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Los Secretos Del Rubicón
Ivo Ragazzini
Hubo un tiempo en el que el Rubicón no era solo un río y a la Romaña se la llamaba Flaminia debido a una vía que llevaba a Roma. Y cuando en el año 49 a.C. Julio César llegó delante se encontró con que lo esperaba una empalizada de madera pintada de «rúbico», es decir, rojo púrpura, el color oficial de Roma, que el impedía el paso hacia Roma. ¿Pero por qué motivo se había construido, incluso antes de que naciera César, una línea roja defensiva que llegaba hasta el mar para cerrar el paso a los enemigos de Roma? ¿Y cómo consiguieron César y sus legionarios superarla y atacar Roma? Hasta ahora nadie había llegado a investigar estas y muchas otras cosas. Un libro que trae por primera vez una nueva luz sobre la oscuridad histórica que ha cubierto al Rubicón. Hubo un tiempo en el que la Romaña se llamaba Flaminia y el Rubicón no era solo un río. Y cuando en el año 49 a.C. Julio César llegó delante se encontró con que lo esperaba una empalizada de madera pintada de rojo púrpura y colocó durante varios meses a sus legiones sobre aquella frontera defendida por los legionarios de Pompeyo.  ¿Pero qué era y por qué razón se había construido, aun antes de que naciera César, una línea roja defensiva que llegaba hasta el mar y qué hicieron César y sus legiones para superarla? Hasta ahora nadie había llegado a descubrir esto y muchas otras cosas.  Nacido de datos históricos nunca observados antes, este libro os llevará a descubrir por primera vez qué era verdaderamente el Rubicón, qué idearon los legionarios de César cuando se decidió a atacar Roma y muchas otras novedades inéditas que no sospechabais y que os llevará, paso a paso, a descubrir por primera vez:  • ¿Qué era realmente el Rubicón?  • ¿Quién y con qué objetivo creó esa frontera antes de que naciera César?  • ¿Por qué los historiadores no se ponen de acuerdo sobre dónde estuvo el Rubicón?  • ¿Qué planes y estrategia usaron César y sus legionarios para cruzarla?  • ¿Y los legionarios de Pompeyo para defenderla?  • ¿Alguien había lanzado una maldición contra cualquiera que se atreviera a cruzarla armado?  • ¿César y muchos legionarios romanos tuvieron pesadillas de «Malanoche» antes de atravesarla?  • ¿Qué era la Romaña y qué símbolos tenía en los tiempos de César?  • ¿Qué era la fiesta del «año nuevo» en que se celebraba en Roma?  • ¿Qué insultos en latín intercambiaban los legionarios?  Y muchas otras novedades inéditas que ni siquiera sospechabais.  Un libro que lanza por primera vez novedades y una nueva luz sobre la oscuridad histórica que ha cubierto esos acontecimientos.


Ivo Ragazzini

LOS SECRETOS DEL RUBICÓN

La frontera rojo púrpura de Roma

Título original: I Segreti del Rubicone
Traducido por: Mariano Bas
Título original: I segreti del Rubicone
© 2018 Ivo Ragazzini
Primera edición en papel: noviembre de 2018 – Montag Edizioni
Segunda edición en papel: septiembre de 2020
Primera edición en formato electrónico: agosto de 2019
Segunda edición en formato electrónico: septiembre de 2020
Traducido por: Mariano Bas
Editorial: Tektime – www.traduzionelibri.it (http://www.traduzionelibri.it/)

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Prólogo
Había una vez una tierra que los romanos atravesaban y defendían como una frontera sagrada e infranqueable que conducía a Roma.
A esa tierra antiguamente se la llamaba Flaminia, luego fue rebautizada como Romaña por motivos que pronto descubriréis vosotros mismos.
Hoy esa frontera sagrada e infranqueable para los dioses de Roma ya no existe, pero entonces existía y en sus parajes ocurrieron muchas cosas.
Los romanos entonces sabían qué era esa frontera y por qué motivo la habían construido, pero, desde la Edad Media hasta hoy, nadie sabe ya dónde se encontraba realmente y muchos han tratado de descubrirla.
Pero la búsqueda no fue única y aparecieron tres o cuatro hipótesis opuestas entre sí sobre dónde pudo encontrarse ese lugar.
Pero ¿dónde estaba esa frontera? Y, sobre todo, ¿qué ocurrió realmente en sus alrededores?
Muchas personas se lo preguntan todavía hoy y, desde hace siglos, diversos círculos y academias cada cierto tiempo se reúnen en tumultuosas conferencias para decidir, ahora a favor de un lugar, ahora a favor de otro, ahora a favor de un tercero.
Pero a preguntas del tipo:
¿Qué y por qué motivo se construyó por primera vez en esa frontera?
¿Con que objetivo y cómo se construyó?
¿Por qué la llamaban los romanos Puniceus Rubicon?
¿Por qué había arenas rojas que hoy ya no existen?
¿Había un lugar llamado «Malanoche» al borde de esa frontera?
¿César y muchos legionarios romanos tuvieron pesadillas o una mala noche antes de cruzar esa frontera?
Parece que sobre estas y otras muchas preguntas nadie ha tratado de llegar nunca hasta el fondo.
Y es una lástima, porque habrían llegado a descubrir por esas respuestas y muchas más qué era y para qué servía el Rubicón, lo que habría llevado a descubrir también por qué y por quién fue construida esa frontera, más muchas otras cosas que también descubriréis al leer este libro.
En resumen, se lleva siglos discutiendo e investigando dónde estaba el Rubicón, pero antes de descubrir dónde estuvo esta frontera, muchos han omitido averiguar para qué servía y quién y por qué lo construyó originalmente cuando César no había nacido todavía.
Y quien hubiera investigado a fondo estas cosas, estoy convencido de que habría descubierto inevitablemente esto y muchas otras cosas.
Solo añado que este libro, al no ser una reconstrucción de otros trabajos, os llevará a descubrir por primera vez muchos otros misterios y datos sobre la historia de Roma, el Rubicón y la Romaña antigua que no sospechabais.
A caballo entre el ensayo y el relato histórico, abriéndose paso entre veinte siglos de historia y por caminos inexplorados antes, este libro, usando investigación histórica, historias locales olvidadas, investigación etimológica y observaciones no realizadas antes, arroja por primera vez bastantes ráfagas de luz sobre las sombras de aquellos acontecimientos que se disputaron en una frontera rojo púrpura llamada el Rubicón, creando un relato único que no reproduce nada de lo escrito hasta ahora sobre el tema.
Este libro en concreto os explicará por primera vez:
¿Qué era realmente el Rubicón?
¿Por qué se llamaba así?
¿Quién y por qué creó esa frontera mucho antes de César?
¿Qué era la Romaña en esa época?
¿Qué símbolos y enseñas tenían las legiones galas de César?
¿Qué insultos usaban los legionarios y guerreros romanos de la época?
¿Qué era la fiesta de año nuevo en los tiempos de César?
¿Por qué César cruzó el Rubicón inmediatamente después de las elecciones de año nuevo?
Y, a decir verdad, muchas otras cosas que no creo que hayáis sospechado en un crescendo de hechos y revelaciones que os desvelarán muchos hechos y lugares olvidados por la historia en ese periodo turbulento del paso de la república al imperio romano.
Por todo ello, buena lectura y buen redescubrimiento de la historia del Rubicón y de muchas otras cosas más.

