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Más Despacio
George Saoulidis
¿Qué tan rápido puedes pensar? Sin límites se encuentra Black Mirror en esta novela que empuja los límites de las mentes de una pareja. Cuando Galene conoce a un hombre cuyo único objetivo en la vida es hacer que su mente vaya más rápido, ella termina enamorándose de él. Pero, ¿logrará mantener la relación en la cima de la torre de cristal, cuando en realidad es demasiado vaga y está atascada con todos sus objetivos inconclusos, cuando su diferencia de edad se convierte en un problema y cuando su trabajo la coloca en el punto de mira de una cazadora implacable? ¿Quieres saber qué le espera al friki informático Galene? ¿Quieres conocer a Artemis? Entonces lee esta historia agridulce en un mundo donde pensar demasiado rápido puede hacer que te maten. ¿Qué tan rápido puedes pensar? Sin límites se encuentra Black Mirror en esta novela que empuja los límites de las mentes de una pareja. Cuando Galene conoce a un hombre cuyo único objetivo en la vida es hacer que su mente vaya más rápido, ella termina enamorándose de él. Pero, ¿logrará mantener la relación en la cima de la torre de cristal, cuando en realidad es demasiado vaga y está atascada con todos sus objetivos inconclusos, cuando su diferencia de edad se convierte en un problema y cuando su trabajo la coloca en el punto de mira de una cazadora implacable? ¿Quieres saber qué le espera al friki informático Galene? ¿Quieres conocer a Artemis? Entonces lee esta historia agridulce en un mundo donde pensar demasiado rápido puede hacer que te maten. Este es el Libro 2 de la serie ”Contrata a una Musa”. ADVERTENCIA: ”Slow Up” contiene uso de drogas, nootrópcios, bodyhacking, inhibiciones bajas, maldiciones bilingües, ortografía británica, corrección política europea, una tonelada de cosas dadas en el sistema métrico, transhumanismo, adoración a dioses corporativos inventados, reinicio de la mitología griega que son más heréticos que Xena: Princesa Guerrera, referencias a partes del cuerpo masculinas y femeninas, alcohol, abuso, intento de asesinato, felación asistida por Realidad Aumentada, citas de Mean Girls mal usadas, puntas de flecha puntiagudas que a veces terminan en humanos blandos, personajes LGBT, diversidad, los males del soporte técnico, altibajos emocionales, tragedia, angustia y una historia de amor que es tan dulce como sucia.



Contents
Title Page (#u4f6fd055-57cf-565a-b716-ad479ebaeb5e)
Copyright (#ub8ce4753-6a82-5436-85a6-4c98d834e61e)
Dedication (#u1c732f73-d22e-530c-ae0a-d107cad61ecf)
Capítulo 1: Galene - Cerebro operando a la... (#u237f73c7-b88e-5cfe-9ad3-864ff65883e9)
Capítulo 2: Gregoris a vhn x 3.2 (#u7a27ecfd-bbbf-5ee9-8fa4-13b4a54d571d)
Capítulo 3: Galene a vhn x 0.6 (#uceef2f71-27df-548b-bbdb-1bbca87f13c5)
Capítulo 4: Gregoris a vhn x 3.1 (#u1ae6661b-59ee-5522-b092-67c59c49e523)
Capítulo 5: Galene a vhn x 0.6 (#ubf3a66cc-4a11-5e9f-924b-d23fe47b6d79)
Capítulo 6: Galene a vhn x 0.7 (#ub594fd65-b288-51f3-bff2-4c5b3d369b7c)
Capítulo 7: Gregoris a vhn x 2.4 (#u34eba079-81ed-59e4-9361-b88f5b31f316)
Capítulo 8: Galene a vhn x 0.7 (#uc868eca5-298a-56ca-bd64-90f17ae5bb93)
Capítulo 9: Galene a vhn x 0.6 (#u47bd84b4-9edd-5f9e-a7c0-3a65d8c55b3e)
Capítulo 10: Gregoris a vhn x 3.2 (#u4358ed7b-6218-50bd-b463-820846c96165)
Capítulo 11: Galene a vhn x 0.7 (#litres_trial_promo)
Capítulo 12: Gregoris a vhn x 2.2 (#litres_trial_promo)
Capítulo 13: Natalie a vhn x 1.1 (#litres_trial_promo)
Capítulo 14: Galene a vhn x 0.9 (#litres_trial_promo)
Capítulo 15: Galene a vhn x 0.8 (#litres_trial_promo)
Capítulo 16: Galene a vhn x 0.6 (#litres_trial_promo)
Capítulo 17: Galene a vhn x 0.7 (#litres_trial_promo)
Capítulo 18: Galene a vhn x 0.8 (#litres_trial_promo)
Capítulo 19: Galene a vhn x 1.2 (#litres_trial_promo)
Capítulo 20: Galene a vhn x 0.7 (#litres_trial_promo)
Capítulo 21: Galene a vhn x 1.5 (#litres_trial_promo)
Capítulo 22: Galene a vhn x 1.1 (#litres_trial_promo)
Capítulo 23: Natalie a vhn x 1.0 (#litres_trial_promo)
Capítulo 24: Gregoris a vhn x 2.8 (#litres_trial_promo)
Capítulo 25: Galene a vhn x 1.2 (#litres_trial_promo)
Capítulo 26: Galene a vhn x 0.9 (#litres_trial_promo)
Capítulo 27: Galene a vhn x 0.6 (#litres_trial_promo)
Capítulo 28: Galene a vhn x 1.1 (#litres_trial_promo)
Capítulo 29: Moiras a vhn x 27 (#litres_trial_promo)
Capítulo 30: Galene a vhn x 1.2 (#litres_trial_promo)
Capítulo 31: Galene a vhn x 2.8 (#litres_trial_promo)
Capítulo 32: Galene a vhn x 2.9 (#litres_trial_promo)
Capítulo 33: Galene a vhn x 2.2 (#litres_trial_promo)
Capítulo 34: Melpomene a vhn x 107 (#litres_trial_promo)
Capítulo 35: Galene a vhn x 1.8 (#litres_trial_promo)
Capítulo 36: Galene a vhn x 2.1 (#litres_trial_promo)
Capítulo 37: Gregoris a vhn x 2.9 (#litres_trial_promo)
Capítulo 38: Gregoris a vhn x 2.8 (#litres_trial_promo)
Capítulo 39: Galene a vhn x 2.2 (#litres_trial_promo)
Capítulo 40: Galene a vhn x 0.7 (#litres_trial_promo)
Capítulo 41: Galene a vhn x 2.4 (#litres_trial_promo)
Capítulo 42: Galene a vhn x 2.6 (#litres_trial_promo)
Capítulo 43: Galene a vhn x 1.8 (#litres_trial_promo)
Capítulo 44: Galene a vhn x 0.8 (#litres_trial_promo)
Capítulo 45: Galene a vhn x 3.1 (#litres_trial_promo)
Capítulo 46: Natalie a vhn x 1.1 (#litres_trial_promo)
Capítulo 47: Galene a vhn x 2.7 (#litres_trial_promo)
Capítulo 48: Gregoris a vhn x 5.6 (#litres_trial_promo)
Capítulo 49: Galene a vhn x 1.7 (#litres_trial_promo)
Capítulo 50: Galene a vhn x 1.9 (#litres_trial_promo)
Capítulo 51: Teukros a vhn x 2.7 (#litres_trial_promo)
Capítulo 52: Gregoris a vhn x 3.2 (#litres_trial_promo)
Capítulo 53: Gregoris a vhn x 1.9 (#litres_trial_promo)
Capítulo 54: Melpomene a vhn x 107 (#litres_trial_promo)
Capítulo 55: Dolios - Cerebro operando a la... (#litres_trial_promo)
¿Disfrutó esta historia? (#litres_trial_promo)
Más Despacio

George Saoulidis
Arturo Juan Rodríguez Sevilla
Copyright © 2019 George Saoulidis
Todos los derechos reservados.
