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Flechado Por Mi Pícara Navideña
Dawn Brower
¿El conde de Winchester le propondrá matrimonio? o, lo que es más importante, ¿amará a Lady Adeline Carwyn si se ven obligados a casarse? Su deseo de Navidad no resultó como esperaba... Lady Adeline Carwyn tiene un deseo para Navidad: experimentar el amor. Su anhelo es respondido en la forma de Devon Hayes, el conde de Winchester. Es guapo como el pecado y tan pícaro como parece. Su encuentro es mágico y ella está feliz de pasar la Nochebuena en sus brazos. Sin embargo, duda que al día siguiente, siga amándola, y considera que sus palabras de cariño no son más que promesas vacías, incluso cuando ella quiere creerle. Cuando su padre, el duque de Whitewood, los encuentra en una situación comprometedora, todo cambia. Lady Adeline se encuentra en una situación insostenible que debería haber evitado. Si bien no se arrepiente de su noche con Connor, desearía que al amanecer su amor pudiera ser real. Devon nunca esperó descubrir a una dama tan encantadora en la fiesta navideña a la que había sido invitado, pero a primera vista se enamora de ella. La persigue sin piedad, sin tener una idea concreta de lo que hará si la atrapa. Cuando ella cae voluntariamente en sus brazos, agradece a la providencia por ello, pero las cosas cambian cuando su libertad está en juego. Se ve obligado a cuestionarse todo sobre sí mismo, y tiene que tomar una decisión que no debería ser difícil para un hombre enamorado. ¿Devon  le propondrá matrimonio? o, lo que es más importante, ¿amará a Lady Adeline Carwyn si se ven obligados a casarse?


Flechado por mi pícara navideña

Índice
Agradecimientos (#ueb3f164b-f8a3-5d17-9312-a2f3a97b5710)
Prólogo (#u371770b9-5e3d-59b3-b048-3c4488de3001)
1. CAPÍTULO UNO (#uab7e7e08-b14c-5f2c-8d39-84b0bed1cee8)
2. CAPÍTULO DOS (#uabe10ae2-ca8d-5ffe-aceb-c2ad51ec2ba6)
3. CAPÍTULO TRES (#ud8bac54b-faf5-5cb9-be00-c65655a48300)
4. CAPÍTULO CUATRO (#ue6bc75b8-3eeb-5706-9d12-ca858bd91def)
5. CAPÍTULO CINCO (#u8458839c-2df8-512a-9f0f-e1b53c90b2b9)
6. CAPÍTULO SEIS (#u02200b83-7d1f-568d-94b2-ea6a92edda72)
7. CAPÍTULO SIETE (#u57330bfc-02b2-5b2a-a031-5697287f7fca)
8. CAPÍTULO OCHO (#u0890e7ff-257b-57c3-bb0f-cefa33c0e2c6)
Epílogo (#uc71c0eab-6d52-54cf-9364-390c5d1fc71d)
SOBRE LA AUTORA (#u9fa5a3a5-6baa-5fa7-b9d6-0e891735c5e0)
TAMBIÉN DE DAWN BROWER (#u60f78d19-e1cd-50c0-ab2e-a105137280a8)
EXTRACTO: Todas las damas aman a Coventry (#u32779ebd-d578-5983-8b26-203f55b8175c)
Prólogo (#u6b9d0353-b9e2-559a-9fc1-b2423c5fe0a3)
CAPÍTULO UNO (#u32f0a0f2-dddc-58a4-b247-2b6139fba31f)
EXTRACTO: Eternamente mi duque (#uf7966769-51ba-5da3-855b-d499477f8971)
Prólogo (#u7e4ed9d9-4d03-560a-9b2a-d46cec08635c)
CAPÍTULO UNO (#u44bb991d-29e6-533a-a0a0-ea0f70bb2458)
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia y no deben interpretarse como reales. Cualquier parecido con locales, organizaciones o personas reales, vivas o muertas, es una mera coincidencia.
Flechado por mi pícara navideña. Copyright © 2020 Dawn Brower
Arte de portada de Victoria Miller
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser utilizada o reproducida electrónicamente o en forma impresa sin permiso escrito, excepto en el caso de breves citas incorporadas en reseñas.
Para todos los que piden un deseo de amor, y especialmente, para aquellos que desean compartir las fiestas navideñas con alguien especial. Espero que esta historia le brinde calidez a tu corazón.

Agradecimientos
Aquí es donde agradezco enormemente a mi editora y artista de portada, Victoria Miller. Ella me ayuda más de lo que puedo decir. Aprecio todo lo que hace y que me empuja a ser mejor... a hacerlo mejor. Gracias mil veces.
