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Monstruos En La Oscuridad
Rebekah Lewis
Cinco cuentos seductores de deseo paranormal... Cada Halloween, se abre una puerta entre nuestro mundo y Svartalfheim para que los mortales puedan atravesarla. ¿La trampa? Hay que emparejarse con alguna de las criaturas que allí viven y son insaciables.
El monstruo bajo la cama. Maddy tiene un secreto inconfesable: hay un monstruo bajo su cama. Por alguna razón, siempre la ha seguido de casa en casa, aunque nunca ha permitido que lo vea. Ella ha aprendido a vivir con él, pero algo ha cambiado. Ha puesto sus ojos en ella y su lujuria muy bien podría ser su perdición.
El monstruo en el armario. Cuando la bella Phoebe se va temprano de una fiesta temática de Halloween sobre cuentos de hadas, se encuentra cara a cara con una bestia escondida en su armario. Aunque ella no puede verle, sabe que está allí. Afirma ser el rey de una raza de criaturas que solo existen en los cuentos y su objetivo es llevarla a su reino para procrear.
El monstruo en el sótano. Tara no sabe qué sucede cuando en varias ocasiones se despierta desnuda en el sótano. Para intentar averiguar si es sonámbula o se trata de algún otro problema, instala cámaras con la finalidad de estudiar si pedir ayuda profesional —o llamar a la policía. No obstante, la verdad es mucho más atractiva de lo que jamás hubiera podido imaginar.
El monstruo en el ático. Cuando Ayla Swan descubre una roca misteriosa en el ático, comienzan a suceder cosas extrañas. Al principio percibe que alguien —o algo— la acompaña en casa por las noches. Luego se presenta un hombre misterio en su puerta a hacerle todo tipo de preguntas insólitas. Pero cuando llega a... conocerle, ya nada volverá a ser lo mismo.
El monstruo en el espejo. Todo acaba. Brynjar de los Dökkálfar es el asesino del Rey Eerikki. Cuando un elfo desterrado ha tenido una relación prohibida este es enviado para hacerse cargo del problema. Tal y como ha querido el destino, los Ljósáfar también se han dado cuenta... y la evolución tiene una manera curiosa de darse a conocer.


Monstruos en la oscuridad

Índice
I: EL MONSTRUO BAJO LA CAMA (#u5fac73f4-7e20-5fbc-a53f-1df5dea69712)
Capítulo 1 (#u956ed54a-454a-5a47-9c70-a71e4c76a36a)
Capítulo 2 (#u26d49091-7265-52b2-904a-72b85a1225b3)
Capítulo 3 (#u6a1effbf-1df3-5e01-a190-0077336ddfa4)
Capítulo 4 (#u421575aa-e3c9-5d51-b18b-4a13ea0a6d0e)
II: EL MONSTRUO EN EL ARMARIO (#ufe7eb2bd-5551-5029-87ce-88715dfd581d)
Capítulo 1 (#u5867ff67-c7b0-50a1-ab33-937572675d8d)
Capítulo 2 (#u9c3f3eba-dd0a-5e12-b288-01afd9e14286)
Capítulo 3 (#u8ed75c2a-e75f-5623-959b-a7a663aff095)
Capítulo 4 (#u739f9713-843f-506e-8ebe-a232c8cb5923)
III: EL MONSTRUO EN EL SÓTANO (#u56e76fab-4cc0-5297-b8f9-ceea63f01888)
Capítulo 1 (#u3644cae6-9719-5f07-a332-96b570c72f88)
Capítulo 2 (#uede29526-30ad-58ba-9c96-d4fdf1a7898c)
Capítulo 3 (#uadc07067-9cea-5155-999d-8e9865fd5dad)
Capítulo 4 (#ucee8bbd9-2c92-5f0a-ad21-981169e77244)
Capítulo 5 (#ua36c7aae-91ed-507c-9af3-0de43815b61f)
IV: EL MONSTRUO EN EL ÁTICO (#u5d8f0803-79aa-578f-9eff-f6a79a8663a2)
Capítulo 1 (#u1ac45391-fe1c-5b4c-9e03-7b443d05eb21)
Capítulo 2 (#u9ee42b4f-8f49-5186-b97e-0712c1663179)
Capítulo 3 (#udd58a1cc-f5a7-5a65-8b22-dcec3d8b5a9b)
Capítulo 4 (#u35c5a29d-34b5-54f1-97d9-27f5d7ca64f7)
Capítulo 5 (#u6d4221c1-3f84-5cdc-bfcb-054f775ce967)
Capítulo 6 (#u3acfaa66-fa54-57d9-90a0-f5cfa089aaeb)
V: EL MONSTRUO EN EL ESPEJO (#u283dc5e5-991f-5b40-9ae4-f0d36e6b5825)
Capítulo 1 (#u96cba72b-9698-5788-b2ae-267d150a5cba)
Capítulo 2 (#uac26fc68-7484-519f-8eda-fb46a084d2c2)
Capítulo 3 (#u86270ade-bd1b-515c-b771-61239f757178)
Capítulo 4 (#u9dd37210-7674-572b-9345-b4b83bcaf19b)
Capítulo 5 (#u39fe6c9b-21f6-5fb0-8ead-bdca4044ce8d)
Sobre la autora (#u5d4dfcb8-a41f-5782-a926-2bca07c118c3)
Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, las actividades comerciales, los sucesos e incidentes relatados son fruto de la imaginación de la autora o están usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales son pura coincidencia.
Copyright © 2019 por Rebekah Lewis
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida en su totalidad o en parte en ninguna forma sin el consentimiento expreso y por escrito de la autora a excepción de aquellos casos en los que se cite brevemente en una reseña.
Impreso en los Estados Unidos de América
www.Rebekah-Lewis.com

Creado con Vellum (http://tryvellum.com/created)
Dedicado a todo aquello que nos asusta en la noche y nos intriga.
VOLUMEN I
EL
MONSTRUO
BAJO LA
CAMA

Capítulo 1
¿Cómo podríamos definir el término «monstruo»? Se trata de un sustantivo con varias acepciones, pero la connotación es siempre la misma: negativa. Es una palabra que se utiliza para describir lo más depravado de la humanidad. Mucho más que eso, la literatura y el cine se han encargado de describir al monstruo como a una criatura que no pertenece al mundo civilizado. Debe ser, por tanto, feo, violento o antinatural —los hay bellos, aunque son demasiado diferentes para ser aceptados. De cualquier forma, todo monstruo es sinónimo de miedo así que su propósito es siempre el de asustar.
¿O acaso me equivoco? Los monstruos pueden ser malinterpretados o falsamente etiquetados. Si a cualquier ser poco corriente se le puede denominar monstruo, con lo que pasaría a convertirse en algo normal, ¿puede seguir llevando esa etiqueta?
Maddy guardó los cambios antes de apagar y cerrar su portátil. Luego, se quedó mirando fijamente a la superficie plateada del dispositivo. Le habían pedido que escribiera un especial para la edición de Halloween que se publicaría en La gaceta de Espectro. Naturalmente que en un lugar llamado Espectro, la celebración de Halloween supone una gran expectación. No obstante, siendo la encargada de la columna de consejos, Madison Wright no disfrutaba especialmente escribiendo sobre fantasmas y monstruos. Sobre todo, desde que descubriera uno bajo su cama.
Cerró los ojos y sintió vergüenza. El mero hecho de pensarlo la hacía parecer ridícula, pero ¿qué otra explicación podía haber? Desde que iba a la universidad había estado escuchando ruidos debajo de su cama por las noches. Cuando aún vivía con sus padres podría haber asegurado que se trataba del gato. Después, cuando se mudó, achacaba esos ruidos a sus vecinos del piso de abajo. Hoy en día, en su apartamento alquilado en un vecindario tranquilo de un barrio de Nueva Inglaterra no tenía a nadie a quien culpar.