Imagen de portada Copyright © João de Souza Antunes Jr AKA Antunesketch
Publicado por Tektime
Para el Sr. M, lo más cercano que he visto a un Siguiente, si es que hay alguno.
Capítulo 1: Galene - Cerebro operando a la velocidad humana normal (vhn) x 0.6
―¿Así que usted derramó café en el teclado? ―preguntó Galene con calma.
―Bueno, sí ―murmuró el empleado, tocándose el cuello.
―Bien. Pero usted llamó a TI por un fallo en la computadora ―remarcó ella.
―Claro. Sí.
―Así que la computadora falló cuando usted derramó café sobre ella. Este café en particular, para ser exactos ―señaló a la taza. Estaba todavía medio llena de pegajosa y destructora crema con azúcar.
El empleado asintió lentamente.
―¿No podía simplemente decir lo del café en su solicitud de servicio técnico y ahorrarme un viaje? ―preguntó con franqueza.
―Bueno, no lo hice. Tampoco es que ustedes en TI tengan mucho que hacer, de todos modos. Esta es una empresa tecnológica ―dijo el empleado, tratando de ser sarcástico.
―Por supuesto. Solo procesamos trescientas solicitudes al día ―asintió ella. En ningún momento su registro de actividad física mostró un solo repunte en su ritmo cardíaco. Para quien interpretara los datos, bien podía estar tumbada en un cómodo sofá.
El empleado se mofó.
―Te conseguiré un teclado de repuesto ―dijo Galene, chasqueando la lengua. Tiró del cable y sacó el teclado, asegurándose de que el café goteara lejos de sus vaqueros.
―Sí ―dijo el empleado, dando una palmada―. Por favor, pero deprisa. Tengo un montón de emails que enviar antes de poder irme hoy.
Ella asintió.
―Genial. Vuelvo enseguida ―dijo, escabulléndose.
Galene tomó el ascensor de servicio para bajar. Abrió el almacén de repuestos con su tarjeta de acceso y arrojó el teclado estropeado y pegajoso a la papelera de reciclaje. Tomó uno nuevo y escribió en la solicitud de servicio técnico:
«Fallo de teclado, sustituido. Solicitud cerrada».
Luego fue al baño, se sentó en el inodoro y se comió el sándwich de su almuerzo. Sola. Se aseguró de que cayeran muchas migas entre los botones del teclado, usándolo como plato. Incluso leyó algunas páginas de Fundación, de Asimov, un libro clásico de ciencia ficción que nunca parecía tener tiempo de terminar.
Ella le llevaría el teclado... en algún momento.

Cinco segundos más.
Cuatro.
Suspiró.
¿Uno punto tres?
—¡Y son las cinco en punto! ¡Hora de salir, cabrones!
Galene se levantó, se echó la mochila con el portátil al hombro y se precipitó hacia la puerta.
―No tan rápido ―dijo su jefe desde el otro lado de la sala de TI.
―¿Qué? No, señor; ya he completado la jornada oficialmente. Comprueba la hora ―protestó.
Su jefe frunció el ceño.
―Lo sé. Pero hay una petición de última hora, y es de máxima prioridad ―dijo, toqueteando su tableta.
Ella agarró una pistola espacial de juguete de un escritorio y lo amenazó con destrucción futurista en forma de proyectiles de espuma.
―No. Muevas. Un dedo ―dijo con toda la intimidación que una chica bajita y flacucha podría provocar.
Él la miró entrecerrando los ojos. Ella lo desafió. Lo desafió dos veces. Él dio un toque en la tableta.
El portátil de Galene estaba dentro de su mochila. Ella suspiró y lo sacó para leer la solicitud que le acababan de asignar. Estaba en el sistema ahora. Con fecha y hora y todo eso. No había escapatoria.
―¿Último piso? ¡Vamos! ¿No podrías enviarme a algún sitio que me pille de camino a la salida, por lo menos?
―Es lo que hay ―dijo el jefe y sorbió su café victoriosamente.
Lo empezó a mirar, desplazándose con el panel táctil, con el portátil apoyado en su antebrazo.
―Ni siquiera conozco esta configuración, ¿no es esto competencia de George?
Su jefe miró alrededor teatralmente.
―¿Ves algún Georgie por aquí?
―No ―dijo imitándole.
―Mira ―suspiró su jefe―. Ayúdame, ayúdate. Resuelve esta solicitud de máxima prioridad ahora y te lo compensaré mañana. Te cambiaré de sitio y no tendrás que ver al tocaculos del piso 31.
Galene entrecerró los ojos.
―Vale ―se rindió―. Pero más vale que el cambio sea permanente, o mañana tomaremos un café en Recursos Humanos. ―Le apuntó con el arma espacial para remarcar esto último.
―Oye. ¡Estoy de tu lado, Gal! Pero esta mierda tiene que hacerse ―alegó su jefe.
―Y yo voy a hacerla ―dijo Galene suspirando y arrastrándose hacia la puerta.
―¡Gracias! Eres la mejor empleada de la historia ―le gritó el jefe―. Y por favor, termina ahí arriba antes de que oscurezca, es urgente.
Galene se detuvo y apoyó la frente en la puerta del ascensor. Cerró los ojos.
―Sí, jefe.
Se tomó su tiempo, con el dedo encima del botón. Nadie podía quitarle eso, esos preciosos segundos de calma antes de subir a una solicitud. El Departamento de Tecnología Informática de Hermes Information Technology estaba situado en el subsuelo del rascacielos. Era agradable, fresco y tranquilo. Comparado con el caos de arriba, parecía un oasis. No se podía renegar en una solicitud. Tenía que ser correcta y profesional. Tenía que callarse y sonreír cuando algún idiota hacía un comentario inapropiado sobre su cuerpo. Por eso Galene usaba vaqueros y sudaderas dos tallas más grandes, para reducir las posibilidades de acoso. Por otro lado, el trabajo de TI en sí no era tan difícil. Cualquier friki de la informática podría ponerse al día en una sola semana y empezar a manejar solicitudes como un veterano. Todos ellos habían desmontado y construido su propio ordenador antes de saber lo que era el sexo opuesto. Pero requería una cierta cantidad de calma, y Galene tenía de sobra. Hacía falta calma cuando algún gerente imbécil pensaba que podía tratarle como una mierda porque su resultado económico había bajado el último trimestre. Cuando los accionistas no podían esperar cinco minutos para configurar la presentación de diapositivas. Cuando los empleados olvidaban sus contraseñas y tenían que restaurarlas por millonésima vez.
Galene podía soportar todo eso.
Abrió sus ojos cansados y apretó el botón del ascensor.
Sonó al instante. Las puertas se abrieron. El ascensor la estaba esperando. Anticipándose.
Suspiró.
A veces, trabajar en un edificio con siete inteligencias artificiales predictivas diferentes era una auténtica putada.
Capítulo 2: Gregoris a vhn x 3.2
Gregoris revisó los datos para la próxima apertura del mercado de valores. Leyó rápidamente los resúmenes que la IA recopilaba de las noticias económicas de Asia, y abrió dos entrevistas con un par de importantes directores ejecutivos de la región.
Los vídeos se tomaron su buen tiempo cargando. Pulsó y pulsó, pero el icono de carga seguía girando, riéndose de él en su cara.
«¡Maldita sea! ¿Cuándo arreglarán esta estúpida computadora? ¿Cinco segundos para cargar un maldito vídeo? ¿Cinco segundos enteros?».
Gregoris volvió a centrar su atención en los resúmenes. Sus ojos escudriñaron el texto, asegurándose de mantener los comienzos y los finales de las líneas en su visión periférica. Revisó todo a un ritmo constante y rápido. Tuvo que forzarse conscientemente para no saltarse las líneas, como solía hacer. La dislexia era una putada en ese sentido. Era fácil que su mirada se distrajera y pasara por alto párrafos enteros sin darse cuenta.
Y entonces tenía que retroceder y releerlos.
Una pérdida de tiempo.
Había examinado media página de datos filtrados cuando los vídeos finalmente decidieron cargar.
Perfecto.