Ivo Ragazzini

Donde estaba el Rubicón, estaba también el camino hacia Roma
Romaña, hacia finales del año 50 a.C.
Julio César y su escolta militar se dirigen desde Rávena hacia Cesena
—Ubi est Rubico finis, etiam est Roman Via(Donde estaba el Rubicón, estaba también el camino hacia Roma) —dijo César al joven comandante de escolta Quinto Hortensio, que se sentaba a su lado sobre un carro militar, mientras atravesaban desde Rávena la calle custodiada por la Décima Legión
que conducía a Cesena, uno de los lugares que César, con una deuda de más de cien millones de sestercios, estaba construyendo en la Romaña en las cercanías de la frontera del Rubicón—. ¿Lo sabías, Hortensio? —añadió César.
—Antes de ahora no, pero una vez un centurión me contó algo —respondió el comandante Hortensio en un latín mezclado con galo.
—¿Te dijo al menos quién los creó y por qué se lo llamó Puniceus Rubicon?
—preguntó César.
—No.
—Entonces no te explicó gran cosa ese centurión —Cesar sonrió.
—¿Quieres ser mi maestro, general César?
—Está bien, comandante Hortensio.
»Hace muchos años, cuando la Romanvia
todavía no existía, un tribuno llamado Flaminio construyó un camino que conducía de Roma a Rímini en esta tierra a la que se llamó Flaminia en su honor.
»Sin embargo, pocos años después, un general púnico llamado Aníbal atravesó los Alpes y sorprendió a Roma desde el norte de Italia.
»Así que el tribuno Flaminio es nombrado cónsul y el senado le ordenó que defendiera a marchas forzadas el camino hacia Roma que acababa de finalizar y construir una línea defensiva para impedir el acceso y cerrar el paso de Aníbal hacia Roma.
»Y así el cónsul Flaminio construyó esa serie de líneas defensivas sobre algunos ríos y arroyos entre la actual Caes Arena y Ariminium y llamó Puniceus Rubico

a aquellas defensas colocadas a toda prisa porque debía impedir el acceso del púnico Aníbal a la vía Flaminia, el único camino fácil que desde el norte conducía directamente a Roma —explicó César.
—Muchas gracias, César. ¿Por qué hoy lo llamamos Rubico finis? —preguntó Hortensio.
—Porque todavía hoy hay una línea rojo púrpura inexpugnable a los enemigos y protegida por los dioses de Roma.
»Esas defensas se cerraron como empalizadas de pinos marítimos talados en los enormes pinares que ves que nos rodean, luego pintados de rúbico,
el color sagrado de Roma y hecho inviolable para los Dioses con un ritual sagrado de algunos sacerdotes flamines,
que colocaron los espíritus de nuestros Patres a guardar esa frontera para castigar a cualquiera que hubiera osado atravesarla en armas.
—¿Así que es por eso por lo que está prohibido cruzar armado el Rubicón? —preguntó un poco espantado Hortensio.
—Cierto, pero añadieron también los legionarios para custodiarlo, porque a veces los dioses solos no bastan. Y visto que ahora ha desaparecido la amenaza púnica, la mayoría lo llamamos solo Rubicón y lo mantenemos en pie para evitar el acceso hacia Roma por parte de bárbaros y enemigos desde el norte.
»Legionarios romanos y galos incluidos, naturalmente —añadió César sonriendo.
—¿Así que Rubicón significa rojo púrpura, noble César?
—Sí, es el color sagrado de Roma, el color rúbico que ves todavía en todos nuestros mensajes y notas bordeadas de rojo que enviamos y recibimos de Roma
—respondió César.
—Gracias, César, no lo sabía. ¿Me explicarías también por qué los legionarios romanos tienen miedo de atravesarlo, mientras que los de origen galo no?
—Porque quien es romano y lo atraviesa se convierte en un traidor y se dice que será fulminado por los dioses de Roma, mientras que quien no es romano se verá derrotado con la ayuda de los dioses por los soldados de Roma. O al menos eso dicen algunos sacerdotes flamines que cada cierto tiempo hacen un rito de maldición contra aquellos que traten de atravesarlo en armas —responde todavía sonriendo César.
—¿Y con todas estas maldiciones que lo rodean, no tendrías tú también miedo de atravesarlo, noble César?
—Un poco sí, pero no mucho —respondió César tras pensarlo un poco.
—¿Por tanto es solo por la protección sagrada de los sacerdotes flamines por lo que nuestros legionarios galos estarían dispuestos a atacarlo, mientras que los legionarios romanos no querrían hacerlo? —preguntó reflexionando para sí Hortensio.
—Sí, el problema no es solo militar, sino también religioso —respondió sonriendo César
—¿Entonces el Rubicón se defiende desde esa empalizada roja?
—Sí. Esos palos pintados de rojo púrpura se reponen y reconsagran cada cierto tiempo con la intervención de un flamen Dialis
y deben eternamente proteger y dar a conocer a los hombres dónde se encuentra la frontera de Roma, más allá de la cual está prohibido marchar armados. Esa frontera, una vez derrotado Aníbal, fue llamado sencillamente Rubicón y ahora permanece como una frontera de entrada y salida del territorio romano —explicó César.
—He leído un informe que dice: hay dos legiones de Pompeyo que han salido del Rubicón y han formado casi justo debajo de Cesena —comentó Hortensio, cada vez con más curiosidad por aprender cosas nuevas.
—Sí, pero no es exacto que hayan salido del Rubicón: se han desplegado sobre las tres líneas defensivas que siempre ha tenido el Rubicón desde los tiempos de Flaminio, cuando intentó detener a Aníbal entre Rímini y Cesena.
—¿El Rubicón tiene tres líneas defensivas entre Rímini y Cesena? —preguntó un poco sorprendido Hortensio.
—Sí, comandante Hortensio. El Rubicón se construyó sobre tres líneas defensivas, distanciadas lo suficiente entre sí como para poder maniobrar cómodamente entre ellas y responder a los ataques enemigos, como nuestra táctica bélica romana debería haberte enseñado desde hace mucho tiempo —César sonrió ligeramente, viendo a Hortensio como un alumno joven.
—¿Y cuál de las tres líneas sería entonces el Rubicón?
—Son las tres líneas defensivas del Rubicón, pero solo la última línea roja, la que se encuentra poco antes de Ariminium, construida sobre el río Pluso
es la protegida por una empalizada y no se puede cruzar en armas contra Roma —explicó César.
Hortensio se quedó pensativo un momento y luego añadió:
—¿Y si la pasáramos armados?
—Seríamos inmediatamente declarados traidores y enemigos de Roma.
—Entiendo. ¿Por qué se llama Romandía a esa zona? —preguntó Hortensio, como incasable curioso que era.
—Se la llama Romandía porque significa cruce y mandato romano y sirve en tiempo de paz para disolver las legiones antes de entrar en Roma o rearmarlas y reorganizarlas para dirigirse al norte.
»Por otro lado, si has leído el último informe militar, tienen miedo de que atravesemos esa línea y han mandado a toda velocidad dos legiones pompeyanas para situarlas sobre la primera línea al lado de Cesena y reforzar esa zona para impedirnos atravesarla —explicó César.
—Sí, también yo he leído ese informe. Dice que las legiones pompeyanas han salido del Rubicón y se han dispuesto sobre algunos ríos y arroyos bien defendidos y están prácticamente a las puertas de Cesena —respondió Hortensio.
—Exacto, pero quiero mostrarte mejor la situación —dijo César mientras sacaba un mapa del lugar dibujado sobre un pergamino que abrió delante de Hortensio—. Los legionarios de Pompeyo están colocados más o menos aquí, en las cercanías de Caes Arena, como hizo el cónsul Flaminio contra Aníbal. Y su primera línea se encuentra junto a este río que puede acrecentarse desviando las aguas gracias a las esclusas y canales descendientes que se encuentran a unas millas sobre los montes que hay sobre Caes Arena —dijo César mientras indicaba el lugar sobre el mapa.
—¿Y dónde está la segunda línea del Rubicón? —preguntó Hortensio.
—Está aquí, a unas millas más atrás sobre otro riachuelo, en un lugar llamado Ad Confluentes, que puede acrecentarse también desviando las aguas del monte —César mostró el punto sobre el mapa a Hortensio.
—¿Y la última línea dónde está?
—Es esta línea roja que ves dibujada aquí, unas millas todavía más al sur, junto a Ariminium
y está defendida por una empalizada de madera roja de hasta cuatro metros de altura por los motivos que ya te he dicho. Y esta es la frontera inviolable, que con o sin el favor de los dioses, pretendo violar —concluyó amenazante César.

