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Pickle Pie
George Saoulidis


Contents
Title Page (#u11653dc3-4392-54f0-b4ef-4ba6e6b36f21)
Copyright (#u20672dc3-6823-53e7-b889-8645ee463351)
CAÍDA UNO (#udfbfcedc-4be7-5d8e-9e3a-1527dbdef327)
CAÍDA DOS (#u47b3237f-35cf-5fa7-9307-abda2b293aff)
CAÍDA TRES (#ud180a0b7-ae54-5380-a2cc-d0f304305f21)
CAÍDA CUATRO (#uea3215e9-a6c5-56ae-a6c2-1357f182e2d6)
CAÍDA CINCO (#u53b66b3d-ac3a-5b42-9c55-4d9af1d4fac5)
CAÍDA SEIS (#u51fe1680-fede-5494-8c45-6296dd37c585)
CAÍDA SIETE (#u748d1e6c-8f26-5971-ba73-f45963f01bea)
CAÍDA OCHO (#ud445a561-f28f-5bed-bc10-9f50e270d1ed)
CAÍDA NUEVE (#u0a8b54e3-a9ba-522e-9643-6245f7f0e80d)
CAÍDA DIEZ (#u44a533bb-cc84-5f55-9301-4efccc9f668a)
CAÍDA ONCE (#uc74fdce6-2b1e-535f-a3e8-e6f6c72b6488)
CAÍDA DOCE (#ua36d24b5-0826-5d37-9bbc-99321fd0d94b)
CAÍDA TRECE (#uca69c388-6673-5f06-92d9-938b97cc9dcb)
CAÍDA CATORCE (#litres_trial_promo)
CAÍDA QUINCE (#litres_trial_promo)
CAÍDA DIECISEIS (#litres_trial_promo)
CAÍDA DIECISIETE (#litres_trial_promo)
CAÍDA DIECIOCHO (#litres_trial_promo)
CAÍDA DIECINUEVE (#litres_trial_promo)
CAÍDA VEINTE (#litres_trial_promo)
CAÍDA VEINTIUNA (#litres_trial_promo)
CAÍDA VEINTIDOS (#litres_trial_promo)
CAÍDA VEINTITRES (#litres_trial_promo)
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CAÍDA VEINTICINCO (#litres_trial_promo)
CAÍDA VEINTISEIS (#litres_trial_promo)
CAÍDA VEINTISIETE (#litres_trial_promo)
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CAÍDA TREINTA (#litres_trial_promo)
CAÍDA TREINTA Y UNO (#litres_trial_promo)
CAÍDA TREINTA Y DOS (#litres_trial_promo)
CAÍDA TREINTA Y TRES (#litres_trial_promo)
CAÍDA TREINTA Y CUATRO (#litres_trial_promo)
CAÍDA TREINTA Y CINCO (#litres_trial_promo)
CAÍDA TREINTA Y SEIS (#litres_trial_promo)
CAÍDA TREINTA Y SIETE (#litres_trial_promo)
CAÍDA TREINTA Y OCHO (#litres_trial_promo)
CAÍDA TREINTA Y NUEVE (#litres_trial_promo)
CAÍDA CUARENTA (#litres_trial_promo)
CAÍDA CUARENTA Y UNO (#litres_trial_promo)
CAÍDA CUARENTA Y CUATRO (#litres_trial_promo)
CAÍDA CUARENTA Y TRES (#litres_trial_promo)
CAÍDA CUARENTA Y CUATRO (#litres_trial_promo)
CAÍDA CUARENTA Y CINCO (#litres_trial_promo)
CAÍDA CUARENTA Y SEIS (#litres_trial_promo)
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CAÍDA CUARENTA Y OCHO (#litres_trial_promo)
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CAÍDA CINCUENTA (#litres_trial_promo)
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CAÍDA SESENTA (#litres_trial_promo)
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CAÍDA SESENTA Y DOS (#litres_trial_promo)
CAÍDA SESENTA Y TRES (#litres_trial_promo)
CAÍDA SESENTA Y CUATRO (#litres_trial_promo)
Este es el final del Libro 1. (#litres_trial_promo)
Pickle Pie
Ver 3.0.6

George Saoulidis
Traductor: Simón Molina
Copyright © 2018 George Saoulidis
Published by Tektime
All rights reserved.

Cover image Copyright © João de Souza Antunes Jr AKA Antunesketch
CAÍDA UNO

Patty fue golpeada y su cuerpo se paralizó por completo.
Odiaba que la golpearan y la estúpida espada larga no le ofrecía ninguna protección. Ella prefería la espada y el escudo, para tener algo con que bloquear, algo para cubrir su cuerpo. Pero el estúpido entrenador la obligó a usar esta arma inútil.
“Cayó una de las chicas Posters y parece que otras van a seguir el mismo camino”, dijo el comentarista.
La oponente que lo logró con su propia espada larga, llamada Echidna, continuó para pasar a otra compañera de equipo y luego a su Qwik. Ella bloqueó bien, cubriendo su cuerpo con los dos brazos, pero la fuerza del golpe la hizo tambalearse hacia atrás y dejó espacio para otra jugadora, Hydra. Hydra era una Cadena y tenía un largo alcance por lo que lo único que necesitaba era una oportunidad y la aprovechó. Su brazo cibernético, un montón de serpientes retorciéndose a su lado, se extendían como un látigo que mordía quijadas.
La Quik también cayó, sangrando. Se arrodilló sobre un charco de sangre rosada con su pantorrilla mordida, paralizada.
La cabeza de Patty estaba en un ángulo extraño y lo único que podía hacer era voltear sus ojos hacia donde estaba la acción. Las Beasties fueron por el resto de su equipo con los tambores sonando lento, muy lentamente.
La Quik de las Beasties, una chica ágil y pequeña llamada Gorgon, tenía la calavera e iba por todo, corriendo para anotar.
“Y la Qwik Beastie va por la calavera final. Allá va corriendo, más bien paseando porque el partido prácticamente se ha acabado. Como el acabado Anglet para la madera, el mejor barniz que el dinero pueda comprar.
Se oía el último sonido del tambor.
Patty pudo sentir su cuerpo de nuevo, con los dedos de las manos y los pies hormigueándole, pero no había tiempo para recuperarse, se tambaleó hacia la Qwik, esquivó una serpiente que se acercaba, se deslizó por los últimos metros de rodillas sobre la pista y golpeó a Gorgon en la pierna. Gorgon cayó de rodillas y soltó la calavera, pateándola por accidente.
Echidna llegó hasta ella blandeando su espada larga con una serie de golpes. Patty apenas logró esquivarla y oyó el golpe del tambor de nuevo.
Gorgon estaba a punto de recuperarse, Patty hizo una finta que si resultaba le daría una oportunidad.
Echidna cayó en la jugada, se echó hacia atrás para evitarla. Patty blandió su espada larga y en lugar de atacar a Echidna, golpeó a la Qwik enemiga de nuevo, esta vez en el cuello.
Su movimiento fue tan rápido que la golpeó con bastante fuerza.
Algo se rompió.
“¡Qué golpe el de Patty Roo! ¿Fue intencional? Porque si tuvo esa intención, fue ho-rri-ble”.
Gordon quedó paralizada de nuevo. La Quik de Patty se recobró y atrapó la calavera, cojeando, dejando un rastro de sangre tras ella.
“Y tenemos a la Qwik de las Chicas Posters que todavía sigue intentándolo. Simplemente no se rinde. ¿No es verdad?”
“Bueno, después de todo es el partido decisivo para las rondas preliminares del torneo. Las chicas lo están dando todo”, respondió el segundo comentarista.
Patty se le atravesó a su oponente. “Sin escudo, maldición”, siseó. Hizo lo mejor que pudo para cubrir a su Quik
Echidna se acercó más y lanzó un increíblemente rápido jab con su espada larga que golpeó a la Quik justo en las costillas. Se dobló y cayó de rodillas, esta vez por el dolor al igual que por la parálisis.
Todo había terminado.
Patty lanzó una mirada a su compañera. No iba a poder levantarse, sin importar cuantos estimulantes o reservas de sangre le pudieran bombear.
Distraída como estaba, Echidna le golpeó el torso.
Hubo un sonido de algo que se quebraba.
Otro golpe al brazo.
“¡Falta! El referí se ha vuelto loco con esto, pero a Echidna no parece importarle”.
Otro golpe a la cara. Patty botó sangre rosada, sus labios apenas lograban moverse por causa de la parálisis.
“¡Qué final nos ha dado Echidna! Ha ganado el partido para las Beasties, pero a un precio muy alto sin lugar a dudas. Los médicos están entrando ahora y la Qwik de las Beasties no se ve muy bien. Los tambores han terminado de sonar y Gorgon aún no se mueve, señores. Es posible que tengamos una muerte con el torneo apenas comenzando”.
Patty vio a los médicos como en un sueño, petrificada. Inmovilizaron el cuello de Gorgon, la pusieron en una camilla y se la llevaron.
Una hilera de sangre rosada salía de su boca.
Era una Beastie, seguro. El enemigo, seguro. Pero nunca quiso hacerle daño a nadie.
“¡Y un escaneo preliminar que nos ha llegado, nos indica que ella va a sobrevivir, amigos! Sólo tiene una lesión espinal. Gorgon salió del juego, posiblemente para siempre. Una de las Quik más rápidas que se hayan visto en Ciberpink, con un record de por vida de 452 calaveras en el montículo. ¿Podrán recuperarse las Beasties de este golpe serio al comienzo del torneo?”
Un gemido se oyó de los asientos del estadio, abucheando a Patty Roo. Muchos, muchísimos abucheos.
Las rodillas de Patty cedieron, con la adrenalina fuera de su sistema, los nervios cedieron y produjeron una orina muy cara. Habían perdido.
Vio a los médicos sobre su cara y todo se oscureció.
CAÍDA DOS