También a Elizabeth Evans. Gracias por estar siempre ahí para mí y ser mi amiga. Significas mucho para mí. Darte las gracias no es suficiente, pero es todo lo que tengo, así que gracias amiga mía, por ser tú.

Prólogo
Diciembre de 1865
Lady Adeline Carwyn miraba por la ventana de la biblioteca de la Abadía de Whitewood. La nieve caía del cielo en forma de grandes y esponjosos copos y aterrizaba en el suelo formando blandos montones. El cielo nocturno estaba lleno de relámpagos, por eso las estrellas y los cegadores copos de nieve lucían igual. Aun así miraba fijamente, esperando que una estrella fugaz apareciese.
Porque... necesitaba una.
Estaba cansada de no ser amada. De acuerdo, eso fue una ligera exageración. Su familia la adoraba. Sus padres eran lo mejor que una chica podía tener, y sus abuelos eran muy cariñosos con ella. Su hermano menor, aunque era un latoso, también la quería. Pero eso no era lo mismo que sentirse enamorada. Ella tenía veintiún años, y aún no había sentido nada parecido al amor romántico por un hombre. Adeline quería lo que sus padres, el Duque y la Duquesa de Whitewood, tenían. Tal vez eso era demasiado pedir.
"¿Qué hay de interesante afuera?", preguntó su hermano menor, Jamie. Se llamaba así por su abuelo, James Kendall, el Duque de Weston. Era ocho años menor que ella, y por lo que ella entendió, una completa sorpresa para sus padres. Pensaron que no tendrían más hijos.
"Nada", respondió ella a la ligera. Tenía trece años, y era muy curioso como cualquier niño. "Parece que la tormenta durará un buen rato. Espero que eso no impida que nos visiten en Navidad". Iban a celebrar una fiesta en la casa que duraría hasta el año nuevo. Dos semanas con familiares y amigos que no habían visto en mucho tiempo. Estaba deseando ver a su prima menor, Francesca Kendall. Jamie estaría contento de ver a sus otros primos, Spencer Kendall y Oliver Rossington. Ambos eran más jóvenes que Adeline, pero mayores que James, y como su hermano pequeño, eran los herederos del título de sus padres. Francesca era tres años más joven que Adeline.
"Seguro que no", dijo suavemente. "Mamá prometió que nos divertiríamos mucho con todos, e incluso me dijo que yo podría asistir al baile de Navidad".
"¿En serio?", dijo mientras levantaba una ceja. "¿Toda la noche?”.
"No", dijo y suspiró. "Sólo puedo quedarme hasta que el árbol esté decorado y antes de que finalice el primer baile".
Normalmente decoraban el árbol en familia, pero este año su madre, Elizabeth, había decidido romper con la tradición. Iban a tener un día de creación de decoraciones para el árbol, y luego la noche del baile, todos pondrían sus creaciones en él antes de que las festividades comenzaran de verdad. "Eso suena más a lo que mamá estaría de acuerdo".
Él frunció la nariz. "No me interesa asistir al baile de todos modos. Eso es algo que les gusta a las chicas".
"Oh", dijo ella. "No sé. Puede que cuando crezcas pienses diferente. A algunos caballeros les gusta mucho bailar". Y algunos lo evitaban por completo...
"Yo no", contestó tercamente. "Nunca me gustará".
Adeline se inclinó y le despeinó el pelo con las manos. Ambos tenían los mismos mechones rubios dorados y ojos azules como sus padres. Jamie empezaba a parecerse mucho a una versión más joven de su padre, y Adeline se parecía más a su madre. Al verlos nadie dudaría acerca de quiénes eran sus padres. "Te creo". A su padre tampoco le gustaba mucho bailar. Sólo cedía cuando su madre lo deseaba. El duque haría cualquier cosa por su duquesa. El amor que ambos se profesaban era evidente y eso hacía que Adeline sintiera envidia. Miró por la ventana, pero ninguna estrella se atrevió a cruzar el cielo. Tal vez debería pedir un deseo de todos modos. Quizás se haría realidad.
"Diviértete mirando por la ventana", dijo Jamie. "Voy a hacer algo productivo".
"¿Cómo qué?", preguntó ella con curiosidad.
"Estoy tallando algunos trozos de madera para crear regalos. Tengo que terminar el caballo que estoy haciendo para el abuelo." Esa era una maravillosa idea. Adeline deseaba tener una habilidad similar para poder regalar cosas creativas. Jamie era muy talentoso y tenía habilidades especiales. Era bueno con las manos y obtenía impresiones de los objetos después de que la gente los tocaba. Adeline, desafortunadamente, en su estimación era una empática. Sentía demasiado y a veces cuando estaba cerca de algunas personas sus emociones se convertían en las suyas. Eso dificultaba la socialización, y también el enamoramiento. Y por ello desconfiaba de sus propios sentimientos.