¿Cuál era el verdadero Rubicón?
Ya deberíais haberlo entendido por el diálogo entre César y Hortensio, pero tratemos de resumir un poco lo que había sucedido a lo largo del tiempo.
Los historiadores han debatido y se han devanado los sesos durante siglos sobre qué pudo ser el verdadero Rubicón debido al hecho de que, según fuentes históricas, relatos y reconstrucciones geológicas, a veces parecía ser un río que pasaba cerca de Cesena, a veces otros ríos entre Savignano y Santarcangelo di Romagna,
lo que era verdad en cierto sentido, pero faltaban algunos detalles que creaban algo de confusión.
La confusión se debió al hecho de que hace mucho tiempo, en los tiempos del cónsul Flaminio, los romanos habían creado una defensa compuesta por tres líneas defensivas dispuestas una detrás de la otra, como indicaba la técnica militar de la época, para cerrar el paso nada menos que al cartaginés, o púnico, Aníbal,
que había atravesado los Alpes con sus tropas y algunos elefantes y podía descender hacia Roma pasando por la vía Flaminia, que acababa de construirse unos pocos años antes, llamada por el pueblo Roman-Dia y también Roman-Via, que significaba Travesía Romana o Vía a Roma, si así os parece.
De esos términos derivaron después los nombres Romània,Romandiola y la actual Romaña.
La última línea defensiva del Rubicón se trazó casi toda sobre el río que hoy se llama Uso.
Las otras dos líneas del Rubicón eran: una sobre el río Pressatellum, hoy llamado Pisciatello, y la otra sobre el río hoy llamado Fiumicino. Y probablemente ambas, si no las tres, estaban conectadas mediante canales y compuertas hidráulicas con las fuentes montañosas del Urgon, otro río cuyo nombre los historiadores creen que significaba Rubicón en dialecto romañolo, pero que en etrusco significaba algo muy distinto, como leeréis más delante.

Bastantes millas de esa frontera sobre el río Uso estaban cerradas por una hilera de altas estacas y tablas de madera engarzadas mediante hierros y abrazaderas metálicas y, hasta 1750, todavía existían restos de esas empalizadas sobre las orillas del río Uso, hasta el punto de que los campesinos del lugar solían tomarlos para fabricar aperos agrícolas.
Si pensáis que una obra de este tipo sería bastante grande o imposible para los romanos, deberíais saber que Craso, triunviro contemporáneo de César, hizo en torno al año 70 a.C. una obra similar, dividiendo en dos la Calabria, desde la costa del Tirreno al Jónico, como una empalizada de cuatro metros de alto, para aislar la revuelta de Espartaco y sus gladiadores rebeldes que se habían refugiado en el Aspromonte.
Además, el Rubicón tenía piedras y arenas coloreadas de rojo sobre el río Uso que hoy ya no existen, pero que hasta el siglo XVIII todavía existían, como los historiadores académicos de la época refirieron y discutieron durante mucho tiempo, llegando a suponer que habían sido los romanos los que las habían coloreado de rojo para que se supiera que aquello era el Rubicón.
Sin embargo, no eran realmente piedras y arenas coloreadas a propósito de rojo por los romanos, sino el pigmento rojo púrpura caído al suelo que en su momento coloreaba la empalizada de madera y que poco a poco se fue desprendiendo por las lluvias y las riadas, a medida que pasaba el tiempo y se descomponía la madera de dicha empalizada.
Además, el Rubicón podía acrecentarse abriendo diques y canales de agua de las montañas de las fuentes del Urgon y tenía bordes escarpados levantados artificialmente

para hundir en el lodo los ataques de quien intentara atravesarlo a pie y a caballo, por no hablar de los elefantes de Aníbal.
A las tierras donde se encontraba el Rubicón se las llamó Roman-dia, diámetro, entorno o área romana, porque servían a las legiones para atravesar o estacionar unidades enteras de legionarios antes de entrar en territorio romano o para reconstituir nuevas legiones, entre veteranos y personajes a la espera de enrolarse que estaban en los parajes antes de marchar hacia el norte o las Galias.
Por eso, cuando alguien dice que la Romaña siempre ha sido una tierra alegre y hospitalaria, llena de fiestas y diversión, está diciendo la verdad, porque también lo era entonces, como lo fueron todas las tierras de frontera, donde los legionarios de diversos lugares dejaban las armas, recogían su estipendio y se dedicaban a fiestas y ocios diversos, mientras esperaban nuevos reclutamientos y reemplazos.
Y tal vez tampoco sea casual que desde hace siglos muchos ciudadanos germánicos y del norte de Europa continúen viniendo a la Romaña para sus vacaciones y la consideren como una segunda patria, pero eso que lo averigüe otro.

