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Mi Marqués Eternamente
Dawn Brower
Algunos cuentos de hadas están retorcidos. Algunos cuentos de hadas están retorcidos. Como hija de un duque, lady Annalise Palmer debía estar teniendo una vida encantadora. Sin embargo, las apariencias pueden ser engañosas: su padre se ha asegurado de que toda la vida de ella esté llena de nada más que angustia y dificultades. La felicidad es una emoción evasiva y el amor es inexistente. Tampoco tiene motivos para creer que lo encontrará. Ryan Simms, el marqués de Cinderbury ha estado solo casi toda su vida. Después de la muerte de su padre, su abuelo lo abandonó y lo dejó al cuidado de su malvada madrastra. Desde muy joven aprendió a no confiar en ninguna mujer y, especialmente, a nunca enamorarse. Son dos almas perdidas en busca de la salvación. Juntos pueden ayudarse mutuamente a sanar, si pueden creer en la posibilidad de la felicidad, escapar del tormento que ambos han sufrido y, en el camino, descubrir un amor eterno.



Mi marqués eternamente

Índice
Agradecimientos (#u60806bb5-c738-51e3-9419-7b954b61d1e2)
Prólogo (#u3a723107-384e-5cea-afca-4335b664860b)
CAPÍTULO UNO (#uaf075c5c-b1e7-5898-84b9-bf41c97dc8e6)
CAPÍTULO DOS (#u7ac064d2-22e4-5463-8830-01893c8e61c4)
CAPÍTULO TRES (#u7f7a9159-24cc-5017-8e32-3e0938e6e2c9)
CAPÍTULO CUATRO (#litres_trial_promo)
CAPÍTULO CINCO (#litres_trial_promo)
CAPÍTULO SEIS (#litres_trial_promo)
CAPÍTULO SIETE (#litres_trial_promo)
CAPÍTULO OCHO (#litres_trial_promo)
CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)
CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)
Epílogo (#litres_trial_promo)
ACERCA DE LA AUTORA (#litres_trial_promo)
TAMBIÉN DE DAWN BROWER (#litres_trial_promo)
EXTRACTO: El Conde De Harrington (#litres_trial_promo)
PRÓLOGO (#litres_trial_promo)
CAPÍTULO UNO (#litres_trial_promo)
Sin título (#litres_trial_promo)
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes, son producto de la imaginación del autor o son utilizados de manera ficticia y no deben interpretarse como reales. Cualquier semejanza con lugares, organizaciones o personas reales, vivas o muertas, es meramente una coincidencia.
Infinitely My Marquess Derechos de autor © 2019 Dawn Brower
Published by Tektime
Arte de portada y ediciones por Victoria Miller
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser utilizada o reproducida electrónicamente o impresa sin permiso escrito, excepto en el caso de citas breves incorporadas en las revisiones.


Este libro es para todo los que creen en el amor y esperan encontrarlo algún día. En ocasiones solo tiene que tener fe y a veces ha estado allí todo el tiempo. Siga creyendo y algún día el amor puede encontrarle.

Agradecimientos
Como siempre, gracias a mi artista de portada, Victoria Miller. Eres fabulosa, como siempre. También gracias a Elizabeth Evans, que haces que la escritura sea divertida. Gracias por ayudarme y leer todos mis borradores.

Prólogo
Inglaterra 1795
Campanas de boda resonaron por la campiña, anunciando la inminente boda de lord Victor Simms, el segundo hijo del duque de Ashthrone y de lady Penelope Everly. No era el primer matrimonio de ninguno de los dos. El pequeño Ryan Simms estaba emocionado de tener finalmente una madre. Desde que podía recordarlo, solo habían sido su padre y él. Pronto, tendría una madre y también dos hermanas: Delilah y Mirabella. Delilah era dos años más grande que Ryan y tenía el cabello más negro que había visto en su vida. Mirabella era pelirroja y era un año más joven que él. Ryan había celebrado su cumpleaños número siete, un mes antes de la boda.
“¿Cómo estás, mi niño?”. Su padre se inclinó y revolvió su cabello. “¿Estás feliz?”.
“Sí, papá”, respondió. Quería decir a su padre que nunca había sido tan feliz, pero no sabía si podía hacerlo. Su padre parecía tener un estado de animo más ligero y no quiso recordarle momentos más tristes. Su trato siempre había sido gentil, pero había estado muy deprimido la mayor parte del tiempo. Incluso un niño de siete años reconocía la aflicción, y aunque nunca había conocido a su madre, Ryan seguía extrañándola todos los días. Lady Penelope no podría reemplazar ese hueco, pero podía cubrirlo parcialmente.
“Me alegro”, dijo su padre. “Se siente maravilloso tener alegría en nuestras vidas. Ahora corre a sentarte con la niñera. Sé un buen niño”.
Ryan hizo lo que su padre le dijo y corrió a sentarse con su niñera en su lugar en la iglesia. Delilah y Mirabella ya se encontraban allí. Se sentaron con su espalda recta y expresiones sombrías en sus rostros. ¿No estaban contentas de volver a ser parte de una familia completa? ¿Por qué se veían tan...infelices?
Lady Penelope caminó por el pasillo de la iglesia y se unió al padre de Ryan. El vicario dijo muchas cosas que Ryan no entendió por completo, pero en realidad no le importaba. Todo lo que importaba era que finalmente tendría una familia. Una que siempre estaría allí para él, que lo colmaría de amor, de atención y muchos abrazos. Realmente deseaba tener a alguien que lo abrazara más a menudo. Una vez había visto a una madre y a su hijo. La mujer había atraído al niño a sus brazos, lo abrazaba y besaba como si fuera lo más preciado para ella.
El vicario pidió a su padre que repitiera algunas palabras y después lo hizo lady Penelope. Ambos habían hecho lo que les había pedido. Al concluir, los declaró casados. Todos en la iglesia aplaudieron. Una sonrisa llenaba el rostro de Ryan, y él aplaudió junto con ellos.
“Es un niño tonto”, dijo Delilah, levantando su nariz al aire. “No puedo creer que tengamos que lidiar con él todos los días”
Mirabella asintió con la cabeza, pero Ryan creía ni siquiera haber entendido a Delilah. Las chicas eran un enigma, que no podía evitar preguntarse si alguna vez podría descubrir. Especialmente porque nunca antes había tenido que lidiar con ninguna de ellas. “¿Qué es ser tonto?”.