Él miró. Estaban traducidos del mandarín y del coreano por la IA. El vídeo en sí mismo estaba editado, también por una IA. Reducido a lo más importante, sin pausas, ni entradas, ni introducciones. Únicamente datos.
Y reproducido a 3.2 veces la velocidad normal.
Gregoris lo fue adelantando con el teclado, quedándose con las preguntas importantes, observando las expresiones del hombre mientras asimilaba el texto traducido.
Saltó hacia delante y hacia atrás en la línea temporal del vídeo, para volver a ver algunas partes.
Entonces lo comprendió.
El subtexto, el significado, la esencia, como quiera llamarse. Entendió lo que los datos fríos no pueden explicar. Lo que los algoritmos de procesamiento de datos no revelan.
Shijie estaba a punto de lanzar un nuevo producto tecnológico. Su director general estaba prácticamente haciendo contorsionismo para no revelar esa información.
Eso significaba que era inminente.
Levantó el teléfono y llamó al Departamento de Compra de Acciones.
En el tiempo que le tomó a un humano descolgar al otro lado, estudió dos páginas más de las noticias filtradas de la región.
―¿Sí?
Nada de saludos. Había dejado eso claro con todos sus colegas de negocios.
―Compra 320 millones de Shijie.
Un silencio.
―¿320? ¿He escuchado bien? Caray, tendré que conseguir aprobación para ese tipo de...
―Entonces consíguela ―dijo Gregoris sin rodeos.
―¡Está bien, está bien! ¿Puedo obtener algún tipo de dato para respaldar esta operación o algo así... ―El hombre se calló. Su correo electrónico acababa de recibir los datos en cuestión, las sutiles piezas del rompecabezas que habían llevado a Gregoris a esa decisión en particular.
―Léelo, obtén la aprobación y envíame la confirmación ―dijo Gregoris y colgó.
Su reloj emitió un pitido, la alarma para dormir.
Gregoris se subió a su cápsula, un sillón reclinable de aspecto futurista con una enorme burbuja de plástico sobre la cabeza. Se puso en posición y pronto estaba roncando en su fulminante siesta.

Exactamente veinte minutos después se despertó, se echó agua en la cara y se sentó de nuevo en su puesto de trabajo.
Revisó las notificaciones de su buzón de voz. Había pedido a la gente que le enviara las preguntas de esa manera, para poder acelerarlas y escucharlas mientras iba escribiendo las respuestas.
Borró los cuatro mensajes del director financiero de Hermes sin abrirlos. El tipo era un payaso al que le gustaba escuchar su propia voz. Se oponía a todo y nunca leía ningún informe. Era una absoluta pérdida de tiempo. Un agujero negro de la comunicación recíproca y congruente, y nadie podía hacer nada al respecto debido al alto cargo que ocupaba en la compañía.
Gregoris respondió sin escuchar sus mensajes, con generalidades. «Su preocupación es comprensible. Los datos muestran que...». «La compañía ha estado preparando en secreto durante meses una gran revelación...», etcétera.
Gregoris suspiró y envió el correo electrónico.
Aceleró el resto de los mensajes. Su propio jefe de departamento podía ser escuchado a velocidad 4.2, el hombre hablaba como si tuviera un derrame cerebral. Podías hervir un huevo en los huecos de la conversación con él. Le contestó por correo.
Irma, la jefa de todo el sector bursátil era rápida. Podía escucharla a una velocidad 2.3. También le contestó a ella. «No, señora, es poco probable que las muecas del director de Shijie se debieran a que estaba estreñido. El hombre ha disfrutado de los mejores tratamientos de salud y reemplazos de órganos de la última década». Adjuntó los documentos que apoyaban su contraargumento. Se trataba de archivos obtenidos ilegalmente por el inexistente Departamento de Espionaje Corporativo de Hermes, pero podía compartirlos libremente con Irma. Todo estaba codificado de todos modos, y ella tenía la autorización requerida, además de que sus manos ya estaban más sucias que las de un fontanero desatascando un inodoro.
Vaciló. La respuesta del mismísimo director general de Hermes era de medio segundo.
Medio segundo.
Fácilmente podría ser un «adelante».
También podría ser un «no».
Y «no» significa «NO», cuando lo dice el director de la corporación.
Tamborileó los dedos en el escritorio, un viejo hábito que creía haber dejado atrás hacía años. Pero no podía contener la ansiedad.
¡Cuánto tiempo perdido, si esto se frenaba desde arriba! Era la alineación perfecta de acontecimientos internacionales, y había encontrado la aguja en el pajar de la información para entregarle el boleto ganador a su empresa, si los cobardes de arriba daban el paso. Ningún algoritmo podía hacer eso, a pesar de lo que pensaban los frikis del piso 51. Claro, los algoritmos podían hacer miles de operaciones por segundo, desempolvar décadas de datos para elaborar patrones de variación en el mercado. Pero también eran estúpidos. Extremadamente estúpidos. En realidad, eran tan estúpidos que el mercado mundial había estado a punto de estrellarse diecisiete veces ya en este milenio solo porque algún agente había parpadeado, provocando a los demás un ataque de frenesí colectivo y recurrente. La gente, los humanos de verdad, tuvieron que intervenir y cerrarlo, dejando el mercado congelado para empezar a revisar las transacciones manualmente durante largos meses de trabajo.
Pero incluso Gregoris, que odiaba a muerte los algoritmos de mercado, podía reconocer a regañadientes que funcionaban. Incrementaban las ganancias, aunque en porcentajes minúsculos. Pero porcentajes minúsculos a diario y hablando de millones de dólares o euros o yenes, significaban cientos de miles en beneficios. Cantidades con las que un empleado medio no podría ni soñar después de veinte años de duro trabajo se transferían alrededor del mundo cien veces por segundo.
No importaba, la mitad de los mercados bursátiles del mundo hoy en día estaban automatizados.
Pero el jefe tenía fe en él, en su capacidad para ver más allá del procesamiento mecánico de datos, para intuir.
Para predecir.
Se estremeció. La oficina no estaba fría, por supuesto. Estaba a una temperatura óptima. Había sido psicológico. Abrió el mensaje de voz del director ejecutivo. Del propio Hermes.
Lo reprodujo a velocidad normal, el jefe siempre era rápido y directo.
La voz era demasiado joven para un puesto tan importante. Si no se sabía quién era, podría tomarse por un bromista adolescente.
Pero lo importante era que la palabra fue: «Hazlo».
Escuchó el mensaje tres veces antes de volver a respirar.

Los mercados asiáticos abrieron a su hora.
Hashtags en redes sociales, Twitter, Facebook, Agora, se incendiaron con el anuncio del gigante tecnológico Shijie. Era algo acerca de un juego de atrapar Pokemons de imitación o algo así, pero el dispositivo proyectaba el juego directamente en el campo de visión del jugador. No se necesitaban lentes especiales.
La gente podía ver a los monstruitos mordisqueando el borde de sus sofás y atraparlos, en la radiante realidad aumentada compartida.
Y Hermes había comprado todas las acciones disponibles justo a tiempo, justo antes del anuncio.
Le había conseguido a su empresa un beneficio de 98 millones de euros.
Supera eso, estúpido algoritmo.
Capítulo 3: Galene a vhn x 0.6
El ascensor volvió a tintinar y las puertas se abrieron deslizándose. Esta era la primera vez que Galene ponía un pie en el ático. No era por ninguna razón en particular, simplemente el jefe asignaba a cada informático determinados pisos para que se familiarizaran con las peculiaridades del sistema de cada oficina y los no menos problemáticos elementos humanos.
Había un claro aire elitista ahí arriba. Área de recepción con lujosos sofás de cuero, puertas elegantes pero seguras, electrónica integrada en el diseño del lugar. Galene había visto las oficinas de los altos ejecutivos de la corporación, esto se parecía pero estaba un peldaño más arriba.
Alguien habló, y Galene gritó.
―¡Ay, dios!, ¡me has dado un susto de muerte!
La mujer sonrió dulcemente.
―Hola, Galene. Siento haberla asustado. Debe ser la alfombra, caminar sobre ella es tan silencioso... Me aseguraré de toser la próxima vez.