Continúa el diálogo de César y Hortensio
—Debes saber que, como Pompeyo está haciendo con nosotros, también Gayo Flaminio se desplegó en el Puniceus Rubicon en formación de defensa cuando se puso a esperar la llegada de Aníbal —dijo César a Hortensio mientras continuaban atravesando la Romaña.
—¿Y cómo acabaron las cosas entre Flaminio y Aníbal? —preguntó Hortensio.
—Acabaron mal. El tribuno Flaminio era bueno como constructor y político, pero algo menos como militar. Primero construyó la vía Flaminia y luego, usando los mismos ingenieros militares, creó una espléndida línea defensiva contra Aníbal. Pero cometió un feo error estratégico y tuvo un mal fin.
—¿Qué error cometió?
—Cuando algunas unidades de Aníbal llegaron de avanzada delante del Rubicón, vieron las líneas bien organizadas y las defensas que les cortaban el camino hacia Roma. Así que decidieron evitar un encuentro desventajoso y cruzar los Apeninos, desviándose de Cesena a Sassinia y Balneum, continuando luego por Arretium en el valle del Tíber,
mientras el grueso del ejército de Aníbal pasaba por los montes cerca de Módena y se reunía con las unidades avanzadas.
—¿Y luego?
—Flaminio se sintió engañado y cometió el error de salir con sus tropas del Rubicón y se puso a perseguir a Aníbal por los Apeninos. Fue un grave error táctico, porque Aníbal, al haber cruzado sus tropas los Alpes, era en esos senderos montañosos tácticamente superior, mientras que las legiones de Flaminio habían sido entrenadas y estaban acostumbradas a guardar un puesto y a marchar y maniobrar en formación compacta por caminos llanos y anchos —explicó César.
—¿Y cómo acabaron las cosas? —preguntó Hortensio.
—Acabaron muy mal. Flaminio se puso a perseguir a Aníbal, que lo atrajo a un paso largo y estrecho, donde de un lado estaban los montes y del otro el lago Trasimeno, lo que les impedía maniobrar.
»Mientras Aníbal fingía huir, había hecho subir su caballería sobre las montañas para esperar a las tropas romanas y así, cuando llegó Flaminio, se vio sorprendido por dicha caballería de Aníbal, que empezó a lanzar rodando grandes rocas sobre la formación romana, la rompió y luego cayeron sobre ellos a caballo aprovechando la fuerza y la velocidad del descenso de las montañas para cargar sobre ellos y arrollarlos.
»Al mismo tiempo, una parte del ejército de Aníbal, que fingía huir, se dio la vuelta y fue al encuentro del ejército romano para acabar con él en combate hombre a hombre. Murieron millares de romanos, incluido Flaminio —explicó César.
—¿Cómo es posible que Flaminio cometiera un error táctico de ese calibre? —preguntó Hortensio.
—No lo sé. Probablemente fue el senado de Roma que, preso del temor, ordenó a Flaminio salir del Rubicón para unirse a las legiones de otro cónsul que esperaba a Aníbal antes de Roma, para luego atacarlos juntos en campo abierto.
»Sin embargo, Flaminio, durante la marcha, alcanzó mucho antes al ejército de Aníbal y se puso a acosarlo de cerca, lo que es muy peligroso de hacer mientras se está en movimiento en espacios y caminos estrechos, por los contraataques y las maniobras que puede realizar el adversario que tienes delante.
—¿Qué contraataques?
—Vamos, comandante Hortensio. Contraataques del tipo pararse por sorpresa, darse la vuelta y prepararse rápidamente para la batalla y esperar al ejército enemigo que, al continuar avanzando velozmente, cae solo en tus manos, con su vanguardia empujada por las unidades que vienen después, que avanzan y se estrellan veloces sin ni siquiera saber qué pasa en la cabeza —César sonrió por haber visto y realizado juegos tácticos de ese estilo durante las campañas militares en las Galias.
—Ingenioso. ¿Qué habrías hecho en su lugar, César?
—El senado debería haber ordenado a Flaminio solo seguir a Aníbal un poco más lejos, sin entrar en contacto, y que al mismo tiempo el otro cónsul que estaba esperando a Aníbal antes de Roma creara una pequeña línea defensiva, para atraparlo así en campo abierto con un ejército al frente y otro a las espaldas —explicó César.
—Buena táctica —dijo Hortensio.
—Hoy es simple escuela militar romana. Cuando un ejército que se mueve contra otro al atacarlo se ve encerrado de alguna manera, está ya tácticamente derrotado. Y eso es lo que hizo Flaminio contra Aníbal.
»Y cuando un ejército que está quieto al defender algo se ve de alguna manera desplazado, ya está tácticamente derrotado. Y ese fue el otro error que cometieron Flaminio y el Senado contra Aníbal, cuando les ordenaron salir del Rubicón y se pudieron a perseguirlo entre los montes —dijo César sonriendo para sí—. Pero yo, si es necesario, no cometeré errores similares contra Pompeyo —concluyó.
—¿Entonces qué haremos contra las dos legiones de Pompeyo que nos esperan desplegadas sobre esas líneas? —preguntó Hortensio.
—Por ahora nada. Iré a entregar oficialmente las tierras que he prometido a las legiones y a los legionarios galos en Romandía y mandaré a Curión y Marco Antonio a Roma para pedir al senado que me nombren cónsul jefe del año —respondió César.
—¿Y qué haremos si no te nombran cónsul jefe del año?
—Marcharemos sobre Roma y se lo explicaremos —dijo César.
—¿Deberíamos también nosotros, como hizo Aníbal, cruzar los Alpes
en lugar de pasar el Rubicón? —preguntó curioso Hortensio.
—No, ya no se puede desviar uno fácilmente hacia los Alpes.
—¿Por qué?
—Después de la batalla y la muerte de Flaminio contra Aníbal, Roma ha aprendido la lección y ha construido un camino y una línea defensiva nueva sobre los Apeninos llamada Flaminia minor
en honor de su hijo, que permite, en caso de necesidad desplazar velozmente las tropas desde el Rubicón y disponerlas para guardar la línea defensiva sobre todos los Apeninos. Pero esto no es lo que me preocupa —respondió César, sonriente y seguro de su destino.
—¿Quieres decir que atacaremos y derribaremos directamente el Rubicón? —dijo Hortensio, un poco preocupado por esta eventualidad.
—Si se quiere, se puede hacer, pero el Rubicón también se puede socavar —respondió sonriendo César.
—¿Cómo? —preguntó Hortensio.
—No te preocupes de eso por ahora, Hortensio. Sabes bien que muchos legionarios no quieren ni pretenden atacar el Rubicón porque podrían atraerse la venganza y la ira de los dioses que lo defienden, pero conozco bien esa frontera y también conozco a algunos comandantes y legionarios que la guardan.
—¿Y qué?
—Cuando sea el momento, y solo si no me nombran cónsul jefe del año, como espero, veremos qué hacemos —concluyó César su discurso.

