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Donde Se Oculta El Peligro
Desiree Holt
Taylor se ve repentinamente lanzada a los peligros del mundo corporativo, y su único protector es su ardiente anónimo rollo de una noche. Taylor Scott pensaba que lo tenía todo - una buena vida y un buen trabajo. ¿Sin relaciones? Sin problemas. Pero su mundo se pone patas arriba cuando el padre que nunca supo que tenía se niega a reconocerla, y después la convierte en la única heredera del gran conglomerado que poseía. Es la última cosa que quiere, pero las circunstancias no le dejan másotra opción. Se adentra en un mundo de codicia y traición empresarial donde nadie es lo que parece.

¿Y  la única persona capaz de guiarla por las aguas traicioneras? El hombre con quien tuvo la mejor aventura de una noche, Noah Cantrell. Noah tampoco es lo que parece a primera vista, pero ahora es la única persona en la que Taylor puede confiar.

Mientras el peligro acecha a cada paso que da, ella tiene que confiar en él para todo. El hombre que la hace gritar de placer es el único que puede decirle dónde se oculta el peligro.



Table of Contents
Books by Desiree Holt (#uac56cdaf-7dd1-5a6a-a5db-381a8003349c)
Title Page (#u308995f6-c747-5cdc-a48a-8d155a48b20f)
Legal Page (#ub1486f9e-cdd0-5759-899f-9b929e1d65b8)
Book Description (#u3d3ae827-6dad-5097-80c4-1b52c6c6a39d)
Dedicatoria (#u547a87b4-87b2-56b7-9948-4b1be7de54d9)
Trademark Acknowledgements (#uea1be546-589e-5491-9cfb-eeabad011948)
Capítulo Uno (#u158210d7-5757-5c80-ada6-8ee2d0cbd767)
Capítulo Dos (#u0c406853-f89f-54ac-b0d4-ca3b9abdb014)
Capítulo Tres (#uf7ed3a8e-7d92-59e8-816f-4a0d8f6d034d)
Capítulo Cuatro (#ueed738f5-18b1-51b8-ab25-e0312b7cbdcb)
Capítulo Cinco (#ua5eaff61-f767-5bac-ab10-b0dd2ce31ff5)
Capítulo Seis (#u3fd2f3ce-73ec-54c4-b1ff-768b78988c9c)
Capítulo Siete (#u49da2c9d-2fa5-543a-aa77-584da0987637)
Capítulo Ocho (#ucf38c1e3-7960-5ed3-a39e-91ee690515b0)
Capítulo Nueve (#u1ba58c73-ae1d-56ed-af10-5505fd130fdb)
Capítulo Diez (#uade95cdf-f8aa-58fc-aa4a-f7c700bd72f9)
Capítulo Once (#ucf5b8553-6e55-51b2-921b-88ce2de37c42)
Capítulo Doce (#u41ebef8e-cc4f-5e85-b1f4-254f75ea69bc)
Capítulo Trece (#u9bc55dcf-f5f4-528f-911d-ddf41bd2ebb0)
Capítulo Catorce (#u6ece2489-ae45-5f24-ba52-17d3f3d69643)
Capítulo Quince (#u8f4207e0-068e-5ec3-83bc-e1ac88580762)
Capítulo Dieciseis (#u58533100-5e38-5663-8ea2-ebe2fc2df014)
Capítulo Diecisiete (#udf031386-b243-5727-a844-f6668b180f4e)
Capítulo Dieciocho (#u66d40e5b-6ce2-5fe5-92dc-e2245258d4b2)
More exciting books! (#u78eb2c3c-640f-5fbb-925e-610bbd6d3f22)
About the Author (#uc6370720-81f0-53bb-956e-a743160d8f61)
Totally Bound Publishing books by Desiree Holt

Single Books
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Beg Me (http://www.totallybound.com/beg-me)
Down and Dirty (http://www.totallybound.com/down-and-dirty)
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Cat’s Eyes
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Erected (http://www.totallybound.com/erected)
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Christmas Goes Camo: Melting the Ice (http://www.totallybound.com/christmas-goes-camo)
Treble: Trouble at the Treble T (http://www.totallybound.com/treble)
Subspace: Head Games (http://www.totallybound.com/subspace)
Bound to the Billionaire: Made for Him (http://www.totallybound.com/bound-to-the-billionaire)
Three’s a Charm: Double Entry (http://www.totallybound.com/threes-a-charm)

Collections
Heatwave: Summer Spice (http://www.totallybound.com/summer-spice)
Feral: Black Cat Fever (http://www.totallybound.com/black-cat-fever)
Clandestine Classics: Northanger Abbey (http://www.totallybound.com/northanger-abbey)
A Little Bit Cupid: Hot Pants and Valentines (http://www.totallybound.com/hot-pants-and-valentines)
Calor Corporativo
DONDE SE OCULTA EL PELIGRO
DESIREE HOLT
Donde Se Oculta El Peligro
ISBN # 978-1-80250-017-2
©Copyright Desiree Holt 2017
Primero edición publicada 2017
Esta edición publicada 2021
Diseño de la portada por Posh Gosh ©Copyright May 2017
Traducción al español: Agustin Wals 2021
Diseño del texto interno por Claire Siemaszkiewicz
Editorial Totally Bound

Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, lugares y sucesos provienen de la imaginación de la autora y no deben confundirse con hechos reales. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, eventos o lugares es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida en forma material, ya sea por impresión, fotocopia, escaneo u otro medio, sin la autorización escrita del editor, Totally Bound Publishing.

Las solicitudes deben dirigirse en primer lugar, por escrito, a Totally Bound Publishing. Los actos no autorizados o restringidos en relación con esta publicación pueden dar lugar a acciones civiles y/o penales.

El autor y el ilustrador han hecho valer sus respectivos derechos en virtud de las Leyes de Derechos de Autor, Diseños y Patentes de 1988 (con sus modificaciones) para ser identificados como el autor de este libro y el ilustrador de las ilustraciones.

Publicado en 2021 por Totally Bound Publishing, Reino Unido.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, escaneada o distribuida en forma impresa o electrónica sin permiso. Por favor, no participe ni fomente la piratería de materiales protegidos por derechos de autor en violación de los derechos de los autores. Adquiera sólo copias autorizadas.

Totally Bound Publishing es un sello de Totally Entwined Group Limited.

Si has comprado este libro sin portada debes saber que este libro es propiedad robada. Fue reportado como “no vendido y destruido” a la editorial y ni el autor ni la editorial han recibido ningún pago por este “libro sin portada”.
Libro primero de la serie
Calor Corporativo
Taylor se ve repentinamente lanzada a los peligros del mundo corporativo, y su único protector es su ardiente anónimo rollo de una noche.

Taylor Scott pensaba que lo tenía todo - una buena vida y un buen trabajo. ¿Sin relaciones? Sin problemas. Pero su mundo se pone patas arriba cuando el padre que nunca supo que tenía se niega a reconocerla, y después la convierte en la única heredera del gran conglomerado que poseía. Es la última cosa que quiere, pero las circunstancias no le dejan otra opción. Se adentra en un mundo de codicia y traición empresarial donde nadie es lo que parece

¿Y la única persona capaz de guiarla por las aguas traicioneras? El hombre con quien tuvo la mejor aventura de una noche, Noah Cantrell. Noah tampoco es lo que parece a primera vista, pero ahora es la única persona en la que Taylor puede confiar.

Mientras el peligro acecha a cada paso que da, ella tiene que confiar en él para todo. El hombre que la hace gritar de placer es el único que puede decirle dónde se oculta el peligro.
Dedicatoria
Para mis lectores, que han aguantado conmigo.
Para Claire y Nicki, líderes extraordinarias de Totally Bound - estuvisteis ahí al principio cuando os necesite y me volvisteis a dar un empujón cuando os volví a necesitar.
Mis beta readers, mis amigos más cercanos y la mujer de mi corazón a la que quiero muchísimo, Margie Hager.
Y a mi fabulosa editora, Rebecca Baker Fairfax, quien me enseñó a hacer un monedero de seda a partir de una oreja de cerda.
Sin vosotros este libro no habría visto la luz del dia ni habría dado lugar a la apasionante serie de Calor Corporal. Estoy eternamente agradecida a todos y cada uno de vosotros. Me alegra que emprendamos este viaje juntos.
Trademark Acknowledgements
The author acknowledges the trademarked status and trademark owners of the following wordmarks mentioned in this work of fiction:

Bankers Boxes: Fellowes Brands
Ford Expedition: Ford Motor Company
Gulfstream VI: Gulfstream Aerospace
Google Earth: Google Inc.
Hummers: General Motors Company
Jack Daniel’s: Brown-Forman Corporation
Levi’s: Levi Strauss & Co.
Stetson: The John B. Stetson Company
Texas Armoring: Texas Armoring Corp.
Capítulo Uno
Infierno y condenación.
Taylor Scott nunca maldecía, pero después de esta semana—este día—había adquirido una gran cantidad de palabras que no estaban antes en su vocabulario.
Sentó su cuerpo de metro sesenta y cinco con tacones en uno de los dos taburetes vacíos. Girándose, se miró en el espejo de detrás de la barra. Vio un mechón de pelo castaño y unos ojos color verde esmeralda. El conservador traje azul marino y la blusa de seda sólo presentaban un ligero desgaste tras el enfrentamiento del día. Los pesados aros de oro de sus orejas brillaban incluso en la tenue luz que la coctelería ofrecía.
Nada mal, pensó, evaluándose críticamente. No es un espectáculo. Pechos demasiado pequeños, caderas muy anchas, muslos un poco más gordos de lo que le gustaría. Pero hacía el mejor uso de sus atributos. Claramente no era alguien a quien dejar tirada en las calles, por así decirlo.
No le gustaba especialmente sentarse en los bares—ni siquiera visitarlos, a decir verdad—y hubiera querido una de las mesas pequeñas, pero estaban todas ocupadas. Pero necesitaba una bebida, algo que la hiciera olvidarse del hecho de que en el corto periodo de siete dias, ella había aprendido que su vida entera había sido una mentira. La carta de su abuela estaba doblada en el bolsillo de su chaqueta, una fina hoja de papelería llena de palabras que habían destruido todo lo que había creido sobre su vida hasta ahora.
"¿Qué puedo ofrecerle, señorita?"
Taylor levantó la cabeza. El camarero colocó una servilleta de cóctel en la barra en frente de ella. La esperó pacientemente, ese rubio fornido con ojos que decían que lo había visto y oido todo y una mirada expectante en su cara. ¿Qúe se bebía cuando querías emborracharte? Su experiencia estaba limitada a una pequeña seleccion de buenos vinos y Bloody Marys de los desayunos tardíos de los domingos. Espera. Los socios de la empresa de inversiones en la que trabajaba siempre bebían Jack Daniel's en las funciones corporativas. Negro, significara lo que significase. Dedujo que era tan buena elección como cualquiera.
"Jack Daniel’s Negro, por favor." Trató de que sonara autoriario.
"¿Piedras o limpio?"
Ella frunció el ceño. ¿Por qué tiene que ser tan complicado pedir una bebida? "Oh, esto, piedras por favor."
Era muy consciente de su alrededor. Las paredes del bar eran de un rico y pulido roble, como los paneles de la barra. Las mesas eran de tablas de roble, con sillas cubiertas de un cuero suave. La iluminación, discretamente empotrada, daba a los clientes la ilusión de un manto de oscuridad. Música suave salía de los altavoces escondidos, una efectiva pantalla de sonido para las parejas con las cabezas inclinadas hacia el otro de forma íntima.
"Su bebida, señorita."
El camarero colocó un vaso lleno de un líquido color ambar y cubitos de hielo en una pequeña servilleta, y puso un vaso de agua al lado.
"Por si quería un perseguidor." Le dedicó una media sonrisa.
Agarró el vaso con las dos manos y tomó un buen trago. La primera salpicadura del licor en su lengua era un agudo mordisco con un sabor ahumado, una sensación de ardor para la que no estaba preparada hizo que se le escaparan unas lágrimas y que tosiera.
"Si fuera tú, yo no lo bebería como si fuera limonada. Toma."
La voz era tan profunda y rica que hizo que unos dedos de calor recorrieran su espina dorsal y que pequeñas pulsaciones palpitaran en el corazón de su sexo. Una fuerte mano masculina le tendió un pañuelo blanco como la nieve que ella cogió sin pensar. Se secó los ojos y luego cogió su vaso de agua y bebió la mitad. Entonces levantó la mirada para ver quién había venido en su rescate.
Depredador. Esa es la primera palabra que se le vino a la mente. Una emoción desconocida de tentación prohibida le recorrió el cuerpo al ver al hombre sentado a su derecha. Anchos hombros y manos con dedos largos y delgados. Una cara llena de ángulos con una nariz recta y unos labios sensuales, pero una mirada totalmente ilegible. Ojos más oscuros que el carbón bajo unas pestañas mas gruesas que las suyas. Pelo negro y largo, atado por atras con una tira de cuero.
Había algo feroz con él. Salvaje. Indomable. Peligroso. Una poderosa energía radiaba de él y golpeaba contra su cuerpo, todo ello apenas domado bajo el manto civilizado de un traje a medida y una camisa de vestir de seda. Una imagen prohibida de él desnudo apareció en su mente, su largo pelo negro, los musculos de su bronceado cuerpo ondeando con la luz del sol. Una pantera, a eso le recordaba. Y por un momeno, ella quiso estar perdida en la jungla.
Él levantó una ceja. "¿Pantera? ¿Es eso una contraseña?"
Oh, Dios, ¿he dicho eso en voz alta? "No prestes atención a nada de lo que salga de mi boca esta noche." El calor subió por sus mejillas. "Mi mente no está funcionando correctamente."
Sus ojos se clavaron en ella y se estremeció. El sentido común le decía que debía alejarse lo máximo pasible de ese desconocido antes de verse en una situación que se estuviera fuera de su control. Sus amantes habían sido lamentablemente escasos y decepcionantes y ninguno había hecho que su sangre se calentara y se humedeciera entre sus piernas como lo había hecho este desconocido. Se preguntó como sería tener sexo caliente y sudoroso con él. Los músculos de lo profundo de su cuerpo se contrajeron.
Casi rió. Sus abuelos se revolcarían en sus tumbas si supieran que un pensamiento así había invadido su mente. Bien. Se merecen un poco de hervor en la tumba después de lo que me hicieron.
Taylor sabía que debería acabar su bebida, ir a su habitación y tratar de no pensar en como su vida había sido destruida en pequeños pedacitos. O en el episodio humillante de hoy. Pero el resentimiento había estado hirviendo en su interior durante una semana y lo que había pasado hoy había hecho que se juntara toda la amargura. La implacable disciplina que había permitido que le impusieran durante toda su vida había sido en vano. Por una mentira.
Cuando el abogado que se ocupaba de la herencia de su abuela le entregó la carta en la que se detallaba la monstruosa farsa que había estado viviendo, se llevó el susto de su vida. Nada había sido como ella pensaba. Ni siquiera era Taylor Scott en realidad. En este punto ella no sabía quien diablos era ella. Pero sí sabía quien no quería ser.
Tal vez ahora era el momento para descubrir que le ofrecía la vida. Para saborear la fruta prohibida que siempre se había negado a sí misma.
Devolvió el pañuelo de algodón, notando sus fuertes y delgados dedos mientras lo hacía. El breve contacto hizo que el calor se disparara a traves de ella. "Gracias. Yo, em, tragué más de lo que pretendía."
Él apuntó hacia su vaso. "Hay que sorberlo despacio, no tirarlo. Los buenos whiskeys están hechos para ser saboreados."
"Lo sé." Enderezó la espalda y se revolvió el pelo. "¿Crees que no sé cómo beber un buen whiskey?"
Pensó que se asomaba una sonrisa en su boca, pero el indicio de ello desapareció al momento.
"Creo que tus hábitos de bebida son asunto tuyo. Sólo estaba ofreciendo un amistoso consejo." Le hizo un gesto al camarero y levantó su vaso.
"Bueno, puedes quedarte el consejo, pero gracias por lo del pañuelo. Ahora estoy bien." ¡Mentira!
"Bien. Me alegra ser de ayuda."
Taylor acabó el resto de su bebida a trargos pequeños y trató de ignorar al hombre de su lado. El licor trazó fuego a través de su sangre pero dejó intacto el punto frío que se asentaba en su interior como un bloque de hielo. Levantó la mano y le hizo un gesto al camarero.
"¿Segura de que quieres otro de esos?" La profunda voz provocó otro destello de calor.
"Sí. Estoy segura. Y gracias por preocuparte, pero no necesito que alguien monitorice mis tragos."
Él se encogió de hombros. "Por mí bien." Levantó una ceja cuando el camarero sirvió otro vaso lleno en frente de ella. "¿Celebrando? ¿O ahogando tus penas?"
"Ninguna de las dos. Sólo..." Buscó la palabra correcta, pero no pudo encontrar ninguna. "Sólo bebo."
"Odio tener que decirtelo, pero no parece que lo estés disfrutando mucho."
Taylor se giró para mirarlo y se encontró capturada de nuevo por la oscuridad de sus ojos.
Ojos sin alma. Pero, ¿de dónde venía eso? "Al contrario. Me lo estoy pasando en grande." Tomó un buen trago de su nueva bebida y casi se atragantó de nuevo. Cogió su vaso de agua y bebió de él.
"Mm-hmm. Realmente veo placer en tu cara."
Estaba empezando a ponerle nerviosa. "Eres bastante entrometido." Tuvo que apartarse de su penetrante mirada. "Yo diría que es angustiante descubrir que después de treinta años tu vida ha sido una mentira, y que el único familiar que parece quedarte niegue tu existencia. Llévatelo. Los cuentos de hadas no son reales."
Él levantó una ceja. "Suena bastante serio."
La ira volvió a atravesarla. Serio no era la palabra exacta para describir su sentimiento de traición. Todos estos años de seguir la linea. De asfixiantes normas y poca flexibilidad. De una vida con pocos placeres, luchando por una aprobación que nunca llegó. De la profunda tristeza de su madre y del control autocrático de sus abuelos sobre su vida y la de su madre. Sentía como si alguien le hubiera robado los anteriores treinta años, años que se fueron para siempre. Ahora, ella quería rebelión y venganza.
"Me estoy despidiendo de mi pasado y dando la bienvenida al primer día del resto de mi vida. Creando la nueva yo."
Porque la antigua yo fue el producto de una mentira y muy aburrida.
Taylor resistió la tentación de meter la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacar la hoja de papel y volver a leer las malditas palabras. No importaba Las tenía memorizadas.