“Ni siquiera se da cuenta de lo que es un insulto”, se burló Delilah. “Supongo que eso podría hacer las cosas más interesantes”.
Ryan no lo creía, pero al momento no le importaba descifrar a qué se refería. Se encogió de hombros y tiró de la manga a la niñera. “¿Ya es hora de partir? Tengo sueño”. Tenía siete años y ya había hecho más de lo que solía hacer. Su padre no lo dejaba salir mucho de casa. Era como si al dejarlo de ver, temiera perderlo. La niñera lo mimaba por petición de su padre.
“Tan pronto como la feliz pareja parta, podemos seguirlos”.
Ryan asintió y esperó a que su padre y su nueva madre salieran de la iglesia. La niñera podía llevarlo a casa. Tal vez podía jugar con sus soldados de juguete en su habitación. Le gustaba más la paz y la tranquilidad. Últimamente había habido demasiado ruido en su casa. Todos tenían que venir para visitarlos, por la boda. Incluso tenía una nueva prima, lady Estella. Ella era una pequeña bebé y no podía jugar con él, pero a él le gustaba mirarla. La niñera ayudó a cuidarla mientras estaban de visita, así que él la veía a menudo.
Finalmente, su padre y lady Penelope se dirigieron hacia el pasillo. Al salir de la iglesia, todos se pusieron de pie para seguirlos. La niñera tomó su mano y se volvió hacia Delilah y Mirabella. “Vengan conmigo, chicas”.
“No tenemos por qué escucharte”, dijo Delilah con arrogancia.
“Sí, no la escuches”, repitió Mirabella.
La niñera dejó escapar un suspiro exasperado. “No tengo tiempo para un berrinche. Ustedes dos vengan conmigo ahora, o les retorceré las orejas”.
Delilah se levantó y volteó la cara desafiándola. “Voy a salir, pero no porque me lo hayas dicho. Quiero ir a casa y lo haré”. Mirabella corrió tras ella y salieron de la iglesia.
Ryan dio la mano a la niñera. “¿Conocen el camino?”.
“No lo sé tesoro”, dijo ella. “Mejor las seguimos. Esas dos me van a volver loca. Muy pronto echaremos de menos la tranquilidad y tendremos problemas para recordar cómo era”.
Él asintió con la cabeza a la niñera, a pesar de que no entendía. ¿Por qué no habría más tranquilidad? ¿No debía tenerla siempre en su habitación? Ese era su espacio seguro. Supuso que más tarde lo averiguaría. Este era un día feliz. Su padre se lo había dicho, y decidió creerlo así.


Inglaterra 1800
“Ryan”, gritó su madrastra. Su aguda voz atravesó sus tímpanos incluso con la distancia que los separaba. Aún no podía creer haberse emocionado por tener a esa mujer como madre. “Ven aquí ahora mismo, niño tonto”.
Miraba fijamente las paredes desnudas del ático donde ella lo obligaba a dormir. Su bonita habitación se la habían quitado para darla a Delilah. Bueno, no había sucedido al principio, pero cuando su padre murió, lady Penelope obtuvo el control completo sobre él. Debía estar preparándose para ir a Eton, pero seguía atrapado haciendo trabajo no remunerado para lady Penelope. Ella alegaba que no tenían los fondos para enviarlo a la escuela y dar a sus hijas la adecuada educación que se merecían. Por lo que había contratado tutores para todos ellos. Él recibió su educación por casualidad. Ella no hubiera permitido que se encontrara con el tutor si hubiera podido evitarlo; sin embargo, su abuelo, el duque de Ashthrone insistía en recibir sus reportes trimestralmente. Si no tenía noticias de lady Penelope, entonces no recibía los fondos.
Ryan bajó las escaleras corriendo y se dirigió a la sala de estar. Lady Penelope estaba sentada en el diván leyendo un libro. Sus dos hijas, Mirabella y Delilah estaban en sillas frente a ella. Delilah hacía labor de costura y Mirabella pintaba acuarelas sobre un lienzo.
“Ya es hora”, rió lady Penelope. “Necesito que prendas la chimenea. Está haciendo frío en el salón.
Su madrastra había despedido a casi todos los empleados. Esta era otra forma de ser frugal y gastar el dinero en sus hijas y en ella misma; eran egoístas. El único personal que mantuvo fue un cocinero y un conductor. Ryan no podía ser conducido en un carruaje. Eso haría que lo llevaran con su abuelo y ella tendría mucho qué explicar. En tanto a cocinar, lady Penelope había intentado que él lo hiciera. Se dio por vencida cuando se dio cuenta de que lo hacía muy mal. Nunca había estado tan agradecido de ser tan terrible en algo. Prácticamente, desde hacía unos años, Ryan había sido el esclavo de su madrastra, desde la muerte de su padre. Él no podía esperar a recibir su herencia, por pequeña que fuera y hacer que lady Penelope saliera de su casa. Seguramente tenía parientes con los que podría irse a vivir. Nunca le había caído mal nadie, tanto como su madrastra y sus dos hermanastras.
“De inmediato”, contestó Ryan.
Se puso a trabajar para encender la chimenea. Las llamas lamieron la madera y el calor se extendió en el lugar. Ryan se puso de pie y se sacudió la mano sobre sus pantalones, dejando un rastro de cenizas y hollín a su paso.
“Ve y lávate. Tienes un aspecto vergonzoso”.
Ryan apretó la mandíbula y asintió hacia su madrastra. No confiaba en lo que podía decir. Un fuerte estallido resonó en el pasillo, seguido de un grito. “¿Dónde están todos en esta maldita casa?”.
Lady Penelope se puso de pie de un salto para salir de prisa del salón, pero no alcanzó a dar dos pasos antes de que el dueño del grito entrara. “Ahí están todos”. Miró a Ryan y frunció el ceño. “¿Qué tienes encima?”.
Era el mismo duque de Ashthrone, el abuelo de Ryan que finalmente había venido para ver cómo estaba.
No había estado en la casa desde la muerte de su padre. Honestamente no comprendía por qué el duque lo había dejado con su madrastra. En el momento, lo había agradecido. Su abuelo era un hombre amable, y había creído que su madrastra era lo mejor de las dos opciones. Pensaba que tenía que quedarse allí hasta que partiera hacia Eton. Pero eso no ocurrió.