Galene tiró de la bandolera de su mochila con nerviosismo.
―Sí. Alfombras mullidas. ―¿Había visto a esa mujer antes en alguna parte? La cara en reposo de la mujer parecía extraña, de alguna manera. Su maquillaje o algo así. Su boca abierta. Era como, ¿una máscara? Eso, una máscara de tragedia griega. ¡Eso era!
Raro.
―Qué grosero de mi parte, no me he presentado. Soy Melpomene. Encantada de conocerla. ―Le ofreció la mano.
Galene la estrechó.
―Entonces, ¿llamó por un problema con la computadora?
―Sí, por aquí. Sígame, por favor.

Melpomene usó su tarjeta de acceso, y cruzaron la puerta. Galene no podía ver todo el interior pero, al conocer la disposición del edificio, dedujo que el ático ocupaba todo el piso. Le resultó extraño, porque estaba acostumbrada a la distribución de todos los otros pisos del rascacielos, con un amplio espacio central para los empleados y oficinas en las esquinas para los gerentes. Este se había hecho distinto.
La decoración era moderna y parecía cara. Entraron en el departamento en sí, que parecía más habitado que el vestíbulo. No es que fuera un completo desorden; de nuevo, Galene no se atrevería a acusar a nadie de ser un guarro, pero había claras señales de que alguien vivía ahí permanentemente.
Un hombre, para ser precisos.
―Por favor, espere aquí un momento ―dijo Melpomene y entró en la habitación de al lado.
Galene musitó y miró alrededor. Había muchas cosas interesantes por ahí. Gran cantidad de artilugios frikis abarrotaban el lugar. ¡Oh, genial! Una espada láser. Magnífico. Empezó a curiosear por los estantes, que se repartían prácticamente por todas las paredes. Había filas y filas de libros, pero algunas estanterías solo tenían discos duros apilados. Cada etiqueta indicaba su contenido: viejos programas de televisión, temporadas completas de series de Netflix, películas. Una estantería completa con títulos de libros.
Espera, ¿doscientos libros por disco? Eso no podía estar bien, en cada uno de ellos cabían millones de libros.
Galene se mordió el labio y tocó la espada láser. La empuñó, y se activó el sonido característico. Sonó demasiado fuerte y Galene hizo una mueca de dolor. Estaba a punto de dejarla en su sitio cuando algo llamó su atención.
Podía oír a Melpomene hablar con un hombre al otro lado del pasillo.
Espera.
Su voz sonaba graciosa. Extraña, de alguna manera.
―ObviamentelamandaronaellaporqueGeorgenoestabadisponible.
¿Hablaba muy rápido?
El hombre respondió algo.
―¿Quieresqueloreviseconeljefededepartamento?
¡Hostia! Sí que estaba hablando rápido.
El hombre suspiró, quizás.
―¿Sabeellasiquieraloqueestáhaciendo?
¡Eh, menuda imbécil!
―Suniveldehabilitaciónestáverificadosiesoesloquetepreocupa.
―Bien.Lahagopasar.
A Galene se le resbaló la espada láser, y se cayó al suelo.
Melpomene regresó, la vio colocándola de nuevo en su soporte y sonrió.
―Sígame por esta puerta, por favor.
―Ajá. Por supuesto. ―Galene la siguió.
El hombre era un cuarentón. A ojos de Galene parecía viejo. Guapo, pero viejo. Tenía patillas grisáceas, ese detalle que hacía a un hombre sexy durante unos cuantos años más de su vida, como si la naturaleza le diera una última oportunidad de propagar sus genes antes de quitarle la erección.
―Hola. Bien, el problema es... Bueno, no sé realmente cuál es el problema, George había aislado algo... Llámame Greg, para acortar ―prorrumpió él, interrumpiéndose a sí mismo, y le extendió la mano.
Galene la estrechó.
―Hola. Soy Galene. Llámame Gal, para acortar.
―Lo corto es bueno.
Ella soltó una risita.
―No te estás refiriendo a la estatura, ¿verdad?
Ella era muy bajita y él medía 1.80, así que le sacaba una buena cabeza.
―¡Ah, no! estaba hablando de brevedad. ―Miró su reloj. No era un reloj inteligente, sino uno digital antiguo, con botones y detalles deportivos. Raro.
―Bueno, estoy a punto de recibir una llamada; por favor, haga las comprobaciones necesarias al ordenador. ―Señaló una de las torres de la oficina. Tenía un montaje espectacular, aunque no inusual para los analistas, con cuatro monitores separados, dos torres con teclados separados, auriculares, sonido estéreo (no holofrecuencia, lo cual era, de nuevo, raro) y una conexión de fibra óptica con una IA de Hermes. Esto último lo sabía Gal porque había trabajado en el otro extremo de la línea, cuando había arreglado algún problema con su colega George.
En la pantalla se veía un vídeo congelado, con subtítulos automáticos debajo. En la esquina superior se podía leer «x 3.0».
Gal se encogió de hombros y tiró su mochila sobre el escritorio. Se arrastró por debajo de la mesa y accedió a la torre del ordenador. Era curioso que nadie mencionara todo el tiempo que pasaba un trabajador de TI debajo de los escritorios. Deberían ponerlo en la descripción del trabajo: Tecnología de la Información, debajo de los escritorios.
Bueno, al menos este lugar estaba limpio.
Greg hablaba por teléfono en la habitación contigua, pero Mel seguía ahí.
―Greg mencionó problemas con la reproducción de vídeo, que a veces tardan mucho tiempo en cargar.
―Vale, veamos. ―Gal comenzó con los pasos clásicos en la solución de problemas: comprobar cables sueltos, reiniciar, desconectar los periféricos. Luego se sentó en el escritorio y cargó algunos vídeos. Parecían estar bien, sin desajustes de FPS, sin distorsiones en la imagen. Conectó el sonido en los auriculares para no hacer ruido y escuchó. El audio estaba bien, a tiempo con el vídeo.
Si se ignoraba el hecho de que todo se reproducía a 3 veces la velocidad normal, todo funcionaba bien. ¿Cómo puede alguien seguir eso?
―No veo cuál es el problema.
―Bueno, hay un retraso de cinco segundos cuando se cambia de canal.
Gal asintió lentamente, frunciendo los labios.
―¿Cinco segundos enteros? ¡Bueno, ciertamente no podemos permitirnos eso!
«Cálmate, Gal. Ahora sabes por qué te envió el jefe».
―Excelente ―dijo Mel y la dejó trabajar sola.
Gal suspiró y lentamente empezó a comprobar la configuración. Modificó algunos de los ajustes del programa de vídeo para que utilizara más del procesador, realizó algunas pruebas y consiguió reducir el retardo a 1 segundo.
Con el trabajo prácticamente terminado, dejó correr el vídeo y trató de enterarse de algo, mirándolo con toda la atención posible. Era una noticia sobre las zonas de gas natural al sur de Chipre. Gal miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la veía y entrecerró los ojos haciendo un verdadero esfuerzo para poder captar la información discurriendo a esa velocidad. Lo intentó, se agarró a los extremos del escritorio como si estuviera a punto de empezar una carrera, fijó los ojos en la pantalla y apartó todos los pensamientos de su mente. Trató de leer los subtítulos, hacer coincidir las palabras con su significado, pero las palabras simplemente pasaban demasiado rápido para leerlas, mucho menos para comprenderlas.
De. Ninguna. Puta. Manera.
—¿Cómo puede alguien ver algo tan acelerado?
Era imposible. Se detuvo antes de que se le reventara una vena de la frente o algo más importante, como su dedo de clicar.
Greg volvió a la habitación terminando la conversación telefónica:
―Correcto, Dan. Tenemos que dejar esta llamada ahora, piensa en cualquier asunto que quieras discutir la próxima vez y enviármelo por correo electrónico. No, este era mi tiempo asignado para esta llamada telefónica. Sí, en serio. Adiós.
Gal levantó una ceja. ¿Acababa de espantar a un asociado? Guapo y descarado. Pero igualmente raro.
―Entonces, ¿se puede hacer algo con el retardo? ―le preguntó.