Me doy cuenta ahora de que fue un error ocultarte esto durante todos estos años. Tienes que creer que nuestras intenciones fueron las mejores. Pero ya sabes lo que dicen de las buenas intenciones. Ciertamente, nos han allanado el camino al infierno a todos nosotros.

El hombre acabó su bebida y pidió que se la rellenaran. "No pareces alguien con un pasado del que necesite deshacerse."
"Demuestra lo mucho que sabes." Taylor tragó las ultimas gotas de su vaso y la tensión de su cuerpo se soltó un poco más. El whiskey estaba empezando a hacer su magia en ella. La ira seguia allí igulamente. Eso no se iría pronto.
"¿Qué te trae por San Antonio?"
Una mala decisión. No todos los días me echan de las oficinas de la empresa como si fuera una especie de criminal o un trozo de basuura.
"Es personal." Así que callate y déjame sola. Hizo un gesto al camarero para pedir otro trago. Tal vez, con el suficiente licor en su sistema podría olvidar todo su dolor.
"Supongo que las cosas no fueron bien." Él agarró su bebida fresca y la tomó de un trago.
"Podría decirse. De hecho, se podría decir que no ir bien es un gran eufemismo."
"Eso suena mal."
"Sí. Muy mal." El whiskey en el vaso chapoteó ligeramente cuando ella lo cogió y se lamió las gotas de la mano.
"Tal vez sea mejor que esa sea la última. Odiaría verte intentar conducir hasta casa después de tantas."
Ella volvió sus furiosos ojos hacia él. "Escucha, quienquiera que seas, soy lo suficientemente mayor como para saber cúanto beber. No necesito una niñera. Y me quedo aquí en el hotel, así que si me desmayo, no tengo que irme muy lejos." Lo miró fijamente, después sacudió la cabeza y se pasó los dedos por el pelo. "Perdona. Ha sido grosero por mi parte. Sólo estoy de mal humor esta noche."
Él alargó la mano para ponerla en su antebrazo e incluso a través de las capas de tela sus dedos se sintieron como hierros candentes en su piel. Una pequeña chispa electrica recorrió su cuerpo.
Estrechó la mirada. Ella vió que él tambien la había sentido. Se miraron por un largo momento. Él rompió el contacto visual primero. "Tal vez hablar con alguien ayude."

Sí. Hablame para que pueda descubrir que se pasa por esa bonita cabeza tuya.
Inclinó su vaso y dio otro trago a su gaseosa. Nada de alcohol para él esta noche. Tenía una misión, y no podía permitirse el lujo de tener sus sentidos debilitados. Si había algo que deseara, es que ella hubiera sido fea y abrasiva. Alguien que pudiera desagradarle facilmente. ¿Por qué tenía que ser tan atractiva?
Ya estaba lamentando su decisión de venir aquí. Había otras formas de conseguir lo mismo. Debería haberlas cogido. Las mujeres como ella eran peligrosas para él. Tan suave. Tan atractiva. Tan fácil de dejar pasar por debajo de las barreras. Y ahí estaba el desastre.
Ya pasó por esto una vez. Había sido suficiente para él. No, necesitaba dejar sus murallas aseguradas, y estar sentado aquí con esta mujer no era la manera de que eso pasara.
Acaba tu bebida y vete, quiso decir. Vete de este bar, de este hotel, de esta ciudad. Escóndete lejos de mi y no vuelvas nunca.
Por primera vez en años, se le antojó una bebida de verdad.