“¿Qué se supone que haga con esto?” Dijo Héctor devolviendo el pendrive.
El cliente estaba nervioso, por decir lo menos. Seguía lamiéndose los labios, rascándose el codo hasta sangrar y sólo la mitad de esta conducta se debía al abuso de las drogas. “Vamos hombre, es una garantía. Te pagaré el resto tan pronto como logre ganar algo. Tengo un dato hombre, tengo un dato”.
Héctor se sentó de nuevo y suspiró ruidosamente. Nunca se sentaría cuando tuviera un cliente en la tienda, pero Diego había dejado de ser un buen cliente. Un cliente desde hacía bastante tiempo, seguro ¿Pero uno bueno?
No….
Tomó una pieza de armadura y se puso a trabajar en ella para mantener sus manos ocupadas mientras que el drogadicto pedía disculpas y continuaba diciéndole como finalmente lograría su gran golpe de suerte y pagaría todas sus deudas.
Arregló un detalle en la axila, el cliente se había quejado que se le hundía en la piel haciéndola muy incómoda. Tenía mucha pericia en la confección de armaduras hechas a la medida. Solo tomó sus herramientas y la arregló. Sí, pasó sus dedos sobre la curva, sin lugar a dudas había un borde afilado que podía morder la tela. Sólo tenía que limar un poco y poner una cinta de tela y quedaría más suave. Héctor cortó la tela con sus dientes y la puso en su lugar como un experto. La giró en la luz y ésta apenas podía notarse.
“El torneo, hombre. Te digo que nos vamos a hacer ricos, asquerosamente ricos”. Diego puso el pendrive de nuevo sobre el mostrador. Sus dedos estaban sucios, sus uñas estaban peor y su ropa hedía a droga. Puso el pendrive en el mostrador con reverencia.
Extrañamente, era la única cosa limpia del hombre.
“Asquerosamente, sin lugar a dudas”, dijo Héctor levantando la vista hacia su cliente. “Por última vez, no soy un manager deportivo. Yo hago armaduras, las arreglo, las arreglo a la medida. Eso es lo que mi padre hacía y eso es todo lo que sé hacer. No sé un carajo sobre los deportes.
“Pero, pero eso es. Es perfecto, te lo digo. Las chicas usan armaduras. ¿No te das cuenta que es una unión hecha en el cielo?” Diego unió sus manos para resaltar la idea.
Héctor inspiró fuertemente e instantáneamente se arrepintió, el olor era…intenso. “Diego, sólo empéñala y tráeme parte del dinero que me debes”, dijo, tratando de zanjar el asunto.
“No, hombre. Sólo a ti te confío a mi mujer”.
“Eso es…Guao. Tan incorrecto en muchos niveles”.
“La casa de empeño la venderá”, dijo Diego con la cabeza agachada. Se limpió las uñas nerviosamente. “Al menos contigo, sé que será bien tratada, como yo lo he hecho”.
Héctor se inclinó hacia adelante y puso el pecho de la armadura a un lado. “Diego, por favor, no me malentiendas, pero necesito decirte esto y trataré de ser lo más claro posible. Me importa un carajo tu mujer, y me importa un carajo tus apuestas. Necesito el dinero que me debes. Canvas viene a cobrarme mañana. Piensa en algo, vende la clave de tu cadena de bloques, lo que sea”.
Diego se mordió el labio, sus ojos miraban a todas partes, hacia afuera, a la calle. Héctor podía darse cuenta que el hombre quería correr, pero no lo iba a detener, era una causa perdida. Debía haberlo pensado mejor y no trabajar con un drogadicto, pero Diego era un cliente desde hacía mucho tiempo. Su padre lo habría detenido en seco, pero Héctor era muy blando para los negocios.
No era ninguna sorpresa que se estuviera hundiendo.
Su silla crujió. Sus estantes estaban prácticamente vacíos, no tenía clientes.
Giró en su silla y tomó una decisión. “Diego, vete al carajo y consígueme el dinero. Por favor, ahora déjame hablar por teléfono con clientes que paguen de verdad, para ver si logro una orden de último minuto”.
Héctor le dio la espalda.
Diego se congeló y no dijo nada durante algún tiempo. Luego se fue de la tienda.
CAÍDA TRES