―Sí, he cambiado algunos ajustes, ahora debería ser un solo segundo. ―Se detuvo, pasando el dedo por encima de la barra espaciadora―. ¿O eso no es aceptable?
Él se rió.
―Está bien. Muéstrame.
Ella inició la transmisión de un par de vídeos, y el retraso era de un segundo en cada uno.
―Perfecto ―juntó las manos en una única palmada, pasando a mirar sus papeles. ¡Papeles! ¿Quién sigue usando papeles, aparte del gobierno?
Sintiéndose despachada, Gal se levantó y se cargó la bolsa en el hombro. Dudó un segundo.
―Hum...
―¿Sí? ―Sus ojos escaneaban los documentos, sobrevolando rápidamente la página. Sostenía un bolígrafo para señalar cada línea.
―He visto que tienes vídeos con subtítulos automáticos. Que se aceleran a tres veces la velocidad normal, por alguna razón.
―Sí.
―Creo que sería más fácil leer los subtítulos si hubiera un pequeño retraso en la imagen y se fuesen añadiendo debajo.
«¿Por qué estaba sugiriendo cosas? ¿No había aprendido ya en su año de vida corporativa que quien hace sugerencias termina enterrado en trabajo?
Él levantó la mirada, finalmente prestándole atención.
―¿De verdad? ―se quedó pensando―. Sí, creo que sería más fácil. Muéstrame cómo.
Ella se sentó de nuevo en su silla y él se inclinó detrás de ella. ¿Por qué se sonrojaba, maldita sea? ¿Y se había duchado esa mañana? Debía haberlo hecho, ¿verdad? Agitó la cabeza y se concentró en la computadora. Abrió un editor de vídeo y rápidamente elaboró un programa de reproducción que mantenía los subtítulos autogenerados unos segundos más en la pantalla, y configuró que los nuevos subtítulos apareciesen debajo. Eso le llevó un par de minutos, durante los cuales intentó ignorar al hombre que se inclinaba sobre ella. Activó el programa y lo probó.
La señal de vídeo se reproduce a 3 veces la velocidad normal, y los subtítulos permanecen en la pantalla durante más tiempo. Por un segundo trató de seguir el ritmo de la corriente informativa como antes, pero se rindió. Miró a Greg, que se alzaba sobre ella.
Él miró concentrado durante un minuto, y luego se inclinó hacia delante para ingresar un comando de teclado. Olía fresco y masculino. Incrementó la velocidad a 3.1, luego 3.2, luego 3.3. Lo dejó así unos minutos, viendo a los expertos hablar sobre el gas natural. Luego aumentó la velocidad a 3.4, y después saltó a 4.0. Él miró durante un minuto, las palabras y la información eran un borrón para ella. Luego bajó la velocidad a 3.3.
Miró durante unos segundos más y luego asintió.
―Espléndido. Un aumento del 10%. ¿Perdón, cómo era tu nombre?
Capítulo 4: Gregoris a vhn x 3.1
Greg toqueteó su nueva configuración. Vio la mitad de un documental sobre la nueva carrera espacial y después volvió a estudiar los anuncios que Artemis estaba lanzando por Internet. Una IA había reunido todos los anuncios en vídeo pertenecientes a Artemis Automotive, y los estaba viendo por subgrupos temáticos en orden cronológico.
Tenían anuncios corporativos sobre los envíos, dirigidos a empresas intermediarias. También tenían algunos solo de seguridad, dirigidos a millonarios y grandes empresas. Con el paso de los años su lema había evolucionado, pero parecían haberse decidido por «Llevándote a salvo desde A hasta B». No era exactamente pegadizo, pero el narrador hacía un giro en la voz que se quedaba grabado en la memoria.
Después de escucharlo unas seiscientas veces en todas las variaciones, Greg no podía quitárselo ya de la cabeza. Dejó a un lado la investigación y descansó los ojos.
Recostado en su cómodo sofá, pensó en ese proyecto. En la propia Artemis. El encargo era de Hermes. Bastante simple, en teoría. «Averigua qué está tramando, Greg».
Claaaro.
Pan comido.
«Averigua en qué anda la mujer más brillante del siglo, Greg». ¿Qué podría hacer, con todo el poder de una megacorporación construida desde los cimientos respaldándola, toneladas de dinero y un profundo rencor contra todos los demás directores ejecutivos olímpicos?
«¿Por qué los odia tanto?» había preguntado Greg directamente a Hermes, pero no obtuvo una respuesta clara.
Tampoco es que fuera sorprendente, todos conspiraban y pactaban bajo cuerda, forjando alianzas temporales y considerando las traiciones como parte del juego de los negocios. Los doce olímpicos eran pretenciosos, brillantes, infinitamente megalómanos y esencialmente psicopáticos.
Pero Artemis era muy diferente. Para empezar, era justa. Justa con los competidores, con sus empleados, justa incluso cuando castigaba a alguien de los suyos.
Tampoco tenía un rascacielos, ni se esperaba, a pesar de estar entre los olímpicos.
Ella fue decisiva para que se cambiara la ley y se permitiera la adopción corporativa, donde ella sería la patrocinadora (y madre, supuso Greg, en este sentido amplio) de cientos de niñas huérfanas.
Estas últimas eran muy interesantes. Ahora, ya convertidas en jóvenes, empezaban a formar bandas callejeras y estaban tomando el control de las calles de Atenas. Y no lo hacían en secreto. Vídeos y motovlogs, una nueva mezcla de moto, vídeo y blog que estaba de moda; chicas filmando sus hazañas y mostrándolas a toda la red. No solo se estaban abriendo paso en las noches de Atenas, sino que también estaban elaborando cuidadosamente su mitología.
Miedo y asombro. Porque nadie en su sano juicio se metería con las amazonas.
Tan condenadamente interesante. A Greg le había fascinado. No es que hubiera estado enclaustrado, pero los últimos años habían sido muy rutinarios para él. No sentía el pulso de la ciudad, precisamente. Tuvo que recibir la asignación de un proyecto particular para que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo bajo sus pies, ochenta pisos por debajo.
Se levantó y miró por la ventana de su ático. Atenas resplandecía, dando paso a la vida nocturna. Aparte de los otros tres rascacielos junto al suyo, se sentía muy por encima de todo. Era fácil llegar a ese pensamiento. Que estaba por encima de la gente común, más que un simple mortal.
Tenía acceso a la mejor atención médica del mundo, información de cualquier lugar y de cualquier país, un sueldo que le permitía comprar prácticamente lo que quisiera.
Entonces, ¿por qué se sentía tan vacío por dentro?
No era ingratitud, sabía lo afortunado que era por tener todo eso. Le gustaba poner a prueba los límites de su mente, encontrar conexiones, descubrir oportunidades donde otros no veían nada.
«Llevándote a salvo desde A hasta B», murmuró. Porque, hoy en día, no podías coger el coche y conducir por la calle hasta tu restaurante favorito. No si eras alguien importante en la escala corporativa. No, tenías que llevar drones por arriba, coche con ventanas a prueba de balas, un conductor entrenado, un convoy de amazonas, un hacker al lado para detener cualquier intento de piratería que pudiera ponerte en peligro... Era una locura. Además, como distintivos, aparte de la etiqueta de precio correspondiente, por supuesto, podían añadirse filtros de protección biológica, evacuación de prioridad médica (¡asegúrese de que la única luz que vea sea el trípode de Apolo!), o agentes activos (fuertemente armados, se entiende).
¿Cómo puede alguien vivir así? A Greg le gustaba subirse a su bici tres veces por semana y comer en alguno de los restaurantes de la calle Romvis. Disfrutaba el viaje, la distensión era parte de su rutina. No se podía mantener la velocidad por mucho tiempo, necesitaba relajarse regularmente. Era lo suficientemente mayor como para saber cuándo debía hacerlo. Podía estar forzando su capacidad mental todos los días, pero sabía que no debía sobrecargarse.
Greg miró fijamente las luces en fila allá abajo, los coches circulando. Le gustaba observar los patrones. La ciudad estaba cubierta de una fina capa de contaminación, por lo que solo se podía ver claramente por debajo de ella.