“Hola, abuelo”, lo saludó Ryan. “Estaba encendiendo la chimenea para las damas”. No dijo que lady Penelope lo había obligado a hacerlo. Eso le hubiera costado varios azotes con su látigo favorito. Su madre tenía un lado malvado que rivalizaba con cualquier entidad malévola. Por su vida, Ryan no comprendía lo que su padre había visto en esa mujer. Sus dos hijas se estaban convirtiendo rápidamente en versiones en miniatura de ella.
“Para eso están los sirvientes, muchacho”. Miró alrededor de la habitación. “Ve a buscar uno. Necesitamos ayuda para lo que tengo en mente”.
Ryan miró a su madrastra para recibir indicación. No sabía a quién debía llamar, ¿al conductor? No tenían ni doncellas, ni lacayos. Tenían a Ryan para hacer todo eso. No estaba seguro de cómo reaccionaría su abuelo ante la noticia de que su nieto hacía todo el trabajo sucio en casa. El duque siempre había menospreciado a los de niveles inferiores. ¿Cambiaría la forma como su abuelo lo percibiera? Esperaba que no. Por que de lo contrario, eso no podría ser una buena señal para su futuro.
“¿Eso es necesario?”, preguntó lady Penelope. “La chimenea ya está encendida. Ryan es un buen chico que nos cuida y él puede ayudarlo con lo que sea que usted necesite”.
Apenas pudo evitar poner los ojos en blanco. Su madrastra era buena...parecía tan dulce e inocente. Ryan la conocía mejor; nada puro ni honesto vivía dentro de esa mujer.
“Supongo”, estuvo de acuerdo el duque. “No me quedaré mucho tiempo. He venido a buscar al niño”.
“¿Oh?” Lady Penelope contestó con una inclinación de cabeza. “Pensé que confiaba en mí para cuidar de él”. Más bien, no quería perder a su sirviente...
El duque la miró fijamente. Esa mirada parecía decir: ¿cómo se atreve a cuestionar mis acciones? Ryan quería perfeccionar una mirada como esa. Había hecho que su madrastra cerrara la boca más rápido que cualquier otra cosa que hubiera presenciado.
“Mi nieto necesita aprender su adecuado lugar en el mundo. Eso no ocurrirá aquí. Parece que mi otro hijo, el marqués de Cinderbury, solo tendrá una hija. Su esposa es incapaz de tener más hijos, lo que hace de este chico mi heredero. Algún día será duque y tiene que entender esa responsabilidad”.
“Ya veo”, dijo lady Penelope. “¿Debe partir hoy mismo?”.
“Sí”, dijo el duque con firmeza. Volteó hacia Ryan. “Tienes diez minutos para empacar”.
Ryan no necesitaba que se lo repitieran. Prácticamente salió disparado del salón y subió al ático. No había mucho que quisiera llevar con él. Tenía un pequeño baúl en su habitación que contenía todas sus pertenencias. Su madrastra no creía que necesitara realmente un armario. Así que todo lo que hizo fue agarrar su baúl y arrastrarlo por las escaleras. Ni siquiera se detuvo a asegurarse de que todo estuviera dentro. No importaba si dejaba algo atrás.
Su abuelo lo esperaba en el vestíbulo. De cierta forma, el duque se había convertido para él, en un viejo hado padrino cascarrabias. De manera extraña, esa descripción le quedaba bastante bien. Aunque podía no ser tan viejo como Ryan creía, él tenía doce años y todos los mayores a él parecían viejos.
“Eso fue mucho más rápido de lo que esperaba”, declaró su abuelo. “Tal vez no seas una causa perdida, después de todo. La última vez que te vi eras un niño chillón”.
Si el duque se hubiera molestado en estar al pendiente de él, se hubiera dado cuenta de que Ryan había tenido que crecer mucho más rápido que cualquier otro niño. Primero, él había perdido a su madre antes de darse cuenta de lo que eso significaba, y a su padre, varios años después. Su corazón se había endurecido y dudaba que alguna vez pudiera volver a sentir algo. Las emociones le causaban dolor y no las sentía. Su abuelo ahora podía ser su benefactor, pero estaba lejos de ser bondadoso.
“No necesito mucho”, le dijo a su abuelo. “Estoy listo cuando lo digas”.
Asintió hacia Ryan y se dirigieron al carruaje. Ninguno se detuvo a decir adiós a lady Penelope ni a sus hijas. Ryan, porque las odiaba y el duque, probablemente porque no lo había pensado. De alguna manera, él se parecía a ellas. Tenía expectativas y se aseguraría de que Ryan las cumpliera, pero al menos su abuelo lo prepararía para su futuro. Su madrastra había querido tenerlo como esclavo. Era una compensación que él, más que voluntarioso, tomaría. Algunas cosas valían la pena el riesgo. No es que su abuelo le diera muchas opciones. Tenía que volver a su propiedad y aprender todo sobre ser duque. Esperaba no convertirse en un viejo irritable como él.
El carruaje se sacudía por el camino. La pequeña casa que alguna vez significó algo para él, se hacía cada vez más pequeña a medida que el carruaje recorría el camino. En un momento, creyó que podía ser un verdadero hogar para él, con una familia que lo amara. Algunas cosas no estaban destinadas a ser, y él nunca tendría una madre cariñosa en su vida. Al menos Penelope ya no tendría el control sobre él. Era su pasado y nunca más quería volver a verla, ni a ella, ni a sus hermanastras.
Su madrastra podía quedarse con su hogar de la infancia. Prefería mantener la distancia entre ellas y olvidar que existían. Su abuelo lo transformaría en un hombre capaz de tener control completo en su vida. Ryan intentó encontrar una parte de su alma que permaneciera feliz y pura, pero Penelope se la había quitado después de la muerte de su padre. Ahora todo lo que podía hacer era seguir adelante y tratar de ser una mejor persona que cualquiera. Juró que ninguna mujer volvería a tener poder sobre él...

CAPÍTULO UNO
Kent 1816
El carruaje se sacudía mientras recorrían el camino. El sol entraba por las ventanas, destacando los asientos forrados de terciopelo. Mientras viajaban, Lady Annalise Palmer veía pasar por la ventana los diversos árboles. No era que el paisaje fuera particularmente impresionante, aunque tenía cierto atractivo, pero era porque no podía estar segura de su recepción una vez que llegara a su destino. Había escrito a su hermanastra, Estella, la nueva vizcondesa de Warwick y le explicaba por qué había actuado como lo había hecho; sin embargo, no significaba que la perdonaría. Había recibido una carta de Estella invitándola a visitar el castillo de Manchester. Annalise no podía evitar preguntarse por qué estaban en Kent, y no en la propiedad de Warwick.