Exterminadores habían buscado, sin éxito, la presencia de ratas, serpientes y cualquier otra plaga. Fontaneros y electricistas tampoco habían sido capaces de encontrar una explicación a los ruidos. Por tanto, una de dos: o eran imaginaciones suyas, lo cual es lo que ella esperaba que fuera; o se había instalado bajo su cama un monstruo que la llevaba siguiendo más de diez años. Justo a partir de su decimotercer cumpleaños la había visitado casi todas las noches. Maddy nunca hubiera imaginado que su vida a los 30 consistiría en evitar continuamente que sus manos y sus pies se salieran por fuera de la cama de matrimonio. Por no decir que tampoco podía invitar a ningún hombre a pasar la noche en casa. ¿Cómo iba a explicar que jamás podría dormir con alguien porque el hombre del saco, envuelto en sábanas, la cogería del tobillo si no ocupaba el centro de la cama? El monstruo nunca la había tocado, al menos ella no había sido consciente de ello, y le gustaría que así siguiera siendo.
Condenada a una vida en soledad, solía romper con sus parejas en cuanto surgía el tema de dormir juntos. Tenía un máster en asustar a los hombres con multitud de excusas. Era, cuanto menos irónico, que se encargara de asesorar a la gente sobre relaciones en pareja cuando ella actuaba de una forma tan demencial.
Maddy se quejó cuando el reloj de pared dio las doce. Si continuaba despierta, no lograría despertarse a tiempo para ir a trabajar. Cada noche posponía la hora de irse a la cama, evitaba a toda costa el dormitorio. Esa cosa, fuera lo que fuera, la seguía de casa en casa. No lograba deshacerse de ella.
Colocó el portátil en la encimera de la cocina, lo puso cargar y se aseguró de que la puerta principal estaba cerrada con llave. Luego, cogió el mando a distancia de las luces de la casa. Le había costado lo suyo la instalación, pero valía la pena poder encender la luz de las habitaciones antes de entrar en ellas o apagarlas una vez había salido. Se metió en la cama a toda prisa y apagó todo excepto la hilera de luces navideñas que adornaba el tocador e iluminaba el dormitorio con un suave resplandor.
Tengo treinta años y sigo necesitando dejar una luz encendida por las noches, murmuró mientras se metía debajo de las sábanas. Es ridículo
De algún modo, la tensión que le esperaba al día siguiente la empujó a dormirse. Apurar la hora del sueño hasta que apareciera la fatiga la ayudaba a asegurarse de que dormiría de un tirón toda la noche. No obstante, a los monstruos no les gusta pasar desapercibidos...
El fresco aire otoñal hacía que el aire acondicionado sobrara. Sin embargo, por alguna extraña razón, en la habitación hacía más frío de lo normal. Se removió en la cama buscando a tientas, con los ojos aún cerrados, las mantas, que no pudo encontrar. Este hecho le hizo recobrar la conciencia. Maddy había debido de sacarlas literalmente a patadas de la cama. La segunda cosa que le llamó la atención fue la falta de luz.
El miedo la invadió y a punto estuvo de ponerse a llorar. Su dormitorio estaba envuelto en oscuridad y las mantas se encontraban tiradas en el suelo. Tenía dos opciones: pasar frío toda la noche o enfrentarse cara a cara con el miedo.
Los monstruos no existen. No son reales. No hay nada debajo de la cama.
Con cuidado deslizó una mano debajo de la almohada, buscando el mando a distancia de la luz. Pero, ¿dónde estaba?
—Maddy —el sonido se expandió a través del silencio como si de un trueno se tratara.
Su corazón empezó a latir aceleradamente y los ojos se le abrieron de golpe. ¡Nunca hubiera imaginado que alguien la llamara por su nombre!
Justo allí, a los pies de su cama había una figura en penumbra, más oscura que la oscuridad que la inundaba, flotando en el aire. Pudo distinguirla a pesar de la falta de luz en la estancia.
—Por favor, no me hagas daño —tenía los ojos anegados en lágrimas. El miedo siempre hacía que se le llenasen los ojos de lágrimas. El monstruo nunca se había dejado ver. ¿Por qué ahora? ¿Qué es lo que quería?
No dijo una palabra. De repente se tiró al suelo, y se alejó de su vista. Ella lo escuchó moverse bajo la cama, deslizarse, arrastrarse, y entonces, la hilera de luces volvió a encenderse como si nada hubiese ocurrido.

Capítulo 2
Tras bajarse de un salto de la cama, cerrar dando un portazo el dormitorio, dejar todas las luces de la casa encendidas e intentar dormir en el sofá sin conseguirlo, Maddy hizo algo que se había reservado para cuando la situación la superara: llamó al trabajo para decir que no iba. El mero hecho de pensar en cumplir con plazos de entrega y asistir a reuniones se le hacía insoportable, pero tampoco podía quedarse en casa todo el día. Así que cogió el portátil y la cartera y se dirigió a la cafetería del pueblo en busca de una dosis de cafeína y respuestas.
Un año después de haber notado la presencia del monstruo por primera vez había ido a hablar con el orientador de la universidad. También había asistido a terapia cuando el orientador no tuvo más remedio que comunicárselo a sus padres. El terapeuta trató de buscar una razón a toda costa, empezando por el acoso hasta terminar con algún problema de tipo familiar que necesitara atención. Pero nada de eso era cierto. Ella había gozado de una buena vida familiar. Sus padres no estaban divorciados, no tenía hermanos y no había sufrido abusos. ¿Falta de atención? ¿Por qué? A ella le gustaba estar sola. Entonces había fingido que el monstruo había desaparecido, con lo que el terapeuta consideró que ya había superado su problema. Pero, en verdad, no era así. Si había sufrido un colapso mental, ¿qué había cambiado entonces?
Maddy aparcó el coche y se quedó agarrada al volante con fuerza. ¿Y si estuviera loca de verdad? No encontró a nadie bajo la cama cuando la revisó por la mañana a la luz del día, pero es que nunca antes hubo nadie, aunque encendiera la luz después de haber escuchado el sonido de algún movimiento. Nadie había salido del dormitorio mientras estuvo tumbada en el sofá que está cerca de la puerta. Las mantas y el mando a distancia de las luces estaban en el suelo cuando se vistió al amanecer. Y las ventanas se encontraban bien cerradas.
Lo cierto es que el monstruo llevaba más de una década asustándola. Nunca había intentado comunicarse con ella, pero Maddy lo había escuchando susurrar su nombre en la oscuridad antes de verlo (otro nuevo detalle). En ocasiones se había percatado de una sombra por el rabillo del ojo, pero jamás se había dejado ver tan claramente. Algo había cambiado y se había propuesto averiguar el qué antes de regresar a casa.
Cogió sus cosas, cerró el coche y entró en la cafetería. Se sintió aliviada al ver que no había cola. Con su doble expreso con leche en mano, encontró una mesa acogedora en un rincón apartado, fuera del alcance de la vista de la gente. Nadie hubiera podido ponerse a leer por encima de su hombro y encima había un enchufe cerca de la silla.
Cinco minutos después, Maddy abrió la página del buscador y se quedó mirando fijamente al cursor parpadeando en el cuadro de texto.
—Esto no tiene sentido —murmuró. ¿Qué esperaba encontrar? Estas cosas solo pasan en las películas o en los libros, no en la vida real.
Debo intentarlo.
Refunfuñó mientras tecleaba: Monstruo bajo la cama se revela.
Miles de entradas que se ajustaban a la búsqueda saltaron en la pantalla de su ordenador y volvió a refunfuñar. Fue descartando los primeros resultados por tratarse de listados de películas y enlaces a libros de terror e historias para niños. A partir de la cuarta página dejó de buscar y se quedó mirando con cara de tonta a la pantalla.