"No puedo esperar a verlos", dijo ella sonriendo afablemente. "Ve a terminar tus regalos. Voy a quedarme aquí un rato más".
"Te los mostraré cuando termine", prometió el jovencito, y luego salió de la habitación.
Adeline se volvió hacia la ventana. El clima había mejorado un poco. El cielo era más visible, y las estrellas parecían titilar para ella. Dio un suspiro. ¿Qué significaba eso? Decidió no hacerse más preguntas. No había razón para seguir esperando una estrella fugaz. Era una expectativa imposible, y no necesariamente su deseo se haría realidad.
En lugar de esperar lo imposible, cerró los ojos y pidió su deseo. Ella quería amor, aunque sólo fuera por una noche, eso le bastaría.
No era mucho pedir, rezaba para que no lo fuera. Un hombre guapo que la quisiera ella y no al título y la fortuna de su padre. Alguien que la besara hasta dejarla sin aliento, y que la acariciara como si fuera irresistible, y que le dijera dulces palabras hasta que su corazón latiera con fuerza. Un instante de amor y toda una vida de recuerdos. Sería suficiente. Dios, como la esperaba...
Adeline abrió los ojos y miró al cielo. Nada había cambiado afuera, y no se sentía diferente por dentro. Tal vez su deseo no había sido escuchado, pero tal vez sí. Los invitados comenzarían a llegar mañana, y quizás, entre ellos llegaría alguien que pudiera amarla.
Y tal vez, su amor sería real, y no solo el deseo desesperado y fantasioso de una dama.

CAPÍTULO UNO
Dos días después...
Devon Hayes, el conde de Winchester, miró por la ventanilla del carruaje y suspiró. No podía creer que su mejor amigo, Zachariah Barton, el marqués de Merrifield le había convencido de que asistir a este baile de Navidad era una buena idea. Odiaba este tipo de fiestas, y la Navidad nunca había sido su estación favorita del año. La única vez que disfrutó de las fiestas fue cuando tuvo la suerte de pasarlas con la familia de Zachariah cuando aún asistían a Eton.
"Prometo que no será tan malo", dijo Merrifield por centésima vez en las últimas horas. "Intenta al menos fingir que estás dispuesto a divertirte. Seguramente allí habrá gente que conozcas".
Devon se volvió hacia él y levantó una ceja. "¿Quiénes crees tú que asistirán?".
"Goodland y Lindsey seguro", respondió Merrifield. "Tal vez Hampstead. Nunca se decide hasta el último segundo, pero su hermana debe asistir y necesitará un chaperón. Estoy dispuesto a apostar que su madre le hará asistir".
Jonah Adams, el Vizconde de Goodland; Matthew Grant, el Duque de Lindsey; y Daniel Andrews, el Conde de Hampstead eran sus amigos íntimos, pero eso no significaba que Devon estuviera ni remotamente emocionado de asistir a esta tonta fiesta de quince días. De solo imaginarlo se le revolvía el estómago. "Me estás diciendo lo que crees que quiero oír”, dijo Devon mirando a su amigo. "Ninguno de ellos va a asistir, ¿verdad?".
"Puede que sí", insistió Merrifield.
Lo más probable es que los otros tres amigos irían a sus casas para pasar las fiestas junto a sus familias. Todavía tenían padres que los adoraban después de todo. Sólo Devon y Merrifield eran huérfanos. Merrifield al menos aún tenía a su madre, pero la evitaba a toda costa. Su amigo no toleraba las gélidas miradas que la vieja dama le lanzaba.
Devon había estado solo desde que tenía cinco años. Fue criado por su institutriz y luego fue enviado a la escuela cuando llegó a la mayoría de edad. Después de eso, los abogados, tutores y sirvientes fueron sus únicos compañeros. Mientras la madre de Merrifield lo trataba con frialdad, Devon ni siquiera tenía nadie que lo desaprobara. Su vida era vacía, exceptuando a sus amistades, y le gustaba que fuese así. No deseaba ampliar su círculo social ni buscar una esposa. A las mujeres solo las quería en un lugar en su vida: en su cama para que lo complacieran, y no necesitaba encadenarse a una durante el resto de su vida para obtener eso.
"Eso es lo que yo pensaba", dijo Devon mientras se pasaba una mano por su cabello castaño oscuro. "Me mentiste".