“¿En realidad necesitabas viajar hasta aquí para ver a Estella?”. Le preguntó su hermano, Marrok, marqués de Sheffield. “Odio los largos viajes en carruaje”.
“No tanto como yo”, contestó agriamente. “Eres un horrible compañero de viaje”.
“Alégrate de que haya estado de acuerdo en acompañarte. De lo contrario, mi padre nunca te habría dejado salir de la abadía”. Marrok bostezó ruidosamente. “Aún sigue bastante enojado por haber ayudado a Estella a casarse con Warwick”.
Su padre, el duque de Wolfton, no tenía idea de todo lo que había hecho para ayudar a Estella. Él pensaba que le había enviado fondos para vivir, pero había hecho mucho más que eso. Su padre no era un hombre bueno y había hecho todo lo posible para asegurarse de que Estella fuera miserable el resto de su vida. Annalise había querido ayudarla antes, pero no sabía cómo podía ser posible. El duque observaba cada uno de sus movimientos y si ella lo hubiera intentado, habría encontrado la manera de evitarlo. Había tenido que ser más inteligente que él y eso requería una enorme cantidad de paciencia. Sus intrigas habían valido la pena al haber encontrado la manera de unir a Estella con el hombre que amaba.
“No me arrepiento”, dijo ella. “Estella necesitaba mi ayuda”.
“No estoy en desacuerdo. Padre es un imbécil. Estella nunca debió haber sido enviada lejos”. Marrok estiró los brazos sobre su cabeza. “De todas formas, ¿cuánto tiempo llevamos en este maldito carruaje?”.
Al menos su hermano no se había convertido en una copia de su padre. Pero, de ninguna manera era perfecto, aunque no tenía rachas de crueldad. Marrok no tenía paciencia para la idiotez y no soportaba a los tontos. Podía minimizar a cualquiera tan solo con una mirada o unas cuantas palabras, si decidía esforzarse para ello. En resumen, había reducido al taciturno hombre a la vergüenza, de hecho, lo había perfeccionado. Annalise amaba a su hermano, pero solo ella podía tolerarlo por tanto tiempo. Se compadecía de la mujer con la que un día había decidido casarse. Podía ser muy difícil vivir con él. Demonios, no había más que eso, él era un buen tipo, en un buen día. Ella apartó la mirada de la ventana y se volvió hacia él y respondió a su pregunta: “casi tanto como la última vez que preguntaste. Eres peor que un niño chiquito”.
“No más de lo que tú eres”. Se inclinó y miró por la ventana. “Lo digo en serio. ¿No deberíamos de haber llegado ya?”.
Mientras hablaba, el castillo de Manchester apareció a la vista. La estructura era majestuosa e impresionante. El hogar ancestral de Wolfton tenía su propia belleza, pero de manera diferente a Manchester. Este castillo parecía más fino, de cierta manera más feliz. Tal vez estaba siendo un poco caprichosa o quizás anhelaba la libertad de ser ella misma. Debido a las expectativas de su padre, siempre tenía que actuar y fingir que nada ni nadie le importaba.
“Ay, gracias al cielo”. Marrok se recostó en el asiento. “Pronto podré estirar adecuadamente mis piernas”.
Annalise puso los ojos en blanco, aunque en realidad no lo culpaba. Cada centímetro de sus músculos estaba rígido por haber pasado sentados durante horas. Sería bueno que finalmente salieran de la maldita cosa y caminaran un poco. El carruaje giró hacia el largo camino que conducía al castillo. Pasó por un bache y Annalise dio un salto. El dolor atravesó su trasero y recorrió por lo alto de su espalda al aterrizar en el asiento. “Ay”, gritó, incapaz de contenerse.
“Estoy dispuesto a apostar que te alegra también que ya hayamos llegado”. Marrok rió alegremente. “Admítelo”.
“Te odio”, murmuró ella.
“No, no es verdad”, contestó Marrok y luego rió de nuevo. “Me adoras y ambos lo sabemos”. Le guiñó un ojo. “No te preocupes, no haré que te arrastres y te disculpes por ser mala”.
“Como si lo fuera a hacer”, contestó ella. “Puedes esperar toda la vida, y eso no sucederá”. Annalise no podía evitar mover sus labios hacia arriba. El alboroto que armaba Marrok le había quitado el mal humor. Ella se preocupaba demasiado por nada. Estella no la hubiera invitado a Manchester si no hubiera perdonado sus acciones. Lord Warwick no había sido dañado, mucho, en su plan de ubicarlo a bordo del barco de Estella. Ambos habían sido miserables al no estar unidos. Ahora podían ser felices, como debieron serlo todo el tiempo.
El carruaje se detuvo y Marrok abrió la puerta antes de que el conductor pudiera hacerlo. Tenía tanta prisa por apearse del transporte y poner los pies en tierra. Annalise rió ligeramente por su reacción. Algunas cosas nunca cambiaban. Marrok siempre había odiado viajar, pero sí recordaba ser un caballero. Él se volvió y le tendió la mano para que ella bajara. “Gracias, querido hermano”.
“Como siempre, querida hermana”. Él guiñó un ojo. “Sabes que puedes contar conmigo”.
Caminaron hacia la puerta principal y esta se abrió antes de que tuvieran la oportunidad de tocar. Un hombre alto y delgado los saludó. “¿Cómo puedo ayudarlos?”.
“Hemos venido a visitar a lady Warwick”, contestó Annalise. “Recibí una invitación de su parte”.
“Lady Annalise Palmer, supongo”, dijo el hombre alto. “¿Y usted quién es señor? No sabía que alguien más estaría acompañando a la joven”.
“Soy su hermano, marqués de Sheffield”. Marrok levantó una ceja. “¿En verdad esperaba que mi hermana viajara sola?”.
“No”, respondió el hombre. “Pensé que tal vez un sirviente, pero no un acompañante. Por favor, adelante. Haré que un lacayo se encargue de sus maletas”. El mayordomo, que era lo que Annalise suponía que era el hombre, cerró la puerta después de su ingreso. “¿Desean descansar de su largo viaje o, les gustaría presentarse en el salón de té, ante lady Manchester y lady Warwick?”.