Monstruos en la oscuridad. Qué sucede cuando siguen acompañándote en tu etapa de adulto sin visos de que vayan a marcharse. Quizá no te guste la explicación.
Resoplando, pinchó dos veces en el enlace y le dio un sorbo a su café. En realidad, el asunto no podía ir a peor.
Maddy se atragantó con la bebida a medida que su mente se fue adentrando en las palabras que aparecían ante sus ojos. Quizá se había adelantado al pulsar en el enlace pues se trataba claramente de una obra de ficción.
Se cree que los Dökkálfar, elfos oscuros en nórdico antiguo, habitan en uno de los nueve reinos míticos conectados por Yggdrasi, el árbol de la vida. El reino de los elfos oscuros se llama Svartalfheim, y la única luz que allí hay proviene del brillo de los cristales de sus cavernas. Con la ausencia del sol, el cielo es tan negro que la piel de los elfos oscuros ha perdido todo su color a lo largo de los siglos, haciendo que se confundan con sombras cuando abandonan su reino para visitar otros mundos. Como la luz exterior quema la piel de los habitantes de Svartalfheim, estos entran en nuestro mundo a través de lugares en donde ellos saben que la luz no puede llegar. Si alguna vez has pensado que hay un monstruo en tu armario, bajo la cama o en cualquier otro lugar de tu casa, posiblemente se trate de un elfo oscuro deslizándose sigilosamente; deambulando por Midgard (el reino de los humanos) en la oscuridad.
Sí, claro... elfos diminutos que viven bajo mi cama. ¿Construirán también juguetes para Papá Noel? No tenía sentido. ¿No se supone que con la falta de luz solar su piel sería blanca como la leche y no negra como el carbón? Maddy siguió avanzando por la pantalla, pasando de largo imágenes de figuras misteriosas de orejas puntiagudas. Algunos hasta tenían cuernos o antenas.
Los elfos oscuros son altos. Son criaturas ágiles que, al igual que sus primos, los elfos de la luz o Ljósálfar de Alfheim, no suelen molestar a los humanos. Les divierte observarlos o jugar con ellos. Cuenta la leyenda que los elfos oscuros han evolucionado a favor de la especie masculina, por lo que, debido a la escasez de féminas con las que procrear, a menudo secuestran a mujeres humanas con las que aparearse y reproducirse en su hogar, Svartalfheim.
Maddy se carcajeó. Algunos clientes la miraron y ella se aclaró la garganta, volviendo la vista rápidamente hacia la pantalla. No había más información, solo un formulario para hacer preguntas o comentarios.
Esto no puede ser cierto, pero de todas formas pulsó en el enlace del formulario. Tras cumplimentar sus datos, dejó un breve mensaje: ¿Se trata de una broma? He entrado en esta página pensando que podría encontrar la solución a un problema, pero en su lugar, lo que descubro es una sarta de tonterías sobre los elfos. Además, ¿de dónde han sacado ustedes todos esos detalles?
Maddy apagó el portátil. Ya había leído suficientes estupideces por hoy. Elfos.

Capítulo 3
Una vez hubo abandonado la cafetería, Maddy decidió que necesitaba ejercer control sobre algo, por lo que fue a la peluquería a arreglarse el pelo. Sin pensarlo dos veces, optó por darse un tinte de color rosa. ¿Por qué no? Nada a su alrededor tenía sentido y ella siempre había querido tener el pelo de color rosa, así que eso fue lo que hizo. Durante un par de horas dejó de pensar en monstruos, elfos y sombras en la oscuridad.
Ya de vuelta en casa, se puso a mirar la puesta de sol a través de la ventana a la vez que echaba un vistazo a un correo nuevo que había recibido en su portátil. Re: Su comentario sobre «Monstruos en la oscuridad».
De haber sabido Maddy que lo mejor para ella hubiera sido borrarlo, lo habría hecho. Después habría apagado el portátil y se hubiera ido a la cama temprano para volver al trabajo a la mañana siguiente. Sin embargo, era una mujer adulta, aunque necesitara tener todas las luces de la casa encendidas porque había un monstruo debajo de su cama. Así que se debía a sí misma descubrir si existía alguna posibilidad o, al menos, tener la esperanza de encontrar una solución a ese tema. Abrió el mensaje antes de que pudiera convencerse a sí misma de que no debía hacerlo.
Hola Maddy. Gracias por haberte puesto en contacto conmigo. Te puedo asegurar que no se trata de ninguna broma. Sé todos estos detalles porque yo misma conocí a un elfo oscuro y rechacé su oferta. Quizá no me haya expresado bien en el artículo. Por cierto, ¿hay algún elfo interesado en ti? Estaré disponible todo el día si necesitas hablar de ello.
El correo no estaba firmado. Quienquiera que fuera esa persona, no quería hacer pública su identidad. Como no tenía nada que perder, le contó brevemente su problema con el monstruo y el encuentro de la noche anterior.
Le dio al botón de enviar y se levantó a preparar un sándwich de pavo. Maddy comió de pie en la cocina, sin quitarle ojo al ordenador, que había dejado en una mesa al otro lado de la habitación. Al escuchar la señal de un nuevo correo entrante, fue corriendo hacia el portátil y abrió rápidamente la respuesta.
Debe de estar realmente interesado en ti. Por lo general, ellos contactan con los humanos cuando estos empiezan a hacerles preguntas o a molestarlos... Si no quieres tener nada con él, dile que no estás interesada. Puede que nunca se vaya, pero se volverá menos agresivo y dejará de intentar que le prestes atención, como pasó anoche. Son muy particulares cuando se trata de la felicidad de sus parejas. Aparentemente es bastante difícil que una humana pueda llevar a término el embarazo de un elfo oscuro. La insatisfacción puede ser peligrosa. Si, por el contrario, estuvieras interesada, sedúcelo. Llévatelo a la cama. Y no te preocupes, no te puedes quedar embarazada sin haber pasado por los ritos sagrados en Svartalfheim. Hasta que decidas abandonar Midgard, se tratará solamente de sexo placentero.
La boca de Maddy se abrió de par en par. Había pasado de preocuparse por la existencia de un monstruo espeluznante debajo de su cama a la posibilidad de que este fuera un monstruo sexual que podría estar loco por ella. Se rio a carcajadas, esta vez no había nadie que pudiera escucharla, así que continuó riéndose mientras iba apagando el ordenador. No tenía por qué seguir respondiendo a una tarada que claramente vivía en un mundo de fantasía. Ahora que Maddy había apartado todas esas tonterías de su vista, era el momento de dejar de pensar y seguir adelante.


Pero Maddy no pudo quitarse de la cabeza lo que había leído.
Las luces del dormitorio estaban encendidas, el mando a distancia temblaba ligeramente entre sus manos y las sábanas le cubrían más arriba de la barbilla. No se había molestado en arreglar las mantas y el edredón antes de acostarse, ya que no quería pasar mucho tiempo de pie junto a la cama después de lo que había pasado la noche anterior. El edredón estaba ladeado y arrastraba por el suelo, pero no le importaba. Se sentía segura con la luz encendida porque de esta manera el elfo oscuro, si eso es lo que era aquella cosa, no podría atraparla. Mientras miraba al techo, se dio cuenta de que no había tenido sexo desde hacía meses, quizá un año...
No. Calculó mentalmente. Hace más de un año.
La idea de mantener relaciones con un extraño siempre le había fascinado a pesar de no ser el tipo de persona que pudiera hacerlo. Sus fantasías sexuales solían ser de ese estilo —curioso si se tiene en cuenta que se trata de algo que una persona no debería hacer nunca. No obstante, si la chica de la página web estaba en lo cierto, Maddy podría convertir en realidad su sueño. Una vez hubieran consumado, se desharía del elfo oscuro y nadie tendría por qué enterarse jamás.
Seguro que no es tan fácil. Debe de haber alguna pega.