Breve introducción histórica
Antiguamente, la Italia del norte y la llanura padana se dividían en Galia Cisalpina
, Transpadana y Cispadana,
para distinguirlas de la Galia Transalpina francesa, a otro lado de los Alpes, la actual Francia del norte.
A la Galia Transalpina francesa se la llamaba Gallia Chiomata, por el hecho de que sus habitantes llevaban melenas (chiome) y plumas de alondra sobre sus yelmos, mientras que a la Galia Cispadana italiana, en la práctica casi toda la llanura padana, se la llamaba Gallia Togata, (Galia Togada) porque vestían togas de manera similar a la romana y de hecho estaban federados con Roma, con quien compartían muchas costumbres.
Cuando César volvió a Italia desde la Galia Transalpina francesa llevó consigo más legiones de las que tenía al ir y las agrupó en las cercanías del Rubicón, que entonces separaba la Gallia Togata italiana de la república de Roma.
Esto se debió al hecho de que, a medida que procedía a sus conquistas, había enrolado y formado a bastantes legiones, llamadas precisamente legiones galas.
Estas legiones galas estaban formadas no solo por combatientes, sino también por muchos colonos, mujeres y niños a cuestas, a quienes César les había prometido, en caso de victoria, honores y tierras en suelo italiano y, ahora que había vencido, los había llevado consigo a Italia y los había agrupado en las cercanías del Rubicón.
Al ver la amenaza, se reforzó el Rubicón a toda prisa con las tropas de Pompeyo, para tratar de frenar de cualquier manera a César, quien, después de haber agrupado sus legiones delante del Rubicón tenía prácticamente las puertas abiertas hacia Roma.
Esa provincia y esas tierras habían sido devastadas y expoliadas cerca de treinta años antes entre Cesena, Forlí y Faenza, por una violenta guerra civil, ganada por los optimates de Sila sobre los populares de Cayo Mario, tío de Julio César y ahora César, de vuelta de las Galias francesas, estaba repoblando y reconquistando esas tierras con las poblaciones de la Galia y la Provenza
que lo seguían.
A muchos legionarios y colonos se les ofrecieron como recompensa esas tierras delante de esa frontera, las aceptaron, depusieron las armas y colonizaron ese lugar, que fue llamado Roman-dia o Roman-via, que significa paso romano o vía a Roma.
Y todavía hoy una carretera que la atravesaba se llama vía Romea, o sea, vía a Roma y, esas tierras, Romaña.
Pero César propuso a sus mejores legionarios galos continuar combatiendo y ofreció como premio conseguir a cambio la misma Roma, si lo seguían y apoyaban en su marcha a la conquista de la ciudad.
Sin embargo, entre los soldados de César había también legionarios y oficiales romanos y entre ellos nacieron enseguida muchas discusiones y dudas sobre la legitimidad y corrección de hacer algo así.
Muchos legionarios romanos consideraban sacrílega una propuesta de ese tipo y pensaban que debían mantenerse siempre fieles a Roma, mientras que los que estaban a favor de los populares
y del tío de César, Cayo Mario, derrotados años antes por Sila, no querían otra cosa que redimirse y vengarse de Roma y de sus optimates.

Así convencieron a muchos legionarios galos para considerarla como una gran ocasión para rehabilitarse y convertirse, no solo en ciudadanos romanos, sino también en funcionarios públicos, en caso de atravesar el Rubicón y conquistar Roma.
Además, entonces como ahora, en el norte se hablaban dialectos latinos que eran distintos de los de la Italia central y sur.
Así que si alguien considera que las polémicas de la Italia del norte con Roma se deben a algo considerado reciente debería mirar un poco más atrás, porque ya en los tiempos de César había diversas cuestiones, como si a los galos togados de la llanura padana les convenía ser considerados ciudadanos de Roma o algo menor y había ya entonces disputas entre poblaciones y tribus, que querían continuar siendo autónomas, federadas o federalistas si preferís, mientras otras querían por el contrario ser ciudadanos Roma, con todas las ventajas y desventajas que esto podía comportar.
Las fronteras entre el norte y Roma ya existían y estaban para empezar dentro de las cabezas de las personas y de sus tradiciones y solo luego se trazaron en el suelo.
Y fue el propio César el primero en conceder la ciudadanía romana a las poblaciones de las Galias italianas poco después de haber atravesado el Rubicón y vencido en la guerra civil contra Pompeyo.
Así César agrupó y dispuso sus tropas delante del Rubicón, en las cercanías de Cesena y se dedicó a distribuir muchas tierras como premios y recompensas de guerra, sobre todo a sus legiones galas, que le habían seguido en su retorno a Italia.
Las legiones galas estaban compuestas en su mayoría por provenzales provenientes del sur de Francia y de Aquitania, desde lugares llamados Arles, Narbo Martius, Forum Julii, Forum Novempopuli, Forum Gallorum, Libertinorum y, en cierto modo, recrearon en la Romaña lugares similares.
A través de la Liguria y el paso apenínico entre Parma y La Spezia
llegaron a la Emilia, se unieron a algunas legiones de galos padanos que ya habitaban en la Emilia y empezaron a descender hacia la Roman-via, hasta agruparse amenazadoramente frente a las tropas romanas de Pompeyo en las cercanías de la frontera del Rubicón.
Así, las legiones galas de César, se pusieron a repoblar y reorganizar esa tierra que, ciento sesenta años antes, se la llamaba Flaminia en honor de un cónsul llamado precisamente Flaminio, cuyo nombre significaba entre otras cosas descendiente de los flamines, los sacerdotes más importantes de la antigua Roma, que había construido a marchas forzadas un línea defensiva, llamada Puniceus Rubicon, para impedir la llegada a Roma del cartaginés (o púnico) Aníbal, como hemos visto en un capítulo anterior.
Después de la grave derrota, que concluye con el sacrificio personal del mismo cónsul Flaminio,
esas tierras fueron entonces llamadas Roman-dia y Roman-via
porque seguían conduciendo a Roma.
Pero a sus legionarios más fieles César les pide y promete mucho más que las tierras romañolas, es decir, Roma e Italia enteras, si deciden seguirlo y conquistar el espacio que se interponía y se asomaba en las Marcas inmediatamente después de Rímini.
Y así agrupó las tropas más aguerridas que querían seguir combatiendo en las cercanías del Rubicón y se preparó para tomar Roma.
Esto atrajo a muchos, pero atemorizó a otros, lo que provocó algunas defecciones entre las filas de César, que consideraron que eso era una traición a su misión.
Uno en particular fue el valeroso general Tito Labieno,
que lo abandonó y se puso del lado de Pompeyo Magno, el rival político y militar de César, situado al otro lado del Rubicón, que llegó a él trayendo consigo a cerca de 3.700 efectivos entre caballeros y legionarios.
Pero hubo también algunos grupos de galos que no quisieron seguir a César y se contentaron con establecerse para siempre en las tierras de la Romaña que les había prometido, aunque César les pidió que le defendieran las espaldas frente a las tropas de Pompeyo que podían llegar desde España hasta Italia.
Así que algunas legiones galas se pusieron a repoblar la actual Romaña, despoblada por las recientes revueltas civiles de Mario y Sila.
Pero volvamos al viaje de César a Cesena.