"No lo hice", dijo Merrifield en un tono ligeramente ofendido porque Devon lo había llamado mentiroso "Puede que sí vengan, es la verdad. Me dijeron que vendrían más tarde, después de sus celebraciones familiares".
"Así que", empezó Devon. "Ellos estarían un día o dos mientras que nosotros estaremos atrapados aquí catorce días. Eso no es un acuerdo equitativo" .Si no le agradara Merrifield, Devon podría considerar el asesinato... o una mutilación al menos. De cualquier manera, haría pagar a su amigo por la tortura a la cual estaría sometido.
"Sigo pensando que te comportas como un niño mimado", le dijo Merrifield, con frustración. "Tuve que hacerlo. ¿Realmente me habrías dejado sufrir solo?".
Devon suspiró. Otra vez. Puede que siguiera repitiendo esa molesta charla varias veces durante los próximos días. Merrifield tenía razón. No habría dejado que asistiera a esta fiesta solo. Su amigo aún no tenía el control de su dinero. No lo haría hasta que alcanzara la mayoría de edad en tres años más, o cuando se casara. El hombre a cargo de los fondos de Merrifield lo obligaba asistir a las fiestas. Merrifield tenía que aparecer dos veces al año para que el Duque de Whitewood pudiera charlar con él y asegurarse de que no había hecho ninguna estupidez, entonces aprobaba su asignación para el siguiente trimestre, y Merrifield odiaba profundamente esto.
"Podrías casarte y acabar con Whitewood y sus constantes interrogatorios", le propuso Devon.
"Estás de mal humor, ¿verdad?", dijo Merrifield dándole una patada desde el otro lado del vagón. "¿Qué vas a sugerir a continuación?”, dijo levantando una ceja. "¿Que me case con la hija del duque?".
"¿Está en edad de casarse?" .Puede que luego se arrepintiera de la dirección que estaba tomando la conversación, pero ahora que había empezado no podía parar. "Podría tratarte con más amabilidad si su hija se enamora de ti".
"Ni lo sueñes", dijo Merrifield con disgusto. "Prefiero comer pasteles de barro durante los próximos meses que...", se estremeció. "Cásate con su simple hija".
Devon nunca había visto a la hija del duque. Ni siquiera sabía su nombre, y tampoco quería saberlo. Conocer a cualquier mujer elegible para casarse ni siquiera estaba al final de su lista de actividades, y no pensaba comenzar a hacerlo ahora. "Lo simple no es feo", dijo. Merrifield podría golpearlo en cualquier momento...
"Tampoco es exactamente hermosa", dijo suspirando. "El punto es discutible de cualquier manera. Podría ser la mujer más hermosa del mundo y sin embargo no me casaría con ella. No tienes ni idea de cómo es el duque. Es un pirata mercenario. Le encantaría llevarme al mar y hacerme caminar por la plancha si eso fuera posible".
"Ahora estás exagerando. Nadie haría eso, y un duque no recurriría a la piratería para empezar. No creo que sea tan malo como piensas".
"Está bien, tal vez no sea un pirata de verdad, pero si lo fuera sería de los mejores. Tiene todas las características. No sé cómo mi padre se hizo amigo de él y pensó que sería un buen tutor para mí. Está loco, te lo aseguro".
"Me reservaré mi opinión", dijo Devon. Cuanto más escuchaba sobre este duque que parecía un pirata, más quería conocerlo. No podía creer que fuera tan terrible como lo describía Merrifield.


Adeline estaba usando su vestido más viejo y pidió prestado un delantal a una de las criadas para ponerse a colgar decoraciones en la biblioteca. Era su habitación favorita en la mansión y quería darle algunos toques personales. Se bajó de la escalera después de terminar de colgar ramas de acebo a lo largo de las vigas del techo. Luego se limpió el sudor de su frente y miró fijamente su trabajo. Se veía parejo y hermoso contra la madera oscura. El acebo estaba uniformemente dispuesto. Ahora todo lo que tenía que hacer era colgar el muérdago en el centro de la habitación. Su madre tenía la tonta idea de que necesitaban colgar muérdago en toda la casa. ¿Realmente creía que todos cederían al impulso de besarse por la tradición? Eso sería indecoroso, y Adeline no quería verse envuelta en ningún escándalo. Pero su madre quería que fuese así y Adeline no la decepcionaría.
"Se ve encantador", dijo su madre, Elizabeth, la Duquesa de Whitewood. "Haces verdaderos milagros. Podría hacer que supervises la decoración del salón de baile cuando llegue el momento".
"Si quieres que lo haga, entonces, estaré encantada de ayudar", dijo Adeline sonriendo. "Disfruto siendo creativa".
