante recorrió sus venas mientras la sangre se abría paso en sus miembros. Sintió un cosquilleo en la garganta. Angus apartó la mano. Aunque Broderick seguía sin conseguir que su cuerpo respondiera a sus deseos, se quedó maravillado con sus nuevos y agudos sentidos. La respiración de los guardias Vamsyrios del otro lado de la habitación revoloteaba contra sus oídos; el delicado aroma de la verbena de Cordelia le llegaba a la nariz como cuando se alimentaba de ella; las venas de la mesa de mármol negro parecían brillar, las fracturas de los cabellos eran visibles con su nueva vista.
Angus se volvió hacia Rasheed, limpiándose la boca con un pañuelo. “¿Por qué no pude leer su mente? ¿Por qué no pude espigar todos sus recuerdos?”
Cordelia sonrió y apretó los puños a los lados, con la alegría iluminando sus ojos. “Porque mi sangre gobernaba su cuerpo. No puedes obtener esos recuerdos de otro Vamsyrio, Angus. Querías tener tanta ventaja sobre Broderick para saberlo todo sobre él, pero no podías porque era mi Esclavo de Sangre”. Parecía mareada por una revelación privada. Broderick se sacudió y convulsionó en el suelo, mientras los dos corpulentos Vamsyrios cortaban el momento de alegría de Cordelia. Flanqueándola, la agarraron por los brazos y la sacaron de la habitación. “Mi señor,” protestó ella y tiró de las manos que le encadenaban las muñecas. “¡Mi señor, por favor!”
Las objeciones de Cordelia se desvanecieron tras la puerta cerrada, dejando la habitación en un pesado silencio y a Broderick reflexionando sobre la participación de Cordelia en esta farsa. Ella sabía que Angus haría la transformación, aunque tal vez no conociera los resultados. ¿Por qué esa información había causado tanta euforia?
Rasheed contempló a Broderick tendido en el suelo de piedra con los ojos entrecerrados. Tras un largo momento, los Ancianos salieron de la sala por la misma puerta por la que desapareció Cordelia, sin que ninguno de ellos pronunciara palabra alguna. Angus estaba de pie junto al cuerpo de Broderick, temblando por la fiebre de la sangre Vamsyria que purgaba lo último de su humanidad. El olor de su enemigo -una especia distinta y almizclada- rodeó a Broderick y lo grabó en su memoria.
“Hermanos para toda la eternidad, unidos para siempre por la sangre.” Arrodillándose junto a Broderick, Angus susurró: “Te daré este tiempo, Rick, para que aprendas en qué te has convertido. Usa el tiempo sabiamente. Una vez que haya terminado, te cazaré.” Levantándose, Angus asintió y se dirigió hacia la salida.
“No si te encuentro primero.” Broderick sonrió mientras se estremecía y frunció el ceño hacia Angus, que salió del Gran Salón.

Stewart Glen, Escocia—Finales del otoño de 1505—Diecinueve años después
Los ojos de Davina Stewart bailaban con deleite alrededor de las coloridas tiendas y caravanas del campamento gitano. Tantos olores exóticos recorrían sus sentidos, que en un momento se le hacía la boca agua y al siguiente lanzaba un placentero suspiro. Entre las antorchas y los fuegos parpadeantes, los acróbatas daban volteretas, los malabaristas lanzaban porras ardientes al aire y los mercaderes agitaban sus mercancías de todo el mundo ante los transeúntes. El padre de Davina, Parlan, y su hermano, Kehr, se excusaron y se acercaron a la carne de caballo que los gitanos tenían a la venta.
“Davina.” Su madre, Lilias, apretó una mano en el brazo de Davina y luego señaló una tienda en la distancia. “Myrna y yo estaremos en esa tienda. Quiero llevarle a tu padre un regalo antes de que él y tu hermano regresen. Quédate cerca de Rosselyn y no te alejes.”
“Sí, Mamá.” Al ver que su madre y Myrna unían sus brazos y se alejaban, Davina apretó la mandíbula para contener su emoción.
Rosselyn se quedó con la boca abierta.
Davina se aclaró la garganta. “Si quieres quedarte aquí mirando a nuestras madres, entonces lo harás tú sola. Yo, por mi parte, no voy a perder esta rara oportunidad de explorar mi libertad.” Davina se dio la vuelta y corrió en dirección contraria para poner algo de distancia entre ella y su madre.
Rosselyn se apresuró a alcanzarla y enlazó los brazos con Davina. “Como tu sierva y guardiana encomendada, ¿es necesario que te recuerde que dijo que no te alejaras?”
“¿Puedes creer que nos haya dejado explorar?” El vértigo brotó dentro de Davina y las risas brotaron a través de sus manos mientras se tapaba la boca.
“¿No tienes suficiente con explorar mientras visitas a tu hermano en la corte?” Rosselyn se acomodó un rizo castaño perdido bajo la cofia.
“¡Bah!” se burló Davina, imitando la exclamación favorita de su hermano. “He aprendido que la corte es un lugar horrible. Las mujeres se traicionan entre sí, supuestamente son amigas, y de lo único que hablan es de revolcarse las faldas y de encuentros secretos con bonitos muchachos en el jardín.” El calor subió a la cara de Davina ante su atrevida proclamación.
Rosselyn soltó una risita. “¡Davina Stewart, te estás sonrojando! ¡Y como debe ser! Tu madre te llevaría una correa si te oyera decir esas cosas.”
“En la corte, Mamá me mantiene cerca, así que no, tampoco exploro mucho allí. Me deleitaré con mi libertad esta noche”. Davina se rio. El regocijo se desvaneció al darse cuenta de cómo debía sonar. “Oh, no me malinterpretes. Adoro a Mamá, pero...”
“Sí, casi nunca te deja fuera de su alcance, y mucho menos de su vista.” Rosselyn era dos años mayor que los trece de Davina y había crecido en su casa. Naturalmente, le correspondió el papel de sierva de Davina, ya que su madre, Myrna, era la sierva de Lilias. Aunque Rosselyn cumplía bien su función, Davina quería a la mayor como a una hermana.
Tomando prestada la idea de su madre, Davina arrastró a Rosselyn para examinar las mercancías de las tiendas, buscando comprar regalos para su familia. Una daga de bota especialmente fina le llamó la atención. La gitana sacó la pequeña hoja de la funda. “Una hoja espléndida para una dama como usted,” le dijo.
“Oh, no es para mí, sino para mi hermano,” replicó Davina.
“¡Ah, un buen arma para meter en su bota! ¿Ves las incrustaciones de plata en la hoja?”
“¿Es realmente de plata?” Davina levantó la daga de la bota y estudió los diseños decorativos celtas que se arremolinaban en la estrecha hoja.
“¡Sí! Una obra de arte.” Cuando le dijo el precio, ella se retorció. “Plata auténtica, lo prometo.”
Le devolvió la hoja, pero el platero no la aceptó. Miró a su alrededor, y luego susurró de forma conspiradora un precio más bajo. No mucho más bajo, pero suficiente. Davina entregó su moneda.
Rosselyn tiró de la manga de Davina. “Mira,” dijo señalando a una mujer mayor. La gitana llevaba una larga trenza plateada y un pañuelo escarlata que le cubría la cabeza.
La mujer les hizo una seña. Estaba sentada junto a una tienda de lona pintada con una impresionante escena de una mujer rubia sentada detrás de una mesa en la que se exhibían unas tablillas. Estrellas, lunas y otros símbolos extraños que Davina no reconocía flotaban alrededor de la cabellera rubia en cascada de la mujer. “¿Cuáles son sus servicios, supones?” susurró Davina con asombro.
Rosselyn miró a través del círculo de tiendas y carros hacia sus madres. Lilias y Myrna estaban ante un conjunto de cintas que cubrían los brazos de un hombre. Agarrando la mano de Davina, una amplia sonrisa se dibujó en los finos labios de Rosselyn y una chispa de picardía se reflejó en sus ojos color avellana. “¡Ven!”
Davina se esforzó por seguir el ritmo mientras Rosselyn tiraba de su mano, y corrieron hasta quedarse sin aliento ante la gitana.
“Veo que estás deseando que te lean la suerte,” dijo la gitana con su encantador acento francés, y agitó una mano arrugada hacia la puerta de la tienda. “Sólo uno a la vez, s’il vous plaît.”
“Ve tú primero, Ross,” animó Davina.
Rosselyn se acercó a la abertura de la tienda y se detuvo. Volviéndose, miró entre Davina y la gitana. “No debe ir a ninguna parte.” Desviando la mirada hacia Davina, le señaló con un dedo regañón. “Quédate aquí, ¿entiendes? Tu madre tendrá mi cabeza en una pica si te vas sin mí.”
La mujer agarró la mano de Davina y la frotó cariñosamente con su cálido tacto. “No tema, mademoiselle, la protegeré con mi vida mientras compartimos un té.” Acompañando a Davina a un pequeño taburete junto al fuego, Rosselyn pareció satisfecha con este arreglo y se apresuró a entrar en la tienda, ansiosa por su sesión.
“¿Te gusta el té, oui?” La mujer miró la palma de Davina. “Soy Amice.”
“Me llamo Davina,” respondió ella en francés. Como era habitual en las cortes escocesas, Davina había estudiado francés, aunque las conexiones de su familia con la corte eran algo lejanas. “Y sí, estaría muy agradecida por una taza de té.” Una amplia sonrisa se dibujó en la boca de Amice cuando Davina habló la lengua nativa de la anciana, y Davina observó cómo la gitana estudiaba su mano, entrecerrando los ojos en las líneas. “¿Qué es lo que ves?”
Amice se encogió de hombros, frotó el centro de la palma de Davina y le sonrió. Unos ojos juveniles devolvieron la mirada a Davina entre las arrugas del tiempo que se asentaban en su rostro. “Mis ojos son viejos y no veo nada. Te leerán la palma de la mano, ¿sí?”
“¿Que me lean la palma de la mano?” Davina frunció las cejas. “¿Puedes leer la palma de la mano como se lee un libro?”
Amice hizo un gesto de desprecio con la mano. “En cierto modo.” Instó suavemente a Davina a sentarse y, antes de tomar su propio taburete, le entregó dos tazas de arcilla. Davina colocó el regalo de su hermano sobre su regazo para liberar sus manos. Amice metió la mano por detrás y tomó una pequeña cesta. Espolvoreando algunas hojas de té en las tazas, dejó la cesta a un lado. Del tocón cortado entre ellos, que servía de mesa improvisada, Amice tomó un paño grueso para agarrar una tetera que descansaba sobre el fuego. Sonrió y vertió agua caliente en las dos tazas de té, llenando una de ellas sólo hasta la mitad, que tomó para ella, dejando a Davina la llena.
El frío del aire nocturno cosquilleó en las mejillas de Davina y sostuvo la taza caliente entre las palmas de las manos, soplando el líquido de color ámbar.
Un crujido sonó detrás y se giró para ver a una joven de cabello dorado y enmarañado que se asomaba por la puerta del carromato gitano. La niña parecía tener unos pocos años menos que los trece de Davina. Davina sonrió y saludó tímidamente. La niña frunció el ceño, sacó la lengua y volvió a meterse dentro. Davina se quedó con la boca abierta al ver a la niña tan maleducada y frunció el ceño mientras tomaba el té.
Se había terminado más de la mitad de su taza cuando observó que Amice aún no había tomado un sorbo, sino que había dejado la taza en el tronco. Antes de que Davina pudiera preguntar, Rosselyn salió de la tienda, frotándose la palma de la mano y sonriendo. “¡Fascinante, mi lady!”
“¡Dios mío! Eso se hizo con prisas.” Davina lanzó una mirada de pesar a Amice.
Amice le hizo una seña a Rosselyn con un gesto. “Ven, te he preparado una taza de té.” Inclinándose hacia delante, tomó la tetera y llenó la taza en el tronco. Con las hojas ya empapadas, el agua fresca hizo una taza de té bien caliente.
¡Qué bien! Pensó Davina.
Mientras Rosselyn y Amice se presentaban, Davina terminó lo último de su té (con cuidado de no tragarse las hojas sueltas), le entregó la taza a Amice y entró en la tienda. El aroma especiado del incienso flotaba en el aire y ella suspiró por el exótico aroma. La luz tenue creaba una atmósfera relajante; la luz del fuego exterior proyectaba sombras sobre las paredes de tela, infundiendo un ambiente de ensueño. Una mesa se encontraba en el extremo más alejado, con un pequeño taburete delante. Unas lámparas de aceite sobre soportes de hierro iluminaban un cesto en una esquina de la mesa, y detrás de la mesa no se sentaba otra anciana o gitana enjoyada como Davina esperaba, sino el hombre más grande que jamás había visto. ¡Y muy guapo! Su inexperto corazón se agitó dentro de su caña cuando su penetrante mirada se encontró con la suya.
Este gigante empequeñecía todo lo que había en la habitación. Su pecho y sus brazos sobresalían bajo la fina tela de su camisa de lino marrón. Una pequeña abertura en el cuello de la camisa dejaba ver una masa de cabello castaño rizado, tan ardiente como el de su cabeza, que brillaba a la luz de la lámpara. La mezcla de emociones desconocidas que la invadían al verlo hizo que Davina se sonrojara, y se acercó a la puerta de la tienda, pensando en huir de aquel hombre fascinante.
“Por favor, muchacha,” dijo él, con su voz profunda y suave, como la crema. Se inclinó hacia delante, apoyando un codo en la mesa, y se acercó a ella con la otra mano, mientras la mesa crujía en señal de protesta. “Deja que te lea la palma de la mano.”
Atraída por aquella voz cremosa y aquellos ojos encapuchados, Davina soltó la solapa y se sentó ante él. “Me llamo Davina,” ofreció, tratando de demorarse.
“Es un honor conocerla, señora. Soy Broderick.” Él sonrió y las entrañas de Davina se derritieron como la nieve en primavera.
“Broderick,” susurró ella, saboreando su nombre. Aclarándose la garganta, reunió fuerzas, puso el regalo de Kehr sobre la mesa y le dio la mano.
“No tienes nada que temer, muchacha,” le aseguró él, y cuando tocó su mano, su ansiedad se desvaneció.
Broderick cerró los ojos y dejó caer ligeramente la cabeza hacia atrás, con su nariz de halcón haciendo sombra a una mejilla cincelada. Davina se inclinó hacia él, atraída por sus apuestos rasgos y la fuerza que emanaba de su cuerpo. No pudo evitar compararlo con su hermano Kehr. Ningún hombre que hubiera visto estaba a la altura de su hermano: guapo, ingenioso, encantador, gracioso, de gran estatura y carácter. Sin embargo, este gigante gitano era algo digno de ver. Sonrió sutilmente y un atractivo hoyuelo apareció justo a la izquierda de su boca, incitándola a sonreír.
“Tienes una vida feliz, muchacha. Una familia llena de amor y calidez. Tienes un lugar especial en tu corazón para... Kehr.”
Davina jadeó. ¿Cómo sabía el nombre de su hermano? Entonces apretó los labios. “Rosselyn te habló de mi hermano.”
Él abrió los ojos y sonrió. “Bueno, yo también vi al muchacho en su vida. Pero lo que dije de su hermano es lo que aprendí de usted. ¿No crees en la adivinación?”
Davina arrugó. “No ha dicho nada que me convenza de que es una maravilla, señor”.
Una risa retumbó en lo más profundo de su pecho, y el corazón de ella retumbó contra sus costillas. Sus párpados se cerraron en señal de concentración. “Cariño. Tienes una pasión especial por la miel. Y tu hermano comparte esta pasión contigo.” Abrió los ojos y sacudió la cabeza. “Pf, pf, pf. Vamos, muchacha. Tú y Kehr tienen que ser más cautelosos en sus incursiones nocturnas. Se delatarán si comen tanto de una vez. Les sugiero que disminuyan sus robos, para evitar problemas.” Le guiñó un ojo.
La cara de Davina ardía de vergüenza, pero pronto dio paso al asombro. ¿Cómo podía saber que ella y Kehr se colaban por los pasillos del castillo por la noche para robar el suministro de miel?
Broderick se inclinó hacia delante y susurró: “No temas, muchacha. Tu secreto está a salvo conmigo.”
Davina inclinó la cabeza, ocultando su sonrisa, y luego se sentó hipnotizada mientras el gigante giraba su mano hacia la luz de la lámpara y estudiaba las líneas de su palma. Se adelantó cuando se formó un surco en su frente. “¿Qué ve, señor?”