Héctor cerró la tienda y se fue al apartamento de arriba. Escribió algunos emails y después de beber un ouzo barato los envió a algunos clientes a través de una encriptación PGP. Era media noche, pero su clientela no era exactamente el tipo de gente que mantenía un horario de 9 a 5 por decir lo menos.
Sorbió más ouzo para sentirse un poco relajado y se fue al balcón. Atenas se veía en calma. La vista no era muy buena, sólo un cielo borroso, marrón amarilloso por la humo niebla. Las lámparas LED de la calle lo hacían verse peor. Él estaba en una calle paralela a la avenida Syggrou, la calle tenía algunas tiendas de artesanos cómo él que vendían artículos especiales. Armas de fuego a la medida, empuñaduras, equipos, juguetes sexuales. Los clientes pertenecían al tipo no-preguntes-no-digas-nada. Aliases, negocios en canales encriptados y pagos en criptomonedas.
Todo de la manera usual.
Mañana debía tener 10 mil para Canvas. Echó una mirada hacia su campo de visión para ver la hora. Le quedaban trece horas.
Canvas, el ejecutor local de Defensa Ares se aparecía mensualmente a pedir su parte del dinero. A cambio, te mantenía a salvo, principalmente de él mismo. Canvas era un titán, una torre de músculos y poder. Le gustaba follarse a los muchachos. A dos en particular: Michael y Ángelo. Le encantaba tomar largas caminatas por las tiendas, para mantener la paz y sacarles la sangre a sus enemigos para pintársela en el cuerpo. Le gustaba que uno de sus novios le pintara el cuerpo con sangre mientras se follaba al otro.
La verdad era que había videos y todo lo demás.
Héctor los había visto mientras se tapaba los ojos durante la mayor parte del tiempo de la exhibición. Tenía que admitir que era buena pornografía, bajo dos condiciones: Una, tenía que gustarte un trío gay, lo cual no le gustaba a Héctor y dos, debías de alguna manera ignorar el hecho que una persona había muerto sufriendo mucho dolor para que pudieras tener esta hermosa pieza de pornografía.
Y ese hombre estaba a punto de tocar a su puerta en unas pocas horas.
Olvídate de los emails.
Héctor regresó al interior de su casa y se dedicó a la app encriptada. Haría algunas llamadas y molestaría a alguna gente. ¿Qué podían hacerle? ¿Matarle?”
“Sí, los detalles están en el email que le envié. Ordene ahora con un pago inicial y obtendrá 50% de descuento en diez armaduras. Así es. Excelente, tan pronto como el dinero esté seguro, lo contactaré para que me dé sus especificaciones. ¿Ok? Perfecto, es un placer hacer negocios con usted”.
Héctor colgó. ¡Sí! Cuatro mil euros, Era algo.
El resto no había respondido o decían que no necesitaban nada en este momento. Héctor revisó las noticias. No había nada sobre disparos, allanamientos de morada, asesinatos corporativos, nada.
Maldición.
El negocio se disparaba cuando cosas como esas pasaban. Se sintió como un buitre, pero ¿qué se suponía que debía hacer? ¿No sentirse feliz cuando un ataque terrorista en el centro de la ciudad atrajo a cinco nuevos clientes en un día?
Terminó el resto del ouzo de un solo trago. Tamborileó sobre la mesa. Se sintió energizado y un poco ebrio. ¿Dormir? Bah. Dormiría cuando muriera.
Cargó el perfil social de Canvas en su veil y caminó alrededor de su taller.
Tenía que haber algo allí que le permitiera salvarse de una paliza.
¿Esta armadura contra motines? Podía ajustarla para el cuerpo enorme del tipo. Pero era voluminosa y fea. Hecha para una protección máxima. Sí, era intimidante, pero Canvas no necesitaba ayuda en ese departamento.
¿Un casco? ¿Algo con llamas? ¿Qué le gusta a los gays? ¿Flores?
Héctor se rió. El estrés que sentía por su muerte inminente lo hizo sentirse confuso, pero no podía evitarlo. No, en su mente se vio a si mismo presentándole un casco floreado al titán y lograr que lo pisotearan allí mismo sobre un charco de sangre y a Michael hundiendo su brocha en su sangre y limpiándola ligeramente con un gesto extravagante.
No.
Necesitaba algo que Canvas amara que jode.
Héctor se detuvo frente a lo que él llamaba el protector de putas. Era una armadura transparente, flexible. Una protección del pecho para damas, una armadura líquida que se transformaba por un impacto y podía absorber una bala, era transparente para que pudieran hacer alarde de su físico y/o la ropa interior cara. Era a prueba de cuchillos, a prueba de agua y confortable. No te protegía de calibres más grandes pero obviamente necesitarías más relleno para eso. Esta armadura estaba diseñada con un propósito específico, protección personal con estilo.
Héctor la levantó con sus brazos. Era pequeña, apenas podría cubrir el lado izquierdo de Canvas, mucho menos su cuerpo entero.
¡Esa era la respuesta! Arte. Podía dividirla con…
Héctor puso la armadura sobre su mesa de trabajo, sin una pizca de sueño y su mente más despierta que nunca. La muerte inminente tenía ese efecto en un hombre. Tenía poco tiempo para trabajar en ella. Podía hacerlo. Ordenaría un par de piezas, que llegarían alrededor de las once…
Tomó su martillo. “Hefestos, dame la fortaleza, te dedico esto como mi pieza más importante”, murmuró y se puso a trabajar.
CAÍDA CUATRO

Canvas llegó a tiempo. Se dirigió hacia el frente con sus dos novios a su lado, más otro par de hombres. Eran nuevos, Héctor no los había visto antes. Se quedaron afuera vigilando el perímetro tranquilamente y Héctor fue a la puerta para saludarlo.
“¡Canvas, amigo, te ves muy bien hoy!”
“Pero tú estás hecho mierda”, dijo Canvas. “Tengo una loción para las bolsas que tienes debajo de los ojos, es maravillosa”.
“Y me encantaría usarla, por favor mándame una muestra. Pero entra.
Canvas se acomodó la enorme ametralladora que colgaba de su hombro y suspiró. “Cuando la gente es tan amable conmigo, sé que no tienen el dinero”.
“Son momentos difíciles”, dijo Héctor moviendo la cabeza de arriba a abajo. Pero tengo 4K”
Canvas miró a Ángelo y negó con la cabeza. “Cuatro K es algo que le puedo mostrar a mis superiores, por el día de hoy”.
“No, no hay necesidad-”
Ángelo pateó una de las muestras y la destrozó contra el piso. La pequeña perra rubia. Héctor se estremeció pero ignoró el daño. “Y tengo algo que te gustará. Llamémoslo un regalo”
Canvas levantó una ceja “¿Oh?”
“Sígueme hasta la parte de atrás, está en mi taller”.
Héctor se dirigió hacia la parte trasera y el titán lo siguió.
“Esto es una pieza de arte, absolutamente única en el mundo, nadie más tiene una”.
Canvas arrugó el ceño. “Esto es raro ¿Qué es, la mitad de una armadura?”
“Es una armadura sexy, mi sexy amigo. Revísala por favor, me tomé la libertad de ajustarla a tu talla. Pruébatela”.
Canvas le echó una mirada a Ángelo y el novio levantó el rifle unos grados, cubriendo de manera casual a su jefe. Se desvistió allí mismo dejando caer la armadura que tenía hacia el piso.
“Hay un cuarto de pruebas justo – Oh, está bien, con ese físico no tienes nada de qué avergonzarte”. Héctor miró hacia otro lado.
Canvas miró hacia abajo molesto. “¿Cómo me –?”
Héctor ajustó las correas.
“Ahora, imagínate caminando por ahí con esto. Con tu pecho y tus abdominales pintados, justo como te gusta. Puedes hacer alarde de ello, ¡puedes ser el Canvas!”
Canvas se vio en el espejo.
Ángelo se acercó con una expresión lujuriosa.
¡Sí! Héctor contuvo su emoción, pero dio un pequeño punch en el aire.
“¿Cómo me veo?” Preguntó Canvas.
“Como un tipo duro y sexy”, silbó Ángelo. “Me encanta. De hecho, quiero hacerlo contigo aquí mismo”.
“Muy bien, ¿Y detiene las balas?”
Héctor se puso en modo de ventas. “Meta material de alta calidad, se transforma en algo mejor que el kevlar al ser impactado, impenetrable por las navajas. Exhibe tu cuerpo y lo protege al mismo tiempo. El costo por centímetro es malditamente caro. Sólo las celebridades y los grandes jefes corporativos pueden pagarlo”. Luego se alejó y dijo de manera casual, “Viko lo usa”.
A la sola mención del nombre de la celebridad, Canvas se animó. “¿Viko? ¿En serio?”
“No sale de su casa sin él. Hecho a la medida con estas manos que ves aquí”. Héctor movió sus dedos. “Tú sabes que yo no hablo de mis clientes, pero sé que puedo confiar en ti”.
Canvas se volvió a mirar en el espejo. Se veía muy bien, tuvo que admitir Héctor. Un titán musculoso, inteligente, entrenado, con una armadura completa pero con partes transparentes en sitios estratégicos
Un tipo duro y sexy, sin lugar a dudas.
Héctor se sintió orgulloso.
Ahora, si pudiera vivir para disfrutar el sentimiento de orgullo.
Canvas se acercó y Héctor se asustó. Lo palmeó en el hombro y mostró sus dientes perfectos. “Me gusta”.
Héctor tomó su primer aliento profundo en horas.
CAÍDA CINCO