Su madre se limpió la nariz. "Tienes un poco de polvo en la cara. Deberías terminar aquí y tomar un baño. No me gustaría que parezcas una sirvienta en la cena".
"Un baño estaría bien", admitió. "Tengo unas cuantas cosas más que hacer aquí y luego iré a asearme". Adeline odiaba dejar algo sin terminar. Se volvía loca si algo estaba fuera de lugar o cambiado de sitio. Tenía que arreglarlo todo antes de salir de la habitación.
"Te dejo para que termines. Los invitados están comenzando a llegar y necesito asegurarme de que sean recibidos y conducidos hasta sus habitaciones".
Adeline asintió con la cabeza. "Si necesitas ayuda con algo, házmelo saber. Estaré encantada de entretener a algunos de los invitados". Esta era su casa y quería que todos la amaran tanto como ella. Aunque para ser justos, no creía que eso fuera posible. Había tantos recuerdos en la mansión que no se podrían apreciar a menos que se hubieran experimentado. Nadie la amaría tanto como ella, excepto su familia. Algún día pertenecería a Jamie, y si nunca se casaba no sería más que una solterona dependiente de la generosidad de su hermano.
"Estoy segura de que todo saldrá bien", dijo su madre. "Pero si necesito tu ayuda, enviaré a un sirviente a buscarte", dijo dándole un beso en la mejilla. "Sé una buena chica y ve a arreglarte primero". Con esas palabras su madre se dio la vuelta y salió de la habitación.
"Lady Adeline", dijo Sally, una sirvienta. "¿Es así como quieres que se cuelgue?", la joven se volvió hacia Sally y examinó cómo colgaba el acebo a lo largo de la pared. "Sí", dijo, "Pero enderézalo un poco". Está torcido".
La sirvienta siguió sus instrucciones y quedo perfecto. "¿Así?", preguntó.
"Sí", dijo Adeline. "Así".
"¿Estás segura?", preguntó un hombre. Su tono era rico y cálido, como la miel caliente y el whisky.
Adeline se dio la vuelta y se quedó maravillada. Ante ella estaba el hombre más guapo que había visto en su vida. Su cabello era de un rico marrón bruñido que parecía besado por el sol incluso en pleno invierno, y sus ojos tenían el color del oro, tan impresionantes que la hipnotizaban. "Mis disculpas", comenzó. Su voz se quebró un poco al hablar. "¿No crees que se ve bien?".
"Oh", dijo él con una gran sonrisa. "Se ve bien. No sabría decir si está mal o no. Sólo te pregunté si estabas segura de que así es como lo quieres. Te mordisqueabas el labio inferior como si quisieras arreglarlo tú misma. Fue realmente adorable".
Por lo general los caballeros no hablaban con ella y la ignoraban, por ello Adeline no supo cómo reaccionar ante esto. Aunque para ser justos ella raramente asistía a los bailes o socializaba. Tuvo una temporada terrible y se había rendido. Socializar no era para ella, siempre todo le salía mal. "Estoy segura de que luce como yo quería". De alguna manera se las arregló para evitar que su voz se quebrara mientras hablaba. Eso en sí mismo era un verdadero milagro. "¿Estás perdido?”, dijo ella pensando que su pregunta era estúpida... "Quiero decir, ¿ya te han mostrado tu dormitorio?".
"¿Se ofrece a acompañarme hasta allí?", dijo él levantando una ceja en forma sugestiva. "Podría fingir que estoy perdido si quieres acompañarme".
Adeline abrió la boca y la cerró varias veces. ¿Acababa de proponerle matrimonio? Sus mejillas se calentaron y seguramente estaba tan roja como las cintas que decoraban las ramas de acebo. "Umm...", no pudo encontrar palabras. Su cerebro se había quedado completamente en blanco. "Señor...".
"Devon", dijo. "Por favor, llámame Devon. Creo que seremos demasiado íntimos para las formalidades".
Era un pícaro... Ella apostaría toda su herencia por eso. Se aprovecharía de ella y la usaría de la peor manera si ella lo permitiera. ¿Era terrible que la tentara? "Soy Addie", dijo. "Y estoy de acuerdo en usar tu nombre de pila, pero eso será lo más íntimo que tendremos".
"Ya veremos", dijo él le guiñándole un ojo. "Bonita Addie, mi dulzura, ya veremos". Luego se dio la vuelta y salió de la biblioteca. Ella parpadeó varias veces pensando que debía haber imaginado todo el encuentro. Devon era malvado, y demasiado guapo para su propio bien, y ella tenía la sensación de que él tenía razón. Él podría robar su corazón y romperlo; sin embargo, esto no la asustaba. A ella le gustaría vivir la experiencia, aunque fuera por un instante, y nada más. Sólo por una vez le gustaría sentirse amada, y podría ser que el deseo que había pedido un par de noches atrás, estuviese a punto de cumplirse. No iba a desperdiciarlo...