“Prefiero dar un paseo”, contestó Marrok. “Me inquieta la inactividad”.
“Muy bien, mi ‘lord’”, contestó el mayordomo. “Le dará tiempo al ama de llaves para preparar sus habitaciones”. Volteó hacia Annalise. “¿Y usted, mi ‘lady’?”.
Ella empezaba a pensar que debió haber escrito a Estella antes de partir, para hacerle saber que Marrok la acompañaría. “Me gustará acompañar a las damas a tomar el té”. Descansar podría esperar hasta después de tener una reunión con su hermanastra. De lo contrario, nunca podría relajarse completamente.
“Entonces, sígame por favor”, indicó el mayordomo.
La condujo por un largo corredor hacia un salón grande. No parecía ninguna sala en la que hubiera estado. Ni siquiera había sillas, pero sí una mesa larga. “Encontrará a las otras damas al fondo del salón. El mayordomo se volvió y salió, dejando a Annalise valerse por ella misma. El hombre era bastante grosero...
Ella se adentró y pudo escuchar los distintos sonidos de metal golpeando contra el metal, seguido rápidamente de risas femeninas. Annalise inclinó la cabeza ante los ruidos. Qué interesante…ella aceleró el paso hacia donde se escuchaban los ruidos. Después de dar vuelta en una esquina, encontró el motivo de la risa. Estella se encontraba en medio de un combate de esgrima con otra mujer. Annalise nunca antes había visto a la otra mujer, y no estaba segura de quién era, pero sospechaba que podía ser lady Manchester.
“Suficiente”, Estella dijo después de otro golpe de floretes. “Si seguimos así, tu esposo vendrá y nos golpeará a las dos”.
La otra mujer relajó el brazo que sostenía la espada y arrugó su nariz. “Garrick no se atrevería”.
“¿No?”, dijo Estella levantando una ceja. “nos daría un sermón de una hora, antes de permitirnos practicar la esgrima. De alguna manera dudo que le gustaría que te permita excederte”.
“Está bien”, acordó la mujer. Garrick se molestaría. Pero creo que es seguro decir que tu esposo nunca permitiría ponerte un dedo encima”.
“También eso es verdad”. La risa de Estella resonó en el salón. Se aproximó a una mesa cercana y colocó su florete, después tomó una tetera y sirvió un poco en una taza. “¿Crees que el té siga caliente?”.
“No lo sé”, contestó la dama. “Pero no me importa. De repente me dio hambre”. Tomó un bizcocho y prácticamente lo empujó en su boca, después tomó la taza de té de la mano de Estella y bebió el contenido. “Es increíble”.
“El embarazo hace cosas extrañas a las mujeres”.
“No quiero interrumpir...” apareció Annalise. “El mayordomo...”.
“Annalise”, exclamó Estella y se apresuró hacia ella para abrazarla. “Ya está aquí”. Dio un paso atrás. “¿Acaba de llegar?”.
Annalise no sabía qué pensar del combate de esgrima de su hermanastra con la condesa de Manchester, porque la otra dama tenía que ser ella. Parecía que tenían una relación amistosa, que Annalise envidiaba. Mostró una sonrisa y asintió con la cabeza a Estella. “Hace unos momentos. Marrok está conmigo, pero ya sabes cómo es. Tenía que caminar antes de poder establecerse”.
“Me alegra que esté con usted aquí. Me preocupaba que viajara sola”, dijo Estella. “Venga, deje que le presente a Hannah. Ella está bastante ocupada con su té y el bizcocho, pero perdone la grosería. Llevar un bebé la ha vuelto voraz en ocasiones”. Estella la llevó hasta donde se encontraba Hannah. “Lady Manchester, Hannah, me gustaría que conocieras a mi hermanastra, lady Annalise Palmer”.
Lady Manchester dejó la taza de té e hizo una reverencia. “Por favor, perdone”, dijo la mujer. “Lo que dice es verdad. Me asedia a menudo y generalmente de manera inesperada”. Sonrió cálidamente. “Es un placer conocerla”.
“También me da gusto conocerla”. Annalise sonrió a la mujer. “Y no necesita disculparse. Es su casa y usted aquí puede hacer lo que guste. Además, si alguna vez tengo la suerte de tener un hijo, me gustaría que la gente respetara mis deseos”.
“¿Gusta una taza de té?”.
Por los comentarios que había escuchado cuando llegó, el té tenía que estar espantoso. Annalise quedó atrapada entre ser grosera y tomar el té frío. Pero los bizcochos se veían bastante deliciosos. Su estómago grúñó al enfilarse ese pensamiento. “¿Qué tipo de bizcochos son estos?”
“Ay”, lady Manchester expresó alegremente. “Son bizcochos de limón. He tenido terrible antojo por ellos y el cocinero ha sido muy amable en preparármelos todos los días”.
“¿Le importa?”. Annalise hizo un gesto hacia ellos. No quería quitarle el gusto favorito a la dama.
“Sírvase”, dijo ella y presionó una mano sobre su estómago. “No me estoy sintiendo bien. Creo que iré a acostarme un momento”.
Annalise tomó un bizcocho y lo mordió. El bizcocho de límón era dulce y agrio, absolutamente delicioso. Podía ver por qué lady Manchester los devoraba a diario. Probablemente también iban bien con el té. Miró la tetera y consideró servirse una taza fría y rechazó la idea. No estaba tan sedienta...
“Adelante”, insistió Estella. “Nos veremos más tarde”.
Lady Manchester asintió y salió del salón, dejando solas a Estella y a Annalise. Estella volteó hacia ella y dijo: “¿Está usted cansada?”.
“Un poco”, admitió Annalise. Ahora que se encontraba con Estella, su nerviosismo se había disipado. Finalmente podía relajarse y tal vez tomar una pequeña siesta. Esto la ayudaría a recuperarse de su viaje.
“Venga”, le dijo Estella. “Le enseñaré su habitación y más tarde podremos hablar de todo”.
Annalise sonrió a su hermanastra. Salieron juntas del enorme salón. El pasillo seguía siendo largo, y también los escalones. El camino hacia su habitación asignada estaba más lejos de lo que pensaba. Finalmente llegaron y Estella nuevamente la abrazó. “Es bueno verla. Gracias por venir a visitarme”.