¿De veras se lo estaba planteando? A pesar de todo, Maddy se movió bajo las mantas y sintió la humedad que mojaba su entrepierna. Nunca se masturbaba en la cama, por la paranoia de que lo que estuviera bajo la cama pudiera escucharla, pero si no apartaba de su cabeza lo que estaba pensando podría caer en la tentación. Echó un vistazo al reloj de la mesilla de noche. Eran las dos de la madrugada. ¿Cómo es que aún seguía despierta?
Algo se movió bajo la cama. Reptaba con sigilo. Luego se hizo el silencio. Se le formó un nudo en la garganta. Está ahí. La humedad que había entre sus piernas se volvió más patente. Esto hizo que Maddy se sintiera molesta a la vez que excitada. Si se tocaba, el monstruo la escucharía. Lo sabría. Las luces estaban encendidas, lo cual quería decir que este no podría salir a por ella.
Si lo que había leído antes era cierto, podría meterlo en su cama con solo apagar la luz y pedírselo. El problema es que sonaba ridículo y la hacía parecer estúpida, un ser inocente. Sin embargo, lo cierto es que había algo debajo de su cama. ¿Por qué no podría ser un elfo oscuro?
Sus labios se curvaron en una sonrisa. Si se tocaba mientras le hablaba y este no abandonaba la oscuridad reinante bajo la cama, entonces comprobaría que, en realidad, se trataba de un elfo oscuro.
Estiró las piernas y dejó a un lado el mando a distancia. Deslizó las manos por debajo de la banda elástica del pantalón de su pijama y de sus braguitas. Se mordió el labio notando una fricción placentera y cerró los ojos. Inmersa en esa sensación, casi se olvidó de que había algo arrastrándose bajo la cama y se quedó inmóvil. El monstruo parecía... inquieto.
No debía hablar con él. En realidad, no debería hacerlo.
—Sé que estás ahí abajo.
Los movimientos se detuvieron con el sonido de su voz.
—Es muy grosero interrumpir a una chica que se está toqueteando —casi se rio de lo absurdo de la situación—. Estoy segura de que tienes alguna excusa para hacerlo.
No esperó respuesta. En su lugar, comenzó a centrarse en movimientos que le proporcionaban placer. Entonces, un timbre de voz masculina, con un acento caprichoso que no pudo reconocer, volvió a paralizarla.
—Más grosero aún es burlarte de mí. Te escucho suspirar. Puedo oler tu excitación. Apaga la luz e invítame a salir para poder ayudarte —se sentía demasiado aturdida para contestar. Entonces él añadió: —si te atreves.
Su corazón palpitaba.
—¿Sabes hablar? —¿por qué no lo había hecho antes entonces? Durante todos estos años había estado en silencio, así que tenía que existir algo más que la razón de querer poseerla. Nadie espera más de diez años sin un propósito.
—¿Me creías un ser primitivo? —rio el monstruo—. Supongo que es normal que lo pienses. Cuando pueda ponerte las manos encima, entonces sí que mi comportamiento será bastante salvaje.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y no pudo contenerse la aclaración.
—Me refiero a que sabes hablar inglés.
—Mi madre es humana y me enseñó su idioma —hizo una pausa para continuar diciendo, con voz profunda: —¿vas a seguir martirizándome? Apaga la luz.
La rebeldía se apoderó de él. No podría tocarla mientras la luz estuviera encendida. Ella no debería de tenerle miedo. El deseo que sentía por ella hacía que su excitación fuera en aumento.
—No lo haré. ¿Por quién me tomas? ¿Crees que soy el tipo de persona que mete en su cama a extraños que aparecen bajo ella?
Ese ser gruñó de una forma tan poco humana que a punto estuvo de dar un salto de la cama para escapar del dormitorio. Pero no estaba segura de que esa cosa no pudiera agarrarla del tobillo en caso de que intentara llevarlo a cabo. Entonces, el monstruo dijo con suavidad:
—Yo sé que sabes quién soy. Siento mucho haberte asustado anoche.
Una vez hubo dicho esto, Maddy se sentó en la cama.
—¿A qué te refieres exactamente? —¿Acaso él mismo había tenido algo que ver con la página web que había encontrado?
—Svartalfheim es un mundo mágico, no solo hay oscuridad. Me aseguré de que encontraras la información que buscabas —hizo una pausa—. Te repito que mi madre es humana. Nos hemos adaptado a los tiempos tanto como lo habéis podido hacer vosotros.
Sacudió la cabeza sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando.
—¿Has hackeado internet desde tu mundo? ¿Es que entonces no te hace daño la luz que emiten los ordenadores? —por no decir que la conexión será una auténtica mierda.
—No me afecta la luz si está creada a partir de cristales existentes en mi reino. Puede que Svartalfheim sea la tierra de la noche eterna, pero también tiene su encanto y otras maravillas. Yo podría mostrártelas... ¿Quieres?
Cerró los ojos y se metió bajo las sábanas. Estaba tratando de ganarse su confianza para que lo acompañase. ¡Extraño peligroso!
—Sabías cuál sería mi reacción.
Tras una larga pausa, el monstruo comentó.
—Es lo que esperaba. Te dije que podrías deshacerte de mí —volvió a hacer una pausa antes de continuar—. Has dejado de tocarte.
¿En serio que lo había notado?
—Me aburrí de hacerlo —el elfo oscuro lo tenía todo planeado. Primero la había asustado y luego había hecho que encontrara la información que él quería... ¿Pero por qué? ¿No podría haber iniciado antes una conversación con ella? ¿No hubiera sido eso lo mejor para él, en lugar de haber estado al acecho ahí abajo?
—Mientes. Tienes más ganas que antes. Quieres meterme en tu cama. El solo hecho de pensarlo hace que me desees con más fuerza.
—Eso no es cierto —en realidad el monstruo tenía razón, pero era todo tan surrealista que no alcanzaba a entenderlo.
—Maddison Wright, apaga la luz —dijo con una autoridad que a punto estuvo de hacerla sucumbir, hasta que cayó en la cuenta del control que intentaba ejercer sobre ella. Diablos, aún no se fiaba de él ni usando su nombre completo.
—Nunca voy a apagarla.
—Así que quieres jugar. Perfecto. Tengo paciencia. He esperado durante años a que maduraras y justo ahora tu aroma me dice que estás lista para aparearte.
—¿Por eso no has intentado hablar conmigo o tocarme antes?
—Cuando te encontré, aún no estabas preparada para mí, así que tuve que satisfacerme en otros lugares. Tu momento ha llegado y con él termina mi paciencia —replicó.
A punto estuvo Maddy de burlarse del monstruo cuando la cama volcó cerca de la pared, dejando un tramo de sombra en una de las esquinas, lejos de cualquier tipo de iluminación.
—Pero qué...
—Uno de los Dökkálfar ha mordido tu anzuelo esta noche.
El colchón y las mantas se movieron. A continuación, unos pliegues en la manta dieron forma a dos brazos. El monstruo estaba gateando hacia la cama con el edredón echado por encima. Había colocado la cama de forma que llegara menos luz cerca del suelo y el edredón había estado tocando el suelo por un lateral. Seguramente así es como habría apagado la hilera de luces la noche anterior. Había tirado de las mantas hasta dejarlas en el suelo, luego había ido a gatas hasta ellas para luego desenchufar las luces.
Una sombra masculina se deslizaba por el borde del colchón. Maddy chilló e intentó deshacerse de las sábanas hasta que una mano cálida le agarró el tobillo. La calidez del tacto la sorprendió pues de alguna manera, había imaginado que su tacto sería gélido. Los elfos no aparentan ser criaturas cálidas o quizá es que ella deseaba que no pareciera humano.
—Deshazte de las sábanas para llevarte conmigo bajo la cama —dijo—. Iremos a Svartalfheim. ¿No es eso lo que deseas?