Mel se acercó a él en silencio.
―Ese ―señaló con un dedo torcido. Todas sus proporciones estaban mal calculadas.
―Autodirigido ―dijo Greg un segundo después.
―Correcto ―sonrió Mel―. ¿Qué pasa con ese coche, el blanco?
―Conductor humano. Vamos, probablemente esté intoxicado.
―¿Y el sedán rojo?
―Humano, otra vez. Se ha detenido para ver a las chicas que caminan a su derecha.
―Correcto.
Era un juego tonto el que jugaban. Greg no podía recordar a quién se le ocurrió, si a él o a su musa. En cualquier caso daba igual, siempre y cuando lo relajara.
―Tengo uno para ti ―dijo entrecerrando los ojos.
―Por supuesto. Dime.
―Esa chica de TI que vino antes, ¿qué piensas de ella?
―Ella es humana, definitivamente.
Greg se rió.
―Sí, eso lo sabía, gracias. No, me refería a qué piensas de ella. ¿Qué opinaste de ella cuando la viste hoy?
Mel hizo una pausa. Greg sabía que lo hacía solo por el efecto, su cerebro no necesitaba una cantidad apreciable de tiempo para pensar en las cosas.
―Creo que deberías invitarla a salir.
Greg se sentía nervioso.
―No, eh... Eso no es lo que yo...
―Eso es lo que te preocupa. Y no, no creo que sea un obstáculo para tus proyectos, esa es mi opinión oficial como tu musa. La gente necesita interacción social para mantenerse saludable, las relaciones románticas entran en esa categoría ―dijo suavemente, pero su rostro volvió a su expresión normal de máscara.
Greg se giró de nuevo a mirar la ciudad.
―Vale. ¿Y cómo se lo pregunto? Quiero decir, ha pasado tanto tiempo...
―No puedo ayudarte con eso ―dijo su musa―. De hecho sí puedo, pero creo que saldrá más natural si no lo hago.
―Qué buena amiga ―bromeó él.
―Yo soy tu amiga, Greg. Además, estoy a cargo de tu salud física y mental. Traerte mujeres en bandeja como las prostitutas que pides por catálogo no te ayudará a largo plazo.
―¡Está bien, está bien! ―La ahuyentó.
Ella no se movió.
―Es hora de tu reajuste de sueño. Sabes que no puedes mantener el sueño polifásico tanto tiempo.
―Sí, ya voy. Déjame solo un minuto, ¿quieres?
―Kalinixta ―dijo Mel en griego y se fue.
Capítulo 5: Galene a vhn x 0.6
―Por favor, no estés muerto, por favor, no estés muerto ―Gal abrió con su llave y entró en su apartamento. Corrió a su balcón buscando a Simba. Sí, había llamado Simba a su gato naranja. Él maulló y se acercó a ella, rozando la piel con sus zapatos.
―Oh, aquí estás. Siento haber olvidado servirte la comida esta mañana, Simba. No oí la alarma, no tenía tiempo ni de vestirme y había tráfico, como siempre...
El gato la ignoró. Afortunadamente, todavía tenía sus instintos y se había vuelto prácticamente salvaje, cazaba aves y ratas para alimentarse. Si no, se habría muerto de hambre hacía mucho tiempo.
Miró un momento a sus plantas. O, más exactamente, sus macetas con tierra seca y plantas muertas. Quería tener unas flores bonitas, pero...
Galene tiró sus llaves y su bolsa sobre la mesa de la cocina y se tiró en la silla. El refrigerador inteligente le envió un mensaje a su halo con todas las cosas que se suponía que tenía que comprar y llevar a casa.
―Vaya, gracias por recordármelo a tiempo.
Lentamente estiró la pierna y abrió la nevera con los dedos de los pies. Se dio una palmada en la frente: había olvidado comprar leche, otra vez. Y pasta. Y cualquier otra cosa que pudiera parecerse a algo comestible. Miró la hora, eran las ocho de la noche. Las tiendas ya estaban cerradas.
Cielos. ¿Adónde había ido el día?
Se le había escapado entre los dedos.
Todavía tenía la comida deshidratada para gatos de Simba, así que se encogió de hombros y se comió un pedazo de lo que fuera.
Uh. Pescado. No está mal.
Capítulo 6: Galene a vhn x 0.7
Galene se despertó y corrió al baño. Lo que a ella le pareció «como un rayo», podría ser para otros «tomándose todo su puto tiempo».
Apenas cuarenta y cinco minutos más tarde estaba esperando su metro para llegar al trabajo.
Sentada en un banco del andén, de pronto se dio una palmada en la frente.
―¡Ella es la musa!
La señora de al lado se sobresaltó.
―Lo siento ―dijo avergonzada.
¿Cómo podía no reconocer a un androide teniéndolo delante? Estaban fabricados y manejados por Hermes después de todo, pero su trabajo estaba a un nivel muy inferior para eso. Además, los frikis de los departamentos que llevaban el programa Musa podían manejar sus propios problemas informáticos sin ayuda. Era raro que alguien de TI tuviera que ir, por lo general solo llamaban y arreglaban las cosas por teléfono con la cooperación del departamento de Gal.
Pero todos sabían lo de las musas. Los hombres incluso habían hecho un ranking de las ginoides como si fueran chicas de calendario.
Por supuesto, las ginoides no estaban hechas para ser sexys. Eso frustraría su propósito porque serían una distracción constante. Eran más bien... sencillas y corrientes.
Como Galene, en realidad.
Se pellizcó las mejillas al darse cuenta.
Llegó el tren y ella se dirigió al trabajo.

Se adentró en el Departamento de Tecnología Informática, en la base de aquella torre de vidrio y acero. Los chicos la saludaron cuando entró, tarde como siempre. El jefe la miró como diciendo: «Otra vez llegas tarde», pero ella le devolvió una mirada que decía: «Ayer me quedé hasta tarde, así que déjame en paz», entonces él tomó un sorbo del café y la miró así como: «Vale, Gal, pero no lo conviertas en costumbre».
Así que todo estaba bien.
Siempre le hizo gracia que, en las películas antiguas que tanto le gustaban, la gente picaba su tarjeta para entrar a trabajar. Esta era una empresa tecnológica, aquel edificio inteligente registraba su presencia tan pronto como aparecía por allí.
Gal era una de las tres mujeres del departamento. No es que no hubiera mujeres en la informática, sino más bien que ellas tenían la inteligencia para aspirar a trabajos mejor pagados. Este era un trabajo duro. Tirar de cables y arrodillarse debajo de los escritorios. Cómo olvidar lo de arrodillarse. Ese era prácticamente todo el futuro profesional que le esperaba, de rodillas, con ejecutivos recelosos mirándole el culo por detrás.
Gal suspiró y se hizo un granizado en la pequeña cocina de la oficina. Dejó un desastre detrás de ella. Nada peor de lo que ya habían hecho los chicos, pero tampoco mejor.
George estaba allí, todo poderoso e importante. Menudo imbécil. Conseguía todas las solicitudes importantes, los peces gordos preguntaban por él, por su nombre. «No, necesitamos que George lo arregle, ¡nadie más puede manejar esto!»
—¡Qué montón de...!
Galene chupó su pajita y de repente vio a George guiñándole el ojo.
Sus ojos se abrieron de par en par, y giró su silla de escritorio, dándole la espalda. ¿Había dado la impresión de estar coqueteando mientras chupaba la pajita inadvertidamente?
Y, lo que es más importante, ¿había respondido George?
Galene envió un mensaje rápido a Nat en busca de su sabiduría. Su amiga respiraba chismes y vivía de miradas furtivas. Gal lo encontraba aburrido.
Muchas cosas le parecían aburridas.
Los chicos, aburridos. Este trabajo, aunque necesario, era muy aburrido. Su piso era aburrido. Su vida era aburrida. Todo lo que estudió para obtener su título, aburrido. Ponerse al día con la actualidad informática también.
Aburrido. Aburrido. Aburrido.