Ella tomó otro trago de whiskey. "No puedes hacer nada por los años que he perdido. O hacer que mi propia sangre me acepte."
"Entonces, ¿esto es por problemas familiares?"
Soltó una risa corta y amarga. "Lo sería si tuvieste familia." Acabó lo que quedaba de su bebida y pidió una más. Estaban bajando más fácil ahora.
"Sé que solo soy un desconocido en un bar," siguió, "y que no soy nadie de quien tengas que recibir órdenes, así que considera esto una sugerencia. Creo que deberías hacer de este próximo trago el último."
"Gracias, pero yo decidiré cuándo he tenido suficiente." Y eso podría ser más pronto que tarde.
Taylor se concentró en acabar la bebida, la carta todavía quemaba un agujero en su bolsillo. El hombre la miró con esos profundos ojos negros. Finalmente, tragó lo que quedaba de whiskey e hizo un gesto al camarero para pedir la cuenta. No tuvo problemas para pagar, pero cuando intentó moverse de su asiento casi se tiró al suelo.
Unas manos fuertes la cogieron y la levantaron. "¿Qué tal si te acompaño hasta el ascensor? Solo para asegurarme de que llegas a la recepción a salvo."
"No estoy borracha," insitió ella. "Sólo un poco... débil de rodillas." Y quiso que mantuviera esas manos encima suya, que la tocara, que volviera esa chispa eléctrica.
La mueca de una sonrisa apareció en su boca de nuevo. "Entendible si has tenido un mal día. Vamos. Déjame demostrar que la caballerosidad no ha muerto."
Agarró su brazo y la acompañó fuera del bar, por alguna razón, su impresionante altura hizo que se sintiera más segura. Caminaron hasta el ascensor con su brazo alrededor de ella, estabilizándola. Taylor se apoyó en él para captar su esencia, un aroma masculino que de alguna manera le recordaba a la jungla. O a lo que ella creía que olían las junglas. Pantera. Sintió los músculos tensos de su cuerpo a través de la ropa y se preguntó cómo sería él desnudo.
Tan pronto como le golpeó el pensamiento, intentó deshacerse de él. Taylor Scott no se entretenía con imágenes de hombres desnudos. Incluso había tenido sexo con las luces apagadas.
Si es que se le puede llamar sexo a los pocos torpes y embarazosos intentos de hacerlo.
"¿Qué piso?
"¿Hmm?" Levantó los ojos pesados hacia él.
"Piso. Donde está tu habitación. Quiero asegurarme de que llegas bien adentro."
"Cinco. Estoy en la quinta planta." Su cercanía la abrumaba, el masculino calor de su cuerpo la cubría como una manta. Él era todo lo que ella se había negado a sí misma toda su vida. Todo lo que le enseñaron a evitar. De lo que tenía que protegerse. Ahora esa vida estaba hecha trizas y quería lo que se había perdido. Lo quería a él.
¿Y por qué no? No lo volveré a ver nunca. Una noche. ¿Qué daño podría hacer?
En el camino a su habitación, la sostuvo contra él. En la puerta, abrió su bolso para sacar la tarjeta de la llave y tanteó tratando de introducirla en la cerradura.
"Trae. Déjame." Se la sacó de sus dedos de forma delicada, cambió y abrió la puerta. Dentro, pulsó el interruptor de la luz y se encendió una lampara. "Bueno, has llegado a tu habitación a salvo. Creo que puedes manejarte desde aquí."
Taylor tomó aire y durante un latido, trató de recuperar todas las inhibiciones que el whiskey había soltado. En treinta años, nunca había hecho algo de forma impulsiva. ¿La hacía ello disciplinada, o reprimida? Y si cedía ahora, ¿a quién le iba a importar? Su cuerpo brillaba con sensaciones desconocidas y una necesidad que apenas podía identificar se abría paso desde su núcleo.
Mañana, ella se habrá ido, de vuelta a lo que fuera que la esperaba ahora en su fragmentada vida. Esta noche, quería algo para ella. Algo peligroso, algo perverso.
El hombre se quedó ahi, mirandola, evanduándola como si intentara asegurarse de que era seguro dejarla. Con algo parecido a la desesperación, agarro el cuello de su traje y tiró hacia ella.
En un momento, vislumbró su cara de asombro. Lo siguiente, ella estaba presionando su boca contra la suya, y deseando que la abriera para poder ahogarse dentro.
Capítulo Dos
Su cuerpo se tensó y onduló bajo su tacto, ella se aferró con más fuerza a la tela de su chaqueta para evitar que se fuera. Ella quería a este hombre de formas que no había querido a nadie más. Formas que la sobresaltaron mientras su cuerpo reaccionaba de una manera desconocida. Casi cambió de idea, asustada por la explosión de deseo que la atravesaban, pero la determinación superaba la trepidación. Por todas las cosas que había perdido y por las que nunca había tenido, se merecía esto. Presionó su lengua contra su boca y, ya sea por la sorpresa o el deseo, él la abrió y ella lo saboreó. Whiskey y café y menta combinados para producir un sabor embriagador que tentaba sus sentidos. Le chupó la lengua, atrayéndolo a su boca en un beso más sensual de lo que jamás se habría permitido. O había querido.
Le agarró con fuerza la parte superior de los brazos, como si quisiera apartarla, pero ella se agarró a muerte a sus solapas. Estaba cansada de ser conservadora y obediente. La semana pasada se había deshecho de todas las bandas de acero que restringían su vida, y hoy terminaba el trabajo. Toda la obediencia había sido para nada. Ahora, quería algo salvaje, una noche que la ayudara a borrar todos los sentimientos oscuros que la invadían.
Con un gemido, el hombre la acercó. Introdujo su lengua en su boca, respondiendo a la suya, sin dejar ningún centímetro de la oscura humedad sin tocar. La leve aspereza de su piel rozaba sus tejidos sensibles, llamando a jugar a cada nervio oculto. Él presionó sus labios contra los suyos, que los deboraba, mientras le clababa los dedos en los hombros.
Se quedaron suspendidos en la oscuridad, las sensaciones del beso se dispararon a través de ella y provocaron reacciones de su cuerpo que llevaban mucho tiempo dormidas. Sus pezones hormigueaban y la humedad se colaba entre sus muslos. Ella hubiera dado lo que fuera para quedarse así para siempre, balanceandose en un precipicio.
Él fue el primero en separarse, mirándola con ojos brillantes. "Creo que has bebido demasiado."
Taylor estaba intentando encontrar su aliento, pero todo el aire había sido extraido de sus pulmones. El pulso que latía entre sus piernas resonaba en su interior. Ella sabía sobre "calentarse" y "humedecerse", pero esta fue la primera vez que un hombre la hacía sentirlo. La bebida no tenía nada que ver con lo que le estaba pasando. Era el hombre, un poderoso animal de la jungla que llamaba a la naturaleza oculta dentro de ella.
"Esto es cosa mía, no del whiskey." Tomó aire de nuevo y trató de arrastrar su cara hacia la suya.
Apretó las manos sobre los hombros de ella y un sonido estrangulado salió de su garganta. "Soy un extraño. No puedes simplemente traerme a tu habitación de esta forma. ¿No sabes que este tipo de cosas no son seguras?"
"No creo que vayas a hacerme daño," susurró ella. "No sé por qué, pero confío en ti."
Y no era del todo absurdo, ¿cuándo había confiado en nadie en toda su vida? Incluso así algo en él le dió sensación de seguridad, realmente algo insusual estando atrapada con una pantera enjaulada. "Por favor, no te alejes." Con dedos ligeramente temblorosos, le quitó la corbata y le desabrochó la camisa. Presionó su cuerpo contra el suyo, ruborizandose por la fuerte erección que las capas de ropa que había entre ellos no podían ocultar.
"Esto es una locura." Su voz era fuerte y provocadora, su agarre sobre ella se hacía más fuerte casi hasta el punto de dolor. "Hay cosas sobre mí que no sabes."
Taylor lamió la piel de su pecho que había expuesto y metió las manos en el interior de su camisa. El calor de su cuerpo casi la quemó. Bajo la caliente piel masculina, era más duro que el acero, con grandes musculos en forma de cuerda. Hizo bailar la punta de su lengua sobre su pecho y sonrió al oír su respiración entrecortada.
Levantó la mirada hacia él, teniendo problemas para decir algo. "¿Eres un criminal en captura? ¿Tienes alguna enfermedad mortal? ¿No? Entonces no me importa nada más." Su voz bajó hasta un susurro. "Quiero esto. Te quiero a ti."
"Escucha, tú no sabes... Dios mio, debería hacer que me miraran la cabeza. No puedo hacer esto."
¿Por qué?" Ella tiró de su corbata. "¿Tan repulsiva soy?" Dejó caer sus manos y se giró, consumida tanto por el deseo como por la vergüenza. Por supuesto. Está acostumbrado a mujeres con largas y gráciles piernas y pechos amplios, caderas diminutas y culos pequeños. Los de su tipo sólo se calientan con las mujeres delgadas como modelos. "Es eso, ¿verdad? Seguro que todas tus mujeres son rubias altas con vestidos de talla dos."
"Eso no es cierto. Para nada." La alcanzó y la hizo girar para que estuviera frente a él. "Es solo que..." Los músculos de su garganta trabajaron por reflejo mientras tragaba. "Tengo que irme de aquí."
Ella vió el calor en sus ojos, sintió el deseo que fluía de sus manos a su cuerpo y el whiskey la potenció. "Pero no es lo que realmente quieres, ¿verdad? O ya estarías fuera de la puerta." Alargó la mano y la apoyó en su entrepierna, un movimiento muy atrevido para ella. Acarició el duro e impresionante bulto a través de la tela del pantalon y lo apretó. "¿Ves? Tú también me deseas. Esto me lo confirma."
Dios mio, ¿estoy haciendo esto?
Él aspiró su aliento. Por un largo momento, se quedaron quietos, su mano encima de su entrepierna mientras esperaba que se resolviera la guerra que él estaba librando consigo mismo. Entonces, como si fuera una decisión espontanea, sacó sus manos de ahí y se sacó la chaqueta, la camisa y la corbata. "Seré condenado al infierno por esto."
Y la saliva de su boca se secó ante la amplia extensión del pecho y los suaves rizos que se extendían por él y descendían en forma de flecha hasta su ingle. Se quedó quieta, esperando que se quitara el resto de su ropa y preguntándose que hacer ahora.
Volvió a acercarse a ella y le pasó los labios por la frente. "No parece que este sea un baile familiar para ti. Última oportunidad para cambiar de opinión. De lo contrario, guiaré yo."
"No voy a cambiar de opinión." Quiero esto. Necesito esto. No te alejes de mi.
"Deberían dispararme." Su voz sonó fatigada. "Yo no..."
Impaciente por su desgana, agarró los bordes de la chaqueta y de la blusa y las abrió, haciendo saltar los botones al suelo. Después vino la falda, bajandola hasta sus pies. Dió un paso y la pateó, lo mismo con sus zapatos. Se alegraba de no haber llevado medias. Su abuela estaría tan escandalizada, lo que era la razón por la que lo había hecho.
Dio un respiro busco cuando su mirada se dirigió a sus pechos y sus pezones se endurecieron hasta convertirse en puntas afiladas.
Pasó un dedo por la parte superior de sus pechos, de un lado a otro, como si memorizara la textura de su piel. Cuando se acercó a ella por detrás y soltró el trozo de enclaje y seda, sus pechos se liberaron y él los cogió con las manos.
"Tienes unos pechos increibles." Su voz era de asombro. "Magníficos." Agachó la cabeza y se llevó un pico a la boca, tirando de él, bañandolo con el calor húmedo.
El calor se extendió directamente desde sus labios hasta su vientre. Cuando le mordió suavemente el pezón y le pasó la lengua encima, ella pensó que se iba a desmayar de placer. Sólo ese ligero roce de sus dientes y el tirón de su boca fueron suficientes para hacer que sus piernas se tambalearan.
Él se rio suavemente y la tomó en sus brazos. "Creo que estarías mucho mejor acostada, ¿no te parece?"
Retiró las sábanas de la cama y la acostó sobre el frescor de la cama. Su mano era cálida en su abdomen mientras lo acariciaba ligeramente antes de bajar con un suave deslizamiento. El tacto de cada uno de los dedos era como un fiero beso en su piel. Taylor se estremeció tanto por la antipación como por el miedo a lo desconocido. Ningún hombre la había mirado con una mirada tan devoradora. Cuando deslizó su mano dentro de sus bragas y se burló de sus rizos con los dedos, las palpitaciones en el interior de sus paredes vaginales aumentaron su ritmo.
Apenas tuvo un segundo para que su inseguro yo se preguntara si el tacto de ella le resultaba agradable y sus rizos suaves y atractivos. Entonces las bragas desaparecieron y ella quedó desnuda.
Cuando ella se acercó para apagar a lámpara de la mesa de noche, él negó con la cabeza y cerró los dedos alrededor de su mano. Habló con una voz cargada de deseo. "No voy a hacer esto a oscuras. Quiero ver cada centímetro tuyo."
Ella se estremeció bajo su mirada, apartando la cabeza de la luminosidad. Nadie la había visto nunca completamente desnuda, a parte de los doctores. Su pocos amantes habían estado más dispuestos a hacerlo en completa oscuridad. Su elección, pero ninguno había puesto pegas. La oscuridad le había dado sensación de refugio, escondiendo sus defectos y protegiéndola de la decepción que estaba segura de ver en los ojos de su pareja. Y eso es lo que habían sido todos—parejas. No amantes. Los amantes acariciaban y adoraraban. Sus torpes experimentaciones nunca habían incluido eso.
Pero él le pasó las manos por los brazos y las caderas como si acariciara una fina seda y su piel se estremeció bajo la intensidad de su mirada, el barrido de sus ojos la tocó como una caricia. No había nada de la esperada decepción, ninguna indicación de haber encontrado su cuerpo insuficiente. Eso en sí mismo alivió la dolorosa banda alrededor de su corazón. Sin apartar la mirada de ella, se deshizo de los zapatos y los calcetines, los pantalones y los calzoncillos. Cuando su polla se liberó, su visión hizo que la saliva se acumulara en su boca. Era enorme, latiendo orgullosamente erecta desde los pelos oscuros de su base. Debajo, sus pesados testículos descansaban en sus muslos. Ella tragó, preguntandose si cabría entera dentro de ella.
Como leyendole la mente, él diijo, "No te preocupes. Estarás bien. Te prometo que no te dolerá."
Bien. Qué palabra tan suave para describir lo que quería sentir.
Ella devoró su desnudo cuerpo con sus ojos. Él era un animal magnifico, su pantera. La lámpara de su cabecera se reflejaba en los músculos ondulados y la piel bronceada de su cuerpo esculpido. Guerrero. El cazador, no la presa. Él devoraría y la presa saborearía la devoración. Ella a penas podía respirar y pensó en ser capturada por él.
Él miró su cara con atención mientras se arrodillaba en el colchón a sus pies. Colocando sus manos sobre sus piernas, las dobló y las abrió, exponiéndola completamente. Se quedó sin aliento cuando él miró cada centímetro suyo. Nadie, ninguno de los decepcionantes hombres con los que había tenido sexo tan insatisfactorio, la habían expuesto a tal vergüenza o la había mirado de forma tan hambrienta. O había querido hacerlo.
Su primer instinto fue cubrirse a sí misma, asustada de la mirada que parecía ver dentro de ella. Pero el calor de sus ojos lo hizo desaparecer y, de repente, ella quiso más. Quería exponerse más. Sentir más. Con los ojos clavados en él, abrió más las piernas para ofrecerle un acceso aún mayor, sorpendida por la oleada de placer que le produjo.
"Te gusta, ¿verdad? Me pregunto que más habrá bajo ese correcto exterior tuyo." Su cara no delataba ada, pero sus ojos brillaban y acariciaba los labios de su sexo, tanteando suavemente. Cuando él hablo, su voz era casi reverente. "Dios, tu coño es precioso."
Ella se sacudió ligeramente por sus palabras y él soltó una suave risa.
"No estás acostumbrada a que la gente te llame preciosa? ¿O es llamárselo a un coño lo que pone esa mirada de asombro en tus ojos? ¿Ofende a tus sensibles orejas? Ve acostumbrándote. Cualquier tipo de sexo educado que hayas tenido hasta ahora está fuera de la ventana. Esta noche, voy a mirar cada centímetro de tu coño"—recalcó la palabra—“tu vagina. Voya poner mi boca en ti y voy a lamerte y despues meteré mis dedos dentro tuyo. Cuando estés bien y preparada, te meteré la polla y te follaré hasta que no sepas ni quién eres." Se inclinó hacia ella. "¿Podrás con ello, pequeña?"
Su voz era dura con un indefinido filo subyacente. ¿Fallaba algo? ¿Le había disgustado ya de alguna manera? Estaba atrapada en una mezcla de inexperiencia y necesidad incontenida, sin saber cómo tatar con un hombre tan complejo. ¿Qué esperaba que dijera?
"¿Podrás?" repitió él, sus ojos demandando una respuesta de ella.
"Sí," siseó al fin, empujándose hacia él. Más que asustarla, sus palabras la excitaron hasta un punto increible. Su cuerpo de repente no era el suyo, era in instrumento que el mundo estaba afinando para el expectáculo principal. "Y no soy pequeña. Nada de eso."
Él alargó un pulgar y un índice y le dio un ligero pellizco en el clítoris. "Ya veremos, ¿verdad, pequeña? Querías liberar la pantera. Esto es lo que obtienes."
"Taylor." Se esforzaba por aferrarse a los hilos de su mente, que se hundía rápidamente en una bruma.
"¿Qué?" Él frunció el ceño.
"Mi nombre es Taylor. Llamame Taylor, no 'pequeña'."
"De acuerdo, Taylor." Recalcó el nombre, con un tono ligeramente burlón. "Hora de sentir el mordisco de la pantera."
Su cuerpo se movió anticipando lo que sus palabras prometieron.
Se subió a la cama y le acunó los pechos con las palmas de las manos, frotando los pulgares y los índices sobre los pezones. Cuando tiró de ellos y los pellizcó, el agudo mordisco de dolor envió flechas de calor directamente a su vientre. Pero el calor de su boca los calmó mientras lamía lentamente. Con un movimiento lento, frotó las yemas de sus dedos hacia adelante y hacia atrás sobre los puntos calientes hasta que Taylor pensó que se correría sólo por su atención a sus pechos.
Se movió bajo él, deseando que la acariciara de nuevo entre las piernas, quiendo sentir sus manos tocándola de nuevo, tanteando, exprimiendo cada gota de líquido de ella. Esta era cada fantasía que había reprimido y que se hacía realidad con el tipo de hombre con el que había soñado pero que siempre estaba fuera de su alcance. Sus manos eran mágicas en ella, su lengua ardía donde sea que la tocara. Su cuerpo estaba tan excitado que no podía contenerse. Ella movió sus caderas y las empujó hacia él. Lo que sea que le impulsaba no importaba, sólo que le proporcionaba el placer prometido con cada toque de sus manos.
"Tócame como antes," suplicó, su voz venía de un lugar lejano. "Con tus dedos. Por favor."
"No me metas prisa." Dijo las palabras directamente frente a sus caderas, su voz se hizo líquida en su boca. "Planeo tomarme mi tiempo con esto. Un festín no debe ser apresurado. Debería ser saboreado y disfrutado lentamente, dejando que los sabores invadan tu cuerpo."
Cuando tocó su boca con la suya, su lengua metiendose dentro, el calor consumiéndola, sin dejar ningún hueco libre. Esto iba más allá de lo que nunca había experimentado, incluso de lo que nunca había soñado. Si le quedaba un pensamiento racional, el fuego lo consumió.
Taylor alargó la mano para desatar su insignia de civilización, la correa de cuero que le sujetaba el pelo recogido en la nuca, y su cabello caía suelto y espeso alrededor de los hombros. Pasó sus dedos a través, sintiendo la sedosa textura, y las hebras se desprendían fácilmente de su tacto. Se movió contra él, presionando su cuerpo hacia arriba contra su calor y su dureza. La hizo consciente de él de una manera que nunca había sido consciente de otro hombre, su poderosa fuerza la envolvía.
"Tranquila, Taylor." Con su gran mano, le acunó la cadera, tranquilizándola, con su voz de canturreo. "No queremos perdernos todo lo bueno."
Le besó la mandíbula, debajo de la oreja, por la columna de su cuello, pintando su piel con la lengua. Rozó con sus dientes la columna de su cuello y mordió suavemente el lugar donde se unían su cuello y su hombro. Entonces, en el siguiente momento, calmó el mordisco con un tierno movimiento de lengua.
Se estremeció y el fuerte latido dentro de su núcleo se intensificó.
Cuando volvió a sus pechos, se paró a lamer cada uno de nuevo, provocando pequeños gemidos en ella. Sentía el pecho hinchado y apretado y estaba segura de que sus pezones iban a estallar. Su barba raspaba contra la ternura de su piel, luego la sedosidad de su vello fluía sobre ella. Cuando estuvo segura de que se correría si él seguía así un minuto más, movió la cabeza y presionó su boca abierta sobre la suavidad de su vientre. La sensación hizo que los músculos de su vagina se contrajeran y la humedad brotara de ella, empapando los rizos que cubrían la abertura de su sexo. Dios, ella lo quería ahí. Que la tocara ahí.
Con una atención detallada que solo podía llamarse reverente, él la besó a lo largo de su cuerpo, lamiendo cada centímetro de piel que recorría con su boca. Por fin, se arrodilló y la atrajo hacia él con las piernas colgadas sobre sus muslos. Con sus pulgares, separó sus labios, mirando fijamente su coño abierto. Sin previo aviso, se inclinó y le pasó la lengua por la costura, para luego pasarla por su hinchado bulto. Su cuerpo se estremeció y casi se cayó de la cama. Lo habría hecho, si no fuera por la presión de él en el interior de sus muslos.
"Delicioso. Sabía que tendrías este delicioso sabor."
Él la lamió de nuevo y cuando al fin se sació, separo sus labios, deslizó un dedo largo y delgado dentro de ella y lo acarició de un lado a otro.
Su músculo interior se apretó de inmediato. Agarrando la sábana con los puños, empujó contra su mano, instándole a que explorara, queriendo sentirle más, más profundo. Dios, una simple exploración de su vagina y ella ya estaba preparada para volverse del revés para él. Ella quiso atraerlo a lo más profundo de su cuerpo. Cuando metió un segundo dedo junto al primero, los temblores la recorrieron.
"Apretado y húmedo. Podrías apretar mi polla hasta la muerte. No sé que hacer primero con semejante banquete extendido ante mí. Pero creo que voy a follarte con mis dedos, porque quiero ver ese increible coño cuando te corras. Por primera vez."
"Mmm," fue todo lo que logró decir mientras él deslizaba sus dedos dentro de su carne caliente y expectante.
Se inclinó hacia él, su cara llena de lujuria. "Mejor que tocarte tu misma, ¿verdad, pequeña? Mejor que tu vibrador." Cuando ella no respondió, apareció sorpresa en su cara, pero la borró casi de inmediato. Frunció el ceño. "Nunca has usado un vibrador, ¿no? Nunca te has tocado o usado tu mano para sentirte liberada?"
Bajó los parpados mientras trataba de ocultar su verguenza. Ella no podía decirle que en la casa donde creció, todo le estaba prohibido y nada era privado. No había dónde esconderse para darse placer o para ocultar los juguetes que necesitaba. No deja de ser asombroso que haya conseguido incluso las insatisfactorias y torpes incursiones en el sexo que ha logrado sin que sus abuelos vean el conocimiento revelador en sus ojos o estampado de alguna manera en su cara.
Ahora, quería todo eso. Todo. El destino había dejado caer a este hombre en su regazo. Después de esta noche, no lo vería nunca, así que era libre de entregarse a cualquier fantasía. Podía acutar con todo el abandono que quisiera y no temer la censura ni las habladurías.
Cuando se levantó de repente y abandonó su cuerpo, la ausencia de su tacto la perturbó. ¿Se iba? ¿Ahora? Seguramente no. "¿Está todo bien? ¿A dónde vas?"
"Está todo bien. Solo he visto algo que quiero. Recogió el espejo de mano que ella había colocado en el tocador y luego regresó, con las piernas de ella abiertas de nuevo sobre sus poderosos muslos. Apoyó el espejo contra su estómago para que estuviera de cara a Taylor. "Quiero que me mires, pequeña. Mira cómo se ve tu increible coño cuando meto y saco mis dedos." Su voz se hizo más gruesa. "Supongo que nunca te habías mirado en el espejo, ¿verdad? Quiero que veas lo que te has perdido todos estos años. Cómo es tener la mano de un hombre estirando estos pequeños y apretados músculos y esparciendo tus jugos en esa suave carne. Mírate mientras te doy placer, ve cómo tu cuerpo responde ante mí.
"Yo nunca..."
"No, estoy seguro de que nunca lo has hecho." Su voz estaba cargada de lujuria. "Pero, esta noche, lo harás."
Su piel se calentó cuando su mirada se dirigió automaticamente al espejo, y lo vio abrir su coño y deslizar dos dedos en su interior. Oscuros zarcillos de necesidad se enroscaron en su estómago y extendieron sus tentáculos a cada parte de su cuerpo. La bombardearon sensaciones desconocidas, despertando su sexualidad dormida.
"¿Quieres saber cómo te sientes, pequeña?" Su voz era gruesa con deséo. "Raso húmedo. Eres muy suave por dentro y muy húmeda. Resbaladiza. Pero ajustada. Muy ajustada. Veamos cómo de ajustada eres." Deslizó un tercer dedo y los flexionó juntos para estirarla.
Taylor no podía apartar la mirada del espejo, de sus dedos deslizandose dentro y fuera de ella, de la superficialidad que le decía lo humeda que estaba. Estaba fascinada por la vista de esos fuertes dedos masculinos golpeando fuera y dentro de su vagina, los nudillos rozando los rizos de su sexo, que estaban inundados por su humedad. Automaticamente, separó más sus piernas y se apoyó en los codos para tener una visión sin obstáculos del espejo de mano.
Mientras observaba el suave movimiento—dentro, fuera, dentro, fuera—el temblor en su vaina se hizo más rápido y más duro y se hizo eco en su cuerpo.
"¿Te gusta pequeña?" Su voz tenía un ligero temblor. "¿Te excita esto?"
No podía hablar, tan atrapada por el espectáculo erótico que tenía ante sus ojos que el habla era imposible. Pero cuando su otra mano se dirigió a su hinchado bulto y lo masajeó, ella quiso cerrar los ojos y dejarse llevar por la sensación.
"Abre los ojos, pequeña," ordenó él con una voz suave. "Los ojos bien abiertos. Pon tus pies en mis muslos y dobla las rodillas." Asintió cuando ella obedeció. "Así está bien."
Ahora ella podía verlo todo, su sexo entero, su núcleo, donde sus dedos seguían con su movimiento hipnótico mientras masajeaba su clítoris.
"Dios." La palabra se escapó de sus labios.
Sus ojos se clavaron en ella. "Te calienta, ¿verdad? Pensé que lo haría."
Taylor vagamente podía oirlo ahora, aunque él no debaja de hablarle meintras convertía su clítoris en un nudo palpitante de tejido y su vaina codiciosa. Queriendo más, necesitando más, movió sus manos a la parte interior de sus muslos, manteniendo sus piernas extendidas para no obstruir la vista del espejo.
Cada una de las sensaciones de su cuerpo se incrementaron, consumiendola hasta que no existiera nada más que un intenso orgasmo. Intentó apartarse de él, aterrorizada por un lugar en el que nunca había estado, pero con la necesidad de ir. Su cuerpo le dio la bienvenida mientras su mente lo combatía. Una fina capa de sudor la cubría y le costaba respirar.
"No lo combatas." Su voz era oscura y seductora. "Acompáñalo. Deja que venga."
Sin previo aviso, el orgasmo se apoderó de ella, un violento levantamiento y sacudida, olas de sensaciones que golpeaban su cuerpo, la lanzaban de un lado a otro y la golpeaban con una intensidad aterradora. Los espasmos la sorprendieron más allá de su control. Su sangre estaba caliente. No—templada. No—caliente.
Él movió una mano para presionar su abdomen y mantenerla en su sitio mientras su cuerpo se entregaba al orgasmo. "Mira," ordenó él. "No apartes la mirada."
Taylor quiso echar la cabeza atras y gritar con éxtasis, pero se obligó a mirar el espejo. Vio como las paredes de su coño agarraban sus dedos, palpitaban contra ellos y el líquido brotaba de ella hacia su mano. Sus ojos se centraron en su cara, mirando, tal vez midiendo la fuerza de sus espasmos. En su punto más alto, empujó con más fuerza dentro de ella y sus dedos rozaron el punto sensible que la hizo caer de nuevo, un juguete en el viento que la consumía.
Mantuvo sus dedos dentro de la vaina, acariciando la carne aún temblorosa hasta que la última réplica se apagó. Cuando los sacó, los llevó a su boca y lamió cada uno con cuidado. Sus ojos brillaron. "Dulce crema, pequeña. Muy dulce."
Apartando el espejo, también se movió hasta quedar tumbado junto a ella. Tiró de su cuerpo contra el suyo, todavía temblando por su climax. Le acarició la espalda, sus grandes manos la acariciaron y la sostuvieron mientras su respiración volvía a ser algo parecido a la normal.