—¡No! —¿Cómo es posible que una persona pudiera estar excitada y asustada al mismo tiempo? Creo que tengo serios problemas mentales a los que tengo que enfrentarme en cuanto amanezca.
—Quédate ahí entonces —dejó de agarrarla y continuó arrastrándose por debajo de las sábanas hasta que la figura de un hombre alto asomó a los pies de su cama. Giró la cabeza hacia ella y comenzó a meterse entre sus muslos. Ella lo miraba boquiabierta, sin poder dar crédito a lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Así y todo, juntó las piernas mientras la risa melódica del elfo resonaba por toda la habitación.

Capítulo 4
—¿Vas a apagar la luz de una vez? —insistió el monstruo acariciándole los muslos. Ella se estremeció de emoción antes de volver a separar las piernas. Maddy no estaba segura de hasta dónde le permitiría llegar, pero sentía demasiada curiosidad como para irse (y no precisamente porque pensara que podría raptarla y llevársela). La luz seguía encendida y eso le daba ventaja.
—Yo... creo que no está bien—dijo con voz trémula— ¿qué tienes pensado hacer? —mientras ella hablaba, él dirigió sus manos hasta la cintura y muy despacio le bajó el pantalón y las braguitas. En ese momento, ella debería sacarlo de una patada de la cama. Es lo que en realidad debía hacer, pero... ¿y qué si no lo hacía?
—Tu aroma lleva tentándome durante años.
—Eso es lo que me has dicho —el monstruo le había confesado que había estado con otras mujeres mientras la visitaba. Típico varonil. Desvió la mirada. Sin embargo, no le molestaba. Lo convertía en un ser considerado al saber que aún no estaba preparada para dar el paso. Maddy no tenía ni idea de lo que había cambiado, pero lo cierto es que ahora él estaba en su cama y ella quería experimentar qué podría suceder a continuación.
—El olor de la compañera siempre es más dulce que el de otras hembras y cuando la encontramos de este modo, nos quedamos para protegerla. Una vez el aroma cambia, a veces muy sutilmente, sabes que ya está lista para aceptarte. Que ya sabe cómo tratarte y esos cambios oscilan del interés a la lujuria. Entonces, ninguna otra mujer nos interesa a menos que seamos rechazamos y tengamos que esperar a que aparezca nuevamente una posible pareja —dicho esto se acercó y le acarició la cara interna del muslo—. Tan delicada. Tan agradable...
La cara y las manos parecían las de un hombre. Puede que no se tratara de un monstruo, a pesar de ser un elfo oscuro con todo lo que eso conllevaba. Llevaba el pelo largo y notó lo fino y sedoso que era cuando, al rozarle la piel, sintió un cosquilleo seductor. No poder verlo era una situación muy erótica. Algo prohibido. Maddy se estremeció y el elfo aspiró su aliento.
—Tu cuerpo me invita a saborearlo. Mira qué humedad hay en esta parte sagrada de tu cuerpo.
Su respiración se volvió superficial. ¿Lo haría? ¿Y ella quería que lo hiciera?
—Sí —susurró sin pensar.
El elfo tomó su monosílabo como una invitación y lamió su sexo, explorando con la lengua lo más escondido de su cuerpo. Se recostó sobre la almohada y cerró los ojos. Dios mío, el monstruo era real. Quería tener sexo con ella.
Y se lo iba a permitir.
Con la lengua iba formando círculos en el clítoris que la hacían jadear y abrirse de piernas. Rebuscó entre las mantas el mando a distancia. Como si el monstruo fuera consciente de lo que ella estaba haciendo, incrementó su placer introduciéndole un dedo en la vagina.
Los dedos de Maddy se agarraron al aparato de plástico que sacó bruscamente de debajo de las mantas. Escogiendo hábilmente los botones apropiados, fue apagando una luz tras otra hasta quedar únicamente una junto a la cama. Pulsó el último botón y dejó caer el mando a distancia en la mesilla de noche. Fue recompensada con unos movimientos de cadera cuando atrajo los muslos hacia él, de forma que sus piernas quedaron enrolladas en su musculada espalda. Él lamía, mordisqueaba y chupaba cada parte de su cuerpo. Cuando el éxtasis se apoderó totalmente de ella, emitió un grito de placer que la hizo temblar violentamente.
Retiró las sábanas y vislumbró una silueta en la oscuridad que se arrastraba por su cuerpo, buscando instalarse entre sus muslos. Estaba totalmente desnudo y su erección era más que evidente.
—Has apagado las luces por mí —dijo sorprendido.
—Así es —afirmó, disfrutando de la pasión que aún la invadía.
—¿Quieres ser mía?
Maddy iba a responder justo cuando recordó la información que había leído y se tomó un respiro antes de hacerlo.
—¿Te refieres a culminar el acto aquí o a llevarme contigo?
—Lo que desees.
Le gustó que no diera una respuesta directa.
—¿Me prometes que no me quedaré embarazada sin haber pasado por los ritos sagrados de tu reino?
—Lo juro —dijo acariciándole la cadera—. Hasta que no te unas a mí, no podrás concebir un hijo.
—No estoy preparada para ser madre —confesó aproximándose a él para acariciarlo. Tenía la mejilla cálida y suave. Al apoyar la cara sobre la palma de su mano, pudo ver que tenía las orejas puntiagudas. Aunque no alcanzaba a distinguir sus rasgos, pudo sentirlo. Era alto, delgado y fuerte. Tenía el pelo largo y orejas de elfo. No había notado nada de vello facial o corporal.
—¿Cómo te llamas? —era lógico que quisiera saber su nombre, puesto que él conocía el suyo.
—No puedo decírtelo —contestó.
En aquella página web había sido tan franco atendiendo a sus dudas. Sin embargo, ahora no daba respuesta a sus preguntas.
—¿Por qué no?
—Los elfos oscuros no pueden desvelar su nombre hasta pasados los ritos sagrados.
—¡Qué anticuado! —repuso Maddy —¿Cómo os llamáis entonces entre vosotros?
—¿No querías un ser primitivo? —repuso alegremente—, pues ya lo tienes.
—Touché, elfo.
—Maddy —dijo con voz profunda—, contéstame. Deja que te demuestre que soy digno de ti.
Se sentó sorprendida en la cama. Acto seguido, él la imitó, arrodillándose enfrente de ella. Era una sombra hecha carne.
—¿De verdad que no podrás tener sexo conmigo si no te lo pido?
—Sí que podría... —replicó—, pero no sentiría placer... Ah, y sería más difícil para mí procrear. ¿Lo pillas?
A Maddy no le gustaba la idea de ser vista como una máquina de fabricar bebés, pero él le había afirmado que no podría quedarse embarazada a menos que pasara los ritos. Así que ese momento podría posponerse. Quizá de forma indefinida. A lo mejor no era buen amante y decidía descartarlo por completo. Si elegía tener sexo con él aquí y ahora no la comprometía y como él mismo había dicho, solo sería sexo placentero.
El elfo cogió su mano y le besó los nudillos. Luego la guio hasta su sexo erecto y lo sostuvo rodeándolo con la palma de su mano. Él lanzó un gemido y ella tragó saliva. No creía que el grosor del miembro fuera un problema, a pesar de ser impresionante, pero sí que dudó sobre el tamaño. ¿Qué pasaría si era demasiado grande? Dejó que moviera su mano de arriba a abajo, de la base al glande una y otra vez. Tenía un sexo grande, pero no era monstruoso. Y tampoco parecía que tuviera tentáculos ocultos o apéndices de ningún tipo. Gracias a Dios.