Miró el reloj en su campo de visión. Había programado sus implantes oculares de realidad aumentada para mostrarle la hora cuando estaba en el trabajo, y la cuenta regresiva del santo pentalepto. Los cinco minutos sagrados e intocables para cualquier jefe o solicitud de servicio o emergencia, dedicados únicamente a prepararse para el comienzo del día tomando café.
Cinco gloriosos minutos.
Bebió el café con los ojos cerrados.
El pentalepto llegó a cero.
―¡Gal! ―gritó su jefe desde el despacho.
Su portátil se iluminó. Ella le lanzó a su jefe su mirada «demasiado cansada para quejarme». Abrió la solicitud y se forzó a sí misma a ponerse a trabajar.

Galene se apoyó en el ascensor. Odiaba aquel estilo tan moderno y minimalista, no había ningún lugar donde dejarte caer en los ratos muertos. ¿Tanto les costaría poner alguna superficie con un coeficiente de rozamiento normal? Madera, por ejemplo. Una almohada sería lo mejor. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en pie, y solo era mediodía.
En cuanto puso un pie fuera del ascensor, sonó su teléfono.
―¿Sí?
―Gal, soy Mike. Tu asidua del piso 3 necesita hablar contigo ―dijo rápidamente.
Uf.
―Pásamela.
―Hola, ¿cielo? ¡Sí, mi ordenador se ha escacharrado otra vez! Puedes venir y arreglarlo porque tengo un montón archivos que preparar antes de una reunión y mi jefe me está agobiando con esto.
Christy, su cliente habitual. Siempre le pasa algo a su ordenador. ¡Pero no es culpa suya! ¡Nunca!
―Claro, dime.
―Enciendo el ordenador, pero suena un pitido y no hace nada.
―¿Cuántos pitidos?
―¡Cómo cuántos... no lo sé!
―Enciéndelo y cuenta los pitidos.
Una pausa.
―Tres pitidos. Espera... Sí, tres. Definitivamente.
―Bien, Christy, dale una patada fuerte. En la torre, simplemente golpéala ―dijo Galene con calma mientras se encaminaba a una de las solicitudes que tenían prioridad.
―¿Qué? No, no puedo hacer eso. ¿No hay una tecla para presionar o algo así? Ya sabes, en el teclado. ¿Cómo lo llamáis vosotros? ¡Ah, ya me acuerdo! Un atajo de teclado ―dijo orgullosa.
―Mira, Christy, estoy a cuarenta pisos y tengo tres solicitudes que atender antes de poder acercarme a tu oficina. O le das una buena patada a esa computadora o me esperas unos treinta y cinco minutos. ―Gal sostuvo el teléfono con su hombro mientras le mostraba la solicitud a la recepcionista para que la dejara pasar.
―Pero, ¿y si se rompe? ―Christy protestó con un gimoteo.
―Christy, es solo la RAM. Se ha movido un poco y no está haciendo contacto con la placa madre correctamente. Alguien habrá movido la torre mientras limpiaba o algo así. Solo dale una patada y se pondrá en su sitio y arrancará. O ábrelo con un destornillador y pulsa la RAM.
Silencio.
―Bah, qué demonios...
¡Entonces un PUM!
―¡Funciona! ¡Gracias, muchas gracias! ―exclamó Christy por teléfono.
―No hay problema ―dijo Gal y continuó su camino a la próxima computadora. Con suerte no habría que patear esta.
Capítulo 7: Gregoris a vhn x 2.4
Feminista. Poderosa. Cazadora.
Greg pensaba en Artemis. Durante las últimas semanas había estado empapándose de todo lo que tuviera que ver con ella, tratando de meterse en su cabeza.
¿Pero quién era él para entender a una mujer, especialmente una como ella?
Greg ni siquiera pudo entender a su ex, hace tantos años. Estaba frustrado y tenso. Tal vez se había precipitado comprometiéndose con este proyecto. Quizá debería ir a Hermes y explicarle la situación. ¡Simplemente no podía descifrar a aquella mujer!
Melpomene tocó su cuello, rozando suavemente su piel con los dedos. Se sintió un poco más tranquilo, pero no mucho.
―No creo que estés concentrado hoy, Greg ―le dijo ella en hablarápida.
―Sí. Tienes razón. Es, ah... No es un buen día.
―¿Has dormido suficiente?
―Sí, seis horas completas. Me siento descansado, no es eso. Es el encargo.
Greg apartó algunas cosas de su escritorio.
―Entonces, ¿tiempo para divertirse? ―dijo Melpomene con picardía.
Greg suspiró.
―Claro. Bueno. No iba a hacer mucho hoy de todas maneras.
―¿Rubia? ¿Pelirroja? ¿O la normalita? ―preguntó Mel, cogiendo el teléfono.
―Da igual. Rubia. ¡No! Morena. Sí, algo normal. Sin implantes. Y joven, de veintitantos. No sé por qué ―murmuró.
Mel levantó una ceja, pero simplemente respondió:
―Marchando.
Entonces llamó para pedir una prostituta vip.
Capítulo 8: Galene a vhn x 0.7
―No puedo hablar ahora, estoy en el lugar del tipo ―murmuró Galene en su teléfono.
―¿El ático? ¿Cómo es eso? Dame detalles ―exigió Nat por teléfono.
―Es... lujoso. Muy elegante, moderno. Muchas cosas frikis, artilugios. Electrónica antigua, de la cara. También tiene una musa, ya sabes, las que dan solo a los peces gordos con problemas de creatividad. Ella está detrás de mí ahora mismo, limpiando el polvo.
―¿Estás arreglando su computadora? ―dijo Nat con tono insinuante.
―Sí ―murmuró Galene―. Solo esperando a que se actualice. ¿Y qué hay de lo otro que te dije esta mañana...?
Galene dejó de hablar y cubrió el teléfono en busca de silencio. Giró la cabeza y escuchó ruidos en otra habitación.
―¡Eh! ¿Me oyes? ―protestó Nat.
―Creo que ya hay alguien arreglando su computadora.
―Espera, estoy confundida. ¿Estamos hablando del tal George o de Greg?
―Greg. Alguien está... ―Galene se detuvo. Escuchaba gemidos que venían de la otra habitación. Sonidos claramente de sexo. La chica estaba exagerando. Galene apuntó el teléfono hacia la habitación.
―Dios sí, oh, eres tan grande, diossídiossídiossídiossí. ¡Ah, ah, AH! ―gritó la chica deleitándose.
Galene no pudo evitar sonreír. Miró a la musa, que fingía no escuchar. Señorita, no es usted tan humana todavía.
―¿Os lo estáis haciendo ahora mismo? ―preguntó Nat incrédula.
―No, no seas tonta. Estoy trabajando ―susurró Gal.
―¡Ella también! ―Nat soltó una carcajada.
Gal sonrió y se mordió el labio.
―Bien, buena ―se inclinó hacia delante y dijo―: Oye, tengo que irme.
Continuó con la actualización que la musa le había pedido y arregló la computadora de Greg.

Una chica despeinada apareció y evitó despedirse al marcharse. Mel la acompañó hasta la puerta. Galene se quedó helada. Podría jurar que la puta era una réplica de su cuerpo. Más bien baja, morena, curvas normalitas; ropa corriente, nada demasiado revelador; cara bonita, pero no tanto como para que un fotógrafo desenfundase su cámara. Unos 200 «me gusta» más o menos en sus fotos, con escote. Nada más.
Gal se rascó la cara con la esquina de su portátil.
Greg apareció en la puerta, con ropa gris informal. Se dirigía desprevenido a su puesto de trabajo, así que se sorprendió cuando vio a Gal.
―¡Ah! Yo... no sabía que estabas aquí.
Mel interrumpió:
―Pensé que debíamos aprovechar el tiempo para actualizar el programa que da problemas, el de análisis de datos.
Greg se pasó la mano por el cuello.
―Sí. Buena idea. Correcto. ―No hizo contacto visual con Gal después de eso―. ¿Puedo ofrecerte algo? ¿Café? ¿Té? Cóctel? ―se rió―. No se lo diré a tu jefe si tú no se lo dices al mío.