César llega a Cesena (Curva Caes Arena)
César y el comandante Hortensio, después de recorrer la Via Decimana llegan a Curva Caes Arena,
donde les esperaban muchos hombres siempre fieles a los populares
de su tío Cayo Mario.
Unos diez años antes en la Romaña, los populares, encabezados por el tío de César, Cayo Mario, habían sufrido una severa derrota militar por parte de los optimates de Sila entre Forlí y Faenza, que había despoblado los campos.
César estaba reconstruyendo y reorganizando muchas cosas.
En esas tierras había prometido y entregado muchos terrenos y cargos públicos a sus veteranos y con los impuestos sobre las tierras y sus productos estaba embelleciendo y romanizando muchas cosas en la Romaña.
Edificios públicos, teatros, escuelas de gladiadores, lugares y calles, crecían para asegurarse fidelidad política, estabilidad militar y logística sobre el territorio.
Cesena fue llamada Curva Caes Arena, que significaba Arena Circular de César y con ese nombre aparecía entonces en un antiguo mapa romano.

La Curva Caes Arena era una pequeña copia del Circo Máximo para las carreras de caballos que Cesar casi había terminado de construir, pero que, debido a su muerte producida pocos años después, la acabó de completar su sobrino, el emperador Augusto.
Una vez llegado a Cesena, César reunió a sus mejores oficiales, Labieno, Quinto Hortensio, Curión, Marco Antonio, Casio y Asinio Polión, para revisar la situación militar de Pompeyo al otro lado del Rubicón.
—Te saludo César. Para la fiesta de tu llegada hemos organizado espectáculos ecuestres dentro de tu arena, que está casi terminada —dijo Curión.

—Gracias, ya sabéis que me gustan las carreras de caballos, pero antes hablemos de la situación estratégica de Pompeyo —respondió César.
—Pompeyo sospecha que quieres atacar Roma, ha salido de la frontera del Rubicón y ha avanzado con las dos legiones hasta apropiarse del Prissatellum,
justo enfrente del Caes solum
y las tierras donadas por ti a los galos. En este momento están enfrente de nuestras tropas a pocas millas de nosotros —dijo Marco Antonio.
—Sí, lo he sabido por los correos. Pompeyo ha hecho más o menos lo que hizo Flaminio cuando se puso a esperar la llegada de Aníbal —respondió sonriendo César.
—Exacto, mi César; solo tiene dos legiones y las ha dispuesto en formación de defensa sobre el Rubicón —dijo Marco Antonio.
—¿Y qué más está haciendo para defenderse? —añadió César.
—Pompeyo está amenazando a través de algunos sacerdotes con maldiciones y pérdida de la ciudadanía contra aquellos que osemos atravesar el Rubicón, pero solo lo hace para ganar tiempo y asentar una tercera legión de refuerzo en retaguardia y cubrir mejor la línea defensiva —respondió Marco Antonio.
—¡Mortatibus sui!
—exclamó César con fuerza—. ¿Tal vez pretende usar el miedo a los dioses y la fidelidad a Roma de nuestros legionarios como arma de disuasión?
—Parece que sí, César. Y ha anunciado el envío de flamines y vaticanos
aquí, a Caes Arena, para encontrarse contigo, pero veremos si tienen valor para atravesar el Rubicón y venir a hablar contigo —respondió Marco Antonio.
—Sin duda lo veremos. Como representantes de los dioses de Roma tienen acceso a cualquier lugar ocupado por legiones y legionarios romanos —respondió Labieno, el mejor general romano de César.
—¿Y si vinieran, que creéis que harían? —preguntó César.
—Normalmente hacen dos cosas. Negociar una paz en nombre del senado y disuadir a quien quiera atacar Roma o maldecir a todos contra los Dioses y nuestros antepasados guerreros —explicó Labieno.
—Somos mis antepasados y yo los que ya les hemos maldecido y les hemos declarado la guerra mucho antes que ellos —respondió César, sin poder seguir manteniendo la calma.
—¿Es que has hecho oficiar maldiciones y contrasacrificios mágicos a los sacerdotes druidas
de nuestras legiones para tratar de protegernos? —preguntó Labieno.
—He hecho todo lo que es necesario para vencerlos y derrotarlos, general Labieno, y esto puede incluir tener buenos legionarios, como vosotros, y bastantes otras cosas —respondió César.
—Es una cosa malvada y prohibida atormentar con sacerdotes a un ciudadano romano o un amigo por intervención divina. Solo a los enemigos de Roma se los puede matar legítimamente por medio de sacerdotes y de los dioses del Hades, sin incurrir en la venganza de los dioses de Roma —respondió Labieno, que, como muchos legionarios romanos, respetaba los preceptos de la religión de Roma.
—Esta vez te equivocas, general Labieno. Soy también Pontefix Massimum
y sé muy bien qué hacen en secreto nuestros sacerdotes no muy lejos de aquí, en el Mons Jovis,
inmediatamente después del Rubicón y te puedo decir que también allí ordenan matar a los enemigos del estado, primero con rituales divinos y luego, si esto no basta, con otras cosas —respondió César.
—¿Y entonces por qué, en lugar de ponernos en contra las maldiciones de nuestros sacerdotes y antepasados, no llegamos a un acuerdo de paz con ellos? —dijo el general Labieno, que no quería guerrear contra Roma.
—Porque ellos se han convertido en enemigos del estado, debido a sus crímenes cometidos contra los ciudadanos y contra nuestros representantes populares y no tendrán de su lado, ni a los dioses, ni a nuestros antepasados. Pero no es con rituales mágicos como pretendo derrotarlos —concluyó César.
—Pues parece que ellos pretenden hacerlo de ese modo, César —respondió Curión.
—Explícate mejor.
—Por lo que he oído decir, tienen la intención de trazar otra raya roja sobre la segunda línea defensiva y hacerla sagrada e inviolable —añadió Curión.
—¿Quieren trazar otra raya roja? ¿No les basta ya con la del Rubicón…? —César empezó a reírse y luego añadió—: ¿… y dónde querrían dibujar esa otra raya roja?
—Inmediatamente después de la primera línea del Prissatellum.
—Claro. Así, en caso de ceder, les bastaría con retirarse detrás de esa línea y piensan que ningún soldado romano osaría atravesarla armado. Pero eso significa también que no tienen muchos legionarios desplegados sobre el Rubicón y tratan de detenernos con el miedo a los dioses —Luego añadió—: Ordenad inmediatamente anular los miedos de nuestros legionarios, con contrasacrificios de druidas y sacerdotes celtas de nuestras legiones galas —ordenó César.
—Eso puede funcionar con los legionarios galos, pues ellos creen más a sus druidas que en los dioses de Roma, pero nuestros legionarios romanos creen en los flamines y nosotros, como sabes, no tenemos sacerdotes flamines que nos sigan —le respondió Curión.
—Lo sé, los sacerdotes flamines están al servicio del senado y no pueden ponerse al servicio de una legión sin autorización de Roma. Sin embargo, pretendo hacer que nuestros legionarios no tengan medio de subgestitis et superstitis
inculcadas por los enemigos —respondió César.
—Pero habría también otro problema, además de los flamines —dijo Curión a César.
—Explícate.
—Pretenden detener también a nuestras legiones galas sobre la primera línea del Prissatellum.
—¿De qué modo?
—Hay una bruja gorgona
muy poderosa y creída por el vulgo que vive en el manantial del Urgon,
precisamente en los montes que nos rodean, que los hombres de Pompeyo pretenden usar aprovechando las creencias y los miedos de nuestros legionarios galos —respondió Curión, atrayendo por un momento la atención de todos los presentes.
—¡Mortatibus sibi!
Explícame de inmediato lo que acabas de decir —exclamó César.