Sus rostros estaban muy cerca mientras su voz profunda la advertía. “No puedo mentirte, muchacha. Hacerlo sería un desastre.”
“¿Un desastre?”
“Sí.” Sus ojos esmeralda se clavaron en los de ella. “Los tiempos que se avecinan no serán agradables. Pero no debes perder la fe. Tienes mucha fuerza. Recurre a esa fuerza y aférrate a lo que más quieres, porque eso es lo que te llevará a través de estos tiempos difíciles que aún están por venir.”
“¿Qué pasará, señor?” insistió ella.
“No lo sé. No conozco los detalles. Las líneas en la palma de la mano no revelan tales detalles, sólo dicen que la lucha está en tu futuro. Recuerda lo que te dije. Aférrate a tu visión de la fuerza.” Acercó sus labios a la mano de ella y le besó los nudillos antes de soltarla. Aturdida y con la boca abierta, ella lo miró fijamente, clavada en la silla. La comisura de la boca de él se levantó, haciendo aparecer su hoyuelo, y ella le devolvió la sonrisa, escuchando cómo su corazón golpeaba dentro de su pecho.
Broderick se aclaró la garganta y señaló con la cabeza la cesta. Ella sonrió más, sin dejar de mirarle, y él volvió a señalar la cesta con la cabeza. Ella le devolvió el gesto, miró la cesta y se dio cuenta de que se sentía avergonzada. Quería que le pagara. Demasiado avergonzada por su ridículo comportamiento, sacó a tientas algunos billetes del monedero que llevaba en la cintura y los depositó en la cesta, saliendo a toda prisa de la tienda sin mirar atrás.
Davina se quedó cerca de la entrada, recuperando el aliento y deseando que su cara dejara de arder. Tragando con fuerza, se volvió hacia la gitana. “Gracias por sentarte junto a Rosselyn, Amice.” Al poner más monedas en la mano de la mujer, Davina ofreció una sonrisa incómoda mientras Rosselyn entregaba su taza de té vacía a Amice. Tomando la mano de Rosselyn, Davina arrastró a su sierva lejos, tratando de dejar atrás su vergüenza.
“Ama, ¿qué le preocupa?” Rosselyn detuvo a Davina, agarrándola por los hombros y enfrentándose a ella.
Las palabras brotaron de la boca de Davina de forma precipitada mientras agitaba las manos como un pájaro herido. “¡Oh, me he comportado como un idiota! Me senté a mirarlo como una cierva. ¡Era tan guapo, Rosselyn! ¡Mi corazón no deja de embestir en mi pecho! ¿Qué me atormenta?” Davina se abanicó la cara en un intento fallido de enfriar el ardor de sus mejillas.
Rosselyn se rió y abrazó a Davina. “¡Mi querida Davina, creo que ese gitano te ha robado el corazón!”
Davina se tapó la boca con las manos. “¡Por los santos! Me he dejado el regalo de mi hermano en la mesa.”
Recapacitando un poco, Rosselyn se volvió hacia la tienda de la adivina. “Vamos, entonces, volvamos a buscarlo.”
Davina tiró de la mano de Rosselyn con todas sus fuerzas, empujando a su amiga hacia atrás. “¡No! No puedo volver a enfrentarme a él. Seguramente pereceré de... de...”
Rosselyn frotó los hombros de Davina como para darle calor. “¡No te preocupes tanto! Yo te lo traeré. Ven conmigo y quédate detrás de la carreta para que no te vea.”
Se acercaron sigilosamente y echaron un vistazo a la carreta del adivino. Amice parecía estudiar las tazas de té, inclinándolas de un lado a otro. Broderick salió de la tienda y Davina se aferró a Rosselyn, apartándola de la vista.
“¿Y qué pretendes, Amice?” El sonido de su profunda voz hizo que a Davina se le doblaran las rodillas y se atrevió a asomarse a la carreta con Rosselyn.
“Un poco de lectura de las hojas de té,” dijo en francés, manteniendo los ojos fijos en las hojas de té.
Rosselyn se volvió hacia Davina y se encogió de hombros, ya que no hablaba francés. Davina le indicó que se lo contaría más tarde y cambió de lugar con Rosselyn para escuchar mejor su conversación.
“¿De las dos jóvenes?” preguntó.
“Sí.” Amice sonrió. “Tienes su corazón para siempre, hijo mío.”
El gigante ladeó una ceja con curiosidad. “¿Cuál de ellas?”
“La dulce Davina,” dijo Amice, agitando una de las copas en el aire mientras miraba la otra. Davina estuvo a punto de desmayarse por los rápidos latidos de su corazón.
“Tonterías, la chica no se acordará de mí cuando se encuentre un marido.” Se rió. “Sin embargo, su abierta admiración por mí fue muy halagadora. Es bonita ahora, pero será ella la que robe los corazones cuando sea una mujer.”
¡Me considera guapa! ¡Me considera guapa! Davina gastó toda su energía en no saltar como una pulga. Se mordió el dedo índice rizado para acallar una risita embriagadora.
“Tu corazón es el que robará, hijo mío.” Amice le entregó la taza y Davina abrió la boca con asombro.
Echó un vistazo a la taza, frunció el ceño y se la devolvió a Amice. Encogiéndose de hombros, sonrió y le entregó el regalo envuelto de Kehr. “Bueno, ya que volverá a ser mi verdadero amor, dale esto”. Amice desvió por fin su atención de su mirada a la taza para observar el paquete. “Se fue con tanta prisa que se olvidó de llevarse el fardel.” Sacudiendo la cabeza, se dio la vuelta y volvió a entrar en la tienda. Amice estaba sentada sonriendo, leyendo las hojas de té.
Davina se agarró al lado del carro, con la boca todavía abierta. Al ver que Broderick se había ido, Rosselyn se adelantó, se excusó rápidamente y recuperó el cuchillo de bota envuelto. Alejando a Davina del carro, habló cuando estuvieron fuera del alcance del oído. “¿Qué han dicho? Parecías estar a punto de desmayarte.”
Davina avanzó a trompicones como si estuviera en trance, con la boca abierta y el cuerpo entumecido. La más leve sonrisa apareció en sus labios.
Capítulo Dos
Stewart Glen, Escocia. Verano, 1513. Ocho años después
“Te ruego que perdones a mi hijo, Parlan.”
Davina Stewart-Russell se detuvo al oír la voz de su suegro y se detuvo ante la puerta que estaba a punto de atravesar para entrar en el salón de la casa de su infancia. La rápida mirada al interior de la habitación, antes de retroceder para esconderse, le proporcionó el momento que necesitaba para ver la escena. Su padre, Parlan, estaba de pie ante el hogar de piedra construido con las rocas escarpadas de la zona, con los brazos cruzados y de espaldas a la habitación. Munro, su suegro, estaba a la derecha del hogar, con las manos juntas y apoyadas en la empuñadura de su espada, dirigiéndose a su padre. Su marido, Ian, estaba más atrás y entre los dos hombres, con la cabeza baja y los hombros encorvados en una posición de sumisión poco habitual. Todos ellos estaban de espaldas a Davina, por lo que no vieron su aproximación ni su precipitada retirada. Asomándose a la puerta y permaneciendo oculta tras la puerta parcialmente abierta, se asomó por la rendija de las bisagras.
Munro continuó su petición para su hijo, hablando como si Ian no estuviera en la habitación. “Como tú y yo hemos hablado largo y tendido, este puesto de responsabilidad no le sienta bien a Ian. Agradezco tu paciencia y tu disposición a colaborar conmigo para resolver su papel de marido y padre.”
“No me esforzaré en presentarle a ningún contacto real hasta que Ian haya mostrado algunos signos de madurez.” Parlan se volvió hacia Munro y cruzó los brazos sobre el pecho en esa posición que Davina conocía tan bien y que demostraba su solidez en el asunto. “Y harías bien en cerrarle las arcas. Como sabes, ya ha agotado la dote de Davina.”
“Sí, Parlan. Yo…”
“¡Da, por favor!” Ian protestó.
“¡Contenga esa lengua, muchacho, o se la cortaré!” Munro miró a Ian hasta que su cabeza se inclinó.
El corazón de Davina tamborileaba sin aliento por el miedo a ser descubierta y por la rara exhibición de su marido tan servil. Davina casi se desmayó ante la mezcla de nerviosismo y turbación que la invadía. ¿Cuántas veces su marido la había hecho sentir lo mismo? ¿Cuántas veces la había hecho callar con mano dura? Ver a Ian sometido a otra autoridad la hacía alegrarse. Sin embargo, sus miembros temblaban ante la idea de que Ian la sorprendiera presenciando este momento y saboreando su victoria privada en su disciplina. Se esforzó por permanecer como público silencioso.
La frente de Parlan se arrugó, pensativa, mientras estudiaba a Ian y a Munro. Cuando Munro pareció satisfecho de que su hijo permaneciera en silencio, volvió a centrar su atención en Parlan. “Me temo que tienes razón, Parlan. Esperaba que frenara sus gastos, y me gustaría poder decir a dónde va el dinero...” Miró fijamente a su hijo. “Pero estoy de acuerdo con el siguiente curso de acción que sugieres.”
“¡Da, lo he intentado!” rebatió Ian. “¿No he demostrado ser un mejor marido?”
Munro se adelantó y le dio un revés a su hijo, haciendo que la cabeza de Ian se sacudiera hacia un lado, salpicando de sangre el suelo de piedra. Una medida de culpabilidad palpitó en la conciencia de Davina por disfrutar de la situación de su marido. Al mismo tiempo, reflexionó sobre lo que podría querer decir con “un mejor marido.” En todo caso, Ian se había vuelto más brutal en los últimos cuatro meses. ¿Creía que disciplinar a su mujer con más dureza era la cualidad de un buen novio? Munro levantó el puño e Ian se escudó para recibir otro golpe.
“¡Suficiente!” exclamó Parlan. “Ahora puedo ver dónde aprendió su hijo su orden de disciplina.”
Munro se puso firme, sacando el pecho en señal de desafío. “La disciplina dura es lo único que escuchará, Parlan. Confía en mí en esto.”
“Puede que sea así, ya que no conozco lo suficiente a tu hijo, pero conozco a Davina, y esa forma de castigo no es necesaria con ella. Aunque puede ser bastante dramática, es una mujer razonable y se puede hablar con ella. Soy consciente de que un hombre tiene derecho a hacer con su esposa lo que quiera, y algunas mujeres necesitan ser disciplinadas con un elemento de fuerza, pero no mi hija.”
Davina luchó por ver a través de las lágrimas que inundaban sus ojos por la defensa de su padre. No era consciente de que su padre lo sabía. El orgullo y el alivio que se intensificaban en su pecho seguramente reventarían su caja torácica.
“Arreglamos este contrato matrimonial para beneficio mutuo,” continuó Parlan. “Como soy primo segundo del rey James, esto le proporciona valiosas conexiones. Los Russell tienen riquezas para inversiones y oportunidades de negocio para mí y mi hijo, Kehr.” Se acercó a Munro con amenaza en los ojos, su voz apenas un susurro, y Davina se esforzó por oírle. “Que abusaran de mi hija no formaba parte del trato.”
Munro miró fijamente a su hijo. “De nuevo, Parlan, debo rogarte que perdones a mi hijo”. Se volvió hacia su padre más contrito. “Y yo te imploro que me perdones por lo que haya podido contribuir a que mi hijo se exceda en sus deberes de marido.”
Un escalofrío recorrió a Davina. Aunque Munro podía parecer sincero (y la expresión de aceptación en el rostro de su padre indicaba que creía a su suegro), ese mismo tono de humildad fingida provenía de Ian con frecuencia. Sin embargo, esa humildad siempre resultaba ser una elaborada mascarada. Incluso sus palabras indicaban que no creía tener la culpa: “Lo que sea que haya hecho...” En los catorce meses que Davina e Ian llevaban casados, ella había llegado a notar estas señales veladas que pretendían atraer la simpatía y la rendición pero que, en cambio, indicaban la verdad detrás de la fachada.
Munro dirigió sus penetrantes ojos hacia Ian mientras hablaba. “Para demostrarte mis esfuerzos por arreglar esto, Parlan, haré efectivamente lo que sugieres y cerraré mis arcas a mi hijo.” Un sutil sabor de satisfacción petulante tocó las facciones de Munro al mantener esta posición de poder sobre su hijo. Davina reconoció fácilmente el cuerpo de Ian temblando de rabia oculta, con los puños cerrados a la espalda. Un terror premonitorio se apoderó de ella, como el agua helada de una corriente invernal que la arrastra a su turbia oscuridad. Seguramente ella sería el objeto de su frustración una vez que estuvieran solos y de vuelta a su propia y fría mansión.
Aférrate a ese símbolo de fortaleza, cantó Davina en su cabeza, como había hecho innumerables veces antes, siendo la voz y el rostro de Broderick esa fuerza. Cada vez que la pena o la desesperación amenazaban con consumirla y volverla loca, se concentraba en su flamante cabello rojo, su amplio pecho y sus fuertes brazos que la rodeaban en un capullo de seguridad, sus labios carnosos que le daban un beso reconfortante en la frente. Broderick nunca la trataría como lo hacía Ian y ella se refugió en la fantasía de ser la esposa del gitano. En ese mundo, en ese reino de la fantasía, Ian no podía tocarla, romper su espíritu, ni destruir su orgullo.
Girando sobre sus talones, Munro se enfrentó a Parlan una vez más y asintió secamente, llamando la atención de Davina. “Un consejo muy sabio, en efecto, y me avergüenza no haberlo pensado antes yo mismo.”
“Hay más responsabilidad que la gestión de las finanzas, Ian.” Parlan se paró frente a su yerno, mirando hacia abajo en la parte superior de su cabeza inclinada. “Davina tiene un corazón bondadoso, un alma cariñosa...”
“Razón de más para alegrarme de la unión,” interrumpió Munro, poniéndose al lado de Ian. “Ella es la dulce mano que apaciguará a la bestia que hay dentro de mi hijo. Estoy seguro de que has visto la sabiduría en esto y por qué aceptaste la unión. Davina logrará convertir a mi hijo en un esposo y padre amoroso.”
El rostro de Parlan se ensombreció y se acercó a un suspiro de los dos hombres. Al estudiarlos, sus ojos se posaron en Ian, que se encontró con su mirada. “Es difícil ser padre, Ian, cuando a quien lleva a tu hijo en su vientre.”
Davina utilizó la manga de su vestido para amortiguar sus lágrimas de liberación. La soledad había sido su única compañía bajo las brutales manos de su marido, y el hijo nonato que había perdido era más dolor del que podía soportar. No tenía ni idea de que su padre sabía lo que había sufrido. Ian la amenazó en repetidas ocasiones, diciendo que sólo cumplía con el deber de un marido que disciplina a una esposa rebelde, y que si ella decía algo a alguien de la constante corrección merecida, lo lamentaría. Después de que la lucha contra él demostrara traer más de su dominio, ella comenzó a creer que tenía la culpa, y de hecho atrajo su ira sobre ella. Después de todo, muchas de sus primas hablaban de la disciplina que todas las mujeres debían soportar a manos de sus maridos, incluso de los crueles métodos que éstos elegían para acostarse con ellas. ¿Por qué iba a ser diferente su situación?
Los inconsistentes estados de ánimo de Ian la hacían estar en guardia en todo momento. En un momento mostraba una atención cariñosa y susurraba promesas; al siguiente la culpaba de cualquier cosa que ensuciara su estado de ánimo. Su mente daba vueltas con el torrente de diversas acusaciones y razones de su cambiante disposición. A veces, Davina apenas podía distinguir entre arriba y abajo y todas las racionalizaciones se quedaban cortas ante el caos de sus circunstancias. Al ver que su padre salía en su defensa y saber que tenía ojos para ver la verdad, se agarró a la pared para estabilizar sus piernas que se tambaleaban de puro alivio. ¡No estaba loca! No tenía la culpa.
“Resguarda tus arcas, entonces, Munro. Hasta que Ian pueda demostrar que es más amable con Davina, ella volverá a casa y el cortejo comenzará de nuevo.”
Ian movió la cabeza hacia su padre, y Munro se quedó con la boca abierta. “Ahora, Parlan, creo que eso es ir demasiado lejos. No hay necesidad de molestar a Davina con tener que trasladarla de nuevo aquí y soportar la inestabilidad de una vida hogareña cambiante.”