Timbo oyó la voz de Dios.
Con los pies desnudos golpeando el mármol frío giró alrededor de la estación del metro.
“Fuera”, dijo la voz de Dios.
Timbo miró hacia arriba, registró cada esquina, el techo era tan alto que al voltear la cabeza demasiado, cayó sentado de culo.
“Dije, ¡Fuera!” La voz de Dios resonó por todas partes.
Timbo Salió disparado y corrió unos pocos pasos y luego se escondió tras una esquina. Seguro que Dios no lo podría ver ahora.
“Todavía puedo verte”, dijo Dios con una voz clara que salía de todas partes. Crujía como un mal radio, como el que su abuela solía escuchar.
Timbo necesitaba obtener algunas monedas para ese día. En realidad no sabía cuántas tenía pero las tenía en su mano y podía sentir su peso. Era muy poco peso y el phuro le daría una paliza si regresaba así. Timbo descubrió que el mejor sitio para pasársela era cerca de las cabinas de recarga. La gente ponía los pases del metro en la máquina, presionaban algunas cosas y luego deslizaban otra tarjeta o ponían monedas. Los que iban contando las monedas mientras se acercaban a la máquina eran a los que Timbo podía estafar. Se les acercaría hurgando en su nariz por mocos, mostrándoles sus piernas asquerosas y mirándolos con sus grandes ojos.
Al menos eso era lo que la familia decía, que tenía ojos grandes. Timbo no podía ver sus ojos para saber cuán grande eran, pero si todo el mundo lo decía, debía ser verdad y Timbo era muy bueno en eso. Se dirigiría a la gente, le suplicaría y le darían algunas de las monedas que la máquina expedía. Salían por la ranura de un plástico que te dejaba verlas desde el fondo. Timbo había intentado alcanzarlas y tomar algunas monedas pero ninguna cayó. La máquina le aruñó el brazo e hirió a Timbo que dijo “Ay”.
Por eso era que Dios le estaba gritando, por patear la máquina que soltaba las monedas.
Timbo miró alrededor, la estación del metro estaba vacía a esa hora. Bien alumbrada, todo funcionaba, pero no había nadie más excepto el pequeño-pobre-Timbo. Se escondió detrás de la esquina con las monedas en su mano. Eran muy pocas y sabía que el phuro estaría enojado.
Timbo necesitaba llevar algo. Todos sus hermanos, hermanas y primos llevaban algo todas las noches. Si no lo hacían los golpeaban, se quedaban sin comer y dormían afuera. Algunas veces la gente veía las manos y los pies sucios de Timbo y le daban algo de comer comentando sobre ser un pedigüeño y cómo era usado.
Timbo asentía, sonreía y mantenía la palma de su mano hacia arriba, pero sabía que no lo usaban. La familia era la familia. Simplemente proveías a la familia y a la compañía como un todo. ¿Acaso esos extraños no lo sabían?
Y cuando eras lo suficientemente viejo como para tener hijos, obtenía parte del botín del trabajo. Timbo tenía un primo que ya tenía dos hijos a los que su esposa llevaba por todo el sur de Atenas. Timbo los veía algunas veces porque él estaba en el metro todo el día recorriéndolo de arriba a abajo y de abajo a arriba. Ellos lo trataban bien y cuando veían que tenía pocas monedas algunas veces le daban un par de ellas para qué se las llevara al phuro.
Su primo sabía muy bien que algunos días eran muy difíciles.
“¡Vete al coño, despreciable gitano de mierda!” dijo Dios desde todas partes.
Timbo se asustó y corrió como un demonio.
Corrió contra el flujo de las escaleras mecánicas jadeando mientras lo empujaban de nuevo hacia abajo. En su apuro, se le olvidó que esta era la forma más difícil. Timbo sólo iba contra el flujo cuando estaba fastidiado y quería divertirse. En su desespero empujó a todos en cuatro patas para llegar más arriba.
Logró salir. Sus ojos se adaptaron rápidamente a la calle oscura. El metro estaba tan alumbrado y con el reflejo de la luz en el mármol, parecía de día allá abajo. Caminó por algunas cuadras, mirando hacia todos lados para ver si Dios todavía podía verlo.
Afortunadamente, no podía.
Timbo encorvó los dedos de los pies. El mármol era agradable y liso, pero la calle era diferente. Le habría gustado tener zapatos pero el phuro siempre decía que seguiría creciendo y no tenía sentido tener zapatos. Además, se veía más patético de esa forma y la gente le daba monedas.
Pero ahora estaba haciendo frío y Timbo caminaba solo. No estaba perdido, se sabía el camino de regreso a la esquina del phuro y aunque fuera más tarde, igual se sabía el camino de regreso. No estaba perdido, pero no se atrevía a regresar con solo esas monedas.
Tenía que encontrar algo para llevar a casa. Los extraños lo llamaban robar. Su familia no lo llamaba así pero los extraños se enfadaban mucho cuando te atrapaban haciéndolo. Si no te atrapaban, todo estaba bien.
Entonces, necesitaba encontrar algo para llevar a casa. Algo… ¿Como un balón? No. Cómo… ¿una barra de chocolate? No, eso tampoco.
Algo… ¿Cómo la bolsa de ese hombre? La había dejado apoyada contra un poste de luz. Él estaba sentado en lo oscuro, esperando. Seguía rascándose el brazo y no podía estar quieto. Timbo estaba asustado, pero ¿tenía otra opción?
Además, el hombre no parecía estar pendiente. Se veía como los otros extraños cuando hablaban con alguien por teléfono, pero no tenía ningún teléfono. Timbo estaba seguro que estaba hablando consigo mismo, pero su mente estaba en otra parte, definitivamente.
Timbo era pequeño, le era fácil caminar silenciosamente, pegarse a la pared y permanecer en la sombra.
Extendió su pequeña mano hacia la bolsa.
El hombre giró hacia él y Timbo se escondió, seguro que lo había visto y le iba a dar una paliza y luego el phuro también le daría otra paliza por no llevar nada, pero el hombre se contrajo como antes y continuó murmurando.
Cuando miró hacia otro lado, Timbo decidió intentarlo. Se estiró y tomó la bolsa. Estaba llena de algo que Timbo no podía ver y era mucho más pesada que lo que había pensado. Gruñó y estuvo seguro que el hombre lo oiría, pero no lo hizo.
Timbo se llevó la bolsa, sintiendo el peso con una gran sonrisa.
Hoy llevaría algo a casa.
CAÍDA SEIS