Maddy se echó sobre él, rodeándole la nuca con la mano que le quedaba libre. Tenía que besarle. No sería capaz de tomar una decisión sin saber si besaba bien. Se dio cuenta enseguida de lo que ella pretendía y se abandonó a sus labios con furia desmedida. Dejó de acariciarlo para enredar ambas manos en su pelo, mientras se acercaba hasta ponerse a horcajadas en sus rodillas. Él fue besando lentamente sus caderas hasta llegar a su sexo. La atrajo hacia él y se colocó de forma que la punta de su miembro chocara con la entrada de su vagina, lo cual hizo que le suplicara. No recordaba haber sentido nunca tal necesidad de ser poseída con tanta antelación.
Mientras él le mordisqueaba los labios, Maddy sintió cómo unos caninos afilados le rozaban ligeramente la piel. No eran como los de un vampiro, pero sí mucho más largos que los de un humano normal. Era un monstruo y a la vez no. Era un hombre, pero... no se parecía a ninguno que hubiera conocido antes. Debería tenerle miedo porque representaba a lo desconocido, pero no era así. El elfo la quería solo para él. Quería poseerla. Preñarla. Raptarla como Hades había hecho con Perséfone.
—Muéstrame qué se siente siendo tuya —le susurró pegada a sus labios. Rozó su piel con las comisuras de los labios mientras la penetraba. Jadeó de placer.
—Esto, fuera —dijo el elfo a la vez que le quitaba la camiseta y la tiraba—. Sí, perfecta. Eres perfecta —dirigió sus manos hacia los pechos y los acarició. Luego la fue besando: primero la mejilla, después el cuello, para ir bajando hasta el pecho. Finalmente, se agarró a su pecho izquierdo y comenzó a moverse dentro de ella.
En un movimiento tan tenue que casi no se notaba, el elfo la empujó contra la almohada, las manos apoyadas sobre la cama, y aceleró el ritmo. Ella jadeaba, le agarraba la cabeza y se la acercaba a los pechos, enrollando las piernas alrededor de su cintura.
¿Cómo es que le estaba sucediendo esto? Ella era una mujer normal. No tenía nada de especial. Sin embargo, un elfo oscuro la había elegido (o quizá había sido el destino). Era todo tan... increíble. Cada movimiento la ponía al borde de un nuevo orgasmo. Él se incorporó y le puso las manos entre las suyas, elevando los brazos sobre la cabeza mientras aminoraba el ritmo de sus embestidas. Cada movimiento tocaba su fibra nerviosa; la hacía ver chispas y hacía que asomaran lágrimas a los ojos. Se sentía tan bien, era demasiado para poder tenerlo bajo control. Lo más probable es que se desgarrara de placer cuando sintiera el orgasmo.
Sacó su miembro y ella protestó, pero luego le dio la vuelta y atrajo sus caderas contra las suyas hasta ponerse de rodillas por detrás de ella. La penetró muy despacio, acto tremendamente sensual. Al penetrarla mucho más adentro que antes, gimió de placer. Antes de que ella pudiera imaginarse lo que iba a suceder a continuación, volvió a ponerla frente a él y entró en ella con rápidas y fuertes embestidas. Apretó las sábanas y gritó porque una oleada de placer atravesaba su cuerpo. Pero él aún no había terminado. Mantuvo el ritmo hasta hacerla gemir y estremecer de liberación. Cuando pensaba que ya no podría pasar nada más, él se puso tenso y notó como expulsaba su semen caliente dentro de ella.
Eso fue lo último que recordaba antes de que todo se volviera oscuridad.


Maddy no estaba segura de cuánto tiempo había estado durmiendo, pero cuando se despertó tenía la sensación de que era una gelatina caliente. También notó que alguien le estaba acariciando la cadera y el muslo. Abrió los ojos y efectivamente, alguien estaba haciendo justo eso.
La habitación seguía envuelta en oscuridad y el reloj parecía marcar las cinco y cuarto de la mañana. Tenía que levantarse y prepararse para ir al trabajo. Pero, ¿podría ponerse en pie? Giró la cabeza y su elfo en la sombra se inclinó para darle un beso, metiéndole la lengua en la boca para unirla a la suya y danzar juntas. Después, le introdujo dos dedos en la vagina. Maddy gimió y se movió al compás de la mano.
—¿Has visto que tu cuerpo se despierta hambriento de mí? —susurró pegada a sus labios—. ¿Alguna vez habías sentido esto por alguien? —y acto seguido retiró rápidamente los dedos, le levantó la pierna y la penetró. Trazaba círculos con los dedos alrededor del clítoris a la vez que la embestía suavemente—. Dime que me cambiarás por una vida mediocre y me volveré a Svartalfheim para no regresar jamás. Podrías conservar esta noche en tu recuerdo, como un secreto, si así lo deseas.
En lo más remoto de su mente se decía a sí misma que no debía hacer promesas mientras el placer estuviera en medio. En lugar de contestar, gimió cuando le retiró el pelo de la nuca para besársela y pellizcársela. Ni siquiera sabía su nombre.
Aumentó el ritmo, frotando el clítoris con firmeza y cada vez más fuerte al compás de sus movimientos.
—Dime que te vendrás conmigo. Podemos estar haciendo esto durante días sin cesar. Abandona tu mundo. Vente al mío.
Le empezaron a temblar las piernas. Ella estaba tan cerca.
—Dilo, Maddy —insistía con sensualidad en su oído. Su cuerpo estaba rígido, a punto de correrse y tan en sincronía con el suyo.
No debería, la verdad es que no debería decir nada.
Finalmente empezó a hacer movimientos rápidos dentro de ella, presionando el clítoris con la palma de su mano. Así estuvo un rato. Era tan posesivo, pero otra vez la había puesto al límite.
—¿Quieres llevarme contigo? ¡Hazlo! —clamó invadida por el éxtasis. No estaba segura de si lo había dicho en serio o como resultado de sentirse bendecida. Lo cierto es que, en ese momento, no le importó. El placer la invadía. Dios, su cuerpo estaba vivo, caliente y pleno de satisfacción.
Entonces, con la misma rapidez del orgasmo, el elfo oscuro salió de ella y la rodeó con sus brazos. Se sentía tan extasiada, que ni siquiera tuvo tiempo de pensar o de plantearse las consecuencias antes de que él saltara al suelo, abandonándola para deslizarse debajo de la cama, desapareciendo así ante sus ojos en la oscuridad. Cuando hubo recobrado la consciencia, el elfo sacó las manos y tiró de sus tobillos, arrastrándola también debajo de la cama hasta Svartalfheim con él.
VOLUMEN II
EL
MONSTRUO
EN EL
ARMARIO

Capítulo 1
—¡Llego tarde! —exclamó Phoebe mirando la pantalla de su teléfono. Había pensado que podría maquillarse sola, pero se había equivocado. Había tenido que limpiar todo el maquillaje tres veces y volver a empezar. Un simple tutorial en internet no era suficiente para aprender. En su lugar, terminó aplicándose una sombra de ojos sencilla en color dorado y máscara de pestañas, prescindiendo del delineador de ojos. Algunas mujeres tienen el don del maquillaje, pero su único talento era pifiarla. Ahora llegaba tarde a su fiesta preferida del año, una de las pocas a las que había asistido.
Cada noche de Halloween, su antigua hermandad organizaba una fiesta de disfraces temática sobre los cuentos de hadas y a ella la habían invitado en calidad de antigua alumna. Este año se centraba en La bella y la bestia, donde a las mujeres se les animaba a disfrazarse de princesa y a los hombres de monstruo. Naturalmente, cada uno podía llevar el disfraz que quisiera, pero la mayoría de los asistentes solía respetar la temática. Phoebe llevaba semanas deseando que llegase este día. No obstante, su novio, con el que llevaba saliendo tres meses, no estaba tan convencido de querer ir. Adam odiaba los disfraces, entre otras muchas cosas más.
Por ejemplo, odiaba que no fuera maquillada en público. Por eso había estado intentado con todas sus fuerzas maquillarse bien. No debería hacerlo, lo sabía, pero ahí estaba ella. Intentando complacer a un hombre al que, por norma general, no solía gustarle nada. Suspirando, recogió los cosméticos del lavabo y los metió en el neceser. Luego, se apresuró para terminar de vestirse en su dormitorio.