“Una vida hogareña segura y cariñosa es mejor que la que ella ha soportado bajo su techo. Haré los arreglos necesarios para que le traigan sus cosas de inmediato.” Parlan estrechó sus ojos hacia Ian. “Si quieres esas codiciosas conexiones con la corona, muchacho, será mejor que demuestres ser un marido cariñoso, digno del fruto de mis nietos.”
Davina luchó por calmar el estruendo de su corazón, que latía sin control. ¡Estaría en casa!
“Parlan.” Munro puso una mano reconfortante sobre el hombro de su padre. “Puedo asegurarte que Davina estará a salvo bajo mi techo. Ahora que soy consciente de la situación...”
“¡El maltrato estaba ocurriendo delante de tus narices y no pudiste verlo!” rugió Parlan.
Munro inclinó la cabeza, retrocediendo, y asintió. “Tienes razón, Parlan. No puedo expresar el dolor de mi ignorancia por el dolor que he causado a tu preciosa hija. He llegado a ver a Davina como la hija que siempre he querido y lamento que mi esposa no haya vivido para conocerla.” Munro se apartó para someterse a un paseo desesperado, con las manos a la espalda, una visión de arrepentimiento. “Creo que si Ian hubiera tenido la influencia amorosa de mi esposa, podría haber aprendido a ser un marido más amable. Me temo que mi atención a los asuntos de la hacienda y la riqueza me hizo pasar poco tiempo con él, por lo que fallé en mi deber de enseñarle esas cosas.” Volviendo los ojos apenados hacia Parlan, Munro alegó su caso. “Entiendo su decisión, y si desea mantener su posición, no lucharé contra usted. Sin embargo, te imploro que me des la oportunidad de arreglar esto. Mis ojos están abiertos y seré el protector de Davina. Mantendré el control sobre Ian.”
Davina esperó, con la respiración entrecortada en el pecho, mientras se atrevía a confiar en la seguridad que le ofrecía su padre. Los momentos se alargaron interminablemente mientras veía a Parlan considerar las palabras de Munro. Con un profundo suspiro, asintió. “Lo concederé.”
Davina dejó caer su boca abierta y su corazón se hundió en lo más profundo de su ser.
“Con una condición: Todos ustedes se quedarán aquí como nuestros invitados durante quince días o más. Deseo pasar tiempo con mi hija y darle una oportunidad de indulto y un período de observación sobre su hijo.” Parlan apuntó con un dedo a la cara de Munro y gruñó los labios. “Pero si veo el más mínimo signo de tristeza en los ojos de mi hija, cualquier indicio de marca en su cuerpo, si no veo que su comportamiento cambia al de una mujer feliz en poco tiempo, voy a disolver este matrimonio, y no me importa el escándalo que cause o lo que me cueste.”
Munro apretó la mandíbula y sus ojos se apagaron. “Sí, estoy seguro de que el escándalo es algo para lo que estás bien preparado, teniendo en cuenta tus antecedentes.”
La cara de Parlan se sonrojó. “Independientemente de mis antecedentes,” gritó, “sigo siendo el que tiene las conexiones con la corona, y no sólo por mi nacimiento ilegítimo. Ser pariente y primo cercano del que actualmente ocupa el trono tiene sus privilegios.”
Los dos hombres se miraron fijamente en una contienda silenciosa, pero una amplia sonrisa acabó apareciendo en el rostro de Munro. “¡No te preocupes, amigo mío! No se sentirá decepcionado. Ian será un yerno ejemplar y tendremos muchos nietos de los que estar orgullosos.” Las sinceras palmadas de Munro en la espalda de Parlan no hicieron nada para borrar la decidida línea de la boca de Parlan, pero aun así asintió con la cabeza.
Davina tragó las nuevas lágrimas de consternación que amenazaban con delatarla. Se retiró de la puerta y caminó en silencio por el pasillo, lejos de aquella reunión de hombres, de aquella reunión de dominación masculina que decidía el destino de su vida. Mientras se tambaleaba por la cocina, saliendo al patio vacío y detrás de los establos, su corazón se hundió aún más ante la idea de la protección de Munro en la que no tenía fe. Nunca había dicho una palabra a su padre, y Parlan sabía que Ian la maltrataba en las pocas visitas que sus padres le habían hecho, o en sus breves visitas a su casa. ¿Cómo podía Munro estar allí fingiendo ignorancia de lo que ocurría bajo su propio techo? Se hundió en un pequeño montón de paja detrás de unos barriles de lluvia, se llevó las rodillas al pecho y enterró la cara entre los brazos, dejando fluir sus lágrimas.
Ni una sola vez durante este horror y farsa de matrimonio había confiado en su hermano Kehr. Incluso ahora, no podía acudir a él, ya que se encontraba en Edimburgo, a tres días de viaje de su casa en Stewart Glen. Por qué nunca había compartido con su hermano ninguno de sus problemas con Ian, no podía razonar en ese momento. Lo compartía todo con él, incluso sus fantasías de ser la esposa del adivino Gitano. No los detalles íntimos, por supuesto, sino las ideas de que él volviera y le declarara su verdadero amor. Estaba agradecida de que su hermano aceptara sus sueños, aunque de vez en cuando se burlaba de ella. Kehr siempre la apoyó, pero le advirtió que no se dejara llevar demasiado por su mundo de sueños. Al fin y al cabo, era una fantasía.
Respirando hondo, tranquilizó su agitado corazón y sus temblorosas manos, buscando sus fantasías para aliviar su preocupación. Qué impresión le había causado el gigante gitano adivino. Había disfrutado de muchos viajes al campamento gitano durante su última estancia, conversando con Amice mientras tomaban té junto al fuego. Sin apenas mirar a Davina, Broderick iba y venía, adivinando el futuro y ocupándose de sus asuntos. Demasiado tímida para dirigirse a él directamente, Davina disfrutaba cada vez que lo veía, y su enamoramiento iba en aumento. Y cuando él se dirigía a ella, no podía pronunciar más de dos palabras sin soltar una carcajada. Pero memorizaba cada rasgo de la cara de Broderick: la curva de su nariz aguileña, el hermoso ángulo de sus pómulos, la línea de su mandíbula cuadrada. A la tierna edad de trece años, la inocencia y la inexperiencia aromatizaban sus ensoñaciones con paseos por bosques a la luz de la luna y besos robados. A medida que crecía, esas fantasías maduraban y ardían con abrazos llenos de pasión. Amice dijo que volverían. En los ocho años transcurridos desde que lo conoció, todos los grupos de Gitanos que pasaban por su pequeño pueblo de Stewart Glen encendían su corazón, sólo para ser apagados por la decepción de que él no estuviera entre ellos. Cuando su padre hizo el contrato matrimonial con Munro, entregando su mano a Ian, ella se obligó a abandonar sus sueños y a llegar a la conclusión realista de que tenía que dejar de lado sus caprichos, como la animaba su hermano.
Sin embargo, la oscura realidad de esta unión con Ian resucitó esas fantasías y se aferró a ellas con su vida.
Los gatitos maullaban en algún lugar de los establos, sus pequeños gritos indefensos llamaban su atención y hacían que las comisuras de sus labios se levantaran en señal de simpatía. Suspiró. Al menos su corazón dejó de latir con fuerza y sus manos volvieron a estar firmes.
Apoyando la cabeza en la estructura de madera de los establos, miró las piedras del muro perimetral de enfrente... piedras que su padre había colocado con sus propias manos. Sonrió al recordar su intento de diseñar la abertura secreta situada en el lado norte del muro perimetral, al fondo de sus terrenos, justo a su izquierda. Se quejaba de lo imperfectos que eran los mecanismos. Kehr y Davina se divertían utilizando el pasadizo secreto a lo largo de los años, aunque con la severa advertencia de su padre de no revelar su paradero. Aunque su casa no estaba diseñada para ser una fortaleza formidable contra un ejército, los muros los mantenían a salvo dirigiendo todo el tráfico a través de las puertas delanteras. Parlan estaba siempre atento a su familia, como debe hacer un padre responsable.
Se puso en marcha al oír un estruendo al otro lado de la muralla y se llevó la mano al pecho, obligando a ralentizar su respiración. Sin mover un músculo ni atreverse a respirar, esperó a que algún otro sonido le revelara lo sucedido. Su rostro quedó pálido cuando los gruñidos de Ian llegaron a sus oídos. Profundas y nerviosas protestas retumbaron de los caballos en los establos mientras Ian pateaba lo que sonaba como cubos o taburetes. “¡Perra! ¡Todo esto es culpa suya!” El tintineo de las hebillas y las tachuelas sonó entre la conmoción. “¡Quieto, estúpido animal!”
Davina se puso en cuclillas desde su asiento en el suelo, y miró a través de las grietas de los postigos de la abertura que había sobre ella. Ian se esforzaba por ensillar su caballo. Se estremeció ante cada tirón y empujón que el caballo recibía de su amo, hasta que su mozo de cuadra, Fife, se aclaró la garganta cuando se acercó al establo. “¿Puedo ayudarle, Maestro Ian?”
Ian retrocedió ante la voz de Fife y luego respiró tranquilamente, alejándose del caballo. “Sí, Fife, te lo agradecería.”
El corazón de Davina se retorció al ver la hermosa sonrisa y el aire encantador de Ian. Había sido así con ella durante su noviazgo, pero ahora mostraba esa faceta de su personalidad a todos menos a ella. Poco sospechaba la gente del hombre despiadado que había debajo de su atractivo exterior.
“¿Algo le molesta, Maestro Ian?” Fife se frotó la nariz grande y redonda, entrecerrando sus ojos delineados por la edad mientras acariciaba el cuello del caballo y caminaba por el otro lado para asegurar las correas de cuero.
“Oh, sólo un pequeño desacuerdo con mi padre. Nada serio.” Ian sonrió y sacudió la cabeza. “¿Me pregunto si alguna vez dejaremos de tener desacuerdos con nuestros padres?”
Fife se rió y sacudió la cabeza, bajando la guardia. “Es una batalla interminable que debemos soportar toda la vida, muchacho. Toda una vida.” Ambos compartieron una risa con esta sabiduría. Fife entregó las riendas a Ian. “Tenga cuidado con ella, Maestro Ian. Haz una buena carrera para aliviar tu tensión y vuelve a tiempo para la cena.”
Ian sacudió la cabeza con buen humor y montó su esbelta figura en la silla de montar. “Siento que tengo más de un padre por aquí con la forma en que usted y Parlan me cuidan.”
“Sólo estoy pendiente de usted, Maestro Ian.” Fife saludó mientras veía a Ian girar su caballo y dirigirse a la puerta principal. “Buen muchacho,” susurró mientras limpiaba.
Davina se mordió el labio inferior con frustración. ¿Era la única que comprendía la crueldad de Ian? Apretando los puños, salió de detrás de los establos y se dirigió de nuevo al castillo, mientras Fife le lanzaba una mirada de desconcierto al cerrar la puerta tras ella. No, ella no era la única. Su padre tenía ojos para ver, y ella se aseguraría de que supiera el alcance de la brutalidad de Ian.
Se dirigió directamente al salón, pero encontró la habitación vacía, el fuego aún ardiendo en la chimenea. Girando sobre sus talones, casi chocó con su madre.
“¡Oh! ¡Davina, me has dado un susto!” Lilias se llevó una mano al pecho y recuperó el aliento. “Tu padre me envió a buscarte.”
“Yo misma lo estaba buscando.”
Tomando la mano de su hija, Lilias condujo a Davina a través de la planta baja de su casa hasta el primer piso, que albergaba los dormitorios privados. Cada piedra que pasaban de camino a la habitación de sus padres le recordaba a Davina el orgullo de los esfuerzos de su padre, y la confianza en su sabiduría para escuchar sus súplicas.
Cuando su madre abrió la puerta de su habitación, Lilias hizo pasar a Davina, cerró la pesada puerta tras ellas y se sentó en el sofá junto al fuego, ocupando un lugar silencioso, pero solidario, al lado de su marido. Parlan estaba de pie junto a la chimenea, de espaldas a la puerta, como lo había hecho en el salón. “No estoy seguro de cuánto has oído fuera del salón, Davina, pero siento que la conversación te haya causado tanta angustia.” Se giró para mirarla, con las cejas fruncidas por la pena. “No temas, fui el único que presenció tu llorosa retirada.” Sus últimas palabras fueron un susurro reconfortante.
Davina atrajo su labio tembloroso entre los dientes para estabilizarlo y mantenerse firme ante su padre. “No es nada que hayas causado, papá. Te agradezco saber que eres consciente de mi situación.” La voz le temblaba, pero se aclaró la garganta y mantuvo las lágrimas a raya. “Iba al salón a buscar mi bordado cuando mi suegro le rogó que me perdonara por mi marido.”
Las cejas de Parlan se alzaron, aparentemente sorprendido de que ella escuchara tanto. Asintió con la cabeza. “Entonces sabes el castigo de Ian por su incapacidad para gestionar sus responsabilidades.”
Ella asintió.
Tras una larga pausa, dijo: “Me doy cuenta de que la condición de este acuerdo suena como si te enviara de nuevo a la boca del lobo.” Parlan estudió el suave cuero marrón de sus botas antes de volver a mirarla. “A Ian no le agrada para nada que lo priven de la riqueza, la que confío en que Munro va a administrar. Por eso insisto en que se queden aquí, bajo mi techo, para poder darles una medida de seguridad y garantía de que estarán protegidos.”
Davina dejó escapar el torrente de su dolor. “¡Pa, por favor, no me dejes soportar otro momento de esta unión! ¿No podemos hacer lo que has dicho y disolver este matrimonio?”
Parlan apretó la mandíbula y volvió sus ojos apenados hacia su esposa. Lilias le agarró la mano, pareciendo darle apoyo. “Davina, los Russell proporcionan inmensas oportunidades de negocio, tanto para mí como para tu hermano, y no puedo depender de mi primo el Rey para siempre. Debemos esforzarnos por aumentar nuestras posesiones por nuestra cuenta.” Volviendo a centrarse en Davina, dio un paso hacia ella y tomó sus dos manos entre las suyas. “Siento que hayas soportado más que cualquier mujer la mano dura de tu marido. Ahora que ya no puedo negar su trato hacia ti, espero que puedas perdonarme por no haber hablado antes por ti. Tomaré medidas para asegurarme de que estés protegida, y con tu ayuda, creo que podemos hacer que esto funcione.”
Davina hizo un gran esfuerzo para hablar por encima del nudo que se formaba en su garganta. “Sé la mano suave que domine a la bestia,” susurró, repitiendo las palabras de su suegro.
Parlan asintió. “Es evidente que Munro ha hecho un mal trabajo enseñando a Ian a ser un hombre. Su estancia, su estancia aquí será indefinida. Ian y Munro se alojarán cada uno en las habitaciones de arriba, y tú, de nuevo, tendrás tu habitación para ti en este nivel. He insistido en el asunto con Munro, y ambos supervisaremos el comportamiento de Ian durante las próximas semanas. Munro ha aceptado humildemente mi guía como padre, y Lilias como madre, para poner a Ian en el camino correcto. Sólo cuando veamos una mejora se le permitirá aventurarse de nuevo en su casa. Sólo cuando me sienta seguro de que serás apreciada y cuidada como la preciosa mujer que eres, se te permitirá ir con ellos.”
Aunque estaba aliviada de que las palizas y los crueles compromisos sexuales cesaran, el mundo de Davina seguía desmoronándose a su alrededor. “Papá, no conoces al verdadero Ian. Es un maestro en poner una máscara de encanto sobre el monstruo que es. Él...”
“Davina, de ninguna manera dejaré que te haga daño. Estoy de acuerdo en que lleva sus responsabilidades demasiado lejos al ejercer su autoridad como marido, pero no es un peligro para tu vida. Si pensara que lo es, disolvería este matrimonio ahora. Te protegeremos.” Davina odiaba saber que su familia creía que ella tenía una tendencia al dramatismo. Le besó la frente y la abrazó con fuerza. “No dejaré que te haga daño. Debes hacerlo por tu familia. Un día, cuando Ian haya aprendido su papel y sus deberes como marido, puede que llegues a perdonarlo y a amarlo. Si no, al menos podrás encontrar consuelo en los hijos que tendrás algún día.”
Ella dejó fluir sus lágrimas, mojando la túnica de su padre y abrazándolo con fuerza mientras se sometía a sus deseos. Ella sería el cordero sacrificado por la estabilidad del futuro de su familia.