Diego se rascó la costra de su brazo. Casi podía oír la voz de su mamá diciéndolo que parara, pero continuó hasta hacerlas sangrar.
No podía evitarlo después de haber comenzado a hacerlo.
Balanceándose sobre las puntas de sus pies, esperaba en el callejón. Estaba oscuro y no podía ver un carajo, registró sus bolsillos buscando su linterna. Le tomó bastante tiempo darse cuenta que la había vendido el día anterior. La había cambiado por una línea de coca que necesitaba.
Se rascó la costra por encima de la manga. ¿Dónde estaba el maldito ucraniano? El tipo era sospechoso como el carajo y no lo trataba bien, pero siempre era puntual. La puntualidad era una característica positiva rara de los buenos mafiosos. Si no llegabas a tiempo, la gente se ponía ansiosa y sacaba su pistola.
Los dedos nerviosos en el gatillo siempre mataban a alguien. Siempre.
Diego se lamió los labios mordiéndolos sobre las heridas secas. Miró a la calle oscura arriba y abajo. ¡Estaba malditamente oscura hombre! ¿Quién en su sano juicio sostendría un encuentro en este hueco de mierda? Atenas era un tazón de huecos de mierda, pero podías encontrar una parte iluminada para hacer negocios. ¡Hombre! Y algún sitio donde el viento no soplara y te congelara hasta los huesos.
Se apretó el abrigo, prácticamente no sirvió de nada. Maldita imitación turca. Se veía elegante y a Diego le gustaba sentirse elegante. Necesitaba publicar en los foros de internet su negocio. ¿De qué otra forma iba a poder lograr su propio equipo? Tenía a Patty Roo y eso era un buen comienzo. No estaba en mal estado y no era demasiado cara, una buena atleta promedio. Vaya, ¿Tuvo suerte o no en esa apuesta? El pendejo de Apostolis necesitaba dinero de inmediato y Diego estaba allí para apostar. Sortario, sortario, malditamente sortario. Apostolis, el imbécil ignorante perdió por supuesto y le entregó la clave de la mujer de Diego.
¡Por las tetas enormes de Deméter, qué bendición le había otorgado ese día!
Diego se rascó la roncha. Le dolía, pero se sentía bien tener algún tipo de sensación en esa noche helada. Si tan sólo tuviera su linterna, hombre.
Revisó la mercancía, eran cuatro chalecos HPP de alta tecnología. Maravillosos, simplemente maravillosos, como siempre. El maldito Héctor era un artista con esa mierda, hombre. Diego siempre se lo había dicho, estaba malditamente contento de ser su amigo, hombre. Orgulloso, tan malditamente orgulloso.
Diego se rascó el brazo de nuevo y miró a la bolsa. ¿Dónde estaba el pequeño ucraniano bastar-?
Finalmente.
Las luces de un carro aparecieron. Diego levantó su mano, no podía ver. Alguien, pequeño y fornido como el ucraniano, salió del carro. “Coño, finalmente hombre. Se me han estado congelando las bolas aquí afuera”.
El hombre se le acercó sin decir nada. Diego no podía verle la cara.
“Aquí tengo tu mierda. Es de primera calidad, lo mejor de la ciudad. No te va a decepcionar”. Se encogió de hombros. “Tuve que buscar bastante en el stock para hallarlos, no fue fácil, pero para ti y por el precio correcto…” dejó de hablar, su voz sonó orgullosa.
La cara del ucraniano era fea y llena de cicatrices como siempre. “Vamos Diego, enséñame lo que trajiste”.
“Seguro, déjame-” Diego se congeló y miró hacia donde había estado la bolsa hacía un minuto. “Hum…” Se rascó la cabeza arrastrando los pies en lo oscuro. ¿Quizás la había pateado sin darse cuenta? ¿Quizás la había dejado en otro poste?
“Déjate de tonterías. ¿La tienes o no la tienes? No me hagas perder el tiempo”
“Estaba justo aquí. ¡Lo juro! Hace sólo un minuto, justo antes de que llegaras-“
“Malaka prezoni”, el ucraniano soltó una blasfemia griega y sacó algo de su chaqueta.
Una linterna y por un momento Diego pudo ver todo. La calle sucia, las luces rotas, las persianas cerradas y el carro adelante.
Un pequeño ángel, corriendo con sus pequeños pies desnudos.
Se puso la mano en el estómago y la retiró llena de sangre.
Diego le gorgoteó una profanidad al ucraniano quien lo ignoró y simplemente lo dejó allí.
Ya no hacía tanto frío, incluso los temblores habían desaparecido.
Diego apenas tuvo tiempo para enviar un mensaje final.
CAÍDA SIETE

Diego le envió un texto raro. “Mira dentro de la alacena. Cuídala.
Héctor trató de llamarlo pero su teléfono no contestó. Estaba demasiado cansado y agitado para preocuparse por los pensamientos incoherentes de un drogadicto, así que lo ignoró y subió a tomar una siesta. Tan pronto como cayó en la cama sintió un sueño que lo arropó por completo como una sábana.
Algunas horas después se sintió mejor. No se sentía completamente fresco pero eso serviría por el momento. Apenas logró evitar pisar a Armadillo. La mascota lo miró enojado porque había olvidado alimentarlo. Estaba entrenado para que presionara el auto alimentador con comida seca por lo que nunca corría el peligro de morir de hambre por negligencia suya, pero el elegante bastardo prefería la comida enlatada.
Héctor revisó la alacena. “Sí, lo siento Armadillo”, dijo bostezando. “Resuélvete con la comida seca. No compré comida para mí tampoco. Estaba muy ocupado tratando que no nos asesinaran”.
El Armadillo se levantó y movió sus patas delanteras.
“Sé que sobrevivirías, pero ¿Qué tal éste viejo blando?” Héctor lo hizo a un lado. “Ah, voy a buscar víveres, la verdad es que no tenemos nada”.
El día estaba agradable. La ciudad seguía siendo una mierda, pero el haber logrado más tiempo de vida hacía que todo se viera sobredimensionado, los colores, los aromas, la vida alrededor de él. Normalmente usaría la camioneta, incluso para una distancia tan corta, pero hoy quería sentir el aire conocido, absorber el monóxido de carbono. Cruzó la avenida Syggrou, ignorando las prostitutas en sus esquinas. Se desvió dos calles de su ruta para ir al lugar usual de reuniones de Diego, detrás de un sitio de apuestas.
Héctor no estaba interesado en los deportes. Por primera vez en su vida se dio cuenta de los carteles y las estadísticas sobre el fútbol, básquetbol y Fórmula 1, clásica y eléctrica, pero sus ojo se fueron hacia el torneo de Ciberpink. Era difícil no notarlo, todo el espectáculo estaba diseñado para atraer la mirada masculina, al tiempo que te robaba tus ahorros.
Entró al sitio de apuestas. Pantallas sobre pantallas con estadísticas, repeticiones, partidos, todos con Realidad Aumentada (RA) controlada y con sonido holográfico direccional para que cada quien pudiera oír el partido que le interesara, lo que hacía que el lugar tuviera un raro efecto de eco, como si estuviera embrujado. Hombres y mujeres apostaban a los equipos, los resultados, los jugadores, el Jugador Más Valioso (JMV) y para sorpresa de Héctor, a las heridas de los jugadores.
Se dio cuenta que no sabía nada sobre Ciberpink. ¿Había algunas mujeres en los equipos? ¿Y algo sobre una calavera? ¿Una calavera de perro por alguna razón? ¿Y puntos?
Eso era todo lo que sabía. Su implante útilmente destacó el resultado de una búsqueda en su RA pero lo descartó. Se sentía muy cansado para aprender cosas nuevas en ese momento.
¿Dónde estaba Diego? Este era su sitio usual. Le preguntó al dependiente.
“Vaya hombre. ¿También te debía dinero?”
Héctor se dio cuenta del uso del verbo en pasado. “Sí, pero no es por eso que estoy preguntando. Conozco al bastardo desde hace años”.
“Oh, hombre, lo lamento entonces. Mis condolencias”.
Héctor retrocedió. “¿De qué puto estás hablando?”
“Lo mataron esta mañana, hombre, a dos cuadras de aquí. Estaba frágil por todas esas drogas y se desangró antes que alguien pudiera ayudarlo. Lo siento, en verdad lo siento y no vas a recuperar tu dinero. Diego no tenía cuenta bancaria ni nada. También me debía y tuve que hacer que un hacker revisara todo”.
Héctor forzó una sonrisa. “Una actitud muy comercial de tu parte”, dijo sin expresión.
El hombre se encogió de hombros. “Es lo que es, hombre. Si supieras cuan a menudo he tenido que hacer esto, no me juzgarías. En cualquier caso ¿te interesa colocar una apuesta? Las Beasties son fuertes candidatas para ganar la copa este año”. Levantó un ORA en la palma de su mano. Un Objeto de Realidad Aumentada que podía ser visto por cualquiera en su veil, es decir, casi todo el planeta. Era una mujer con armadura, endiabladamente sexy, con el culo levantado y labios seductores. “Esa es Sirena, mi favorita. Preciosa, ¿No? ¿Cuál te gusta?”
El hombre levantó la vista y en realidad parecía interesado en saber su respuesta.
“Uh, no estoy interesado en los deportes. ¿Dónde dices que mataron a Diego?”
El dependiente tocó el número de una calle y compartió el mapa con Héctor.
“Gracias”.
“De nada. Ven y apuéstale a Sirena ¿Sí? ¡Dinero garantizado!” Le gritó mientras se iba.
CAÍDA OCHO