La bruja del Urgon
Sobre los Apeninos Romañolos todavía existe el nacimiento de un río que aún hoy se lo llama Urgon.
Muchos consideran que el Rubicón nace en ese lugar, porque en el dialecto de la Romaña esa palabra podría significar Rubicón, pero a decir verdad no ay ninguna seguridad sobre esto, porque en dialecto de la Romaña se debería decir Rubgon o, en todo caso, Urbgon, si se habla un romañolo muy cerrado.
Por el contrario, nadie ha advertido que la palabra Urgon significaba en etrusco antiguo gorgona, es decir, una especie de bruja horrible y aterradora similar a la legendaria Medusa y que donde nace el Urgon se encontraba un lugar llamado todavía hoy Strigara.

Además, un poco más adelante de esa fuente hay otro lugar, todavía hoy considerado como muy misterioso, llamado Gorgoscuro.

Pero volvamos a Curión mientras se pone a explicar a todos quién es la bruja del Urgon.
—Esta bruja vive y trabaja sin descanso en los montes junto al nacimiento del río.
»También se dice que tiene acceso a los infiernos, ve el pasado, presente y futuro y resucita los cuerpos de los muertos, obligando a sus almas a volver para crear encantamientos y hechizos mágicos.
—¿Y qué? Aunque fuera verdad, no es una diosa, sino solo una intermedium
entrelos hombres, los infiernos y los dioses. ¿Qué podría hacer contra nosotros? —respondió el comandante Marco Antonio.
—Si es por eso, tampoco los sacerdotes flamines son divinidades, sino solo intermedia entre los hombres y los dioses de Roma —respondió Curión.
—No es verdad, eso es una blasfemia. Los flamines y nuestros otros sacerdotes romanos hablan por boca de los dioses de Roma y son sus vicarios en la tierra —replicó el general Labieno.
—Si es por eso, también se dice que la brujas hablan por boca de los infiernos y de la ultratumba —respondió Curión.
—Sí, pero son inferiores a los flamines. Flaminis super stitiius striges, sed sub stantias Deis
—respondió Labieno, que era un fiel cumplidor de la religión romana de la época.
—No se trata de esto. Están buscando condicionarnos para que no combatamos. Hemos visto muchas cosas similares usadas contra nosotros durante las campañas en la Galia y los legionarios romanos temen poco a las divinidades bárbaras, pero los galos podrían verse frenados y asustados por estas coas. Cuéntanos, Curión, que más sabes de esta bruja gorgona —intervino César para cerrar la discusión.
—Poco antes de llegar a la fuente, hay una presa que ha formado una laguna artificial que sirve para regular el flujo de las aguas del río Prissatellum, que nos separa de las legiones de Pompeyo.
»Además, he oído decir por informadores que pretenden usar a la gorgona para hacer malditas esas aguas y liberarlas en el río en cuanto vean que nos preparamos para atacarlos.
»Naturalmente, harán correr la historia de que quien pasa esas aguas muere en breve, para tratar de impedirnos atravesarlas.
»Luego llenarán las orillas del Prissatellum con cabezas y máscaras de gorgona colocadas sobre estacas que hincarán en el suelo como límite y frontera que traerá desgracias superar. Así nuestros legionarios se sentirán impresionados y temerosos al cruzar ese río
—concluyó Curión su exposición.
—También yo soy un poco supersticioso, pero, si ese es el único problema, dejemos que algunos druidas de nuestras legiones galas adopten todas las contramedidas y protecciones oportunas. Algunos de ellos son muy eficaces —respondió un comandante galo presente.
—¿Qué podría hacer un druida para proteger a nuestras tropas? —intervino César de inmediato.
—Los druidas no cuentan mucho de lo que hacen, pero pueden librar de encantamientos y maldiciones, bosques y lugares de las forestas, dejando hadas y duendes de guardia en su lugar, pueden sanar con hierbas todos los males y hechizos de las brujas, hacer milagrosos y mágicos las fuentes y los ríos, lanzar hechizos y maldiciones sobre los enemigos tan poderosos que incluso los pueden paralizar.
»Pero se cuidan de no maldecir directamente a los dioses de los enemigos, solo para derrotarlos en la batalla. Los druidas maldicen lugares y personas, pero no dioses —respondió con convicción el comandante de los galos mientras explicaba todo esto.
—¿Cómo estás seguro de ello? —le preguntó Hortensio.
— En un bosque del norte he acompañado una noche bajo un roble a un druida que nos ha mostrado, a mí y a otros, muchas cosas y lo que acabo de decir.
—¿Y no podía ser un truco o una ilusión?
—No lo creo, pero, aunque lo fuera, los soldados galos creen en los druidas. Y esto supone una diferencia —respondió el comandante de los galos.
—Bueno, entonces se podría usar a los druidas para asegurar las orillas y los bosques de la frontera contra la bruja y para proteger a los galos contra las maldiciones a quien atraviese esa frontera —explicó el comandante Hortensio.
—Estoy de acuerdo contigo, Hortensio —intervino César—. Pompeyo, al no tener fuerzas suficientes, está tratando de impedirnos actuar por medio del miedo. Mañana trata de descubrir que pretenden hacer en ese río y dispón que los druidas estén listos para proteger esos lugares y a nuestros hombres —le ordenó César.
—Así se hará, César —respondió Hortensio.
—Ahora ya basta de dioses y brujas. Pasemos a las fuerzas militares sobre el terreno. Mostradme mejor nuestras líneas y las de Pompeyo —dijo César para tratar de quitarse de encima sin que se apreciara un poco el temor que también él tenía de atravesar el Rubicón.