* * * * *
El impacto de acero contra acero resonó en el aire, rebotando en las paredes y el alto techo del Gran Salón, que se mezcló con los gruñidos, jadeos y gemidos de Kehr e Ian mientras se batían en duelo. Kehr rechazó el golpe de Ian, se dio la vuelta y golpeó el costado abierto de Ian, provocando un gruñido de éste. Con una sonrisa en la cara, Ian empujó a Kehr hacia delante, y Kehr le devolvió la sonrisa con su propia estocada; sin embargo, Ian bloqueó eficazmente con su escudo.
“¡Bien!” animó Kehr.
“¡Gracias!” dijo Ian con otro tajo de su espada, que Kehr esquivó.
Davina sonrió a su hermano, reconfortada por su presencia. Por fin había vuelto a casa tras una larga estancia en Edimburgo de visita en la corte. Acababa de llegar, a última hora de la noche anterior, y aunque ella esperaba su llegada y la oportunidad de pasar tiempo con él, la noticia de la aparición del rey Jaime de visita hizo que su ánimo se hundiera.
Toda Escocia estaba alborotada con la experiencia del Rey, y Kehr había transmitido la historia con una gran representación en el salón. Con el fuego ardiendo en la chimenea, que proyectaba sombras ominosas en la habitación, su familia estaba sentada en círculo, atenta a la dramática actuación de Kehr.
“¡Inclínense ante el rey de Escocia!” bramó el consejero del rey mientras perseguía al hombre que irrumpió en los aposentos de oración privados del rey. Kehr imitó al mariscal John Inglis, corriendo tras el intruso. “Pero el rey levantó la mano y detuvo a sus consejeros, pues el hombre se detuvo antes de llegar a su majestad.”
Unas risas circularon por la sala, y Davina se llevó la mano a la boca para ahogar sus propias risas. “¡Y dices que tengo predilección por el drama!” bromeó.
Kehr se rió de la interrupción, pero continuó. “«Basta», dijo el rey. «Déjenle hablar». Después de que se miraran fijamente durante un largo rato de silencio, el hombre se adelantó,” Kehr imitó las acciones del intruso, inclinándose hacia delante con el puño por delante. “Y jaló de su majestad por la túnica, diciendo: «Señor Rey, mi madre me ha enviado a usted, deseando que no vaya a donde se ha propuesto».” El ceño de Kehr se arrugó con el grave mensaje que el hombre le entregó al rey. “«Si lo haces, no te irá bien en tu viaje, ni a nadie que te acompañe».” Kehr se acercó a los que estaban sentados en la sala, mirando a cada uno de ellos a los ojos. Davina negó con la cabeza ante la pausa que utilizó para hacer efecto. Kehr se centró ante su público. “Y así de fácil...” Kehr chasqueó los dedos. “¡El hombre se desvaneció como un parpadeo en el sol!” La familia jadeó y murmuró entre ellos. Kehr se encogió de hombros. “Y así el rey ha decidido no declarar la guerra a Inglaterra.”
Davina consiguió tranquilizarse mientras la respiración abandonaba su pecho de forma precipitada... mientras todos los demás rompían en aplausos, animando y celebrando la gran ocasión. Tomando su hidromiel, Kehr asintió a Davina y levantó su taza. Ella le devolvió el saludo con una sonrisa forzada. Su hermano se sentó entre los aplausos, mientras la familia le felicitaba por su actuación y por la maravillosa noticia.
Davina se había esforzado por parecer feliz, al igual que ahora, luchando por mantener su sonrisa como una máscara, aferrándose a la idea de que Kehr y su padre no iban a ir a la guerra después de todo. Por suerte, hablar de la guerra siempre la mantenía alejada de la corte, donde detestaba pasar el tiempo. Además, quería a Ian en el campo de batalla... no a su hermano y a su padre.
“Sujétate fuerte, Ian,” advirtió Kehr y desató una avalancha de golpes, choques y avances que hizo que Ian retrocediera a lo largo de la habitación. Al no vigilar sus pasos, Ian tropezó y cayó hacia atrás, pero con pasos rápidos, recuperó el equilibrio y se dio la vuelta para evitar el ataque de Kehr.
“¿Te dejas llevar por la emoción, sobrina?” El hermano de su madre, Tammus, se puso al lado de Davina.
Davina se dio cuenta de que se había agarrado al respaldo de una silla mientras observaba a su hermano y a su marido participando en su simulacro de batalla como parte del entrenamiento de Ian. Al soltar las manos de la dura madera, apenas notó el dolor de sus dedos. Miró a su tío, cuyo rostro brillaba con un cálido tono anaranjado a la luz de las antorchas colocadas en la sala. “Sí, tío. Me preocupo por los dos,” mintió.
Tammus le pasó un cálido brazo por los hombros y la abrazó a su lado. “Oh, no te preocupes, muchacha. El simulacro de batalla es ciertamente diferente del compromiso real, que, afortunadamente, no tenemos que soportar después de todo.”
“Sí, tío.” Sonrió y volvió a centrar su atención en la pareja de duelistas.
Cuando Kehr le guiñó un ojo, dándole la espalda a Ian, su marido le dio una bofetada en el trasero con la parte plana de su espada, haciendo que su hermano gritara. Ian levantó las cejas en señal de sorpresa, y Kehr se lanzó a perseguir a Ian, que huyó gritando como una niña, rodeando la amplia extensión de la sala. Todos estallaron en carcajadas ante la cómica escena, excepto Davina. La exhibición de Ian la ponía enferma. Durante las últimas seis semanas, desde que Ian le castigó a apretar las tuercas de su cartera, había hecho una actuación estelar para ganarse a su familia en cada oportunidad. Aunque no les permitían estar juntos a solas, para gran alivio de ella, en los raros momentos en que él podía robar una mirada en su dirección o acorralarla en el castillo, le hacía saber en privado que todo esto volvería a perseguirla una vez que lograra su objetivo de recuperar su control y su dinero.
“Es un encantador juego del gato y el ratón, ¿verdad?” le había preguntado él en uno de esos compromisos de acorralamiento.
“No podrás engañar a mi familia,” dijo Davina con seguridad.
Se acercó a ella, haciéndola retroceder hasta la esquina de la escalera y apoyando los brazos en las paredes. “¿Piensan controlarme?” siseó, “¿una marioneta con sus hilos, repartiendo magras raciones de su bolsa? Veamos cómo les gusta ser controlados. Son tan confiados como tú.” La maldijo con una sonrisa malvada y se alejó pavoneándose. Después de ese encuentro, empezó a llevar una daga en la bota. Viendo a su familia ahora, jugando de la mano de Ian, su afirmación parecía bastante cierta. Ian disfrutaba con esta mascarada, disfrutaba manipulando a la gente para que pensara e hiciera lo que él quería, un juego que disfrutaba perfeccionando. ¿Hasta dónde llegaría?
Kehr consiguió hacer tropezar a Ian, que se desplomó por el suelo de piedra. Todo el mundo se apresuró a socorrerlo, Kehr a la cabeza de la multitud, disculpándose. Ian se quedó atónito por un momento y Davina se permitió una sonrisa secreta. Recuperando la compostura, Ian se limpió la sangre del labio inferior y la miró. Levantando una ceja, sonrió brevemente (lo suficiente para que ella lo notara) antes de que su rostro se volviera sombrío. Ian dejó caer su mirada como si estuviera enfermo del corazón. Mirando a Davina, se levantó del suelo y se quitó el polvo de los calzones. El leve gesto hizo que su hermano y su padre se volvieran hacia Davina. Antes de conocer la estratagema de Ian, Davina había sido sorprendida regodeándose en el accidente de su marido, exactamente como quería Ian.
El calor subió a sus mejillas. Parlan la fulminó con la mirada, haciendo que el resto del grupo se volviera hacia ella. Excusándose de la escena, Davina salió del Gran Salón hacia el corredor, pasando por el salón, atravesando la cocina y saliendo hacia los establos, ahogando sus sollozos. El crepúsculo se asentó alrededor del castillo, tiñéndolo todo de tonos grises. Halos de luz color ámbar rodeaban las antorchas colocadas en los terrenos, iluminando al menos un camino orientativo. Entró en los establos y pateó un cubo vacío en el suelo. La conmoción despertó a los gatitos y se inquietaron.
“¿Cómo pueden creerse su actuación?” siseó y cruzó los brazos bajo los pechos, apretando los puños y paseando. Después del primer incidente, Davina había acudido a su padre explicándole el plan de Ian, y él la creyó. Pero cuando Ian fue llevado ante Munro, Parlan y Davina para que rindiera cuentas, Ian afirmó que Davina lo había malinterpretado y se disculpó por haber sido un tonto con sus palabras, por no haber dicho las cosas correctamente. Al principio, incluso ella creyó que le estaba escuchando mal, hasta que él la acorraló en otra ocasión. No había que confundir nada. Después de un tiempo, su padre llegó a creer que Davina intentaba desacreditar a Ian mientras él se esforzaba por cambiar. Sin embargo, estos fracasos no la desanimaron a seguir intentándolo.
Tres gatitos salieron de debajo de la caja en el fondo del área de trabajo de Fife. Davina se detuvo y miró fijamente, esperando. ¿Dónde estaban los otros gatitos? Se agachó sobre sus talones, mirando en la penumbra. Un gatito más salió arrastrándose, maullando. Han crecido mucho en las últimas seis semanas... pero sólo en tamaño. Lo que le preocupaba a Davina era la disminución de su número. Cuando vio por primera vez a los gatitos, contó ocho. Una semana más tarde (la semana después de que comenzara el castigo y la supervisión de Ian) había siete. Ella no consideró la diferencia de números como un error de cálculo. Cuando el segundo gatito desapareció a la semana siguiente, supuso que el pobre podría haber sido arrebatado por un búho u otro depredador. Otro depredador, en efecto. Fife le habló del tercer gatito desaparecido dos semanas después, diciendo que Ian se lo había traído casi destrozado. Su cabeza había sido aplastada... por un caballo, supuso Fife. Davina trató de contarle a Fife sus sospechas, pero con un consejo paternal le dijo que estaba siendo demasiado dura con el Maestro Ian y que tenía que aprender a perdonarlo por sus transgresiones pasadas, y cómo Ian le confiaba a Fife formas de intentar ser un mejor marido.
Habían desaparecido demasiados gatitos como para que ella no sospechara a pesar de lo que dijera Fife. Se agachó, esperando que el quinto gatito saliera de la caja. Todavía no había nada. Tomando una linterna de la pared, llevó la luz a la creciente oscuridad de la noche, al área de trabajo de Fife. La caja estaba vacía. Cuatro gatitos vagaban por ella. Cuatro de los ocho. ¿Dónde estaba el quinto?
Volvió a colocar la linterna y dio dos vueltas alrededor de la zona frente a los establos antes de entrar en la puerta de su propio caballo, Heather. Agarrando su silla de montar, la subió al lomo de Heather.
“¿Vas a alguna parte?” La voz de Ian la hizo saltar y los carámbanos bailaron por su columna vertebral.
Apretó los labios y se concentró en tensar las correas de cuero, esforzándose por escuchar sus acciones por encima del incesante latido de su corazón. Al arrastrar los pies hacia el otro lado de su caballo, su pie cayó sobre algo blando, y ella saltó hacia atrás con un aullido, pensando que había pisado una rata. Nada se movió. Con la punta de su bota, tocó la paja donde había pisado. Todavía no se movía, así que se arrodilló, extendió una mano temblorosa y levantó la paja. El quinto gatito.
“Aww,” dijo Ian, sonando desolado, pero cuando ella lo vio asomarse por el puesto, tenía una sonrisa en los labios. “¿No hay otro?” Ella se maravilló aterrorizada de cómo podía hacer que su voz sonara cariñosa o preocupada cuando tenía una sonrisa tan amenazante en la cara. El vello de la nuca se le erizó.
“¿Por qué?” gimió ella. “¿Por qué estás haciendo esto?”
Miró por encima del hombro y sonrió. “Ingenua hasta el final, “susurró y le guiñó un ojo.
Ella tomó un trapo del clavo del fondo de la caseta y recogió el cuerpo frío. Sollozó mientras le mostraba el gatito. “¿Tienes tanta rabia dentro de ti que tienes que desquitarte con animales inocentes ya que no puedes desquitarte conmigo?”
“Davina, ¿qué estás diciendo?” Ian dio un paso atrás hacia la apertura de los establos. “¿Estás diciendo que yo...?” Ian negó con la cabeza, de pie justo fuera de la entrada del establo; sus ojos se llenaron de tristeza y reflejaron la luz parpadeante de la antorcha, añadiendo a su aura demoníaca. “Sé que te he hecho mal, pero ¿no he hecho todo lo posible para demostrarte que he cambiado? ¿Qué más...?”
“Ya, ya, Maestro Ian,” dijo Fife, entrando en los establos. “¿Qué te tiene tan molesto, muchacho?”
“¿Es eso lo que piensas de mí, Davina?” dijo Ian, apesadumbrado.
“¡Fife! ¡Mira! ¡Otro gatito!” Ella sollozó incontroladamente, temiendo cómo iba a resultar esto. “¡Es como te dije! ¡Me vio encontrar al gatito y no tuvo ningún remordimiento!”
Fife la miró con la boca abierta y luego miró a Ian con pesar. Davina pasó corriendo por delante de ellos, hasta la parte trasera de los establos, y dejó al gatito sobre un pequeño montón de paja. Llorando, se lavó la sangre de las manos y se echó agua fresca del barril de lluvia en la cara para intentar despejarse. Apoyando las manos en el borde del barril, jadeó, tratando de pensar en cómo manejar esto. Esto no puede estar pasando. ¿Por qué está sucediendo esto?
En el borde del barril de lluvia, una marca marrón con costra parecía una huella parcial de la mano. Una huella de mano ensangrentada.
Ian la tomó por los hombros y la hizo girar tan rápido que la cabeza le dio vueltas. Sosteniéndola contra la pared trasera del establo, le dijo lo suficientemente alto como para que Fife lo oyera, con una voz cargada de afecto tan sincera que casi creyó sus palabras... si no fuera por la máscara ominosa de su rostro: “Eres tan delicada como esos gatitos. No me gustaría que te pasara algo así. Me aplastaría.” Le apretó los hombros con más fuerza en la palabra «aplastaría» para enfatizar.
A través de los postigos a su izquierda, por encima del barril de lluvia, los pasos en retirada se desvanecieron e Ian esperó a que Fife estuviera fuera del alcance del oído.
“Ingenua hasta el final, Davina,” se burló él. “Haré que me acepten en tu familia, y tú serás la que esté bajo restricciones. Puede que incluso te consideren loco cuando termine mi trabajo.”
Su mundo se cerró a su alrededor, lo apartó de un empujón y corrió hacia el castillo. Atravesando la entrada de la cocina, corrió por el pasillo hasta el salón y se detuvo en la puerta. Su familia estaba sentada alrededor de la sala, con los ojos muy abiertos e interrogantes. Fife estaba de pie a su izquierda, junto a su padre, aplastando su sombrero entre sus manos nerviosas, con la culpa en el rostro.
“Fife, ¿qué les has contado?” Davina puso las yemas de sus dedos fríos sobre sus mejillas húmedas y sonrojadas.
Su padre se cruzó de brazos. “¿Qué es eso de que Ian está matando gatitos?”
Se apresuró a tomar el antebrazo de su padre. “Papá, está descargando su ira con estos pobres animales indefensos en lugar de conmigo.” No pudo controlar sus sollozos mientras suplicaba.
“Ahora, Señora Davina,” amonestó Fife con suavidad. “El Maestro Ian dijo que no podía hacer más daño a esos gatitos que a usted. Sólo entendiste mal lo que dijo.”
“Gracias por defenderme, Fife, pero creo que es inútil seguir intentándolo.” Ian se quedó en la puerta, con la pena bajando las comisuras de la boca. “Creo que tiene razón, Parlan. Deberíamos disolver esta unión. Ella nunca me perdonará, por mucho que intente cambiar.”
“¿Por qué haces esto?” le gritó ella a Ian en la cara.
“¿Ahora me quieres? ¿Cuál es tu juego, Davina?” Ian levantó las manos en señal de frustración y arrastró los pies hacia el centro de la habitación para exponer su caso, dejando a Davina de vuelta en la puerta.
“¡No, eso no es lo que quiero decir y tú lo sabes! ¿Por qué intentas que mi familia me vea como un loco?”