Esto tiene que ser la cosa más loca que él haya hecho nunca. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? No tenía nada que hacer en esta habitación con esta mujer en particular. Un disparo sería demasiado generoso para él.
No era un hombre que se dejara llevar por su polla. Ni mucho menos. Y la pasión era una emoción prohibida en su vida. El pasado le había enseñado lo que podía ser una trampa. Le picaba y se rascaba. Cuando satisfacía sus necesidades sexuales, siempre era sincero con las mujeres que se llevaba a la cama. No esperes nada, les decía. No tenía nada que ofrecer.
Sin embargo, aquí estaba, incapaz de alejarse de esta mujer que le hacía sentir cosas muertas y enterradas desde hace tiempo. Una mujer con quien no tenía nada que ver en primer lugar.
Considerando su edad, era sorprendentemente inexperta, pero el fuego floreció bajo la piel de alabastro y se encendió en sus ojos verde esmeralda. Su falta de experiencia hacía que se calentara más que por la mujer en sí. Con cada respuesta que obtenía de ella, su propio cuerpo reaccionaba.
Sus ojos deboraron su desnudez, imprimiendo la imagen en su mente. Era una miniatura de Rubens que cobraba vida, todo curvas exuberantes y carne voluptuosa. Pechos que cabían bien en la palma de sus manos. Caderas y muslos con los que un hombre podía darse un festín. Su piel tan suave y satinada que al tocarla le calentaba la sangre y le palpitaba la polla.
Ella no se recortó ni se depiló el vello púbico y él se preguntó cómo sería ese tentador coño totalmente desnudo. Su polla se agitó cuando la visión se disparó en su cerebro.
La rabia irracional le arañó, el resentimiento hacia la mujer por hacerle sentir cosas cuando él quería que esto no fuera más que un acto de satisfacción física. Amargura que no podía apartar de ella, atraído por el tirón de un hilo invisible que ella, sin saberlo, ejercía sobre él. Sabía que la ira le había hecho comportarse de forma espantosa, pero no parecía poder hacer otra cosa.
Si hubiera tenido la fuerza de alejarse antes de que las cosas llegaran tan lejos. Pero no la había tenido entonces, no la tendría ahora. En vez de eso, había tratado de hacer que le despreciara utilizando palabras groseras y obligándola a hacer cosas como el truco del espejo. Sus gustos y hábitos sexuales estaban muy por encima de todo lo que Taylor Scott había experimentado nunca. Estaba seguro de ello. Las mujer que se llevaba a la cama sabían lo que era y lo que esperaba. No eran novatas a las que se pudiera asustar.
Y ella lo sería si esto llegaba a algún lado, si él dejara que las cosas se salieran de control otra vez. Taylor Scott no estaba en el tipo de juegos sexuales en los que él estaba. Tampoco era el tipo de mujer que un hombre se lleva a la cama para un polvo rápido. Sabía que el desbloqueo de su sexualidad esta noche había sido una reacción al caos de su vida. Ciertamente, nadie lo sabía mejor que él. Ella se merecía a alguien que la sedujera y engatusara, desenvolviendo cada capa con cuidado y atención. Él la estaba bombardeando, asaltando sus sentidos para levarla lejos.
Él tenía sus motivos. Esta mujer podía llegar a la superficie si él se lo permitía y eso no era una opción aceptable. Tenía que poner espacio emocional entre ellos. Recuperar su famoso control. Cuando esta noche terminara, esto tenía que instalarse en el fondo de su mente, no tentarla para encontrarla de nuevo, despojarla de su ropa y follarla sin sentido.
O admitir la duplicidad que le estaba ocultando, una verdad que seguramente proporcionaría aún más combustible para su ira.
Capítulo Tres
Taylor dejó que el calor del gran cuerpo que tenía al lado la calmara mientras su pulso se ralentizaba y recuperaba la sensación de normalidad. Levantó una mano hacia su pecho y pasó los dedos por la gruesa piel que cubría el duro músculo. Cuando rozó sus pezones planos, éstos se endurecieron y ella lo miró, sobresaltada.
"Eres nueva en esto, ¿verdad?" Él levantó la cabeza. "Sí, los pezones de los hombres son tan sensibles como los de las mujeres. Se excitan igual. Y se estimulan otras partes del cuerpo también."
Su polla, totalmente excitada, hizo presión contra ella, y sin pensarlo, la rodeó con los dedos. La vara era dura como una roca, un centro de acero con una piel suave que lo acunaba. Palpó las venas y las crestas, pasando el pulgar por el ancho de la cabeza para captar la humedad que allí se encontraba. ¿Debería decirle que tampoco había hecho esto nunca? Excepto por un idiota que la obligó a masturbarlo y no la soltó hasta que ella lo hizo.
Esto es tan diferente que no hay comparación.
Se apartó de él, se sentó y tomó la vara caliente con ambas manos. Acunándolo, lo miró con curiosidad. El cuerpo a su lado estaba rígido, expectante. Ella seguía pensando que su erección era enorme y dudaba de su capacidad para metérsela toda en el cuerpo, pero se deleitaba con ese pensamiento. Unas pesadas venas la corrían a lo largo de los lados y la cabeza era ancha, de color púrpura oscuro. Unas gotas de líquido se asomaron por la punta. Pasó la punta de un dedo por ella y la lamió lentamente. Sabía salado y un poco dulce.
Respondiendo a un impulso primigenio, se inclinó hacia delante y pasó la lengua por la cabeza, tocando con la punta la pequeña abertura.
"Jesús, Taylor." Le agarró la cabeza y tiró de ella hacia atrás. "Me encantaría correrme en tu boca, pero no antes de que te folle el coño."
Su uso de palabras que hasta ahora habían pasado de puntillas por la periferia de su vocabulario hizo que la bestia de su cuerpo volviera a cobrar vida. La levantó para que se tumbara sobre él y acunó su cara entre las manos.
Antes de que vayamos con eso, voy a follarte con mi boca y a saciarme de probar el delicioso manjar que eres. Voy a deslizar mi polla dentro de tu apretado coño y hacer que te corras a gusto." Le tocó una nalga, deslizando las yemas de los dedos en la hendidura y trazando la línea. Cuando tocó la anchura de su ano, ella saltó. Él rió, un sonido gutural. "Apuesto a que nunca te había tocado nadie ahí, ¿verdad? No sabes lo mucho que me gustaría follar ese culo virgen."
Cada músculo de su cuerpo se tensó mientras una oscura emoción la recorría.
De repente, él rodó para que ella estuviera de espaldas, mirándole.
"No tienes ni idea de las cosas que quiero hacerte." Dió una pausa. "Taylor." Recalcó su nombre. "Qúe mal que solo tengamos esta noche."
Sí. Qué mal.
Tocó su cuerpo como si fuese un violín, haciendo cosas con las que ella nunca había soñado. Ahora, él tenía las piernas de ella sobre sus hombros, su anchura separando sus muslos, y su boca la estaba volviendo loca. La mantuvo abierta con los pulgares mientras usaba su lengua para saborearla con golpes tan ligeros que la hizo querer gritar. Ella trató de empujar sus caderas hacia él, pero él la sujetó con firmeza.
"Te lo dije." La miró, con la humedad de su coño brillando en sus labios. "No voy a ir con prisa."
Agachó la cabeza de nuevo y volvió a lamer solo los labios exteriores, sujetandolos para su exploración.
"Por favor," suplicó ella, su cuerpo suspendido en un estado de excitación que pedía a gritos ser liberado.
Él se rió, un sonido bajo y áspero. "Coje el espejo."
"¿Qué? ¿Espejo?" Su cerebro empezaba a fallar de nuevo.
"El espejo. Está justo al lado de tu mano. Cógelo. Quiero que mires esto de nuevo. Quiero que veas lo que yo veo cuando te abro como a una flor."
Sin fuerzas para negarle nada, levantó el espejo y lo mantuvo alejado de su cuerpo. Le pasó la mano por debajo de un muslo para que viera cada centímetro de su coño. Estaba fascinada, no podía dejar de mirar. La tenía totalmente expuesta, sus labios abiertos, los tejidos rosados oscurecidos palpitando ligéramente por su estimulación.
"Ves lo sensible que eres?" Movió una mano para pellizcar la punta de su clítoris y arrastrarla hacia delante.
Al instante, vio que más líquido mojaba su tejido y sus palpitantes paredes vaginales. Con sus jugos cubriendo un dedo, lo pasó de un lado a otro por la punta de su hinchado bulto. Una espiral de desesperada necesidad se estrechaba dentro de ella con cada movimiento de su mano. Verle hacer esto solo aumentaba su excitación.
Le quitó el espejo y lo tiró a un lado. "Cuando vuelvas a casa, dondequiera que esté, quiero que te acuestes en la cama por la noche y recuerdes esto. Coge este espejo, colócalo entre tus piernas y tócate. Imagínate que es mi mano. Y si volvemos a encontrarnos, quiero que tengas esa imagen en tu mente."
Volvió a dedicarse a su tarea, lamiendo sus tejidos abiertos antes de deslizar la lengua en su vaina y moverla dentro y fuera con un movimiento constante. Lamió toda su longitud y luego tomó su clítoris entre sus dientes y lo mordió suavemente.
La intensidad creció en ella, abajo en su estómago, al fondo en su coño. Pero cuando ella se movió, él retrocedió, deteniéndose hasta que ella quiso gritar. La miró como esperando alguna señal para volver a empezar.
Intentó sujetar su cabeza hacia ella, pasando los dedos por la seda negra que era su pelo, pero él era demasiado fuerte para ella—demasiado decidido. Cuando pensó que perdería la cabeza, él metió dos dedos dentro de ella, empapándolos en sus copiosos líquidos.
"¿Quieres correrte, pequeña?" Su voz era gruesa con lujuria, sus ojos quemándola como dos rayos láseres. "¿Quieres que te lleve al límite?"
"Sí, sí, sí," cantó ella, tratando de urgirlo con sus caderas.
Sintió su lengua dentro de ella de nuevo, y una mano pellizcando y tirando de su clítoris. Sin previo aviso, le metió uno de sus dedos cubiertos de fluidos en el culo. Ella gritó y se corrió con tal intensidad que pensó que se le romperían los huesos. Mientras la follaba con su lengua, movía su dedo dentro y fuera de su culo al mismo ritmo. El doble asalto la hizo subir más y más hasta que estuvo segura de que no podría aguantar más.
No le dió descanso, sujetándola con las piernas levantadas sobre sus hombros, su lengua y sus dedos implacables. Por fin, por fin, mientras los escalofríos disminuían lentamente, él buscó algo en la mesita de noche y ella lo vio enrollar un condón en su enorme erección.
Dios, ¿va a hacerlo ahora?
Ella estaba tán cansada que no sabía como lidiaría con ello.
Pero entonces él estaba allí, la cabeza de su polla justo en su entrada, justo en la pequeña y apretada abertura. Él todavía sujetaba sus piernas encima de sus hombros, dándole mejor acceso. Ella cerró las manos en puños mientras él la empujaba lentamente, retirándose y volviendo a empujar. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Su cuerpo no se podía estirar, ella quería decírselo. Y apenas podía respirar, se sentía muy llena.
Cuando abrió los ojos, él la estaba mirando, ese mismo brillo caliente que arde en los iris negros.
"No puedo," trató de decir.
"Sí, puedes. Respira ondo, después suéltalo."
Ella lo hizo como él indicó, al exhalar, él apretó fuerte una vez más, él estaba dentro de ella hasta el fondo. ¡Dios! Sentirlo era increíble.
"¿Estás bien?" preguntó él, mirandola fijamente.
Asintió, incapaz de formular palabra.
"No tienes ni idea de lo que amaría ver mi polla en tu boca, sentir tu lengua en ella, tus labios alrededor mio. Pero he ido demasiado lejos, así que supongo que eso tendrá que ser una de mis fantasías. Pero embestir tu coño será el éxtasis más dulce, pequeña". Negó con la cabeza mientras ella abría la boca. "Taylor. Voy a follarte más allá de lo que creías posible."
Su mirada él se clavó en ella mientras comenzaba la lenta danza, el ritmo constante de entrada y salida, de ida y vuelta, el roce de su polla contra las paredes de su coño tan erótico que pensó que se correría sólo por esa sensación. Encerró los tobillos detrás de su cuello para equilibrarse y luego no pudo pensar en absoluto. Su mundo consistía en su bastón mientras la acariciaba dentro y fuera, el suave golpeteo de sus pelotas contra su culo como contrapunto.
Siguió y siguió, sin variar el ritmo. Dentro y fuera. Adelante y atrás. El sudor de su cuerpo estaba húmedo bajo la piel de sus pantorrillas, los músculos de sus brazos tensos mientras se mantenía en su sitio.
"Toma tus pezones", jadeó. "Pellízcalos para mí."
Deseando desesperadamente que la llevara al límite, los frotó y pellizcó. La sensación era tan intensa que frotó y pellizcó más fuerte, instándole silenciosamente a ir más rápido.
"Dime, Taylor. Déjame escuchar lo que vas a decir."
¿Decir el qué? ¿Qué es lo que quiere?
Ella a penas escuchaba su voz. No podía escuchar, no podía pensar, sólo podía sentir la inmensa polla que tenía dentro suyo, empujándola más y más, hasta que sólo pudo concentrarse en la necesidad de su coño.
"Dime que te folle," gritó con los dientes apretados.
Sí. Lo que sea. Sólo hazlo.
"Fóllame," gritó ella.
"Ahora, Taylor. Córrete ahora." Empujó con fuerza una última vez y, al comenzar su liberación, provocó la de ella. El orgasmo la tomó con tal fuerza que pensó que no sobreviviría. Ella palpitaba y convulsionaba y se empalaba en él, utilizando su cuerpo para exigirle que se mantuviera en su sitio, muy dentro de ella.
Cuando el último escalofrío desapareció y él bajó suavemente sus piernas a la cama, ella se hundió en un sueño más profundo que cualquier otro que hubiera conocido.