Se había puesto lencería sexy con la esperanza de que Adam quisiera disfrutar quitándosela cuando volvieran a casa. Unas tangas de encaje de color crema, unas medias hasta el muslo con su liguero a juego y un top bandeau que se ataba a la espalda como un corsé. Parecía sacada de un catálogo. O de una película porno. ¡Eso iba a depender de cómo se presentara la fiesta!
Tiró de la enagua para darle forma a su vestido y se calzó unos zapatos dorados de tacón con purpurina. Su vestido tenía dos partes: una era blanca y la otra era una capa dorada que brillaba y resplandecía con la luz. El pelo negro le caía suelto sobre la espalda. Estaba deseando ver la cara que pondría Adam cuando la viera.
Phoebe le dio al interruptor de la luz del vestidor, salió y cuando empezó a cerrar la puerta, se detuvo. En el fondo del vestidor percibió una silueta que destacaba entre la oscuridad. La había visto en un par de ocasiones desde que se había mudado a este apartamento unos meses atrás. Si volvía a encender la luz, no había nada y no tenía ni idea de lo que provocaba que se produjera esa sombra. Se estremeció y cerró la puerta, comprobando después que se quedaba bien cerrada. Esa maldita cosa lograba abrirla algunas veces y ella se estremecía con solo pensar que algo pudiera estar observándola.
—Es solo la mente que te juega malas pasadas —murmuró mientras cogía su bolso y su móvil.
Le envió un mensaje a Adam para recordarle que dejara de trabajar y fuera a la fiesta. El pobrecillo estaba más pendiente de las cuentas y finanzas de su empresa que de la diversión.


¿Pero dónde diablos estaba Adam? Phoebe se ponía de puntillas alternando de pie para intentar ver por encima de las cabezas de docenas de personas disfrazadas. Los zapatos que llevaba se veían divinos en la tienda, pero no lucían de la misma manera en sus pies. Ahora mismo mataría por unas zapatillas de andar por casa. Adam aún no había llegado y ella se estaba aburriendo de tanta socialización. Le dolían los pies y además se había puesto toda esa lencería sexy porque pensaba que tendría algo de acción esa noche vestida de princesa, pero al parecer no sería así.
Lanzó un suspiro y se dirigió a una de las habitaciones de la segunda planta, que hacía las veces de guardarropa, para estar un rato a solas. Cerró la puerta y se dirigió tranquilamente hacia la cama para sentarse. Una vez allí, sacó el móvil de su bolso. Una vez la presión hubo abandonado sus pies, lanzó un clamor de satisfacción. No obstante, Phoebe no se atrevió a quitarse los zapatos. Volver a ponérselos después sería diez veces peor. En su lugar, llamó a Adam, pero saltó el contestador automático de inmediato.
—¿Dónde estás? —fue todo lo que dijo antes de colgar. Luego comprobó los mensajes y vio con estupefacción que no había recibido ninguno.
Le llegó el chirrido de una puerta por su lado derecho y lanzó un grito. El armario se abrió y ella se quedó mirando, tratando de averiguar si había alguien allí. ¿Acaso había pillado a alguien intimando o, lo que es peor, robando las carteras que se habían dejado en los bolsillos de los abrigos?
Cuando la calefacción se activó, se rio de sí misma. Eran solo los ruidos propios de una casa vieja. No había ningún monstruo acechando ni en este armario ni en el de su apartamento. Los monstruos no existían. Sintiéndose estúpida, Phoebe se recuperó y salió de la habitación. Era agradable estar sola y tener tiempo para una misma, pero no iba a continuar fingiendo que estaba feliz cuando no tenía ni idea de si Adam pensaba aparecer en la fiesta. Definitivamente, ese rechazo había terminado por arruinarle la velada.
¿Por qué no era capaz de encontrar a alguien que la apreciara? ¿Que quisiera acompañarla a sitios y hacer cosas con ella? ¿Que contestara a sus llamadas? No era demasiado pedir que la quisieran, que la desearan. Tener la sensación de que el mundo de alguien no estaría completo sin ella a su lado.
A Phoebe se le llenaron los ojos de lágrimas, recogió su abrigo y se dirigió a las escaleras rumbo a la puerta principal. Se despidió rápidamente y se fue directamente hasta su coche. Una vez dentro, dejó que las lágrimas que se había estado aguantando fluyeran libremente y le envió un mensaje de texto a Adam. En él ponía punto y final a toda esta mierda. Ahora le tocaba vivir solamente para ella. Si no la quería, qué hacía esperando a que cambiara de idea. Todo se había terminado entre ellos. Tenía la esperanza de que se volviera loco cuando leyera el mensaje.
Cuando levantó la cabeza, una sombra en movimiento entre los árboles por el lateral derecho del coche captó su atención. Entonces gritó. Un animal grande estaba de pie, en medio de las sombras, oscureciendo toda la vista. Tenía la forma de un ciervo y casi pudo apreciar sus astas. Ser salvaje y no preocuparse por nada más que lo que la naturaleza quiera. Phoebe arrancó el motor. Las luces iluminaron el área en donde el ciervo había estado.
No quedaba rastro alguno.

Capítulo 2
Hombres. ¿Quién los necesitaba? Phoebe entró en su apartamento y cerró dando un portazo. Nada más gratificante que vivir en la planta baja, en especial cuando su noche había sido un auténtico desastre. Lo primero que haría sería cambiarse de ropa. Luego darse una ducha y comerse un cuarto de helado. Aunque quizás no hiciera las cosas en ese orden. Se quitó todo el maquillaje de la cara. En dos ocasiones tuvo que controlarse para no llorar tanto que la máscara de pestañas le quemaba en los ojos.
Phoebe sorbió por la nariz y se dirigió por el pequeño pasillo hasta el cuarto de baño para terminar de limpiar lo que quedaba de maquillaje. Vio su reflejo en el espejo y empezó a llorar con intensidad. Todo el esfuerzo que había hecho por lucir guapa para ese estúpido y ni siquiera había aparecido en la fiesta. La había dejado plantada. No le hizo ni una llamada para darle alguna explicación. Ni tan siquiera una excusa de mierda. ¿Le estaba siendo infiel o es que simplemente había dejado de desearla? En realidad, siempre había intentado mejorarla. Córtate el pelo. No te comas esa galleta o te pondrás gorda. Deberías maquillarte más a menudo. Blanquéate los dientes. ¿Has pensado en hacerte un aumento de pecho? Phoebe se abrazó y luchó contra un nuevo mar de lágrimas. Adam no la merecía.
Sintió frío al escuchar el ruido de pisadas que venían del otro lado de la pared, entre el cuarto de baño y el dormitorio.
—¿Adam? —se giró, sonándose la nariz con un pañuelo de papel que tiró en la papelera—. ¿Eres tú? —a lo mejor había venido para darle una sorpresa (y, de paso, para que lo echara de su apartamento). Imbécil.
Atravesó el salón hasta llegar a su dormitorio donde le dio al interruptor de la luz. Phoebe echó un vistazo.
—¿Adam? —la habitación estaba vacía y la puerta del armario estaba abierta de par en par, a pesar de que estaba segura de que la había cerrado justo antes de ir a la fiesta. Sin pensarlo dos veces, se fue corriendo al salón y cogió su teléfono y las llaves. No se detuvo en cerrar con llave, sino que se fue directa al coche. Una vez dentro, cerró la puerta y llamó a la policía.