Ian dejó caer su mandíbula como si hubiera sido abofeteado. Cerrando la boca y luego los ojos, asintió. “Parlan, lo he intentado”. Miró a su padre con tanta pena que su madre sollozó. “Quiero a tu hija, y esperaba que pudiéramos hacer que esto funcionara, pero es evidente que no me perdonará.” Volviéndose hacia su padre Munro, le dijo: “Estaré en mi habitación preparando mi baúl. Es mejor que nos vayamos mañana.” De cara a Davina, se adelantó de espaldas a la habitación y le dedicó esa sonrisa privada y maligna que su voz nunca traicionaba.
“Adiós, Davina,” susurró, y se marchó. Munro le siguió, frunciendo el ceño al salir.
Davina se quedó atónita ante las miradas acusadoras de su familia. Parlan suspiró y se dirigió a la chimenea, dándole la espalda. Lilias sollozó en el pañuelo que sacó de su manga. Kehr se adelantó, con las cejas fruncidas. “Davina, es hora de dejar de lado a tu amante gitano de ensueño. Ningún hombre, ni siquiera tú, Ian, podrá estar a la altura de esa fantasía. Es hora de que crezcas.”
Parlan se dio la vuelta con expresiones fluidas que alternaban entre la confusión y la ira. Davina casi se atragantó con el nudo que se le formó en la garganta. Incluso su querido Kehr la traicionaba, la creía loca. Salió corriendo de la habitación y regresó a los establos. Sacando a Heather de su establo, Davina montó en su caballo y salió corriendo por los terrenos y la puerta principal, lejos de la locura. Sus mejillas, mojadas por las lágrimas, se enfriaron cuando el viento pasó azotando y enredando su cabello. En un claro donde solía encontrar soledad, tiró de las riendas de Heather y saltó del caballo, cayendo al suelo cubierto de las hojas del otoño pasado, húmedas por el rocío de la tarde.
Arrodillada en medio del bosque iluminado por la luna, Davina sollozó entre las hojas. ¡Cuánta razón había tenido su amante gitano de los sueños! La fatalidad que Broderick predijo para su vida de jovencita la atrincheró. Pero, ¿por qué sucedía esto? Ella sólo quería continuar con la vida feliz que tenía antes de conocer a Ian. ¿Por qué Dios la casó con este loco que se entusiasmaba con la manipulación y el control? Ella sólo quería una familia y alguien a quien amar. Levantándose, puso sus manos temblorosas sobre su vientre. Perder a su primer hijo la apenaba profundamente, pero al final, razonó, ¿no era mejor no tenerlo? Davina no podía soportar ver que su propia sangre se viera obligada a someterse al mismo destino que ella, a ese frenesí que soportaba. Acercando las rodillas a su pecho, acercó las piernas, abrazando al bebé que llevaba dentro. Había faltado a dos cursos mensuales (uno antes del castigo de Ian y este último mes), por lo que se había quedado embarazada antes de que ella e Ian tuvieran cámaras separadas. ¿Qué pasaría entonces con el bebé si la consideraran una lunática? Meciéndose de un lado a otro, con la frente apoyada en las rodillas, dejó fluir el río de lágrimas.
El pliegue de su brazo tocó la daga de su bota. Contuvo la respiración, congelada por una idea que le llegó a la mente. Subiendo el dobladillo de su vestido, sacó el arma de su bota y se sentó sobre sus talones. Su corazón se debatía por esta decisión. Estoy loca. ¿Pero qué otra opción tengo? Apretó las manos en torno a la empuñadura de su daga, con la punta de la hoja colocada sobre su corazón. Con los nudillos blancos y temblando, sus manos palpitaban dolorosamente. No estaba claro si agarraba el cuchillo por miedo o por fuerza. Una suave brisa tocó sus mejillas manchadas de lágrimas, refrescando su carne en el aire del atardecer. No quería hacerlo: quitarse la vida y la de su hijo no nacido, pero ¿cómo podría enfrentarse a la locura que les esperaba a ambos? ¿Cómo podría enfrentarse a la traición de su familia? ¿O era sólo una excusa de cobarde?
Ella soltó un grito de frustración y clavó la hoja en la tierra blanda y húmeda, cayendo al suelo. Su cuerpo se agitó con sollozos, y el olor a tierra se mezcló con las hojas rancias y en descomposición, como una tumba. “Tan cerca,” gimió. “Tan cerca de ser una viuda. Tan cerca de la libertad.” Por una decisión del Rey, todas sus esperanzas se rompieron como carámbanos contra la piedra. Incluso este miembro de su familia (su primo real) la traicionaba; la aparición de James parecía haber sido enviada sólo para ella, sólo para atormentar su existencia. Davina sollozó más profundamente mientras la desesperanza la envolvía.
Heather pataleó y sacudió la cabeza. Davina recorrió con la mirada el oscuro bosque en busca del origen de la agitación del animal. El estómago se le revolvió de miedo.
¡Oh, Dios! ¿Han venido a por mí? Palideció. Ian podría haber venido a por ella... solo.
El frío silencio le respondió, salvo por el leve crujido de los árboles con el viento. Buscó en el terreno pero no vio nada. Tras un momento más de silencio, lanzó un tímido suspiro y el alivio la bañó. Nadie vino con caballos para apresarla y llevarla de vuelta. Davina se puso en pie, se limpió la nariz y se acercó a su montura, sin dejar de mirar a su alrededor. “Allí, allí,” le dijo, con la mano extendida.
Antes de que pudiera poner sus dedos en el flanco de Heather, una fuerza invisible le quitó el aire de los pulmones y se golpeó la cabeza contra el suelo. La cara de Davina se clavó en las hojas, con la cabeza palpitando, y alguien aplastó su cuerpo. Incapaz de respirar o pensar, se esforzó por introducir aire en sus pulmones mientras el pánico se apoderaba de ella.
“Relájate, muchacha,” le susurró una voz profunda al oído. “Volverás a respirar en un momento.”
En un movimiento brusco, su atacante la puso de pie y la hizo girar para que se enfrentara a él, con sus manos mordiendo los moretones frescos que Ian le había hecho en los brazos cuando la sujetó contra los establos. Con la vista nublada y la mente aún en vilo por el encuentro, consiguió estabilizarse y pronto el aire de la noche de verano volvió a llenar sus pulmones. Respiró a suspiros hambrientos.
“Ahí tienes, muchacha.”
El miedo sacudió su cuerpo y luchó contra el hombre que la mantenía cautiva. Un brillo plateado y fundido en las pupilas de sus ojos la atrajo hacia sus profundidades, y se calmó. Una oleada de curiosidad y confusión la inundó cuando sus ojos se posaron en su rostro familiar: esa nariz de halcón, esos ojos verde esmeralda, ese cabello rojo intenso. ¿Había vuelto su Broderick para rescatarla por fin? Se empujó contra el pecho de él para distanciarse un poco de su rostro y poder verlo mejor.
No. Este rostro parecía más joven, su mandíbula no era tan ancha, sus pómulos no estaban tan cincelados. ¡He perdido la cabeza! Debería estar asustada sin sentido en los brazos de su atacante, y sin embargo se preguntaba si era el hombre que anhelaba desde su juventud.
El peligro que había en sus ojos se transformó en confusión cuando este oscuro desconocido escudriñó su rostro. Agarrándola por el cabello, tiró de su cabeza hacia atrás. Un grito escapó de sus labios mientras él tiraba del cabello contra el bulto de su cabeza. Se vio obligada a mirar el cielo negro y la luna llena. Contuvo la respiración cuando la boca de él se aferró a su garganta y unos dientes afilados atravesaron su tierna piel. Un breve dolor... y luego un inesperado y cálido flujo de placer corrió por sus venas, y se derrumbó contra él con un gemido, cayendo en la euforia.
Aquel hombre, esta criatura, escudriñaba su mente, invadiendo seductoramente sus pensamientos, aprendiendo todo sobre ella mientras bebía. En unos instantes, revivió los momentos felices de su infancia, las frustraciones de su juventud y las fantasías de su amante gitano de ensueño. Estos recuerdos lejanos de Broderick se precipitaron y la rodearon... el exótico aroma del incienso, la embriagadora presencia de su calor, el revoloteo de su vientre al verlo.
Davina revivió la noche en que conoció a Broderick.
“¿Qué ve, señor?”
Sus rostros estaban muy cerca mientras su profunda voz la advertía. “No puedo mentirte, muchacha. Hacerlo sería un desastre.”
“¿Un desastre?”
“Sí. Sus ojos color esmeralda se clavaron en los de ella. “Los tiempos que se avecinan no serán agradables. Pero no debes perder la fe. Tienes mucha fuerza. Recurre a esa fuerza y aférrate a lo que más quieres, porque eso es lo que te llevará a través de estos tiempos difíciles que aún están por venir.”
“¿Qué ocurrirá, señor?” insistió ella.
“No lo sé. No conozco los detalles. Las líneas en la palma de la mano no revelan tales detalles, sólo dicen que la lucha está en tu futuro. Recuerda lo que te dije. Aférrate a tu fortaleza interior.” El resto de sus recuerdos que conducen a este momento en el tiempo, se aceleraron y la llevaron de vuelta a la desesperación que experimentó hoy.
Entonces, sí. Deja que este extraño beba la vida que fluye por mi cuerpo. Que haga lo que yo no me atrevo a hacer. Tendré por fin la paz y moriré en los brazos del hombre que, por el momento, imagino que es el que amo. En los segundos transcurridos desde que él se aferró a su garganta hasta ese momento, la serenidad la envolvió.
El desconocido se separó de ella y la dejó caer al suelo. El cuello de Davina palpitaba. Su cabeza se agitaba por los rápidos recuerdos que se arremolinaban en su mente, mostrando su vida como una obra de teatro mal representada.
Al ver que su imagen nebulosa empezaba a aclararse, lo distinguió inclinando la cabeza hacia atrás y riendo maníacamente. “Después de dos décadas de búsqueda, ¡por fin he conseguido lo que buscaba!” Se arrodilló ante ella y acunó su rostro entre las palmas de sus manos. “Dios no ve con buenos ojos a los de mi clase, ¡así que sólo puedo dar crédito al propio Señor Oscuro por haberme traído semejante premio!” Respiró hondo y su sonrisa creció. “Por muy dulce que sea tu sangre, mi querida dama,” el hombre se lamió su sangre de los labios, “te dejaré con tu trágica vida.” El brillo plateado fundido se desvaneció de sus ojos.
Las preguntas que se arremolinaban en su mente se desvanecieron en la familiar desesperación que la recorría y se apoderaba de su corazón. ¿Qué retorcidos juegos estaban jugando Las Parcas con ella? ¿Por qué revivir todos esos momentos, con la Muerte tan cerca en sus brazos, sólo para que le arrebaten su oportunidad de libertad? Se acercó a él, pero la debilidad se apoderó de su cuerpo. “No,” intentó decir por encima del nudo en la garganta, ahogando las lágrimas que le aguijoneaban los ojos. “No puedes dejarme así. Por favor... termina la tarea.”
Él le puso un dedo bajo la barbilla. “Todo estará bien.” Le puso la palma de la mano en la frente y la mente de Davina se convirtió en una niebla. Todo se volvió negro.
* * * * *
Las estrellas salpicaban el cielo con la luna encima. Davina se sentó, con la cabeza en vilo, y se tocó el bulto que palpitaba en la parte posterior de su cráneo.
“¡Gracias a Dios!” exclamó una profunda voz masculina. Una figura nebulosa se arrodilló a su lado, y ella se esforzó por aclarar su visión para tratar de identificarlo. “¡En qué estabas pensando!”
Arrugó las cejas en señal de confusión, con la mente hecha un lío. “¿Qué...?”
“Me disculpo. Puede que me haya excedido en el intento de salvarte de ti misma”. Cuando trató de levantarse, sus cálidas manos en los hombros la empujaron hacia abajo. “Creo que debes quedarte sentada un momento más. ¿Sabes dónde estás?”
Davina escudriñó la zona, y el mundo se hizo visible. Estaba sentada en medio del claro del bosque que frecuentaba en busca de soledad. Heather estaba de pie a cierta distancia, mordisqueando algunas hojas de un arbusto. ¿Por qué estaba aquí? Mirando sus manos temblorosas, esperaba encontrar las respuestas. Sus ojos se desviaron y, en la mano del desconocido, reconoció su daga. Contempló al desconocido, con sus ojos esmeralda llenos de preocupación a la luz plateada de la luna. Le resultaba muy familiar. Se le cortó la respiración. Se parecía mucho a su amante gitano de los sueños, pero no a él.
“Lo recuerdas,” dijo él, asintiendo con la cabeza. “Es usted muy afortunada de que haya venido, señora. Lo que te poseería para quitarte la vida, sólo Dios lo sabrá, pero por el bien de tu alma, espero que no intentes repetir esa espantosa tarea.”
“Señor, si es tan amable.” Ella puso una mano implorante sobre su brazo. “¿Qué sucedió?”
“Oh, creí que lo recordabas.” Él se aclaró la garganta. “Ibas a quitarte la vida, así que te detuve. En el proceso, te golpeaste la cabeza. Espero que puedas perdonarme.” Puso los ojos en blanco y murmuró: “Es posible que yo mismo haya estado a punto de terminar el acto por ti, con mi torpeza.”
“No es que le desee malas noticias, señor, pero me gustaría que hubiera terminado el acto.”
“¡Tonterías!” Inhaló un suspiro y pareció ganar control sobre su arrebato. “¿Por qué supone que estoy aquí, jovencita?”
“No estoy segura de entender lo que insinúa, señor.”
“Lo diré directamente, a pesar de lo locas que sonarán mis palabras.” Tomó sus manos entre las suyas y la miró fijamente a los ojos. “No es casualidad que haya vagado por estos bosques esta noche. Lo digo después de haberte salvado la vida, pero al principio dudé de mi cordura. Pasaba por tu humilde poblado y estos bosques me llamaron. Un mensaje llegó a mi mente mientras buscaba, sin saber qué buscaba. El mensaje decía: «Debes decirle que él volverá, que la rescatará. Debes decirle que no pierda la esperanza y que se aferre a esa visión de fuerza».”
Davina jadeó.
“¿Sabes lo que significa eso?”
Ella asintió.
“Bien, porque yo ciertamente no lo sé.” La comisura de su hermosa boca se levantó cuando ella no ofreció ninguna explicación. “Bueno, no importa. Me alegro de no haberme vuelto loco después de todo.”
“Yo también, señor,” respondió asombrada. Una nueva esperanza floreció en el pecho de Davina. “Doy gracias al Señor por haberle escuchado esta noche. Gracias por detenerme.” Resistió el impulso de abrazar a este oscuro desconocido, que se convirtió en su salvador y mensajero en la forma del hombre que amaba, y en su lugar le besó los nudillos en señal de gratitud.
“Bueno, eso es más recompensa de la que ya he recibido y podría haber esperado.” La ayudó a ponerse en pie, sin soltarle la mano hasta que ella demostró que estaba bien parada y le aseguró que era capaz de montar. Después de montar a Heather, le tendió la daga, ofreciéndole el extremo del mango. Cuando ella la tomó, él la retiró. “Le entrego esto con muchas dudas, querida señora. ¿Me prometes que nunca volverás a tener esta hoja apuntando a tu corazón?”
“Sí, señor, lo prometo.” Le dio el cuchillo y ella lo guardó en su bota. “El mensaje que has entregado me ha dado una razón para vivir.”
“Eso es un gran alivio.” Le dio una palmadita en la rodilla. “Confío en que puedas volver por tu cuenta.”
Ella asintió y su rostro se sonrojó de vergüenza. “Sí, estoy seguro de que mi familia no sabía mi intención cuando me fui en ese estado. Tener que explicar cómo me salvaste de mí mismo nos pondría a ambos en una posición incómoda.”
“Así sería. Aunque me gustaría acompañarte de vuelta, tengo otros asuntos urgentes. Llevo mucho tiempo esperando a alguien, y creo que no voy a esperar más. Usted me ha dado una señal propia, mi querida señora. Pero estoy seguro de que nos veremos en otra ocasión.” Retrocedió unos pasos y saludó con la mano antes de darse la vuelta para marcharse. “¡Buenas noches, bella dama!”
“¡Oh, señor! ¿Cuál es el nombre de mi salvador para que pueda incluirlo en mis oraciones?”
“¡Angus!” respondió sin perder un paso.