* * * *

Mantuvo todas las ventanas del coche abiertas mientras se alejaba de San Antonio. Su intención había sido volver al rancho esta noche, pero estaba seguro de que el hombre que le esperaba sería capaz de leer sus pecados escritos en su cara.
¡Mierda!
La había liado muchisimo.
Seguir su taxi hasta el hotel había sido fácil. Cuando la vio entrar en el bar, intuyó una oportunidad ideal para investigar. Consigue información de ella para el viejo. A decir verdad, había imaginado que encontraría una vagabunda. O una conspiradora que buscara ganar mucho dinero. O simplemente una estafadora común y corriente que había apostado por la mayor marca de todas.
Pero Taylor Scott no era nada de eso. Lo que ella había resultado ser era alguien de quien él había sido completamente incapaz de alejarse. Le sorprendió que se le pusiera dura al instante con sólo sentarse junto a ella en el bar. Acompañarla a su habitación había sido el fallo más grande, un impulso caballeresco del que se arrepintió en cuanto las palabras salieron de su boca. En el momento en que ella lo había tocado, se había deshecho.
Obviamente había tenido muchas mujeres. Tal vez más de las que le correspondían. Pero ninguna había tenido nombre o cara, todas eran un narcótico para borrar el dolor que vivía en su alma. Sabían lo que les esperaba y se ofrecieron de buen grado al hombre cuyos apetitos sexuales eran legendarios.
Taylor no se parecía a ninguna de ellas, con una cualidad que era a la vez terrenal y dulce, y en el momento en que ella había presionado sus labios contra los suyos en ese atrevido beso, algo había irrumpido en él. Un rayo habría tenido menos efecto sobre él. El calor sexual sólo era parte de eso. Se sentía como si hubiera estado esperando una eternidad por ella y eso era lo que le asustaba.
No se había cansado de tocarla. De saborearla. Enterrándose profundamente dentro de ella. No podía borrar la memoria de sus suaves labios en su boca, en su caliente erección, o la sensación de su apretada y húmeda vaina apretada alrededor de él. Ella estaba en su sangre, infundida en él como una droga. Incluso ahora su cabeza seguía en aquella habitación de hotel y su polla totalmente excitada deseaba que así fuera.
El tacto de sus manos sobre su piel había sido tan suave como el beso de una mariposa, la sensación de su coño alrededor de su polla un puño apretado y húmedo que sacaba cada gota de él. Todavía podía sentir el golpe de sus testículos contra su firme culo mientras se introducía en ella. Sientiendo su piel suave y satinada y sus pezones gruesos, del tamaño adecuado para su boca. Inhalando el persistente aroma de su esencia, más dulce que la mejor pastelería. Su esencia se incrustó en sus fosas nasales y la sensación de su pelo y su piel se marcó en sus manos. Si cerraba los ojos, la imagen de ella desnuda, el pelo revuelto alrededor de ella como un marimacho, los ojos encendidos, hicieron que se le pusiera dura al instante.
Pero no era solo su cuerpo lo que lo capturó. Había visto a través de esos vivos ojos verdes y sintió que se ahogaba. La angustia se había agitado en su interior y él había querido quitarle el dolor. Sin embargo, había intuido que jugar el papel de protector con ella sería un error. No, esta era una mujer llena de agallas y determinación. Puede que lo haya reprimido toda su vida, pero el tigre que se escondía en su interior estaba a punto de rugir.
Habia muchos motivos por los que la noche entera había sido una mala idea. Pero si tenía la oportunidad de repetirla, sabía que lo haría. Quería poseer a esta mujer casi más que cualquier otra cosa en el mundo, y esa era la peor idea de todas. Las mujeres como ella tenían relaciones y los hombres como él no. Sin duda no con alguien como Taylor Scott. ¿Por qué no podía alejarse de ella como lo había hecho de todas las mujeres de los anteriores diez años? Sabía con tanta certeza como respirar aire que si la volvía a ver la desnudaría y se la follaría a la primera oportunidad.
Era implacable a la hora de controlar sus impulsos sexuales. Las mujeres que habían compartido su cama se habían asombrado de su capacidad para darles horas de placer antes de tomar el suyo. Nunca les había dicho que su distanciamiento mental le permitía controlar su cuerpo y, por tanto, el ritmo y la variedad de la actividad de la noche.
Nadie había llegado a lo más profundo de su ser, donde guardaba la pantera enjaulada, como lo hizo Taylor en una noche. Ni siquiera su famosa e implacable disciplina personal pudo purgarla de su sistema. ¿Cómo diablos había dejado que una pequeña hembra lo echara todo a perder en un abrir y cerrar de ojos?
No sabía si la rabia que le invadía era contra ella o contra él mismo. Había pensado en alejarla, en hacer que lo odiara con la crudeza del sexo, con su comportamiento grosero. Lo que sea para matar el sentimiento que crecía dentro de él. Todo lo que había hecho era llevar a ambos a un mayor nivel de excitación. ¿Y por qué le había dicho una y otra vez que se diera placer en casa y pensara en él mientras lo hacía? ¿Que recordara cómo le tocaba y qué le hacía sentir?
¡Jesús!
Se alegraba muchísimo de que se fuera de la ciudad. Si la volvía a ver, toda buena intención, toda advertencia a sí mismo se rompería como un cristal fino. Mañana haría su reporte, seguiría en la estructura bien definida de su vida y rezaría al cielo para que las circunstancias cambiaran y no tuviera que volver a verla.