“No hay otro lugar donde me gustaría estar”.
Estella dio un paso atrás y se marchó. Annalise cerró la puerta y después se recostó en la cama. Cerró sus ojos y el sueño llegó antes de que se diera cuenta de que había dejado de pensar.

CAPÍTULO DOS
Ryan Simms, marqués de Cinderbury, miraba el castillo de Manchester desde lo alto de su caballo, Octavius. El semental resopló, después relinchó sacudiendo su melena. El viaje desde Londres había tardado más de lo que había previsto. La principal razón era porque no quería sobreexceder a su animal, y se negaba a dejarlo al cuidado de nadie más. Eso significaba detenerse a menudo para dejar que Octavius descansara. Era bueno que finalmente hubieran llegado para poder enterarse cómo se encontraba su prima. Se sentía responsable de su bienestar y había esperado intervenir antes. Su padrastro era un hombre malvado. Le recordaba a su madrastra, pero ni siquiera había sido tan cruel como el duque de Wolfton.
Su abuelo se había negado a intervenir. El duque de Ashthrone había pensado que Estella estaría mejor al cuidado de su padrastro. Ryan no estaba seguro de que esa fuera la mentalidad de un club de duques o que su abuelo reconociera que se trataba de igual a igual respecto al duque de Wolfton. De cualquier manera, no podía apelar a la buena voluntad de su abuelo porque el maldito bastardo no la tenía. Pero, había salvado a Ryan de las garras de su madrastra; sin embargo, no había sido debido a la bondad de su corazón. Ashthrone se había dado cuenta de que Ryan sería su heredero y había querido asegurarse de que no solo sobreviviera, sino que fuera entrenado adecuadamente por él.
Cada segundo que había pasado en la propiedad del duque había sido de pura miseria. Debía haber endurecido el corazón de Ryan aún más. Sin embargo, le había dado un propósito. Una esperanza cuando no había nada, y cuando finalmente había llegado a su mayoría de edad, se marchó. Tomando lo poco que quedaba de su herencia, que lady Penelope no podía tocar, lo invirtió. Apenas tenía dieciocho veranos cuando había tomado el riesgo y no se había arrepentido.
Su madrastra tuvo acceso al patrimonio del fondo para mantenerlo en funcionamiento, pero no lo hizo así. Su abuelo contrató a un administrador de bienes y ese pobre hombre trató con lady Penelope. Él no había verificado esa parte de su herencia hasta que alcanzó la mayoría de edad. Mientras su madrastra siguiera viva, no se acercaría al lugar o a ella. Smithers, el administrador de la finca, le entregaba reportes trimestrales e incluso apenas los revisaba. Su estómago se hacía un nudo cada vez que pensaba en algo que tuviera que ver con su antigua casa.
Para cuando había heredado el título de marqués de Cinderbury, había amasado una fortuna en la industria naviera y buscaba dónde invertir más. Había intentado luchar por la tutela de su prima, Estella, pero había fallado. Sin el respaldo adecuado, no había tenido ninguna oportunidad y el duque de Wolfton tenía más poder que él en ese momento. Para entonces ya tenía veintiún años y Estella no era más que una joven de quince años. Siete años más tarde, tenía dinero, prestigio y más poder que incluso su abuelo.
Nadie se entrometería en su camino, aunque eso no significaba nada ahora que su prima lo necesitaba. Ella había encontrado una forma de salir, por ella misma, de ese infierno y también de encontrar el amor. Él le debía a ella al menos una visita y ofrecerle su ayuda en caso de necesitarla en el futuro.
“Bueno, Octavius, creo que es momento de enfrentar a Estella. Espero que no me odie por haber fracasado en protegerla”.
Hizo un movimiento al caballo para medio galopar y aproximarse al castillo. Al llegar a la entrada, redujo la velocidad y después se detuvo. Dio unos golpecitos en la cabeza de Octavius y después bajó de él. La puerta se abrió y un caballero de edad adulta salió. “¿Puedo ayudarlo?”, preguntó.
“Estoy aquí para ver a lady Warwick”, contestó Ryan. Levantó las riendas de Octavius para que el hombre las tomara. “Necesitaré que mi caballo sea llevado al establo”. Casi rió por la expresión de desconcierto que cruzó por la cara del anciano. ¿No recibían muchos visitantes en el castillo de Manchester? No parecía particularmente cordial...
“Enviaré a un lacayo para que lo lleve por usted”, finalmente respondió. “Permítame un momento”.
Entró al castillo y cerró la puerta. Ryan sacudió su cabeza desconcertado por sus acciones. Al menos no planeaba quedarse mucho tiempo en el castillo. No más de una noche, dos a lo sumo y partiría hacia su propia finca. Tenía cosas por hacer allá y no podía permitirse quedarse más tiempo. Después de varios momentos, la puerta se volvió a abrir, pero no era el viejo que salía de nuevo. Era una mujer con mechones de medianoche, pómulos altos, labios exuberantes rosados y la cara más hermosa que jamás había visto. No sabía quién era, pero quería averiguarlo.
Ella se detuvo, se sorprendió al verlo, pero se recuperó de inmediato. “¿Es normal que en este castillo se espere afuera con un caballo?”.
“No lo sabría”, respondió él. ¿Dónde estaba el viejo? “Esta es mi primera visita al castillo”. Y esperaba que fuera la última...no tendría ninguna otra razón para visitarlo de nuevo.
La dama sonrió y casi le quita el aliento. Parpadeó varias veces y recuperó el control de sus sentidos. Lo último que quería era ser visto como un tonto debido a la belleza de la mujer. Su padre lo había hecho y se había casado con lady Penelope. No se podía confiar en la belleza. Ella dio unos pasos hacia adelante y se detuvo ante Octavius. “Es un hermoso caballo”. La dama empezó a acariciar el cuello de Octavius casi tiernamente, y Ryan se sintió casi celoso de su propio caballo. Había algo muy mal con él.
“Está disfrutando descaradamente su atención”. Ryan miraba la mano de ella mientras acariciaba al caballo. “Si usted sigue haciéndolo, lo echará a perder”.
“No le presta demasiada atención si tan solo con mis escasos esfuerzos llega a estarlo”. Su voz casi era melódica y encantadora. Levantó la vista y sonrió de nuevo. Era como un puñetazo al corazón y él levantó la mano para frotar su dolor. “Tal vez debería acariciarlo más seguido”.