Capítulo Tres
Stewart Glen, Escocia-Finales del otoño de 1514-15 meses después
“¡Déjame en paz! ¡No me toques!” Davina luchó contra las manos que la sujetaban.
“Davina. Davina.”
La suavidad de la voz la detuvo y se apartó, insegura de su entorno.
“¡Soy yo, Davina, tu madre!” Lilias encendió una vela de sebo y se subió a la cama junto a su hija. Envolviendo a Davina con sus brazos y meciéndola de un lado a otro, la hizo callar. “Todo está bien. Él está muerto. ¿Recuerdas? Lleva mucho tiempo en la tumba, cariño.”
“Sí, señora.” Suspiró y dejó que su madre le limpiara la frente sudorosa. “¿Cailin?”
“Cailin está bien,” le aseguró su madre. “Myrna la está atendiendo. Descansa tranquila, Davina.” Lilias suspiró y siguió acunando a su hija. “Han pasado muchas semanas desde que una pesadilla te perturba.”
Davina asintió. Su marido Ian llevaba muerto más de un año, y las pesadillas seguían atormentándola; aunque, últimamente, parecían estar desapareciendo, lo que le daba cierta esperanza.
Habían pasado muchas cosas desde aquella noche en que intentó quitarse la vida. El tiempo pasó tan rápido que parecía haberse desvanecido; y sin embargo, mientras esperaba con paciencia el regreso de Broderick, tal y como le había prometido el oscuro desconocido Angus, el tiempo parecía alargarse hasta la eternidad. Una larga y sincera conversación con su familia alivió la tensión y permitió a Davina observar a Ian más de cerca. Los moratones que recibió de su brusco trato detrás de los establos ayudaron a su causa. Y aunque se atrevió a mostrarles las cicatrices que tenía en el cuerpo por las palizas pasadas, disolver la unión ya no era una opción. Davina les habló de su embarazo, y aunque su estado les dio más razones para mantener a Ian alejado de ella durante esta observación, consolidó su matrimonio.
Afortunadamente, esta prueba delató la verdadera naturaleza de Ian, pero antes de aplicar cualquier otra medida disciplinaria, el rey Jaime cambió de opinión y declaró la guerra a Inglaterra. Antes de que los hombres fueran llamados a las armas, Ian trató de escapar, tomando todo lo que pudo de la finca de su padre para mantenerse, pero Munro y Parlan lo interceptaron. Lo mantuvieron bajo llave hasta el momento de su partida, con la amenaza de traición que pendía sobre su cabeza si intentaba escapar una vez más. En la víspera de su partida, Ian juró que volvería, y Davina desearía no haber nacido. Kehr juró a Davina, en su despedida privada, que Ian no volvería.
El 9 de septiembre de 1513, la Batalla del Campo de Flodden asoló a los paisanos de Escocia (incluso se llevó a su valiente Rey) y dejó a su paso una masa de mujeres con el corazón roto, entre ellas Davina y su madre. La guerra arrastró no sólo a su marido al campo de batalla, sino también a su hermano Kehr y a su padre Parlan, resultando ser una victoria agridulce. Fiel a la palabra de Kehr, Ian no regresó. Su muerte la liberó, pero a costa de perder a su querido hermano y a su padre. El tío Tammus (que fue uno de los pocos que sobrevivió) regresó a casa a duras penas, llevando consigo los cuerpos de Parlan y Kehr. Entre tantos otros en la masacre, el cuerpo de Ian no pudo ser encontrado, tan grande fue la pérdida. Enterraron a Kehr y a Parlan en sus tierras, y verlos hundidos en la fría tierra puso fin a sus vidas. Sin embargo, con la muerte de Ian, el bebé que llevaba dentro (de tres meses) tendría la oportunidad de vivir una vida tranquila.
Munro también cayó en la batalla, dejando a Davina la herencia de sus bienes y fondos. No podía soportar volver al lugar donde Ian la aterrorizaba, así que regresó a casa. Cerrado ese capítulo de su vida, le esperaban nuevas responsabilidades, asistiendo a su madre en el cuidado de Stewart Glen. Además, Tammus asumió el papel de guardián de ellos, pasando la mitad de su tiempo en Stewart Glen y la otra mitad en sus propias posesiones. Con su hijo también caído en batalla, y su esposa muerta al dar a luz, Tammus acogió las responsabilidades familiares.
Así que si su tormento había terminado, si Ian estaba muerto y hacía tiempo que estaba en la tumba, como decía su madre... ¿por qué seguía atormentándola en sus sueños? ¿Por qué no podía escapar del temor a su regreso? Tal vez las pesadillas provenían de no haber encontrado nunca su cuerpo, y de la amenaza de Ian en la horca. Tal vez sólo necesitaba perdonarlo de una vez y liberar su odio.
Myrna entró en la habitación, acunando a un bebé que lloraba. “Ella la llama, Ama Davina.”
Davina sintió que la leche de sus pechos se precipitaba y se filtraba a través de su bata al oír el llanto de su hija, e hizo una mueca de incomodidad. Extendió la mano y tomó a su pequeña niña de ocho meses de la mano de su madre. “Sí, preciosa,” murmuró, y calmó a la niña con besos y caricias en su carita. “Gracias, Myrna.” Davina notó el peso que Myrna había perdido en este último año, la muerte de Parlan y Kehr parecía haberle pasado factura a ella también. Davina se volvió hacia su madre. “Estaré bien, señora. Cailin puede quedarse conmigo el resto de la noche.”
Lilias les dio a madre e hija un beso en la frente y las dejó solas a la luz de las velas, Myrna las siguió de cerca. El resplandor de la llama parpadeaba y danzaba en el silencio, proyectando una suave iluminación sobre el rostro de su bebé. Los labios de Davina tocaron las mejillas de Cailin, que se secó las lágrimas. Su bebé en brazos hacía que las pesadillas fueran fáciles de olvidar. Colocando a su hijo a su lado, abrió la bata húmeda y la ansiosa boca se cerró en torno a su pezón. Cailin dejó de llorar y respiró con suavidad y calidez contra la piel de Davina.
Davina estudió a su hija lactante: su diminuta nariz, las suaves pestañas sobre sus mejillas regordetas, el cabello canela, espeso y rizado, alrededor de su rostro angelical. Enterrando su cara en los sedosos rizos de su hija, Davina derramó lágrimas silenciosas sobre los mechones de Cailin. “Qué bendición de la maldición,” susurró. Juró, como lo había hecho cientos de veces desde la muerte de Ian, que nunca dejaría que un hombre la maltratara de nuevo.
* * * * *
La luz del sol de la mañana besó la cara de Davina y se estiró con su calor. Observó a su sierva, que abrió las cortinas, tarareando una sencilla melodía mientras sacaba la ropa de Davina del armario.
“Buen día, Davina.”
Davina sonrió. “Buenos días, Rosselyn.” Se levantó de la cama, tomó a Cailin en brazos y llevó a su hija medio dormida a través de las puertas dobles hasta el balcón exterior. Tomó una profunda y fresca bocanada de aire y suspiró. Con la llegada de los meses de invierno, el cielo de la mañana todavía estaba ensombrecido, y aún no estaba iluminado por el sol que salía a última hora. Colocó la mano sobre el frío muro de piedra. El orgullo se hinchó en su pecho por el ingenio de su padre. Había utilizado los restos de una pasarela sobre el muro cortina de la estructura más antigua, creando una terraza. Esta era la parte favorita de Davina en su dormitorio, ya que le permitía ver el patio, el denso bosque a la izquierda y el pueblo a lo lejos. Sin razón aparente, un cosquilleo de emoción revoloteó en su estómago, como la anticipación de un regalo largamente esperado. Curiosa.
Davina sonrió y volvió a entrar para sentarse en una silla bordada, donde acunó a su bebé. Davina se abrió la bata y ofreció uno de sus hinchados pechos. Con avidez, Cailin mamó mientras se aferraba a un puñado de cabello de Davina y cerraba los ojos. Una nodriza interna era cara, y aunque tenía una considerable herencia de la familia de su difunto marido, Davina pecaba de precavida al mantener esos fondos. Ella y su familia no tenían títulos, sus conexiones con la corona por el nacimiento ilegítimo de su padre eran demasiado lejanas para tales lujos. Pero les iba lo suficientemente bien como para poseer tierras y tener una relación mutua con la creciente comunidad de Stewart Glen. Este acuerdo le vino bien a Davina. Su edad y posición le permitían mantener un perfil bajo, por lo que encontrar pretendientes no era una preocupación. Aparte de eso, tampoco quería enviar a su hija lejos para que la amamantaran, ya que disfrutaba del vínculo que le proporcionaba Cailin.
Al cabo de un rato, Cailin dejó de mamar y Davina le dio la vuelta para ofrecerle el otro pecho. Lilias entró en la habitación y besó a Davina en la coronilla. “Me gustaría que hoy ayudaras a Caitrina y a sus chicas con la colada, Davina. Rosselyn, Myrna y yo haremos que Anna nos ayude a barrer y cambiar el ajenjo.”
“Por supuesto, Señora,” dijo Davina, levantándose y entregando a Cailin a Myrna, que llevó al bebé a la guardería. “¿Iremos al mercado hoy?”
“¡Como era de esperar!” dijo Lilias con fingido asombro. “¡Debo continuar con mi eterna búsqueda de cinta!” Se rieron y Lilias se marchó a sus quehaceres.
Rosselyn sonrió. “Me apresuraré con nuestra comida.” Rompió el ayuno con Davina cuando ésta volvió con una bandeja, y luego ayudó a Davina a terminar de vestirse. Para prepararse para la mañana de tareas de lavandería, recogió la larga cabellera cobriza de Davina que caía en cascada por su espalda en una apretada trenza y la ató bajo su cofia.
¿Cómo debería abordar el tema? reflexionó Davina mientras Rosselyn se afanaba en sujetar los últimos mechones de su cabello. Últimamente, a Davina le dolía hablar de su hermano y de su padre. ¿Cuál sería la forma más sutil de introducir el tema sin que le saliera de la nada? Miró sus trincheras y observó la miel.
“¿En que estabas pensando, Davina?”
El alivio la invadió al ver que Rosselyn había creado la oportunidad perfecta. “Estaba pensando en mi hermano, Ross. La miel con nuestra comida me hizo recordar cuántos años fuimos Kehr y yo a nuestras pequeñas incursiones de medianoche.”
Rosselyn no hizo ningún comentario mientras ayudaba a Davina a vestirse con su camisola. Rosselyn se ató el vestido de lana marrón, evitando el contacto visual, las lágrimas se acumulaban en sus ojos mientras la angustia marcaba su frente.
Las mejillas de Davina se sonrojaron ante el silencio de Rosselyn, pero siguió adelante. “Hasta el día en que me casé, Kehr y yo nos escabullíamos por los oscuros pasillos hasta la despensa, riéndonos como niños en la guardería.”
Rosselyn no apartó los ojos de sus deberes, preocupándose por su labio entre los dientes.
Davina se volvió hacia Rosselyn y detuvo sus finas manos. “Por favor, comparte esto conmigo, Rosselyn. Desde la muerte de mi padre y mi hermano, nadie me habla de ellos. Temo perder su memoria.”
El labio inferior de Rosselyn tembló. Las lágrimas se derramaron por sus mejillas y pasaron por el atractivo lunar de su mandíbula. “Davina, yo...” Se quedó mirando a Davina durante un largo momento.
Cuando Davina pensó que su amiga diría algo más, Rosselyn se apartó y desapareció en el armario. Por mucho que Davina quisiera ir a consolarla, sintiéndose responsable de su actual estado de ánimo, la retirada de Rosselyn significaba que necesitaba tiempo, así que Davina le concedió unos momentos a solas.
Davina se dio la vuelta cuando Rosselyn salió del armario con los ojos rojos de llanto. “Gracias por ayudarme a vestirme, Ross.”
Rosselyn asintió y se excusó, dejando a Davina con un silencio incómodo y el corazón vacío ante otro intento fallido de rememorar a alguien. Davina sacó un pañuelo fresco del cajón de su tocador y se sentó en el sillón frente a la chimenea, enterrando la cara en el suave lino. Se limpió la cara y se metió el pañuelo en la manga, enderezó los hombros y se concentró en el día que tenía por delante. Las tareas serían una agradable distracción.
Una vez terminadas la mayoría de las tareas más importantes del día, Davina y Lilias se refrescaron y se vistieron de forma más apropiada para su viaje al pueblo. Davina llevaba un vestido de pliegues dorados y granates, bordado con diseños verde musgo en el pecho. Bordados dorados adornaban el escote cuadrado del vestido, que se ataba con fuerza para sujetarla. El suave lino verde musgo de su camisa se asomaba por las aberturas de las mangas granates.
“¡Oh, nada de esto servirá!” se quejó Lilias a Davina delante de la vendedora. “Todas mis cintas son viejas. No hay nada bonito aquí para reemplazarlas.”
El comerciante frunció el ceño mientras se alejaban. Davina lanzó una mirada de disculpa al hombre. “Oh, siga usted, señora. Sólo compré una cinta para usted hace unos meses.”
“¡Sí! Es viejo.”
Una risa salió de entre los labios de Davina y acompañó a su madre a través del mercado, pasando entre los vendedores ambulantes y los cantos de los mercaderes, que trataban de incitarles a comprar sus mercancías. La multitud que se reunía a la entrada de la plaza hizo que Davina se detuviera y que sus cejas se alzaran con curiosidad. “Señora, mire,” dijo ella, señalando.
Las mujeres levantaron el cuello tratando de ver por encima de la multitud. Las risas se extendieron por la aglomeración y la gente reunida se separó para dejar pasar a la comitiva.
“¡Gitanos!” chilló una joven mientras se abría paso entre la multitud para unirse a la gente que estaba al lado de Lilias. “¡Los Gitanos están en la ciudad!”
El corazón de Davina palpitaba contra sus costillas, y su mano voló hacia su pecho. Habían pasado al menos dos años desde que algún gitano pasó por Stewart Glen, y no había visto al grupo al que pertenecía su gitano gigante desde hacía nueve años. Davina murmuró una oración de esperanza.
Lilias palmeó el brazo de Davina con autoridad. “Seguro que tienen una bonita selección de listones de todo el mundo.”
“Sí, señora,” dijo ella, sorprendida por su propia falta de aliento.
Davina y Lilias se abrieron paso entre el bosque de cuerpos para ver pasar el desfile. Con la música festiva tintineando sobre la multitud, los acróbatas daban volteretas en la calle, y los malabaristas lanzaban al aire espadas y antorchas. Las caravanas pasaban en un arco iris, todas ellas pintadas de azules, verdes, amarillos y rojos brillantes, adornadas con latón o cobre. Algunas tenían diseños de madera tallada de excelente factura; todas se tambaleaban, cargadas de mercancías, ollas y utensilios, cuentas y pañuelos, caras felices y manos agitadas. Una caravana pintada con estrellas y símbolos místicos pasaba a toda velocidad, conducida por una bonita joven con un montón de cabello dorado sobre los hombros. A su lado se sentaba una mujer morena y arrugada, que miraba a Davina con los labios entreabiertos y los ojos muy abiertos por el reconocimiento.
“Ha vuelto,” susurró Davina.
Vio pasar el gran carro. La anciana se esforzó por mirar a Davina por encima del hombro, apartando los pañuelos y abalorios que colgaban.
La emoción se apoderó de Davina. ¡Ha vuelto! ¡Ha llegado de verdad! Observó cómo las caravanas atravesaban la plaza y desaparecían por la calle central. Sus ojos saltaron de un rostro a otro en la procesión mientras la gente pasaba, pero no lo vio por ningún lado.
Lilias asintió con la cabeza, observando a los acróbatas que se arrastraban lanzándose al aire. “Deberíamos volver esta noche y verlos actuar, Davina. Promete ser una velada muy entretenida.”
“Sí, Mamá,” dijo Davina al fin con una sonrisa creciente. “¡Así es!”
* * * * *
Un grito atravesó la oscuridad y Broderick MacDougal corrió hacia ella, con la urgencia anudando sus entrañas. La joven salió corriendo del bosque hacia él, con su cabello rojo zanahoria fluyendo detrás de ella como un estandarte, con los ojos muy abiertos y llenos de terror.
“¡Broderick!” gritó la joven. Miró hacia atrás por encima del hombro, como si huyera de algún monstruo horrible. Su delgado y frágil cuerpo corrió a sus brazos y él la envolvió en su reconfortante abrazo, calmando a la niña de cara pecosa. “Tranquila, tranquila, pequeña. Estás a salvo.”