* * * *

La primera cosa de la que Taylor se dió cuenta cuando abrió los ojos era que le dolían todos los músculos de su cuerpo. De dentro y de fuera. La segunda era que tenía la madre de todos los dolores de cabeza. La habitación estaba todavía oscura, las pesadas cortinas ocultaban las ventanas. Deslizó los ojos hacia la derecha, donde estaba el radio-despertador, y parpadeó ante los números.
¿Doce en punto?
¿Del mediodía?
No era posible.
Se sentó, después decidió que no había sido buena idea. Sentía su cuerpo como si un camión le hubiera pasado por encima, dado marcha atrás y vuelto a pisar. Y toda una sección de percusión estaba practicando en su cabeza. La habitación apestaba a sexo, su aroma se pegaba a su piel y a las sábanas y flotaba en el aire. Mientras se recostaba en las almohadas, la noche anterior se le vino encima como un sueño aterrador.
Dios, Taylor. ¿Qué has hecho?
Se cubrió la cara con las manos mientras las imágenes inundaban su mente. Las bebidas en el bar, la mordedura aguda del alcohol y sus cualidades opiáceas que apagan su dolor. El hombre—el depredador—sacando de ella respuestas que ni siquiera sabía que tenía. Y las palabras que había gritado. ¿Realmente era ella esa mujer? En su cabeza, su voz todavía gritaba, 'Fóllame,' y se preguntó por qué no habían acudido todas las fuerzas de seguridad del hotel a la habitación.
El recuerdo de las cosas que había hecho y le había dejado hacer a ella y con ella fue suficiente para que un sofoco la recorriera desde los dedos de los pies hasta la punta de la cabeza. Seguramente no había sido ella. Alguien había ocupado su lugar. Su cuerpo. ¡Dios! Había dejado... Había hecho... Al ver el espejo de la mesita de noche, recordó cómo la había utilizado, recordó ver cómo sus dedos entraban y salían de ella y cómo su coño se convulsionaba a su alrededor. Bueno, si eso no acaba con los últimos restos de 'educación adecuada', nada lo hará.
Era la culminación de todo—esa era su única excusa. El susto de la carta, después el episodio insultante de ayer. Todo. Su vida se había puesto patas arriba y necesitaba desquitarse de alguna manera. Pero por Dios, por Dios, así no.
¿Ah no? Admítelo. Lo querías más que respirar.
Recordó la sensación de su cuerpo contra el suyo y su boca en todas partes. Todavía lo sentía apretando sus pechos con las manos. Alcanzando dentro de ella con esos largos y delgados dedos el punto que hacía estallar cohetes. Sus dientes mordiendo sus pezones, su clítoris. Sus manos la llevaban a un clímax estremecedor después de otro. Y sus dedos dentro de su culo, creando un hambre oscuro que nunca supo que existía dentro de ella.
Si pudieran verme ahora. Toda esa gente que conocía a la estirada y abotonada Taylor Scott. La que nunca, jamás, coloreó fuera de las líneas, la que andaba como si tuviera un palo metido en el culo. Se las había arreglado para sacarse el palo del culo, eso sí, sustituyéndolo por otra cosa. Cada músculo de su cuerpo se tensó al recordar lo que El Hombre le había hecho sentir cuando le había follado el culo con el dedo.
Sí, Taylor, dilo. Justo así. Le había follado el culo.
¿Lo peor de todo? Ella quería más. ¿Qué locura era esa?
¿Realmente soy así? ¿Es esta la persona que ha estado dentro de la cáscara exterior hermética e impenetrable todos estos años, liberada sólo con el conocimiento de la traición?
Por extraño que parezca, el sexo salvaje y desinhibido había sido un tranquilizante, que calmaba los bordes de su vida que habían sido desgarrados y dejados en carne viva y sangrando. No había sido un amante gentil, este extraño con los ojos negros sin fondo, el cuerpo y el aire de un guerrero y el conocimiento seguro para llevarla a lugares a los que nunca había pensado ir. Había sido áspero con ella, deliberadamente crudo, sin querer dar nada parecido a la ternura o el afecto.
Pero eso estaba bien. Esa noche, no había querido gentileza. Ella había querido dureza y crudeza y eso fue lo que obtuvo. Un polvo de una noche con un extraño al que no volvería a ver, donde todos los límites habían sido dejados de lado.
Le desconcertó su enfado subyacente a todo, demasiado fuerte como para que se le escapara. Lo había sentido en todas partes: hacia ella, hacia él mismo, quizá hacia su incapacidad o falta de voluntad para darse la vuelta y salir de su habitación. Lejos de ella. Como si la estuviera castigando. La lujuria había salido de él en oleadas, incluso cuando la rabia había arañado debajo de esa máscara de granito. ¿Pero por qué? ¿Qué le pasaba realmente? ¿Por qué estaba tan furioso?
No tenía sentido. Eran completos desconocidos. ¿Qué diferencia podría suponer para él esa única noche? Ella estaba segura de que él hacía eso todo el tiempo, un hombre con sus apetitos.
No es que importe. No lo volvería a ver. Y gracias a Dios por ello. Un hombre como él dominaría su vida y ya había tenido más que suficiente de eso. Saber que todo el control que había ejercido su familia había sido para perpetuar una mentira viciosamente planeada la había hecho cuestionar la obediencia ciega con la que la había aceptado. Por treinta años la rebelión nunca le había tentado. Ahora brotó de ella como un manantial recién aprovechado. No iba a ceder ese control a otra persona. No ahora. Especialmente no a un extraño.
Contrólate, Taylor.
Se obligó a abrir los ojos de nuevo y observó el resto de la habitación. Su ropa estaba colocada con esmero en una de las sillas, y una pila de pequeños botones cuidadosamente apilados en la mesa de al lado. Ah, sí, ahora lo recordaba. Estaba tan excitada por él que se había arrancado su propia ropa, demasiado ansiosa para dejar que él se tomara el tiempo de hacerlo por sí mismo. Bueno, ¿no era ella la seductora?
Exceptuando por la pila de botones, no había ningun indicio de que él hubiera estado ahí. Ni una nota. Nada que se haya dejado. Sólo el aroma abrumador de su actividad física.
Su bolso estaba donde lo había dejado. ¿Le había robado algo? No estaba segura de querer saberlo. Su maletín estaba sobre otra silla y parecía intacto. Apretando los dientes, se levantó de la cama para comprobar todo lo demás, pero nada había sido alterado.
Gracias a Dios. Por muy borracha que estuviera, él podría haber tomado todo lo que había en la habitación como había tomado su cuerpo y ella nunca habría notado la diferencia.
Consiguió tambalearse hasta el baño y arrancar el tapón del frasco de aspirinas que había en el lavabo. Se metió cuatro en la boca y se llevó un vaso de agua para bajarlas. Cuando estuvo segura de que su estómago no la traicionaría, levantó los ojos hacia su reflejo en el espejo y pensó que podría desmayarse.
Sus mejillas y su mandíbula estaban enrojecidas por lo que estaba segura de que era una quemadura de bigotes. Sus labios estaban hinchados y sus ojos tenían una mirada somnolienta. ¿Cuál era la palabra que hizo que dijera? Ah, si. Fóllame. Se veía y se sentía como una mujer que había sido bien follada.
Cuando su dolor de cabeza se redujo a un sordo rugido, se metió en la ducha y dejó que el agua caliente la golpeara hasta que estuvo segura de que su cuerpo estaba bastante preparado para funcionar. Cerrar los ojos mientras se duchaba había sido un error, porque inmediatamente las visiones de El Hombre —¿cómo podia llamarlo si no? Ni siquiera le había preguntado su nombre—bailaron ante sus ojos, la luz de la lámpara brillaba sobre su poderoso cuerpo desnudo, su pelo oscuro suelto alrededor de la cara, dándole el aspecto de un guerrero salvaje, su gruesa erección castigando su coño casi virgen. Sí, coño. Otra palabra prohibida
Tal vez debería ir recitando mi nuevo vocabulario, pensó mientras se secaba con la gruesa toalla. Fóllame. Coño. Polla.
Pero ella sabía que era un desafío. Una rebelión. Justo como lo había sido la noche anterior. Con la toalla envuelta, entró en el dormitorio y sacó la hoja de papelería del bolsillo de su chaqueta. Leer las malditas palabras de nuevo sólo hacía que su rabia creciera más que nunca.
Pensó en intentar una vez más llamar al hombre al que había venido a ver desde Florida, pero cuando su mano alcanzó el teléfono, se apresuró a retirarla.
No. Ya me ha humillado lo suficiente.
Bueno, su día había empezado y terminado con dos hombres muy diferentes. Uno no quería verla y esperaba no volver a cruzarse con el otro. ¿O sí quería? Sí, quería. En lo que a él se refiere, ella había terminado de una vez por todas. Esa era la manera en la que tenía que ser. Además, ni siquiera sabía quién era ni cómo ponerse en contacto con él.
¿Y qué le diría si lo hacía? ¿Por favor fóllame de nuevo? En un latido.
No, hoy se subiría al avión y volaría de vuelta a Tampa, reclamaría por fin su herencia a las personas que la habían engañado y decidiría qué hacer con ella. Al principio pensó en rechazar todo lo que le habían dejado, pero después decidió que se lo había ganado. Ella y su madre. Y mientras su madre no estuviera cerca para beneficiarse de ello, Taylor lo disfrutaría por las dos.
¿Qué hago ahora que de repente soy rica, tengo un MBA y no tengo ni idea de cómo vivir el resto de mi vida? ¿Me vuelvo loca de repente, como anoche? ¿Recojo hombres extraños en los bares?
Se estremeció mientras los pensamientos de la noche anterior volvían a reproducirse como una cinta de vídeo en su mente. No, no volvería a la misma vida de antes. Tenía que hacer cambios drásticos. Pero no sabía cuales.
Capítulo Cuatro
Taylor cerró la carpeta de su escritorio de un portazo. Había leido los recortes del interior tantas veces que la impresión había empezado a borrarse. La carta de alguien llamado Noah Cantrell, en la que le decía que era urgente que se pusiera en contacto con él en relación con Josiah Gaines, estaba al final de la pila, fuera de la vista y de la mente. Ella no había tenido problemas para decidir no contestar, pero ahora él había empezado a bombardearla con llamadas telefónicas, insistiendo en que tenía que hablar con ella. Las había rechazado todas.
Perversamente, abrió la carpeta una vez más y el titular del primer recorte le llamó la atención. El multimillonario internacional Josiah Gaines asesinado en una emboscada. Alguien había esperado al hombre cuando se dirigía desde sus oficinas en San Antonio a su rancho en las afueras de la ciudad y había hecho estallar su coche, matándolo a él y al conductor. Todas las agencias del país—quizás del mundo—se apresuraron por encontrar pistas, pero en un mes no había aparecido nada.
Lástima que no lo haya hecho yo misma, Josiah. Estoy segura de que te lo merecías.
Incluso con todo lo que había sucedido en las últimas semanas, la conmoción de saber que su padre no estaba muerto como siempre le habían dicho estaba todavía fresca en su mente. Había tenido una visión infantil de conocer a ese hombre, fundador y principal accionista de un conglomerado multinacional, y crear una relación familiar con él. Menudo cuento de hadas le habían contado. Ni siquiera había pasado nunca por el mostrador de recepción, escoltada fuera del edificio como una especie de criminal por dos guardias de seguridad poco sonrientes.
Por supuesto, se había dado cuenta de que, al igual que ella nunca había sabido de él, él no había sabido de su existencia. La carta de su abuela describía, en un lenguaje que sólo podría calificarse de venenoso, cómo ella y el abuelo de Taylor habían localizado a su hija fugitiva y la forma maliciosa en que habían manipulado el fin de su matrimonio con un hombre que consideraban inadecuado e inaceptable. Ellos la trajeron de vuelta a Tampa, decididos a solicitar la anulación y borrar el incidente de la historia familiar, sólo para descubrir que Laura había reido la última. Había estado embarazada y ninguna de las amenazas o súplicas la habían convencido de abortar. Esa había sido su último acto de rebelión.
El mito del padre de Taylor había sido inventado enseguida—hijo de europeos ricos, muerto en un accidente de avión poco después de la boda. Luego, Laura había sido llevada a casa de unos parientes en Maine hasta que naciera el bebé, mientras que sus abuelos seguían con sus diabólicos planes para mantener a los amantes separados e impedir cualquier otro contacto. No es de extrañar que su madre haya estado tan triste y derrotada toda su vida. Parecía que Taylor era el único motivo por el que vivía. El día después de haber visto a su hija graduarse en la universidad, Laura Scott había ingerido una sobredosis de somníferos y se había sacado a sí misma de la miseria en la que había vivido.
La negativa de Josiah Gaines a verla había sido el último golpe de la bola de demolición contra la estructura de la vida de Taylor, encendiendo la ira y resentimiento que se había ido acumulando desde que recibió la carta. ¿Cómo explicar, si no, su comportamiento fuera de lo normal—emborracharse, ligar con un desconocido en el bar y pasar la noche practicando el sexo más erótico que jamás había tenido? Los recuerdos de aquello todavía la hacían sonrojarse y retorcerse.
Recuerdos que, para ser sincera, la invadían regularmente.
Demasiado a menudo para su zona de confort.
Sus sueños eran invadidos por imágenes de Él. El Hombre. Para ella era eso—El Hombre que había tomado su cuerpo y le había enseñado el placer del sexo desinhibido. Las imágenes pasaban por su mente una y otra vez como diapositivas en bucle. Su cuerpo desnudo. El suyo. Sus manos sobre y dentro de ella. Su boca en la suya. Sintiendo su enorme grosor dentro de ella. Las palabras que había usado. Cada mañana se despertaba sonrojada y acalorada y más cansada que cuando se había acostado.
Bueno, ya había terminado con eso, con el hombre que atormentaba sus sueños, con Josiah Gaines y con este Noah Cantrell, quienquiera sea. Se podía ir al infierno, que era donde esperaba que Josiah Gaines estuviera ahora mismo. En lo que a ella respecta, podían irse todos al infierno.
El último mes había sido agotador, ya que se había ocupado de la liquidación de la herencia de sus abuelos. Pero también marcó lo que ella había empezado a llamar "la llegada de Taylor". Ya no se dejaba llevar por las circunstancias. No tenía nada salvo a sí misma. Su pequeño mundo cuidadosamente construido se había desmoronado y no tenía ningún deseo de volver a montarlo como antes. Tenía el dinero para hacer lo que quisiera. Ojalá supiera qué es lo quería hacer.
No es lo que estaba haciendo ahora, eso estaba puto jodidamente seguro. Puto. Y Jodidamente. Sí, la remilgada Taylor Scott también había empezado a maldecir y a utilizar un lenguaje gráfico mientras su sofocado yo interior emergía lentamente, impulsado por un resentimiento que seguía ardiendo como un fuego subterráneo.
Su primer paso había sido dimitir de la empresa de inversiones en la que trabajaba. Hoy era su último día. Los socios la habían llevado a comer, pero se negaron a llamarlo celebración, pidiéndole una última vez que cambiara de opinión. Pero Taylor se mantuvo firme. Necesitaba hacer algo más. O tal vez no hacer nada en un tiempo. Se había convertido en alguien que ni siquiera conocía, llevando una astilla en el hombro más grande que un arbol. Donde antes habría sido agradable y adaptable, ahora era a menudo hostil. Sí, definitivamente era el momento de cambiar algo. Había perdido a la persona que había sido y tenía que descubrir en quién se iba a convertir.
No alguien que recoge a un extraño y le permite empujar mis límites sexuales.
Las dos Cajas Bancarias en el suelo, junto a su escritorio, contenían la suma total de sus años en Clemens Jacobs Financial Services, carpetas con etiquetas de colores que contenían papeles personales, alineados con precisión tal como había sido su vida hasta hace un mes. Le invadió un deseo irrefrenable de sacarlos de sus cajas y revolverlos, tal como su vida había sido revuelta. Llevaba tanto tiempo con un régimen tan estricto—excepto por su único lapsus—que se preguntaba cómo se las arreglaría sin el ancla de la rutina.
Inclinándose hacia atrás en su silla, cerró los ojos y, como siempre en estos días, la imagen de El Hombre bailó por su cerebro de forma imprevista. Se frotó los ojos, intentando borrar las imágenes que siempre estaban ahí por mucho que las deseara fuera. Esa noche había sido una de las más eróticas y embarazosas de su vida. Al menos había salido de su caparazón con un desconocido, alguien a quien no tenía que volver a ver.
Pero quieres volver a verlo. Te engañas a ti misma. Deseas todas las cosas que te hizo, y las que te hizo hacer. Tal vez incluso más. Es por eso por lo que no paras de pensar en esas cosas. En él.
Un ruido en la recepción rompió su hilo de pensamiento y atrajo su atención. Escuchó la voz de Sheila, la recepcionista, protestó por algo y la voz masculina, más enfadada, anulándola.
"No entrar ahí," decía Sheila mientras la puerta del despacho de Taylor se abrió de golpe.
"Estoy dento. La señorita Scott puede echarme si así lo deséa."
Ahí estaba él, de pié en frente suyo.
Él. El Hombre.
Parpadeó con fuerza, pensando por un momento que había conjurado su imagen. Pero cuando abrió los ojos, ahí estaba él. Vivo. En su oficina. En modo alfa. El hombre que pensaba que no volvería a ver. El hombre que la había llevado más allá de los límites establecidos por sus inhibiciones y que la llamaba en sus sueños cada noche.
Era todavía más impresionante de lo que recordaba, su preseancia llenaba su oficina y la rodeaba. Su traje a medida y su camisa de vestir de seda—¿su uniforme?—eran un escaparate para la pantera apenas atada que se escondía bajo la tela de la ropa civilizada. Botas de cuero caras, hechas a mano en sus pies. Su pelo atado con una tira de cuero como antes. Su cara era una máscara ilegible. La sensación de poder controlado seguía ahí. Un hombre más grande que la vida. Una pantera enjaulada hoy, pero no por mucho. Esta podía ser su oficina, pero definitivamente él era la persona al mando.
Aunque la vergüenza y la rabia se enfrentaban en su interior, sus pezones se endurecieron, sus pechos se estremecieron y sus bragas se humedecieron. Sintió que cada pedazo de sangre se escurría de su cara y caía a sus pies. Olas de frío y calor la recorrieron y estaba segura de que todo el aire había sido succionado de sus pulmones. Agarrándose a los brazos de su silla de escritorio para apoyarse, se relamió los labios, tratando de humedecerlos.
Unos movimientos rápidos y ágiles lo llevaron a la parte delantera de su escritorio, donde se puso frente a ella, con el rostro fijo y los ojos oscuros sondeando los de ella. Ojos que por un breve segundo mantuvieron una mirada cómplice.
"¿Señorita Scott?" La voz preocupada de Sheila atravesó su niebla. "¿Debería llamar a uno de los socios?"
Taylor se las arregló para encontrar una parte funcional en su cerebro. "No gracias, Sheila. Está bien."
"¿Quieres que llame a alguien para que lleve tus cajas por ti? ¿Acompañarte al garage?" Sheila no estaba preparada para dejarlo ir.
Taylor forzó una sonrisa. "No, puedo ocuparme yo. Gracias por preocuparte. Y por todos tus buenos deseos de hoy."
Sheila le lanzó una últma mirada de preocupación antes de cerrar la puerta.
Sus ojos ardían en los de Taylor, hipnotizándola como lo habían hecho aquella noche en San Antonio.
¿Qué está haciendo él aquí?
Como si la hubiera oído, metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta, extrajo una tarjeta de un pequeño estuche de cuero y la dejó caer encima de la carpeta.
Lo cogió con dedos temblorosos y lo miró fijamente.