Nadie se había preocupado por lavar la sangre.
Héctor se quedó allí con las manos en los bolsillos de su chaqueta. La sangre era roja en los bordes, seca, ahora se veía negruzca-marrón. No era rosada. Esto no era un partido deportivo. No era un espectáculo en el veil, o en la red o en Realidad Virtual.
Había conocido a Diego por más de 10 años y eso es bastante tiempo cuando sólo tienes 30. Prácticamente toda tu vida de adulto. En realidad no era un amigo, pero conocía al bastardo bastante bien.
Se habían emborrachado algunas veces juntos, compartido algunas risas. Menos cuando se volvió un adicto, desde ese momento todo se reducía a la siguiente apuesta de Diego. Nunca fue el mejor de los clientes, pero siempre pagaba sus deudas con datos que conseguía en la calle y otras oportunidades. La mayoría era pura mierda, pero algunos de sus datos en realidad habían dado resultados.
Y ahora todo lo que quedaba de él era una mancha al lado de la calle. Un envoltorio de comida botado se había pegado en la sangre seca.
Basura pegada a la basura.
Se pasó la media hora siguiente caminando arriba y abajo por el callejón tratando que alguien le atendiera el teléfono. El cuerpo de Diego había sido recogido e iba a ser dispuesto por la ciudad de Atenas. Él quería ser reciclado, que una planta naciera de él. Le informaron a Héctor que su amigo era un adorador de Deméter.
Héctor sonrió con sorpresa. No había conocido este lado de consciencia ambiental de Diego. La ciudad había declinado la solicitud del testamento por falta de fondos, naturalmente. Ni siquiera una iglesia corporativa daba donaciones a la gente, mucho menos a los muertos.
Héctor lo pensó durante un minuto.
“Pagaré por el funeral y por su deseo. Envíenme la cuenta”. 1.200 euros decía en el email.
Revisó su cuenta bancaria, tenía 1.700 euros. “Lo añadiré al resto de lo que me debes, bastardo estúpido”, le dijo a la mancha de sangre.
“¿Perdón, señor?”
“Nada, me encargaré de ello en este momento”.
Trancó el teléfono, pagó la cuenta electrónicamente y fue por los víveres, aunque ante el sólo pensamiento de la comida en ese momento lo hacía vomitar.
CAÍDA NUEVE

De regreso en su taller, algo molestaba a Héctor. Leyó el último texto que Diego le había enviado y se lo leyó en voz alta a Armadillo.
“¿Alguna idea? ¿No?”
Soltó las herramientas y se dirigió al frente. Se paró en el sitio en que había visto a Diego por última vez. Cuando le había dado la espalda. Miró alrededor.
La alacena de la derecha, cerca de la salida.
La abrió.
El pendrive estaba allí. Limpio. Precioso.
El astuto bastardo. Le había dado la espalda, ¿Qué, cinco segundos? ¿Diez, máximo?
Héctor lo asió con fuerza y se fue a ver a otro artesano que conocía.
CAÍDA DIEZ

“Hermosa pieza tienes allí”, dijo el hombre con sobrepeso mientras buscaba en su computadora. El cubil del hacker estaba lleno de computadoras desarmadas y refrescos.
“Tony, aun no entiendo esta cosa de ser propietario de una cadena de bloques.
“Violador, hombre. Ese es mi nombre”, se quejó el Hacker.
“Nunca te voy a llamar así. Ahora, deja de hacerme perder el tiempo y explícamelo”, dijo con cara de aburrimiento y haciéndole señas para que siguiera adelante.
El hacker Tony tomó un sorbo y lo pensó. “Mira, la cadena de bloques es pública e inmutable, Es un registro de quién envió qué”.
“Yo uso criptomonedas y más o menos lo entiendo. Ahora, ¿en qué me beneficia este pendrive?”
“Este pendrive contiene un contrato de manumisión, la propiedad de la clave segura asignada a una atleta. En este caso la de una Patty Roo”. Tony mostró la imagen de la atleta.


Héctor se inclinó hacia adelante, dejando de estar fastidiado repentinamente. “¿4500 de ingresos, cómo en euros mensuales?” Silbó. No era una fortuna pero necesitaba tres pedidos completos para llegar a ese nivel de ingresos en su taller y también tenía gastos y costos de materiales en los que pensar.
“Sí, déjame cargar la app de Dueños de Ciberpink en tu veil
Héctor le dio al botón de instalar tan pronto como apareció sin que sus ojos se apartaran de la página de estadísticas.
“Y ahora la clave segura del dueño…” Tony golpeó su tablero.
“Esperemos durante unos segundos. Tres confirmaciones, siete, listo.
Volteó su silla y le ofreció un brindis con un jugo de naranja lleno de azúcar. “Ahora eres el orgulloso propietario de una atleta Ciberpink. Su contrato de manumisión te pertenece”.
Héctor se sentó y respiró. “¿Y acabo de convertirme en el dueño de una esclava? ¿Así simplemente? ¿Cómo es posible que esto sea legal?”
“Una deuda”, dijo Tony pellizcando el aire frente a él como si la palabra colgara de sus dedos. “Una deuda masiva, estrujante. No es esclavitud, no técnicamente. Es servidumbre por deuda. Las chicas simplemente le pagan lo que deben a las corporaciones generando entradas. Por supuesto, las heridas y los costos de mantenimiento se acumulan junto con los intereses y los pagos atrasados. Todo es perfectamente legal de acuerdo con los contratos que hemos firmado y ellas simplemente pasan años en Ciberpink antes que siquiera se acerquen a pagar sus deudas”.
“Entonces, no poseo una esclava, sólo debo la deuda que ella tiene y hasta que no la pague por completo técnicamente es mía para hacer con ella lo que me plazca”.
Tony se lamió los labios de manera repugnante. “¿Tienes algunas ideas?”
“¡Sí!” soltó Héctor con los ojos muy abiertos. “La voy a poner a trabajar para que pague mis deudas”.
CAÍDA ONCE