Broderick se apartó para secarle las lágrimas, pero ya no sostenía a la joven en sus brazos. Una mujer madura, que se parecía a la doncella, se aferraba ahora a él, con cascadas de abundante cabello castaño enmarcando su exótico rostro. Sus ojos de zafiro, llenos de lágrimas, le miraban con esperanza y su boca, como un arco, temblorosa y tentadora. Sus pechos llenos le presionaron el pecho y Broderick gimió en respuesta.
Un gruñido gutural en la distancia devolvió su atención al que la perseguía. Apartándose de los árboles oscuros y llevándola en brazos, se dirigió a un banco de niebla blanca en la cañada donde ella estaría a salvo. Ella acurrucó su cabeza contra su pecho, aferrándose a él, su calor filtrándose en su carne.
Una vez que llegaron a la seguridad de la niebla, ella apretó la palma de su mano en su mejilla. “Sabía que volverías.” El tono ronco de su voz provocó el deseo que agitaba sus entrañas.
Broderick dejó que su figura se deslizara por delante de él, y contra su excitación, mientras la ponía de pie. Gimió cuando sus manos acariciaron sus curvas, dándose cuenta de que la única barrera entre su tacto y la piel de ella era su delgado vestido de dormir.
“Broderick, sabía que volverías,” respiró ella y le tocó los labios con la punta de los dedos.
Broderick se inclinó hacia delante y se apoderó de su boca en un beso hambriento, y ella se abrió a él, invitándole a profundizar en su dulzura. El contacto físico por sí solo era suficiente para excitar sus antojos (el calor de su piel, el aroma de las rosas y de su sangre, el sabor de su boca, el sonido de sus suspiros) y, sin embargo, una conexión más profunda hizo que su cuerpo respondiera con una necesidad creciente que se instaló en su ingle. Sus manos buscaron el dobladillo de su camisón, tirando del material hasta sus caderas, donde Broderick alisó sus palmas sobre los suaves montes de sus glúteos. La levantó en sus brazos una vez más, la convenció de que rodeara su cintura con sus largas piernas y sus dedos exploraron los húmedos pliegues de su quimio. Ella jadeó y echó la cabeza hacia atrás, agarrándose a sus hombros.
“Sí, muchacha,” la animó Broderick. Jugó con su sensible capullo y ella agitó las caderas contra su mano, gruñendo de placer mientras se retorcía en sus garras.
Enrollando los brazos alrededor de su cuello, unió sus labios a los de él y gimió su orgasmo en su boca. Estremeciéndose, se separó del beso, jadeando y jadeando. “Te quiero dentro de mí, Broderick.”
Su miembro se tensó con ansiedad. Apoyando el trasero de ella en un brazo, se desabrochó los calzones y dejó que su erección brotara. Ya mojada y palpitante para él, ella se deslizó sobre su pene con una facilidad que le hizo flaquear las rodillas, y él se dejó caer sobre la fresca hierba, colocándola a horcajadas sobre su regazo mientras él se arrodillaba. Broderick le apretó las nalgas, haciéndola rebotar mientras enterraba su verga en lo más profundo, viendo cómo sus labios llenos susurraban su nombre. Agarrando firmemente las caderas de ella, la penetró más y más fuerte, apretándola contra él, sin poder tener suficiente de esta mujer, acercándose al clímax.
Con su aliento caliente contra su oído, le suplicó: “Di mi nombre, Broderick.” Le miró fijamente a los ojos. “Davina,” le animó. “Quiero oír tu voz llena de pasión cuando digas mi nombre”.
Una sonrisa se dibujó en su boca y él accedió con entusiasmo. Se inclinó hacia delante, la colocó debajo de él, inclinando sus caderas para permitirle un mejor acceso, a la vez que gruñía en su cabello.
“¡Davina!” Broderick MacDougal se levantó en la oscuridad de su cueva, despertando de su sueño y frotando su erección. En la oscuridad, sus ojos buscaron a su alrededor. Cuando la niebla de su sueño diurno se despejó de su mente, se relajó y volvió a tumbarse.
Una capa de humedad cubrió su cuerpo y se quedó jadeando. Los sueños. Parecían destinados a los mortales y, sin embargo, después de tantos años, él tenía uno. Tocando su miembro turgente, cayó en la cuenta de que no había tenido ninguno así al despertar desde antes de que su transformación casi...
Se detuvo y calculó. ¿Habían pasado realmente casi treinta años desde que había cruzado? El tiempo se le escapó con tanta premura. Su ceño se frunció. Deseó que algunos de los recuerdos desaparecieran con la misma eficacia. Sin embargo, por muchos años que pasaran, el dolor del pasado no disminuiría.
Sacudiendo la cabeza para despejar los recuerdos que amenazaban con surgir, respiró profundamente para alejarlos y reflexionó sobre el sueño, en cambio. Un largo y torturado gemido escapó de sus labios. ¿De dónde había salido esa visión tan detallada? Se tumbó sonriendo, deseando que esas imágenes llenaran su mente cada vez que dormía, aunque se reprendió a sí mismo por no haber terminado el acto y estar tan insatisfecho. Qué extraño era que soñara con la joven de cara pecosa a la que había leído la palma de la mano la última vez que habían estado en este pueblecito, y recordar su juventud e inocencia hizo que su miembro se hundiera.
Broderick se rio de la respuesta de su cuerpo.
La vio lo suficiente durante las numerosas visitas que hizo a Amice, así que no era probable que se olvidara de ella. Sus viajes secretos a la despensa con su hermano para robar miel le hacían cosquillas; y la forma en que su corazón latía en su pecho cada vez que lo veía. Bonita e inocente, estaba destinada a romper algunos corazones. Una suave risa salió de él al recordar la adivinación de Amice: Tienes su corazón para siempre, hijo mío.
Después de tantos años, ¿cuántos corazones había roto? Cuántos, de hecho, si ella se convertía en la visión adulta de la belleza en su sueño. Gruñó un sonido depredador y su pene resurgió con rapidez. ¿Seguía aquí después de todo este tiempo? Lo más probable es que hubiera crecido y estuviera rodeada de muchos niños. Si era su esposa, y si el sueño era una indicación de cómo sería en su cama, la mujer estaría eternamente embarazada. Si hubiera sido mortal.
Qué sueño tan extraño tener después de todos estos años. ¿Acaso el regreso provocó algún tipo de deseo de proteger a la muchacha después de la suerte que le leyó? ¿Experimentó ella el tumultuoso futuro que él adivinó? Esas ansias de protegerla debían ser muy fuertes para provocar un sueño después de tantas décadas. Interesante.
Broderick se levantó para vestirse. Su espada plateada estaba apoyada contra la pared de piedra, junto con el tosco taburete que sostenía su ropa, sus botas y su morral, la bolsa de cuero que llevaba en el cinturón. Tenía su espada especialmente preparada para enfrentarse a Angus Campbell, con una hoja hecha de plata, la única arma que conocía que tenía efecto contra un Vamsyrio. Aunque no tuvo muchos motivos para usar su espada en las últimas décadas, Broderick practicó con ella, utilizando su fuerza y velocidad inmortales para manejar el arma de formas que nunca aprendió como mortal. Sostener la espada en la empuñadura, disfrutar del peso del arma, le proporcionaba comodidad en un sentido mortal. Sin embargo, rara vez la llevaba consigo al campamento, y la dejaba apoyada contra la pared de la cueva. Si Angus estaba cerca, Broderick lo sabría.
Vestido, salió de la cueva e inspeccionó el bosque circundante. Adelantándose a la caravana de gitanos, sabiendo hacia dónde se dirigían, encontró la cueva que había utilizado la última vez que visitaron Stewart Glen. Las cuevas eran ideales, pero no abundaban en el terreno más suave del extremo oriental de Escocia. Afortunadamente, este pueblo estaba enclavado en los montículos ascendentes de un terreno rocoso cubierto por un denso bosque, perfecto para esconderse en las horas de luz del día. Broderick prefería algo como una cueva, o una vivienda abandonada, que requería poca preparación. Por otro lado, si no estaban disponibles y la zona no parecía segura, a veces era necesario cavar, una tarea que Broderick detestaba porque le recordaba mucho a una tumba. Sabía que dormía el trance de los no muertos durante la luz del día, pero ahondar en la tierra en ese momento no era el recordatorio que necesitaba, demasiado espantoso para su gusto.
Los bajos revuelos del Hambre le punzaron las entrañas. La inmortalidad tenía sus ventajas, pero también sus inconvenientes. Aunque todavía podía comer, la comida normal no le hacía nada. Los Vamsyrios deben alimentarse de sangre humana. No porque la falta de sangre fuera fatal; esto lo descubrió Broderick cinco años después de cruzar, emprendiendo su propio viaje personal para descubrir sus limitaciones, a pesar de los consejos de su mentor, Rasheed. Ese viaje personal dio a Broderick ventajas sobre su mentor y los demás Ancianos, y decidió mantener sus lecciones privadas en secreto para conservar esa ventaja. Los Vamsyrios demostraron ser una raza sospechosa. Un estado mental contagioso, admitió Broderick de mala gana. Una vez más, el pasado intentó resurgir y apartó el creciente temor. Ya está bien de repasar su historia. Había llegado el momento de satisfacer El Hambre.
Los cabellos de la nuca se estremecieron y Broderick recorrió el bosque con la mirada. Esta sensación resultó ser algo más que no había experimentado en algunos años: la presencia de otro Vamsyrio. Volviendo al interior de la cueva, Broderick se puso la espada y abrió sus sentidos a la experiencia, cerrando los ojos y observando la zona que le rodeaba. El aire fresco de la noche le tocó las mejillas y un escalofrío ligeramente familiar le recorrió las extremidades. ¿Angus?
Broderick localizó la dirección de la presencia y corrió a través del bosque, con los árboles y la maleza pasando a toda velocidad. Aunque percibir la presencia de su especie no era una habilidad que sólo él poseyera (ya que cualquier Vamsyrio podía sentir el espíritu de otro), tardó muchos años en aumentar ese alcance más allá de cualquiera que hubiera conocido. Esta era una de las ventajas que guardaba de su mentor. Mientras lo perseguía, se giró hacia un lado y hacia otro junto con la presencia, seguro de que quienquiera que fuera estaba dentro del alcance de lo que Broderick llamaba el límite estándar. Sorprendiendo a Broderick con una parada gradual, perdió el sentido de la presencia. Cerró los ojos y amplió su percepción. Todavía nada. Broderick apretó la mandíbula en señal de derrota.
Una rápida búsqueda en la zona inmediata reveló una guarida: un profundo agujero excavado en el suelo, cuya entrada estaba oculta tras una gran roca en la que sólo uno de los suyos tenía fuerza para moverse. Broderick apenas podía mantenerse en pie dentro del refugio y la anchura era la justa para acomodar una zona de descanso para alguien de su tamaño. Broderick observó la ropa de cama de lana y lino en la penumbra, y su visión inmortal le permitió distinguir los escasos objetos personales. Quienquiera que fuera la guarida a la que pertenecía esto no dejó lo suficiente para dar a Broderick muchas pistas... excepto una. El aroma a especias que percibió al salir de la cama le resultó vagamente familiar.
Broderick sacudió la cabeza y salió de la guarida. No podía estar seguro de que esto perteneciera a Angus. Habían pasado demasiados años para estar seguro de que la esencia que percibía u olía era realmente su enemigo. Este agujero bien podría albergar a otro, al que podría haber conocido en sus muchos viajes. No le agradaría encontrar su escondite demolido, así que hasta que no estuviera seguro, dejó este solo. Sin embargo, tomó nota de su ubicación y se volvió hacia el pueblo de Stewart Glen. Todavía debe alimentarse.
Los gitanos montaron su campamento en el borde del bosque, en la orilla del pequeño pueblo de Stewart Glen. Levantaron las tiendas, descargaron las caravanas y expusieron las mercancías para los próximos quince días de trueque, mendicidad, actuaciones e incluso algunos robos. Se quedarían más tiempo si hubiera un flujo constante de visitantes dispuestos a gastar su dinero. O si pudieran encontrar trabajo en las granjas, pero la cosecha había terminado, así que el trabajo sería escaso. Incluso el clima podría retenerlos, pero en general debían evitar las estancias prolongadas. No querían desgastar su acogida. No eran muchos los lugares que acogían a los gitanos en estos tiempos difíciles de peste y pobreza.
El cielo oscurecido dejaba que los fuegos y las antorchas iluminaran el campamento con una luz amarilla y danzante. Broderick escudriñó las numerosas tiendas y caravanas a medida que se acercaba al asentamiento, para descubrir el campamento de Amice y Veronique. Allí estaba el carro místico. La tienda se hundió y Broderick gimió. Había enseñado a Veronique varias veces cómo ayudar a Amice a montar la tienda. Tenía que empezar a asumir más responsabilidades. ¿Era perezosa o realmente carecía de la aptitud para clavar la tienda correctamente? ¿Cuántas veces más tenía que mostrarle cómo completar la tarea? Él negó con la cabeza. Al menos, su campamento estaba situado en un buen punto de vista en el borde del asentamiento, cerca de la ciudad donde los aldeanos entrarían en el campamento. Un fuego acogedor ardía con un cálido resplandor y Broderick se acercó a la tienda donde podía ver la sombra de Amice mientras se preparaba para la velada de adivinación.
“C’était la fille,” dijo Amice en voz baja, sus oídos inmortales captaron su voz incluso a esta distancia. “Sé que era ella.”
Broderick se paró en la apertura de la tienda. Su figura encorvada se agitaba, arreglando la mesa y los taburetes y encendiendo las lámparas de aceite. La naturaleza protectora de Amice le hizo fruncir el ceño. Se enteró de algo de su pasado, aunque él nunca hablaba de su historia en profundidad. Recogió trozos de su vida a lo largo de los años, imágenes que adivinó de él antes de que le enseñara a controlar sus pensamientos. A Broderick se le escapaba la lengua durante sus conversaciones, revelando más detalles de sus tragedias. Como resultado, ella creía saber lo que Broderick necesitaba.
Broderick entró en la tienda y le dio un abrazo. “Bon soir, Amice.”
“Buenas noches, hijo mío,” respondió ella en francés, devolviendo el abrazo, y continuó preparando la mesa para la noche. Encendió el incienso y sopló a las brasas hasta que éstas brillaron en rojo. Ahora que estaba lo suficientemente cerca, Broderick pudo oír sus pensamientos. No debo mencionarla. No me escuchará. Es mejor que no la mencione en absoluto.
Broderick se acercó por detrás de Amice y le susurró al oído: “¿Planeas encontrarme consorte, eh?”
Ella se giró y la fulminó con la mirada. Él saltó hacia atrás para evitar su dedo regañón. “¡No te metas en mis pensamientos, Broderick MacDougal! ¡Yo no invado tu mente! Espero la misma cortesía.”
“He oído sus palabras al acercarme,” protestó él. Sus pensamientos eran propios, y Broderick sabía que ella aborrecía la invasión de la intimidad, pero no podía evitar burlarse de ella. Estos juegos mentales eran bastante inofensivos. “¡Tan ardiente para una vieja! ¿Y a quién tienes en mente?”
“¡Nunca debí enseñarte a perfeccionar tus poderes mentales!”
“Gano demasiado dinero como para que lo digas en serio.” Se rio.
“¡Sigue invadiendo mi mente y veremos lo ardiente que puedo llegar a ser! Te hechizaré y tú... ¡te enamorarás de una gallina!” Ella asintió con énfasis.
Broderick contuvo la risa ante la ridícula amenaza durante todo el tiempo que pudo, con los labios apretados, pero finalmente escupió una ráfaga de risas. “¡No elegí esconderme entre los Gitanos para estar eternamente casado con una gallina! ¿Y qué en el Hades te hizo pensar en ese castigo?” Sacudió la cabeza, todavía riendo.
Amice se rio de su propia maldición tonta, con su figura encorvada riéndose como una niña pequeña. Negando con la cabeza, respiró hondo y consiguió controlar su risa. “Fue lo primero que se me ocurrió.” Acariciando su cara, le dijo: “Por favor, aprieta nuestra tienda antes de seguir tu camino. Sé que debes alimentarte.”
“Sí.”