Noah Cantrell, Vice Presidente de Seguridad, Arroyo Corporation

La rabia se disparó por todo su sistema, desplazando el hambre sexual que había amenazado con explotar en cuanto lo vio. Volvió a arrojar la tarjeta sobre el escritorio y cerró las manos en un puño.
"Sabías quién era todo este tiempo."
Asintió, su cara sin mostrar ninguna expresión.
"Me seguiste hasta el hotel."
Asintió de nuevo.
Taylor quería coger algo y lanzárselo, pero se negaba a que viera cómo le había afectado. Un juego. Él estaba jugando a un juego. Qué idiota había sido.
"Bueno. Seguro que te he dado una historia interesante para llevarle a tu jefe".
"Le dije que te había investigado y que no parecías un timador o estafador". Su voz era plana, sin reflejos. "No sabe nada de lo que pasó entre nosotros dos."
"Muy amable por tu parte." Temblaba por dentro, el pánico y el deseo chocaban salvajemente. El único escudo protector que tiene era la ira que necesitaba para alimentarse. Tenía que sacarlo de aquí.
Su rostro era una máscara de estoicismo, pero sus ojos insondables brillaban. "Lo que pasó entre los dos es privado y personal. No lo discutiría con nadie."
"Apostaría por ello." Estaba tan cerca de ella que podía contar sus pestañas.
"Cuando te llevé a la cama, rompí la confianza de un hombre a quien respetaba—y aún respeto—un gran trato. Desde entonces estoy condenado por ello. No importa cómo lo intente, no puedo sacarte de mi sangre."
Ella le miró fijamente, sorprendida por sus palabras. Ni siquiera en sus sueños más descabellados de que él la encontrara de alguna manera, había esperado la realidad o la dureza de las palabras que él había escupido. Antes de que ella pudiera moverse, él la agarró por los hombros, agachó la cabeza y apretó su boca contra la de ella en un beso abrasador. Su lengua estaba caliente contra la costura de sus labios, presionando, exigiendo que la admitiera. Cuando lo hizo, se metió dentro como un hambriento que busca el último bocado de comida.
Cerró los ojos y apenas pudo respirar mientras las olas de sensaciones la inundaban.
Al fin, él la liberó. Cuando ella levantó la mirada hacia sus ojos estaban tan encendidos que estaba segura de que su simple mirada le abrasaría la piel. Ella lo miraba fijamente, incapaz de moverse, tocándose con los dedos los labios amoratados, con el cuerpo palpitando de deseo.
"Dime que no lo sentiste tanto como yo", exigió, "y te llamaré mentirosa".
Finalmente, encontró su voz. "Debería decirte que te largues de aquí, arrogante de mierda".
"Pero no lo harás" Una declaración, no una pregunta.
"Te ves muy seguro de ello."
¿Por qué está aquí? ¿Qué es lo que quiere? No puedo pensar mientras él esté en la misma habitación que yo. ¿Qué demonios me pasa?
Su voz la sacó de la inmovilidad. "Todavía quieres saber por qué estoy aquí. Y no me iré hasta que te lo diga. Hay mucho en juego." Se sentó en una de las sillas de los clientes.
Todo sobre su actitud parecía decir, "Te reto. A echarme o a escucharme. Es tu elección."
"No te pongas muy cómodo. No respondí a tu carta y rechacé todas tus llamadas. No me interesa lo que te trae aquí. Josiah Gaines no tenía ningún interés en mí cuando estaba vivo. Muerto, significa aún menos para mí." Cogió el teléfono para llamar a seguridad. Sacarlo de aquí era la prioridad.
"No te creo." Noah se inclinó hacia delante y colocó una mano sobre la suya, agarrándola. "Y vas a escuchar lo que tengo que decir incluso si tengo que atarte, pequeña."
Sus dedos en el dorso de la mano eran como hierros candentes, abrasando su piel y enviando una ráfaga de calor a través de su cuerpo. Ella apartó la mano.
"Taylor." Apretó los dientes. "Mi nombre es Taylor. No soy tu pequeña, ni la de nadie. Y tus amenazas no me asustan."
Él levantó la cabeza. "No me voy a ir."
"Mire, señor..." Hizo ademán de mirar la tarjeta. "Cantrell, no tenemos nada de lo que hablar. Apareció en un mal momento de mi vida y me las arreglé para avergonzarme a mí misma. Me alegraría mucho que se fuera de aquí."
Noah apoyó los codos en las rodillas. Sus ojos negros sin fondo capturaron los suyos.
"No he olvidado ni un minuto de esa noche. Ni he parado de pensar en ella. No me digas que no ha estado en tu mente también."
"Yo..." Se humedeció los labios y volvió a empezar: "Esa noche es mejor olvidada. Al igual que tú y Josiah Gaines." Sus dedos jugaron con las esquinas de la carpeta.
"No tienes curiosidad de saber por qué estoy aquí?" Sus ojos la retaron de nuevo.
"No puedo permitírmelo. El mensaje fue bastante claro cuando su empleador me hizo echar de su sede corporativa por sus matones. Todo lo que quería era cinco minutos de su tiempo. Cinco apestosos minutos para decirle quién era yo."
Un músculo saltó en su mejilla. "¿Piensas que quería venir aquí? Lo más inteligente que puedo hacer por mí es mantenerme lo más lejos posible de ti. Pero Josiah hizo que sea imposible."
"¿Cómo es que un hombre que ahora está muerto te haya enviado aquí en una misión que pareces resentir?"
"Cena conmigo y te diré todo."
¿Cenar con él?
Simplemente estar en la misma habitación con él era peligroso. Compartir una comida solo incrementaría el peligro. ¿Y qué podría interesarle a ella sobre un hombre que la sacó de su vida?
"No quiero tener nada que ver contigo o con cualquier cosa que se relacione con ese hombre." Miró hacia la carpeta. "Especialmente ahora que está muerto. Asesinado, eso dicen los periódicos."
La mirada de Noah se endureció. "Eso es en gran parte lo que necesito discutir contigo."
Ella le miró fijamente. "¿Por qué deberia importarme? Ese hombre no tuvo tiempo para mí cuando estaba vivo. ¿Y por qué querría yo pasar un minuto con un hombre que no tiene conciencia de estar jugando una farsa conmigo?"
Los músculos de su cara se tensaron. "No podía decirte quién era."
"Ah." Se revolvió el pelo. "Pero ahora conviene a tu propósito revelarte. Si no he respondido a tus cartas o a tus llamadas, ¿qué te hace pensar que quiero pasar cinco minutós más contigo?"
"Taylor. Señorita Scott." La frustración hizo que se tensara su voz. "Es una situación seria. Tienes que escucharme."
"Dame una sola razón por la que debería hacerlo. De otra forma, puedes irte."
Un músculo se crispó en su mejilla mientras sacaba un sobre de su bolsillo y se lo entregaba. "Lee esto."
Sacó la hoja suelta y la desdobló. Sus manos temblaron mientras la leía.

Mi querida Taylor:
Hay muchas cosas que me hubiera gustado decirte y tal vez no tenga el tiempo para ello. Cuando me negué a verte ese dia, era porque no tenía ningun motivo para creer que tenía una hija. Tus abuelos se encargaron de ello. Pero tenía que satisfacerme y ahora lo he hecho. Amé a tu madre más que a la vida misma. Perderla casi me mata.
Espero verte pronto y hacer las paces, pero, si pasa algo, no confíes en nadie más que en Noah Cantrell. En nadie. Él es la única pesona en la que confiaría para pedirle lo que le he pedido.
Tu querido padre (demasiado tarde),
Jasiah Gaines

"Qué conmovedor". Dobló el papel y lo metió de nuevo en el envoltorio. "¿Por qué debería creerme una palabra de esto? Es sólo una carta más jodiéndome la vida."
Estaba rodeando el escritorio y levantándola de la silla antes de que ella tuviera tiempo de protestar. La atrajo hacia él, clavándole los dedos en los brazos, y sus ojos oscuros se clavaron en los de ella.
"Voy a decirte dos cosas. Una. Cena conmigo y te lo explicaré todo. Si después quieres irte, es cosa tuya, pero no creo que lo hagas. Dos. Si crees que esa noche en el hotel es nuestro final, estás muy equivocada. Por mucho que los dos queramos fingir lo contrario, sabes que podría tumbarte en esta alfombra ahora mismo y follarte a ciegas y no me apartarías."
Se estaba perdiendo en la intensidad de esos ojos de ónix sin fondo.
"No intentes negar que sientes lo mismo," continuó. "Tu cuerpo ya me está respondiendo, de forma incluso tán loca como tú lo estás."
Tayler trató de alejarlo. "Estás muy seguro de ti mismo para ser alguien que apareció en mi vida pretendiendo falsamente que no había contactado conmigo en un mes. Obviamente sabías quién era. Si me querías tanto, ¿por qué no viniste a por mí?"
Sin embargo, él la sujetaba con un agarre implacable, su rostro estaba tan cerca que su aliento era como una suave brisa contra su piel.
"Hay cosas que no puedo decirte. Razones por las que desearía que pudiéramos hacer desaparecer esta... cosa entre nosotros. Ir a por ti habría sido un desastre para ambos."
"Y aquí estas, a pesar de lo que has dicho."
Los músculos saltaron a lo largo de la línea de su mandíbula. "Tengo un trabajo que hacer. Ya te lo he dicho. Y maldíceme por ello, no puedo quitarte las manos de encima. Me encuentro perdiendo el control en cuanto a ti respecta."
"¿Y quieres que me siente a cenar contigo? ¿Después de todo?"
Taylor estaba segura de que su cuerpo entero estaba temblando. El calor y el poder que irradiaba de él la envolvieron y su tacto le trajo todos los recuerdos de cada momento en aquella habitación de hotel. Sus pezones estaban tan duros que se sentían en carne viva al presionarse contra la tela de encaje de su sujetador y su coño palpitaba de necesidad instantánea.
Maldición.
Él apretó los dientes. "Creo que puedo arreglármelas para no atacarte durante una comida en un lugar público. ¿Qué hay de ti?
Miró a Noah Cantrell y supo que se estaba adentrando en más peligro del que había conocido. Respirando profundamente, retiró la mano y le dio una bofetada.
Él ni siquiera pestañeó. "¿Te importaría decirme a qué ha venido eso?"
"Por no decirme la verdad esa noche. Por dejar que me emborrachara y me comportara como una idiota. Por haberte alejado de mí." Ella se zafó de su agarre. "Por...por muchas cosas."
"Dejaremos eso por el momento". Una sonrisa se asomó por sus labios. "¿Te sientes mejor ahora?"
"Sí." No.
"Bien. ¿Entonces puedo asumir que la cena sigue en pié? Él seguía ocupando su espacio. "Escúchame antes de que tomes cualquier decisión precipitada."
"De acuerdo. Cena. Despues ya veremos."

* * * *

Taylor sabía que había equivocado al elegir el restaurante. Quería uno que fuese tranquilo y fuera de lo común, un lugar donde no corriera el riesgo de ver a nadie conocido. No necesitaba responder a preguntas sobre Noah Cantrell cuando ella misma aún no tenía respuestas. Pero el ambiente era más íntimo de lo que recordaba, la cabina de la esquina estaba dispuesta de manera que sus rodillas se tocaran debajo de la mesa.
Su presencia era todavía sobrecogedora, sensual, masculina. Pantera era una buena palabra para describirlo, con su poder enjaulado, su gracia selvática y el aura oscura que lo rodeaba. Pero también tenía un aire a guerrero y ella se preguntó por sus ancestros.
Ninguno de los dos pidieron alcohol, como si estuvieran determinados a mantener las cosas en orden y operar con la cabeza despejada. Y después de la bomba que le lanzó Noah, se preguntó si no debería cambiar de opinión y volver a hacerse amiga de Jack Daniel's.
"¿Él hizo qué?" Ella no podía creer lo que acababa de oir.
"Te hizo su única heredera. Punto. Ah"—agitó los dedos en el aire—"tiene algunos legados estipulados desde hace tiempo, pero el resto es para ti".
"Él no sabe nada de mí." Taylor trató de sacar su cerebro de la marcha lenta. "Hizo que me echaran de su edificio cuando llegué a San Antonio. ¿Por qué me lo dejaría todo a mí?"
Noah le dió una carpeta que trajo consigo al restaurante. "No ignoró completamente tu súplica. Josiah no era nada si no era minucioso. Esa fue una de las claves de su éxito. Lee todo lo que está aqui. Cuando lo hayas hecho, responderé a tus preguntas."
La observó con los ojos entrecerrados mientras ella escaneaba los papeles. Un reporte de laboratorio. Un reporte de crédito. Una copia del testamento de sus abuelos. Sus créditos universitarios. Y seguía y seguía. Un registro completo de su vida. Estaba dispuesta a coger la carpeta y romper todo lo que contenía cuando llegó al último elemento, una foto en blanco y negro de una joven pareja que sonreía felizmente, abrazada. La mujer llevaba un pequeño ramo de rosas y el hombre tenía una rosa pegada en la solapa. Incluso con lo vieja que era la foto, a nadie se le escapaba el amor que brillaba en sus rostros.
"Dale la vuelta," dijo Noah.
Le dió la vuelta para ver la parte trasera y sus ojos se abrieron más.

Pensé que te gustaría esta imagen de tus padres. Laura era el amor de mi vida. Para siempre. Tu padre, Josiah Gaines.