“Lo tomaré en cuenta”.
La puerta se abrió, sacudiéndolo de sus pensamientos. Esto servía como un recordatorio de que nunca quería volver a estar apegado a una mujer. Solo había una mujer que le importaba, y era su prima Estella. Un hombre diferente al que había visto primero se acercó a ellos. “Hola, mi ‘lord’”, lo saludó. “Mi ‘lady’”.
“¿Está usted aquí para llevar mi caballo al establo?”.
“Así es, lord Cinderbury”, contestó él. “Su prima está adentro esperándolo. Me ha pedido que le diga que la encuentra en la sala de estar”.
¿Se suponía que debía deambular por un castillo y esperar que solo encontrara el salón? Nadie lo llevaría hasta allí. El personal era ridículamente grosero e inexperto. Nunca había visto nada como ellos y no estaba seguro de cómo sentirse al respecto. El hombre tomó su caballo y empezó a dirigirse hacia lo que Ryan pensaba era el camino hacia el establo. Frunció el ceño mientras miraba al hombre dirigir a su caballo. Octavius estaría bien, pero todo había sido tan extraño desde su llegada.
“¿Se dirigió a usted como lord Cinderbury?”, la mujer preguntó. Él se volvió hacia ella y respondió: “así es, soy yo”.
“Ya veo”. Ella mordisqueó su labio inferior. Los ojos de él inmediatamente fueron atraídos por esa acción. Estaba desarrollando un serio problema con respecto a la dama. Ryan había estado dolorosamente consciente de ella desde el momento en que había salido del castillo, pero esperaba que ella se marchara y que la sensible impresión que había tenido fuera solo una mera ilusión.
“Así que usted es, ¿el primo de Estella? Yo soy lady Annalise Palmer, su hermanastra”.
Ay...sabía que no podía confiar en ella. Un hermoso rostro escondía también un engaño. Ella estaba relacionada con el tirano que había abusado de Estella. Los músculos de su mandíbula se contrajeron mientras luchaba por el control. Ryan no quería creer lo peor en ella, sin embargo, tampoco podía confiar plenamente en ella.
“¡Ah! Y, ¿por qué se encuentra aquí? ¿Su padre no desaprobaría que pasara algún tiempo en compañía de Estella? ¿No dañaría eso su impecable reputación?”. Él nunca había tenido oportunidad de conocer al hombre con el que su tía había elegido casarse. La única información que tenía sobre el duque o su familia, era sobre su reputación y nada de eso había sido bueno.
Ella retrocedió como si la hubiera abofeteado. Las palabras podían ser armas y Ryan había aprendido esa lección bastante bien cuando era niño. Su madrastra le había lanzado arpones, no pocas veces. Había crecido acostumbrado a ello, cuando un niño no debía estarlo. Algunos días odiaba a su padre por haber estado ciego debido a la belleza de lady Penelope y dejarlo solo a su cuidado. En el fondo, sabía que su padre no había querido morir, pero la pena y el dolor no eran razonables. No lo culpaba por completo, sin embargo, una pequeña parte de él siempre lo haría. Las decisiones de su padre habían dejado a Ryan en el infierno. Debido a eso, tenía dificultad en perdonarlo.
“Mi padre comete errores, y sí, estoy consciente de que son muchos, pero sigue siendo mi padre”.
“Y lo ama”, terminó la frase por ella. Ryan no se sentía tan delirante acerca de su propia familia. Había uno de ellos que merecía su devoción. “O ¿algo como eso?”.
“No iría tan lejos”, contestó ella, sorprendiéndolo. “Pero ha habido momentos en que lo he tolerado”.
Ryan no pudo contener la carcajada. Empezaba a gustarle lady Annalise y eso no podía ser una buena señal. Tenía que haber algo malo en ella. La belleza y la inteligencia eran una mezcla rara de encontrar. Mientras no tuviera un corazón cruel, él podría considerar agradable pasar tiempo en su compañía. “Nunca se han dicho palabras más certeras”. Sonrió él. “Y entiendo el sentimiento. A menudo me siento igual respecto a mi abuelo”.
Ella frunció el ceño. “Yo conocí a su abuelo y tengo que estar de acuerdo. Comparte ciertos rasgos parecidos con mi padre. ¿Cree usted que sea algo que tenga que ver con los duques?”.
“Espero que no”, respondió él. “De lo contrario, odiaría ver en qué me convertiré cuando herede el título. Ese viejo bastardo despreciable repudió a Estella. Ni siquiera creo que alguna vez la haya conocido, y sé que apenas la mencionaba. La única vez que recuerdo que lo hizo fue en una conversación donde reprendía a su padre por no haber tenido un heredero. No creo que le haya gustado mucho la idea de hacerme el próximo en la línea para heredar”.
A Ryan no le interesaba el título. No deseaba ser un gran duque y ser uno de los gobernantes con los dictados de la sociedad. Había cosas mucho mejores que podía hacer con su tiempo. Le gustaba trabajar y generar dinero. El poder podía ganarse de diferentes maneras, y él lo había hecho con los años. Si su abuelo viviera hasta los cien años, estaría bien con eso. El viejo bastardo podía conservar su título. Ryan estaría feliz administrando su negocio y encontrando otras formas en las que invertir su tiempo.
“Algunos hombres son así”. Ella hizo un gesto hacia la puerta. “Supongo que está aquí para ver a Estella. ¿Desea que le muestre dónde está el salón?”.
“Por favor”, contestó él. “¿Todos los sirvientes son como ese?”. No había mencionado al viejo que primero los saludó. “Me resulta extraño que dejen que los huéspedes se las arreglen solos”.
“Es más relajado en Manchester”, coincidió Annalise. “Este es mi segundo día aquí y ha sido bastante reconfortante. Podrían parecer incompetentes, pero en cambio son eficientes y eso es lo que importa”.
Él no había visto eso. Tal vez si pasara cierta cantidad de tiempo en el castillo apreciaría lo que los sirvientes hacen. Se encontró preguntando: “¿Cuánto tiempo pasará en su visita a Estella?”.
“No mucho”, contestó ella mientras caminaban hacia la puerta. Él la abrió y le hizo un gesto para que pasara delante de él. Así lo hizo lady Annalise y él la siguió. Se volteó hacia él. “Mi padre no tiene mucha paciencia. Tengo suerte de que me haya permitido una corta visita”.