Gal entrecerró los ojos.
―¿No son la misma persona?
―Sí ―admitió él, haciendo café en la cocina de al lado.
―¿Y no está el androide grabando todo lo que decimos y hacemos por aquí? ―añadió Gal.
―¿Quién, Mel? Nah. Las musas manejan información confidencial todo el tiempo, sus memorias están encriptadas por cuadruplicado y los humanos no se meten ahí. Pero supongo que tú sabes estas cosas mejor que yo ―dijo Greg desde la cocina.
―Todavía soy nueva ―explicó Gal.
Greg le ofreció una bandeja con humeante café griego, terrones de azúcar y leche. La colocó junto a ella en su mesa de trabajo.
―¿Cómo de nueva?
―Un año ―dijo Gal y se preparó su café―. Gracias ―añadió antes de dar un trago.
―Un año ―repitió Greg.
¿Estaba nervioso? ¿Avergonzado por lo que ella había podido oír? Galene no estaba segura, pero él ciertamente estaba vacilando, buscando tiempo para pensar.
―¿Ella no toma café? ―inquirió Galene, asintiendo a un lado.
―¿Quién? ¿Mel?
―No ―dijo Gal con paciencia―. La otra chica. La que se acaba de ir.
―Ah ―dijo Greg, mirando a su alrededor con nerviosismo―. Bueno, ella no quería nada ―se encogió de hombros.
―¿Le preguntaste? ―dijo Gal, sus labios temblando en un esfuerzo por no sonreír.
Chasqueó la lengua.
―Bueno... no, para ser honesto ―murmuró Greg. Miraba a todos lados menos a su cara.
―Tal vez si lo hubieras hecho, ella se hubiese unido. Después de todo, hace solo unos minutos te estaba adorando ―se burlaba Gal descaradamente.
Greg no podía estarse quieto. Empezó a balbucear, Gal estaba disfrutando.
―Vale, escucha ―soltó finalmente―, es eficiente. Llamo a una prostituta, ella viene, yo... alivio tensión y ella se va. Es una transacción limpia y honesta. Nada de coquetear, perder el tiempo, ni quedarme con las pelotas azules o frustrado.
Gal se mordió el labio. No estaba irritada en absoluto. Después de todo, su nombre significaba calma. Pero le divertía ponerle en aquel aprieto, así que permaneció en silencio. Podía ver como su cara cambiaba de una expresión a otra, tratando de zanjar la cuestión con excusas y aspavientos.
―Mira, te lo puedo explicar ―empezó a decir.
―¿Por qué tendrías que darme explicaciones? ―le interrumpió inexpresiva―. Yo solo estoy aquí por la computadora.
―Sí, pero...
―No tienes tiempo para ligar, perder el tiempo, toda esa mierda ―dijo desdeñando el asunto―. Lo que quieres es una fornicación limpia y eficiente.
Greg la miró fijamente, su expresión era de dolor físico.
Ella no pudo evitarlo. Soltó una carcajada.
―¡Oh dioses! Ah. No debí decir esas cosas, ¿Cuál es mi problema? ―dijo riéndose, y bebió un poco de agua.
Greg se dejó caer en uno de sus sofás.
―Te estás mofando de mí ―asintió.
―Lo siento. ¡Era tan gracioso verte abochornado! ―Imitó su voz―: Alivio tensión...
―¡Calla...!
―Oh, dioses míos. ¿Siempre es tan divertido por aquí arriba?, ¿o estoy sufriendo falta de oxígeno o algo de eso? ―Gal miró a su alrededor.
Greg entró en la cocina.
―Te voy a traer una galleta, tal vez eso te haga callar.
Él trajo una enorme galleta de chocolate en una servilleta y ella la mordió instantáneamente, arrojando migas por todo su escritorio.
―Usa la... Bueno, da igual ―dijo, y se tiró en el sofá otra vez―. ¿Cómo está mi computadora?
―Está enorme ―dijo ella con una galleta en la boca, riendo. Se atragantó por un segundo. Unas cuantas migas salieron disparadas y se tapó la boca, aún riéndose.
Greg se cubrió la cara y se hundió más.
Capítulo 9: Galene a vhn x 0.6
―¿Por qué diablos la llaman al ático? ―le gritó George al jefe. Estaba señalando a Galene.
―Oye, calma ―dijo el jefe y cerró la puerta.
Todos en TI fingían estar trabajando en sus puestos, pero no paraban de mirar hacia la ventana del despacho. George, la superestrella de TI, estaba gritando. Mike movía las manos, poniendo excusas.
Petros rodó con su silla hasta Galene, sosteniendo un disco duro y un destornillador.
―Ya veo que le has quitado al perro grande el hueso de la boca.
―¡Yo no le he quitado nada! ―se quejó Galene.
Petros apretó algunos de los tornillos.
―Claro, claro.
―Oye, yo estaba aquí ayer cuando llegó la solicitud. Me tuve que quedar hasta más tarde.
―Te escucho ―asintió. Sopló en el disco duro―. Debes haber causado una gran impresión allá arriba. Conoces las historias, ¿verdad?
―¿Qué historias? ―preguntó Galene.
―Bueno, ya sabes. Privilegios especiales. Curvilíneas asistentes robóticas. Cosas. ―Se encogió de hombros, admirando su trabajo.
Galene había visto esos privilegios, pero no quería alimentar los rumores.
―No vi nada de eso. Y la asistente no es tan curvilínea.
Petros levantó los ojos hacia ella.
―¿Así que le hiciste un repaso? Uh. No esperaba eso de ti.
―Petros, por favor, ve y pon tu disco duro donde debe estar ―dijo ella, dándole la espalda.
―Con mucho gusto ―dijo, y se dirigió a su escritorio, colocando el disco en su sitio con destreza.
La pelea en la oficina terminó y George salió corriendo hacia la cafetería, mirando a Galene con ira.
Menudo imbécil.
―¡Gal! ―gritó su jefe.
Sus hombros se hundieron.
Capítulo 10: Gregoris a vhn x 3.2
Greg sentía que estaba en sintonía otra vez. Tuvo algunos episodios de sueño polifásico y se vio inmerso en la información sobre Artemis.
Su verdadero nombre era Viktoriya Marchenko, de origen ucraniano. Cuerpo potente, pelo corto, vestido con unisex a medida. Una feminista integral. Exclusivamente heterosexual, un cero puro en la escala de Kinsey. Nunca se casó, ni lo planeó. Madre adoptiva de una centena de guerreras.
Su única debilidad parecía ser la caza mayor. Solía ir a safaris, y conseguía sus presas sin ayuda de nadie. Como estaba un poco mal visto, lo compensaba con grandes donaciones a organizaciones benéficas que se ocupaban de la clonación y la protección de animales salvajes.
La foto más viral de ella era de sus días de atleta olímpica, cuando ganó una medalla de oro. La foto era de ella apretando su linda nariz contra la cuerda del arco mientras lo tensaba y se concentraba en el tiro ganador. Era una pose poderosa y arquetípica, como la del Discóbolo de Mirón. Llevaba su característico sombrerito de pesca con dibujitos, y tenía uno de sus pechos cubierto con un peto de arquero.
Todo el mundo conocía esa foto.
Ya no era tan linda hoy en día. Cerca de cuarenta pero aún jovial, sus fotos recientes mostraban a una mujer poderosa y curtida en un mundo de hombres poderosos. Artemis había negociado acuerdos con las más altas firmas de seguridad israelíes, protegiendo a ricos y poderosos de todo el mundo.
Atenas se había convertido en un frecuentado centro de negociaciones, tanto públicas como privadas. Y cuando la gente importante quería reunirse, el trabajo de Artemis era llevarlos y traerlos sanos y salvos.
Artemis era... poco convencional. Más de ensuciarse las manos que el resto de los directores generales olímpicos. En comparación con ella, el resto podían considerarse cobardes, escondidos detrás de sus escritorios desde donde encargaban a sus matones el trabajo sucio. Ella personalmente había evitado al menos once intentos de asesinato.

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