CAPÍTULO DOS
Devon silbaba mientras se dirigía a la sala de juegos. Aceptó encontrarse con Merrifield allí para jugar al billar después de que se instalaran. La mansión era más grande de lo que Devon esperaba, y por eso no pudo evitarse perderse. Se alegró de haberlo hecho o nunca habría descubierto la adorable decoración de la biblioteca. Ella era una belleza dorada que le hacía arder la sangre. Quizás esta fiesta no sería tan mala después de todo. Podría llevarse a Addie a la cama y eso aliviaría su aburrimiento.
Ella se había sonrojado cuando él coqueteó con ella. Esto lo entusiasmaba. Eso significaba que no entregaba sus favores a la ligera, y también la hacía más atractiva para él. Devon no tendría problemas en seducirla y hacerla suya. Ella era un regalo que él no esperaba encontrar, pero que apreciaría de todos modos.
Dobló una esquina y encontró la sala de juegos. Devon abrió la puerta y entró en la habitación. Merrifield se encontraba allí en medio de una profunda conversación con un hombre mayor. Tenía el cabello rubio dorado y lo llevaba atado con una cinta de cuero, además poseía unos sorprendentes ojos azules. Algo en él le resultaba familiar. Devon se dirigió hacia ellos y se detuvo cuando ambos se voltearon para verlo.
"Ah, Winchester", dijo Merrifield. El alivio estaba grabado en su voz. "Me gustaría que conocieras al Duque de Whitewood". Ah... el tutor. "Su Gracia, este es mi mejor amigo, el Conde de Winchester".
El duque asintió con la cabeza. "Confío en que se haya instalado bien".
Más que bien... Devon sonrió con picardía al recordar su encuentro con Addie. Le hubiese encantado perseguirla por las escaleras y hacerle el amor en el armario, pero se imaginaba que ella no estaba preparada para ese tipo de ataques. Tal vez después de haberla hecho suya un par de veces, podría llevarla a una zona apartada y tomarla allí mismo. Para ese entonces, ella probablemente estaría lista y dispuesta para ese tipo de juego. Se obligó a dejar de imaginarla desnuda y ansiosa de ser poseída por él y se encontró con la mirada del duque. "Lo he hecho, su gracia", le dijo. "Su casa es bastante...". Buscó la palabra correcta. "...impresionante".
El duque se rio con ligereza. "Esta mansión es el proyecto de mi esposa. Ella quería algo grande y no puedo negarle nada", dijo golpeando ligeramente el hombro de Devon. "Me alegro de que la encuentres impresionante. Tendré que decirle que usaste esa palabra específicamente. Creo que eso le agradará".
¿Qué se suponía que debía decir a eso? No había conocido a la duquesa aún, y rezó para que la descripción de su casa no la ofendiera. Aunque le gustaría encontrarse de nuevo a Addie, no podía hacerlo si tenía que marcharse por haber insultado a la casa de la duquesa. "Parece que ella se ha esforzado mucho en la decoración. Los arcos de acebo que veo en cada rincón lucen muy bien". Eso que acababa de decir era una tontería, pero no se le ocurrió otra cosa. "Di vuelta y encontré la biblioteca. Tienes una gran colección de libros".
El duque se echó a reír. "Ese es el escondite de mi hija. Probablemente la encontraste allí".
Recordaría si hubiera conocido a la hija de un duque insufrible. Si era el lugar donde ella solía pasar el tiempo, Devon estaba agradecido de no habérsela encontrado. "Me temo que no lo hice. Había algunas criadas decorando, nada más”.
Asintió con la cabeza. "Probablemente terminó y subió a prepararse para la cena", dijo el duque con una sonrisa. "Todavía hay mucho tiempo para conocer a todo el mundo. Te dejaré solo por ahora. Juega al billar antes de que sea la hora de prepararte para la cena". Se alejó de ellos pero se detuvo en la puerta y se volvió. "Y Merrifield piensa en lo que discutimos. Me gustaría que me respondieras antes de que termine la fiesta". Después de esas palabras de despedida, el duque dejó la sala de juegos.
"¿Qué te dijo?". Merrifield había estado bastante callado durante la conversación de Devon con el duque. "No pareces muy feliz por ello".
"Prefiero no hablar de ello”. La cara de su amigo expresaba rabia y resentimiento. "Es absurdo".