Tomaron la camioneta de Héctor y se dirigieron hacia el estadio Ciberpink. Las calles estaban llenas de gente que entraba, los autobuses bajaban filas enteras de fanáticos y los carros estaban estacionados en todas partes.
Había ruido, música electrónica, puestos de perros calientes y de rosquillas, con gente emocionada gritando.
“Nunca entendí todo esto de ser un fanático de los deportes”, admitió Héctor, saludando a la gente alrededor.
Tony compró varios refrescos. “Oh, te lo has perdido todo. “¿Tu padre nunca te trajo a ningún juego?”
“Mi padre me enseñó a hacer armaduras”.
“Eso suena emocionante, pero eso es para ganarse la vida, ¿Correcto? Vamos para allá, puerta C, esos son nuestros asientos”.
Héctor siguió protegido por el gordo voluminoso que empujaba a la gente a través de la multitud. Nunca le gustaron las multitudes porque lo hacían sentir incómodo e inseguro. Podría resolverse con al menos dos de sus armaduras en exhibición, incluso las más livianas. Sentía que el chaleco que estaba usando apenas le brindaba protección. La gente le cayó encima, alguien le había arrojado parte del kétchup de su perro caliente y ni siquiera se había disculpado. Mientras eran llevados por sus padres, los niños hacían destrozos pateando a los demás alrededor con impunidad.
Una locura.
Las chicas Ciberpink estaban en todas partes alrededor de ellos. En posters gigantes, en proyecciones holográficas tamaño real, en ORAs que incluían un botón muy práctico que decía ‘Compra Ahora’ y que daban una versión animada en alta resolución para masturbarse. De todo.
Colores, carnes, pechos, comida chatarra, bebidas alcohólicas, aunque de alguna forma todo era de uso amigable para los muchachos, apropiado para toda la familia. Traiga su muchacho a un partido Ciberpink, así el maldito chico tendrá algo que recordar cuando sea un adolescente y ya no quiera andar con usted.
Excesos.
Pan y circo.
Héctor negó con la cabeza. ¿A quién estaba engañando? En cualquier caso ya era parte del sistema, el orgulloso dueño de una atleta. Apenas podía creerlo.
“¡Vamos!” Le gritó Tony mientras le hacía señas con la mano para que fuera a la gradería. El lugar estaba repleto, Héctor se sentó y tuvo que empujar a Tony con el codo porque ocupaba demasiado espacio. El estadio era mucho más pequeño que un campo de fútbol, estaba bajo un domo, pero con las mismas luces enceguecedoras brillando sobre la grama, el gigantesco tablero y los fotógrafos y grabadores de video flanqueando el campo.
Por supuesto que podías cargarlo todo en tu veil y mirarlo desde el ángulo que quisieras. Todo con una suscripción baja, muy baja de 14.99 euros. La propaganda sonaba frente a la cara de Héctor, completamente ilegal, en otras partes no se podía entrar en los veils de la gente sin su permiso, pero aquí habían aceptado los términos y condiciones de Dionisio Entertaintment al comprar la entrada.
Su casa, sus reglas.
Una atleta Ciberpink sacudió sus tetas grandes frente a su cara y él trató de ignorar el molesto ORA.
Tony le devolvió el codazo, sonriendo, “crees que esto es una loquera”.
“Pues bien, sí”.
“Pero también estás como sintiéndote energizado”. Le ofreció un refresco.
“Tengo que admitir que lo estoy. No, gracias, en verdad no quiero tener que usar el baño aquí. Así que explícame toda esta mierda. No tengo ni puta idea sobre esto”.
“¿Nada? Guao. Okey, veamos. El jugger es un deporte simple pero muy entretenido”.
“Es como el fútbol con armas medioevales, ¿correcto?”
“Más o menos. Dos equipos están a cada lado del campo, cinco atletas en cada uno. Una Qwik, una Cadena y tres Ejecutoras”.
“¿Eso es todo?”
“Es todo lo que se necesita pero se complica rápidamente, así que déjame explicarte”.
El juego estaba a punto de comenzar. Sonaron unas cornetas, la música estaba a todo volumen y los fanáticos se apuraron a sentarse.
“La única que puede llevar la calavera es la Quik, así que las otras tratan de protegerla mientras golpean al equipo contrario”.
El logo de Dionisio apareció en el medio del estadio. Los fanáticos rugieron.
Las chicas Posters corrieron en una formación suelta dentro del estadio. Los colores del equipo eran verde y blanco, posaron al unísono como posters de los viejos, levantando los traseros, inflando los pechos y apretando los labios.
Los fanáticos se volvieron locos, gritando salvajemente, dando declaraciones públicas de amor, disparando sus cámaras para poder tomar una pequeña parte de las hermosas mujeres.
Una de ellas no era tan alegre. Las demás la habían tapado expertamente tras ellas. “¿Es ella?”
“Sí. Esa es tu chica. Sin ánimo de ofender, pero en verdad se ve que no cuadra con las Posters”.
“No hay problema”, gruñó Héctor mientras continuaba viendo a su inversión. Sí, era completamente diferente. Cabello corto, aumentación excesiva en todo su cuerpo en contraste con las demás Posters que sólo tenían aumentación en los pechos, una armadura real que Héctor no podía ver claramente desde donde estaba pero que ya había aprobado. Se mantenía en una rara ‘pose sexy’ intentándolo mucho pero igualmente fallando mucho en ese intento.
Hubo una erupción en el estadio. Héctor pensó que se había vuelto sordo, apenas se podía oír al comentarista. El equipo contrario había entrado y la multitud rugió de pie, lanzando la comida al aire, sacudiendo las puertas de metal mientras que los guardias de seguridad los hacían caer usando sus tasers con impunidad.
“Damas, caballeros y las otras variaciones, les presentamos a las ¡Daaarlings de la Deeestrucción! Dijo el comentarista con voz retumbante.
“¿Me imagino qué son las favoritas para ganar este partido?” Gritó Héctor para que pudiera ser oído.
“Seguro que sí, hombre. Me encantan las Posters cualquier día de la semana, pero las Darlings… Bien, ya verás”. Se besó las puntas de los dedos.
“Oh, guao, esa es una armadura excelente”, dijo Héctor evaluando el valor de cada artículo a medida que las Darlings pasaban y las veía en un close up de RA.
Tony se volvió hacia él. “¿Qué, no tienes polla?”
Héctor se ahogó. Asintió explicando, “No – Sí, están muy buenas, pero sus armaduras son verdaderamente hermosas, no estoy bromeando”.
Tony se rió. “Estás dañado mi amigo”
Los dos equipos tomaron sus lugares en el campo. Un referí colocó una calavera en el medio y esperaron formando una línea en extremos opuestos. Había un montículo hecho de algo color naranja y suave detrás de cada equipo. Tenían armas, espadas y una cadena con una bola, que parecían hechas de material para prácticas, con bordes suaves y extremos enormes.
Entonces un tambor comenzó un ruido sordo y profundo que reverberaba a través de la multitud que aclamaba.
Las atletas se lanzaron hacia adelante, cubriendo la distancia en un segundo. Héctor no podía seguir la acción. Alguien golpeó a alguien, cayo arrodillada, las de contextura más pequeña corrieron hacia la calavera, las golpearon pero una ¿esquivó el golpe con los brazos? “¿Por qué las otras no esquivan los golpes con los brazos también?”
“Sólo las Qwiks pueden hacerlo, ahora cállate”, dijo Tony fijándose en la acción y tomando un sorbo.
Algo pasó en el medio, golpeada con una espada, una mujer cayó sobre su espalda, la acción continuó. Una bola con una cadena hizo un amplio arco y golpeó a una chica Poster, su cabeza se movió hacia un lado y voló hacia atrás con tanta fuerza que cayó a cinco metros de distancia esparciendo sangre rosada en el aire. La multitud se volvió salvaje.
Entonces una Qwik bajó la calavera con fuerza.
Un referí pitó. Héctor estaba asombrado. “¿Qué diablos? ¿Once segundos y ya anotaron?”
Las repeticiones estaban en bucle, la pobre chica golpeada en la cara, su cabeza siendo empujada hacia atrás una y otra vez, con la sangre esparciéndose en el aire.
“Ciberpink, el deporte más rápido que hay. Te acostumbrarás a él. Toca el botón de repetición en tu veil. Cuando entiendas las reglas se te hará más fácil”.
“Ok. A riesgo de parecer estúpido, ¿Por qué la sangre es rosada?”
“Oh, en realidad eso es algo ingenioso. Debido a que las reglas de transmisión de los medios no permiten que muestren sangre en la pantalla, tienen una máquina de IA – Inteligencia Artificial – que cambia el color de la sangre en la transmisión en tiempo real”.
“Pero no estamos viendo una transmisión, estamos aquí en vivo”. Héctor abrió la palma de su mano débilmente hacia el partido.
Tony movió sus manos. “Es una luz con una amplitud de onda específica, más una RA algo opaca y se ve rosada incluso cuando estás aquí en el estadio.
“Guao. Eso es…”
“Brillante, ¿Correcto?”
“Enfermizo. Eso es… enfermizo”.
“¿En verdad? Quiero ver tu cara cuando cobres el cheque por el partido, dueño”. Dijo esa palabra como si le supiera amarga.
Héctor se calló. Seguro, era un hipócrita. ¿Pero qué podía hacer? Su negocio se estaba desmoronando. No era que él hubiese pedido poseer una atleta, simplemente le cayó de la nada, podía venderla tan pronto como fuese posible y tener una buena ganancia. A Tony le encantaría ponerlo en contacto con las personas conocidas del mercado y asegurarse que todo fluyera con facilidad si le tocaba una parte.
Se llevaron a la chica Poster en una camilla y un reemplazo la sustituyó. Era Patty Roo, llevaba una espada larga y se veía incomoda.
¿Y quién no lo estaría? Una chica del equipo caída y ya con un punto perdido. Este era un juego loco.
Los tambores comenzaron de nuevo y las atletas se lanzaron hacia adelante, una vez más una ráfaga de golpes, paradas repentinas y estocadas hacia adelante, gritos y…
La Qwik anotó.
“¡Coño!” Exclamó Héctor y se levantó con la gente alrededor de él gimiendo con él.
Tony sonrió y tomó un sorbo. “¿Ya estás enganchado?”
“Vamos, ¿apenas ha pasado un minuto y ya estamos perdiendo?”
“No te preocupes, a las atletas le pagan lo mismo, ganen o pierdan. Aunque las ganadoras obtienen los bonos, por supuesto”, musitó para sí mismo, asintiendo, “y los patrocinios, la comercialización, el sexo, y el…”
Héctor le hizo un gesto para callarlo. “Entiendo”. Se sentó hundiéndose en el asiento. “Tengo una perdedora”.
“Sí, hombre. Se te olvida quien fue el dueño anterior. Diego, hombre”.
“Sí”, exhaló”.
“Hay un corte comercial, voy corriendo a orinar. Debí haberte hecho caso acerca de los refrescos”.
CAÍDA DOCE