* * * * *
La lluvia le golpeaba de lleno en su cara, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos fijos en las nubes grises. Demasiado débil para moverse, demasiado débil incluso para levantar la cabeza, su respiración era superficial y temblorosa. Con la cabeza dándole vueltas, no podía orientarse en su entorno. Parpadeando, trató de aclarar sus sentidos. Sangró. El corte que le atravesaba el muslo drenaba su vida hacia el campo de batalla. Un movimiento por el rabillo del ojo hizo que su débil corazón palpitara. Unos bigotes parpadeantes y una nariz temblorosa parecían más grandes que la vida tan cerca de su cara. El pelaje húmedo de la rata se enredaba en pinchos, goteando gotas en las puntas, de sus bigotes que le hacían cosquillas en las mejillas. Podía sentir unos pies diminutos que se arrastraban por su vientre acuchillado, otro alrededor del costado de su pierna herida. Con todas sus fuerzas, dejó escapar un grito torturado de sus labios temblorosos.
Sentado en la cama, con el sudor goteando por la nariz, se sobresaltó para salir de la pesadilla, respirando hondo para calmar su corazón palpitante.
Unas manos callosas le rozaron el pecho desnudo y se sobresaltó por las sensaciones de picor, tan parecidas a las de las ratas. “Ya está, ya está, cariño,” dijo la voz ronca. “Es sólo otra pesadilla.”
Se estremeció y se puso de lado, lejos de ella. Ella le ponía la carne de gallina, pero era un medio para conseguir un fin. Su nariz se arrugó por el mohoso colchón de paja de la caja de la cama mientras se acurrucaba en posición fetal. No falta mucho, se consoló a sí mismo. Sólo una semana más o menos y seré libre.
* * * * *
Las estructuras que albergaban las tiendas y los negocios de Stewart Glen se cernían con un juicio opresivo sobre Broderick mientras se abría paso por las estrechas calles empedradas. Caminaba erguido, negándose a rendirse a su escrutinio. El pequeño pueblo de Stewart Glen había crecido en los últimos nueve años, algo especialmente bueno para él, ya que eso aumentaba sus posibilidades de encontrar almas malévolas de las que alimentarse. Una espesa humedad flotaba en el aire helado, haciendo que todo estuviera descolorido y desgastado. Sus pasos no hacían ruido sobre las piedras, y observaba si había movimiento en las sombras. Un grito ahogado surgió de la lejana oscuridad. Los ruidos y los quejidos le hicieron perder la sensibilidad. Una voz áspera le apuñaló la compasión. Se adelantó.
“¡Me lo debes! ¿Dónde está ahora?”
El inconfundible sonido de una mano golpeando la carne (como un corte de carne que golpea una losa de mármol) resonó en la penumbra. Cuando Broderick dobló la esquina del edificio para entrar en el callejón, se detuvo al borde de las sombras. Un ogro de hombre estaba de pie sobre un niño agachado en una esquina, con los brazos del muchacho sobre la cabeza, tratando de defenderse de su atacante.
“Sea lo que sea que creas que tiene,” dijo Broderick, interrumpiendo al hombre, “estoy seguro de que ya te lo habría dado.”
El muchacho se atrevió a asomarse entre las fornidas piernas del hombre que tenía delante. La cara del muchacho se hinchaba y palpitaba de rojo, con el ojo derecho hinchado y los labios partidos y sangrantes. El Hambre se alborotaba, pero Broderick contuvo la sed de sangre.
Por muchas veces que Broderick viera este tipo de abusos, los resultados de semejante brutalidad seguían escandalizándole. Broderick se adentró en el callejón y se alzó ante el hombre.
Escuchó las reflexiones del hombre. Cuando recobró el sentido de la conmoción que le producía el hecho de que alguien se enfrentara a él, el hombre evaluó la enorme estructura de Broderick y se estremeció. Puedo con él, consideró el hombre. Sacó pecho y le clavó el dedo en el hombro a Broderick. “¡Esto no es asunto tuyo! Ahora date la vuelta y olvida todo esto o...”
Broderick agarró la mano del hombre, aplastando sus huesos como ramas secas y haciéndolo caer de rodillas. Lo miró con disgusto. Hace dos momentos, este hombre estaba sobre un niño indefenso, sin tener ninguna consideración por él. Ahora el cobarde gemía y suplicaba por su vida, obteniendo una muestra de su propia brutalidad.
Broderick le soltó la mano, lo agarró por la parte delantera de su camisa manchada de grasa y lo levantó del suelo, acercando la cara del hombre a la suya. Los sonidos y los olores del miedo tocaron como una sinfonía para los sentidos de Broderick. Cerrando los ojos, disfrutó de la melodía. El corazón del hombre latía con una cadencia llena de miedo; su sangre corría por su cuerpo, calentando su piel. Respirando profundamente la calidez que acariciaba el rostro y las fosas nasales de Broderick, éste dio la bienvenida al Hambre que se elevaba en su interior, y un escozor familiar le hizo cosquillas en las encías al extender sus incisivos. Su cuerpo temblaba por el deseo de sangre. Broderick gruñó al hombre, demasiado dispuesto a apaciguar el Hambre que llevaba dentro. Sonriendo satisfecho, expuso sus colmillos para que el hombre los viera.
El cobarde abrió los ojos y empujó y pateó a Broderick, tratando de escapar, con sus gritos espeluznantes vibrando por el callejón. Pero tan pronto como comenzaron sus gritos, Broderick lanzó al hombre contra la pared, silenciándolo. Gimiendo por el impacto, se retorció en agonía en el suelo del callejón. Broderick puso al hombre en pie, su víctima ahora más obediente, y le tomó la cara, obligándole a mirarle a los ojos. Girando la cara hacia un lado, Broderick hundió sus colmillos en la garganta del hombre.
Alimentarse de sus víctimas le permitía acceder plenamente a los recuerdos de sus vidas. Una vez que Broderick se alimentaba de alguien, no tenía secretos. Aprendía todo sobre ellos hasta el momento de la alimentación... y en momentos como este, deseaba poder bloquear algunas de las experiencias. ¡Qué imágenes tan horribles presenció Broderick! Aunque este hombre había sido víctima de la infancia, creció hasta convertirse en un gran abusador de niños de todas las edades y de ambos sexos. Y lo peor de todo es que se enseñoreaba de una pequeña cadena de niños de la gran ciudad de Strathbogie, vendiendo sus cuerpos con fines de lucro a hombres y mujeres dementes de la corte, rangos nobles que se deleitaban en el placer de conocer el cuerpo de un niño. Este niño en el callejón esta noche era uno de los pocos de la nueva cadena que había iniciado en Stewart Glen.
Broderick llenó la mente de este hombre con imágenes aterradoras del infierno, los demonios y la tortura eterna, el tipo de tortura y abuso que este hombre daba a estos niños. Broderick quería drenar a este hombre de la sangre que le quedaba en el cuerpo. Sin embargo, antes de que Broderick pudiera reclamar su vida, refrenó el Hambre y se obligó a detenerse, dejando caer al hombre al suelo. Broderick drenó al hombre más de lo que debía, y supuso que la recuperación sería más larga de lo habitual, pero dejó de alimentarse a tiempo. Todavía no se había alcanzado el punto de no retorno. Si el hombre temía su posible futuro, como Broderick esperaba, se escondería durante un tiempo para curarse. Viviría. Broderick resopló. Si la suerte influía, el hombre no sería capaz de vivir con sus pecados y quitarse la vida. Aunque Broderick pensaba que la muerte de este hombre sería justicia, no tenía derecho a acabar con su lamentable existencia.
Volviéndose hacia el muchacho, Broderick dio un paso hacia él, pero se agachó más en la esquina. “Sé que esto te aterroriza. Por favor, créeme cuando te digo que no voy a hacerte daño.”
El muchacho permaneció en su sitio.
Broderick lo intentó por segunda vez, pero no prevaleció ningún intento de ganarse al muchacho. Sin embargo, no podía dejar al niño con tan horribles recuerdos. Como una serpiente que ataca, Broderick arrebató al muchacho de las sombras y lo sostuvo en sus brazos. Antes de que el niño pudiera darse cuenta de lo sucedido y gritar, apretó la palma de la mano contra la frente del muchacho y cerró los ojos. Con una cuidadosa concentración, adormeció al niño.
“No recuerdes nada, muchacho,” susurró Broderick, borrando la experiencia de su mente.
Dejando la forma inerte del niño en el suelo del callejón, Broderick evaluó sus heridas. Sacando la daga de su morral, Broderick se abrió la palma de la mano y aplicó su sangre inmortal a las llagas del niño como un linimento. En instantes, las heridas sanaron como si nunca hubieran estado allí. El corte de Broderick se curó con la misma rapidez, y reabrió la lesión más de una vez para seguir administrando a las heridas. Una vez que terminó, Broderick volvió a poner al muchacho en el rincón con una mano suave, acurrucándolo en una posición decente para dormir, y luego colocó unos cuantos peniques en su bolsillo. El muchacho se despertaría de la prueba como si la experiencia fuera una terrible pesadilla. Sólo tendría las monedas en el bolsillo para reflexionar.
Volviéndose hacia el cobarde que yacía inmóvil en el callejón, Broderick se atravesó el pulgar y untó con su sangre inmortal las dos heridas punzantes en el cuello del hombre. Las heridas se desvanecieron como el humo que se disipa con el viento. Broderick se echó al hombre al hombro y lo llevó a las afueras de la ciudad. No quería que estuviera cerca del muchacho cuando se despertara. Con poco remordimiento, arrojó al hombre a los arbustos del camino que llevaba al norte de Strathbogie.
Cuando Broderick regresó al campamento gitano, Amice lo saludó con el ceño fruncido. “¿Está todo bien, hijo mío? Pareces preocupado.”
“Sí, Amice. Todo está bien.” Broderick forzó una sonrisa y besó a Amice en la coronilla, desapareciendo en la tienda. Amice reconocía su estado de ánimo, pero también discernía cuándo debía mantener las distancias. No le seguiría al interior de la tienda ni le pediría más información.
Broderick cerró los ojos y maldijo sus emociones. La ira que permitió que reinara libremente sobre su víctima esta noche fue una liberación de su fracaso en perseguir a la persona que intuía. Aun así, se lo merecía. Abriendo los ojos, se paseó por la tienda, con un hormigueo de inquietud en sus miembros. Un hombre melancólico de su tamaño no hacía nada por ganarse la confianza de los clientes para que fueran generosos con sus bolsos, así que se tomó un momento para tranquilizar su mente y prepararse para la noche de adivinación, asegurándose de mantener sus sentidos alerta. Broderick se sentó detrás de la pequeña mesa de caballete con los ojos cerrados y los brazos cruzados. Respirando profunda y cómodamente, imaginó que la tensión abandonaba su cuerpo como la arena a través de un colador. Sí, liberarlo todo. Meditar sobre su sueño sería una buena distracción. Una sonrisa de satisfacción se formó en sus labios.
“¡Davina!” exclamó Lilias, desviando la atención de Davina del asombroso espectáculo de un hombre que se metía una antorcha en la boca. Lilias se puso delante de un Gitano, cuyos brazos chorreaban cintas, y le hizo un gesto a Davina para que se acercara a ella.
Con mucha reticencia, Davina se apartó del espectáculo y se dirigió hacia donde Lilias hablaba con la gitana vestida de cintas. “Oh, estos se ven mucho mejor que los que vimos esta tarde,” coincidió Davina.
Lilias se entusiasmó con la riqueza de colores, la variedad de materiales y diseños, y escogió todos los que pudo meter en su bolsa. Pagó al mercader y se dirigieron a las otras tiendas, admirando las baratijas y los artículos de todos los rincones de la tierra. Mientras tanto, Davina mantenía los ojos abiertos en busca de la vieja gitana y su caravana mística. No sabía adónde se había ido Rosselyn.
Lilias y Davina observaron las finas habilidades de un afilador de cuchillos mientras afilaba una hoja hasta dejarla reluciente, y luego mantuvieron sus carteras cerca de sus cuerpos cuando Lilias vio a un joven cortando un saco de monedas del cinturón de un hombre. Davina recorrió con la mirada una mesa llena de broches y alfileres de todos los diseños y joyas. El mercader se inclinó hacia delante con un alfiler, tratando de tentarla para que comprara la pieza de joyería, pero Davina se negó con un educado gesto de la cabeza mientras tocaba el broche que le había dado Kehr, abrochándose la capa sobre los hombros. Una triste melodía salió de la perfecta «O» de la boca de una pequeña gitana, su anciano abuelo sostenía una abollada taza de lata en su anudada mano, haciendo señas a los numerosos transeúntes. Davina dejó caer unos cuantos peniques en la taza.
Mientras Davina y Lilias seguían atravesando el laberinto de actividad, un hombre sacó del fuego una bola de arcilla del tamaño de un melón junto a su caravana, que rodó hacia su camino, sobresaltándolas. Se acercó disculpándose y recogió la bola caliente con un trapo, llevándola de vuelta a su asiento. Davina se desvió hacia él mientras rompía la bola de arcilla con una piedra. Tomando su cuchillo del suelo a su lado, cortó la bola, revelando un centro blanco y húmedo. Davina se acercó más a él, observándolo más de cerca. “¿Qué tiene allí, señor?” preguntó.
“Erizo horneado,” respondió, ofreciendo un trozo de carne en la punta de su daga. “¿Le gustaría probar un poco, señora?”
Lilias arrugó la nariz. “¡Oh, no, Davina!” Tomó la mano extendida de Davina y miró al gitano como si estuviera loco. “¡Gracias, pero no!”
Davina se rio de la reticencia de su madre. “Vamos, Mamá. ¡Sé valiente!” Davina tomó la carne ofrecida y sopló sobre la carne para aliviar el calor. Olió y se le hizo la boca agua. “¡Oh, esto huele divino!” Se metió el bocado en la boca y exploró el nuevo sabor masticando lenta y deliberadamente, saboreando el suculento sabor. “Casi como un conejo.”
Su madre siguió negando con la cabeza e incluso apretó los labios para transmitir su mensaje. Apartó a Davina mientras ésta agradecía al hombre la muestra.
Lilias dio un codazo a su hija y señaló, indicando la tienda pintada con una mujer de cabello dorado que tocaba una serie de cartas, el fondo de medianoche y los símbolos místicos que la rodeaban. De pie junto a la entrada abatida, la anciana les hizo señas para que se acercaran. El corazón de Davina palpitó contra su caja torácica.
“Deben leer la palma de su mano,” dijo la anciana cuando se acercaron, con una voz de acento francés.
“Parecía usted muy interesada en mi hija esta tarde, madame,” dijo Lilias.
Davina cruzó los ojos con los de la gitana. “Mamá, esta es la gitana que vine a visitar al pueblo hace tantos años.” Lilias expresó su alegría, y Davina se adelantó, tomando las manos ofrecidas por la mujer. “Bon soir, Amice”.
“Me alegro de verte, niña.” Amice dio un paso atrás e inspeccionó a Davina. “¡Oh, chérie! Te has convertido en una mujer tan hermosa. Es un milagro que te haya reconocido al pasar. Cómo he echado de menos nuestras pequeñas conversaciones junto al fuego. Estaba encantada cada día que volvías.” Amice miró a Lilias. “Es evidente que ha transmitido su belleza, madame.”
“Eres demasiado amable, Amice”. Lilias sonrió con orgullo a su hija. “Debes tener tu fortuna contada, cariño.”
“Entonces usted, madame.”
“Oh, no. Estoy segura de que mi futuro no tiene nada que valga la pena discutir.” Los rasgos de Lilias se volvieron hacia abajo, cargados de tristeza, que intentó enmascarar con una sonrisa, pero Davina sabía que su madre lloraba por su marido Parlan y su hijo Kehr. “El conocimiento del futuro beneficiaría a mi hija más que a mí”. Se volvió hacia Davina. “Te esperaré aquí, cariño.” Amice llevó a Lilias a sentarse junto a la hoguera y le entregó una taza de arcilla llena de té humeante. Dos jóvenes que Davina reconoció del pueblo salieron a trompicones de la tienda, riendo, y se detuvieron en seco para no chocar con ella. Se disculparon y se marcharon.
Mientras su madre y Amice conversaban en privado, Davina alejó su creciente inquietud antes de entrar en la tienda. No podía dejar que sus aprensiones destruyeran este emocionante momento, que por fin había llegado a ella. El aroma especiado del incienso recorrió sus sentidos, y su cuerpo se estremeció con los recuerdos de la última vez que pisó este mundo exótico, recuerdos que volvió a visitar una y otra vez durante nueve años.
Se volteó y se enfrentó a él.

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