La disposición de las tropas de César y Pompeyo
Marco Antonio echó mano de un mapa que resumía la situación militar de los dos bandos y, después de ponerlo delante de todos, se puso a explicarla.
—En pocas palabras, la primera línea de Pompeyo está aquí delante de nosotros, inmediatamente delante del río Prissatellum. E inmediatamente detrás hay una nueva línea donde los flamines, como hemos visto, tienen la intención de trazar una nueva línea roja
además de la ya existente sobre el Rubicón. Nosotros estamos desplegados enfrente aquí, entre Donegallia y el Caes solum
que delimita tus territorios. ¿Me entiendes César?
—Sí, continúa.
—La segunda línea actualmente está un poco desatendida y está algo mejor hacia Ariminium,
donde el camino se desdobla en dos en las cercanías de ad confluentes, antes de llegar a la puerta derecha del Rubicón.
—¿Por qué se desdobla en dos el camino? —preguntó Labieno.
—Porque la empalizada del Rubicón tiene dos puertas de acceso: una de entrada y otra de salida, general Labieno —respondió César, que conocía bien cómo se había construido el Rubicón, en lugar de Marco Antonio. Luego añadió—: Continúa con la explicación, Marco Antonio.
—Y finalmente la tercera y última línea del propio Rubicón, todavía más al sur hacia Ariminium, construida sobre el río Pluso
—dijo Marco Antonio indicando a César en el mapa el punto cercano a Rímini donde se encontraba la empalizada roja del Rubicón.
—Claro —respondió César. Luego explicó—: La primera y segunda líneas a mi juicio se pueden atacar sin muchos problemas, pero para la frontera sagrada del Rubicón tengo en mente un plan para lograrlo sin violar la voluntad de los dioses.
—¿Cómo? —preguntó Marco Antonio.
—No es ahora el momento de comentarlo, pero, cuando lo sea, os informaré a todos. En todo caso, por ahora, ¿qué hemos dispuesto y desplegado en términos de hombres y legiones contra las líneas de Pompeyo? —preguntó César.
—Tenemos las legiones romanas X y XIII acampadas en el interior y hemos desplegado las legiones II y III gálica a lo largo del Caes solum y la Donegallia
con la promesa de que esas tierras serán suyas para siempre si consiguen derrotar a Pompeyo.
—Está bien, les había prometido esas tierras como premio y recompensa si me seguían hasta aquí. ¿Ya las están poblando? —preguntó César.
—Sí, César, han tomado posesión encantados y se han desplegado delante de las tropas de Pompeyo. Defenderán bien esas tierras —respondió Marco Antonio.
—Tal vez no baste con que las defiendan; diles que pretendo pedirlos que estén dispuestos también a atacar y marchar sobre Roma. Y a cambio les prometeré tierras y honores sobre suelo italiano y no solo aquí en Romandia —respondió César.
—Ya lo saben y bastantes están dispuestos a seguirte, porque has dejado esas tierras a sus veteranos y las tierras donadas a los galos a los parientes que les siguen —respondió sonriendo Asinio Polión.
—¿Cómo iban a saberlo? ¿Mi plan no debía ser un secreto? —respondió César.
—Todos lo saben desde hace meses. Las legiones galas que han llegado aquí desde hace tiempo van diciendo a todos que antes o después se debe atacar y tomar otras tierras en Italia y es por esto por lo que los hombres de Pompeyo lo han sabido —dijo Asinio Polión.
—¿La zona está llena de espías de Pompeyo? —preguntó César, levantando la voz.
—Sí, y deberías ser más cauto a la hora de revelar las promesas y los planes a tus tropas, César —añadió burlándose un poco Asinio Polión, dado que era muy amigo de César y se lo podía permitir.
—Al diablo con los secretos. ¿Cuánto tiempo podríamos tener si decidiéramos tomar Rímini por sorpresa y pasar a las Marcas, general Hortensio? —preguntó César.
—Todo el invierno, César. Son soldados romanos como nosotros y están habituados a no combatir en invierno, pero podrían dedicarse a reforzar las defensas y el territorio. Por tanto, en mi opinión, si queremos atacar el Rubicón, yo actuaría de inmediato –respondió Hortensio.
—Calma. ¿Quién es ahora mismo el comandante de las legiones de Pompeyo al otro lado del Rubicón? —preguntó César.
—El comandante Titano.
—Lo conozco. Como dice su nombre, es gigantesco, un catoniano
muy fiel a la república, pero poco dispuesto a hacer la guerra.
—También yo lo conozco, es un buen soldado que prefiere negociar y al que no le gusta mucho mandar a la masacre a sus hombres por nada. Me pregunto si no podemos hablar con él para acordar una tregua o llegar a un acuerdo —preguntó el general Labieno.
—Veto.
No quiero dar a Pompeyo la ventaja de negociar o creer que tengamos miedo de atacarlo —respondió César con decisión,
—Por el contrario, yo tengo un plan para acabar con las defensas y tomar Rímini por sorpresa. Pido permiso para discutirlo ahora —dijo Marco Antonio.
—Licit
—respondió César.

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