Héctor se haló el cabello.
Todo era tan estresante. El partido continuó y apenas podía seguirlo. Espadas, bastones, bolas y cadenas volaban y golpeaban a todas la que estaban jugando.
No tenía idea de qué estaba pasando, volvía a ver las repeticiones y observaba a Patty Roo.
Parecía buena en lo que hacía pero le faltaba algo. Blandía su espada larga con precisión, evitaba los golpes esquivándolos por apenas una pulgada, pero el equipo contrario como un todo parecía mejor. Mucho mejor.
Lo único que las chicas Posters tenían eran sus tetas. Héctor revisó sus estadísticas. Sensualidad 3, Sensualidad 2, Sensualidad 3. Las estadísticas útiles eran sólo Sensualidad. Seguro, era un paquete de propaganda dulce pero eso no les iba a hacer ganar juegos. Con culo o sin él, todavía era un deporte, ¡maldición!
¿O quizás eso ni siquiera importaba?
Héctor estaba muy cerca de arrancarse un puñado de pelos. Desde un punto de vista comercial era una locura. Las chicas Posters usaban una armadura muy corta que apenas las cubrían, eran más para ser sexys que para protegerlas. Los cascos, nada que ver.
No era extraño que las estuvieran moliendo a golpes. ¿Dos atletas caídas con semanas para recuperarse y posible daño permanente?
Una locura.
Se sentó en el borde de su asiento, casi listo para dirigirse a su taller y darles a esas pobre chicas una protección adecuada. Es decir, coño, incluso el equipo más barato que tenía habría evitado ese último golpe debilitador que les había costado un punto.
Se suponía que las armas eran del tipo de entrenamiento, suaves, de gomaespuma y plásticas. Pero la fuerza es igual a la masa por la puta aceleración y cuando tenías brazos cibernéticos moviéndolos con tanta fuerza no importaba que fueran de gomaespuma o no. Aún te podían sacar los dientes.
Sangre. Esa era la idea del juego, corrección, esa era la idea el espectáculo.
Pero el desperdicio que había detrás de todo eso era una locura. ¿A esta gente no le preocupaba nada estas pobre mujeres? Al menos podrían proteger su inversión. Comprar una atleta no era barato, incluso en esta liga de mierda de tercera clase.
Tony regresó empujando a los fanáticos con su gordura y se sentó. “Hombre, me tomó una eternidad orinar, tuve que sacármelo en una choza cerca de los baños”.
“Encantado de oír eso”, Héctor hizo una mueca.
“¿Qué me perdí? ¿Oh, diez puntos de ventaja? Lo lamento hombre, no tendrás ningún bono hoy”.
“Así parece, sí, pero…” Se sumió en sus pensamientos, “quiero decir, ellas…”
Los tambores comenzaron a sonar de nuevo y Patty embistió. Estaba lenta, claramente recuperándose de una herida desde antes de ese partido, sin embargo, era buena. Golpeó a dos oponentes, paralizándolas durante algunos sonidos del tambor. Héctor se había imaginado esa jugada por cuenta propia. Las mantuvo a las dos abajo dejando sitio para que su Qwik y que la Cadena pudiera girarla en un círculo amplio que la cubriera. Corrieron al unísono hacia el montículo.
Las bloquearon y cayeron de rodillas dejando que la calavera rodara por el suelo. Estaba cubierta con sangre rosada. Patty se movió hacia adelante y cubrió a su Qwik mientras se recuperaba, pero era demasiado, todas le cayeron encima.
Esquivó a una Darling, pero el resto la golpeó tumbándola. Los micrófonos del estadio recogieron un chasquido audible de sus costillas, Recibió otro golpe de un bastón y Patty cayó llenando de sangre rosada a la Darling. La multitud reaccionó haciendo una mueca colectiva.
Las Darlings de Destrucción continuaron pateando a Patty en el suelo y el referí las empujó hacia atrás gritándoles en la cara.
Héctor se encontró sintiéndose preocupado. “¡Esas malditas perras!”
“Totalmente” Tony estuvo de acuerdo.
“¿Eso es legal?”
“En realidad no. Les darán una advertencia”, dijo simplemente, estrujó una lata con la mano y la tiró al piso.
“¿Una advertencia?” Gritó Héctor. “¡La acaban de mandar al hospital!”
Tony se volvió hacia él y arrugó los hombros. “¿Qué quieres que te diga, hombre?”
Héctor se había quedado sin palabras.
CAÍDA TRECE

La ambulancia alumbró la calle con colores azules. Era tarde en la noche. La gente veía a través de sus ventanas, curiosas por saber de qué se trataba el alboroto.
“Lo raro es, que en este vecindario normalmente nos llevamos gente, no las traemos. Firme aquí, por favor”, dijo el médico y le presentó una Tablet para que la firmara digitalmente.
“No pueden simplemente dejarla aquí”, se quejó Héctor.
El médico le miró a la cara. “¿No es usted el dueño registrado de esta atleta?”
“Sí… Pero-”
“Entonces es su problema, no el mío. La estabilizaron en la sala de emergencias y ahora sólo tiene que recuperarse. Puede buscar en las PMC de nuestra página web para pedir instrucciones y suministros que pueda necesitar”.

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