“Debe ser difícil vivir con un hombre tan duro y que tiene reglas estrictas”.
“Uno se acostumbra”. No lo miraba y mantenía su mirada al frente. “El castillo es grande, pero no es difícil recorrerlo. Estella y Hannah, lady Manchester, pueden encontrarse en la sala de estar a esta hora del día. Aunque puede ser difícil decir que estarán haciendo allí”.
“¿Perdón?”.
“No se sorprenda si descubre que participan en actividades poco femeninas”. Su tono tenía un poco de humor. “No son mujeres normales”.
Caminaron por un largo pasillo y luego ella lo condujo hacia un salón. Un gran salón que para nada parecía una sala de estar...Ryan no había estado mucho tiempo en el castillo de Manchester, pero había llegado a un par de conclusiones: el castillo y sus ocupantes constantemente lo sorprendían, y su prima podía cuidarse ella misma, era demasiado peligrosa con un florete.

CAPÍTULO TRES
La felicidad que llenaba el castillo de Manchester no se parecía en nada a la casa de Annalise. Atestiguar dicha alegría y tener que abandonarla, odiaba ese pensamiento, aunque se daba cuenta de que en menos de un día tendría que dejarla atrás. En el pasado nunca había envidiado a su hermanastra. Aunque ahora...añoraba lo que Estella tenía. El amor que compartía con su esposo era puro. Incluso lord y lady Manchester tenían algo especial entre ellos.
“¿Qué la tiene tan sensible?”, preguntó Estella.
“Nada”, dijo Annalise. “Al menos, no es algo que pueda cambiarse. Padre nunca permitirá que pueda quedarme más tiempo del que he pasado”. Puso una sonrisa en su rostro, esperando tranquilizar la preocupación de Estella. “¿Cuánto tiempo piensan pasar usted y lord Warwick en el castillo de Manchester? ¿Él no cuenta con una propiedad?”. Eso podía ser suficiente para distraer a su hermanastra. No deseaba comentar lo horrible que podía ser su padre.
“La tiene”, contestó Estella y luego soltó una sonrisita. “Partiremos poco tiempo después de ustedes. Garrick, lord Manchester tuvo la amabilidad de darnos un lugar donde quedarnos por un tiempo. Lo he disfrutado y Hannah es una nueva amiga que nunca había pensado tener”.
“Me alegra que haya encontrado una amiga”. Otro aspecto que agregar a la creciente lista de cosas que envidiaba que Estella tuviera. Si pensaba demasiado en ello, podría empezar a resentirse con su hermanastra. “Me alegro por usted”.
“Algún día encontrará alguien a quien amar”, dijo Estella. “Su padre no siempre estará presente para evitar que usted encuentre esa felicidad”.
Él estará el tiempo suficiente... su padre siempre había tenido la manera de evitar que algún cortejo iniciara. No tenía ninguna posibilidad de encontrar el amor. Era como si tuviera alguna forma de sentir cuando un hombre se interesaba en ella. El duque estaba decidido a elegir un esposo para ella, y Annalise rechazaba a todos los ‘lords’ que ponía delante de ella. Todos eran del tipo de su padre, y por el resto de su vida, no se uniría a otro hombre parecido a él.
“Eso es verdad”, estuvo de acuerdo. “Pero eso no significa que alguna vez no encuentre el amor. Algunas personas están destinadas a estar solas. Yo puedo ser una de ellas”.
“Mi querida Annalise”, dijo Estella y después le sonrió. “Tenga un poco de fe y atrévase a soñar. Tal vez tenga un hada madrina, como yo la tuve”.
Era su turno de reír. “No tengo un amor verdadero del que me mantengan alejada”. De cierta manera, deseaba tenerlo. Nunca se había enamorado, ni siquiera entendía cómo era que alguien la amara. Estella siempre había amado a Donovan. Annalise no tenía a nadie, y probablemente nunca lo tendría. Al menos mientras viviera su padre... “el amor no es para todos. Estaré bien...lo prometo”.
“Bueno, mientras lo prometa”. Estella puso los ojos en blanco. “No sea tan escéptica. En ocasiones los sueños se vuelven realidad. Si no tiene fe, dependerá que yo tenga un poco por usted”.
No quería discutir con Estella. Tenía poco tiempo y pronto su carruaje partiría rumbo a casa. Annalise quería que sus últimas horas fueran de alegría y no de tristeza. Si tener fe sobre que un día podría encontrar el amor, hacía feliz a su hermanastra, Annalise la tendría. No era un secreto que necesitara toda la ayuda que podía conseguir. Con un padre empeñado en hacerla miserable por completo, ella no alejaría a una verdadera amiga. Estella había sido siempre mejor socializando que Annalise. La mayoría de la sociedad la consideraba pretenciosa y cruel. A decir verdad, le resultaba difícil hablar con la gente y así resultaba. Le encantaría tener más amigos, pero no tenía idea de cómo desarrollar ese tipo de relaciones. “Si ocurre un milagro y encuentro el verdadero amor, sabré a quién agradecer”.
“Veré que lo haga”, Estella le guiñó un ojo. “Ahora venga a dar un paseo conmigo al jardín. Hannah está descansando y no deseo pasar tiempo con lady Corinne”.
“¿Quién es ella?”, preguntó Annalise. “No es muy conversadora. Intenté hablar con ella durante la cena y me ignoró por completo”.
La hermosa mujer rubia se había mantenido reservada la mayor parte del tiempo que se encontraba allí. En secreto había estado mirando a Marrok, y a su vez, su hermano había estado mirando a la dama. Algo estaba sucediendo entre ellos.
“De alguna manera está relacionada con lord Manchester, o tal vez fuera su sobrina...”. Estella frunció el ceño. “Ahora lo recuerdo. Es la tía de Amelia. Es la joven sobrina de Garrick. Pobre chica, perdió a sus padres. Lady Corrine era la hermana de su madre. Garrick le permite quedarse durante largas visitas para que Amelia no se sienta sola”.
“Eso es muy amable de su parte”, contestó Annalise. “Es bueno ver que hay un hombre que realmente se preocupa de sus relaciones femeninas”. Sí, su amargura se derramaba con esas palabras. Para su padre, ella no era más que una ficha de intercambio a usar para promover su ganancia personal.

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