"¿Sí?", dijo Devon levantando una ceja y burlándose de él. "Pero tenías tantas expectativas sobre lo bien que la pasaríamos aquí". Cada una de sus palabras destilaba sarcasmo" ¿Cuán malo podría ser?".
"No...", Merrifield levantó la mano. "Es muy malo. Confía en mí".
"Siempre", dijo reflexivamente. "No hay nadie más que yo". Se dio una ligera palmada en el hombro. "Así que por qué no haces lo mismo y me cuentas lo que es tan malo".
"Me sugirió que cortejara a su hija", admitió. Merrifield entrecerrando los ojos. "Debe estar desesperado para pedirme algo como eso".
"¿La chica simple de la que me hablaste de camino aquí?", dijo Devon sacudiendo la cabeza con incredulidad. "¿Y si no lo haces?".
"Nada", dijo, y luego se encogió de hombros. "Fue una sugerencia. Pero sabes que él tiene todo el poder. Si digo que no, podría hacer mi vida aún más miserable de lo que es. No quiero casarme con su preciosa hija, así que esto es horrible", dijo él y luego pateó la mesa. "Necesito un trago".
"¿Crees que eso es prudente?" A Devon no le importarían unas copas de brandy, pero no quiso animar a su amigo a comportarse mal. Al menos no el primer día. "Tal vez deberíamos esperar hasta después de la cena".
Prefería buscar a Addie, pero si su amigo lo necesitaba, Devon estaría a su lado todo el tiempo. Merrifield pasó sus dedos por el lado de la mesa de billar. "Tienes razón, por supuesto. No necesito darle más razones para que me odie". Conoció la mirada de Devon. "¿Qué hay de ti? ¿Quieres decirme qué te tiene tan animado?".
Devon sonrió. "Conocí a la doncella más bonita y tengo la intención de hacerla mía. Así que si no me necesitas después de la cena me ocuparé de otras cosas".
Merrifield se echó a reír. "Veo que ya has encontrado a una mujer dispuesta. Ocúpate de tus asuntos...", dijo sacudiendo la cabeza. "Estaré bien. Eres libre de disfrutar de los placeres con tu linda sirvienta. Si me disculpas, no tengo muchas ganas de jugar al billar".
"¿Estarás en la cena?",
Se encogió de hombros. "No lo sé".
Devon deseaba poder hacer esto más fácil para su amigo de alguna manera. No detuvo a Merrifield al salir de la sala de juegos. Si necesitaba un tiempo a solas, Devon no se lo negaría. Más tarde lo encontraría y se aseguraría de que estuviera bien, pero probablemente no hasta después de encontrar a Addie...


Adeline había seguido el consejo de su madre y se dio un largo baño. Aunque le había llevado mucho más tiempo del que ella había previsto. Se había quedado dormida en la bañera y se despertó con el agua tibia y la piel arrugada. En resumen, estaba hecha un desastre, y se había perdido la cena.
Salió de la bañera y en lugar de vestirse con su bata, se puso su camisón. No había razón para molestarse en bajar e interrumpir a las damas en el salón. Además, no quería explicarle a su madre por qué se había saltado la cena. Más tarde bajaría a hurtadillas por la cocina y buscaría algo de comer. Nadie la interrogaría, y podría ir a la biblioteca y comer allí. Le parecía un buen plan.
Así que ahora, horas más tarde, su estómago rugía para recordarle que no había comido nada. Había quedado atrapada en la lectura de una novela y por eso perdió la noción del tiempo. Ya todos deberían estar descansando. Aun así, no quería bajar las escaleras. Adeline se puso de pie y se atavió con una bata que la cubría por completo. Era de terciopelo rojo oscuro y estaba atada en el medio con una cinta de seda. Luego de habérsela atado bien, deslizó los pies en sus pantuflas y se dirigió hacia abajo. En la cocina encontró un candelabro y encendió algunas velas. Y se lo llevó consigo a la para poder alumbrarse en medio de la oscuridad.
Se dirigió a la despensa. Tuvo suerte... Había jamón frío, queso y pan. Cortó un poco de todo y lo sirvió en un plato, y luego se fue a la biblioteca. Una vez allí, encendió un fuego en la chimenea y vertió un poco de brandy en un vaso. A sus padres no les importaba si bebía licor que normalmente se consideraba una bebida para hombres. Ninguno de ellos quería confinarla a las reglas de la sociedad. Querían que ella tomara decisiones por sí misma.
Addie puso el candelabro en la mesa. Se sentó en el sofá y bebió un sorbo de brandy. La bebida le quemó un poco la garganta. Agarró su plato y lo puso a su lado, luego abrió su libro por la página que había marcado. Mantuvo el brandy en su mano izquierda mientras hojeaba las páginas del libro y disfrutaba de su cena.