No la creyeron. No había signos de que la entrada hubiera sido forzada y tampoco habían robado nada, así que aseguraron que si alguien había entrado en la casa y abierto el armario era porque tenía llave. Phoebe había escuchado ruidos de pisadas, pero no podía probarlo. Una agente advirtió que su cara presentaba signos de haber estado llorando, por lo que le preguntó si había vivido alguna experiencia traumática. Ella le habló de Adam, que no había ido a la fiesta, con lo que había roto con él. Obviamente, la conclusión fue que Adam había intentado asustarla. La agente propuso a Phoebe que pasara la noche en casa de alguna amiga y que cambiara la cerradura al día siguiente.
Sabio consejo si es eso lo que había sucedido. Ella descubriría si había sido Adam. Este no tenía problema alguno en gritarle cuando algo no le gustaba. Si le importaba que hubiera terminado con él mediante un mensaje de texto, tendría noticias suyas. No perdería el tiempo deambulando sigilosamente por el apartamento solo por diversión.
Derrotada, Phoebe volvió a su apartamento, se quitó los zapatos y se metió en el dormitorio. Lo único que deseaba era dormir. Echó un vistazo a su móvil cuando lo puso a cargar y vio que tenía un mensaje de Adam. Pulsó en la bandeja de entrada para leerlo y la tristeza le desgarró el corazón. No se había dignado a discutir sobre la ruptura. Ni siquiera había tratado de razonar con ella. Había escrito un simple «Ok». Únicamente dos letras para indicar que estaba de acuerdo, ni siquiera había escrito las palabras enteras. Adam había economizado hasta para terminar su relación.
Sin importarle las luces, comenzó a quitarse la ropa. El top del vestido le costó un poco —más de lo que había invertido en ponérselo—, pero lo consiguió. Luego lo lanzó con rabia al cesto de la ropa sucia que estaba en la esquina. Después de quitarse la falda se quedó en ropa interior, una lencería que se había puesto para nada.
—Debería salir y acostarme con el primer desconocido que me encuentre para fastidiarte, Adam. ¡Capullo!
Se desabrochó el collar y se lo quitó. Seguidamente, los pendientes. Colocó ambos sobre la cómoda, junto a su monedero.
—Soy un desastre y al parecer no soy lo suficientemente atractiva para retener a un hombre a mi lado. ¿Quién me va a querer a mí? —su sombra frunció el ceño o eso parecía si se hubieran distinguido sus rasgos en la oscuridad. Se notaba que la puerta del armario estaba abierta —¿y tú? —preguntó en tono acosador mirándola —¿por qué no te quedas cerrada?
—Porque entonces no podría verte. Voy a dejarte claro que te quiero y que aceptaría de buen grado tu oferta.
Se quedó mirando boquiabierta al espejo, sin estar segura de si lo que habían escuchado sus oídos era real o producto de su imaginación. Se suponía que no debería haber respuesta a sus preguntas. Para empezar, su monólogo le servía tan solo para expulsar su frustración. Era perfectamente normal, incluso un poco tonto. Sin embargo, la voz masculina que ella había escuchado no era normal. De hecho, si la policía había revisado cada centímetro de su apartamento y no había sido capaz de encontrar nada extraño, no debería haber ningún hombre allí.
Los pensamientos lógicos suenan perfectamente razonables. Pero, es que hay alguien en mi armario...
Se giró para mirar hacia el lugar de donde había salido la voz del hombre. Quienquiera que fuese tenía una voz profunda y ronca con un extraño acento. Era extranjero, sin lugar a dudas.
—¿Quién anda ahí? —se estiró hasta el interruptor de la luz que estaba junto a la cómoda y lo accionó. No vio a nadie, pero una parte del armario estaba fuera de su ángulo de visión. Phoebe buscó un arma y cogió un florero con rosas rojas. No serviría de mucho, puesto que eran de plástico, pero si se las arrojaba al atacante le daría ventaja para empezar a correr y así poder escapar.
—Te lo advierto...
Se dirigió sigilosamente hasta el armario, sin saber lo que podría encontrar. La puerta se abría hacia adentro, así que la empujó con el pie hasta que la perilla tocó en la pared. No había nadie allí, a menos que estuviera escondido entre la ropa. Entró toqueteando toda la ropa. De repente, la puerta se cerró tras ella. Dio un grito, se le cayó el florero, haciendo un ruido sordo en la alfombra al caer a sus pies. Phoebe levantó el brazo en busca de la cuerda que encendía la luz y tiró de ella cuando la encontró. Nada sucedió. Volvió a repetir la operación, pero el resultado fue el mismo.
—¿Buscabas esto? —el hombre que estaba en el armario le cogió una mano y le puso algo en ella. La bombilla. Había desenroscado la bombilla y le había tendido una trampa para que entrara. ¿Pero dónde se había escondido?
—¿Qué qué es lo que quieres? —preguntó Phoebe en su lugar.
Este dio vueltas a su alrededor como si fuera un depredador felino a punto de saltar sobre su presa. Ella no alcanzaba a ver nada, pero el calor que desprendía su cuerpo lo delataba. Fue la falta de respuesta lo que le causó más miedo que el saber lo que iba a pasar. Finalmente, este contestó.
—¿Sigues queriendo acostarte con un desconocido para fastidiar a ese idiota que no te ha merecido nunca? —le pasó un nudillo por la mejilla, hecho que la hizo estremecer —el mismo que te ha hecho llorar... si tú quisieras, podría mandar a uno de mis mejores hombres para que le hicieran daño. ¿Te apetecería tener sus partes de trofeo? Podemos llegar a un acuerdo.
¿Pero de qué hablaba? ¿Acaso estaba ofreciéndose para castrar a Adam?
—Por mucho que se lo merezca, no soy partidaria de la violencia —se puso recta y entonces pudo advertir que este hombre superaba su metro ochenta.
—Una pena —replicó justo detrás de ella. De repente, se encontraba apoyada contra un pecho musculado—. En cuanto a lo que dijiste antes...
¿Es que pensaba que se podía esconder en su armario y poseerla por una tontería que había dicho anteriormente? ¡Ja!
—Escúcheme, caballero. No tengo ni idea de quién es usted o cómo ha llegado hasta aquí, pero no haré nada con usted. La policía está afuera. Todo lo que tengo que hacer es gritar—. De alguna forma, tenía la sensación de que él no quería forzarla. Si lo que buscaba era hacerle daño, ya lo hubiera hecho. El hecho es que no se explicaba por qué lo presentía.
—Los hombres que has llamado para que me busquen hace tiempo que se han marchado. No debes tener miedo de mí. No te haré daño —la había rodeado con sus brazos sin hacerle daño. ¿La estaba... abrazando? —cuando follemos, querrás ser mía. Ya has hecho esa oferta sin pensarlo, y si yo no fuera una buena persona, podría haberla aceptado de inmediato —dicho esto, la liberó.
Phoebe se dio la vuelta para mirarlo a la cara y volvió a darle la espalda. La puerta había dado en la pared cuando se abrió por completo.
—Estás delirando si crees que vamos a estar... follando, tan alegremente como lo describes.
El hombre rio y por la calidez de su cuerpo, Phoebe advirtió que se había acercado. Le retiró el pelo de la cara y le dijo:
—Supongo que quieres marcharte. ¿Me equivoco?—no hubo respuesta. Lo que quería era que él se fuese. Era su armario, joder—. Te he hecho una pregunta. ¿Quieres marcharte?
Este tipo era raro como el demonio.
—Sí, así es. ¿Por qué insistes? —el ambiente se enfrió, pero tenía asuntos más importantes de los que preocuparse que la calefacción.
—Me alegra saberlo —siguió el hombre avanzando un paso. Phoebe se giró, pero no podría avanzar mucho puesto que la pared estaba cerca. ¡A no ser que se alejara de él! Dio un paso, dos, luego tres. La pared había desaparecido y eso terminó por atemorizarla. Dio un grito aterrador antes de intentar escapar de allí, hacia donde se suponía que estaba la puerta del armario. Pero el hombre se inclinó, la cargó sobre los hombros y avanzó justo hacia donde la había estado acorralando.

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