Taylor quiso bajar la cabeza y llorar. Por ella. Por la joven pareja que tan desesperadamente se querían cuyas vidas habían sido destrozadas por personas que no daban cabida a las emociones. Por todo lo que podría haber sido y no fue.
"Creo que beberé algo después de todo." Hizo una señal al camarero.
"Yo que tú me ceñiría al vino," advirtió Noah. "Tenemos mucho de lo que discutir."
"¿Y podría perder la cabeza y atacarte de nuevo?" Ella cerró las manos en puños. "Tal vez esto fue un error."
Le agarró las manos. "Esto no es ningún error. En ningún aspecto. Y la próxima vez que te folle, pequeña, no será porque has bebido el alcohol de una semana."
El aliento se le quedó en la garganta. "Yo no..."
"Sí. Tú sí. Y sí, lo haremos." Su voz era lenta e intensa. "No creas que nada de lo que está pasando se interpondrá en lo que ambos sabemos que va a pasar". Soltó sus manos y volvió a sentarse, con una mirada extrañamente inquieta. "Sea lo que sea lo que hay entre nosotros, tenemos que domarlo y seguir adelante. Tenemos negocios que llevar a cabo y más ojos de los que puedas imaginar nos estarán observando".
Domarlo. Seguir adelante. Como si estuvieran exorcisando un demonio.
Si tuviera sentido común, se levantaría y saldría corriendo del restaurante tan rápido como pudiera. Lejos del legado de Josiah Gaines. Lejos de lo que tenía que decirle Noah Cantrell. Pero más importante, lejos del hombre mismo. Estaba enfadada, asustada y excitada al mismo tiempo. Y la lujuria erótica que él había despertado en lo más profundo de su ser presionaba con fuerza para estallar de nuevo.
Con un esfuerzo de voluntad, se recompuso.
"Olvidando los asuntos personales. ¿Qué es tan urgente de todo esto? ¿No podría renunciar a cualquier reclamación de la herencia para que todos podais seguir con vuestros asuntos?"
Noah negó con la cabeza. "Es más complicado que eso. Pasó algo la semana anterior al asesinato de Josiah, pero no sé el qué. No parecía haber nada inusual el dia anterior a salir de viaje y fue asesinado en el camino a casa desde el aeropuerto el día que regresó. Me llamó tan pronto como aterrizó y me dijo que necesitaba reunirse conmigo, pero lo hacía a menudo. Sea lo que fuera, nunca llegamos a discutirlo. Fue asesinado en el camino a casa desde el aeropuerto."
"¡Dios mio!" Taylor se frotó las sienes, tratando de asimilar lo que estaba escuchando. "¿Quién ha llevado la empresa desde entonces?"
"Kate Belden, la vice presidenta ejecutiva de Arroyo."
Su tono de voz lo decía todo.
"No te gusta," dedujo Taylor.
Noah se encogió de hombros como siempre. "No es mi tipo. Es una máquina en piel humana con grandes aspiraciones."
Taylor levantó una ceja. "¿Cómo de grandes?"
"Aparentemente se consideraba a sí misma la heredera de Josiah. Sé que asumió que la junta directiva la votaría automáticamente para el puesto de directora general. Lleva un mes ejerciendo una activa labor de presión. Tú serás una pequeña sorpresa para ella."
Ella frunció el ceño. "No lo entiendo."
"El testamento de Josiah te da el sesenta porciento de Arroyo. Tengo delegaciones de la mayoría de la junta que te nombran directora general temporal".
Taylor se quedó boquiabierta. "¿Qué? Me estás vacilando, ¿verdad?
Noah negó con la cabeza. "No de momento. Le debo a Josiah mantener unido lo que construyó y averiguar lo que está mal. Parece que tú tendrás que ser el pegamento."
Ella dio un buen trago de su vino. "¿Qué crees que sé sobre la gestión de un conglomerado como Arroyo? ¿En qué pensaba Josiah?"
Noah cogió la carpeta que había estado mirando, la abrió y sacó dos hojas de papel.
"Yo diría que un grado en empresariales de la Universidad de Tama y un MBA de la Universidad del Sur de Florida no es un mal comienzo. Te graduaste como la mejor de la clase ambas veces." Le dió la vuelta a la hoja de papel. "Las excelentes recomendaciones de tus profesores te consiguieron un puesto de asesor de inversiones en Clemens Jacobs Financial Services y fuiste la mejor productora. La persona más joven de la historia en ser admitida como socio por la vía rápida." Alzó la vista. "Probablemente sepas más de lo que las personas con las que te vas a reunir esperan de ti."
Ella estaba teniendo problemas para comprender su gran conocimiento sobre ella. "En cualquier caso, ¿cómo has obtenido esa información?"
"La mayoría del material son archivos públicos. Y el dinero puede comprar lo que séa si gastas lo suficiente."
Taylor se quitó el pelo de la cara. "No sabía yo eso." No pudo evitar que la amargura de su voz. Abrió la carpeta de nuevo, estudiando cada hoja de papel. "Este test de ADN. Asumo que usaste algo de mi habitación del hotel. ¿De eso se trataba todo esto?"
Le agarró la muñeca antes de que ella le viera extender la mano.
"No fui yo el que estaba tan caliente que me desgarré la ropa," señaló él con voz tensa. "Pero eso no es importante. Lo que es importante es que yo no huí de eso, que me condenen por idiota. Y no, podría haber tenido lo que necesitaba de muchas maneras. Y no necesitaba llevarte a la cama para hacerlo."
Su rostro se calentó y apartó el brazo. El repentino movimiento hizo caer la copa de vino y se derramó sobre ambos. Taylor se sacudió y agarró su servilleta, secando ineficazmente su falda. Miró de reojo a Noah para ver cómo se limpiaba la chaqueta del traje con una mirada implacable.
"Lo siento." Tiró la servilleta sobre la mesa. "La estoy liando, como siempre. Ahora, bastante literal. ¿Por qué no me dices cómo hemos llegado a este punto y qué necesitas, en el menor número de frases posible?"
"Bien." Su voz era firme, pero cuando le miró a la cara vio el brillo de sus ojos. "En cuanto a lo que hay en la carpeta, Josiah me hizo comprobar todo lo relacionado contigo. Quería estar seguro de que no le daba la espalda a alguien que era realmente suyo. Cuando le llevé la carpeta, él se encerró en su madriguera y se emborrachó de forma apestosa".
"¿Se emborrachó?"
Noah asintió. "Tuve que hacer palanca en la puerta para abrirla a la mañana siguiente. Él estaba sentado en su escritorio sujetando una foto de tu madre. Nunca me dijo que había pasado ese día, pero me dio instrucciones."
"Instrucciones." Dejó caer la servilleta sobre la mancha de la falda.
"Sí. Estaba en medio de la investigación de lo que ocurría con Arroyo o te habría pedido que volvieras enseguida. Le llevé a San Antonio a un abogado al que ya había recurrido para actividades privadas y le redactaron el nuevo testamento. Para entonces ya había conseguido él mismo las delegaciones de la junta, con el voto asignado a mí para un nuevo director general".
Taylor frunció el ceño. "¿El equipo no pensó que era extraño?"
"Tal vez. No sé como lo hizo. Me dijo que este era su plan alternativo. Por si acaso. Sabía que planeaba ir a Tampa para verte cuando lo mataron."
"¿La policía ha avanzado algo en el caso?"
Noah hizo un sonido de disgusto. "La policía no puede encontrar su culo sin usar ambas manos. Si alguien va a encontrar respuestas sobre el asesinato de Josiah, ese tendré que ser yo. Todo lo que puedo decirte es que mi instinto me dice que tiene que ver con Arroyo, y eso ahora te involucra a ti."
Se apoyó en el respaldo de la cabina, tratando de darle algún sentido a todo aquello. "¿Y qué es lo que quieres que haga?"
"Vuelve a San Antonio conmigo. Múdate a Rancho Arroyo, la casa de Josiah. Toma las riendas de la empresa. Ayúdame a averiguar qué está pasando y quién está detrás. Puedo ponerte al corriente de los actores clave y ayudarte en lo que necesites. Estaré contigo en cada paso de este camino."
"Apostaría por ello." Ella soltó una breve risa. "¿Por qué te eligió Josiah para esto? ¿Qué es lo que ganas con todo esto, señor Cantrell? Perdóname, pero no te veo especialmente altruista."
Su mandíbula se tensó y tardó en contestarle. "Tengo una gran deuda con él. Una que nunca seré capaz de pagar. Haría lo que fuera por él. Y él confió en mí. Esto es por él."
"¿Y exactamente qué—"
Él sujetó su mano. "No. Los detalles no entran en discusión."
"Bueno." Bebió un sorbo de agua, tratando de encontrarle sentido a las cosas. "No quieres mucho, ¿verdad? ¿Y cuándo se supone que tengo que hacer esto?"
"Esta noche. Te daré los detalles y un resumen del reparto de personajes en el avión".
Taylor pensó que se desmayaría. ¿Esta noche? "Eso es imposible."
Noah volvió su mirada hacia ella. "Es necesario. ¿Qué podría retenerte? Sé que has renunciado a tu puesto de Clemens Jacobs. Y hoy era tu último día. No tienes compañeros cercanos a los que tengas que dar explicaciones. Ninguna...relación que te mantenga aquí."
Se levantó de golpe. "Has investigado mi vida amorosa? Eres la persona más arrogante del mundo."
Una de las comisuras de su boca se crispó. "Probablemente. Pero tenía que saber si tenías algún cabo suelto que necesitáramos atar. Tenía que tener una imagen completa de ti."
Apretó las manos alrededor de su vaso de agua. "Estoy segura de que te has reído mucho de lo patética que es esa imagen. Supongo que eso explica por qué me lancé sobre ti en la habitación del hotel."
"Te lo dije. Lo que pasó esa noche es cosa a parte." Frunció el ceño. "Una a la que definitivamente volveremos."
"¿Y qué hay de mi casa? ¿Otras cosas? No puedo simplemente coger un avión e irme."
"Sí, puedes. He traído gente conmigo para que se encargue de cerrar la casa y guardar el coche. Contrataremos un servicio de seguridad para echarle un ojo a las cosas."
Dejó el vaso con cuidado y lo miró fijamente al otro lado de la mesa, con las manos cruzadas frente a ella y los hombros rígidos. "Durante toda mi vida, la gente me ha estado diciendo lo que tenía que hacer. Dándome órdenes. Ajustando mis prioridades. Entonces descubro que esaa gente había destruido literalmente la vida de mi madre y se habría deshecho con gusto de la mía. Así que la tranquila y complaciente Taylor Scott ha desaparecido. Nadie me dirá lo que tengo que hacer. Nunca más. ¿Estoy siendo clara?"
Su mirada de respuesta fue igual de dura. "Esto es un poco más que decirte qué vestir y con quién cenar. Aquí está en juego toda una corporación. Y toda la gente envuelta en ella."
Volvió a coger el vino, bebió el resto lentamente y lo reemplazó con una mano que temblaba ligeramente. "Si esta gente está decidida a ocultar lo que hace, a apoderarse de la empresa, ¿qué les impide matarme? Probablemente pensaron que estaban libres y ahora aparezco yo."
Sus manos se tensaron ligeramente y despues se relajaron. "No dejaré que eso ocurra."
"De verdad." Ella rió, pero no era un sonido placentero. "No conseguiste mantener a Josiah a salvo."
La rabia se reflejó en sus ojos. "No esperabamos algo tan drástico. Ahora sí. Estaremos preparados."
Ella lo miró fijamente, con un conocimiento repentino que la inundó. "Quieres usarme como cebo."
"Taylor." Él se inclinó hacia delante. "Alguien tiene que tomar las riendas de esta carreta antes de que los ladrones de caballos la roben. Josiah te eligió a ti. Mis opciones son limitadas."
Jugueteó con su servilleta. "¿Crees que llegarías más lejos si me preguntaras en vez de ordenarme?"
Un músculo saltó en su mejilla. "De acuerdo. Te lo preguntaré. ¿Volverías conmigo a San Antonio y harías esto?"
Se sentó en silencio, dándole vueltas a todo en su mente.
Finalmente, habló de nuevo. "¿Estas asustada? ¿Tienes miedo de enfrentarte a un reto así.? ¿Tienes miedo de un poco de peligro?" Su voz se hizo más grave. "¿Tienes miedo de mí, pequeña?"
Si algo la hubiera empujado a ello, era esto. La nueva Taylor Scott no le tenía miedo a nada. Y él tenía razón. ¿Qué tenía que hacer aquí? Tal vez esta era una oportunidad para saber del padre que nunca había conocido. Para explorar quíen podría haber sido si sus abuelos no hubieran interferido.
"Condenación. No soy tu pequeña. Ni la de nadie." Se mordió el labio inferior por un momento. "De acuerdo. Volveré contigo. Pero quiero unas normas de base."
Él arqueó una ceja. "¿Y esas cuáles son?"
"No tengo ni idea de dónde me estoy metiendo. Tengo que depender de ti para pasar por esto, pero con una concidión. Somos iguales. Nada de órdenes. Te lo dije. Estoy a cargo de mí misma."
Pensó que había visto la mueca de una sonrisa en sus labios, después se fué. "De acuerdo. ¿Algo más?"
"Tengo unas cosas que hacer antes de irnos. Hacer las maletas, en primer lugar."
Noah ya estaba sacando su cartera y haciendole señas al camarero. "No lleves muchas cosas. Mañana vendrá una compradora personal con un nuevo vestuario para que lo veas. Ella sabrá lo que tiene que llevar la directora general de Arroyo y una residente de la lista A".
Taylor lo miró fijamente. "¿Una compradora? Estas muy seguro de ti mismo. Vas a elegir mi ropa por mí también? No lo creo."
Se mordió los labios por su evidente irritación. "Necesitarás un vestuario que diga quién eres. Estoy seguro de que no hay nada malo con el que tienes, pero estás a punto de convertirte en otra persona. ¿Puedes simplemente confiar en mí y no discutir? No tienes que llevar nada que no te guste."
Se tragó su propia molestia. "De acuerdo. Punto zanjado. ¿Qué otras sorpresas tienes para mí?"
Él se encogió de hombros. "Una cuenta corriente. Tarjetas de crédito. Otras cosas que necesitarás."
Taylor se deslizó fuera de la cabina. "Supongo que tengo que agradecerte por tu eficiencia."
"No pensaba irme sin ti, incluso si tenía que secuestrarte."
Por una vez, Taylor se quedó sin palabras. Mientras Noah la guiaba fuera del restaurante, su mente giraba en torno a los acontecimientos en los que se había visto envuelta, y su cuerpo empezaba a zumbar a la espera de lo que ese hombre pudiera querer de ella en privado. Y en si ella estaba dispuesta a dárselo. Su único pensamiento hizo uso de su recién adquirido lenguaje gráfico.
He perdido mi puta mente.

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