La luz de las velas parpadeó sobre su libro, y ella mordisqueó un trozo de queso. Estaba absorta en la historia y ni siquiera se le pasó por la mente que alguien podría molestarla. Todos estaban dormidos. Sintió calor y se quitó la bata. Nadie se daría cuenta...
"Vaya, vaya", dijo una voz de hombre. "No esperaba encontrarte aquí. Qué sorpresa tan encantadora".
Addie jadeó y casi dejó caer su copa de brandy. Al menos estaba casi vacía. "Devon...", dijo ella deseando que le hubiese dicho su nombre completo. No le pareció correcto dirigirse de manera tan íntima.
"Addie...", su nombre en sus labio sonó casi indecoroso. Parecía saborearlo y disfrutar enunciando cada sílaba. Al escucharlo sintió escalofríos en la columna vertebral y un hormigueo en el corazón.
"¿Qué estás haciendo aquí?".
Entró en la habitación. "Podría preguntarte lo mismo". Le arrancó la copa de la mano y se bebió el brandy que quedaba. Lo tragó y luego dijo en voz baja. "Una mujer con gusto. ¿Hay más de este brandy?".
Ella asintió con la cabeza e hizo un gesto hacia la jarra a su izquierda. No tenía intención de tomar más de un vaso, pero lo había dejado en una mesa cercana por si cambiaba de opinión. "Sírvase usted mismo".
"Eres generosa con el brandy del duque". Se rio ligeramente. "¿Sabe que te escabulles aquí por la noche y bebes a tu placer?".
Ella se encogió de hombros. "No podría decirlo". Su padre no la vigilaba. Le permitía muchas libertades. "No creo que lo que hago con el brandy merezca su atención". Al menos nunca había sido así. Sin embargo, sí que la reprendería por pasar una noche casi desnuda en compañía de un caballero. Debería retirarse de inmediato.
"No te importa si te descubre así".
Ella tragó saliva. "Bueno", comenzó. "Estoy segura de que me diría palabras desagradables si me descubriera en este momento en particular", dijo ella levantando su barbilla. "Pero, por lo general, no. Él no es mi dueño y yo tomo mis propias decisiones".
Él se rio entre dientes. Tenía que irse antes de que hiciera una tontería. Adeline se puso de pie y Devon se aprovechó de su nueva posición. La tomó en sus brazos y se inclinó. "Eres encantadora".
Su corazón latía cada vez más rápido. Sus brazos se sentían bien envueltos alrededor de ella y le gustaba estar cerca de él mucho más de lo que debería. "Deberías dejarme ir".
"¿De verdad quieres que lo haga?", dijo él levantando una ceja. "Si realmente lo deseas, te soltaré, pero creo que quieres que te abrace”.
Adeline casi gimió. ¿Cómo pudo adivinar sus deseos tan fácilmente? "No importa lo que yo quiera. Esto no es apropiado", dijo ella atreviéndose a mirarlo. "Y ya es hora de que me retire".
"Está bien, como quieras, pero antes de que te marches hay algo que tengo que hacer", dijo él con un brillo travieso en sus ojos que la inquietaba.
Adeline casi temía preguntar: "¿Qué?”.
"Esto", dijo él crípticamente, y luego se inclinó para presionó sus labios contra los de ella. El placer la inundó y tuvo que resistir el impulso de profundizar el beso. La hizo sentir... tan bien. Levantó su cabeza y se encontró con su mirada. Sus labios dibujaron una sonrisa pecaminosa. "No podía dejar que ese muérdago se desperdiciara", dijo soltándola y dando un paso atrás. "Que tengas dulces sueños, Addie". Con esas palabras la dejó ir.
Adeline no podía descifrar a qué juego estaba jugando. ¿Qué esperaba ganar con este coqueteo? ¿Intentaba seducirla? ¿Sabía siquiera quién era ella? Tenía que saberlo. Ella le había dicho su nombre de pila, y nadie más entre los asistentes tenía un nombre similar al suyo. Sacudió la cabeza y se sujetó la bata. Dejaría los platos para que un sirviente se ocupara de ellos por la mañana. Addie no podía quedarse ni un momento más en la biblioteca. Después de soplar las velas salió corriendo de allí y volvió a su dormitorio.
Él le había deseado unos dulces sueños. No eran dulces, estaban llenos de deseos y placeres que ella no sabía que necesitaba. Devon había despertado algo en ella, y ya no lo reprimiría más. Que Dios la ayude...

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